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TEMA 5.

EVOLUCIÓN SOCIAL Y CULTURAL DE HISPANIA EN ÉPOCA


ALTOIMPERIAL

MONUMENTALIZACIÓN URBANA Y GRANDES OBRAS PÚBLICAS

Todas las ciudades, tanto las construidas por Roma como las indígenas adaptadas a
imagen y semejanza de los modelos romanos importados, contaban con un conjunto de
edificaciones que les permitía satisfacer determinadas necesidades colectivas y cumplir
así su misión de comunidades autónomas y núcleos de la administración imperial. Estos
edificios surgieron de un programa monumental básico o de reformas urbanísticas en
relación con el otorgamiento de estatutos jurídicos privilegiados.

El foro o plaza central, de forma rectangular y porticado, era el centro de la ciudad, de


cuyos laterales partían los edificios públicos, destacando la Tríada Capitolina en el lugar
central y orientado al norte. Los restantes edificios, destinados a actividades de carácter
político, jurídico y económico, eran la curia (donde estaba el senado local), la basílica
(justicia), el tabularium (archivo comunal) y múltiples tiendas que podían constituir el
macellum o mercado.

Las infraestructuras y construcciones públicas dedicadas a la higiene y ocio también


fueron importantes, destacando las necesarias para el abastecimiento de aguas – presas y
acueductos - y la conducción de aguas residuales. Las termas, fundamentales en los
hábitos romanos como complejos constructivos, también están presentes destacando
Italica, Clunia o Gijón. Los más relevantes fueron sin duda los edificios creados para los
espectáculos públicos como los teatros (Mérida, Sagunto, Italica), anfiteatros ( Italica) y
circos (Mérida).

Evolución

Con César se inicia el primer gran impulso de creación de centros urbanos, pero será
con Augusto con quien se produzca la transformación más importante del paisaje
urbano, ya que es cuando se produce un fuerte aumento de la actividad constructora,
impulsada por el propio Augusto y sufragada en parte por las élites locales, que incluye
tanto obras de infraestructura (calzadas, puentes, embalses, acueductos, etc.) como
construcciones monumentales (templos, edificios para espectáculos, termas, etc.).

De la época julio-claudia son la mayoría de los teatros de Hispania.

La época Flavio impulsó la monumentalización de los nuevos municipios y una


revitalización urbanística.

En el siglo II se aprecia un descenso en el número de nuevas construcciones, frente a un


predominio de restauraciones y modificaciones de las antiguas.

La crisis de finales del siglo II y el agotamiento de las oligarquías municipales explican

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el descenso en la realización de grandes proyectos monumentales urbanos. La ciudad
empieza su decadencia paralela a un progresivo proceso de ruralización, para
finalmente, arrastrar en su ruina también al propio Imperio.

LA SOCIEDAD HISPANO-ROMANA ALTOIMPERIAL

1. Contraposición ciudadano-no ciudadano

2. Senadores y caballeros de origen hispano

Ordo Senatorialis

Está formada por la aristocracia romana y por un pequeño grupo en todo el Imperio.,
que es posible no llegue a sobrepasar los doscientos y que, desde que un miembro de la
familia lo consigue, es heredado por sus sucesores en la línea familiar. En Hispania, el
grupo senatorial está formado por los miembros de la aristocracia hispana que poseen
las mejores tierras y en grandísimas extensiones y las mayores riquezas en dinero, ya
que tenían que sobrepasar el mínimo legal estipulado de entrada en el mismo que era de
un millón de sestercios.

Los hispanos que acceden a esta categoría social lo pueden hacer por dos medios: por
un lado, la nobleza indígena enriquecida, como es el caso de los Séneca en Córdoba o
de los Trajano en Itálica. El otro modo de acceso al ordo senatorialis es el de los
grupos de emigrantes itálicos que tras siglos de estancia en Hispania, también se habían
enriquecido y que sería el caso de los Ulpios, de donde desciende Adriano. A este
grupo itálico le permite crear grandes fortunas la explotación de la minería, el
comercio, el arrendamiento del ager publicus o la gestión de los servicios de tributación
de la administración romana. Así llegan a conseguir hacerse con grandes fortunas
económicas y con grandes latifundios.

En los últimos años de la República, las aristocracias hispana aborigen e itálica


asentada en la península Ibérica, no llegan a sobrepasar el desempeño de cargos
importantes en la administración municipal, pero ya desde la dictadura de César y el
Imperio de Octavio Augusto, muchos hispanos son requeridos a desempeñar los cargos
públicos más importantes como son el consulado y la pretura, que permiten el directo
acceso al ordo senatorialis. También hay gentes se las mencionadas aristocracias que
acceden directamente a la orden senatorial por nombramiento directo del dictador o del
emperador. La promoción de hispanos hacia puestos senatoriales es continua desde la
época julio-claudia y la primera mitad del siglo I d. C. Pero el momento álgido en la
promoción de hispanos comienza con los Flavios, que están interesados en llevar a cabo
un relevo en la clase senatorial para poder garantizar la defensa de sus intereses. Tanto
Vespasiano como sus sucesores buscan el apoyo de los altos cargos provinciales.
Muchos ecuestres de época julio-claudia se vieron aupados a los puestos del orden
senatorial aprovechando esta coyuntura.

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Además de la administración local, el camino para acceder fácilmente a los senatoriales
el desempeño de las labores del sacerdocio o del flaminado del culto al Emperador.
Será a partir de Octavio Augusto cuando los hispanos comienzan a ser promocionados
al consulado y a otros cargos principales en la administración romana. Esta promoción
es continua hasta la desaparición del Imperio con algún que otro altibajo.

En los tiempos del emperador Claudio, aparece en Roma un grupo senatorial hispano
muy poderoso, tras desempeñar importantes cargos tanto en el ejército como en las
magistraturas civiles. Aquí cabría destacar la importancia de gente como los Séneca,
Lucano, Columela, Mela, Pedanious Secundus,...

Sobre todo con Vespasiano se ve crecer el número del grupo senatorial hispano en
Roma con la promoción que este emperador realizó entre las aristocracias indígenas del
Imperio, sobre todo de las occidentales, donde destaca Hispania. Este grupo tiene un
gran poder e influencia en el nombramiento como emperadores de Nerva y Trajano. De
estos estacan Lucinius Sura o Annius Verus. Lucio Licinio Sura, puede ser considerado
como el jefe del grupo occidental del grupo senatorial en Roma desde finales de la
época Flavia.

Al alcanzar los honores de pertenecer a la orden senatorial, la aristocracia hispana se ve


obligada a intervenir un tercio de su fortuna en la adquisición de tierras en Italia, lo que
termina por hacer que estas familias se afinquen en tierras italianas y que la mayoría de
ellas no regresen a Hispania, lo que llega a tener una incidencia muy negativa en la
península Ibérica, sobre todo en la Bética, en Levante y en la costa catalana, de donde
salieron la mayoría de los senadores hispanos en los siglos I y II d. C. y produce en
Hispania una fuerte descapitalización ya que se consigue que no se realicen inversiones
públicas, que de otro modo se realizarían en sus municipios de origen (teatros, termas,
templos,...).

La masiva presencia de senadores hispanos en Roma, se renueva desde Constantino,


siendo muchos de ellos cristianos que secundan la política religiosa impuesta por el
emperador, teniendo una gran importancia en este momento las jerarquías cristianas
hispanas donde sobresale Osio, el obispo de Córdoba. En estos tiempos de Constantino
destaca el senador Acilio Severo.

