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Con orgullo recibimos la noticia de que nuestro querido ‘ay ombe’ fue declarado
Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Y con toda razón: no es habitual que una
organización del tamaño de la Unesco legitime las parrandas por las que nos critican en el
interior. La noticia fue algo así como decirnos que hemos hecho bien, o muy bien, el acto
de abrir una botella de whiskey y poner a sonar los cortejos de Enrique Díaz y los lamentos
de Carlos Huertas.
La Unesco toma la decisión luego de entender que el vallenato está en vía de extinción. Lo
doloroso es que los límites vuelven a tocarse: algunos animales nos empiezan a importar
el día en que entran a la lista de especies en peligro de extinción. El vallenato, que empezó
a morirse hace más de una década, entró a la lista de posibles extintos y nosotros
celebramos, celebramos y celebramos.
En el tren de la victoria se subieron las nuevas generaciones: los de “te apareces y tra, tra,
tra” o “le metiste el corazón, zón, zón”, por poner un ejemplo. Y seguramente, gracias a
ese tren han de subirle unos buenos pesos a sus presentaciones –porque ahora son
conciertos y no parrandas– justificando que hacen parte de la música PATRIMONIO, con
mayúscula. También las emisoras pondrán un repertorio de ‘nueva ola’ y dirán que el
acordeón, en todo su apogeo, es interpretado por juglares. Cuánta embuste. Cuánto
cinismo.
“Este reconocimiento representa una oportunidad para que el mundo promueva el aporte
del vallenato al fortalecimiento del diálogo intergeneracional y el respeto por las matrices
melódicas de una música que se construye a partir de la realidad y la cotidianidad”.
Juan Gossaín, al que le falta poco para saberlo todo, dijo revestido de sabiduría que el
vallenato no es un género musical, sino literario. En donde lo importante siempre es echar
“el cuento, con gracia y algo de picaresca”. Incluso, hay quienes piensan que Escalona fue
mejor cuentista que García Márquez, porque mientras éste necesitaba 200 páginas para
echar el cuento, Escalona lo hacía en tres minutos de canción. En todo caso, la analogía
explica por qué un Abel Antonio Villa o un Alejo Durán eran grandes acordeoneros,
compositores y cantantes: la afinación fue un invento de los empresarios para
comercializar un género que nunca tuvo fines lucrativos, pues su esencia era informar,
describir y narrar. El ‘tra, tra, tra’ terminó maquillando la carencia de tradición oral en los
nuevos vallenatos y los escándalos de sus cantantes, que por dos pesos hasta son…
¿reggaetoneros? ¿Eso se canta?
En todo caso, yo me alegré por la noticia más no por las causas. Lo celebré posteando en
mi muro de Facebook: