en el que desde primeras horas de la tarde he trabajado. Y con él en las manos me acerco satisfecho a la ventana de mi habitación en la residencia de estudiantes.
A través del cristal veo los frondosos plátanos, el ciprés
pensativo del jardín que hay abajo. En su verdor aún tiemblan las gotas irisadas de la lluvia que cesó a mediodía.
En la campana de un reloj, a lo lejos,
se oye la voz tan dulce del crepúsculo. Pero el sol todavía un rato permanece en el silencio de mi cuarto. Y su luz que se extingue descansa unos minutos en la fresca blancura de la cama, o acaricia el papel en el que cantan los versos recién hechos.
La tarde está cumplida. Y salgo ahora
a deambular por la vieja ciudad, porque me es grato romper mi soledad y confundirme con la anónima gente que en la calle, a estas horas, pasea y es feliz y en paz espera que muera el día y que la noche llegue.