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cristiano-metafísica
E d ic io n e s del C o p is t a
MEDITACIÓN CRISTIANO-METAFÍSICA
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MEDITACIÓN
CRISTIANO-METAFÍSICA
[MIGUEL BUA
P O S N O V I C IA D O
Av. CARCANO 75 - Tel-/F*x 4846418
_________ 5003 - CQRPOBA
E d ic io n e s del C o p is t a
Avellaneda, Blanca del Valle
Meditación cristiano-metafísica - la ed. - Córdoba :
Del Copista, 2006.
192 p. ; 22x15 era.
ISBN 987-563-096-9
1. Filosofía. 2. Metafísica. I. Título
CDD 110
IMPRESO EN LA ARGENTINA
Queda hecho el depósito que prevé la ley 11.723
I.S.B.N.: 987-563-096-9 : 978-987-563-096-3
PRÓLOGO
das, de ellos dependerá. Siempre todo hombre puede hacer emerger, aunque
sea en unos pocos instantes de su vida, su humanidad de ser personal, la que
le es dada por un acto creador y constituye su fondo más íntimo.
tra existencia; antes estábamos ocupados en el trabajo que signi
fica una realización humana como tal y muchas veces, perdidos
en el esfuerzo, no podíamos mirar a los seres que acompañaban
nuestros pasos y que a veces incluso lo posibilitaban, respetán
donos siempre e imitando, al modo humano, a Aquél que todo
lo posibilita al hacerlo ser y sostenerlo en su ser con propia con
sistencia 2. Justamente, amar con amor de amistad, el que en su
gratuidad muestra una cierta analogía con el amor de caridad
cristiano, es siempre amar al otro en sí mismo y por sí mismo, y
es aceptar simultáneamente el amor del otro por una en sí mis
ma. ¿Cómo podría alguien querer a otro como la persona que es
en sí misma, si no acepta, a su vez, ser la persona que es y que
el otro quiere como tal?; sólo entre personas surge un mundo
con el sello de lo humano. Se descubre aquí el sentido profundo
de una comunidad humana en su entrelazar justo y amante las
manos, como verdaderas personas libres que son.
Llegar a estas experiencias es abrirse a un agradecimiento
profundo por cada presencia y por cada vez que se permitió
nuestra presencia en otro, por cada acontecimiento ya bueno o
ya doloroso, en que se vio envuelto nuestro devenir existencial,
por las cosas animadas o inanimadas, que nos rodean, por el
trabajo de cada día, por la salud, por la enfermedad, por los
años, los días, las horas, en fin, los sucesivos instantes, preña
dos de acontecimientos, de todo este tiempo que vivimos para
siempre.
Ahora, en el caso particular de este libro, que hoy ofrezco a
la consideración de sus posibles lectores, quiero agradecer la su
L Introducción
10 Cf. E l Tomismo, op. cit., págs. 46/47, señala cóm o difieren según
principios y también según el orden que siguen, dado el punto de partida, es
decir una va de D ios a las cosas, la otra de las cosas a Dios.
11 Cf. op. cit., p. 61, diferenciando la teología natural — metafísica—
de la teología del teólogo cristiano dice: “...difiere de ella no simplemente
embargo, la razón que nos permite avizorar una salida. Ya que
la naturaleza de uno de los géneros — el de la fe— es tal, que
permite — sin anularse— que en su interior se desenvuelva el
otro — el de la razón— sin que deje de ser tal. Van siempre a la
par sin confundirse, pero a su vez siempre relacionados, porque
¿cómo puede el hombre creyente evitar preguntarse con lo que
le es propio — su razón— sobre aquello que cree? Y, ¿cómo
puede evitar, no integrar en esta su cuestión, todo lo sabido so
bre lo que es, ya que ello le permite — como el hombre racional
que es— comprender mejor aquello que como cristiano le salva
y le salva desde Dios? Esta relación entonces no es fortuita,
nace siempre cuando los géneros están vivos en un corazón hu
mano. Creemos que aquí está la clave de bóveda de la respuesta
gilsoniana: la necesidad de la relación 12.
Ahora bien, toda esta cuestión supone, a su vez, otro aspec
to; éste es: hay un Dios que es Dios y de algún modo —por la
fe— el hombre ha tenido noticias de él; y hay un mundo natu
con una diferencia específica — com o una especie diferente de otra especie
de teología en el seno de un mismo género que contendría una a la otra— ,
sino con una diferencia genérica. Ahora bien, es preciso recordar que la di
ferencia de género a género es extrema, lo que se predica de dos objetos ge
néricamente diferentes es objeto de una predicación, no unívoca ni siquiera
análoga, sjno equívoca. Es decir que el Dios del que hablan las dos teologías
es específicamente diferente. La teología de Aristóteles puede muy bien lla
marse una ciencia divina, y serlo en efecto, pero no lo es sino por su objeto;
por su sustancia, continúa siendo un conocimiento húmano de la divinidad
(...) no una sacra doctrina, participación en el hombre, por la fe, de la cien
cia que Dios tiene de Dios: Recordémoslo “Theología quae a d sacram doc-
trinam pertinet, differt secundum genus ab illa theología quae pars philoso-
phiae ponitur” (Nota 73, Summa Theol.,1,2,1 ad. 2m.). También se puede cf.
en Introducción a la filosofía cristiana, op. cit., p. 29.
12 El Tomismo, op. cit., págs. 63/4. Dice: “...la presencia de la fe en el
entendimiento modificará necesariam ente sus pasos no para cambiarlos de
naturaleza, sino para suscitarlos (...) N o podría haber tomismo auténtico sin
esta íntima sim biosis de dos modos de conocim iento, a la vez distintos y
aliados”.
ral que tiene su propia consistencia y no es Dios. Con otras
palabras hay dos realidades, en donde una de ellas no es natu
raleza 13.
La fe por y en Dios, trae consigo el conocimiento de que el
mundo natural tiene una causa y una causa trascendente. Aten
damos entonces a este segundo aspecto.
B) L a Causa Trascendente
255: “Por supuesto, hay una causa de cada movimiento, y es una de las cua
tro clases de causas naturales, pero Aristóteles no la considera como causa
de la existencia de ese m ovim iento, ¿cómo había de hacerlo, dado que el
movimiento no comienza nunca ni cesa?”.
16 Cf. el texto citado en nota 12 y Elements o f Christian Philosophy,
traducido al castellano con el título Elem entos de filo so fía cristian a , Ed.
Rialp, Madrid, 1981, págs. 114/133.
que puede cumplir esta verdadera filosofía en el interior de la
teología. Es conveniente primero no olvidar la experiencia his
tórica respecto a este punto.
mos que en este texto y en otros del trabajo, no hemos sido totalmente fíe
les al transcribirlos, ya que en algunos casos hemos considerado oportuno
agregar subrayados, en función de la importancia de sus contenidos.
18 La filosofía de la edad media, op. cit., p. 21: “Convertirse al cristia
nismo era con frecuencia, pasar de una filosofía animada de un espiritu reli
gioso a una religión capaz de consideraciones filosóficas”. Conviene también
cf. en op. cit., págs. 22/24.
19 Op. cit., p. 116: “La fórmula ‘Platonismo de los Padres’ conduciría,
pues, a un sentido absurdo si se le hiciese significar que los Padres eran pía-
También en la patrística latina, con San Agustín, es posible
observar cómo el autor, nos hace experimentar una vez más,
que esta cuestión fe-razón era una experiencia viva, de tal te
nor, que suponía el desarrollo de la experiencia humana misma
en pos de dicha cuestión. Así descubrimos que S. Aguistm,
como Justino, vivió profundamente la experiencia de compren
der la filosofía en el filosofar del hombre griego y luego al en
contrarse con el don de la fe y ya instalado en ella, advirtió:
- Que toda su experiencia filosófica anterior no quedaba invali
dada, porque ahora sabe, al creer, que la misma le permite
comprender que no es absurdo creer, porque la fe trae consi
go un contenido que no puede ser tachado de irracional. De
allí su frase: “comprende para creer”.
- Pero toda esta experiencia ha quedado ahora iluminada por
algo nuevo, distinto, que sólo se puede alcanzar desde esto
nuevo y sólo en la fe en ello. Ninguna filosofía, permite el ac
ceso aquí, sino que por lo contrario la que brinda el acceso, es
la sola fe dada por Dios: “cree para comprender” 20.
Este nuevo orden iluminará toda una época y se mantendrá
siempre latente, aun en épocas que ya le han olvidado o perdi
do, como es nuestra contemporaneidad. Justamente, porque está
latente por un lado y por otro el don mismo de la fe, hicieron
posible que nuestro autor la haya descubierto con tanta viveza,
pese a las grandes dificultades ya señaladas.
Pero nos hemos adelantado, tratemos de seguir descubrien
do la mirada de E. Gilson en la experiencia histórica. Esta ex
periencia de Agustín de la primacía de la fe sobre el orden ra
cional, en Dionisio Areopagita, significará, el emerger de su
Teología superlativa, que en el fondo expresa la imposibilidad
para la razón natural de acceder a Dios. Éste nos decía: de Él
32 Op. cit., p. 142, dice: “...el rol único jugado en esta teología por la
noción de ser (esse) cuyo arquetipo y modelo, si así puede decirse, es el mis
mo D ios revelando su nombre en el Éxodo”.