Ordo Equester

El ordo equester es el que sigue en importancia al orden senatorial. Los ecuestres tienen
una riqueza superior en dinero que en tierras. Suelen ser importantes comerciantes,
negociantes, que también invierten gran parte de los beneficios de sus fortunas en la
adquisición de tierras. Los ecuestres acaparan la administración, donde se les puede
encontrar dirigiendo las minas o las posesiones imperiales, como procuradores o
censores. Normalmente, es desde el flaminado provincial del culto al Emperador o
desde la carrera militar, desde donde pasan a formar parte de la orden ecuestre,
entrando a formar parte de la alta burocracia de la chancillería imperial de Roma. Aquí
ejercen una influencia muy decisiva. Contrariamente a los del grupo senatorial, gran
parte de los ecuestres vuelven a Hispania dentro de sus altos cargos militares o civiles,
a reintegrarse en la administración local o en el sacerdocio imperial provincial.

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Con las grandes fortunas que lograban en el desempeño de sus labores dentro de la
orden ecuestre, muchos de ellos las utilizaron para su propia promoción en Hispania,
por medio de la inversión patrocinando servicios públicos y obras a favor de la ciudad,
muestras de estos casos son conocidos por medio de la epigrafía

3. Las élites locales

Con la implantación del modelo romano de ciudad en Hispania, se crea una serie de
puestos de gobierno en las comunidades ya existentes o de nueva fundación, lo que
provocó la elección de las primeras magistraturas de corte romano en las que ya desde
los finales de la República está documentada la existencia de los cargos de duunviros,
cuatroviros, ediles y cuestores.

La aparición de estas incipientes magistraturas se localiza únicamente en los territorios


integrados dentro de la órbita romana en la época republicana, y ya en la época de César
y Octavio Augusto el sistema de recompensas para las comunidades leales permitirá el
surgimiento de nuevos municipios y colonias, siendo las primeras comunidades locales
que se adhieren a esta política de recompensas las de la Bética y las del litoral
tarraconense (las primeras en ser romanizadas).

Entre los titulares de estas nuevas magistraturas importadas de Roma, no faltan los
descendientes de las antiguas aristocracias locales que vienen ocupando los puestos de
dirección de sus comunidades. También se encuentran veteranos del ejército a los que
al licenciarse, el reparto de tierras les coloca en posiciones privilegiadas en estos
núcleos, si bien algunas de estas magistraturas recaen también en gentes venidas de
fuera, en concreto, en manos de itálicos, que llegan a Hispania en busca de fortuna que
esperan obtener mediante oportunidades comerciales, tierras o concesiones mineras.
Ejemplos de estas personas venidas de fuera pueden ser los Numisios o los Planios de
Cartagena.

Roma busca una eficacia administrativa y una defensa de los intereses romanos en los
grupos dirigentes, a cambio de la cual ofrece a estos, posibilidades de promoción social
y familiar. Duunviros, ediles, cuestores, senado local y orden decurional forman un
modelo de gobierno que favorece las relaciones con el Estado y que logra diversificar
las actuaciones del gobierno de las comunidades locales. El liderazgo político de las
élites locales viene apoyado por posiciones iniciales de privilegio que deben buscarse
en la riqueza o en la posesión de tierras y amplias clientelas. Sin embargo, el sistema
romano asegura un proceso electoral que permite renovar la dirección de las ciudades,
lo que hace que la aristocracia local deba legitimar su posición política a través del
proceso electoral.

Las elecciones, documentadas en las comunidades hispanas desde la ley de Urso,


muestran una permanente renovación de las personas y familias que ocupan las
diferentes magistraturas, sobre todo, cuando la legislación electoral impide un mandato
consecutivo de una magistratura y obliga a dejar periodo mínimo de cinco años antes de
la repetición de un cargo.

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Desde la época flavia, la posesión del ius latii (concedido por Vespasiano a Hispania),
bastaba para poder desempeñar cargos en las magistraturas municipales. El
cumplimiento de cualquiera de estas funciones basta para obtener la plena ciudadanía
romana y hacerla extensiva al resto de la familia, por línea sanguínea.

Desde la época de Octavio Augusto, las ciudades acogen también el nuevo culto al
Emperador, que hace que aumente el número de cargos electos de cada año, pues se
incorporan a estos los flamines o sacerdotes. Por la documentación que nos facilita la
epigrafía, sabemos que esta función pública es ejercida por individuos que, por lo
general, ya han tenido algún cargo en alguna de las magistraturas locales, lo que hace
que en las ciudades se active el proceso de promoción personal que hará que aparezcan
las elites urbanas.

Normalmente, las elites locales demuestran su poder según la riqueza que tuvieran en
tierras, en el aspecto económico o en el comercial. En la Bética, las elites están ligadas
a la producción y distribución de aceite, a la producción agrícola general o al comercio
fluvial. En el interior peninsular, los grupos familiares que ocupan las magistraturas
durante las primeras generaciones de la época Julio - Claudia, parece que proceden de
otros territorios, en especial de Levante, aunque no deben faltar también gentes
naturales de estas regiones interiores, y su capital lo encontramos, básicamente, ligado a
la propiedad de la tierra.

Debido al diferente marco geográfico en el que se localizan, aparecen las diferencias


entre unas elites locales y otras. En el proceso electoral de ciudades como Sagunto o
Córdoba, donde podemos encontrar a muchas familias con pretensiones en las
magistraturas locales, el número de candidatos a las mismas es bastante más elevado
que en localidades del interior como Clunia, en donde su menor número de habitantes
limita la oferta de individuos dispuestos a cubrir las magistraturas. Sin embargo, una
vez alcanzada la ansiada magistratura, no existe diferencia entre un magistrado, por
ejemplo de Barcelona, y otro de Ercavira, donde las condiciones de renta mínima en
torno a los cien mil sestercios que hacen falta para entrar a formar parte de la orden
decurional y que necesitaría el de Barcelona, no lo requiere el de Ercavira al tener en
cuenta que allí es necesario realizar la elección todos los años y que una ciudad
pequeña es incapaz de garantizar ese ritmo de candidatos que cumplan con las
exigencias económicas y que puedan cubrir las magistraturas locales cada año.

El salto desde las magistraturas de la ciudad, desde el orden decurional a niveles


superiores de la pirámide social, empezando por el orden ecuestre, pasa frecuentemente
por el desempeño de funciones intermedias del ámbito provincial. Este es el caso del
sacerdocio al culto del Emperador o flaminado provincial. Para desarrollar este puesto,
es necesario contar con el apoyo del concilio provincial y normalmente recae en
individuos que antes habían ostentado el poder en las magistraturas locales.

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4. Las plebes urbanas

La plebe es la clase social más numerosa de la Hispania romana. Son pocos los
miembros de la plebe que experimentan una promoción a clases superiores, pero, sin
embargo, este grupo social sí aprecia una ampliación al entrar a formar parte de él
pequeños terratenientes, que durante el Bajo Imperio se convierten en colonos con la
pérdida de sus fortunas. La forma de escalar hacia las clases medias por parte de la
plebe es quizás, la entrada en el servicio militar.

