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Todas las ciudades, tanto las construidas por Roma como las indígenas adaptadas a
imagen y semejanza de los modelos romanos importados, contaban con un conjunto de
edificaciones que les permitía satisfacer determinadas necesidades colectivas y cumplir
así su misión de comunidades autónomas y núcleos de la administración imperial. Estos
edificios surgieron de un programa monumental básico o de reformas urbanísticas en
relación con el otorgamiento de estatutos jurídicos privilegiados.
Evolución
Con César se inicia el primer gran impulso de creación de centros urbanos, pero será
con Augusto con quien se produzca la transformación más importante del paisaje
urbano, ya que es cuando se produce un fuerte aumento de la actividad constructora,
impulsada por el propio Augusto y sufragada en parte por las élites locales, que incluye
tanto obras de infraestructura (calzadas, puentes, embalses, acueductos, etc.) como
construcciones monumentales (templos, edificios para espectáculos, termas, etc.).
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el descenso en la realización de grandes proyectos monumentales urbanos. La ciudad
empieza su decadencia paralela a un progresivo proceso de ruralización, para
finalmente, arrastrar en su ruina también al propio Imperio.
Ordo Senatorialis
Está formada por la aristocracia romana y por un pequeño grupo en todo el Imperio.,
que es posible no llegue a sobrepasar los doscientos y que, desde que un miembro de la
familia lo consigue, es heredado por sus sucesores en la línea familiar. En Hispania, el
grupo senatorial está formado por los miembros de la aristocracia hispana que poseen
las mejores tierras y en grandísimas extensiones y las mayores riquezas en dinero, ya
que tenían que sobrepasar el mínimo legal estipulado de entrada en el mismo que era de
un millón de sestercios.
Los hispanos que acceden a esta categoría social lo pueden hacer por dos medios: por
un lado, la nobleza indígena enriquecida, como es el caso de los Séneca en Córdoba o
de los Trajano en Itálica. El otro modo de acceso al ordo senatorialis es el de los
grupos de emigrantes itálicos que tras siglos de estancia en Hispania, también se habían
enriquecido y que sería el caso de los Ulpios, de donde desciende Adriano. A este
grupo itálico le permite crear grandes fortunas la explotación de la minería, el
comercio, el arrendamiento del ager publicus o la gestión de los servicios de tributación
de la administración romana. Así llegan a conseguir hacerse con grandes fortunas
económicas y con grandes latifundios.
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Además de la administración local, el camino para acceder fácilmente a los senatoriales
el desempeño de las labores del sacerdocio o del flaminado del culto al Emperador.
Será a partir de Octavio Augusto cuando los hispanos comienzan a ser promocionados
al consulado y a otros cargos principales en la administración romana. Esta promoción
es continua hasta la desaparición del Imperio con algún que otro altibajo.
En los tiempos del emperador Claudio, aparece en Roma un grupo senatorial hispano
muy poderoso, tras desempeñar importantes cargos tanto en el ejército como en las
magistraturas civiles. Aquí cabría destacar la importancia de gente como los Séneca,
Lucano, Columela, Mela, Pedanious Secundus,...
Sobre todo con Vespasiano se ve crecer el número del grupo senatorial hispano en
Roma con la promoción que este emperador realizó entre las aristocracias indígenas del
Imperio, sobre todo de las occidentales, donde destaca Hispania. Este grupo tiene un
gran poder e influencia en el nombramiento como emperadores de Nerva y Trajano. De
estos estacan Lucinius Sura o Annius Verus. Lucio Licinio Sura, puede ser considerado
como el jefe del grupo occidental del grupo senatorial en Roma desde finales de la
época Flavia.
