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El acercamiento fenomenológico a la experiencia estética, para que sea fructífero,

debe conducir a una apuesta práctica en la cotidianidad en la que vivimos. Por lo


menos, esta consideración se precisa como principal dentro del desarrollo del
presente seminario. Esto, a mi manera de ver, resulta útil para despejar
cuestiones, o por lo menos, hacer problematizaciones objetivas respecto de
aquellos sucesos que acontecen a diario. Problematizaciones como la develada al
final de la sesión del día de hoy. A saber, ¿se debe entender al autor aparte de su
obra? O ¿el autor y su obra van de la mano y no es posible entenderse lo uno sin
lo otro? Y es problemático porque podría entenderse que cuando elogiamos una
obra, elogiamos de igual manera a su autor, sin importar, si lo hacemos de manera
activa o pasiva.

Para clarificar lo anterior, bastará poner el siguiente ejemplo: en días recientes, el


escritor francés, Guy Soman, acusó al pensador francés, Michel Foucault, de
pedofilia. Para argumentar ello, esbozó algunos testimonios personales sobre las
visitas que este último hacia a Túnez. La cuestión central, que deseo tratar aquí,
no es determinar si Foucault es o no culpable, sino como este tipo de
acontecimientos pueden cambiar la manera en la que dirijo mí conciencia sobre su
obra literaria. Si nos encontrásemos, con que efectivamente esto ocurrió de tal
manera, pensaría que no tendría sentido seguir leyendo la obra de alguien que
abanderaba ciertas causas socio-políticas solo para sacar provecho personal,
lacerando la integridad de otros individuos. Y no continuaría leyendo su obra
porque sentiría que estaría contribuyendo a exaltar la figura de un pedófilo. En
sentido estricto, pensaría que no está bien darle voz al alguien así, al punto de
desestimar el input académico que este haya realizado. Pero, por otra parte,
podría pensar que nada tiene que ver una cosa con la otra y que son
acontecimientos que deben ser analizados de manera distinta y que su input
académico es valioso para seguir contribuyendo en la defensa de ciertas causas
socio-políticas. Las dos cuestiones podrían ser igualmente válidas. Es en este
punto, donde surge la cuestión ¿Qué podríamos decir de ello desde el
acercamiento fenomenológico?

La primera cuestión que surge aquí, y que corresponde a una de las grandes
premisas de la fenomenología, es que tenemos que ir a “las cosas mismas”. Es
decir, en el caso anteriormente mencionado, no tendría sentido centrarnos en un
comentario póstumo sobre la vida de Michel Foucault, no tendría sentido volver
sobre su vida misma, el contexto político en el que creció, etc., etc., etc., para
anular el valor de su obra literaria. Esto, en tanto que para hallar la objetividad del
objeto debemos centrarnos en el objeto en sí.

Una segunda cuestión, que se desprende de la primera, es que debemos analizar


su obra y este caso puntual de su vida, de manera discriminada. Así pues, si le
damos un trato fenomenológico a este aparte de su vida, no se debería tener en
cuenta su aporte en la historia, ni sus aportes académicos para entorpecer su
responsabilidad en tal caso. Aquí, el aporte de la fenomenología será el de
describir la experiencia vivida de una manera racional, es decir, apoyada en la
evidencia (noema). Y esto último, es un aporte particularmente significativo, si lo
miramos en relación a todo lo procedimental que se estipula en una rama como lo
es el Derecho. Porque si se pretende juzgar este caso, no tendría sentido alguno,
traer a colación que el fuese homosexual o no, para apoyar una tesis en la que se
manifieste que si cometió o no el abuso con menores de edad. De aquí, que en el
estudio fenomenológico siempre se deben tener en cuenta las vivencias. En
principio, este es el sustento para posteriormente ir en búsqueda de la esencia de
las mismas experiencias (fenómenos). Dejar de lado estas cuestiones, es lo que
Husserl reconoce como la epojé; si yo, como espectador, dejo de lado los
prejuicios que tengo respecto de alguien como Foucault, bien sea por su
orientación sexual, o por sus escritos, disonantes para su época, me permitirá
entender que no es evidente, a primera vista, su culpabilidad. Y así, podré hacer
un análisis riguroso del fenómeno en cuestión. Es así, como podemos entender al
autor y su obra de manera independiente.

Ahora bien, normalmente, cuando nos acercamos a una obra, sea del tipo que
sea, como ejercicio pedagógico, tratamos de contextualizar a esa obra para hallar
mayor riqueza conceptual e incluso emocional. Por ejemplo, cuando nos
acercamos a un film, como El niño de la Pijama de Rayas, tratamos de indagar
sobre la situación socio-política en la que se desarrollan los hechos, buscar el
nombre del autor y mirar en que época vivía, las corrientes ideológicas a su
alrededor, sus estudios, etc., etc., etc., todo con la finalidad de sacar mayor
provecho de esa obra. No obstante, y aunque parece un ejercicio digno, desde el
estudio fenomenológico esta separación (autor-obra) es imperativa realizarla para
poder apreciar al fenómeno como fenómeno en sí.

Lo anterior, es apenas un breve comentario basándome en el texto y en la sesión


del día. No resuelve de golpe todo lo que hay alrededor de si se debe considerar
la obra independiente y/o dependiente de su autor. No obstante que, desde el
estudio fenomenológico, puntualmente desde la “suspensión”, la separación de la
obra y de su autor se hace más que necesaria. Sin embargo, si tomamos como
fenómeno de estudio, la memoria oficial que existe, actualmente, sobre el conflicto
armado en Colombia, se vuelve difícil considerarla lejos de su autor, porque
asumo que ese autor quiere transmitir, a través de ella, una verdad respecto del
asunto que trata. ¿Cómo hacer esa “suspensión” en un escenario así?

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