Al principio del Imperio, la plebe tiene dos categorías, que son, por un lado, los que
gozan del estatuto jurídico de cives romano o cives local de un municipio indígena, y
por otro lado, los hombres libres sin estatuto de cives, que suelen ser simples
campesinos. Cuando Vespasiano concede el ius latti a toda Hispania, el derecho de
ciudadanía va ligado a la pertenencia a una determinada ciudad y esto da unos
determinados derechos, ya que al ser cives o municeps de una ciudad, pueden participar
en las asambleas populares, desempeñar cargos y honores (aunque resulta difícil porque
suelen coparlos las oligarquías locales), deben acatar las leyes y ordenanzas de los
magistrados y, sobre todo, soportar las cargas fiscales municipales, también conocidas
como munera. Entre los munera se encuentran contribuciones pecuniarias, la prestación
de servicios públicos u aportaciones personales sin ser exigidas por la hacienda
municipal. Hay también ciudadanos que se encuentran exentos de estas cargas fiscales
o por la edad, ya que ni los menores de veinticinco años ni los mayores de sesenta
estaban obligados a contribuir al fisco, por tener un alto número de hijos, por ser
veteranos del ejército, o por desempeñar unos determinados cargos como pueden ser los
oficios de marineros, retóricos, médicos y auxiliares del ejército. Un ejemplo de esto lo
observamos cuando, en el caso de la ley de Vipasca, cita que están exentos los maestros
y los médicos.

En el norte de la península, la mano de obra es predominantemente libre y así lo


demuestran las inscripciones halladas en la región. También hay mano de obra esclava,
aunque no es tan importante como en otras regiones como puede ser la Bética. La
epigrafía del norte apenas da referencias a mano de obra esclava. La progresiva
desaparición de la esclavitud a partir del siglo II d. C., permite que la mano de obra
libre participe en trabajos como el comercio de exportación de bienes, la industria, e
incluso en la minería. Así se puede apreciar un gran número de hombres libres
trabajando en las minas de Riotinto, y Vipasca. Estos hombres libres son los llamados
mercenarii.

Buena parte de la plebe se dedicaba a trabajos como la artesanía, donde algunos


llegaron a alcanzar fama como es el caso de los fabricantes de herramientas de Bilbilis
y Toletum o las telas de la Bética. Por lo general, los talleres artesanos solían se de
carácter familiar, aunque también los hay que pertenecen a varias personas, creando
pequeñas cooperativas. Nunca suelen sobrepasar estas industrias artesanas un número
de cuarenta trabajadores, entre esclavos y hombres libres. Estos talleres buscan
exclusivamente facilitar el abastecimiento de la ciudad.

Muchas son las familias de artesanos que, gracias a la prosperidad de su industria,


logran encontrarse en un grado medio entre los desposeídos y la oligarquía municipal.

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La plebe participa de todos los espectáculos públicos que organiza la ciudad y sus
magistrados, como son la asistencia a los juegos circenses, a los banquetes, acude a las
termas públicas y hasta reciben dinero y alimentos por parte de la ciudad o de privados
que con ello están pidiendo el voto en la asamblea de la ciudad.

5. Esclavos y libertos

El colectivo de esclavos es uno de los más importantes de la sociedad romana en


general y en concreto en la hispana. Los esclavos desarrollan un importantísimo papel
como mano de obra burocrática, en el comercio, en la minería, la agricultura, la
educación y en el servicio doméstico: los esclavos no son los únicos que ejercen como
mano de obra, sino que también lo hacen ciudadanos hispanos libres. De todos modos,
los ricos terratenientes tienen en la posesión de esclavos un modo de mostrar su poder y
además, son mano de obra muy barata que les permite aumentar sus rentas y la
productividad de sus negocios, tierras, etc.

La esclavitud se debe estudiar como una institución básica en el sistema capitalista -


esclavista. Ante la ley, los esclavos no tienen ningún tipo de derecho, pero esto es lo
único que une a unos esclavos con otros, pues estos son tratados de un modo o de otro,
dependiendo de la labor que ejerzan. Los esclavos que se dedican a la minería y a la
agricultura se encuentran en unas condiciones nefastas, mientras que los esclavos que
trabajan en el servicio doméstico, educación, en las ricas villae, en el comercio, los
esclavos del estado, municipios o los que se dedican a la burocracia imperial, gozan de
una libertad y un modo de vida muy cómodo. Llegan a vivir, incluso, hasta mejor que
muchos de los miembros de la plebe. Incluso, pueden tener en su mano un gran poder y
bienes propios.

El esclavo carece de ius o derecho y no puede tener ni una propiedad privada ni una
familia (no pueden tener una esposa legítima y sus hijos pasan a ser esclavos desde su
mismo momento de nacimiento), lo que sí que puede tener es dinero ahorrado para
comprar su libertad. Los esclavos no pueden reclamar protección ante los posibles
malos tratos que les propinaran sus propietarios mientras éstos si pueden castigar hasta
con la muerte al esclavo si éste no se comporta debidamente. Las leyes de falta de
protección de los esclavos se fueron atenuando con el paso de los siglos.

En Hispania nos encontramos con un importante contingente de esclavos procedentes


de Oriente, que constituían una mano de obra especializada. Estos esclavos orientales
suelen ser de origen griego - como los de Clunia -, si bien la mayoría de los esclavos en
la península Ibérica son de procedencia itálica. El capital italiano continúa entrando en
Hispania durante largo tiempo, y junto a estos capitales llegan los esclavos italianos,
que vienen a hacerse cargo de importantes villas y explotaciones agrarias, ganaderas o
industriales. Los ricos terratenientes itálicos llegan a poseer la mitad de los esclavos y
llegan también a figurar como los patrones que más esclavos manumiten,
convirtiéndolos en libertos. También hay muchos hispanos propietarios de esclavos y
patronos de libertos. Blázquez recoge en testos de Marcial y Colmuela que "a
comienzos del siglo I y durante el II d. C. abundan los esclavos en la producción
hispana y en el comercio de aceite y vino, sobre todo en la Bética. Pero desde mediados
del siglo III priva la mano de obra libre; incluso en las minas"1.

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La filosofía estoica, y la doctrina cristiana, que propugnan la igualdad entre todos los
hombres, fueron suavizando los métodos esclavistas. De todos modos, puede ser un
error creer que a finales del Imperio el número de esclavos desciende, pues a comienzos
del siglo IV, el Concilio de Elvira admite la esclavitud, aunque ahora se prohíbe
expresamente a los propietarios de los esclavos el maltrato a éstos. Incluso los mismos
obispos y clérigos en general, pueden ser propietarios esclavistas, así como tener bajo
su patronato a libertos. Además, aunque propugnan la igualdad entre todos los hombres,
prohíben a los libertos llegar a ser religiosos. Más adelante, en el Concilio de Toledo, se
reconoce todo lo estipulado por el de Elvira y además el concubinato en los esclavos y
libertos.

La existencia de esclavos se da en toda la península, aunque debemos tener en cuenta


que dónde más los vamos a encontrar es en la región mediterránea y en la Bética, así
como en todas las regiones mineras como puede ser el caso de las Médulas. En los
latifundios de los primeros tiempos del Imperio, prevalece la esclavitud como el modo
principal de explotación. En la ley de Vipasca son mencionados una serie de oficios que
suelen ser desempeñados por esclavos como son médicos, pedagogos, zapateros,
barberos, albañiles, tintoreros, fundidores, músicos, notarios, esclavos domésticos,
gladiadores (el precio de estos es regulado por un decreto de Marco Aurelio hallado en
un bronce de Itálica).

