Está en la página 1de 16

GRAN COLECCIÓN DE

CUADERNOS BOCHORNOSOS
Coronel VALENTIN ANDRADE, Ph. D.

LAS INJUSTICIAS QUE LOS


LLEVARON A LA INIQUIDAD
(Jesucristo ante el Sanedrín de Jerusalén)
“Me rodea una manada de novillos, me acorralan toros de Basán; abren sus fauces contra mí como leones
rapaces y rugientes. Soy como agua que se derrama y todos mis huesos están dislocados; mi corazón se ha
vuelto como cera y se derrite en mi interior; mi garganta está seca como una teja y la lengua se me pega al
paladar. Me rodea una jauría de perros, me asalta una banda de malhechores; taladran mis manos y mis pies
y me hunden en el polvo de la muerte. Yo puedo contar todos mis huesos; ellos me miran con aire de triunfo,
se reparten entre sí mi ropa y sortean mi túnica.” Salmo 22, 13-19

Dios mío: ¿Acaso yo no odio a los que te odian y aborrezco a los que te desprecian? Yo los detesto
implacablemente, y son para mí verdaderos enemigos.” Salmo 139, 21-22

“Fue por medio de una revelación como se me dio a conocer este misterio, tal como acabo de exponérselo en
pocas palabras. Al leerlas, se darán cuenta de la comprensión que tengo del misterio de Cristo, que no fue
manifestado a las generaciones pasadas, pero que ahora ha sido revelado por medio del Espíritu a sus
santos apóstoles y profetas.” Ef. 3, 3-5

EDICIONES del ILUSTRE


RESTAURADOR
EL PROLOGO

Alguien que intentara hacer su propia estadística y, tomándose el trabajo de preguntar a personas elegidas al
azar, pero de la Fe Católica, quién dio muerte a Jesucristo, seguramente obtendrá como mínimo una holgada
docena de respuestas, las que podría clasificar, por su frecuencia y clase, volcándolas en un diagrama de
bastones que mostraría orgulloso a sus amigos o le serviría para tomarse de los pelos.

Eso sí y desde luego, todas ellas serían dadas con fundamentos, algunas expuestas con enjundia y otras
hasta defendidas con vehemencia. Muchos dirán que a Cristo lo mataron los romanos; unos pocos que los
judíos; otros asegurarán que fueron los judíos con mano de obra romana; diferentes a éstos que fueron los
romanos instigados por los judíos; no faltará quien asegure que fueron soldados romanos los que se
destacaron por su crueldad, cuando en realidad sabemos que los primeros, los de la detención, fueron judíos
a órdenes del Sanedrín, y los segundos, los de la crucifixión, también judíos, pero que prestaban servicios a
Roma reclutados en Jerusalén; algunos que fue una solución política del Pretor Poncio Pilato que tenía su
interna con Roma después de la cruel e injusta represión a los samaritanos; cualesquiera que su muerte es
una mezcolanza hilvanada de todas estas dichas y así siguiendo, sin incluir las descabelladas.

¿Cómo es posible que uno de los hechos capitales de la Pasión de Cristo tenga respuestas con tantos
disímiles vericuetos? Estas discusiones y supuestos que se respaldan con énfasis, terminarían en un
santiamén si consultamos, dentro del Epistolario, a las Cartas Paulinas. En su primera carta les dice
San Pablo a los Tesalonicenses: “En efecto, ustedes hermanos, siguieron el ejemplo de las Iglesias de
Dios, unidas a Cristo Jesús, que están en Judea, porque han sufrido de parte de sus compatriotas el
mismo trato que ellas sufrieron de parte de los judíos. Ellos mataron al Señor Jesús y a los profetas, y
también nos persiguen a nosotros; no agradan a Dios y son enemigos de todos los hombres, ya que
nos impiden predicar a los paganos para que se salven. Así constantemente están colmando la
medida de sus pecados, pero la ira de Dios ha caído sobre ellos para siempre.” (1Tes. 2,14-16)
Esta es la palabra de un contemporáneo de Jesuscristo, que se describe a sí mismo como judío fanatizado
(Flp. 3, 4-5 y 1 Tim. 1,12), fariseo, conocedor del Sanedrín por dentro y por fuera. La carta citada, dirigida a
los primeros cristianos de Tesalónica, ciudad situada en una entrada del Golfo de Salónica en el Mar Egeo,
enterados ellos de aquel drama por la tradición oral, sería suficiente para demoler cualquier versión idealizada
o interesada que se vierta sobre el juicio que llevó al Salvador al Patíbulo, en sencillo artilugio para la refinada
crueldad, el que sería desde entonces y hasta hoy, nuestro Emblema de Redención, como lo es, al mismo
tiempo del martirio, de la injusticia y de la iniquidad jamás vista ni contada.

Pero como no faltará aquel desconfiado, intrigante o afectado que buscará el pelo en la leche para dar por
tierra con las palabras de San Pablo, le decimos que hay otros pasajes bíblicos que refrendan las palabras
del autor, como el citado al principio de este artículo perteneciente al Salterio (después Libro de los Salmos),
que era el Libro de Oración de los israelitas, atribuido mayormente al Rey David, aunque se sabe que fue
escrito a lo largo de varios siglos e intervinieron en él diversos autores.

Los otros son los evangelios de San Mateo 26 y 27; San Marcos 14 y 15; Juan 18 y 19, que dan sus
evidencias siendo como fueron testigos presenciales de las dos instancias procesales, la condena y posterior
muerte. Pero no cabe duda que quien narra en detalle la segunda sesión llevadas a cabo en la mañana del 15
de nisan (marzo) es San Lucas en 22 y 23. Existen más pruebas como las que se pueden ver en Hech.13, 26-
29; 16, 19-24; 17, 12-17; 23, 12-22; en las catorce Cartas Paulinas; en las siete Cartas Católicas, etc.

Más modernamente el honorable señor J. A. Dupin, antiguo fiscal del Tribunal Supremo de Francia, publicó
un opúsculo titulado Jesús devant Caïphe et Pilate (Jesús ante Caifás y Pilatos, Ed. Garnot, París 1850),
como una réplica al judío Salvador, que había intentado legitimar el juicio y la condena de Jesús en un tratado
que llamó Histoire des institutions de Moïse et du peuple hébreu (Historia de las instituciones Mosaicas y del
pueblo hebreo, Tomo I, I. IV, Cap. III, Juzgamiento y condena de Jesús). En el escrito de Dupin resplandecen
la claridad y la ciencia y su respeto a Jesucristo. Más aún, creo que es una profesión de fe cristiana antes de
que muriera en brazos del Arzobispo de París, Monseñor Darboy.

Sin embargo y a pesar de ser luminoso el trabajo de Dupin, la cuestión no quedó agotada. Se reconoce, claro
está la mano del fiscal del Tribunal Supremo, a quien sólo le bastan algunas barbaridades judiciales para
declarar que semejante juicio merecía, sin dudas, la casación. Treinta años después de esto, dos hermanos
mellizos, Agustín (1836-1909) y Joseph Lémann (1836-1915), judíos de nacimiento y religión, que se habían
convertido a la fe cristiana y abrazando posteriormente el sacerdocio, retomaron el tema iniciado por Dupin e
hicieron una publicación que se llamó Valeur de l’assemblée qui prnonça la peine de mort contre Jésus-Christ
(Valor de la asamblea que pronunció la pena de muerte contra Jesucristo, 1881).

Con muy buen tino estos dos sacerdotes introducen en los textos de Dupin, el estudio de las personas que
integraban el Sanedrín de Jerusalén de aquel tiempo y algunos de sus antecedentes. Digamos que de
aquellos 70 integrantes del Sanedrín, ellos pudieron localizar unos 35, que no es poco, porque antes no
teníamos nada, por lo menos en lo que a mí concierne. La sorpresa fue mayor cuando vengo a enterarme de
mano de estos dos religiosos, que escriben “como hijos de Israel”, que de estos 35 personajes localizados,
los 35 eran bandidos del aquelarre. Me imagino lo que habrán sido los restantes 35 si se sentaban en la sala
de piedras de sillería, codo a codo, con estos otros, los toleraban y hacían causa común con ellos.

A este mérito de los mellizos Lémann, se suma el hecho de retomar el proceso contra Jesús y analizarlo,
paso a paso, desde el punto de vista de la legislación penal hebrea. Entonces brotan rápidamente las
injusticias por el quebrantamiento sistemático de la ley escrita, y cuya sumatoria termina en la iniquidad que
todos conocemos.

A fines de octubre de 2005, un sobrino mío me alcanzó estos textos. Al hojearlos, simplemente, me di cuenta
que no eran escritos para leer, digamos, sino para sentarse y estudiarlos. Y así lo hice con algunos apuntes
viejos que me sirvieron de referentes. Poco había andado en esto cuando caí en la cuenta que a los
hermanos Lémann se les quedaron, seguramente de manera involuntaria, algunas cosillas en el tintero. Era
necesario que ellas fuesen puestas de manifiesto. Así nace este nuevo apunte, montado a caballo de Dupin y
de los dos sacerdotes, y que en realidad debería llamarse Lo que se les olvidó a los hermanos Lémann.

No está de más decir que el tema no está agotado. Ni mucho menos. Y confieso que en realidad lo escribo
con la esperanza de que así como me ocurrió a mí, le suceda a otro, y profundice más aún sobre la forma en
que se llevó a cabo esta infamia..
LA SESION DE LA NOCHE

Para procesar a Jesús se dedicaron, como ya lo he dicho, dos sesiones de la asamblea Sanedrín. La primera
se llevó a cabo en la noche del 14 de nisan (marzo). La segunda fue convocada para la mañana del día
siguiente.

