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Patricia M. Sarlé
Universidad de Buenos Aires
Universidad Nacional de Quilmes
1. Introducción
Para la mayoría de las personas, el Jardín de Infantes es un espacio para "hacerse de amigos
y jugar". Frases tales como "al jardín se va a jugar", "son muy chiquitos para entender",
"la maestra es la segunda mamá", "lo importante es que los atiendan bien y se hagan de
amiguitos", actúan muchas veces, como obstáculo epistemológico (Bachelard, 1984) a la
hora de precisar su función educativa (Pla, 1992; Harf y otras, 1996). Como institución
encargada de la educación de los niños menores de 6 años, el Nivel Inicial existe
formalmente en la República Argentina desde 1884 (Ley 1420/84). A partir de la Ley
Federal de Educación (Ley 24.195/93), que supone una reforma estructural del Sistema
Educativo, al Nivel Inicial se le otorga la responsabilidad por la conservación, producción y
distribución del conocimiento socialmente significativo en la primera infancia.
Complementando a esta ley, por primera vez, se aprueban Contenidos Básicos Comunes
para el Nivel (CBC-NI, 1994), explicitando "los saberes o formas culturales cuya
asimilación y apropiación por parte de los alumnos se considera esencial para su
desarrollo personal y social". Estos contenidos se organizan tomando como base las
didácticas disciplinares (matemática, lengua oral y escrita, ciencias sociales, ciencias
naturales y tecnología, educación física, literatura, educación musical, expresión corporal y
educación plástica).
Ahora bien, ¿cómo se insertan estas transformaciones en la vida cotidiana del Nivel
Inicial?. En los últimos años, desde esta definición de contenidos, se ha iniciado una
búsqueda por plantear prácticas de enseñanza capaces de ayudar al niño a apropiarse de los
contenidos enunciados por la curricula. Sin embargo, las orientaciones didácticas
elaboradas a partir de las disciplinas toman por base modelos de enseñanza propios de la
escolaridad primaria y pierden de vista la forma de trabajo específica del Nivel Inicial. En
este sentido, sería conveniente estudiar el impacto que las nuevas actividades propuestas
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en el marco de la enseñanza de los contenidos disciplinares, tienen sobre los aspectos más
tradicionales centrados en el juego, la socialización, como adquisición de pautas de
convivencia y la estimulación de los procesos evolutivos del niño pequeño.
El objetivo de este trabajo se enmarca en esta línea. Desde una investigación de tipo
etnográfico intentamos aproximarnos a la comprensión de una de las tres tradiciones
señaladas anteriormente. Para esto, hemos elegido el lugar del juego en el contexto del
jardín de infantes actual y la particular relación que se establece entre éste y el resto de las
actividades que se realizan en el Jardín de Infantes en este momento de transición curricular
y de redefinición de la función educativa del Nivel.
Partimos del supuesto que el juego, como expresión del proceso cognitivo en
particular y del desarrollo en general, es un escenario donde se produce la acción y la
representación del conflicto cognitivo, la perturbación responsable del desequilibrio, la
permeabilidad frente a elementos nuevos que asimilar, y el ajuste acomodatorio de las
estructuras (Ortega 1992). A la vez, es una conducta representativa que se organiza en torno
a reglas en un marco social apto para la adquisición de conocimientos (Vigotsky, 1988;
Baquero, 1996). Esta concepción del juego no parece ser tan clara ni ha merecido la
suficiente atención en los diferentes contextos educativos en los que el niño crece. A pesar
de los diversos estudios realizados en torno a la relación entre juego y aprendizaje, todavía
se suelen oponer ambos conceptos (Garvey, 1985; Linaza, 1987; Ortega, 1995). Además,
las actitudes de los educadores y los padres siguen siendo adversas a la utilización del
tiempo de juego en la escuela y muy dudosos sobre el valor educativo del mismo. En este
sentido, el juego, como aspecto paradigmático del nivel, pareciera encontrarse minimizado
frente a otras actividades que se consideran más relevantes. Su aparente ausencia se torna
paradójica en el Nivel Inicial, especialmente si tenemos en cuenta que, desde la creación
del Kindergarten por F. Froebel, se lo consideró como el método para la enseñanza de los
niños pequeños (Froebel, 1913; Decroly, 1932; Fritzche y Duprat, 1968; Bosch, 1969).