No sólo los ricos terratenientes son propietarios de esclavos, sino que las ciudades,
municipios o colonias como organismos estatales, tenían sus propios esclavos que se
hacían cargo de las labores burocráticas, son esclavos que llegan a alcanzar grandes
precios y proceden de botines de guerra o por la compra por parte de las ciudades y
socialmente llegan a ser considerados por encima del resto de esclavos, algunos
llegaban a alcanzar un gran poder y hubo veces que el mismo Emperador tuvo que
volverles a demostrar que eran simples esclavos. En los cultos públicos ejercían de
ministros o de auxiliares.

El esclavo puede adquirir de su dueño la libertad, convirtiéndose en liberto.

Los libertos en Hispania, en muchos casos son reconocidos por su nombre griego o
semita, sobre todo en la zona más oriental de Hispania. Se dedicaban a sus labores
privadas y tenían la obligación de ofrecer cinco días al año de su trabajo a la ciudad,
entre los quince y los sesenta años.

El acto jurídico que regula la concesión de la libertad a un esclavo, se denomina


manumisión. Muchos de los esclavos imperiales o que ejercen cargos del culto al
Emperador consiguen alcanzar la manumisión por medio de los servicios prestados.

Hubo muchos libertos que poseían grandes fortunas y que llegaron a comprar su
libertad. Los libertos pueden acceder a cargos públicos aunque no a las
magistraturas municipales.

Los libertos públicos se encuentran en una situación de privilegio con respecto a los
libertos privados y frecuentemente consiguen enriquecerse con mayor facilidad. Estas
diferencias son aún más acusadas en los libertos que habían desempeñado funciones
para el Emperador, pues llegaron a alcanzar importantes puestos en la administración
del estado. En Hispania, libertos públicos desempeñaron los cargos de procuradores, o

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fueron gerentes de las minas como en el caso de Riotinto. La ley de Urso da a los
libertos la posibilidad de alcanzar el cargo de decuriones. Pero entre los cargos más
ansiados por los libertos del Emperador, se encuentran los de Seviri Augustales o
servidores en las ceremonias oficiales y solemnes del culto al Emperador. Este caso se
da en la ciudad de Sagunto.

A menudo, los libertos son propietarios de comercios y de prósperos negocios, esto los
sitúa como un grupo económicamente acomodado. Para las ciudades, la marginación de
los libertos para desarrollar magistraturas locales llegó a ser un obstáculo ya que no
invirtieron sus fortunas en la construcción de edificios públicos, termas, etc., pues no
luchaban por la carrera del honor en principio, aunque sabemos que hubo libertos
que, por su gran poder económico y social llegaron a ocupar puestos en las
magistraturas y en la curia de los municipios. CONTRADICCIÓN?????

ORGANIZACIONES INDÍGENAS EN LA HISPANIA INTERIOR Y


SEPTENTRIONAL

Naturaleza de las fuentes informativas

El conocimiento de las pervivencias sociales indígenas en la Hispania romana procede


sobre todo de dos tipos de fuentes: literarias y epigráficas, que plantean problemas de
interpretación y surgen de la diferente aplicación por parte de los autores latinos y por
los propios indígenas de los términos fundamentales con los que se expresan estas
relaciones (populi, gentes, gentilitates y castella) y por otro lado, de la propia extensión
temporal de dichas fuentes, que, dependiendo de la época, hacen referencias a
realidades sociales distintas.

Unidades organizativas indígenas y su papel en el orden general.

De la documentación se deduce que en toda la península y sobre todo en el área norte


pervivió la vieja onomástica indígena, lenguas y creencias y un conjunto de relaciones
familiares, sociales y religiosas diferentes a las romanas, que coexistieron con la
organización social y las formas de propiedad introducidas por Roma, que aunque
reordenó las grandes unidades territoriales apenas modificó las inferiores y en los dos
casos tuvo en cuenta la realidad social indígena, completándola o adaptándola al modelo
administrativo que tenía como base la civitas.

Las organizaciones suprafamiliares, propias del área indoeuropea, no llegaron a


cristalizar en grandes confederaciones políticas de carácter tribal. En el sistema de
relaciones suprafamiliares eran los lazos de sangre los que unían a los miembros del
grupo, que contaba con un territorio propio delimitado por accidentes naturales y con
formas de propiedad en parte comunitarias, lo que no impidió el desarrollo de la
propiedad privada.

El individuo, a través de su pertenencia a una familia, incluida en una estructura


suprafamiliar, cumplía unas funciones y normas establecidas por la comunidad según
una tradición ancestral. La relación del individuo con la comunidad se manifestaba en la
onomástica personal, compuesta de tres elementos: nombre personal, filiación o

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indicación de la familia y el grupo suprafamiliar al que pertenecía.

Existían jerarquías de índole política, militar o religiosa, que decidían el puesto social.
Esta jerarquía se apoyaba en dos elementos, la edad y la dignidad, que jugaban un papel
fundamental en el “consejo”, la máxima autoridad del grupo social.

Las organizaciones sociales indígenas mantuvieron su vigencia al lado de las romanas


durante mucho tiempo, aunque con carácter regresivo porque la dependencia de Roma
introdujo elementos que terminaron por destruir las formas indígenas, siendo el más
importante la introducción del modo de vida sedentario, la territorialización de las
unidades suprafamiliares hasta su identificación con el territorio que ocupaban o con el
núcleo de población donde residían. Con criterios administrativos los conventus fueron
divididos en unidades administrativas superiores – populi – aprovechando las grandes
unidades administrativas indígenas y dejando de funcionar sólo las de niveles inferiores.
Un siguiente paso paralelo a la extensión de la propiedad privada, fue que estos populi
se transformaron en civitates, alrededor de un núcleo urbano, con lo que se produjo el
proceso de desintegración de las relaciones suprafamiliares que en el s.III sólo se
mantenían en áreas pobres y alejadas de las vías de comunicación. Las creencias
religiosas fueron las únicas que mostraron una gran resistencia.

DESARROLLO ECONÓMICO EN LA HISPANIA ALTOIMPERIAL

A. Los sectores productivos

1. Agricultura, ganadería, pesca.


2. Comercio y artesanía.
3. La minería.

1. La explotación agrícola, ganadera y piscícola

La producción agrícola en Hispania se centraba principalmente en tres productos: el


vino, el aceite y el trigo; su marco de explotación fueron las grandes propiedades con
mano de obra esclava, que se extendieron por toda la Bética, el Levante y la cuenca
baja del Tajo. Estos productos acabaron dominando los mercados del Imperio romano
de Occidente.

El vino hispano no era considerado de los mejores, pero sí que era un excelente vino
corriente; el de mejor calidad era el de los viñedos cercanos a Lauro (Llerona del
Vallès, al NW de Barcelona), los de la Layetania y los situados en las proximidades de
Tarragona. Este producto se exportaba al norte de África, Italia, Germania, sur de
Britania y norte de Galia (a través del Ródano y Mosela) desde los puertos de
Emporiae (Ampurias), Iluro, Barcino (Barcelona), Tarraco (Tarragona), Dianium
(Denia) y Saguntum (Sagunto). Así hasta que a partir del siglo II d.C. deja de elaborarse
vino en la Tarraconense y en la Bética.

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El aceite en el mundo antiguo mediterráneo tenía un uso muy variado: cocinar, hacer
medicinas, uncir los cuerpos de los atletas y como medio de iluminación. El aceite
hispano se producía en grandes propiedades situadas en el valle del Guadalquivir, entre
Hispalis (Sevilla) y Corduba (Córdoba) y se transportaba en ánforas globulares
(Dressel 20). Gracias a los tituli picti escritos sobre estos contenedores conocemos
muchos datos sobre la producción y comercialización de este producto: el peso del
ánfora vacía, el nombre del comerciante, la cantidad de aceite de oliva contenido, la
facturación, la hacienda a la que pertenecía el aceite, el nombre de la persona que pesó
el aceite, etc.