De esta manera entonces encontramos reunido al Sanedrín (del griego synédrion, que significa reunión de
personas sentadas), o como lo llamaban en aquellos tiempos Gran Consejo (Concilium en la Vulgata) o
Tribunal Supremo de los judíos (que no es otro que el Guerusía del Segundo Libro de los Macabeos). Pero
esta vez no se reunirán secretamente (al estilo del espeluznante cuadro que pinta el descorazonado Ezequiel
en 8, 1-18), sino públicamente. Lo podemos ver completo con sus 70 miembros que representan a los tres
corporaciones de la nación judía: la Cámara de los Sacerdotes (con 23 miembros); la Cámara de los Escribas
y Doctores (también con 23 miembros); la Cámara de los Ancianos (de 23 miembros), y su Presidente,
Caifás, que desde hacía ocho años era el Sumo Sacerdote. Estos números fueron dados a conocer por el
zelote y después historiador Flavio Josefo (Guerra de los Judíos, II, XX, 5) y Maimónides o el Nuevo Moisés
(Yad-Schazaka, Mano Poderosa) o Compendio del Talmud, Libro XIV (Constituciones del Sanedrín, Cap. I).

Para comenzar decimos que al arresto de Jesús lo debemos constatar documentalmente: Los que habían
arrestado a Jesús lo condujeron a la casa del Sumo Sacerdote Caifás, donde se habían reunido los escribas y
los ancianos, Mt. 26, 57 y reiterado en Mc. 14, 53-65; Lc. 22, 54-55, 63-71; Jn. 18, 24, 15-16.

LA PRIMERA INJUSTICIA : Un secuestro que parece una detención.

La ley judía prohibía los procesos nocturnos: Puede tratarse un asunto capital durante el día, pero debe
suspenderse durante la noche (Mischná, tratado Sanedrín, Cap. IV, Nro. 1).

Que era de noche cuando se detuvo a Jesús nos lo dice Juan: Y en seguida, después de recibir el bocado,
Judas salió. Ya era de noche, Jn. 13, 30. Que los soldados autores del secuestro eran judíos y no romanos
como lo muestran las películas de Hollywood, también nos lo dice el Apóstol Juan: Entonces Judas, al
frente de un destacamento de soldados, Jn. 18, 3; y que ellos obedecían órdenes de por lo menos las dos
terceras partes del Sanedrín nos lo expresa seguidamente: y de los guardias designados por los sumos
sacerdotes y los fariseos, llegó allí con faroles, antorchas y armas.

Los faroles y hachos encendidos para iluminarse es otra prueba de que el rapto se llevó a cabo a altas horas
de la noche, y en esto hay coherencia con los otros evangelistas (Mt. 26, 30, 36, 47-56; Mc. 14, 26, 32, 43-52
y Lc. 22, 39, 47-53).

No ha dejado de llamarme la atención lo de las armas. Porque un soldado tiene siempre su armamento de
dotación. Es parte de su uniforme. El solo nombrarlo, si es que está de servicio como en este caso, involucra
que se encuentra armado. Pero aquí se trata de otra cosa. Se mencionan las armas intencionadamente,
como si se tratase de un pertrecho adicional al acostumbrado, o de otras armas más poderosas, fuera de las
de dotación, pero que ignoramos cuáles fueron. ¿Para qué llevarían tal equipamiento los judíos si el hombre a
secuestrar no estaba acusado de nada, y ni él ni sus seguidores tenían antecedentes de peligrosidad alguna
o de ejercer violencias? De allí la pregunta que les hiciera Cristo (Lc. 22, 52).

Empleo la palabra secuestrar y su sinónimo raptar y no detener, que es la más usada en este episodio
funesto, porque no habiendo acusación formal contra Jesús y no mencionarse la autoridad que dispuso su
captura, se lo priva ilegítimamente de su libertad y se lo conduce maniatado a un determinado lugar, tal cual
hacen los facinerosos con las personas inocentes para pedir rescate (que en este caso el pago era con la
propia vida). Los judíos rodearon al hecho de ciertas formalidades para que pareciese un arresto a los ojos
ignorantes de la plebe de ayer y a los indiferentes de la de hoy. Muchos se han creído esto de buena fe, como
tal vez les ocurrió a los romanos de aquel entonces, completamente ajenos a estas malandanzas. Pero a
poco de analizarlo, desapasionadamente, caemos en la cuenta de que fue un secuestro. Jurídicamente esta
es la verdad: en aquel lejano ayer y en este presente hoy.

LA SEGUNDA INJUSTICIA: Reunión después del sacrificio vespertino.

Mientras esto ocurría en el Monte de los Olivos en una propiedad particular llamada Getsemaní, de los
arrabales de Jerusalén, el Sanedrín, con sus 70 miembros distribuidos como he dicho, estaba reunido en el
palacio de Caifás (Lc. 22, 54), contrariando la ley escrita: Sólo se reunirán desde el sacrificio matutino
hasta el sacrificio vespertino (Talmud de Jerusalén, tratado Sanedrín, Cap. I, pág. 19).

LA TERCERA INJUSTICIA: Juzgan en vísperas de un día de fiesta.

La fecha del secuestro, indicada más arriba, era la del primer día de los ázimos, víspera de la gran fiesta de
Pascua: No juzgarán ni la víspera del sábado, ni la víspera de un día de fiesta (Mischná, tratado
Sanedrín, Cap. IV, Nro. 1).

PRIMER INTERROGATORIO A JESUS POR CAIFAS

LA CUARTA INJUSTICIA: El acusador se sienta como juez.

El Sumo Sacerdote interrogó a Jesús, Jn. 18, 19 (también en Mt. 26, 59-66; Mc.14, 55-64 y Lc. 22, 66-71).
Quien lo interroga es Caifás, el que había declarado poco tiempo antes, en la reunión general del Sanedrín
celebrada en su palacio cuando se produjo la resurrección de Lázaro (Jn. 11, 43-44), que el bien público
reclamaba imperiosamente la muerte de Jesús de Nazaret (Jn. 11, 49-50). No dijo eso –agrega Juan- por sí
mismo, sino que profetizó como Sumo Sacerdote que Jesús iba a morir por la nación (Jn. 11, 51). De
donde se me viene a ocurrir que fue una profecía muy especial: que Caifás habría de cumplir usando su
poder para instigar y luego decidir como si estuviese obligado a hacerlo. Por lo tanto no es una profecía en el
sentido cabal del término, sino una amenaza que luego se cumple con un secuestro y tortura seguida de
asesinato premeditado.

¿Cómo se debe entender esto, si lo vemos, no sólo con los ojos de hoy, si no también con los de aquel ayer?
Que al que ha sido acusador se le permita sentarse como juez. Y más aún, como presidente de los debates.
¿Acaso los otros pudieron permitir y dejaron hacer cosa tan indigna o se comportaron y fueron sus
cómplices? Porque todas las legislaciones humanas, aún las de tiempos más remotos, niegan al acusador el
derecho a sentarse como juez.

Si un falso testigo se levanta contra un hombre y lo acusa de rebeldía, las dos partes en litigio
comparecerán delante del Señor, en presencia de los sacerdotes y de los jueces en ejercicio, dice el
Deuteronomio en 19, 16-17. Como se puede apreciar claramente, el acusador y el juez son personas distintas
e imposibles de confundir. Pero Caifás se confunde, junto con los ancianos y sacerdotes de Israel que se
dejan confundir. Ellos conocían a Caifás, el de la tribu de Anás, Sumo Sacerdote desde hacía ocho años
como ya dije, amigo del gobernador Pilatos (F. Josefo, op. cit., XVIII, II, 2. Más aún: cuando subió Pilatos,
extrañamente subió Caifás al Sanedrín en el año 25 d.C. y, cuando cayó Pilatos, extrañamente cayó Caifás
en el año 35 d.C., por lo que ambos cubrieron sus cargos por once años), y sabían lo que había andado
predicando pocos días atrás en el Sanedrín y en las calles. He ahí una monstruosidad jurídica.

Recordamos de paso que Anás era el suegro de Caifás. Había sido Sumo Sacerdote durante siete años bajos
los gobiernos de Caponio, Ambivio y Rufo (del 7 al 11 d.C.) y, aunque ya no ocupaba el cargo se lo seguía
consultando sobre todas las cuestiones de mayor gravedad. El pontificado perteneció a su familia
cincuenta años, sin interrupciones, y cinco de sus hijos se revistieron de esta dignidad. El historiador Flavio
Josefo dice que Anás fue considerado como “el hombre más feliz de su tiempo.” Sin embargo, en otra parte,
asegura que su espíritu “era altanero, osado y cruel” (Antigüedades judías, XV, III, 1 y XX, IX, 1, 2;Guerra de
los judíos, IV, v. 2, 6 y 7), todo lo cual coincide con Lc.3, 2; Jn. 18, 13-24 y Hech. 4, 6. En lo que a mí
concierne no tengo un ápice de dudas de que Anás fue consultado antes, durante y después del proceso a
Jesús y no sería de extrañar que muchas de estas maldades, injusticias y quebrantos hayan sido
aconsejados por su boca “altanera, osada y cruel” como lo describe su compatriota y casi contemporáneo, lo
que me exime de hacer comentarios

Tal vez sea por ello que el Apóstol Juan pone el acento sobre esta barbaridad en una repetida frase de la
Pasión que es casi para los entendidos: Caifás era el que había aconsejado a los judíos: Es preferible
que un solo hombre muera por el pueblo (Jn. 18,14).

