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Si la tesis que sostiene Huizinga resulta cierta este texto debería ser un juego; y debería

serlo porque se trata de un ejercicio lingüístico, que como todo desarrollo cultural tiene
su base en la categoría lúdica que caracteriza al ser humano, Homo Ludens, al que
Huizinga coloca junto al Homo Faber en el presente cultural pero del que es , a su vez,
su origen. Gadamer parece pensar lo mismo cuando dice que el juego es una función
elemental de la vida humana, hasta el punto de que no se puede pensar en absoluto la
cultura humana sin un componente lúdico. Este texto, que gira alrededor de la serie de
fotografías de canicas de Chema Alvargonzalez, sería así un juego alrededor de otro
juego que remite, a su vez, a un juego. El orden sería el siguiente: el texto juega con las
obras de Chema Alvargonzalez, que juegan con el juego de las canicas. Idealmente, este
texto debiera comportarse entonces como una canica, con sus desplazamientos y
colisiones modificadoras de la dirección. Las otras son el arte y el propio juego. Las
reglas del juego son las siguientes: el jugador lanzará la canica juego tantas veces como
sea necesario en dirección a las otras canicas con el objetivo de golpearlas y modificar
su posición establecida. Cada tirada responderá a una de las características del juego, a
cuyo estudio muchos antropólogos, filósofos, psicólogos y biólogos han dedicado su
esfuerzo, del que aquí nos vamos a aprovechar en una síntesis de las características que
presenta según unos y otros. Al final, se verá la habilidad del jugador, que se medirá por
el número de impactos logrados entre las tres canicas.

Primera tirada.- Una propiedad del juego es su realización en libertad, lo que quiere
decir que puede cesar en cualquier momento porque es superfluo, sin finalidad, alejado
de la necesidad dominante en la vida cotidiana. En este sentido, las canicas, el arte y
este propio texto cumplen perfectamente la condición; el mundo no sufriría ninguna
transformación radical con su ausencia, aunque alguno podría objetar que el mundo no
sería el mismo sin la presencia del arte. Sin embargo, la mera constatación de los
acontecimientos políticos, económicos y sociales de nuestra época debería hacernos
dudar de que los deseos de los más optimistas tengan alguna realidad.

Segunda tirada.- Otra propiedad del juego es su dualidad, manifestada en una


permanente oposición de contrarios, en su desarrollo siempre en un terreno en el que
lindan lo subjetivo y lo objetivo, lo ideal y lo real, lo abstracto y lo concreto. No hay
más que contemplar un momento el juego de un niño con los coches o las canicas para
comprender que los elementos reales y concretos con los que juega dan lugar a una vida
nueva en la que lo imaginario se convierte en protagonista principal, perdiéndose en el
cambio el carácter concreto y objetivo del juguete. El cochecito ya no lo es, en el juego
es un coche auténtico; la canica deja de ser una esfera de cristal irisado para convertirse
en un movimiento, en un choque; las letras y las palabras del texto andan en busca de un
sentido que se imponga sobre su materialidad. De la misma manera, el arte utiliza
elementos de la realidad para construir una representación en la que lo concreto no es
nada más que el instrumento de una posibilidad que se hace presente en la obra de arte,
una posibilidad que por su mera existencia como tal, por su hacerse presente, ya se
plantea como un mundo otro que pone en cuestión al llamado mundo real. Esto podría
parecer una contradicción con la inutilidad del arte de la que se ha hablado más arriba,
pero más bien habla de la escasez de auténticos espectadores, pues el cuestionamiento
del mundo que realiza la obra exige la participación del que la contempla, que por el
hecho de ser espectador deviene ya jugador, queda absorbido en el juego, integrado en
el tiempo y el espacio del mismo.

Tercera tirada.- Porque ésta es otra característica del juego, que tiene un tiempo y un
espacio distinto, un tiempo propio dentro del tiempo y un espacio propio dentro del
espacio. En el juego, como en la experiencia del arte y en el ejercicio literario, el tiempo
parece suspenderse, no avanza lineal como en el mundo real sino que más bien parece
tomar forma circular, quedando como un oasis en medio del desierto. Sólo cuando cesa
la experiencia estética o el juego o la escritura (también la lectura) el tiempo
cronológico retoma su pulso y la vida vuelve a la “normalidad”, porque ninguno de
ellos son la vida propiamente dicha. Al contrario, como dice Huizinga, consisten en
escaparse de ella a una esfera temporera de actividad que posee su tendencia propia, lo
que pone sobre el tapete la idea de la autonomía del arte a partir de la superación de su
identificación con una finalidad establecida por el poder, sea el de la Iglesia, el de la
Monarquía o el de la Burguesía. El arte, como tal, no ha tenido vida propia hasta que se
produjo esa ruptura, hasta la época de la Modernidad, precisamente cuando nace la
Estética, momento en el que comienza a abrirse ese abismo entre el arte y el espectador
que hoy parece tan insalvable.