Estas ánforas se transportaban por el Guadalquivir y el Genil en barcazas hasta Hispalis


(Sevilla), una vez allí se trasladaban a grandes navíos, propiedad de ricos terratenientes
(navicularii) o de sus libertos, para navegar hacia la desembocadura del Guadalquivir y
desde allí a Ostia, el puerto de Roma. El viaje duraba aproximadamente una semana.

Los mercados más importantes de aceite bético se encontraban en Italia, sur de la Galia
Narbonense y las costas de España y Portugal; un ejemplo de su presencia en Italia es el
Monte Testaccio en Roma: una elevación formada por un amontonamiento de
aproximadamente cuarenta millones de ánforas, el equivalente a 2.000 billones de litros
de aceite.

El gran comercio de aceite cesó a partir del siglo III d.C., cuando el aceite africano
desplazó al hispano que comenzó a distribuirse en los mercados militares de Panonia,
Germania y Britania.

El negocio del aceite de oliva exigía una gran inversión y por eso estaba dominado por
grandes familias como la de los Aelii Optati de Celti (Peñaflor, cerca de Sevilla) o los
D. Caecilii de Astigi (Écija).

La ganadería fue otra de las principales fuentes de riqueza de la Península Ibérica y la


base de la alimentación de sus habitantes, era muy abundante y destacan principalmente
los toros de la Bética y la abundancia de ganado caballar y ovino en el sur.

En relación con la agricultura y ganadería está la industria textil, centrada en la


producción de lana y de lino. La abundancia de rebaños de ovejas en la Bética y en la
Meseta central explica el desarrollo de la industria textil de la lana en estas dos zonas.
La producción de lino se situaba en las zonas costeras y fluviales de las tres provincias
hispanas: "En la Hispania Citerior, a causa de las aguas del torrente que baña el
Tarracón, hay también un lino de blancura extraordinaria. Su finura es admirable y es
allí donde se han establecido los primeros talleres de carbaso. De la misma Hispania, y,
desde hace poco tiempo, se importa en Italia el lino zoélico, utilísimo en las redes de
caza. Esta ciudad es Gallaecia y se halla junto al Océano" (Plinio, Historia Natural,
19.10). De gran importancia era una de sus variedades, el esparto, utilizado en la
fabricación de zapatillas pero sobre todo en la de cuerdas y velas para navíos: "(...)
trátase de una hierba que crece espontáneamente y que no puede sembrarse (...). En la
Hispania Citerior se encuentra en una zona de la Cartaginense, y sólo en parte, donde lo
hace inclusive en las montañas. Los campesinos confeccionan con él sus lechos, su

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fuego, sus antorchas, sus calzados; los pastores hacen sus vestidos" (Plinio, Historia
Natural, 19.26).

Para elaborar el lino se colocaban los tallos de esta planta en depósitos, sobre ellos se
ponían piedras y se echaba un flujo constante de agua tibia; después, eran expuestos al
sol durante un corto periodo y se prensaban con una máquina especial; tras esto se
desprendían las vainas de la planta de lino, se extraían las fibras y se quitaban las
impurezas.

La riqueza pesquera de las costas meridionales de la Lusitania, Bética y Tarraconense


convirtió a Hispania en uno de los mayores productores y exportadores de pescado en
salazón y de garum. Las factorías de salazón se encontraban a orillas del mar y alejadas
de las ciudades, de esta manera se facilitaba el abastecimiento de pescado y el acceso a
los principales puertos, por un lado, y se evitaba a la ciudad el fuerte y desagradable
hedor a pescado, por otro. Uno de las principales factorías está en Baelo Claudia (cerca
de Tarifa).

El proceso de elaboración consistía en quitar al pescado la cabeza, las vísceras, las


huevas, las lechas y limpiar la sangre; a continuación se depositaba en tinajas un
pescado sobre otro y entre capas de sal; durante tres o más semanas se dejaba evaporar
el agua y después, ya listo para su transporte y consumo, se envasaba en ánforas. Este
manjar se exportaba desde los puertos de Gades (Cádiz), Carteia, Malaca (Málaga) y
Carthago Nova (Cartagena) a mercados en la Tarraconense, Galia, Britania, provincias
germánicas e Italia. 

2. Comercio y artesanía

El establecimiento de una red viaria que enlazaba con los puertos marítimos y fluviales
fue crucial en el desarrollo de un comercio marítimo exterior e interprovincial. Tres
eran los ejes de comunicación principales: la Vía Augusta por la costa mediterránea; el
eje vial del valle del Ebro que garantizaba la penetración hacia el noroeste; y la Vía de
la Plata desde Gades (Cádiz) a Asturica Augusta (Astorga).

La obra de Augusto fue crucial en lo relativo al desarrollo de las comunicaciones en la


Península y consistió en el aprovechamiento de vías anteriores, la organización de otras
nuevas, como la Vía Augusta (de Cádiz a Roma), y la reestructuración de todo el
sistema vial.

El aprovechamiento de la navegabilidad de los ríos hispanos fue muy importante en el


desarrollo de las comunicaciones y del comercio, porque además de abaratar el
transporte de mercancías, abría nuevas rutas: el Guadalquivir era navegable hasta
Cástulo; el Tajo hasta Salacia, a 74 km. del Cabo Espichel; la mayor parte de los ríos de
la Lusitania también eran navegables; el Duero lo era a lo largo de 150 km.; lo mismo
el Miño; y, por último, el Ebro era navegable hasta Vareia (Varea, en Logroño).

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En el transporte por mar se utilizaban tres rutas:

a) a lo largo de la costa peninsular y de la costa sur de Francia hasta Roma;


b) a lo largo de la costa norte de África, desde Marruecos a Cartago;
c) a lo largo de la costa atlántica hasta Britania y de ahí a la desembocadura del Rin.

En el Alto Imperio fue muy importante el intercambio de artículos de primera


necesidad (trigo, pescado, vino, aceite, lana, lino, cerámica, etc.) de los que Hispania
era un importante productor y por esa razón ocupó un puesto destacado en el tránsito
comercial en Occidente.

La comercialización de una de sus más importantes manufacturas, la cerámica, ya que


Hispania pasa de importar cerámica itálica y del sur de la Galia a la fabricación a gran
escala de la suya propia: la Terra Sigillata Hispanica, por un lado, y la cerámica de
paredes finas de la Bética, por otro. En un primer momento se copiarán las formas de la
cerámica subgálica, para después llegar a tener sus propios repertorios tanto en formas
como en motivos decorativos. Esta cerámica se hacía en moldes y antes de su cocción
se aplica una capa muy fina de barniz rojo anaranjado. Los dos centros más importantes
durante los siglos I y II d.C. fueron Tritium Magallum (Tricio, La Rioja) y los talleres
de Andújar, cerca de Los Villares del Caudillo. Desde allí y desde otros centros de
menor importancia se exportaba al sur de Francia, norte de África y en menor cantidad
a Italia.

También fue importante el comercio del vidrio coloreado, resultado de mezclar una
parte de arena y tres partes de soda. El centro de producción y de comercialización era
la Bética.