33 Estando en Dios, también cambia el carácter del universo mismo, por
ello dirá Gilson en op. c i t p. 109: “El universo conocido del hombre se com
pone en lo sucesivo de cosas creadas a imagen de un Dios cuya esencia, es de
cir el acto de ser, es a la vez origen y modelo. El intelecto que conoce estas co
sas es en sí mismo efecto y la imagen de ese mismo D ios. En esta doctrina
donde todo es natural en la naturaleza, pero donde la naturaleza es esencial
mente un efecto divino y una imagen divina, puede decirse que la naturaleza
misma es sagrada. No resulta sorprendente que el primer inteligible leído en
una tal realidad por un tal intelecto sea la noción primera de ser, y que con un
origen tal esta noción sobrepase en todo sentido al entendimiento que la conci
be”; en p. 34 encontramos: “La obra de la razón es buena, sana e importante
pues prueba que, dejada a sí misma, puede la filosofía, establecer con certeza
la existencia de este primer ser que todos llaman Dios; pero una sola palabra
del texto sagrado nos coloca de entrada, en relaciones personales con Él, nos
dice su nombre y con sólo decirlo, nos enseña la simplicidad de su esencia”.
34 Op. cit., p. 102, refiriéndose a Santo Tomás dice: “...mantiene tan fir
memente la distinción formal de las dos luces y de las dos sabidurías, para
Y así, en esta relación, no sólo es posible advertir que se
está verdaderamente probando la existencia del Dios inalcanza
ble desde el sólo hombre, sino que es a partir de este Dios que
se producen:
a) La experiencia de la fe en su Revelación, que nos pone de al
gún modo en comunicación—participación— con el mismo
Dios Uno y Trino, en el que creemos, al conocer a Cristo. Co
nocimiento oscuro y certero que guía al hombre suscitándole
pasos naturales, en el interior de lo que es pura gratuidad.
b) Las experiencias místicas sobrenaturales, que Dios permite a
aquellos a los que quiere directamente mostrarse. Experien
cias intransferibles, pero su sólo sello es fuente —por conta
gio— de movimientos que ponen nuevas direcciones en la
historia de los hom bres3S.
c) Y también, aunque oscura, la noción de Dios, latente en toda
la experiencia de la religiosidad natural de la humanidad.
¿Cómo diría Dios, si una cosa o el hombre no lo son? El 11a
permitirles colaborar mejor, sin confusión posible, pero sin falsos escrúpulos
e íntimamente, Santo Tomás ha querido hacer penetrar la luz natural de la
razón hasta las partes más secretas de la verdad revelada, no para eliminar la
fe y el misterio, sino para definir sus objetos (...) Pero la relación también se
establece en sentido inverso, pues la teología de Santo Tomás tiene derecho
a mirar en su filosofìa y ello se hace para mayor bien de la filosofía”; más
adelante p. 133, agrega: “Así como es regular que cada vez que la noción de
ser está en juego, el espíritu vacile entre concebir la causa, a partir del efec
to, según el orden filosófico, o concebir el efecto en función de su causa,
según el orden teológico. El filósofo cristiano hace las dos cosas, ya que él
teologiza, y el teólogo no se priva de filosofar”.
35 La filosofìa en la edad m edia, op. c i í p. 372: “En la larga serie de
sus sermones sobre el Cantar de los cantares, San Bernardo afirmó clara
mente que la unión extática del alma con D ios era para él una experiencia
familiar. Cierto que añadía es incomunicable: quien no la ha sentido no pue
de saber lo que es, y quien la ha sentido es incapaz de describirla (...) el éx
tasis es estrictam ente individual, y la experiencia de uno, nada nos enseña
acerca de lo que puede ser la experiencia de los demás. En cambio, es posi
ble investigar sus causas y las condiciones de su posibilidad”.
mado argumento ontológico, aun cuando no prueba la exis
tencia de Dios, probaría la existencia de esta noción latente y
fuente encauzadora de la natural religiosidad del hom bre36.
Volviendo a nuestra cuestión, digamos que es esto lo que
quisimos significar cuando anteriorm ente afirmamos que es
verdadero que Dios existe y que también es verdadero que es el
Mismo Ser (Essé) y que sin embargo, esta verdad no se vuelve
la Verdad M isma que es Dios, si es que Dios no está ya 37.
36 L ’atheime difficile, Vrin, París, 1979, traducido por Eloy Sardón con
el título El difícil ateísmo, Ed. Univ. Cat. de Chile, 1991, p. 50, refiriéndose
a la idea de D ios dice: “Ella implica la presencia en el espíritu de una noción
cuyo m odelo de ningún modo es dado por la experiencia” — e insiste—
“...¿cómo la noción de un ser que no es dado en la experiencia puede hallar
se en el espíritu?” Más adelante p. 51, dirá: “Hay, pues, un preconocimiento
de D ios anterior a las pruebas”. Y fundará esto no en un hombre naturalmen
te cristiano, sino naturalm ente religioso, “...aunque posiblemente aceptaría
hablar de un alma ‘naturalmente religiosa’...”, y en p. 54 “...el argumento
ontológico (...) tiene al menos el mérito de explicar la existencia de la idea
de D ios. D e todos modos ahí está la idea”, en págs. 71/72: “La única vía
hacia Dios, fuera de la fe en una revelación sobrenatural, parte del hecho de
que el hombre es un animal religioso”; en G od and Philosophy, traducido
por Demetrio N a ñ e z con el título D ios y la filo so fía , Em ecé Editores,
Bs. As., s/año de edición, p. 129: “Dios mismo se ofrece espontáneamente a
la mayoría de nosotros, mucho más com o presencia confusamente sentida
que como respuesta a problema alguno cuando nos enfrentamos con la vas
tedad del océano, con el puro silencio de las montañas o con la vida miste
riosa del cielo estrellado en una noche estival...”.
37 Se fundaría aquí, creemos, la posibilidad de un ecumenismo que in
tegraría, sin mezclar, la contagiosa experiencia del místico, con la del teólo
go que sostiene todo en Uno sin confundir y también ¿porqué no?, con las
m últiples religiosidades naturales que a su modo — con el cuerpo— dicen
Dios también por Dios. Y aún, aquel que combate a Cristo, y en su combate
impone su Voluntad de poder, encontraría aquí un lugar, ya que sin saberlo,
sería sostenido por aquéllos que sabiendo de Cristo en una relación sobrena
tural, saben que Cristo no se impone, sino que simplemente se muestra y se
muestra siempre desde Él, por ende, todo mérito es siempre de Él, ¿qué otra
cosa puede hacer entonces el hombre que esto sabe, si no es acompañar a los
otros hombres sean amigos o no?
Agregamos ahora que, si ya se está en Dios por el don de la fe,
es posible sí, integrar en uno los órdenes. No significa ello que
se identifiquen, que uno desaparezca en el otro; sino que desde
Dios es posible transformar la afirmación humana, posibilitán
dole coincidir — comulgar— con Él. El agua se hace vino, dice
el autor; o mejor, la filosofía queda subsumida en Lo Revela-
ble, Teología, sin dejar por otro lado de ser tal Filosofía. En la
medida que es instrumento, útil en el servicio, es vino; en sí,
sigue siendo agua, ya que sólo así puede ser instrumento. Es
más, es ese servicio, lo que exige más que nunca que cumpla
con su propia naturaleza. Y cumpliendo así, advierte que hay
en la Palabra de Dios un ámbito el del Revelatum, el del Mis
terio, al cual jamás podrá acceder; y sin embargo, experimenta,
aún aquí, cómo esta Oscuridad, porque es tal para ella, experi
menta —decimos— cómo la fecunda e ilumina aún más, siem
pre con respecto a lo natural38.
Todo este crecimiento que Gilson hace, descubriéndolo en
Santo Tomás, es desarrollado, en sus múltiples aspectos, en sus
obras; hemos sólo tratado de mostrar alguna líneas, advirtiendo
que, por tratarse de experiencias tan vivas en su actualidad, no
se pueden agotar. Además aquí, como en todo lo humano, co
nocer, comprender, significa atisbar en alguna medida o modo
y con muchos límites, la experiencia viva de filosofar en la fe.
Como se trata de lo que se trata, a su vez no es una cues
tión de decisión o de voluntad, sino que hay que pedirla siem
pre en la oración. Como ya decía San Anselmo, se comprende
en la fe, pero para comprender hay que vivir y vivir para un
cristiano —agregamos filosofante— es cumplir los mandamien
38 Cf. E l Tomismo, op. cit., conviene leer todo el apartado titulado M ar
co doctrinal, y en él no dejar pasar las págs. 51/52. En p. 62 además dice:
“...la teología filosófica se integra en la otra como el medio en el fin, pero la
intelección de la fe continúa siendo inteligencia, no llega jamás a ser fe. Sé
que existe un D ios, pero creo en la existencia de Aquél que me dice que
existe, y la creo a partir de su palabra”.
tos, es decir, amar a Dios y en Él a todo lo que es. Cuando se
reúnen así ciencia y espiritualidad nos estamos aproximando,
en alguna medida, al espíritu del filósofo cristiano del que nos
hemos ocupado.