Ordo Equester
El ordo equester es el que sigue en importancia al orden senatorial. Los ecuestres tienen
una riqueza superior en dinero que en tierras. Suelen ser importantes comerciantes,
negociantes, que también invierten gran parte de los beneficios de sus fortunas en la
adquisición de tierras. Los ecuestres acaparan la administración, donde se les puede
encontrar dirigiendo las minas o las posesiones imperiales, como procuradores o
censores. Normalmente, es desde el flaminado provincial del culto al Emperador o
desde la carrera militar, desde donde pasan a formar parte de la orden ecuestre,
entrando a formar parte de la alta burocracia de la chancillería imperial de Roma. Aquí
ejercen una influencia muy decisiva. Contrariamente a los del grupo senatorial, gran
parte de los ecuestres vuelven a Hispania dentro de sus altos cargos militares o civiles,
a reintegrarse en la administración local o en el sacerdocio imperial provincial.
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Con las grandes fortunas que lograban en el desempeño de sus labores dentro de la
orden ecuestre, muchos de ellos las utilizaron para su propia promoción en Hispania,
por medio de la inversión patrocinando servicios públicos y obras a favor de la ciudad,
muestras de estos casos son conocidos por medio de la epigrafía
Con la implantación del modelo romano de ciudad en Hispania, se crea una serie de
puestos de gobierno en las comunidades ya existentes o de nueva fundación, lo que
provocó la elección de las primeras magistraturas de corte romano en las que ya desde
los finales de la República está documentada la existencia de los cargos de duunviros,
cuatroviros, ediles y cuestores.
Entre los titulares de estas nuevas magistraturas importadas de Roma, no faltan los
descendientes de las antiguas aristocracias locales que vienen ocupando los puestos de
dirección de sus comunidades. También se encuentran veteranos del ejército a los que
al licenciarse, el reparto de tierras les coloca en posiciones privilegiadas en estos
núcleos, si bien algunas de estas magistraturas recaen también en gentes venidas de
fuera, en concreto, en manos de itálicos, que llegan a Hispania en busca de fortuna que
esperan obtener mediante oportunidades comerciales, tierras o concesiones mineras.
Ejemplos de estas personas venidas de fuera pueden ser los Numisios o los Planios de
Cartagena.
Roma busca una eficacia administrativa y una defensa de los intereses romanos en los
grupos dirigentes, a cambio de la cual ofrece a estos, posibilidades de promoción social
y familiar. Duunviros, ediles, cuestores, senado local y orden decurional forman un
modelo de gobierno que favorece las relaciones con el Estado y que logra diversificar
las actuaciones del gobierno de las comunidades locales. El liderazgo político de las
élites locales viene apoyado por posiciones iniciales de privilegio que deben buscarse
en la riqueza o en la posesión de tierras y amplias clientelas. Sin embargo, el sistema
romano asegura un proceso electoral que permite renovar la dirección de las ciudades,
lo que hace que la aristocracia local deba legitimar su posición política a través del
proceso electoral.
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Desde la época flavia, la posesión del ius latii (concedido por Vespasiano a Hispania),
bastaba para poder desempeñar cargos en las magistraturas municipales. El
cumplimiento de cualquiera de estas funciones basta para obtener la plena ciudadanía
romana y hacerla extensiva al resto de la familia, por línea sanguínea.
Desde la época de Octavio Augusto, las ciudades acogen también el nuevo culto al
Emperador, que hace que aumente el número de cargos electos de cada año, pues se
incorporan a estos los flamines o sacerdotes. Por la documentación que nos facilita la
epigrafía, sabemos que esta función pública es ejercida por individuos que, por lo
general, ya han tenido algún cargo en alguna de las magistraturas locales, lo que hace
que en las ciudades se active el proceso de promoción personal que hará que aparezcan
las elites urbanas.