3. La explotación minera

La riqueza minera del suelo peninsular es explotada durante largo tiempo porque hay
metales buscados como el oro y la plata, metales útiles como el plomo y el cobre y
metales raros como el cinabrio y la calamina, aunque su explotación racional y
sistemática no comenzará hasta el Alto Imperio.

A partir del siglo I a.C. el número y la extensión de los territorios mineros


pertenecientes al Estado aumenta considerablemente al mismo tiempo que disminuye el
número de minas privadas. El Estado recupera unos por las represalias iniciadas contra
los pompeyanos, otros los ha confiscado a particulares, y por último, están los situados
en zonas recién conquistadas como los del noroeste.

Durante los siglos I y II d. C. los distritos mineros eran los siguientes: el NOROESTE
(Galicia, Trás-os-montes, Beiras, Asturias, León, Astorga y el Bierzo), SIERRA
MORENA (Linares-La Carolina, Posadas, Serena, Azuaga-Fuenteovejuna, La Alcudia,
Montoro-Andújar, Córdoba, Los Pedroches y Sevilla), el SUROESTE (Huelva y el
Alentejo) y el SUDESTE (Cartagena-Mazarrón y Almería); los metales que se
explotaban eran oro, estaño, plata, plomo, hierro, cinabrio y calamina. Con respecto a la
época republicana ha habido un desplazamiento de la actividad minera hacia el
occidente peninsular, es estable en Sierra Morena, pero ha disminuido mucho en el

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sudeste y en las minas de la Sierra de Cartagena y de Cabezo Rajado; en el suroeste y
noroeste la actividad minera es ahora espectacular.

3.1. La administración de las minas durante el imperio

Como forma de explotación continua el régimen de arrendamiento a 'empresas' o


'empresarios' ya puesto en práctica en época republicana, pero a partir del siglo I d.C.
nacen los distritos financieros imperiales, incluso en la Bética, provincia senatorial.

Los ingresos de las minas imperiales y los que provenían de otras actividades
desarrolladas dentro de la aglomeración minera iban a parar al fiscus de la provincia
donde se encontraba la mina; una excepción eran las minas de oro, cuyo producto se
transportaba directamente a Roma. En la Península Ibérica existían cuatro procuratelas
financieras con un procurador ecuestre a la cabeza: en la Tarraconense, en la Bética, en
la Lusitania y en la región astúrica-galaica; esta última en relación con las minas de oro
del noroeste. Estas oficinas financieras provinciales centralizaban, además, toda la
documentación administrativa, financiera y técnica relativa a las minas; y eran un
intermediario entre las oficinas palatinas y los distritos mineros. Esta organización
evidencia el deseo de la administración imperial por controlar y planificar la
explotación minera peninsular.

Al frente de la administración de una mina o de un número determinado de minas,


nunca de un amplio distrito minero, había un procurador local de minas, un liberto que
permanecía en el cargo durante un periodo de cinco años. Sus funciones aparecen
recogidas en la Ley de Vipasca y recuerdan en ocasiones a las de los magistrados
municipales:

• Control de la instalación minera, vigilando que el trabajo se desarrolle en buenas


condiciones porque el rendimiento presente y futuro de la mina dependía en gran
parte de ello.

• Responsables del buen funcionamiento de la vida dentro de la comunidad minera.


Son los encargados de que se respete la ley y de imponer sanciones.

• Recaudación de los ingresos de la explotación minera y las cantidades extraídas de


los derechos que pesaban sobre las diferentes actividades del distrito minero
(arrendamiento de los servicios públicos, de los productos indispensables para la vida
cotidiana, de las actividades en relación con la explotación minera como la
explotación de canteras, de diversos impuestos, etc.).

En relación con la administración minera encontramos en la documentación la


presencia de beneficiarii procuratoris Augusti, soldados que por orden de la autoridad
militar superior estaban al servicio del procurador ecuestre. Nada se sabe sobre sus
funciones concretas, pero en ningún caso dependían del procurador local de minas.

Tras este organigrama administrativo había dos regímenes de explotación diferentes: el


directo y el indirecto. En el primero los cuadros administrativos y la mano de obra son
proporcionadas por el Estado. En el segundo, el trabajo minero era realizado por

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colonos bajo el control de funcionarios estatales (procurador local de minas y sus
colaboradores). El régimen directo quizá se aplicó en las minas de oro del noroeste
debido a la magnitud de la infraestructura técnica y a la gran cantidad de mano de obra
necesarias; o por ser minas de oro. El régimen indirecto fue el habitual en la Península
Ibérica y un claro ejemplo lo tenemos en la Ley de Vipasca.

Para la administración de las minas en el Bajo Imperio apenas tenemos información,


tan sólo la que nos proporciona el Código de Teodosio y es muy escasa:

• El control sería ejercido por los servicios financieros de la diócesis de Hispania y los
beneficios se ingresarían en la caja del rationalis summarum Hispaniae o en la del
rationalis rei privatae per Hispanias.

• Se sabe de la existencia de procuratores metallorum locales, puesto desempeñado


por los curiales como una carga o munus; los procuradores libertos altoimperiales
habían sido eficaces pero eran demasiado caros.

• Había dos clases de trabajadores: los hombres libres y los metallarii. Estos últimos
eran mano de obra adscrita a la explotación minera, condición que heredaban sus
hijos, para solucionar el problema de la escasez de trabajadores.

• Las minas dependían del aparato financiero de Estado pero nada sabemos sobre
puestos y funciones.

3.2. Las técnicas mineras

Dos formas de explotación minera fueron las que los romanos aplicaron en la Península
Ibérica: las minas subterráneas y las minas a cielo abierto.

a) Minas subterráneas:

La extracción del mineral se realizaba siguiendo el filón, si éste era abundante era
necesario realizar una gran obra de excavación, pero si no lo era, las galerías eran
estrechas y tortuosas. La explotación consistía en seguir en profundidad los restos
minerales en superficie, el filón, sacando el mineral y retirando tan sólo la roca estéril
suficiente como para permitir el acceso. En esta tarea se empleaban mazas y cuñas; el
fuego y el agua –a veces, vinagre- ayudaban como paso previo para facilitar el trabajo
de los mineros con su instrumental: se calentaba la pared rocosa y después se echaba
sobre ella agua fría. La roca estéril se transportaba fuera de la mina usando cuerdas,
tornos y engranajes de ruedas dentadas; y el mineral, en sacos a espaldas de los mineros
o animales de tiro. A medida que avanzaba el trabajo en el túnel, era necesario sujetar
los techos y paredes bien con estructuras de madera o bien dejando islotes estériles o
con poco mineral que actuaban como pilares; evacuar el agua con norias o bombas o
mediante canales de drenaje; realizar orificios para la ventilación y procurar que las
galerías estuviesen convenientemente alumbradas, normalmente se empleaban
lamparillas de aceite.

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b) Minas a cielo abierto:

En la Península Ibérica se aplicó está técnica de explotación en los yacimientos


auríferos que eran de dos tipos: las minas de oro en roca y las minas de oro en aluvión.
En el primer caso se trataba de yacimientos primarios, el oro se encuentra ligado a
gangas (cuarzo) y a diversas menas minerales; en el segundo caso es un yacimiento
secundario y es el resultado de la erosión del anterior, de su transporte por una corriente
fluvial y de su deposición como aluvión, el oro está libre en forma de pepitas.