EL PUNTO DE PARTIDA DEL FILÓSOFO
METAFÌSICO 1
Una cuestión
I. Algunos elementos
5 Op. cit., p. 235: “La ciencia del ser en cuanto ser se convierte en la
ciencia de las causas primeras, que a su vez se convierte en la ciencia de la
causa primera, porque Dios es, a la vez, Causa Primera y eí ser en cuanto
ser”. Antes había dicho: “...en la misma medida en que desea conocer la rea
lidad por su causa primera, y puesto que Dios es esa causa primera, el hom
bre desea naturalmente, como su fin último, conocer a D ios”.
II. Una respuesta metafísica en el interior de la
experiencia de fe cristiana
8 Op. cit.y p. 197: “...el hombre no podía ser una inteligencia alimenta
da de sus propios pensamientos, sino, la inteligencia de un ser, el suyo, des
cubridor de otros seres, que encuentra en este descubrimiento la verdad de
sus afirmaciones; así es como la verdad vista le permite buscar el amor de
todos los seres, pero, sin extravíos, y detenerse gozoso ante la belleza crea
da y recreada, sin limitaciones. Esta unidad de la filosofía que logra integrar
toda la compleja verdad de la realidad en la unidad misma de la teología,
hará que el orden descubierto por él, sea, no sólo un orden humano, sino, y,
sin más, i. e, de entrada nomás, un orden de salvación cristiano”. Más ade
lante en p. 199, dice: “...siempre vio con claridad que D ios, el D ios en el
cual ya creía, era también el ser, lo cual para el camino de salvación no es
mucho, ni poco, pero, para la filosofía, es todo”.
viliza y movilizó a las épocas, llegando a la actualidad de la
mano de algunos de los pensadores mencionados y otros.
Las tres afirmaciones anteriormente hechas: Dios-Ser, la
Causa-libre y los entes que son, pudiendo no haber sido, dieron
origen a múltiples metafísicas de la libertad, cuyo impulso con
tinúa — aunque latente— hoy. Nosotros sólo consideraremos
algunos pocos aspectos, de los muchos que encierra. Uno de
ellos es: si Dios es el Mismo Ser y el ente pudo no haber sido,
puede no ser o podría dejar de ser; si es tan radical su contin
gencia, ¿qué consistencia ontològica podría tener? ¿Qué signi
fica “es”, en el ente? ¿ No es este es acaso, sólo un pálido e
inconsistente reflejo del Creador, ya que sólo Éste es con pro
piedad, al ser su Mismo Es? Además, ¿hasta qué punto es po
sible justificar —probar— filosóficamente a una causa avizora
da de este modo por la inteligencia, en el interior de otra
experiencia que de suyo no es filosófica sino de un género di
ferente? Como vemos la pregunta a resolver filosóficamente,
nos lleva a mirar al ente en cuanto tal. La fuerza de la pregun
ta: ¿qué es el ente?, muéstrase potenciada.
9 Étienne G i l s o n , El ser y los filósofos, op. cit., págs. 251/2: “...la cau
salidad eficiente puede dar el ser existencial a la sustancia, así como, a la in
versa, la causalidad formal puede comunicar el ser sustancial a Ja existencia
actual. Donde no hay existencia, no hay sustancia, pero, donde no hay sus
tancia, no hay existencia”.
puede dar razón del mismo. Es decir, si todo es real por él,
nada de todo lo que es el ente, puede explicar a este “es” I0.
Pero, cuando afirmamos que todo lo del ente es por él, estamos
afirmando que todo participa, es causado por su esse. O, con
otras palabras, al mirar la causalidad formal y la primacía de la
causalidad eficiente con respecto a ésta, nuestra inteligencia
mira, descubre, en el interior del ente, sin salir de él, lo que lla
mamos participación intrínseca. La esencia, en potencia con
respecto a su acto de ser, está siendo determinada, actualizada
existencialmente por este acto; y a su vez, al ser este acto siem
pre y sólo el acto de ser de tal esencia (no como esencia sino
en cuanto esencia del ente) está siendo tal acto, limitado por
esta esencia, por ende, es un acto finito. Tal acto es siempre el
ser, la existencia (e^e), limitada o finita, de tal sujeto que con
cretamente se nos da en la experiencia cognoscente.
Si nada del ente puede dar razón de su ser y sin embargo
los entes son, no siendo este ser absoluto, sino limitado por su
esencia, es decir finito, cabe la pregunta ¿por qué es el ente? Y
aquí a partir de todo lo señalado, aparece con necesidad, la pre
sencia de su Causa, ya que el ser del ente que su esencia no
puede justificar, sólo puede ser justificado entonces, por el Ser
Mismo o. lo que es lo mismo, el Ser cuya esencia es Ser ü .
Mirar el ser del ente es simultáneamente mirar su causa: el
Ser. Aún más, al decir ente estamos ya diciendo: Ser. Notemos
algo en estas últimas expresiones, estamos mirando, afirmando
en ellas, a la Causa, pero no sólo en cuanto es causa, sino y en
es necesario decir que todo ente que tiene se r lo tiene de Dios. Porque, si
algo hay en alguien por participación necesariamente es causado por aquello
en que ese algo está por esencia, como el hierro se pone en ignición por el
fuego”.
primer lugar, en cuanto es y necesariamente no puede ser, sino
el Ser Mismo. Lo cual permite a la inteligencia metafísica avi
zorar que si hay causa y la Causa es el Ser ya no es causa por
necesidad. Ya que el Ser que es por esencia Ser (el Mismo
Esse), es la plenitud de la actualidad lo cual, implica que de
nada necesita; por ende, si es causa, lo es porque libremente,
así lo quiere. Accedemos así en el fondo del ente, a un fondo
trascendente a éste, en donde este otro fondo — que no es
ente— es alcanzado positivamente, o lo que es lo mismo, con
inteligencia natural, como el Ser. Antes habíamos dicho que
todo lo del ente era por su acto de ser, ahora hemos agregado:
a) que dicho acto de ser, es por el Mismo Ser; b) Ser que sien
do sólo Ser, no es ente, es lo “otro” del ente, y, c) si dicho Ser
es Causa, lo es libremente.
La participación trascendental es aprehendida positivamen
te desde el Ser (Esse), el cual, a su vez, ha sido aprehendido a
partir del esse propio del ente. Y es desde este punto de parti
da y desde lo que se ve al concluir en el Ser Mismo, que se
advierte, lo que no se ve en este orden último, la vía negativa
no queda excluida, pero ahora se da en segundo término. No se
trata ya del “no” iluminando a la Causa, sino que así como el
Ser permite aprehender de qué tipo de Causa se trata (libre),
permite también aprehender al “no”. Sabemos que el ente es y
que hay, por lo mismo, Ser y simultáneamente a partir de ello
advertimos que todavía esto último visto, no es igual a una
contemplación directa, ya que sabiéndolo con necesidad a par
tir de lo que es el ente, no sabemos todavía directamente qué
sea ser en Dios. Es el límite de la metafísica; más allá se abre
otro orden del cual sabemos por el don de la fe en su Revela
ción, orden que puede iluminar y que ha iluminado este cami
no del hombre filósofo, sin confundirse con él. En el límite,
decimos con ciencia, que una experiencia directa de un Princi
pio Trascendente no es posible; sólo sería posible, si Éste dis-
^ pone —por gracia— darse a nuestra inteligencia. Con ciencia
nos abrimos a la no-ciencia, o lo que es lo mismo, desde el Ser
avizorado ortológicamente, siempre desde el ente, advertimos
lo negable.
El Dios metafísico se hace uno con el Dios Revelado, sin
dejar de ser sólo un pobre y limitado Dios metafísico. Pues este
hacerse uno no significa que un orden deje de ser lo que es, sino
que un orden, el Revelado, asume sin confundirse con él, al
otro. Desde esta relación es posible advertir que se trata de Lo
Mismo captado de dos maneras: el natural del hombre y el de
aquel que surge por el darse sobrenatural de Dios en el don de
la fe. Orden Sobrenatural que, por trascender al natural, puede
darse junto a él, sin confundirse con él e incluso haciéndolo sur
gir, si es necesario. En el interior de su experiencia de la fe en
Dios Revelado, el hombre no deja de ser tal, sino que en su
identidad de hombre, queda lanzado y exigido a serlo más que
nunca, porque se trata de Aquél que da respuesta a su búsqueda
del fin último, implícita en su naturaleza de hombre. De allí,
que si bien el cristiano no tiene por qué ser filósofo, si lo es, la
pregunta por el ente queda potenciada, como dijimos en párrafos
anteriores. Y así ha ocurrido, insistimos, que sin salirse del ám
bito metafísico, a partir del esse que es “lo otro” con respecto a
la esencia, se ha arribado a un Esse, un Es, que lo es en sí mis
mo; pero ,he aquí que, a partir de esta afirmación que con cien
cia se hace, se descubre que todavía ello, no es igual a contem
plar a dicho Esse en sí mismo. Sucintamente, digamos que a
partir de lo que se ve con evidencia, se ha afirmado el No.