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A los fines de este escrito, presentaremos sólo las categorías referidas a las
condiciones o normas que aparecen en el juego de los niños y que tiñen las intervenciones
de sus maestros. Entre ellas, analizaremos el permiso de juego, la necesidad de compartir
con otros y el lugar del líder en el juego. Estos aspectos condicionan la posibilidad de jugar
en el contexto escolar y le imprimen un ritmo propio. Precisarlos puede ayudar a visualizar
algunos rasgos de la vida cotidiana del Jardín y las relaciones sociales que se establecen
entre los chicos y, al mismo tiempo, reconocer ciertos límites que el contexto escolar
pareciera imprimirle al juego en cuanto a tiempo, espacio y contenido. Creemos interesante
presentar esta categoría dado que una de las mayores críticas que se le hacen al juego en el
contexto escolar consiste en la desnaturalización que puede sufrir al ser utilizado sólo
como recurso o medio de enseñanza. El análisis de los datos mostró que los niños cuentan
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con mecanismos complejos para neutralizar, de alguna manera, la artificialidad propia del
contexto. Sólo se requieren aplicar interpretaciones diferentes a las que hasta ahora
utilizamos.
2. Metodología
Por ser un estudio intensivo, para el trabajo de campo se tomaron unas pocas escuelas y se
trabajó en profundidad en cada una de ellas. Se seleccionaron cuatro salas de cinco años. Se
aspiraba a la “comparabilidad y traducibilidad” de los datos más que a la “transferencia
directa” a los grupos no investigados (Goetz y LeCompte, 1988). El criterio para
seleccionar los casos supuso elegir, de entre la variedad de escuelas infantiles, aquellas
denominadas Jardín de Infantes Común (JIC). Estas escuelas cuentan con dirección en el
mismo establecimiento y un mínimo de cuatro salas por turno. Definir de esta manera a las
escuelas, permitió que las mismas reunieran algunos aspectos vinculados con la
homogeneidad (tipo de jardín, número de salas por turno, tipo de supervisión escolar,
presencia permanente del Equipo de conducción de la escuela y Diseño Curricular común)
y otros aspectos heterogéneos (antigüedad de los docentes en la tarea y la escuela, turnos en
1 El proyecto se denominó El lugar del Juego en el Jardín de Infantes y se realizó en el marco de la tesis de Maestría en Didáctica de la
Facultad de Filosofía y Letras (UBA). La direcciónde Tesis estuvo a cargo de la Prof. Regina Gibaja y la Dra. Edith Litwin
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los que se desempeñan, zonas en la que está ubicada la escuela, tipo de población que
asiste, número de niños por sala, características socio demográficas de la población escolar,
características del edificio).
En las cuatro salas se realizaron 30 períodos de observación de 180 minutos cada uno. La
concurrencia a las salas fue de dos veces por semana, registrando en los cronogramas
semanales, las actividades desarrolladas por los docentes en los períodos en que no se
observaba. Esto permitió extender las observaciones por un lapso promedio de un mes y
medio por sala. Las observaciones fueron de tipo etnográfico y se registró el tiempo
utilizado en cada actividad, a fin de facilitar la comparación posterior del peso dado a las
diferentes tareas. Con cada maestro se realizó una entrevista abierta al comienzo del trabajo
de campo y entrevistas breves a lo largo del período observado, a fin de solicitar
información sobre algunas de las actividades que se desarrollaban.
3. Resultados
El juego recibe un tratamiento disímil por parte del maestro. Existe una gran variedad
de situaciones identificada como lúdicas. A simple vista podría decirse, que para el maestro
jugar puede ser parte de una propuesta (“Vamos a jugar a los rincones”), un recurso para
cambiar de tarea (“Mientras esperamos a la profesora jugamos a Caramelo”) o un llamado
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de atención a los niños frente a la tarea planificada para un momento especial (“Pablo,
ahora no se juega”, “trabajen... no jueguen...”). A su vez, el hecho de jugar presenta
matices no siempre considerados. No es del todo cierto, por ejemplo, que el niño “sólo
piensa en jugar” o que se “juega o se hace otra cosa”. Tampoco se espera que todas las
prácticas de enseñanza deban facilitar el juego. Jugando se aprende pero no solamente
jugando. Por último, si bien en el juego, el que decide cuándo, qué y cómo jugar es el
jugador, en la escuela, el que facilita el tiempo y el espacio para jugar, es el maestro. Las
condiciones que describiremos a continuación parecen acompañar al juego en el contexto
escolar y nos permiten comprender algunas particularidades que la escuela le imprime al
hecho de jugar.