En las minas de oro en roca no hay un filón claramente indicado y por eso es necesario
abatir toda la masa y esto sólo se consigue con la explotación a cielo abierto

En las minas de oro en aluvión el sistema de explotación fue denominado por Estrabón
como crisoplisia y por Plinio arrugia o ruina montium y consistía en emplear la fuerza
del agua para abatir, arrastrar y deshacer el conglomerado aurífero, encauzar el lodo
generado a canales de lavado y, por último, eliminar los estériles.

Así describe Plinio la ruina montium:

"El tercer procedimiento supera el trabajo de los Gigantes; las montañas son minadas
a lo largo de una gran extensión mediante galerías hechas a la luz de las lámparas.
(...)."

En efecto, existe una tierra de cierto tipo de arcilla mezclada con guijarro, la llaman
gandadia, casi inexpugnable. Se la ataca con cuñas de hierro y con los mismos mazos,
y nada es más duro, sino aquello que resiste más que todas las cosas, la avidez de oro.

Acabado el trabajo de preparación, se derriban los apeos de las bóvedas desde los más
alejados; se anuncia el derrumbe y el vigía colocado en la cima de la montaña es el
único que se da cuenta de él. En consecuencia, da órdenes con gritos y con gestos para
poner en aviso a la mano de obra y, a la vez, él mismo baja volando. La montaña,
resquebrajada, se derrumba por sí misma a lo lejos, con un estruendo que no puede ser
imaginado por la mente humana, así como con un increíble desplazamiento de aire. Los
mineros victoriosos contemplan el derrumbe de la Naturaleza (...).

Las tierras que en el anterior sistema se evacuan con gran trabajo para que no ocupen
los pozos, en éste son transportadas por el agua. El oro obtenido mediante la arrugia no
se funde, sino que es oro al instante (...)" (NH, 33, 70-78).

La ruina montium no era otra cosa que realizar un red de galerías y pozos en la montaña
y hacer penetrar de golpe por ellas un gran caudal de agua, el aire se comprimía y el
agua terminaba por erosionar y transportar lo así arrasado.

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B. Profesiones y asociaciones profesionales.

Desarrolladas por la inmensa mayoría de la población libre de las ciudades hispanas,


que constituían la plebe, siendo sobre todo en el sector agropecuario donde ejercía sus
actividades económicas, aunque existían también comerciantes y artesanos, además de
desheredados que vivían de las liberalidades públicas proporcionadas por las oligarquías
municipales o se alquilaban como jornaleros para faenas agrícolas temporales.

La evolución del sector agrícola a lo largo del Imperio con una concentración creciente
de la propiedad agraria, afectó negativamente a la parcela familiar que vieron perder sus
tierras teniendo que emigrar a la ciudad o permanecer en el campo como jornaleros al
servicio de los grandes propietarios.

En las ciudades, la producción artesanal ocupaba a una gran parte de la población de los
no ordines. La unidad de producción era el pequeño taller en el que trabajaba el
propietario con su familia y quizás alguno/s esclavos. Eran varios los oficios de la
Hispania romana: zapateros, barberos, albañiles, alfareros, marmolistas, herreros,
barqueros, etc. Su posición era más favorable que la de los campesinos, con mayores
posibilidades de promoción social y atractivos.

Otro apartado de trabajo lo constituían los “apparitores” que eran hombres libres
contratados como funcionarios subalternos de la administración en los oficios de
pregoneros, flautistas, recaderos, contables, ordenanzas.

También estaba el servicio en los cuadros legionarios o auxiliares del ejército, abierto
desde el principio del Imperio para los que gozaban de ciudadanía romana como para
los libres sin estatuto jurídico.

Asociaciones

Los individuos de las capas bajas urbanas podían organizarse en “collegia” o


asociaciones de diferente carácter que les permitía disfrutar de ciertos beneficios. En
Hispania existieron collegia de carácter religioso, funerario, y sobre todo, profesionales,
jóvenes y militares, con una organización similar a los del resto del Imperio romano.

Las asociaciones profesionales reunían a miembros de una profesión común y su


nombre lo tomaban de la industria u oficio que ejercían. Su carácter era privado, aunque
tenían funcionalidad pública, ya que sus actividades estaban conectadas con organismos
oficiales. Su finalidad era fortalecerse con la unión para poder defender mejor sus
intereses comunes y conseguir mayores consideraciones y ventajas, pues eran clases
poco influyentes.

Las ciudades del Imperio favorecieron el desarrollo de estos colegios profesionales,


porque las magistraturas municipales podían utilizarlos para trabajos de utilidad pública,
con lo que se estableció una estrecha colaboración entre los organismos oficiales y estos
collegia, que jugaron un importante papel en la vida municipal, destacando el “tria
collegia pricipalia”: collegia de fabri: trabajadores relacionados con la construcción.
Centonarii, fabricantes de toldos y lonas; dendrophoris, relacionados con la industria de
la madera, su transporte y comercio. Además de éstos, existían colegios de todo tipo de
profesiones y oficios, destacando comerciantes, almacenistas y transportistas de

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productos necesarios para el aprovisionamiento de Roma. A lo largo del Imperio estas
corporaciones vieron restringida su libertad de actuación presionados por el Estado,
hasta que en el Bajo Imperio casi toda la población trabajadora tuvo que enrolarse en
corporaciones obligatorias y hereditarias.

EXPANSIÓN DE LAS FORMAS CULTURALES ROMANAS EN HISPANIA

Lengua y cultura latinas

La cultura de la Hispania romana es inseparable del proceso de romanización, que se


basa en dos pilares fundamentales: la latinización y la urbanización. La extensión de la
lengua latina como vehículo colectivo de comunicación y la generalización del
urbanismo de corte romano como modelo de espacio de convivencia social muestran en
sus manifestaciones la integración progresiva de las provincias hispanas en la cultura
romana.

Con la conquista de la península se inició la sustitución de las lenguas ibéricas por el


latín, si bien hasta la República coexistieron ambas dándose fenómenos de bilingüismo.

La transmisión del latín se hizo a través de diferentes vías: el ejército, la administración,


el comercio y sobre todo, la emigración romano-itálica. Este proceso de latinización se
completó a lo largo del primer siglo del Imperio al compás de la urbanización.

Con la lengua se introdujo en Hispania el sistema educativo romano, que se fue


extendiendo al propio ritmo de la urbanización desde comienzos del Imperio.

Espectáculos y diversiones

Los acomodados ciudadanos vivían en las ciudades más importantes; donde había
edificios públicos: baños, termas, circo, teatro, foro, templos y aras de culto religioso.
Su vida discurría mayormente en estos lugares durante gran parte de la mañana y la
tarde. Todo hombre acomodado, desde muy temprano cuida del arreglo de la barba y
pelo por uno de sus esclavos o bien en las tabernae donde hay expertos profesionales. El
foro o los negocios propios o domésticos ocupan la mañana. La tarde se dedica a la vida
social, preferentemente en baños y termas, cuando no hay espectáculos extraordinarios
de circo, teatro, carreras o se preparan jornadas de caza, pesca y deporte.

Teatros, circos y anfiteatros daban ocasión de solaz extraordinario, no solo a los vecinos
de la ciudad en que se ubicaban, sino también a los viajeros ocasionales y a las
poblaciones circundantes. El costo elevado de estas representaciones fue motivo de
regulación por la administración. Sabemos que hay un cargo de Procurator de los ludi
para el mundo romano occidental.