La vía de participación, analógicamente nos permite llegar
positivamente a señalar al Ser Mismo, pero llegados aquí ad
vertimos que dada la “naturaleza” de que se trata, sólo la he
mos señalado y todavía no la hemos visto. Etienne Gilson, al
respecto y con acertadas palabras decía:
“No hay Qui en Dios; sólo est, y de este est mismo, que
nuestro entendimiento rectamente considera real, no
tenemos concepto entitativamente adecuado. Donde la
esencia es una pura existencia se trasciende a sí misma
y deja de ser concebida como esencia definible” 12.
C) Un hecho
A) El camino
Parménides, como otros filósofos de espíritu filosófico, pa
reciera ya en los albores del filosofar haber sentido la necesi
dad no sólo de mostrar el lugar donde él avizoraba una res
puesta que respondía a su capacidad natural de preguntar y de
encontrar un principio que se mostrara como tal, sino también
de indicar un modo de acceso a él. Cuando se recorre el Proe
mio, de su hoy fragmentado escrito sobre la naturaleza 9, no es
posible dejar de advertir que tal camino, se nos muestra en di
cho proemio. Y este camino culmina donde se encuentra ya lo
otro, lo metafísico.
Con otras palabras, este camino es tal, siempre y cuando
la inteligencia vea que aquello a descubrir no es esto, no es
lo que recorre el pensador eléata en un primer momento, ya
que las puertas, que sólo se abren ante la persuasión sabia
dirigida a Dike por las muchachas Helíades que acompañan
al filósofo, separan un ámbito del otro. Por tanto, sin negar
dioses, fuerzas humanas, sabiduría mortal-humana, capacidad
de ir de lo oscuro a las claridades, develamientos de las cabe
zas que pueden dirigirse hacia la luz, y aceptando que de al
gún modo, son condiciones que deben acompañar para que las
12 Idem, 27.
13 Idem, 27/32. La segunda parte citada ha sido tomada de: G. S. Kjrk
y J. E. R a v e n , op. cit.,p.390, dos últimos rengiones del parágrafo.353.
B) E l ser como principio
Y continúa diciendo:
"...inmóvil en los límites de poderosas cadenas, está sin
comienzo ni fin Permaneciendo lo mismo en el
mismo lugar, yace p o r s í mismo y así se queda firm e
donde está; pues la firm e Necesidad lo tiene dentro de
las cadenas del límite (...) porque no es lícito que lo
Ente sea ilimitado; pues no es indigente de nada ”.
Añade además:
“es completo por doquier, semejante a la masa de una
esfera bien redonda (...) es todo inviolable (...) siendo
igual a sí mismo por todas partes, está uniformemente
dentro de sus límites ”.
D) Algunas consecuencias
j
i
I
LA CONCEPCIÓN DE UN UNIVERSO CREADO 1
I. La cuestión
8 Cf. Elementos de Filosofía Cristiana, Ed. Rialp, Madrid, 1981, cap. 10.
es lo que es, hacer ciencia acaso, ¿no es decir por qué es lo que
es y por ende, entrar en él, en sus múltiples elementos, los cua
les nos permitirán siempre comprender un aspecto de él?,
¿cómo podría permitimos conocer que es creado? Si conocer es
admitir la experiencia de actualidades, ¿qué experiencia podría
haber aquí?, ¿qué podría dársenos como sosteniendo al concep
to de creación?, ¿es ésta realmente una concepción?
Dijimos que partir del ente es siempre partir del ente natu
ral. Sabemos que esta concepción aprehende a la realidad en su
dinamismo. Todo se nos muestra operando, actuando para ser
lo que es y para ser. El ser que se alcanza, muestra a su vez, la
plenitud o la limitación de la operación realizada, tanto en el
orden de las relaciones que establecen las naturalezas operando
entre sí, como en el orden de cada naturaleza 9. El dinamismo
natural encierra implícitamente al movimiento. Ahora bien,
todo movimiento en cuanto tal es un pasaje de lo que todavía
no se es —potencia— a lo que ya es — acto— . Esta potencia a
su vez, es potencia real, porque subyace en un ser —móvil—
que ya es. Sin acto no hay potencia. Pero dado este acto — su
jeto que es— que hace real a la potencia, es posible a partir de
ella, el sucederse de nuevos actos. Por ende, no hay pasaje de
una pura potencia al acto, sino que siempre es de un acto a otro
acto con respecto al cual, se estaba en potencia. Con otras pa
labras no hay cómo salir del ser, porque no hay en el orden na
tural pasaje del no-ser al ser. Entonces, desde este orden,
¿cómo pensar algo así como la noción de creación? Ésta se nos
muestra como un acto, una acción que expresa una relación,
pero no se puede hablar en ella de un pasaje o de un m ovi
miento, porque crear — en este orden primero, metafísico—
A) Elementos previos
Dios nunca le faltó algo para ser completo. Por tanto, lo causado por El pue
de darse siempre que El se dé, y así no es necesario que lo preceda en la
duración”. Con otras palabras D ios, libre en relación a su criatura, puede
crear un efecto eterno o temporal; pero en los dos casos es efecto creado y
por lo mismo, una eternidad creada no se confunde nunca con la Eternidad
Misma que es Dios; para saber si la creación es en el tiempo o no, hay que
recurrir como dijimos en el texto, al dato revelado.
15 Atendemos a lo dicho en el primer tema desarrollado en esta misma
obra con el título: Un cristiano filosofante.
un Dios dándosenos en el don de la fe I6. Recordemos lo ya di
cho, hay aquí un círculo, pero no es vicioso 17.
2 - Con relación a la noción de creación todo cristiano y
todo teólogo, en la medida que están informados por el don de
la fe, coinciden. Estos últimos, al considerarla, emplean libre
mente distintas filosofías como instrumentos que usan para ex-
plicitar el dato revelado en el cual creen. Aquí es donde cabe la
pregunta de si toda filosofía permite arribar a ello; y a esta pre
gunta sólo se responde filosofando.
3 - El poder ver la noción de participación, a su vez, está
estrechamente ligado a la noción de ser o de ente. Aquí radica
la dificultad de tantos pensadores cristianos filosofantes que
viendo al ente en algunos de sus aspectos, o nada pudieron de
cir filosóficamente luego sobre la cuestión planteada, conside
rándola inaccesible al filósofo, o realizaron una reducción de la
misma al aspecto visto. Con otras palabras, o consideran a la
creación como un dato perteneciente al orden del revelatum y
no del revelabile y por ello, inaccesible a la razón natural del
hombre desde el orden que le es propio, en ella creemos y no
B) E l ente creado
24 Cf. op. cit., cap. VI: Conocim iento y existencia; también se puede
consultar Elementos de filosofía cristiana, op. c i t págs. 298/9.
25 Cf. La unidad de la experiencia filosófica, op. cit., cap. XII: La na
turaleza y unidad de la experiencia filosófica; también en Introducción a ¡a
filo so fía cristiana, op. cit., p. 104 dice: “D e la noción de ser en cuanto ser
no hay nada que sacar, del ser en tanto ser hay mucho que decir, pero para
ello es necesario alcanzarlo o, si no comprenderlo, al menos tocarlo, no per
diendo jamás el contacto so pena de caer en un verbalismo sin objeto”.
esencia no como tal esencia, sino en cuanto es. Pero entonces,
si esto es así, la esencia es potencia con relación a su acto,
¿qué quiere esto decir?, simplificando, digámoslo así: la esen
cia es segunda con respecto a lo que es primero. Lo segundo
siempre limita a lo primero. En este caso, le hace ser de tal
manera. Por ello el acto efe .ser — aunque plenamente acto, en
cuanto tal no cabe hablar de grados-— , no es acto puro, sino un
acto limitado a ser de tal manera. Si es un acto limitado, es un
acto finito.
La composición del ente en su centro, en su corazón, dice
finitud, pero también dice participación. ¿Qué queremos decir
con esto? Participar es ser por otro, lo que participa de algo
está siendo por ese algo; por ejemplo, el color azul de una la
picera, participa del ser de dicha lapicera, por ello la lapicera
en cuanto sujeto subsistente es primera con respecto al color y
éste segundo porque le debe su ser, no en cuanto azul, sino en
cuanto que es un azul real. Lo mismo ocurre con los principios
del ente: la esencia, el sujeto es por su acto de ser, sin este acto
no sería. Con otras palabras la esencia participa de su acto de
ser (íesse), o la esencia está siendo causada como esencia real,
por su acto de ser. Aquí no corren criterios temporales, no se
trata de que el acto de ser sea primero y luego la esencia, o de
que la esencia era antes posible y ahora es actual. Si nos desli
zamos aquí no comprenderemos, se trata de criterios metafísi-
cos, se trata de actualidad. Así es que en cada ente que es, la
esencia está siendo causada por su esse y ello es así, mientras
cada ente sea 26.