*. El permiso de juego
Un aspecto que contradice algunos supuestos de los maestros, es que los niños pueden jugar
mientras están ocupados en otras tareas, especialmente cuando éstas tienen un carácter
rutinario o conocido. Por ejemplo, durante la merienda o refrigerio, en los momentos de
espera entre una actividad y otra, los niños juegan de muy diversas formas. El maestro
permite jugar en estos momentos, siempre y cuando se respeten ciertas normas que hacen a
la convivencia en un aula con más de 20 niños. Generalmente, aparece un niño que actúa
como líder, distribuye los roles o proyecta la situación del juego. Por ejemplo, se han
observado momentos de merienda en los que la actividad lúdica es constante en las
diferentes mesas. Juegos tales como "el teléfono descompuesto", "imitar a un compañero",
"canciones con palmas", "desilizarse por las sillas hasta el suelo", son iniciados
generalmente por uno de los niños e inmediatamente contagiados al resto de los integrantes
de la mesa.
El permiso para jugar como condición para el juego en el contexto escolar, pareciera
suponer, tanto la habilitación de ciertos espacios como el permiso para jugar ciertos juegos.
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Los juegos que involucran un posible riesgo físico, como ser “las patadas voladoras”, “dar
vueltas hasta marearse”, “correr y tirarse del delantal”, “hacer espadas con las ramas o
materiales de los rincones”, no están permitidos ni lo estarían aún cuando los jugadores
tuvieran la suficiente destreza, para jugar sin hacerse daño. Las maestras regulan estos
juegos a partir de la elaboración de reglamentos. En las entrevistas, las maestras expresaron
que “establecer normas de convivencia con los chicos, facilita la adaptación... un
reglamento elaborado entre todos, además los hace autónomos...”.
Otras veces, estos juegos se juegan, pero en lugares donde la maestra no pueda
observarlos (detrás de un árbol, dentro de uno de los aparatos del patio o en una esquina
apartada del patio). En estos casos, los diálogos, gestos y señales que emiten los niños, sólo
son comprendidos por aquellos que comparten el escenario o conocen el tema y el
contenido del juego. Esta situación de engaño al maestro con respecto al juego y la forma
de sortear la falta de permiso, se pone en evidencia al observar, los cambios en el tono de
voz o en la intensidad gestual de las acciones que emplean los niños cuando se acerca algún
docente. Queda claro que el juego no debe ser descubierto por ellos y que los chicos saben
que están transgrediendo una norma. Aún aquellos niños a los que no se les permite “entrar
en el juego” participan de esta suerte de engaño y no delatan el juego ante la maestra.
Actitudes y acciones de este tipo, evidencian, en situaciones naturales, el denominado
engaño tácito, en el contexto interpretativo de la teoría de la mente (Rivière, A. y Nuñez,
M. 1996). El grado de control de la situación manifestado por los niños en estos juegos,
muestra de alguna manera, la complejidad y riqueza de los instrumentos conceptuales, que
portan los niños, al finalizar el período del Jardín de Infantes.
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Frente a estos hechos, resultaría interesante que el maestro pudiera ofrecerle a los
niños, espacios de reflexión, confrontación de ideas, búsqueda de valores y construcción de
nuevos significados, a partir del análisis de sus propios juegos. De este modo, una realidad
significativa para los niños sería contemplada por la escuela. El descubrimiento y la
atención por parte de los maestros de las parcelas de realidad que aparecen en los diálogos
y en los juegos de sus alumnos, también les permitiría encontrar nuevos contenidos a ser
trabajados en la sala. Podrían servir como punto de partida para descubrir, por ejemplo,
cuál es el grado y el tipo de intervención más adecuado para conformar ese “campo de la
realidad” que reclaman los niños al jugar y para los cuales tienen pocos elementos
disponibles que les permitan conocer, comprender, transformar o asumir, los valores,
instrumentos y medios con que la sociedad y los grupos sociales se expresan actualmente.
La situación escolar pone a los chicos en obligación de hacer cosas con otros o al menos en
presencia de otros. Muchas veces, frente al Jardín de Infantes, se sostiene una imagen de
infancia dorada, armónica, sencilla y feliz, en donde todos son amigos, no existen rencores
ni problemas vinculares o afectivos (Harf y otros, 1996). Desde esta mirada, el compartir es
uno de los aspectos más valorados y cuidados. Aún más, en el Nivel Inicial, el diseño del
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ambiente, la disposición de los materiales y las actividades propuestas, suponen este valor.