Lo más espectacular de las actividades circenses correspondía a los gladiadores y


conductores de carros. Se conoce muchos aspectos de estos deportes y juegos circenses,
el público hispano se apasionaba con aquellas competiciones y espectáculos a los que

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asistían varios miles de ciudadanos. La práctica de estos juegos en circos y anfiteatros
se hizo especialmente por profesionales; casi todos de procedencia eslava.

LAS FORMAS RELIGIOSAS

Difusión de los cultos del panteón greco-latino

Por sus creencias, para los romanos la conquista de una comunidad ajena incluía
también la aceptación de sus dioses, lo que se llevó a un continuo aumento de
divinidades. Fueron los griegos quienes más influyeron en la religión romana. Su
temprana relación con ellos hizo que los romanos pronto incorporaran el culto a Apolo y
los libros sibilinos. La proliferación de los cultos griegos, que implicaban la
participación popular en fiestas, juegos, procesiones, frente al rígido culto romano
(únicamente practicado por los sacerdotes oficiales), contribuyó a la maduración de la
religión romana. Esta influencia helenística fue aumentando a lo largo del siglo II a.C.
(por el continuado contacto con Oriente), conformando una religión romana
profundamente helenizada y con un gran sincretismo entre sus dioses.

El culto al emperador

Entre los pueblos prerromanos ya existía un culto al jefe, precedente del culto al
Emperador. Anualmente y en la capital de cada una de las provincias se reunía el
concilium provinciae, integrado por los delegados de todas las ciudades. Era una
asamblea política y religiosa en la que se tomaban decisiones referentes a cada
provincia a la vez que se celebraban solemnes fiestas en honor del culto imperial. De
ella salían los nombramientos anuales de los flamines o sacerdotes encargados del culto
imperial provincial.

El culto al Emperador en la Península estuvo limitado a los conventus Lucensis,


Bracaraugustanus, Asturicensis, Cluniensis y Carthaginensis.

Todos los testimonios hacen suponer que el culto del conventus se organizó a partir de
los Flavios. Los flamines después de este cargo ocuparon otros importantes en la
administración y el ejército.

Los emperadores pretendieron que su culto se hiciera extensivo a todos los sectores
sociales económicamente desahogados. Surgiendo así en los municipios múltiples
cofradías religiosas que se ocupaban del culto imperial. (La de los Lares Augustales,
Córdoba, etc.)

Los encargados del nombramiento de los Augustales eran los magistrados municipales
exigiéndoles costear con sus bienes una parte de los gastos públicos del municipio.

En Tarraco hay un altar dedicado a Augusto (26 a.C.) Después en Emérita, Bracara (5
a.C.) Esto nos demuestra que este culto surgió en torno a los altares.

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Augusto dará a la persona del jefe un valor y aura sagrados. Octavio fusionó las
nociones latinas (genius y numen) creando una mística en torno a su persona, el genius
Caesaris, y recibió culto junto a los Lares Compitales. La herencia más importante que
dejó Augusto fue el culto imperial. Este culto motivó un fuerte vínculo de unión entre
Roma, Italia y las provincias.

La religión indígena: supervivencia y adaptación

La religiosidad indígena subsistió a pesar de la difusión de la religión romana y las


religiones orientales, a través de diferentes procedimientos como la interpretatio , el
sincretismo con las nuevas divinidades o simplemente pervivió sin modificaciones
importantes.

En la península había más de trescientas divinidades antes de la llegada romana, luego


más que de religión indígena es preciso hablar de religiones, con sus ritos, mitos,
doctrina, etc, que pervivieron en una gran mayoría traspasando los límites de la
Antigüedad y continuar vigentes durante la cristianización. La característica del mapa
religioso de los pueblos prerromanos es la heterogeneidad, al igual que en los planos
político y cultural.

Religiones orientales

Junto a la religión romana se difundieron “ex novo” cultos orientales, que englobaba
cultos de esta procedencia pero también mistéricos. Los primeros preceden en la
Península a la llegada de Roma y tiene relación con la colonización fenicio-púnica y
griega, sobreviviendo algunas divinidades a la conquista romana, si bien bajo su propia
interpretación.

En cuanto a las de carácter mistérico, introducidas en Roma en época republicana,


también se difundieron en Hispania.

En el marco de las religiones orientales es preciso hacer referencia al cristianismo, cuyo


origen en Hispania es oscuro y tardío. Hasta el 254 no aparece el primer dato seguro en
la carta 67 de Cipriano de Cartago, de la que se confirma la existencia de comunidades
cristianas en Astorga-León, Mérida y Zaragoza. Otros testimonios avalan el lento
avance durante el siglo III, aunque sólo en los focos urbanos y en la población humilde.
Como fenómeno histórico, el cristianismo es durante el Alto Imperio, una más de las
religiones orientales, y como tal, satisface las mismas necesidades y aspiraciones y se da
en el mismo ambiente, penetrando al principio en los núcleos urbanos más romanizados;
pero no se introdujo ni por una única vía ni por un misionero determinado, sino que se
fue gestando a través de múltiples circunstancias y en distintos puntos de Hispania, por
diversos elementos cristianos que extienden su proselitismo por los ambientes que
frecuentan.

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El culto imperial en España

Junto al respeto y fomento de la religión tradicional, Augusto extendió también los


cultos de la nueva monarquía, entre los que se encontraban: la veneración al César, el
divas Iulius, el culto a Marte y al dios personal del emperador, Apolo, pero también y
sobre todo, a la propia persona del emperador, que aunque sin llegar a la divinización,
se enmarcó en una atmósfera sobrehumana como objeto de veneración.

Se fue modelando un culto imperial que debía proyectar lealtad política a Roma y al
emperador a través del sentimiento religioso. La difusión del culto al emperador osciló
durante el Imperio, y aunque empezó en vida de Augusto, su implantación llegará en el
periodo flavio y su apogeo en el s.II d.C. con los antoninos.

Del culto de los emperadores se encargaban los flamines o sacerdotes, que se llamaban
Augustales, Claudiales, Fluviales, etc. según el nombre del emperador cuya memoria se
veneraba. En los ámbitos provinciales, el culto quedó en manos de los sacerdotes de las
asambleas locales que celebraban ritos en honor a Roma y Augusto.

El culto imperial fue desde sus orígenes un instrumento eficaz de utilización de la


religión al servicio del Estado, porque sobre todo daba cohesión al Imperio.

En Hispania el culto al emperador comenzó a organizarse todavía en vida de Augusto en


relación con determinados altares, como los de Tarraco, Emerita, Bracara Augusta,
Gijón, etc, siendo decisivo el permiso de Tiberio a los tarraconenses en el 15 d.C. para
levantar un templo en honor a Augusto muerto.

Fue sobre todo con los Antoninos, vinculados a Hispania, cuando el culto imperial se
popularizó con la proliferación de templos y esculturas dedicadas a la dinastía reinante y
a los emperadores muertos o la familia imperial.

La materialización del culto imperial se reglamentaba mediante una organización


cuidadosamente reglada en lo jurídico en los tres eslabones de organización provincial:
ciudades, conventus y provincias.

El culto municipal fue la más antigua manifestación de culto imperial, realizada por los
flamines, que se elegían por consejo municipal por un año y al cabo se decidía si se les
nombraba de forma perpetua. Se dio en las tres provincias.

El culto conventual se documenta sólo en la Tarraconense. Su importancia era mayor en


las zonas de menor romanización, de ahí su importancia política como instrumento de
cohesión imperial y extensión de la lealtad dinástica.

El culto a nivel provincial también tiene más relevancia en las zonas de menor
romanización.

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