Pero, pido un momento: ¿acaso esto puede ir más allá de Caifás? Es decir, ¿era Caifás el único del Sanedrín
que estaba descalificado para sentarse como juez? Creo que no: A partir de aquel día –el de la reunión
general del Sanedrín después de la resurrección de Lázaro-, resolvieron que debían matar a Jesús (Jn. 11,
53). Y, ¿quiénes resolvieron esto? Pues, todos los del Sanedrín.
De manera que todos, los 69 de las corporaciones nacionales del judaísmo más Caifas, Sumo Sacerdote,
sentados ellos en sus poltronas de piedras de sillería, más que jueces eran asesinos complotados para la
comisión de un delito premeditado y, como tales, sabían perfectamente cuál debía ser el final de aquel que
tenían de pie y a su frente atado como un cordero (Jn. 18, 12).

Por este hecho no sólo Caifás, sino todo el Sanedrín quedaba descalificado para exigir el cumplimiento de
la ley escrita y hacer efectivo el ejercicio de la justicia.

LA QUINTA INJUSTICIA: Un detenido que no está acusado de nada

Este Caifás, puesto en juez y fiscal a la vez, no comienza por reunir testigos y enunciar los cargos de la
acusación, como lo exigía la antigua ley judía (Si en medio de ustedes (...) hay un hombre o una mujer
que hace lo que es malo a los ojos del Señor (...) realiza una minuciosa investigación. Y si es verdad
que la cosa es así (...) Para que alguien sea condenado a muerte se requiere el testimonio de dos o
más testigos. Nadie será condenado a muerte en base al testimonio de uno solo. Deut. 17, 2-6). No.
Caifás comienza a hacerle un interrogatorio capcioso al detenido, con la aviesa intención de que fuera el
propio Jesús el que, confundido, diese su propia acusación a la asamblea y asunto terminado.

Pero, ¿en presencia de qué forajidos estamos? ¿Existe algo más injusto que detener a un hombre sin que se
le pueda pedir cuentas de ningún delito? ¿Hay algo más inaudito que comenzar un interrogatorio sobre lo que
le concierne, sin presentar ningún cargo de acusación ni saber por dónde empezar? Pero Jesús lo pone en
evidencia a él y a todo el Sanedrín que estaba escuchando: He hablado abiertamente al mundo; siempre
enseñé en la sinagoga y en el Templo donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada en
secreto. ¿Por qué me interrogas a mí? Pregunta a los que me han oído qué les enseñé. Ellos saben
bien lo que he dicho (Jn. 18, 20-21). Caifás comete una ilegalidad, porque interroga al detenido sin tener el
cuerpo del delito. Ergo: no había delincuente porque no había delito.

Es posible, como dijera antes, que Caifás haya pretendido que Jesús fuese su propio delator (Tenemos
como principio fundamental que nadie se puede perjudicar a sí mismo, Mischná, tratado Sanedrín, Cap.
VI, Nro. 2). Pero si esto fue así, al no existir un cargo concreto contra Cristo y su doctrina, resultaría que el
proceder de Caifás, que no sabía por dónde empezar, era el certificado de su inocencia y el salvoconducto
para su inmediata libertad, previo pedirle humildemente disculpas por el error cometido. Mas del error
habríase de pasar al horror que infunde terror.

LA SEXTA INJUSTICIA: La brutalidad consentida por los jueces

Apenas Jesús dijo esto, uno de los guardias allí presentes le dio una bofetada, diciéndole: ¿Así
respondes al Sumo Sacerdote? (Jn. 18, 22, que es lo anticipado por el propio Cristo y relatado en Mt. 26,
31; Mc. 14, 26; Lc. 22, 63). Una brutalidad hecha y derecha cometida por un soldado judío sin que mediara
orden alguna, esto es, espontáneamente. Pero además es cometida, sin razón ni autoridad, en presencia del
presidente de la asamblea y del resto de los jueces y, al parecer, éstos permanecieron inmutables o
consintieron el desafuero del tarambana. Es un escándalo para quien preside los debates y los jueces que lo
acompañan, que se maltrate en su presencia a quien ha sido secuestrado para someterlo a una indagatoria
por un delito presunto y, consecuentemente, se encuentra bajo la protección de la justicia hasta que lo
absuelva o se le dicte sentencia.

El silencio guardado después de esta brutalidad hace aparecer nuevamente la percudida sombra de un
Sanedrín de prevaricadores, complotados para la comisión de torturas y de un asesinato premeditado. Porque
para estos casos, la Escritura y la Mischná respiran humanidad y benevolencia, como por ejemplo al decir:
Josué dijo a Acán: Hijo mío, da gloria al señor, el Dios de Israel, tribútale homenaje. Dime lo que has
hecho, sin ocultarme nada (Jos. 7, 19) y Queridísima hija, ¿cuál es la causa de tu pecado? (Mischná,
tratado Sotá, Cap. I, Nro. 4). Con mayor razón se oponen a todo tipo de violencia y a la zafiedad.

Jesús le respondió: Si he hablado mal, muestra en qué ha sido; pero si he hablado bien, ¿por qué me
pegas? (Jn. 18, 23). En otras palabras, si he hablado y procedido correctamente, ¿por qué me golpeas? En
verdad Jesucristo hubiese tenido todo el derecho de decir cosas muy fuertes, no solamente contra este
guardia indigno sino también contra el presidente del tribunal que autorizaba la violencia y de sus silenciosos
corifeos. Al respecto dice San Cipriano: Si no lo hizo, fue porque no quería deshonrar al sacerdocio en la
persona de quien estaba revestido de él. ¡Pero no por ello defendió con menor fuerza o con menos
dignidad su inocencia! (San Cipriano, Epist., LV ad Corn., pág. 144). Lo que no deja de ser una opinión,
porque es para pensar en un Jesús maniatado, abofeteado en medio de una atmósfera hostil, que se
preocupara para salvaguardar la investidura de quien, hasta ese momento, se había comportado como un
canalla. Más bien creo que Cristo no hace nada después de esta injusticia, como luego de tantas otras, por lo
que El mismo dice: Pero esto sucede para que se cumplan las escrituras (Mt. 14, 49).

LA SEPTIMA INJUSTICIA: No se examina la calidad de los testigos

Los sumos sacerdotes y todo el Sanedrín buscaban un falso testimonio contra Jesús para poder
condenarlo a muerte, pero no lo encontraron, a pesar de haberse presentado numerosos testigos
falsos (Mt. 26, 59-60 y Mc. 14, 55-56). Como Jesús había apelado a la presencia de los testigos y éstos, que
fueron numerosos, dieron declaraciones que resultaron increíbles porque incurrían en permanentes
contradicciones (Mc. 14, 56 y 59), no se podía formular una acusación o dictar sentencia, ¿qué habrían de
hacer los del Sanedrín necesitados de un testimonio que permitiese una condena? Pues enviaron a los
guardias judíos a buscar testigos entre la morralla callejera e incluso llegaron a ordenar que los sobornasen
para asegurarse el resultado. Piense el lector qué pudieron encontrar los guardias judíos en la madrugada de
aquel Jerusalén de hace dos mil años. Lo mismo que hoy se encuentra en las calzadas de cualquier ciudad:
murciélagos azotacalles, calabacines y vagos trashumantes que viven a salto de mata; gente de noche y
mesón. Bien: esta es la gente de donde el Sanedrín sacaría sus testigos para echárselos al rostro de Cristo.

Mas esto, que entra en la galería del terror, no es tanto como que con este procedimiento se quebranta la Ley
dada por Dios a los judíos a través de Moisés: Los jueces investigarán el caso cuidadosamente, y si se
pone de manifiesto que el acusador es un testigo falso y ha atestiguado falsamente contra su
hermano, le harán a él lo mismo que él había proyectado hacer contra su hermano. Así harás
desaparecer el mal de entre ustedes (Deut. 19, 18).

LA OCTAVA INJUSTICIA: No se tomó juramento a los testigos

La ley fundamental obligaba a los jueces a tomar juramento a los testigos antes de iniciarse su deposición,
obligándolos a decir la verdad y nada más que la verdad: Piensa que una gran responsabilidad pende
sobre ti (Mischná, tratado Sanedrín, Cap. IV, Nro. 5). Pero en el proceso a Jesús no hubo tal protocolo ni se
cumplieron los juiciosos preceptos. Estos jueces perversos acaudillados por un maligno, que sobornaron
testigos para que digan falsedades, caían ellos mismos, si vamos al caso, bajo el peso de lo que prescribía
ley: No tendrás compasión: vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie
(Deut. 19, 21).

LA NOVENA INJUSTICIA: Los jueces violan y hacen violar la Ley

Este proceder irregular con los testigos, que el Deuteronomio califica de infamia (Deut. 19, 20), obligaba al
quebrantamiento de la norma en cuanto al correctivo que prescribe, no sólo para los jueces sino también para
los otros que estaban bajo su jurisdicción y habían sido instigados por conductas aberrantes para la comisión
de infamias. Es que desde mucho antes de estos episodios, los integrantes de estas corporaciones, habían
dejado de ser jueces o, como en este caso, nunca lo fueron. Eran una caterva de homicidas complotados
para difamar, torturar y derramar la sangre de un justo.

LA DECIMA INJUSTICIA: Los testigos declaran juntos

Dos testigos se adelantan y declaran juntos, lo cual era y es contrario a la ley. Los testigos debían declarar
separadamente: Daniel les dijo: Sepárenlos bien a uno del otro y yo los interrogaré (Dn. gr. 13, 51).