Para continuar un poco más el análisis, recordemos lo ya
dicho: lo causado es siempre segundo en relación con la causa,
la que es siempre primero. Y ahora detengámonos en esto últi
mo, al decir que el acto de ser es primero, estamos diciendo
que nada de lo que es el ente lo explica. Éste, el ser, explica
27 Op. cit., p. 260, agrega: “...el ser es el acto último, de! que todas las
cosas pueden participar, aunque él mismo no participa de nada”.
28 Op. cit., p. 261: “Todos y cada uno de los entes creados participan,
por así decir, de la naturaleza del ser: quodcumque ens creatum participat, ut
ita dixerim, naturam esen di”.
29 Cf. Introducción a la filosofía cristiana, op. cit., p. 135.
Ahora bien, este Ser afirmado por la inteligencia como que es y
que es su mismo Ser, es no obstante sólo atisbado por ella, ya
que llegar aquí no es todavía conocerle en su mismo Ser. Sabe
mos que es y que es el Ser, pero aparte de esto nada más pode
mos decir, no hay concepto, sólo hay este señalar. Por eso, afir
mar dicho es por un lado es ciencia y por otro es nesciencia. El
límite, la ignorancia ilustrada, es la máxima sabiduría —perfec
ción-“ a la cual metafisicamente puede acceder nuestra inteli
gencia 30.
Recapitulemos, el ente se nos mostró como creado y detrás
sólo puede estar el Creador, el cual es tal, por ser el Ser Mis
mo. Justamente, por serlo es libre del ente y por ende, si el
ente es, lo es, porque el Mismo Ser así lo quiere, libremente,
sin necesidad. La creación se nos muestra como una relación
real, ontològica, que va del Ser Mismo, Dios, al ente; en sí, tal
relación es constituyente del ente y su sello está vivo en cada
uno, en aquello que constituye su corazón: el acto de ser. Pero
a su vez, el hecho de ser creador no es constituyente de Dios,
es decir de su esencia; Éste es por esencia Esse Subsistente
Puro y si es creador lo es porque así lo quiere. Es el Ser lo que
ilumina a la creación y no ésta al S e r31.
Al llegar aquí se advierte que en esta relación creadora se
va del Ser al ser. Era el Ser Mismo, Actualidad Pura y ahora en
virtud del acto creador, es el Ser y los entes (actualidades). En
este ir de nuestra inteligencia de los seres al Ser y de éste a los
seres, advierte y señala sin contradicción, que el ente antes de
ser era nada; sin que ello signifique que la nada sea un princi
pio ontològico 32, ni una mera negación, sino que constata un
I. Los principios
4 Op. cit., p. 344: “Hay un ‘espíritu del tiempo’ y todos los elementos
de una cultura dada, tomados en cierto momento de su historia, participan en
su com posición. Pero el ‘espíritu del tiem po’ explica los elementos contin
gentes y transitorios de las doctrinas filosóficas, no lo que tienen de necesi
dad permanente”.
5 Op. cit., p. 354: “Lo que está al principio, al final y siempre en todo
conocim iento humano es su primer principio y su constante punto de refe
rencia. (...) puesto que el ser es el primer principio de todo conocim iento
humano es a fo rtio ri el primer principio de la metafísica”.
6 E l realism o m etódico, op. cit., págs. 121-2: “...el sujeto, en vez de
encontrar su objeto en el análisis del conocim iento, encuentra su conoci
miento, y se encuentra a sí mismo, en el análisis de su objeto (...) Esto nos
lleva a convertir la existencia del mundo exterior en una evidencia, pero en
la evidencia concreta y directa de una intuición sensible, que se traduce
abstracta y directamente en un juicio. Para que el ser material pueda ser
conocido como un en-sí, es preciso que sea inmediatamente dado como un
en-sí, y esto sólo lo hace posible una sensibilidad. Todo esfuerzo para
transformar esta evidencia sensible en una deducción o inducción racional
Si ello es así, ningún hombre, ninguna concepción del prin
cipio, ninguna experiencia de él, con otras palabras, ninguna
época histórica lo agota. De allí que cada una, ponga su impron
ta a través de los distintos aspectos que destacan las distintas
concepciones. No es el principio visto el que crece, sino el hom
bre el que crece o decrece en su comprensión. De allí que a me
dida que se da la experiencia del encuentro cognoscente con él,
sea posible ver si éste es suficiente o no, para explicitar todos los
elementos o aspectos que implica la realidad. La esencia vista
desde su unidad, nos permite iluminar múltiples aspectos pero
puede ser no suficiente — como tal esencia una— para explicar
la misma Unidad. La esencia vista desde su substancialidad a
partir de la actualidad formal nos permite comprender aquello
que son los existentes concretos y a la Perfección misma (Pensa
miento de su Pensamiento) que es su causa, pero no es suficien
te para aprehender dichos existentes con adecuada consistencia
ontològica en sí mismos, en cuanto individuos y en cuanto son, y
tampoco es suficiente para aprehender a su misma causa no sólo
como Causa motora, sino también como Causa eficiente de su
ser. La esencia vista desde su posibilidad, permitirá comprender
la necesidad de un Principio necesario y creador, el cual se sos
tendrá o como Existencia excluyendo toda esencia, o como Esen
ser sea absolutamente o no sea’, y, puesto que nadie se atrevería jamás a sos
tener que el ser no es, sólo queda un único camino abierto a la especulación
filosófica, ‘esto es, que el ser e s ’
10 Op. cit. Cf. Capítulo I: Sobre el ser y lo uno.
11 El filósofo al que atendemos, ha expresado en las dos obras citadas
en este trabajo como fundamentales para el tema que tratamos, las debidas
diferencias entre el acto de ser y el existir, pero también ha explicado cómo
el uso gramatical de los términos ha ido perdiendo su significado original
para adquirir otros, razón por la cual, asume en algunos casos y con las de
bidas advertencias tal empleo. Cf. El ser y la esencia, Introducción. Nosotros
nos atendremos a tales criterios.
cionar únicamente como cópula en la formulación hecha. Sin
embargo, aun cuando en dicha respuesta no se pueda ver al acto
de ser (essé), no por eso aquello que queda del ente deja de te
ner solidez ontológica, ya que es uno de sus principios y sin él
no habría ente. Recordemos que el término esencia deriva del
latino essentia, el cual a su vez deriva del término griego oi>cía,
que es sustantivo abstracto del participio femenino tó atiera del
verbo e'vcci. Por ende, aun cuando se pase de largo ante el acto
de ser o no se le pueda ver en el punto de partida de ningún
modo, como distinto de la esencia, esta esencia es concebida
como ser. ¿Que ha pasado aquí? ¿Desde donde es avizorada tal
esencia? Tanto en Parménides, Platón, como en Plotino esta
esencia está siendo fundada desde su identidad. La raíz más pro
funda implícita en ella, su última luz, aquello que posibilita que
una esencia sea tal, es su identidad o su unidad 12.
Por ello para Parménides el ser, si es, es idéntico y por
ende uno. Y sigue siendo así para Platón y también para Ploti
no. Insistamos, el ser es esencia y aquello que nos perm ite
aprehender a la esencia en cuanto tal, es su identidad, su uni
dad; ya que una esencia idéntica es necesariamente una. A la
aprehensión del ser como esencia, se ha agregado entonces otra
intuición metafísica: la de su unidad. Transformándose así esta
última en la plataforma que la sostiene. Observemos que hay
aquí una afirmación verdadera, porque un ser sin identidad o
sin unidad sería inaprehensible, se disolvería; así por ejemplo,
si Juan es, es sólo Juan y no otro. Es ello verdad, pero que sea
verdadero, no significa afirmar la identidad como el fondo mis
mo de la esencia. Según nuestro autor radica aquí, la raíz de
algunas de las dificultades que luego en su análisis nos mues
tra, siempre moviéndose en el interior de las respectivas filoso
fías de estos pensadores griegos. Dificultades que atañen por
13 El ser y los filósofos, op. cit.y p. 53, nota 30, donde cita de Plotino:
En., V, 2, 1.
14 La filosofía en la edad media, op. cit., tomo II, p. 270: “Constituye,
pues, una extraña ilusión de perspectiva el representarse un siglo XIII tomista,
porque es seguro que los hombres de aquel tiempo no lo vieron bajo este as
pecto; pero quizá no sea una ilusión, a la distancia a que nos encontramos de
él, representárnoslo como el Siglo de Santo Tomás. (...) Si no hay ninguna de
las grandes doctrinas del siglo XIII que haya dejado de ser fecunda, y que no
siga siendo aún hoy — cada una en su orden y en su grado— un fructífero
III. La esencia de la sustancia vista desde su acto formal
te real de energía, su médula está más allá del alcance de cualquier concep
to. Nada más importante de recordar en la filosofía del ser de Aristóteles, y,
sin embargo, nada se pasa por alto más frecuentemente: en su más íntima
realidad, las sustancias son desconocidas. Todo lo que sabemos acerca de
ellas es que, puesto que actúan, son, y son actos”.