En las salas de jardín, los niños sólo llevan en su mochila algunos elementos personales de
aseo y el cuaderno de intercambio con la familia. Todo lo demás es común. Lápices, hojas
y masa para modelar; regaderas, lupas o cajas clasificadoras; libros de cuentos, ropa para
dramatizar, bloques de construcción. Cada uno de estos materiales está ubicado en un
sector al alcance de todos y como propiedad de la sala en su conjunto. Los materiales de
trabajo son compartidos, incluso, con los niños de otro turno o de otras salas. A lo sumo, en
las salas de cinco años, hacia fin de año y para “acostumbrarse a primer grado”, cada nene
lleva una cartuchera con sus útiles y un cuaderno “de clase”. Al Jardín de Infantes no
parece tener acceso la propiedad privada. Todo material o juguete que se lleve, debe entrar
en la categoría de poder ser compartido. Así se suceden una serie de normas, reglamentadas
o implícitas, referidas al uso de los materiales (“hay que cuidarlos porque son de todos”),
los juguetes que se traen de la casa (“si se traen juguetes son para compartir, sino se
quedan en casa”) y los lugares en las mesas o la “suerte” en el reparto de algún material
diferente o apreciado por varios (“el que toca toca, porque la suerte es loca...” decía una
maestra al repartir tijeras con mangos de diferentes colores ante la solicitud de “a mi rojo...
yo quiero ese...”).
En las salas observadas, en mayor o menor medida, el clima de relaciones sociales era
muy bueno. Las maestras resaltaban en las entrevistas el cuidado que ponían en estos
aspectos y cómo reiteraban a los padres algunos temas vinculados con “traer juguetes
caros que no se pueden prestar y se rompen” o “que los chicos logren comunicarse entre
ellos y no sólo con los más amigos”. Los maestros, también estaban atentos, a que ningún
chico quedara sólo o sin compañeros para jugar, o para resolver alguna actividad; cuidaban
que no se pelearan entre ellos por los materiales, y buscaban que en el diálogo resolviera
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sus problemas. Los niños respondían cuidando el material, aceptando en sus mesas al niño
que quedaba sólo y sin lugar, o accediendo a cambiar de rincón cuando alguno había
quedado sólo.
Dentro de la sala, las normas que pueden provocar la exclusión o el rechazo a “ser
amigos”, parecen ser el compartir los juguetes que se trajeron de casa y el aceptar la
propuesta del líder del grupo (aunque este sea cambiante según el tipo de juego).
Por ejemplo, en uno de los grupos observados, cuatro varones planeaban el juego en
el patio. El conflicto se desencadena porque uno de ellos no quiere prestar todos los
muñecos que había traído de su casa. En el diálogo se refleja, de alguna manera, la
importancia que los chicos le atribuyen al compartir. Expresiones como “el rey de los
juguetes” o “quien te obliga a jugar”, dan por supuesto que pertenecer a un grupo, implica
además, compartir las normas del grupo. Estas normas son más importantes que los mismos
juguetes. El niño en cuestión es excluído junto con sus juguetes. El grupo continúa con la
distribución de los roles prescindiendo de los juguetes.
A medida que los niños van apropiándose de las reglas que intervienen en las
relaciones sociales, comienzan a generar una serie de acuerdos, que agilizan los
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Establecer pautas de convivencia que atiendan los arreglos internos entre los niños
requiere de mucha mesura, en especial cuando se refiere a lugares de uso común. Para
asumir estas negociaciones, el maestro necesitaría tener una clara comprensión de la forma
en que los niños perciben estas reglas. Participar en la elaboración conjunta de normas de
convivencia, supone generar contextos de significado compartidos tanto por la maestra
como por los niños. Un conjunto de problemas se cierne sobre estas consideraciones, por
ejemplo, ¿hasta qué punto todo debe ser compartido?; ¿hasta dónde respetar las elecciones
personales?; ¿cómo favorecer el intercambio y la no-discriminación y al mismo tiempo
facilitar la toma de decisiones y las diferencias?. Probablemente, el momento histórico -
social, en que se estableció el “compartir” y su modalidad para las salas del jardín, difería
mucho de la situación social en la que hoy nos encontramos. Y el entorno de los chicos, con
sus patrones valorativos, no resulta tan homogéneo como se desearía para el trabajo grupal.
Este pareciera ser otro aspecto que el juego pone en evidencia y que podría ayudar al
maestro a encontrar nuevas pistas para generar situaciones de buena enseñanza.
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Aunque en la escuela, “todos son iguales”, como en todo grupo social hay niños que
sobresalen y otros pasan desapercibidos; algunos buscan dominar y otros se dejan llevar;
algunos tienen grandes ideas y otros las ejecutan. En las salas de jardín también podemos
encontrar estas diferencias en los momentos de juego. Y a menos que se juegue sólo o de a
dos, en los pequeños grupos, siempre hay uno que dice a qué jugar y organiza el juego.