LA UNDECIMA INJUSTICIA: La tergiversación de las palabras de Jesús

El pueblo judío era muy celoso de la gloria de su Templo. Unos seiscientos años atrás de este juicio que
estamos relatando, Jeremías estuvo a punto de ser lapidado cuando hizo su anuncio profético: Si no
escuchan las palabras de mis servidores los profetas que yo les envío incansablemente y a quienes
ustedes no han escuchado, entonces yo trataré a esta Casa como traté a Silo y haré de esta ciudad
una maldición para todas las naciones de la tierra (Jer. 26, 5-6). Se salvó de la muerte porque convenció a
los sacerdotes, y poderosos señores influyentes sobre el tribunal, de que él hablaba así porque Dios se lo
ordenaba.

Pero ya había existido otro caso parecido: el de Miqueas de Moréset en los tiempos de Ezequías que,
palabras más o menos, ya les había profetizado lo mismo a los judíos. Las profecías de Moréset y de
Jeremías se cumplieron a manos de los caldeos en el 587 a.C. Reconstruido el Templo por Zorobabel en el
518 a.C. había sido agrandado por Herodes en el 18 a.C. Fue destruido nuevamente en el 70 d.C. cuando las
huestes romanas de Tito Flavio Vespasiano se apoderaron de Jerusalén reduciéndolo a cascotes.

Consecuentemente la acusación presentada contra Jesús por los dos testigos era de la mayor gravedad: Los
sumos sacerdotes y todo el Sanedrín buscaban un falso testimonio contra Jesús para poder
condenarlo a muerte; pero no lo encontraron, a pesar de haberse presentado numerosos testigos
falsos. Finalmente se presentaron dos que declararon: Este hombre dijo: Yo puedo destruir el Templo
de Dios y reconstruirlo en tres días (Mt. 14, 59-61; Mc. 14, 55-59). Por ello se inquietó el Sanedrín,
pensando de que por fin habían encontrado un motivo suficientemente válido para condenar al acusado. Y así
habría sido si las deposiciones hubiesen sido verídicas y coincidentes.

Las declaraciones eran falsas porque Jesús no había dicho puedo destruir, ni destruiré como aseguraban
los dos testigos por desmañados o para hacerlo sospechoso, sino destruyan. Y más completamente:
Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar (Jn. 2, 19). Palabras que, de todas maneras
son hipotéticas, imposibles de utilizar para formular un cargo serio contra un acusado, por cuanto
significaban: supongan que este templo es destruido, etc. Pero para satisfacer al Sanedrín los testigos
atribuían a Jesús palabras absolutas y categóricas como: puedo destruir y destruiré.

Por otra parte, las palabras estaban sacadas de contexto y por ello distorsionadas. Cuando Jesús dijo
destruyan este templo se estaba refiriendo, en una proposición alegórica o metafórica, a su propio cuerpo
que representaba todo un Templo viviente. Y este no es un recurso dialéctico como el que usan los abogados
defensores en los pleitos. No. Lo dice expresamente el Apóstol Juan: Pero él se refería al templo de su
cuerpo. Por eso, cuando Jesús resucitó, sus discípulos recordaron que él había dicho esto, y creyeron
en la Escritura y en la palabra que había pronunciado (Jn. 2, 21-22).

En realidad Cristo se había servido en su expresión de la palabra solviste (que está en la Vulgata), término
que los testigos interpretaron por destruir, pero que en su acepción obvia y natural significa propiamente
romper lazos, de donde la expresión quedaría como ¡romped los lazos de este templo! No se refería
entonces a un edificio de argamasa y mampostería. Sus palabras se conciliarían definitivamente con y en
tres días resucitaré (excitabo como lo dice la Vulgata). El paralelismo de las frases de los testigos,
provenientes de la masa ígnaro del pueblo, con las efectivamente dichas por Jesús, mueven a confusión, no
lo voy a negar, pero no disculpa a los doctores de la ley y mucho menos al Sumo Sacerdote de haber hecho
de ellas una interpretación torcida y caprichosa, con toda la intención de condenar a un acusado.

EL SEGUNDO INTERROGATORIO A JESUS POR CAIFAS

Entonces la duodécima injusticia fue consumada. Y tal cual lo prescribía la ley, Caifás debió desechar las
declaraciones de estos dos testigos temerarios y mendaces. Sin embargo aceptó sus declaraciones y, no
conforme con esto, transforma estas deposiciones en el eje para un segundo interrogatorio: El Sumo
Sacerdote, poniéndose de pie ante la asamblea, interrogó a Jesús: ¿No respondes nada a lo que estos
atestiguan contra ti? (Mc. 14, 60).

En realidad lo que esperaba Caifás era que Jesús, herido en su amor propio, diese alguna explicación. Si
Cristo hubiese intentado una respuesta, el asunto se habría disparado a un debate interminable puesto en un
sitio que no me animo a sospechar. El permanecía en silencio y no decía nada (Mc. 14, 61). Pienso que fue
así porque su causa se defendía sola, sin que fuese necesario que alguien abogase por ella. Caifás, por su
parte, se dio cuenta de que Jesús lo había descubierto y lo había colocado en una situación penosa ante sus
cófrades en la fechoría. El reproche elocuente era el silencio paciente.

Y así se cumplía el oráculo de David: El malvado urde intrigas contra el justo, y al verlo, rechinan sus
dientes; pero el Señor se burla de él sabiendo que se acerca la hora (Salmo 37, 12) y Mis amigos y
vecinos se apartan de mis llagas, mis parientes se mantienen a distancia; los que atentan contra mí
me tienden lazos, y los que buscan mi ruina me amenazan de muerte; todo el día proyectan engaños.
Pero yo como un sordo, no escucho; como un mudo no abro la boca: me parezco a uno que no oye y
no tiene nada que replicar (Salmo 38, 12-14). También lo había profetizado Isaías: Al ser maltratado, se
humillaba y ni siquiera abría su boca: como un cordero llevado al matadero, como una oveja muda
ante el que la esquila, él no abría la boca (Is. 53, 7).
EL TERCER INTERROGATORIO A JESUS POR CAIFAS

El Sumo Sacerdote lo interrogó nuevamente: ¿Eres el Mesías, el Hijo del Dios bendito? (Mc.14, 61 y Mt.
26, 63). He aquí un súbito cambio en la acusación. Ya no se trata de testigos mentirosos mañosamente
buscados, ni de declaraciones artificiosas arrancadas con tirabuzón. A todo ello Caifás lo ha echado a cesto
de basura de donde lo había sacado. Y llega a la penosa conclusión de que a ese hombre que tiene a su
frente, maniatado como un malhechor, no tiene nada que reprocharle. Ni una palabra, o un gesto. Nada.

LA DUODECIMA INJUSTICIA: El Presidente es a su vez juez y testigo

El lector debe recordar que en este momento que estamos reviviendo, la madrugada del días 15, estaba muy
avanzada. Por esto algunos miembros, de las más altas corporaciones nacionales del judaísmo, se habían
puesto nerviosos, añorando tal vez la mullida yacija sibarita. Otros, más decididos, le hacen conocer al
presidente su disgusto. Es que Caifás los había invitado a su palacio para un banquete nada modesto,
mientras detenían a Jesús en Getsemaní, y luego de manducar se reunirían para dictar una sentencia que,
según él, habría de ser de trámite fácil y de sesión muy corta, porque disponía de todos los elementos de
prueba, digamos, a la mano.

Apretado Caifás entre sus colegas y el detenido, cambia el escenario. A partir de este momento él aparecerá
solo y va a ocupar, aparte de ser ya presidente de la asamblea y juez, el lugar de los testigos y adoptará, por
segunda vez, el papel de acusador. Pero en esta ocasión desfachatadamente, porque se declara parte
contra Jesucristo, siendo que sus funciones eran las de ser juez: juez de las declaraciones y de la
defensa (repetimos Deut. 19, 15-21). Es el clásico voluntarismo de un desesperado y del autoritarismo a toda
prueba.

LA DECIMOTERCERA INJUSTICIA: Se obliga a jurar al acusado

La conjuración que Caifás hace a Jesús por el Dios vivo para que le responda si era el Mesías, el Hijo de Dios
(Mt. 26, 63), debió hacérsela a los testigos conminándolos a que digan la verdad. Así lo exigía la ley: Si
haces condenar injustamente al acusado, Dios te pedirá cuentas, como le pidió cuentas a Caín de la
sangre de Abel (Mischná, tratado Sanedrín, Cap. VI, Nro. 2). Pero en este proceso ignominioso no se le
tomó juramento a ninguno de los testigos que desfilaron ante la asamblea, pero Caifás se la pide al acusado.

Y el Sanedrín permite que se le mienta, o en palabras más actuales, que un grupo de villanos le tomen el pelo
esparciendo sandeces en un juicio que probablemente terminase, como terminó, con la pena capital. ¿O es
de pensar que no les bastaba complotarse entre sí y además se complotaron con los testigos mendaces? Es
para pensarlo. Pero lo que no puedo aceptar es aquello tan popular de que Caifás estaba solo y obraba por
su cuenta. Estas graves infracciones contra la moral y la jurisprudencia la había anunciado y estigmatizado un
profeta: Ellos, los que te nombran en el lecho infamante, los que juran en falso por tus ciudades (Salmo
138, 20).