Normalmente, las elites locales demuestran su poder según la riqueza que tuvieran en
tierras, en el aspecto económico o en el comercial. En la Bética, las elites están ligadas
a la producción y distribución de aceite, a la producción agrícola general o al comercio
fluvial. En el interior peninsular, los grupos familiares que ocupan las magistraturas
durante las primeras generaciones de la época Julio - Claudia, parece que proceden de
otros territorios, en especial de Levante, aunque no deben faltar también gentes
naturales de estas regiones interiores, y su capital lo encontramos, básicamente, ligado a
la propiedad de la tierra.
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4. Las plebes urbanas
La plebe es la clase social más numerosa de la Hispania romana. Son pocos los
miembros de la plebe que experimentan una promoción a clases superiores, pero, sin
embargo, este grupo social sí aprecia una ampliación al entrar a formar parte de él
pequeños terratenientes, que durante el Bajo Imperio se convierten en colonos con la
pérdida de sus fortunas. La forma de escalar hacia las clases medias por parte de la
plebe es quizás, la entrada en el servicio militar.
Al principio del Imperio, la plebe tiene dos categorías, que son, por un lado, los que
gozan del estatuto jurídico de cives romano o cives local de un municipio indígena, y
por otro lado, los hombres libres sin estatuto de cives, que suelen ser simples
campesinos. Cuando Vespasiano concede el ius latti a toda Hispania, el derecho de
ciudadanía va ligado a la pertenencia a una determinada ciudad y esto da unos
determinados derechos, ya que al ser cives o municeps de una ciudad, pueden participar
en las asambleas populares, desempeñar cargos y honores (aunque resulta difícil porque
suelen coparlos las oligarquías locales), deben acatar las leyes y ordenanzas de los
magistrados y, sobre todo, soportar las cargas fiscales municipales, también conocidas
como munera. Entre los munera se encuentran contribuciones pecuniarias, la prestación
de servicios públicos u aportaciones personales sin ser exigidas por la hacienda
municipal. Hay también ciudadanos que se encuentran exentos de estas cargas fiscales
o por la edad, ya que ni los menores de veinticinco años ni los mayores de sesenta
estaban obligados a contribuir al fisco, por tener un alto número de hijos, por ser
veteranos del ejército, o por desempeñar unos determinados cargos como pueden ser los
oficios de marineros, retóricos, médicos y auxiliares del ejército. Un ejemplo de esto lo
observamos cuando, en el caso de la ley de Vipasca, cita que están exentos los maestros
y los médicos.
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La plebe participa de todos los espectáculos públicos que organiza la ciudad y sus
magistrados, como son la asistencia a los juegos circenses, a los banquetes, acude a las
termas públicas y hasta reciben dinero y alimentos por parte de la ciudad o de privados
que con ello están pidiendo el voto en la asamblea de la ciudad.
5. Esclavos y libertos
El esclavo carece de ius o derecho y no puede tener ni una propiedad privada ni una
familia (no pueden tener una esposa legítima y sus hijos pasan a ser esclavos desde su
mismo momento de nacimiento), lo que sí que puede tener es dinero ahorrado para
comprar su libertad. Los esclavos no pueden reclamar protección ante los posibles
malos tratos que les propinaran sus propietarios mientras éstos si pueden castigar hasta
con la muerte al esclavo si éste no se comporta debidamente. Las leyes de falta de
protección de los esclavos se fueron atenuando con el paso de los siglos.
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La filosofía estoica, y la doctrina cristiana, que propugnan la igualdad entre todos los
hombres, fueron suavizando los métodos esclavistas. De todos modos, puede ser un
error creer que a finales del Imperio el número de esclavos desciende, pues a comienzos
del siglo IV, el Concilio de Elvira admite la esclavitud, aunque ahora se prohíbe
expresamente a los propietarios de los esclavos el maltrato a éstos. Incluso los mismos
obispos y clérigos en general, pueden ser propietarios esclavistas, así como tener bajo
su patronato a libertos. Además, aunque propugnan la igualdad entre todos los hombres,
prohíben a los libertos llegar a ser religiosos. Más adelante, en el Concilio de Toledo, se
reconoce todo lo estipulado por el de Elvira y además el concubinato en los esclavos y
libertos.