Cuarta tirada.- La existencia de reglas también es compartida por el juego, el lenguaje y


el arte, reglas que no pueden saltarse sin que resulten destruidos, y quienes establecen
las reglas son el jugador, el autor y el artista, a pesar de que la integración del juego, del
lenguaje y del arte en el sistema cultural puede hacer parecer que las reglas no les
pertenecen sino que tienen que amoldarse a las ya existentes. Sin embargo, siempre
existe la posibilidad de no someterse a lo dictado y establecer unas reglas nuevas, en
cuyo caso el juego, el lenguaje y el arte tendrán una nueva forma, pero no dejarán por
ello de ser lo que son. Normalmente, el jugador que cambia las reglas del juego no es
aceptado con facilidad por el resto, que le acusa de “aguafiestas” por haber fastidiado el
juego al que ya sabían jugar perfectamente, aunque tal vez ni eran conscientes de que ya
se estaban aburriendo con él. Pero el atrevido, que paga su osadía con la soledad, no ha
destruido el juego, ha destruido un juego determinado, pero él sigue jugando mientras
los demás le miran en la distancia y se acercan poco a poco atraídos por la satisfacción
que emana de su cara. La Historia del Arte y de la Literatura está llena de personajes de
este tipo, jugadores insatisfechos que modifican el orden establecido y cambian las
reglas por otras sin que el Arte y la Literatura dejen de ser lo que son. El Arte y la
Literatura siguen, los estilos cambian. El juego permanece, con sus reglas, con otras
reglas, no siempre fácilmente percibibles en un primer momento, incomprensibles para
los habituados a las anteriores.

Quinta tirada.- Las reglas introducen el orden. Sin él, el caos. No hay juego sin orden,
no hay creación estética sin orden, ni la que trata de representar al caos.. De otra manera
no se produciría la comprensión común a todos los participantes, no sería posible
compartir el sentido. De hecho, como dice Huizinga, muchos de los términos utilizados
en Estética son perfectamente aplicables al juego: tensión, equilibrio, oscilación,
contraste, variación, traba y liberación, desenlace.

Sexta tirada.- A partir del orden, la repetición, que es la que hace memorable al juego y
permite que se extienda en el tiempo y en el espacio. No hay juego que pueda
transmitirse si no es memorizado, interiorizado, si no ha sido jugado tantas veces que
los jugadores puedan explicarlo de memoria a otros. Igualmente, no hay obra de arte si
no es memorable, si no queda gravada en el espectador y le acompaña el resto de su
vida. Si eso no se da, podremos hablar de objeto artístico pero no de obra de arte.
Siendo así, la obra de arte es una experiencia para el espectador por la que se ilumina un
extra del ser, eso que Gadamer llama un fenómeno de exceso, de la autorrepresentación
del ser viviente. Se refiere con ello a esa parte del ser que ha quedado oculta por la
civilización, sepultada bajo los sucesivos estratos culturales que la agobian y que sólo
parece manifestarse en la infancia, cuando el proceso educativo todavía no la ha
cercenado. El arte la hace percibible más allá de su manifestación sensible en formas y
colores, la hace percibible porque consigue que se tome como verdad. La hace presente
y presencia ante el espectador (el propio artista también es espectador de su obra), la
hace real.

Séptima tirada.- Pero esa representación del exceso no está exenta de tensión,
característica que comparten el juego, la creación artística e, incluso, el texto. Tensión
significa incertidumbre, azar, tendencia a la resolución a través de un esfuerzo. Y de la
misma manera que el juego resulta más emocionante cuando el desenlace es dudoso,
incierto, la obra de arte debe contener esos elementos a modo de espacio libre para que
el espectador juegue con ella, haga un esfuerzo de reflexión, porque en ella, como dice
Gadamer, hay algo que entender, produciéndose así la identidad entre la obra de arte y
quien la contempla, de manera que la obra manifiesta lo que ella misma es: la
representación de ese exceso de ser que es el mismo espectador.

Las obras de arte sin tensión, que no dejan lugar al azar o la incertidumbre, son aquellas
que despreciamos por excesivamente literales, por no exigir ningún esfuerzo reflexivo
por parte de quien las contempla, por no permitirle desarrollar su habilidad en el juego
con ella.

El juego texto desencadenado por las fotografías de canicas de Chema Alvargonzalez


termina aquí. Tendría que haber sido memorable, para lo que tendría que haber
cumplido las características enunciadas en su interior. Y como de su lectura fácilmente
se obtiene la conclusión de que no ha sido así, deberá considerarse como un juego
fallido, uno de esos que no se repetirán y no alcanzará nunca la categoría de memorable.
Pero

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