De todas formas la pregunta es inadmisible en un juez rodeado de sabios y doctores. Porque si Jesús negaba
ser el Hijo de Dios, hubiese sido condenado por impostor al enseñar lo contrario; si confesaba que era el Hijo
de Dios, la condena hubiese sido la misma declarándolo blasfemo. ¿Acaso un juez puede formular una
pregunta tal que cualquiera fuere su respuesta tenga el mismo resultado para el acusado? Y Jesús le
respondió: Tu lo has dicho (Mt. 26, 64).

LA CONDENA DEL SANEDRIN

LA DECIMOCUARTA INJUSTICIA: El juez que monta en cólera

Entonces el Sumo Sacerdote rasgó sus vestiduras diciendo: Ha blasfemado. ¿Qué necesidad tenemos
ya de testigos? Ustedes acaban de oír la blasfemia. ¿Qué les parece?. Ellos respondieron: Merece la
muerte (Mt. 26, 65-66).

He aquí un juez que se encoleriza, que se irrita hasta llegar a rasgar sus vestiduras en medio de este juicio
que él mismo se ha encargado de transformar en un sainete espeluznante. Porque Caifás sabe que no debe
ni puede hacer esto. Que debe guardar dulzura y respeto hacia el acusado, o imparcialidad si el lector prefiere
y que, además, le está prohibido rasgarse las vestiduras porque viola la ley religiosa. Efectivamente, cualquier
judío podía rasgar sus vestiduras como muestra de dolor, pero no el Sumo Sacerdote porque sus vestiduras
habían sido ordenadas por Dios y representaban al sacerdocio: El sacerdote que tiene preeminencia entre
sus hermanos, aquel sobre cuya cabeza fue derramado el óleo de la unción y que recibió la
investidura para usar los ornamentos, no llevará los cabellos sueltos ni rasgará su vestidura (Lev. 21,
10).

LA DECIMOQUINTA INJUSTICIA: El juez criminaliza la respuesta

Irreflexivo Caifás exclamó: Ha blasfemado. Ya noto aquí dos irregularidades en esta expresión: por una
parte, y de inmediato, el presidente de la asamblea criminaliza la respuesta del acusado y, por la otra, no la
examina como prescribía la ley. Porque la respuesta fue emitida en los mismos términos que la pregunta.
Caifás hizo una demanda y por ella obtuvo un lacónico Tu lo has dicho. Las normas más elementales de
equidad exigían y exigen averiguar detenidamente si Jesús decía la verdad. Para ello se podía recurrir a las
escrituras que diesen las características que debía de tener el Mesías (Deut. 18, 15-22). Si una sola de ellas,
tan solo una, no coincidía con Cristo, entonces sí y sólo sí, debía ser declarado blasfemo debiendo sufrir la
pena máxima (Deut. 17, 2-5).

En rigor este trámite a Caifás le hubiese costado muy poco o nada. Tenía las escrituras a la mano en los
archivos del Templo, a pesar de estar haciendo un juicio público en un domicilio privado y después de
una comilona completamente fuera de lugar; entre los del Sanedrín tenía a veintitrés Doctores de la Ley y,
por si le faltase algo, él mismo era sacerdote. Por ello tal vez diga la escritura al hablar sobre los deberes de
la Justicia: No tendrás en tu bolsa dos pesas, una liviana y otra pesada. No tendrás en tu casa dos
medidas, una grande y otra pequeña. Deberás tener una pesa exacta y justa, y también una medida
exacta y justa, para gozar de una larga vida en el suelo que el Señor, tu Dios, te da. Porque él
considera abominable al que procede de esa manera, a cualquiera que comete una injusticia (Deut. 25,
13-16).

LA DECIMOSEXTA INJUSTICIA: Influye negativamente sobre los jueces

Pero además, cuando Caifás grita ¡Blasfemo!, influye negativamente sobre la opinión de los demás jueces,
quitándoles toda libertad de dar un dictamen diferente al suyo, más aquella que deben tener en el momento
de sufragar. Se debió limitar a decir como fórmula de su voto: Yo absuelvo (...) yo condeno, como estaba
previsto en la Mischná (tratado Sanedrín, Cap. V, Nro. 5).

LA DECIMOSEPTIMA INJUSTICIA: Un juez que no necesita testigos

Pero resulta evidente que aquella arbitrariedad no le alcanza y Caifás lanza el inicuo: ¿qué necesidad
tenemos ya de testigos? ¿Existirá alguien que pueda explicar esto? ¿Cómo es que un juez se permite la
extravagancia de prescindir de los testigos cuando éstos son bienvenidos en cualquier instancia de un juicio y
cuando es la ley la que se los exige? Porque la legislación disponía plantearle a cada testigo siete tipos de
cuestiones: ¿es un año jubilar?; ¿es un año ordinario?; ¿qué mes?; ¿qué día del mes?; ¿a qué hora?;
¿en qué lugar? y ¿es esta persona? (Mischná, tratado Sanedrín, Cap. V, Nro. 1). Es decir, el precepto
quiere que se descienda hasta los más mínimos detalles, lo que hasta aquí no hemos visto.

LA DECIMOOCTAVA INJUSTICIA: El juez pide los votos públicamente

¿Qué les parece?, ha preguntado Caifás. Es decir que el presidente pide un voto público y unánime a la
asamblea. Esto es desusado por donde se lo mire. Porque la Mischná dice: Los jueces absuelven o
condenan por turno (Tratado Sanedrín, Cap. XV, Nro. 5). Queda claro que no se permitían las condenas en
masa.

Pero sobre esta instancia hay un trago más amargo. Este Caifás, presidente, juez, fiscal, testigo, que ha
teatralizado el escenario rasgándose las vestiduras quebrantando esta ley antigua así como transgredió otras;
que con ello infundió un terror religioso a sus pares; que calificó de blasfemia la respuesta de Jesús; el que
dijo que no necesitaba más testigos ni nuevas pruebas para condenar, es el que comete la más amarga de
las burlas al preguntar a sus ilustrados colegas: ¿qué les parece? Pero, sinceramente, ¿cómo debió
preguntar: tal vez qué les parezco yo como juez o quizás qué les parece él como acusado? Piense el lector,
que no es un juego de palabras.

Dadas así las cosas, todos los del Sanedrín respondieron: Merece la muerte (Mt.26, 66). Pero a esto ya lo
había anunciado David el servidor del Señor: Las palabras de su boca son maldad y traición; dejó de ser
sensato y de practicar el bien; en su lecho sólo piensa en hacer el mal, se obstina en el camino del
crimen y no reprueba al malvado (Sal. 36, 4-5). A la respuesta y actitud de Jesús también: No escondí tu
justicia dentro de mí, proclamé tu fidelidad y tu salvación, y no oculté a la gran asamblea tu amor y tu
fidelidad (Sal. 40, 11).

Una vez que el Sanedrín hubo declarado por unanimidad que Jesús merecía la muerte, se hizo una señal a
los soldados y guardias judíos, que estaban dentro de la propiedad privada de Caifás, para que lo prendiesen
y lo vigilasen en las pocas horas que restaban a esa noche.

LA DECIMONOVENA INJUSTICIA: No hay deliberación entre los jueces

Con la sola afirmación de Caifás todo el tribunal estuvo acorde con la decisión de condenar a muerte al
acusado. No hubo entonces la deliberación posterior entre los jueces como lo prescribe la Mischná:
Habiendo juzgado, los jueces se reúnen e inician entre ellos el examen de la causa nuevamente
(Tratado Sanedrín, Cap. V, Nro. 5).

LA VIGESIMA INJUSTICIA: Se sentencia el mismo día del proceso

Efectivamente, la sentencia fue dictada el mismo día en que se inició el proceso, mientras que la ley escrita
dice: Todo juicio criminal puede terminarse en el día mismo en que comenzó, si el resultado de los
debates es la absolución del acusado. Pero si debe pronunciar la pena capital, no deberá terminar
hasta el día siguiente (Mischná, tratado Sanedrín, Cap. IV, Nro. 3).

Ex profeso dejamos de lado el asunto del resultado de los debates, porque como hemos visto hasta aquí no
los hubo y sí muestras acabadas de un autoritarismo doloso. Y no hubo debates, fundamentalmente, porque
no hubo defensa. Porque la ley judía autorizaba a cualquier persona a tomar la palabra para defender a un
acusado, lo cual era considerado como un acto de piedad: Si yo salía a la puerta principal de la ciudad y
ocupaba mi puesto en la plaza (...) Rompía las mandíbulas del injusto y le hacía soltar la presa de sus
dientes (Job 29, 7 y 17).

Pero en aquella madrugada terrible los dos únicos que hubiesen tomado la palabra a favor del acusado no
estaban. Me refiero a José de Arimatea y a Nicodemo. Sabemos de antemano que una protesta de
Nicodemo, que con tanto coraje había asumido la defensa de Jesús, fue ahogada con desdén (Jn. 7, 52). Por
ello los dos se habían cuidado de mantenerse al margen de los designios y de las actuaciones del Sanedrín.
En cuanto a José de Arimatea, dice San Lucas: Llegó entonces un miembro del Consejo, llamado José,
hombre recto y justo, que había disentido con las decisiones y actitudes de los judíos. Era de
Arimatea, ciudad de Judea, y esperaba el Reino de Dios (Lc. 23, 50-51).

LA VIGESIMAPRIMERA INJUSTICIA: Los escribas no recogen los votos

Desde luego los dos escribas que manda la ley no habían recogido los votos de la asamblea, simplemente
porque no hubo votación, así como los jueces no habían votado por turnos: A cada lado del Sanedrín
estaba situado un secretario encargado de recoger los votos: uno los de quienes lo absolvían; otro, de
quienes condenaban (Mischná, tratado Sanedrín, Cap. IV, Nro. 3). Pero es tan turbio todo esto, que
tampoco sé si este secretario y los dos escribas estuvieron presentes en este bochorno. Porque nadie lo dice.
Creería que sí. Y de ser cierto, sin duda alguna, estos tres formaban parte de la cáfila de tenebrosos
complotados para asesinar.