Llevar la pelota para el fútbol, conocer el argumento de la serie o dibujo, ser poseedor
de algún juguete nuevo, o simplemente conocer las reglas de un juego tradicional, pareciera
convertir a los nenes en líderes para iniciar y sostener los juegos espontáneos dentro o fuera
de la sala. Estos liderazgos no suponen una actitud de competencia o dominación de unos
sobre otros. Pareciera ser que frente al tiempo disponible para jugar, los que tienen la idea
son rápidamente aceptados como iniciadores del juego y seguidos durante el mismo.
En el juego, todos pueden ser protagonistas. Chicos que en la sala son señalados
como distraídos o con dificultades para participar, en situaciones de juego asumen actitudes
de liderazgo y muestran procesos de construcción del conocimiento social sumamente
ricos. Con respecto a uno de ellos, su maestra expresaba: “su problema es que no atiende,
pero jugar... juega muy bien”. El nene en cuestión, pasaba gran parte del día escolar,
distribuyendo roles o proponiendo temas de juego. Muchos de ellos se concretaban en el
juego libre, otros quedaban como propuestas posibles que se retomaban en la primera
oportunidad. Estos líderes parecen resultar sumamente necesarios especialmetne en el juego
libre o espontáneo. Cuando no aparecen es común observar a los chicos deambular por el
patio, jugar en solitario o a lo sumo en parejas. En una de las salas, la maestra asumía este
rol y proponía juegos alternativos a los chicos que veía dispersos o corriendo sin rumbo.
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4. Algunas conclusiones
Como concepto clave para el Nivel Inicial, el juego reúne en sí mismo, los aspectos
tradicionales que hacen a la historia y la imagen del Jardín de Infantes y, al mismo tiempo,
las concepciones referidas al desarrollo cognitivo del niño pequeño. Es decir, articula el
problema del conocimiento, desde el punto de vista del aprendizaje, con el marco
situacional en el cual se provoca o se promueve la enseñanza. Las categorías interpretativas
que construimos con respecto al juego nos fueron mostrando, cómo este concepto, del cual
tanto hablan los que estudian la infancia y los maestros del nivel, asume una complejidad y
una riqueza hasta ahora no explorada. Estas categorías se superponen, y combinan de
diferente manera, formando un tejido que sostiene el territorio de lo lúdico desde la mirada
de la didáctica, y brinda elementos nuevos para estudiar las vinculaciones entre juego y
enseñanza.
Algunos autores consideran que la organización estructural de la situación de
enseñanza plantea variables que limitan el juego en los niños (Cordeviola de Ortega, 1967;
Bosch, 1969; Fritzsche y Duprat, 1968; Cañeque, 1979; González Cuberes, 1980; Deníes,
1989; Duprat y Malajovich, 1989). En este sentido, el tiempo, el espacio y el tamaño del
grupo son límites importantes a la hora de jugar. Y, sin embargo, los niños encuentran
formas para pasar por alto estos requisitos.
Por desarrollarse en un contexto particular como es la escuela, el juego tiene,
necesariamente, limitaciones de espacio y tiempo. Sin embargo, los chicos manifestaron
poseer un conocimiento de la cultura escolar que les permitía utilizar con ventaja estas
limitaciones y continuar jugando. Podríamos decir que la escuela no desnaturaliza al juego
sino que simplemente le otorga otras formas.
Centramos tanto la discusión en estos aspectos condicionantes dado que hemos
observado que, por defender al juego espontáneo como propio del niño y no
desnaturalizarlo, el Jardín de Infantes pareciera haberle cerrado las puertas al juego como
uno de los aspectos a ser considerado en la construcción de las prácticas de enseñanza. A
pesar de estos esfuerzos, los chicos siguen jugando. Para lograrlo, los niños parecen valerse
de una serie de transformaciones, sobreentendidos y engaños con los cuales imponen el
espacio para el juego en la tarea cotidiana. Estas transformaciones de actividades no lúdicas
en lúdicas o de espacios vacíos y tiempos inertes en espacios y tiempos de juego, nos
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conocen. En otras palabras, si el maestro sabe jugar los juegos que juegan los niños y
conoce los marcos de realidad presentes en cada uno, puede leer con mayor facilidad las
interpretaciones que los niños hacen de su realidad, y comprender las diferentes situaciones
que se van presentando. Desde allí, podría ofrecer diferentes alternativas que amplíen o
complejicen las zonas de conocimiento y llevar a los niños a construir nuevas respuestas.
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5. Bibliografía
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Buenos Aires.
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