No sólo los ricos terratenientes son propietarios de esclavos, sino que las ciudades,
municipios o colonias como organismos estatales, tenían sus propios esclavos que se
hacían cargo de las labores burocráticas, son esclavos que llegan a alcanzar grandes
precios y proceden de botines de guerra o por la compra por parte de las ciudades y
socialmente llegan a ser considerados por encima del resto de esclavos, algunos
llegaban a alcanzar un gran poder y hubo veces que el mismo Emperador tuvo que
volverles a demostrar que eran simples esclavos. En los cultos públicos ejercían de
ministros o de auxiliares.
Los libertos en Hispania, en muchos casos son reconocidos por su nombre griego o
semita, sobre todo en la zona más oriental de Hispania. Se dedicaban a sus labores
privadas y tenían la obligación de ofrecer cinco días al año de su trabajo a la ciudad,
entre los quince y los sesenta años.
Hubo muchos libertos que poseían grandes fortunas y que llegaron a comprar su
libertad. Los libertos pueden acceder a cargos públicos aunque no a las
magistraturas municipales.
Los libertos públicos se encuentran en una situación de privilegio con respecto a los
libertos privados y frecuentemente consiguen enriquecerse con mayor facilidad. Estas
diferencias son aún más acusadas en los libertos que habían desempeñado funciones
para el Emperador, pues llegaron a alcanzar importantes puestos en la administración
del estado. En Hispania, libertos públicos desempeñaron los cargos de procuradores, o
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fueron gerentes de las minas como en el caso de Riotinto. La ley de Urso da a los
libertos la posibilidad de alcanzar el cargo de decuriones. Pero entre los cargos más
ansiados por los libertos del Emperador, se encuentran los de Seviri Augustales o
servidores en las ceremonias oficiales y solemnes del culto al Emperador. Este caso se
da en la ciudad de Sagunto.
A menudo, los libertos son propietarios de comercios y de prósperos negocios, esto los
sitúa como un grupo económicamente acomodado. Para las ciudades, la marginación de
los libertos para desarrollar magistraturas locales llegó a ser un obstáculo ya que no
invirtieron sus fortunas en la construcción de edificios públicos, termas, etc., pues no
luchaban por la carrera del honor en principio, aunque sabemos que hubo libertos
que, por su gran poder económico y social llegaron a ocupar puestos en las
magistraturas y en la curia de los municipios. CONTRADICCIÓN?????
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indicación de la familia y el grupo suprafamiliar al que pertenecía.
Existían jerarquías de índole política, militar o religiosa, que decidían el puesto social.
Esta jerarquía se apoyaba en dos elementos, la edad y la dignidad, que jugaban un papel
fundamental en el “consejo”, la máxima autoridad del grupo social.
El vino hispano no era considerado de los mejores, pero sí que era un excelente vino
corriente; el de mejor calidad era el de los viñedos cercanos a Lauro (Llerona del
Vallès, al NW de Barcelona), los de la Layetania y los situados en las proximidades de
Tarragona. Este producto se exportaba al norte de África, Italia, Germania, sur de
Britania y norte de Galia (a través del Ródano y Mosela) desde los puertos de
Emporiae (Ampurias), Iluro, Barcino (Barcelona), Tarraco (Tarragona), Dianium
(Denia) y Saguntum (Sagunto). Así hasta que a partir del siglo II d.C. deja de elaborarse
vino en la Tarraconense y en la Bética.
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El aceite en el mundo antiguo mediterráneo tenía un uso muy variado: cocinar, hacer
medicinas, uncir los cuerpos de los atletas y como medio de iluminación. El aceite
hispano se producía en grandes propiedades situadas en el valle del Guadalquivir, entre
Hispalis (Sevilla) y Corduba (Córdoba) y se transportaba en ánforas globulares
(Dressel 20). Gracias a los tituli picti escritos sobre estos contenedores conocemos
muchos datos sobre la producción y comercialización de este producto: el peso del
ánfora vacía, el nombre del comerciante, la cantidad de aceite de oliva contenido, la
facturación, la hacienda a la que pertenecía el aceite, el nombre de la persona que pesó
el aceite, etc.