Así lo había predicho el oráculo de David: Una asamblea de malvados me ha traído en medio de ellos.
Hombres pecadores se han citado, esperando la ocasión favorable para perderme (Sal. 21 y 118).

Veintiún injusticias llevamos contadas y probadas hasta aquí con los pocos elementos de juicio que dispongo
y a casi dos mil años de distancia. Todas ellas irrebatibles. Sin embargo ningún juez se levantó para protestar
por este rosario de iniquidades. David en su elogio a la ley del Señor había dicho: Abran las puertas de la
justicia y entraré para dar gracias al Señor (Sal 118, 19); Tu promulgaste tus mandamientos para que
se cumplieran íntegramente (...) Me lleno de indignación ante los pecadores, ante los que abandonan
tu ley (Sal. 119, 4 y 53). Sin embargo todos sentenciaron que merecía la muerte (Mc. 14, 64).

Cuando los soldados y guardias judíos se llevaban a Cristo en cumplimiento de la orden dada por la
asamblea lo escupieron en la cara y lo abofetearon. Otros lo golpeaban, diciéndole: Tu que eres el
Mesías, profetiza, dinos quién te golpeó (Mt. 26, 67-68). No cabe duda que el Sanedrín dejó a Cristo a
merced de estos villanos para que hiciesen con él lo que se les viniese en ganas. Y decimos esto en la
seguridad de saber que el Sanedrín no adoptó ninguna medida para evitar estas maldades. Desde el punto
de vista jurídico es una auténtica barbaridad.

Siendo estos excesos cometidos tras la finalización de la sesión nocturna, en rigor deberían ser anexados al
elenco de injusticias que he analizado. Como la vergüenza de Caifás de tolerar que tales vejaciones se
llevaran a cabo en su propio hogar: tal vez su mujer, sus hijos, parientes, amigos, vecinos y esclavos
presenciaron sin querer, obligadamente, estas escenas horripilantes sin que al Sumo Sacerdote se le
moviese un pelo. Aunque tampoco de ellos salió una palabra de clemencia. Así se cumplió un nuevo pasaje
de las profecías: Ellos abrieron sus fauces contra mí, me golpearon con desprecio las mejillas, se
confabularon todos contra mí. Dios me ha entregado al poder del injusto, me arrojan en manos de los
malvados (Job 16, 10-11; véase también Job 30, 11-15).

LA SESION DE LA MAÑANA

Cuando amaneció, todos los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo deliberaron sobre la manera de
hacer ejecutar a Jesús. Después de haberlo atado, lo llevaron ante Pilato, el gobernador, y se lo
entregaron (Mt. 27, 1-2; Mc. 15, 1 y Lc. 23, 1).

En verdad esto es desconcertante. Después de la terrorífica sesión de la noche que concluye en sentencia
firme, encontramos nuevamente a Caifás y al Sanedrín reunidos en la madrugada del día 15 de nisan (Jn. 18,
28) ¿Les habrá resultado corta la velada, pocos los atropellos, escasas las injusticias escandalosas,
menguadas las brutalidades o los embargaba algún temor? Sabemos que hasta los oídos de Caifás había
llegado una noticia tremenda: el juicio podría ser objetado, de igual modo como lo hago en estos momentos, y
declarado nulo de toda nulidad. Esto arrimaría, pensarían ellos en sus tergiversaciones, aguas para los
molinos de Jesús; brotaría el descontento popular y podrían ocurrir sublevaciones que pondrían en peligro
sus cuellos.

Pero, téngase cuidado con esto: los del Sanedrín no se reunían, arrepentidos, para revisar la sentencia de la
víspera o de puro madrugadores que eran. No. Eso era impensable en una asamblea donde reinaba el
espíritu de Anás, de su yerno Caifás, o de judíos terribles como Samuel Kakkaton o El Menor (se lo llamaba
así para diferenciarlo de Samuel el profeta, con el que no tiene ningún vínculo). Este Kakkaton fue el judío
que compuso después de la Resurrección de Cristo la famosa imprecación llamada bendición de los impíos
(o birhhat hamminim): “La bendición de los infieles – dice el Talmud y la glosa de Jarchi- fue compuesta
por el rabino Samuel Kakkaton en Jafné, a donde el Sanedrín se había trasladado desde Jerusalén, en
tiempo de las fechorías del delincuente Nazareno, quien enseñaba una doctrina contraria a las
palabras del Dios vivo.”

Para solaz del lector le reproduzco la bendición de uno de los que juzgaron a Jesús: “ ¡No haya para los
apóstatas de la religión ninguna esperanza, y perezcan de repente todos los herejes, sean quienes
sean! ¡Sean arrancados de raíz del reino del orgullo, y desaparezcan rápidamente de nuestros días!
¡Bendito sea, oh Señor Dios, todo el que destruye a los impíos y humilla a los soberbios! (Talmud,
tratado Baracot o de las Oraciones, folio 28, verso).Conocida que fue esta bendición el Sanedrín lo insertó
como bendición adicional en la célebre Composición de la Sinagoga, el Schemone Esré o dieciocho
bendiciones que se remontan a los tiempos de Esdras, cinco siglos antes de Cristo, y que todo judío debe
recitar a diario (Talmud, Meguillé o Fiesta de la Lectura de Ester, folio 28, verso).

San Jerónimo, que no desconocía la oración de Kakkaton, nos cuenta que: Los judíos anatematizaban tres
veces al día en todas las sinagogas el nombre cristiano, bajo la denominación Nazareno (San
Jerónimo, Comment. in Isaiam., Tomo IV, Libro III, Cap. V, pág. 81, vers. 18-19, de la edición de Vallaresius).

El Sanedrín entonces, se había reunido aquella madrugada del día 15 para deliberar sobre la manera de
hacer ejecutar a Jesús (Mt. 27, 1).

LIMITACION DE LOS PODERES DEL SANEDRIN

Unos veintitrés años antes del proceso a Jesús, el Sanedrín había sido quebrantado y reducida su autoridad
por los romanos, al prohibirle el derecho de condenar a muerte. Según Flavio Josefo este grave
acontecimiento se habría producido en el año 11 de Jesucristo (séptimo de la era común), tras ser depuesto
el rey Arquelao, hijo y sucesor de Herodes (Antigüedades judías, XVII, XIII, 1-5). En efecto: cuando Judea
pasó a ser provincia romana, los procuradores, que gobernaban en nombre de Augusto, habían despojado al
Sanedrín del ius gladii para ejercerlo ellos mismos, esto es, el derecho soberano sobre la vida y la muerte.

Tal cuestión debió ocurrir en tiempos de Coponio, alrededor del año 7 d.C., y no como se ha pretendido
durante el gobierno de Poncio Pilatos, como una forma de mitigar la responsabilidad del Sanedrín al dictar a
un acusado (Cristo) la pena de muerte cuando les estaba prohibida. Este punto en sí mismo, configura una
gravísima irregularidad perpetrada por los judíos que desconocían la soberanía romana y no sé con certeza,
qué hubiese sido del Sanedrín y sus setenta miembros si el gobernador, aparentemente ignorante de lo
tratado y decidido en la noche del 14 y madrugada del 15 (Lc. 23, 2; Jn. 18, 29 y 19, 12) se hubiese
enterado, o bien si se hubiese enterado Roma de las malandanzas de estos doctores de ley, nada menos y
nada más.

En verdad, no fue esta medida un hecho singular de Roma contra los judíos como fue considerada por ellos,
sino una consecuencia, porque era de aplicación a toda provincia integrante del Imperio. Así lo escribió
Tácito: los romanos se reservan el derecho a usar la espada y olvidan el resto. Sin embargo el Sanedrín
retuvo el derecho a excomulgar (Jn. 9, 22, donde por primera vez se habla del temor a los judíos, tal como
lo había hecho Cicerón en su Oratio pro Flaccus), encarcelar (Hech. 5, 17-18, como hizo con todos los
Apóstoles) y flagelar (Hech. 16, 22, tal cual hicieron con Pedro y Silas en Filipos, ciudad de la Macedonia,
dejándolos mal muertos). Pero había perdido el derecho a aplicar la pena capital, considerado atributo
esencial de la soberanía. Y así lo reconoce el Talmud: unos cuarenta años antes de la destrucción del
templo, le fue arrebatado a los judíos el derecho de dictar sentencia capital (Talmud de Jerusalén,
tratado Sanedrín, pág. 24, recto).

No obstante ello los judíos del Sanedrín aplicaban la pena de muerte: el caso de San Esteban (Hech. 6, 12; 7,
57-60) o de Santiago, hijo de Alfeo, y otros, son casos emblemáticos y pruebas irrefutables del
quebrantamiento de la ley romana: “cuando murió el emperador Festo, como su sucesor Albino
necesitaba tiempo para llegar, el sumo sacerdote Ananías, hijo de Anás, pensó que era la ocasión
propicia para reunir el sanedrín. Hizo entonces comparecer a Santiago, hermano de Jesús, llamado
Cristo, y algunos otros, y los condenó a la lapidación. Todas las personas sabias y observantes de las
leyes de Jerusalén desaprobaron mucho esta acción. Algunos acudieron a Albino, que ya había salido
de Alejandría para prevenirle y observarle que Ananías no tenía derecho alguno a reunir el consejo sin
su permiso. Albino se convenció de ello con facilidad, y lleno de cólera contra el sumo sacerdote le
escribió diciéndole que lo castigaría” (F. Josefo, Antigüedades judías, XX, IX, 1). De manera que ya
sabemos: no sólo se operaba contra la ley de Dios, sino también contra de la ley romana y, además, se
aprovechaba la ausencia del gobernador para matar gente a cascotazos. ¿Cómo se pueden llamar a estas
actitudes cometidas por las más altas autoridades del pueblo judío? ¿Conoce el lector alguna palabra?
¿Habrá alguna en el castellano?