18 Op. cit., p. 84: “Entre los diversos significados del ser, dice Aristó
teles, ‘el primero es aquel en que significa lo que es y en el cual significa la
sustancia’. En otras palabras, el es de la cosa es el qué de la cosa, no el he
cho de que exista, sino lo que la cosa es y lo que le hace ser una sustancia”.
19 Op. cit., p. 18: “Ser (ousía), en el verdadero, primitivo y estricto sen
tido de este término, es lo que no es predicable de un sujeto, ni está presen
te en un sujeto; es, por ejemplo, un caballo individual o un hombre indivi
dual”; más adelante (p. 81) afirma: “Toda verdadera sustancia es naturaleza:
se mueve, cambia, actúa”.
20 Op. cit., p. 81: “Para actuar de este modo, toda sustancia debe ser,
ante todo, una energía subsistente, esto es, un acto (...) el ser ya no es mis-
midad, sino energía y eficacia”.
mos, la sustancia es significa la sustancia es sustancia. Aristó
teles, como dice Gilson, ve existentes, actualidades, pero no se
pregunta por dicha existencia, sino por la raíz aquella que les
hace ser lo que son 21 y ha encontrado la respuesta, la cual es
última en el orden de la sustancia,, de la esencia, no permitién
dole ir más allá ¿Cómo podría haber un acto de la forma, de lo
que ya es acto? Si hubiera un acto del acto, ello sería equiva
lente a disolver el ser, al hacerle perder su misma unidad. Por
el contrario, es evidente que hay tales sustancias unas, por
ende, hay tal acto formal último o primero, en cada una de
ellas.
Sabemos que el filósofo cristiano, al que atendemos, ha de
sarrollado a partir de lo arriba dicho, las múltiples consecuen
cias que ello entraña para Aristóteles, como por ejemplo: la
identificación de individualidad con individuación, que lleva a
la afirmación de una individualidad muy débil, que casi no es;
o el retorno a las posiciones de su maestro Platón, al concluir
identificando la sustancia con la especie, o al menos, conside
rando a esta última, más perfecta que las sustancias individua
les, concretas 22. Como decíamos, sabemos de ello, pero no es
intención de este trabajo detenemos en estos temas, ya que
consideramos que más allá de las dificultades, la esencia como
un bloque ontològico, fundamento o punto de partida de toda
ciencia de ella, ha quedado consolidada. Ya que aun cuando el
pensador griego terminara en el orden de las conclusiones,
identificando ser con pensar o, en este caso, la sustancia con la
especie, en el punto de partida, jamás el pensamiento filosófico
21 Op. cit., p. 84: “...en efecto, si la cosa no existe, no hay nada más
que decir; si, por el contrario, existe, ciertamente tendremos algo que decir
acerca de ella, pero solamente acerca de lo que es, no acerca de su existen
cia, que puede darse por supuesta”.
22 Cf. en op. cit. e 1 cap. El se r y la su stan cia, en su segunda parte.
También se puede cf. al respecto, el cap. pertinente, en E l ser y la esencia,
op. cit.
ocupó el primer lugar, este lugar correspondió siempre al ser, a
la esencia, a la sustancia. Era el ser lo que posibilitaba la cien
cia filosófica y no al revés. Y, por lo mismo, fue esta una épo
ca metafísica y no lógica, caracterizada por la pluralidad y la
diversidad de planteos filosóficos; lo cual, a su vez fue posible,
porque la concepción del ser, de la esencia, como un bloque
ontológico, sostén y límite prioritario de todo pensar, de toda
lógica, lo posibilitaba.
25 Con relación a las afirmaciones hechas, cf. E l ser y los filósofos, op.
cit., cap. El ser y la existencia. Y con respecto a esta afirmación precisa, que
figura en el texto, ver op. cit., p. 259: “Pero Tomás de Aquino no podía po
ner la existencia (ew e) como acto de una sustancia ella misma actualizada
por su forma,, sin tomar una decisión, que con respecto a la metafísica de
Aristóteles, era literalmente una revolución. Tenía que llevar a cabo la diso
ciación de las nociones de forma y acto. Es esto precisamente lo-que hizo y
lo que probablemente sigue siendo, todavía hoy, la mayor contribución que
jamás ha hecho un hombre a la ciencia del ser”.
He aquí que la esencia del ente, consolidada en aquello que
es, por el acto formal de toda sustancia, ahora queda doblemen
te consolidada por otro acto, el acto de ser (esse). Por éste, la
esencia es siempre esencia de un ente o esencia real; en cuan
to tal, aunque definible, jamás se confunde con su definición,
permaneciendo siempre como el soporte que el conocimiento
nunca agota. Todo conocimiento verdadero es tal, en cuanto
expresa la concordancia real, entre esta esencia que es o esen
cia real (orden ontològico) con la esencia definida existente en
una inteligencia (orden lógico). La esencia de suyo es neutral
con respecto a su ser (esse), pero la inteligencia que la conoce
en el ente, simultáneamente y por el juicio existencial, está co
nociendo su acto de ser y por lo mismo percibe la diferencia 26.
Es por ende, este acto de ser el que consolida no sólo la esen
cia sino también el que permite no perder la diferencia entre lo
definido y la definición; o lo que es lo mismo, entre el orden
ontològico y el orden lógico, quedando este último siempre
medido por el primero.
No vamos a seguir a nuestro autor en las consecuencias
que emergen a partir de esta concepción del ente, debido a los
límites que nos hemos impuesto en este trabajo; digamos sim
plemente que es posible avizorar una vía, en donde un ente que
encierra una participación intrínseca con su acto de ser —ya
que todo lo que en él es, lo es por su acto— puede señalar con
éste y en éste a otra participación esta vez trascendental, con el
Acto de Ser Mismo que hace ser —crea— el ser de todo lo que
es. Ocurre así que la noción de creación creída en el don de la
fe, es ahora afirmada filosóficamente y con los límites propios
del orden natural, a partir de la afirmación del ser del ente, sin
el cual éste no sería. La inteligencia metafísica, del ser del ente
se eleva, por vía analógica, al Ser Mismo y de éste retoma al
ser del ente, descubriendo a la creación como una relación real,
37 Op. cií., págs. 134/5: “Lo que la especulación cristiana del siglo 14
trataba de hacer era dinamitar el sólido bloque del determinismo greco-árabe,
y ésta fue principalmente la obra de la escuela franciscana. Ockham, por ejem
plo, iba a hacerlo sencillamente aniquilando todas las esencias, y aniquilándo
las en Dios en primer lugar como para estar perfectamente seguro de que nun
ca más se hallaría ninguna de ellas en los seres. Si no hay esencias Dios es
libre. Entre los meros individuos y la todopoderosa voluntad de Dios, no que
da nada que pudiera poner el menor límite a la divina omnipotencia”.
cias prioridad ontológica alguna y ser sólo la manifestación ne
cesaria y dialéctica de un mismo Pensamiento Absoluto, permi
tirán que posteriormente éste quede iluminado, en su fondo,
como Voluntad de Poder por Nietzsche, aunque con un espíritu
muy distinto al del teólogo cristiano citado. Ya que donde éste,
piensa en el todo-poder de Dios, es decir, ‘Alguien’ en el cual
cree; el otro, concibe al Poder como principio, como ‘Pura’ Vo
luntad de Poder que coincide con el hombre mismo. Nietzsche
es vislumbrado por Étienne Gilson, en el siglo XX, como el
modo de filosofar que adviene; el cual, en su nihilismo anuncia
ba no sólo la muerte de Dios, sino también la disolución de la
esencia o de toda sustancia, con otras palabras, de todo orden
inteligible que pueda determinar al hombre 38.
Por la importancia que tiene, ya que allí, el pensador, al
que estamos considerando, enuncia lo que observa como el ori
gen de la intuición fundamental de Nietzsche, nos vamos a per
mitir citar textualmente en el cuerpo de este trabajo y no al pie,
como lo veníamos haciendo, dicho enunciado. Escuchémosle:
"El hombre europeo (...), ha reemplazado la voluntad de
conocimiento por su voluntad de poder Sócrates y Pla-
2 Con esta expresión “definitiva” no queremos decir que basta decir ser
para pasar inmediatamente a otra cosa, ya que no siendo la inteligencia del
hombre este ser, nunca lo acaba de conocer, debiendo volver una y otra vez
a él, para no perderlo y para profundizar en él; lo que sí quisimos expresar,
es sólo el hecho de que aquí tocamos fondo, ya que más allá del acto de ser
es imposible ir porque la nada no es.
puede el hombre retornar a ello para descubrir aquello que la
sustentó y a partir de aquí iniciar nuevos crecimientos. Por ello,
a través de las épocas, los hombres se van encontrando y en
cada encuentro es posible descubrir un fecundo diálogo, el que
al iluminar lo que acontece desde los principios, hace crecer al
hombre en la manifestación viva de aquel centro, propio del ser
humano en cuanto inteligente racional, centro que siempre es y
que sigue siendo aún en épocas de inhumanidad. Estas últimas
surgen porque el hombre puede rechazar el ámbito metafísico y
puede porque previamente él u otros hombres confusos — des
viados del camino de lo verdadero por otras sendas— se lo per
mite o se lo han permitido al poner en lugar del ente, objeto de
la metafísica, lo que es sólo su sombra: una noción, una lógica
o a una construcción. Esta caricatura de la metafísica soslaya el
hecho de que la metafísica, si bien emplea siempre a la lógica,
no es nunca lógica, ya que nunca parte, si es tal, del pensa
miento sino del ente; nunca la metafísica gira alrededor de una
noción, sino del ser. Esta confusión es una de las razones por la
que poco a poco se ha vaciado a la inteligencia de aquello que
le es propio y esta facultad, sin tal contención, necesariamente
se hará, también poco a poco, puro poder que se desarrolla con
oposición dialéctica fuera de toda sustancia, de todo ente, de
toda metafísica.