Los mercados más importantes de aceite bético se encontraban en Italia, sur de la Galia
Narbonense y las costas de España y Portugal; un ejemplo de su presencia en Italia es el
Monte Testaccio en Roma: una elevación formada por un amontonamiento de
aproximadamente cuarenta millones de ánforas, el equivalente a 2.000 billones de litros
de aceite.
El gran comercio de aceite cesó a partir del siglo III d.C., cuando el aceite africano
desplazó al hispano que comenzó a distribuirse en los mercados militares de Panonia,
Germania y Britania.
El negocio del aceite de oliva exigía una gran inversión y por eso estaba dominado por
grandes familias como la de los Aelii Optati de Celti (Peñaflor, cerca de Sevilla) o los
D. Caecilii de Astigi (Écija).
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fuego, sus antorchas, sus calzados; los pastores hacen sus vestidos" (Plinio, Historia
Natural, 19.26).
Para elaborar el lino se colocaban los tallos de esta planta en depósitos, sobre ellos se
ponían piedras y se echaba un flujo constante de agua tibia; después, eran expuestos al
sol durante un corto periodo y se prensaban con una máquina especial; tras esto se
desprendían las vainas de la planta de lino, se extraían las fibras y se quitaban las
impurezas.
2. Comercio y artesanía
El establecimiento de una red viaria que enlazaba con los puertos marítimos y fluviales
fue crucial en el desarrollo de un comercio marítimo exterior e interprovincial. Tres
eran los ejes de comunicación principales: la Vía Augusta por la costa mediterránea; el
eje vial del valle del Ebro que garantizaba la penetración hacia el noroeste; y la Vía de
la Plata desde Gades (Cádiz) a Asturica Augusta (Astorga).
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En el transporte por mar se utilizaban tres rutas:
También fue importante el comercio del vidrio coloreado, resultado de mezclar una
parte de arena y tres partes de soda. El centro de producción y de comercialización era
la Bética.
3. La explotación minera
La riqueza minera del suelo peninsular es explotada durante largo tiempo porque hay
metales buscados como el oro y la plata, metales útiles como el plomo y el cobre y
metales raros como el cinabrio y la calamina, aunque su explotación racional y
sistemática no comenzará hasta el Alto Imperio.
Durante los siglos I y II d. C. los distritos mineros eran los siguientes: el NOROESTE
(Galicia, Trás-os-montes, Beiras, Asturias, León, Astorga y el Bierzo), SIERRA
MORENA (Linares-La Carolina, Posadas, Serena, Azuaga-Fuenteovejuna, La Alcudia,
Montoro-Andújar, Córdoba, Los Pedroches y Sevilla), el SUROESTE (Huelva y el
Alentejo) y el SUDESTE (Cartagena-Mazarrón y Almería); los metales que se
explotaban eran oro, estaño, plata, plomo, hierro, cinabrio y calamina. Con respecto a la
época republicana ha habido un desplazamiento de la actividad minera hacia el
occidente peninsular, es estable en Sierra Morena, pero ha disminuido mucho en el
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sudeste y en las minas de la Sierra de Cartagena y de Cabezo Rajado; en el suroeste y
noroeste la actividad minera es ahora espectacular.