LA VIGESIMOSEGUNDA INJUSTICIA: Se reúnen en horario prohibido

En cuanto amaneció, los sumos sacerdotes se reunieron en Consejo con los ancianos, los escribas y
todo el Sanedrín (Mc. 15, 1 y también Lc. 22, 60). Queda claro entonces que el Sanedrín se reunió al
amanecer o en cuanto se hizo de día. Nuevamente vemos a los máximos representantes de la nación judía
quebrantando la ley inspirada por Dios y escrita por ellos mismos. Porque le estaba prohibido al Sanedrín
convocarse antes de realizar el sacrificio matutino: Se reunirán desde el sacrificio matutino hasta el
sacrificio vespertino (Talmud de Jerusalén, tratado Sanedrín, Cap. I, pág. 19). Y demás: ¿en que horario se
llevaba a cabo este sacrificio? Porque decir amanecer, es una ambigüedad que no se puede permitir en este
humilde estudio. Por un lado el Antiguo Testamento se limita a señalar la mañana y la tarde a secas: Cada
día ofrecerás sobre el altar dos corderos de un año, y esto en forma permanente. Ofrecerás uno a la
mañana y otro a la hora del crepúsculo (Ex. 29, 38-39). En verdad esto nos ayuda poco. Pero el historiador
Flavio Josefo es más preciso en este asunto: La ley ordena que se inmolen todos los días dos corderos
de un año, uno al comenzar el día, el otro cuando termina (Antigüedades judías, III, X, 1). Ahora bien: ¿en
qué hora comienza el día y en cuál finaliza? Creo que en aquel ayer, como lo es hoy, la jornada comienza con
la hora de la primera labor y termina cuando finaliza ella, segmento de tiempo que es más o menos
coincidente con el día solar, que en Jerusalén en aquella estación del año no es mayor a ocho horas.

Por otra parte el sacrificio de los corderos llevaba su tiempo. Los preparativos comenzaban al alba y luego
había que esperar una hora para la inmolación de la víctima, después se la despellejaba, se la ofrecía, para
consumirla seguidamente con las oraciones acostumbradas. Pero además el propio San Marcos y San Lucas,
que eran judíos y conocían lo de los sacrificios matutinos y vespertinos, no lo dicen en el Testamento. Y ellos,
al omitirlo, veladamente, ponen el acento en esta nueva injusticia, tal cual debió ser. De no haber sido así,
habrían dicho: En cuanto amaneció, después del sacrifico matutino, los sumos sacerdotes... etc. Pero ex
profesamente no lo dicen, luego, el Sanedrín se reunió antes del sacrificio matutino quebrantando el precepto
y cometiendo una nueva injusticia contra quien nada les había hecho, lo que ya reviste el carácter de
ensañamiento.

LA VIGESIMATERCERA INJUSTICIA: Era el primer día de la Pascua

Este día que estamos comentando era el primero de la solemne fiesta de Pascua, durante el cual está
escrupulosamente prohibido todo juicio: No se juzgue ni en día sábado, ni en día de fiesta (Mischná,
tratado Betza, Cap. V, Nro. 2).

Orígenes, uno de los más célebres comentaristas de la Biblia, recordando aquellas palabras del Señor que
Isaías decía a los judíos contemporáneos suyos: Sus lunas nuevas y solemnidades las detesto con toda
mi alma; se han vuelto para mi una carga que estoy cansado de soportar (Is. 1, 14), agrega con toda
razón: proféticamente, Dios afirmó que odiaba las fiestas de la sinagoga; porque, al entregar a Jesús a
la muerte el mismo día de Pascua, los judíos cometieron un crimen (Orígenes, Comment. in Joann).

INTERROGATORIO SUMARIO A JESUCRISTO

Llevaron a Jesús ante el tribunal y le dijeron: Dinos si eres el Mesías (Lc. 22, 66-6; Mt. 26, 62-66 y Mc.
14, 60-64). A fuer de cargoso lo repito: el primer sistema procesal, el de la noche de la víspera, se ha
abandonado por completo. Ya no se buscan soldados judíos que abofetean a un maniatado con
consentimiento de los jueces, ni testigos falsos traídos por el presidente del tribunal para dar falsos
testimonios, tampoco palabras que Jesús habría pronunciado para interpretarlas torcidamente. No. Nada de
esto. Porque esta estrategia había fracasado y, si volvían a ella, les ocurrirá lo mismo. Pero los del Sanedrín
sabían que si le preguntaban si El era el Cristo, Jesús les dirá que sí y allí estaría el motivo de su propia
condena.

El les dijo: Si yo les respondo ustedes no me creerán, y si los interrogo no me contestarán. Pero en
adelante, el Hijo del hombre se sentará a la derecha de Dios todopoderoso (Lc. 22, 67-69). Pensando en
la situación de Cristo, diga el lector que si no fue una respuesta sorprendente. O desconcertante. Pero pienso
que Jesús con sus palabras les quiso decir: ustedes, al interrogarme, no buscan la verdad; buscan un
motivo, algo que yo diga para condenarme; mas observad que desde esta asamblea de malvados
complotados contra mí, con las manos atadas y mi rostro y cuerpo lleno de magulladuras, iré a
reunirme con mi Padre todopoderoso para ocupar su diestra.

En aquel momento todos preguntaron: ¿Entonces eres el Hijo de Dios? (Lc. 22, 70). Reconozco que en
este caso la conclusión extraída por el Sanedrín era exacta. ¿Qué otra criatura podría tener el mismo honor,
el mismo poder, la misma majestad y, en consecuencia, la misma naturaleza que Dios mismo? Jesús
respondió: Tienes razón, yo lo soy (Lc. 22, 70). He aquí la misma respuesta que la dada la noche anterior.
Con la misma solemnidad. Pero esta vez Jesús no le responde a Caifás, sino a todo el Sanedrín.

LA VIGESIMOCUARTA INJUSTICIA: Vuelven a votar masivamente

Ellos dijeron: ¿Acaso necesitamos otro testimonio? Nosotros mismos los hemos oído de su propia
boca (Lc. 22, 71). De esta manera, mágicamente o como era de esperar, la segunda asamblea repite la
sentencia de la primera, que no es otra que la de Caifás, presente en su solio, atento a que no se le escape
algún díscolo de la rehala distribuida en hemiciclo. Y nuevamente el Sanedrín vuelve a votar masivamente,
cuando ya hemos visto que la Mischná prescribe un voto personal: cada uno, por turno, absolverá o
condenará (Mischná, tratado Sanedrín, Cap. V, Nro. 5).

VIGESIMOQUINTA INJUSTICIA: No se analiza la respuesta del acusado

La respuesta dada por Cristo debió ser sometida a riguroso análisis, tal cual lo prescribía la ley que ya hemos
visto. Es decir, se debió examinar si las dos proposiciones contenidas en las respuesta eran verdaderas o no:
la una, si el Mesías debía ser el Hijo de Dios y, la otra, si era Jesucristo ese Hijo de Dios. Pero no. El
Sanedrín pletórico de sabihondos y enjundiosos doctores, reacciona ante la respuesta como los oradores de
barricada o como esos que buscan pendencia en las calles. Es que la mirada perforadora de Caifás no
hubiese permitido la división del bloque monolítico de sus secuaces, lo que vuelve a los del Sanedrín más
canallas, aparte de perversos, porque suman a todo lo anterior su cobardía (miedo a recibir una anatema o
perder el puestito lucrativo, o lo que es peor recibir las dos cosas juntas), de la que ya había indicios ciertos.

VIGESIMOSEXTA INJUSTICIA: Dicta una condena que había que diferir

La sentencia dicha sobre tambor debió ser diferida. Como buenos testarudos o personas que obran por
móviles inconfesables, la injusticia cometida a la noche la vuelven a cometer a la mañana. Fórmese el lector
una idea de estos tiempos: para que esta sentencia tuviese visos de seriedad, no debió dictarse hasta el
sábado 16 a la mañana, y entonces era viernes 15 a la madrugada (los judíos contaban los días de un
poniente a otro, según vemos en Lev. 23, 32). Mas como el sábado no se podía sentenciar, debió pasar para
el lunes 18 a la mañana.

VIGESIMOSEPTIMA INJUSTICIA: Jesús no fue condenado a muerte

Efectivamente. Jesús nunca estuvo condenado a muerte, porque su sentencia fue dictada en un domicilio
particular, el palacio de Caifás, después de un ágape opíparo, siendo los jueces sus invitados, y por ello
quedaba automáticamente invalidada. Las sentencias sólo podían dictarse en la casa de las piedras de
sillería: Sólo podía haber sentencia capital si el sanedrín se reunía en su lugar, en la sala de piedras de
sillería (Talmud de Babilonia, tratado Abodá Zará o de la Idolatría, Cap. I, pág. 8 y Maimónides, tratado
Sanedrín, Cap. XIV).