Ocurre hoy que, de un poder fundado en el sujeto Absolu
to de la Modernidad, al caer el mismo pensamiento concreto y
absoluto de Hegel, en la disolución histórico-cultural contem
poránea de todo resabio de elementos metafísicos, disolución
hecha desde fuera de toda inteligibilidad metafísica (nihilismo),
se ha pasado a un poder que se resuelve en el mismo ejercicio
o accionar, el que va “creando” inteligibilidad a través de los
medios de comunicación propio de nuestras actuales socieda
des. Tal ejercicio del poder requiere pluralidad de oposiciones
para que se haga efectivo. Y es este ejercicio el que se mani
fiesta hoy fundamentalmente en el orden de lo económico-poli-
tico; se construye así, según consensos, los mundos humanos
con una movilidad y relatividad absoluta, lo cual es sufrido por
todos, ya que cuando no hay verdad, ¿quién dice qué es lo ver
dadero y lo justo?, ¿quién decide si “lo decidido pluralmente”
es bueno para la naturaleza de los seres humanos que constitu
yen una sociedad, si esta misma naturaleza está ya. ausente de
la conciencia de los pueblos?, ¿cómo sin verdad se podría evi
tar que los consensos sean establecidos, construidos o dirigidos
por el más poderoso según sus necesidades?
Es de esperar que este desvío, en el dolor que produce y
producirá en ciertas zonas de un mundo globalizado, posibilite
el emerger, cada vez más, de hombres que sintiéndolo, por me-
tafisicos, se asienten de nuevo en su suelo natural y alzando los
ojos a la Patria final que siempre espera y da sentido a todo,
reanuden el diálogo con lo que siempre está latente en toda
época y siempre como trascendente a todas ellas. Es decir,
aquello que son las cosas que son, lo que es cada hombre que
es y lo que es el Ser Libre y creador de todo. Diálogo de en
cuentro profundo, que implica también el encuentro con las ex
periencias —múltiples— de los hombres que viven y vivieron
en la experiencia de fe, el giro filosófico alrededor del Ser y
del ente para iluminar desde allí todo acontecer.
Antes de terminar insistamos un poco más en aquello que
implica el hecho de lanzar, racionalmente, una mirada al ente;
en primer lugar mirarlo es conocerlo en cuanto que es y simul
táneamente es conocer que sin este “es” nada sería, es decir se
trata de mirarlo en eí acto de ser que le hace ser ente. Y, en
segundo lugar, atender al ente es también conocerlo en cuanto
es aquel sujeto, sustancia o esencia que, como potencia, en el
ente, exige el ser determinada por su esse, que le hace ser el
sujeto sustancial real que es. Dos principios: acto y potencia o
esse y esencia se enlazan, con necesidad, en cada ente que es,
determinándose mutuamente para ser y para ser aquello que se
es. Veamos esto.
Siempre la inteligencia cognoscente del hombre se encuen
tra, al ejercer su acto propio de conocer, con el ente; y tratán
dose de conocimiento humano, necesariamente tal ente debe ser
concebido a partir de entes materiales. Es en el encuentro cog
noscente con una esencia concreta individualizada y devenien
te donde se le muestra su es a nuestra inteligencia. Imposible
de alcanzar de otro modo este acto, que al no ser “algo” sólo
puede conocerse con evidencia cuando se nos descubre en las
esencias de sustancias o sujetos concretos, como aquel acto que
los explica, no en cuanto sujetos sustanciales, sino como los
entes que son. Con la aprehensión del ente, se aprehende una
noción trascendental porque simultáneamente con ella, la inte
ligencia humana sabe que todo es ente o no hay nada en la rea
lidad directamente aprehendida por el hombre, que pueda no
ser ente; lo que también implica que el acto de ser, que funda
lo propio en cada ente, al no confundirse con el otro acto de ser
es, no obstante, análogo, porque en todo lo que es, es lo que
hace que sea el ente que es.
Mirar la esencia en su ser es siempre conocerla metafísica-
mente a partir de aquel principio que no es esencia o forma al
guna, sino só,lp acto, y conocerla en el interior de esta relación
con su acto de ser, es descubrirla como uno de los principios
del ente, ya que constituye el sujeto o potencia aquella en don
de y por la cual, se va dando el acto de ser en el ente. Por ello
es que, así como afirmamos que el esse hace ser a la esencia,
así también afirmamos que ésta funciona como causa formal
del esse, en cuanto constituye el suelo aquel que penetra como
en su sujeto el acto de ser, por lo mismo, sin ella no sería po
sible el ente. Donde hay ente, hay siempre un acto de ser deter
minado por su esencia, a ser tal ser.
Pero a partir de aquí, de esta constatación iluminadora que
permite aprehender los distintos elementos de la realidad des
de su fondo mismo, la inteligencia se interna naturalmente en
tal esencia real, para conocerla en aquello que ella es. Y, a su
vez, mirar la esencia que se le descubre en el punto de parti
da a nuestro tipo de inteligencia, implica siempre mirar una
esencia o sustancia concreta, con un cuerpo deveniente e indi
vidualizado; y por esto mismo internarse en ella, ya. no mirán
dola en cuanto que es, sino mirándola en cuanto “tal” esencia,
significa entrar con mirada ontológica en el ámbito u orden
físico (physis).
No olvidemos que aquella capacidad que nos permite ha
blar de un sello espiritual en nosotros, se manifiesta siempre
como tal, es decir espiritual, a partir de su necesaria unión con
el cuerpo, que le permite al hombre ejercer su específica fa
cultad de conocer; se trata por ende de una espiritualidad ta
mizada, siempre, por el cuerpo y por ello también, lo inteligi
ble de suyo inmaterial, que capta el hombre por abstracción
del mismo en la experiencia sensible de encuentro con las sus
tancias corpóreas, es un inteligible tamizado por lo corpóreo.
Lo inteligible en acto en nuestra inteligencia es inmaterial, es
decir trasciende lo corpóreo, lo cual no es igual a vaciarlo de
aquello que como rastro late en él y ayuda a comprender lo
que es; es a partir de esencias compuestas de acto y potencia
que se pueden descubrir o conocer esencias cuyas formas son
subsistentes, como es el caso del alma humana que siendo for
ma informante de un cuerpo es, no obstante, subsistente en sí
misma. La mirada metafísica exige, sin confundirse con ella,
la mirada física, propia del filósofo de la naturaleza; dos mira
das ontológicas emergen aquí según que el ser físico o sustan
cia compuesta sea considerado en cuanto que es (orden meta-
físico), o en cuanto naturaleza (orden físico), órdenes que
dependen del acto aquel: de ser o formal, en que deposite su
mirada el hombre cognoscente. Con otras palabras, los órdenes
del saber filosófico se descubren en el ser y en aquello que es
el ser.
Como dijimos anteriormente, mirar la esencia en sí misma
en cuanto que es “tal” esencia, es descubrirla a partir de su acto
formal, y siendo las formas materiales las que directamente
aprehendemos, es comprender, por lo mismo, que dicho acto
formal exige constantemente su potencia o materia a la que de
termina mientras el sujeto sustancial es. Este acto que no es
acto puro ya que con necesidad va determinando su potencia, la
que, a su vez, le limita, exige por lo mismo, el despliegue de
m últiples y sucesivas operaciones en un orden segundo, en
donde se va manifestando el ser de la forma del sujeto que ope
ra, porque a través de sus operaciones el sujeto va alcanzando
ser lo que ya es en un orden primero; con otras palabras, se
realiza como el sujeto que es.
Toda sustancia material es un ser deveniente que se genera,
dura y luego se corrompe. Su duración, fundada en el movi
miento, es una duración temporal. Las sustancias materiales,
lanzadas al ser por el Creador, siendo mientras duran, van res
pondiendo a la Voluntad Creadora y por lo mismo en cuanto
son van retornando y alcanzando Ésta como a su fin último.