Los ingresos de las minas imperiales y los que provenían de otras actividades
desarrolladas dentro de la aglomeración minera iban a parar al fiscus de la provincia
donde se encontraba la mina; una excepción eran las minas de oro, cuyo producto se
transportaba directamente a Roma. En la Península Ibérica existían cuatro procuratelas
financieras con un procurador ecuestre a la cabeza: en la Tarraconense, en la Bética, en
la Lusitania y en la región astúrica-galaica; esta última en relación con las minas de oro
del noroeste. Estas oficinas financieras provinciales centralizaban, además, toda la
documentación administrativa, financiera y técnica relativa a las minas; y eran un
intermediario entre las oficinas palatinas y los distritos mineros. Esta organización
evidencia el deseo de la administración imperial por controlar y planificar la
explotación minera peninsular.
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colonos bajo el control de funcionarios estatales (procurador local de minas y sus
colaboradores). El régimen directo quizá se aplicó en las minas de oro del noroeste
debido a la magnitud de la infraestructura técnica y a la gran cantidad de mano de obra
necesarias; o por ser minas de oro. El régimen indirecto fue el habitual en la Península
Ibérica y un claro ejemplo lo tenemos en la Ley de Vipasca.
• El control sería ejercido por los servicios financieros de la diócesis de Hispania y los
beneficios se ingresarían en la caja del rationalis summarum Hispaniae o en la del
rationalis rei privatae per Hispanias.
• Había dos clases de trabajadores: los hombres libres y los metallarii. Estos últimos
eran mano de obra adscrita a la explotación minera, condición que heredaban sus
hijos, para solucionar el problema de la escasez de trabajadores.
• Las minas dependían del aparato financiero de Estado pero nada sabemos sobre
puestos y funciones.
Dos formas de explotación minera fueron las que los romanos aplicaron en la Península
Ibérica: las minas subterráneas y las minas a cielo abierto.
a) Minas subterráneas:
La extracción del mineral se realizaba siguiendo el filón, si éste era abundante era
necesario realizar una gran obra de excavación, pero si no lo era, las galerías eran
estrechas y tortuosas. La explotación consistía en seguir en profundidad los restos
minerales en superficie, el filón, sacando el mineral y retirando tan sólo la roca estéril
suficiente como para permitir el acceso. En esta tarea se empleaban mazas y cuñas; el
fuego y el agua –a veces, vinagre- ayudaban como paso previo para facilitar el trabajo
de los mineros con su instrumental: se calentaba la pared rocosa y después se echaba
sobre ella agua fría. La roca estéril se transportaba fuera de la mina usando cuerdas,
tornos y engranajes de ruedas dentadas; y el mineral, en sacos a espaldas de los mineros
o animales de tiro. A medida que avanzaba el trabajo en el túnel, era necesario sujetar
los techos y paredes bien con estructuras de madera o bien dejando islotes estériles o
con poco mineral que actuaban como pilares; evacuar el agua con norias o bombas o
mediante canales de drenaje; realizar orificios para la ventilación y procurar que las
galerías estuviesen convenientemente alumbradas, normalmente se empleaban
lamparillas de aceite.
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b) Minas a cielo abierto:
En las minas de oro en roca no hay un filón claramente indicado y por eso es necesario
abatir toda la masa y esto sólo se consigue con la explotación a cielo abierto
En las minas de oro en aluvión el sistema de explotación fue denominado por Estrabón
como crisoplisia y por Plinio arrugia o ruina montium y consistía en emplear la fuerza
del agua para abatir, arrastrar y deshacer el conglomerado aurífero, encauzar el lodo
generado a canales de lavado y, por último, eliminar los estériles.
"El tercer procedimiento supera el trabajo de los Gigantes; las montañas son minadas
a lo largo de una gran extensión mediante galerías hechas a la luz de las lámparas.
(...)."
En efecto, existe una tierra de cierto tipo de arcilla mezclada con guijarro, la llaman
gandadia, casi inexpugnable. Se la ataca con cuñas de hierro y con los mismos mazos,
y nada es más duro, sino aquello que resiste más que todas las cosas, la avidez de oro.