Este asunto fue y es de suma gravedad. Tanto que seis siglos después los mismos judíos se dieron cuenta de
esta barbaridad. Había que corregirla rápidamente y hacer desaparecer la anterior, para que las nuevas
generaciones de judíos no cayeran en la cuenta y nosotros, al comparar un documento con otros, nos
diésemos cuenta que los Evangelios mentían. ¿Qué hicieron entonces? ¿Acaso reconocer su error
monstruoso? Eso jamás. ¿Entonces? Los rabinos falsificaron el Talmud, que es mucho más fácil, económico
y directo. Entonces dijeron que Jesús fue condenado en la casa de las piedras de sillería (tal cual se ve
en las mentirosas películas de Hollywood). Y así se puede leer en la Tosefta o Adiciones del Talmud de
Babilonia: Hay que señalar que cada vez que la necesidad de una causa lo exigía, el sanedrín acudía a
la sala Gazit o de las piedras de sillería, como hizo en el caso de Jesús y otros parecidos (tratado
Sanedrín, Cap. IV, pág. 37, recto). Con esta pequeña leyenda el rabinato sacó las papas del fuego de su
generación y de las posteriores, esquivándole el bulto a los siempre molestos preguntones. Pero, como se
puede observar, les duró bien poco.

Después del arresto, lo condujeron a la casa del Sumo Sacerdote, dice Lucas en 22, 54. Desde la casa
de Caifás llevaron a Jesús al pretorio, nos asegura Juan en 18, 28. Pedro lo había seguido de lejos
hasta la casa del Sumo Sacerdote y estaba sentado con los servidores, calentándose junto al fuego,
narra Marcos en 14, 54 de su evangelio y Los que habían arrestado a Jesús lo condujeron a la casa del
Sumo Sacerdote Caifás, donde se habían reunido los escribas y los ancianos, testimonia Mateo en 26,
57. De manera que ya tenemos aquí cuatro testimonios dados por escrito y aceptados universalmente como
legítimos de Nicea a esta parte, es decir durante más de dieciséis siglos. Con ellos, cualquier juez de aquella
antigüedad o de nuestro presente, no tendría ninguna duda de cómo ocurrieron los hechos. Y como si esto
fuese poco hay otras versiones de testigos presenciales que confirman los dichos de los cuatro evangelistas.

Cristo, entonces, ha sido por fin condenado. O doblemente condenado por los judíos si el lector prefiere. Los
sacerdotes, los escribas, los ancianos se precipitan desde sus asientos sobre la víctima como perros feroces.
Luego de atarlo, lo llevarán tumultuosamente desde la casa de Caifás a la casa de Pilatos, para solicitarle al
gobernador, la ratificación de la sentencia y hacerla ejecutar.

Pero como siempre, en esto, me asaltan dos cuestiones que comparto con el lector. La primera es que los
judíos, so pretexto de que ellos no podían aplicar la pena capital, harían ejecutar a un condenado por ellos
entre gallos y medianoche, pero con mano de obra romana, guardándose de esta manera de las agrias
quejas y reproches que podrían venir de sus contemporáneos y de la posteridad. La siguiente es el
comportamiento de la turbamulta que acompañó a los del Sanedrín en el trayecto entre una casa y la otra,
que no era corto. Estos eran todos judíos que no pertenecían al Sanedrín y sí al pueblo mismo. Era el pueblo
bajo, la chusma, dicen los escritores judíos. No sé, porque no consta. Que fueron acicateados por los del
Sanedrín para escupir, golpear e insultar al condenado. Tampoco sé, pero dudo, porque similares actitudes
hubo en la mismísima casa de Caifás al terminar la sesión de la noche.
Pero sí sabemos, por lo que parcialmente hemos visto aquí y en otras partes del Nuevo Testamento, que la
noche del jueves 14 de nisan y la madrugada del viernes 15, toda la población de Jerusalén estuvo en vilo por
lo que estaba ocurriendo en el palacio de Caifás, y no como se ha hecho creer que todas estas barbaridades
se llevaron cabo en el mayor secreto y a espaldas de los ciudadanos inocentes que dormían su sueño
plácidamente. No. Este asunto fue casi público y no creo que esa noche haya dormido alguien en Jerusalén.
Tratar el tema del comportamiento de este pueblo, un casi cómplice por su silencio y actitudes, ante
semejante ignominia será motivo de un nuevo escrito como este.

CONCLUSIONES

Tratando de ser lo más objetivo que me es posible digo:

1. Que queda completamente claro que fueron 27 las irregularidades flagrantes cometidas por el Sanedrín,
que lo llevaron a perpetrar las 27 injusticias que quedan bien puntualizadas.

2. Que cualquiera de ellas es de tal gravedad que, su sola invocación, debió ser causa para la revocatoria
de la sentencia y el salvoconducto para la libertad de Jesucristo.

3. Que por lo actuado se desprende que los integrantes de la asamblea llamada Sanedrín eran hombres
indignos en su mayoría de las funciones para las que habían sido convocados: sin piedad, ni rectitud, ni
moralidad.

4. Que en las sentencias de los jueces no hay ningún valor jurídico y menos fundamentos que avalen los
fallos. Y esto es repugnante al espíritu humano.

5. Que el día de mañana pudiere haber otro autor más prolijo, con más tiempo, que encontrase más
irregularidades en este proceso infame. Ello surgiría si se confrontase lo conocido con el derecho penal
hebraico de aquellos tiempos (ni hablar con el de hoy, aunque también sería interesante).

6. Que por tal causa y motivo este caso no queda cerrado.

7. Que el supuesto arresto de Cristo fue en realidad un secuestro rodeado de formalidades por los judíos
para que pareciera la detención de un delincuente, es decir, un hecho legal.

8. Que al secuestro le siguieron malos tratos y torturas físicas y psicológicas al presunto inculpado. No en
vano los autores que han escrito sobre la Pasión de Cristo dicen que la noche del 14 fue la de su mayor
dolor. De no haber existido torturas no habría existido dolor.

9. Que Jesús estaba condenado a muerte mucho antes de llegar al Sanedrín, bajo el pretexto de que
convenía que El muriese para que la nación judía viva. Y el Sanedrín vivió para que la nación se muera,
tal como aconteció 40 años después.

10. Que la farsa del Sanedrín es también otra de las formalidades con que los judíos quisieron rellenar el
hueco que quedaría ante la opinión pública por la muerte de un justo.

11. Que las responsabilidades de los judíos integrantes del Sanedrín y de un vasto sector del pueblo es
insalvable y por ello las palabras de San Pablo, que citamos al principio, son justas y ciertas, y lo he
demostrado cabalmente.

12. Que estos judíos dictaron una sentencia de muerte cuando les estaba prohibido hacerlo por la ley romana,
y la misma fue proclamada, quebrantando la ley religiosa, desde un domicilio particular. A este Sanedrín le
importaba un rábano lo que estaba por sobre de él y por debajo de él también.

13. Que a este hecho escandaloso los rabinos lo remendaron agregando al Talmud de Babilonia una
descripción apócrifa de los hechos, lo que hace más condenable la actitud de los judíos. Y se demuestra a
la vez que, en lo contencioso, los dirigentes judíos del año 33 eran los mismos que los del año 600. O
dicho de otra forma: en 600 años no habían aprendido nada.

14. Que el hecho de no poder aplicar la pena capital pudo ser usado con más habilidad a favor del Sanedrín;
sin embargo usaron la mano de obra romana representada entonces por Pilatos, que se dejó usar,
temulento y añoso prevaricador, el cruel asesino de Samaria (los samaritanos eran disidentes del poder
de Roma y del poder de los judíos y éstos los consideraban herejes).

15. Que lamentablemente ignoramos si existieron vinculaciones entre Pilatos en Judea y la judería de Roma
que era tan numerosa, según los historiadores de aquellos años, que ocupaban casi todos los cargos
públicos importantes, principales puestos en el ejército y eran judíos casi todos los capitanes de la flota de
guerra romana. Sí sabemos que entre la judería romana y la de Judea había un cordón umbilical que no
se cortó nunca. Toda la aristocracia judía, la plutocracia, los terratenientes, fariseos y saduceos educaban
a sus hijos en Roma.

16. Que no sabemos si Caifás, al que vemos con tanta autonomía, no estaba “cumpliendo órdenes” al actuar
de forma tan irracional en sus veredictos. Porque la judería de Roma era más poderosa que la de Judea,
a pesar de ser ésta una provincia del Imperio. ¿Acaso no fueron los mismo judíos de Roma los que
hicieron de su patria una colonia para protegerla de los vecinos anhelantes de cobrarse viejas deudas?
¿O de dónde piensa el lector que salía el oro que amontonaban los judíos en los subsuelos de su famoso
Templo?

Que, para finalizar, cabe hacerse la pregunta: ¿cuántos sanedrines existieron? Porque este, el de Cristo,
superó lo previsto por la trascendente figura del condenado. ¿Acaso no hubo otros sanedrines antes de
Cristo, durante la existencia de Cristo y posteriores a El? Digo, con otras personas, inocentes, innominadas,
pero empleándose procedimientos iguales a los usados con Jesús. Y por otra parte, ¿siguen existiendo los
sanedrines mandados por los judíos de nuestra modernidad? Por ejemplo: secuestrar una persona,
quebrantar por ello la soberanía de una nación supuestamente amiga y donde la comunidad judía vive en
paz, someterlo a juicio con leyes posteriores a la causa, condenarlo a muerte y ejecutarlo, ¿no es un
Sanedrín hecho y derecho o es distinto al que acabamos de ver?

También podría gustarte