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TEMAS VIII-IX
1. La práctica del divorcio y el debate sobre el motivo válido para el mismo refleja la dureza del
corazón y la falta de amor, misericordia y fidelidad. El divorcio equivale al adulterio.
2. El discípulo está llamado a mirar el diseño original de Dios y comprender los propósitos para
la pareja humana. Allí está la respuesta para prevenir el divorcio y responder a los conflictos o
disfuncionalidades de pareja.
3. Pero a causa de la misma dureza del corazón existe la concesión del divorcio. Casos
ilustrativos en los que se permite el divorcio o separación, y por tanto, el nuevo matrimonio,
son: Inmoralidad sexual, rechazo a la fe cristiana por el cónyuge no creyente. “A paz nos llamó
el Señor”. ¿Existen otros motivos válidos, dentro de este principio de que fuimos llamados a
vivir en paz? (Maltrato, violencia, drogadicción, alcoholismo, conducta irresponsable).
Las siguientes inquietudes representan muchas veces una fuente de conflicto y fuertes discusiones
al interior de la iglesia, especialmente para los pastores.
¿Debe un pastor prohibir a un creyente divorciarse, aun cuando su matrimonio no represente
un ambiente de paz y amor? ¿O, lo contrario, puede el pastor aconsejar a un creyente
divorciarse?
¿Cómo se debe tratar pastoralmente el adulterio?
¿Qué ocurre si un creyente se separa, pero queda sin divorciarse? ¿El vínculo aún existe ante
Dios? ¿Cómo se debe tratar pastoralmente estos casos?
¿Pueden volver a casarse los divorciados? ¿Casaría usted en la iglesia a personas divorciadas?
¿Pueden tener privilegios en la iglesia personas divorciadas y participar de todos los
ministerios y ordenanzas?
En primer lugar, para evitar muchas aflicciones, el cuidado pastoral hacia los matrimonios es
parte vital del anuncio del evangelio, que proclama el cuidado de Dios sobre el amor humano y la
dignidad de la vida humana.
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El divorcio es siempre fuera del ideal de Dios y aquellos que pasan por aquella experiencia
necesitan atenciones y consejos ministeriales. El divorcio es parecido a la muerte y los que pasan por
aquella experiencia, incluyendo a los hijos, sufren un duelo.
Antes que mostrarse condescendientes con el divorcio, los consejeros deberían preguntar a la pareja
si no se podría salvar el matrimonio. ¿Han hecho todo lo posible para salvarlo? ¿Se han examinado a sí
mismos en cuanto a sus motivos? ¿Qué evidencia tienen de que el divorcio resolverá los problemas?
El casarse de nuevo tiende a girar alrededor de la pregunta del inocente. Jesús aparentemente
permitió el divorcio por amor a la parte que no cometió el adulterio durante el tiempo de estar
casado. De otro modo, todos los casos de segundo matrimonio involucran en algún modo el adulterio.
(Mateo 5:32; 19:9; Marcos 10:11; Lucas 16:18.) La realidad es que Jesús quiso subrayar que no es cosa
ligera ante Dios el divorciarse y el volverse a casar, porque está despedazando el ideal de Dios.
Sin embargo, lo anterior no niega las realidades de la gracia y la misericordia. Lo que es genuinamente
cristiano es aquella gracia de Dios de tomar en serio y personalmente las imperfecciones de los
hombres sinceros que buscan resolver sus errores. Experimentar el perdón real es la necesidad
de todos aquellos afectados por el divorcio.
La verdad es que el divorcio puede ser doloroso, pero no es el fin de la vida, ni es un fracaso absoluto,
ni un pecado imperdonable. El problema de muchos divorciados y, aparentemente, de pastores
evangélicos también, es que no ven claramente el lugar del perdón de Dios en el caso.
Hay al menos tres maneras en que la iglesia puede acompañar y ayudar a los divorciados.
Primeramente, puede asegurarles que Dios está con ellos, basándose en Romanos 8:28-30. Segundo, el
pastor debe escucharles para que ganen iluminación al fondo de sus problemas y para que les guíe
hacia algunas soluciones que los mismos divorciados desean. Tercero, que la iglesia provea un
compañerismo compasivo, compuesto de creyentes que reconocen que son pecadores salvados por la
gracia de Dios y que aceptan la tarea de “sobrellevar las cargas los unos a los otros” como los que son
“espirituales”. (Gálatas 6:1, 2).
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Nuestra guía pastoral debe consistir en ayudarles a no cometer más errores. A veces
los divorciados se vuelven a casar antes de estar emocionalmente listos. Otros quieren casarse de
nuevo, pero no pueden o no quieren hacer unos ajustes personales, como el de experimentar el
perdón en sus vidas. Algunos pastores permiten un nuevo matrimonio si hay fruto de
arrepentimiento, si los participantes han experimentado el perdón de Dios y si están buscando la
voluntad de Dios. Manifestar esta actitud es esencial para el cristiano.
De todos modos, actuar como ministro en el matrimonio de cualquier pareja, cuando uno o
ambos son divorciados, tiene ciertos riesgos. Sin embargo, cada vez que tengamos la oportunidad, que
el Señor nos guíe, por su ejemplo, a actuar cristianamente hacia los arrepentidos. El volver a casar a
los cristianos, entonces, es un asunto que depende de su estado espiritual más que de cualquier
otra cosa.