Acabado el trabajo de preparación, se derriban los apeos de las bóvedas desde los más
alejados; se anuncia el derrumbe y el vigía colocado en la cima de la montaña es el
único que se da cuenta de él. En consecuencia, da órdenes con gritos y con gestos para
poner en aviso a la mano de obra y, a la vez, él mismo baja volando. La montaña,
resquebrajada, se derrumba por sí misma a lo lejos, con un estruendo que no puede ser
imaginado por la mente humana, así como con un increíble desplazamiento de aire. Los
mineros victoriosos contemplan el derrumbe de la Naturaleza (...).
Las tierras que en el anterior sistema se evacuan con gran trabajo para que no ocupen
los pozos, en éste son transportadas por el agua. El oro obtenido mediante la arrugia no
se funde, sino que es oro al instante (...)" (NH, 33, 70-78).
La ruina montium no era otra cosa que realizar un red de galerías y pozos en la montaña
y hacer penetrar de golpe por ellas un gran caudal de agua, el aire se comprimía y el
agua terminaba por erosionar y transportar lo así arrasado.
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B. Profesiones y asociaciones profesionales.
La evolución del sector agrícola a lo largo del Imperio con una concentración creciente
de la propiedad agraria, afectó negativamente a la parcela familiar que vieron perder sus
tierras teniendo que emigrar a la ciudad o permanecer en el campo como jornaleros al
servicio de los grandes propietarios.
En las ciudades, la producción artesanal ocupaba a una gran parte de la población de los
no ordines. La unidad de producción era el pequeño taller en el que trabajaba el
propietario con su familia y quizás alguno/s esclavos. Eran varios los oficios de la
Hispania romana: zapateros, barberos, albañiles, alfareros, marmolistas, herreros,
barqueros, etc. Su posición era más favorable que la de los campesinos, con mayores
posibilidades de promoción social y atractivos.
Otro apartado de trabajo lo constituían los “apparitores” que eran hombres libres
contratados como funcionarios subalternos de la administración en los oficios de
pregoneros, flautistas, recaderos, contables, ordenanzas.
También estaba el servicio en los cuadros legionarios o auxiliares del ejército, abierto
desde el principio del Imperio para los que gozaban de ciudadanía romana como para
los libres sin estatuto jurídico.
Asociaciones
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productos necesarios para el aprovisionamiento de Roma. A lo largo del Imperio estas
corporaciones vieron restringida su libertad de actuación presionados por el Estado,
hasta que en el Bajo Imperio casi toda la población trabajadora tuvo que enrolarse en
corporaciones obligatorias y hereditarias.
Espectáculos y diversiones
Los acomodados ciudadanos vivían en las ciudades más importantes; donde había
edificios públicos: baños, termas, circo, teatro, foro, templos y aras de culto religioso.
Su vida discurría mayormente en estos lugares durante gran parte de la mañana y la
tarde. Todo hombre acomodado, desde muy temprano cuida del arreglo de la barba y
pelo por uno de sus esclavos o bien en las tabernae donde hay expertos profesionales. El
foro o los negocios propios o domésticos ocupan la mañana. La tarde se dedica a la vida
social, preferentemente en baños y termas, cuando no hay espectáculos extraordinarios
de circo, teatro, carreras o se preparan jornadas de caza, pesca y deporte.
Teatros, circos y anfiteatros daban ocasión de solaz extraordinario, no solo a los vecinos
de la ciudad en que se ubicaban, sino también a los viajeros ocasionales y a las
poblaciones circundantes. El costo elevado de estas representaciones fue motivo de
regulación por la administración. Sabemos que hay un cargo de Procurator de los ludi
para el mundo romano occidental.
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asistían varios miles de ciudadanos. La práctica de estos juegos en circos y anfiteatros
se hizo especialmente por profesionales; casi todos de procedencia eslava.