Pero en función de que cada ser concreto e individual es, todo
lo del ente, en este caso material, participa del acto de ser, el
que le es propio e intransferible. Cuando se nos descubre el
ente físico .con tal consistencia, hasta el punto que podemos
decir que el universo de la sustancia en su totalidad pareciera
mostrar que el sentido último de tal devenir es la perfección de
cada ser en su individualidad y unidad metafísica, cuando ve
mos esto decimos, estamos constatando cómo la mirada metafí
sica enriquece con una luz nueva la misma mirada del filósofo
de la naturaleza sobre el ser natural.
Ahora bien, mirar con mirada metafísica la esencia en su
acto de ser o en cuanto es esencia real, es igual a concederle
el primer lugar al acto aquél, el esse, que la hace esencia del
ente; es por lo mismo mirar al ente. Mirar al ente es descu
brirlo:
a) en su actualidad misma, ya que el ente alcanza su acaba
miento (perfección) como tal, con su acto de ser;
b) en su finitud, porque la composición de sus principios impli
ca que es un acto de ser limitado a ser el acto de ser de tal
esencia (potencia), es decir es siempre aquello que tiene ser
y no es su ser (puro acto de ser);
c) en su causalidad eficiente y en su causalidad formal.
d) Es descubrir cómo estas causalidades, intrínsecas e irreducti
bles entre sí, mutuamente se determinan como acto y poten
cia, sosteniendo al ente en lo que es.
e) Es ver la primacía del esse (participación intrínseca) sobre la
esencia y, por lo mismo, es constatar en el ente su ser causa
do — creado— sólo por Aquél que es el Ser mismo (partici
pación extrínseca).
f) Es saber de la contingencia radical del ente, ya que la prima
cía del acto de ser en todo lo que es del ente muestra que ra
dicalmente depende de otro para ser; y simultáneamente, es
saber de su necesidad, no sólo porque una vez que es lo es
plenamente, sino también porque siendo aquello que es no
puede ser otra cosa.
g) Es advertir cómo tal contingencia radical no puede confun
dirse con la contingencia o la ausencia de los fines debidos
que emerge en el orden de los hechos naturales, o con la
contingencia que implica la libertad, porque la primera se
ubica en el orden del ser del ente y las segundas tocan al or
den de la esencia del ente.
h) Y es también conocer que esta luz del ser del ente, ilumina
con una profundidad inusual, todo lo que es de la esencia en
cuanto naturaleza y con ello también en un orden segundo, el
de sus accidentes, ya que permite asir y resolver viejos pro
blemas ontológicos del orden físico.
En resumen, volviendo a algunas afirmaciones anteriores
para insistir en ellas, digamos que esta esencia que es, es decir
esta esencia del ente, funda, según se la considere, la posibili
dad de dos tipos de miradas cognoscentes específicamente dife
rentes: una surge desde el acto de ser, el que se descubre en la
esencia como no-esencia, teniendo la propiedad notable de ilu
minarla con una nueva luz, en donde no se pierde nada de ella
y simultáneamente la dota de una particular y real solidez en la
unidad de cada ente que es. Este ámbito, cuando es descubier
to por el hombre cognoscente que atiende a lo que es, se hace
ciencia metafísica en él.
La otra mirada, emerge al internarse en la esencia en cuan
to tal. Al ser siempre la esencia compuesta la que se ofrece di
rectamente en la experiencia sensible de los seres materiales, a
la capacidad abstractiva del intelecto humano, ocurre también
siempre, que la forma informante de tales esencias, son captadas
en su particular y necesaria relación con su potencia (materia) y
con el orden de sus operaciones y otras determinaciones acci
dentales. La mirada cognoscente sigue siendo ontológica, por
moverse entre principios, ya no del orden primero (del ente),
pero sí primeros ya en el orden de la sustancia o ya en el orden
de los accidentes; esta mirada, decimos, es una mirada propia
del filósofo de la naturaleza que atiende las naturalezas materia
les y descubre en la naturaleza también material del hombre,
una forma;cjue no sólo es informante sino también subsistente,
pudiendo afirmar a partir de aquí, la presencia de otras realida
des ya no materiales sino espirituales. Y así como el cuerpo hu
mano es tal por una forma espiritual, que aunque le trasciende,
le necesita por el mismo tipo de espiritualidad que es, así tam
bién en la realidad se dan órdenes que fundan miradas específi
camente diferentes, que a su vez, por diferentes, pueden inte
grarse e iluminarse mutuamente.
Son múltiples los aspectos de la realidad de la esencia del
ente de los cuales se ocupan estos ámbitos u órdenes ontológi-
cos del saber humano y las respuestas que intentan expresar es
tos aspectos, pueden iluminar como sostén y límites a las cien
cias vigentes hoy y que dominan — en idea— al “fenómeno”
natural. Ilum inación que no es igual a invasión, sino por lo
contrario, equivale a liberación en su esencia de ciencia; decir,
por ejemplo, que su tipo de inteligibilidad es una construcción,
significa poner un límite al poder señalar la diferencia con otro
orden, dado y no-construído, al cual no se llega científicamen
te, es decir con métodos científicos. Son estos órdenes ontoló-
gicos: el de las naturalezas consideradas en sus principios o el
del ente considerado en su ser, los que podrían señalarles una
unidad de sentido, al descubrirle su tipo de inteligibilidad e ilu
minar con ello su natural, debida y siempre creciente multipli
cación y diversificación en especialidades, todas aplanadas en
un único nivel: el de la efectividad científica. Fuera de los cri
terios funcionales según efectividad y utilidad que la rigen
¿quién o en función de qué se podría establecer algún tipo de
jerarquía u orden alguno de importancia en ellas? Considera
mos que el mero consenso no es suficiente para establecer tal
unidad de sentido, porque ¿cómo podría éste ser independiente
de las decisiones del poder de tumo, si nace ya en el área so
cio-cultural determinada por éste? Sólo una verdadera unidad
puede admitir la pluralidad del tipo que sea, sin anularla y con
servándola como tal, en su orden de inteligibilidad. Volvamos
ahora a nuestro tema.
. E u ro p a y la lib e r a c ió n p o r e l a r te en L ’E u ro p e e t le m o n d e
d ’a u jo u rd ’hui. R eco n tres in tern acion ale de G eneve 1957, traducido
por J. G a r c í a M e r c a d a l con el título E uropa y e l mundo de hoy, Ed.
Guadarrama, Madrid, 1957.
. “El tomismo y las filosofías existenciales”, en SAPIENTIA, N° 7,
1947.
P r ó lo g o ...................................................................................................................... 7
In tr o d u cc ió n ............................................................................................................ il
U N C R IST IA N O F IL O SO F A N T E
I. In tr o d u c c ió n ..................................................................................................... 23
II. La cu estión fe-razón. A lg u n o s e le m e n to s......................................... 26
A ) L a r e la c ió n ................................................................................................. 26
B ) La C ausa T r a scen d en te........................................................................ 30
III. A tend iend o a su h isto r ia ........................................................................... 32
IV. La im p osib le se p a r a c ió n ........................................................................... 37
V. C o n c lu s ió n ........................................................................................................ 41
EL P U N T O D E PA R T ID A D E L FILÓ SO FO M E TA FÌSIC O
U na c u e s t ió n ................................................................................................... 47
I. A lg u n o s e le m e n t o s ........................................................................................ 48
A ) La capacidad co g n o sc en te d el h o m b r e ......................................... 48
B ) L o prim ero con ocid o: in agotab ilidad d el p r in c ip io ................ 50
C ) El principio últim o: su im p o r ta n cia ............................................... 52
II. U n a respuesta m eta física en el interior de la exp eriencia de fe
cristian a ............................................................................................................... 57
A ) Carácter de la necesaria relación f e - r a z ó n ............................... 57
B ) La causa primera, alcanzada p ositivam en te por vía analógica 61
P A R M É N ID E S Y EL Á M B IT O M E T A FÌSIC O
I. La esen cia de la palabra: algunas c u e s tio n e s ................................. 69
A ) Su m aterialid ad .......................................................................................... 70
B ) Su in m a ter ia lid a d ..................................................................................... 72
C) U n h e c h o ...................................................................................................... 73
II. Acerca de P arm énides............................................................................ 77
A ) El ca m in o ............................................................................................ 77
B) El ser com o p rin cip io ..................................................................... 80
C) ¿Qué es el S e r ? ................................... 83
D ) Algunas consecuencias ......:....... 87
Correos-e:
elcopista@arnet. com.ar
elcopista@argentina. com
Si d ich os hom bres sien do filó so fo s son sim ultáneam ente cristianos,
no pueden evitar el m overse en un orden: el Revelable , en donde fe y
razón se dan las m anos — una en la otra— sin anularse mutuamente
porque, entre sí, no se confunden o reducen un orden al otro. Y en el
interior de una n ecesaria relación entre dos sabidurías genéricam ente
diferentes, experim entan la ex ig en cia de respetar su intelecto racional y
aquello que constituye su objeto propio: el ente en su acto de ser ( esse).
Girando alrededor de dicho acto advierten el em erger de m etafísicas de
la libertad, y a que el m ism o co razón del ente señ ala — siem pre por
a n a lo g ía — la p resen cia de un Ser (Esse), In telig en te, Libre, sostén
últim o y creador de todo ente: libres o no.