El acontecimiento pascual de Cristo constituye el núcleo esencial de la predicación apostólica. El año litúrgico, a su vez, no es sino una celebración desdoblada del acontecimiento pascual. La pregunta a tratar en este capítulo es ¿qué es el acontecimiento pascual? No se puede entender como un acontecimiento del pasado, Hay que entenderla, más bien, como signo y anticipación de un mundo nuevo; como un proyecto de transformación universal; como un proceso de regeneración y de cambio, realizado progresivamente en la historia y apoyado en la palabra eficaz de Jesús y en el hecho de su resurrección. 1. El acontecimiento pascual No es un mito Se trata de un acontecimiento real, sucedido en la historia El cristianismo no celebra las estaciones del año, sino el acontecimiento pascual de la muerte y resurrección del Señor, hecho real acaecido en el tiempo y en el espacio. En sentido estricto, la pascua no es sino el «paso de este mundo al Padre»; es decir, el paso de este mundo, cautivo del pecado, al Padre, meta suprema de nuestras esperanzas. «Salí del Padre y he venido al mundo. Ahora dejo otra vez el mundo y voy al Padre (Jn 16,28). Estas palabras son, al mismo tiempo, una síntesis del misterio de Cristo y del misterio pascual. En la cruz, en el instante supremo de la entrega de su vida, se inicia el proceso de retorno al Padre y de su glorificación definitiva. La resurrección es el «sí» de aprobación del Padre al gesto de obediencia y sacrificio del Hijo. Es el Padre quien le resucita y le glorifica. El misterio de Cristo es visto como un camino de humillación y de exaltación, de pasión y de gloria, de muerte y de vida. Muerte y resurrección, humillación y gloria, no son dos aspectos o etapas yuxtapuestas, sino un camino único y misterios en el que se encuadra la extraordinaria aventura del Hijo de Dios hecho hombre. 2. La Pascua como transformación de la existencia Interpretación de la Pascua como «paso». Sabemos que un cierto número de Padres y autores eclesiásticos de los siglos II y III emparentan la palabra pascha con el vocablo griego pasjein, que significa «padecer» Pascha, pues, corresponde al hebreo phase, que los escritores alejandrinos traducen como diábasisy nosotros como «paso». Esta matización lingüística nos permite elaborar una interpretación de la Pascua como transformación de la existencia. La vuelta al Padre y la resurrección hay que entenderlas como el abandono de la existencia en la carne, del hombre de pecado y de la fragilidad humana para entrar en una existencia nueva, transfigurada, en el Espíritu. 3. La Pascua de Jesús, utopía y promesa El acontecimiento pascual no hace referencia exclusivamente a Cristo. La Pascua de Jesús es la primicia de la transformación del mundo y de la historia. Todos los hombres y todas la cosas, toda la creación, están llamados a compartir la Pascua de Cristo. en la Pascua de Cristo ha quedado potencialmente —en germen— transformada y regenerada la creación entera. El acontecimiento pascual, que es un hecho consumado en Cristo para nosotros, que vivimos peregrinos en este mundo, es objeto de esperanza. Desde la fe —y sólo desde la fe— encuentra apoyo nuestra esperanza. Pero más allá de la fe hay un hecho seguro e incontrovertible, en el que se apoya nuestra fe: el hecho de la resurrección de Jesús. Porque Cristo ha resucitado es posible una nueva existencia para el hombre, más allá del mundo y de la historia. 4. La Pascua como proceso de liberación la Pascua implica un proceso de transformación y de cambio en el que se ve implicada la historia misma de la humanidad. Pero nosotros, en este caso, preferimos hablar de «proceso de liberación», porque la transformación a que venimos refiriéndonos supone la progresiva liberación del hombre, a lo largo de la historia, de toda opresión y de toda servidumbre. Dios, que no abandona al hombre, quiso restablecer con él un pacto de alianza liberándolo del pecado y de la muerte. El paso de la muerte a la vida, de la esclavitud a la libertad, del pecado a la amistad con Dios tuvo lugar en la Pascua. Pero la Pascua no ha terminado. La Pascua, como proceso liberador a lo largo de la historia, continúa. Y continuará hasta que Cristo sea todo en todas las cosas, hasta el alumbramiento del cielo nuevo y de la tierra nueva, donde no habrá llanto, ni dolor, ni pecado, ni muerte. 5. Ritualidad y militancia ¿De qué armas se ha de servir la comunidad cristiana —la Iglesia— para llevar a cabo el proceso de liberación de que hablamos? ¿Qué medios o qué tácticas, qué resortes deberá emplea para poder realizar la gigantesca labor de transformar el mundo? La palabra de Jesús nos ofrece la respuesta: «El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre» (Jn 11,25-26). La Iglesia tiene conciencia de que cada vez que celebra los sacramentos y, sobre todo, cada vez que celebra la eucaristía, se actualiza y hace presente el acontecimiento pascual del Señor. Es en la eucaristía sobre todo, donde la comunidad de creyentes experimenta ese proceso de regeneración liberadora que es la Pascua. Celebrar la eucaristía, finalmente, es estar dispuesto, como Jesús, a dar la vida para que el mundo se salve y se transforme. 6. Celebración pascual y vuelta a los orígenes La obra liberadora proyectada por Dios en Cristo no puede entenderse sino como recuperación de la situación original del hombre; o, dicho de otro modo, como rehabilitación de la imagen de Dios en él. Analogías entre el árbol del paraíso y el árbol de la cruz. De aquél nos vino la muerte, de éste la vida. La regeneración pascual queda, pues, entendida como una recuperación de la situación primordial del hombre, como una vuelta al paraíso. a liberación pascual se interpreta, con razón, como una nueva creación y como una repristinación del tiempo primordial. 7. Celebración pascual y anticipación del futuro Esta proyección de la Pascua hacia los orígenes y hacia el futuro escatológico no es sino la expresión más viva de la dimensión universal de la Pascua de Jesús que envuelve y regenera la totalidad de la historia. (Ap 21,1-5). Para describir la meta escatológica recurre Juan a la imagen de la Jerusalén celeste. Es el símbolo del mundo renovado para siempre por la Pascua del Señor; el símbolo de la reconciliación y de la pacificación definitiva de todas las cosas, cuando Cristo sea todo en todos. 8. Celebración pascual y transformación del presente Cuanto más intensa se hace la experiencia del futuro mayor es el desencanto que produce el reencuentro con la realidad cotidiana. Surge una doble actitud en la comunidad que celebra la Pascua: En primer lugar, una actitud de denuncia. Después, una opción comprometida por la lucha y por la acción liberadora. Denuncia y lucha: expresan claramente el convencimiento de la comunidad cristiana de que en el presente se proyecta y se echan los cimientos del futuro. El gran reto que tiene planteado la comunidad cristiana, la Iglesia: ir encaminando la historia en la línea de la Pascua. Por eso la Iglesia tiene conciencia de ser en el presente un fermento de renovación y de cambio.