Por sus creencias, para los romanos la conquista de una comunidad ajena incluía
también la aceptación de sus dioses, lo que se llevó a un continuo aumento de
divinidades. Fueron los griegos quienes más influyeron en la religión romana. Su
temprana relación con ellos hizo que los romanos pronto incorporaran el culto a Apolo y
los libros sibilinos. La proliferación de los cultos griegos, que implicaban la
participación popular en fiestas, juegos, procesiones, frente al rígido culto romano
(únicamente practicado por los sacerdotes oficiales), contribuyó a la maduración de la
religión romana. Esta influencia helenística fue aumentando a lo largo del siglo II a.C.
(por el continuado contacto con Oriente), conformando una religión romana
profundamente helenizada y con un gran sincretismo entre sus dioses.
El culto al emperador
Entre los pueblos prerromanos ya existía un culto al jefe, precedente del culto al
Emperador. Anualmente y en la capital de cada una de las provincias se reunía el
concilium provinciae, integrado por los delegados de todas las ciudades. Era una
asamblea política y religiosa en la que se tomaban decisiones referentes a cada
provincia a la vez que se celebraban solemnes fiestas en honor del culto imperial. De
ella salían los nombramientos anuales de los flamines o sacerdotes encargados del culto
imperial provincial.
Todos los testimonios hacen suponer que el culto del conventus se organizó a partir de
los Flavios. Los flamines después de este cargo ocuparon otros importantes en la
administración y el ejército.
Los emperadores pretendieron que su culto se hiciera extensivo a todos los sectores
sociales económicamente desahogados. Surgiendo así en los municipios múltiples
cofradías religiosas que se ocupaban del culto imperial. (La de los Lares Augustales,
Córdoba, etc.)
Los encargados del nombramiento de los Augustales eran los magistrados municipales
exigiéndoles costear con sus bienes una parte de los gastos públicos del municipio.
En Tarraco hay un altar dedicado a Augusto (26 a.C.) Después en Emérita, Bracara (5
a.C.) Esto nos demuestra que este culto surgió en torno a los altares.
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Augusto dará a la persona del jefe un valor y aura sagrados. Octavio fusionó las
nociones latinas (genius y numen) creando una mística en torno a su persona, el genius
Caesaris, y recibió culto junto a los Lares Compitales. La herencia más importante que
dejó Augusto fue el culto imperial. Este culto motivó un fuerte vínculo de unión entre
Roma, Italia y las provincias.
Religiones orientales
Junto a la religión romana se difundieron “ex novo” cultos orientales, que englobaba
cultos de esta procedencia pero también mistéricos. Los primeros preceden en la
Península a la llegada de Roma y tiene relación con la colonización fenicio-púnica y
griega, sobreviviendo algunas divinidades a la conquista romana, si bien bajo su propia
interpretación.
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El culto imperial en España
Se fue modelando un culto imperial que debía proyectar lealtad política a Roma y al
emperador a través del sentimiento religioso. La difusión del culto al emperador osciló
durante el Imperio, y aunque empezó en vida de Augusto, su implantación llegará en el
periodo flavio y su apogeo en el s.II d.C. con los antoninos.
Del culto de los emperadores se encargaban los flamines o sacerdotes, que se llamaban
Augustales, Claudiales, Fluviales, etc. según el nombre del emperador cuya memoria se
veneraba. En los ámbitos provinciales, el culto quedó en manos de los sacerdotes de las
asambleas locales que celebraban ritos en honor a Roma y Augusto.
Fue sobre todo con los Antoninos, vinculados a Hispania, cuando el culto imperial se
popularizó con la proliferación de templos y esculturas dedicadas a la dinastía reinante y
a los emperadores muertos o la familia imperial.
El culto municipal fue la más antigua manifestación de culto imperial, realizada por los
flamines, que se elegían por consejo municipal por un año y al cabo se decidía si se les
nombraba de forma perpetua. Se dio en las tres provincias.
El culto a nivel provincial también tiene más relevancia en las zonas de menor
romanización.
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