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La Hambruna del año doce y las Ánimas de Guasare (por Jaime Laffaille)

Notisismo 13 01 2011. (http://www.cecalc.ula.ve/blogs/notisismo)

Los primeros días del mes de diciembre del año 2010 la Península de Paraguaná (Figura 1)
se encontraba en medio de una especie de desastroso diluvio local, en momentos aciagos en que
se cumplen casi cien años de ocurrido otro evento, quizás aún más terrible y de índole diferente,
que afectó particularmente a esta región de Venezuela: la gran sequía de 1912. No hemos logrado
encontrar textos donde se recoja información detallada acerca de este suceso, pero existe
mucha tradición oral al respecto, algunos documentos no muy bien sustentados desde el punto de
vista referencial, testigos indirectos (hijos y nietos de los afectados por esta sequía, algunos de
los cuales nos relataron aspectos de sus memorias familiares relacionadas con ese desastre) y la
veneración a “Las Ánimas de Guasare” (almas de personas que fallecieron mientras intentaban
escapar de la hambruna), que casi no dejan lugar a dudas acerca de que ocurrió un desastre en
esos años.

Figura 1: A la izquierda, una imagen satelital indicando algunos de los lugares mencionados
en este notisismo. La estrella amarilla señala la ubicación aproximada de Guasare, muy
cerca de los Médanos de Coro que se muestran en la fotografía de la derecha.

El inicio de aquella sequía se ubica un tiempo antes de 1912, probablemente comenzó en el


año de 1905 y es casi un consenso que duró cerca de siete años completos. Fue para algunos un
desastre en cámara lenta: a medida que transcurría el tiempo las lluvias se hacían más y más
escasas, agotándose todas las fuentes de agua, todos los reservorios naturales, los aljibes e
incluso el agua de las tinajas y jagueyes. Se trató de establecer alguna ayuda desde Coro, la
capital del estado Falcón, desde donde traían agua potable en barriles a lomo de bestias. Pero los
recursos se fueron agotando y encareciendo, probablemente porque casi todo el país sufría bajo
los rigores de la sequía, y la gente se vio en la necesidad de alimentarse con enlatados, agua y
otros productos que eran traficados en embarcaciones que venían desde la isla de Aruba. La
desesperación hizo presa de los más pobres, quienes no podían acceder a esos “lujos”, y comenzó
el éxodo de la población menos pudiente hacia Coro y los poblados de la sierra de Falcón, así como
también hacia los pueblos pesqueros de la misma península (por ej., Adícora y Los Taques).
Cuentan que un pequeño caserío llamado “Paso del Medio”, se convirtió en “Pueblo Nuevo de la
Sierra” al recibir a varias familias que huyeron de Paraguaná en ese entonces.

Figura 2: A la izquierda una imagen de Felipe (cortesía de la Maestra Alba González), hijo
de Ignacia Sánchez, uno de los migrantes que logró rehacer su vida en la sierra falconiana,
luego de una extenuante travesía tomado de la mano de su mamá por parajes como el
ilustrado a la derecha, donde se observa uno de los trazados de la carretera Coro-
Paraguaná, devorado por los médanos.

El Sr. Oswaldo González nos relató que cuando su papá Felipe (figura 2) era apenas un
niño, se vino caminando desde Paraguaná, de la mano de su madre, la señora Ignacia Sánchez,
quien decidió emigrar a través de parajes inhóspitos y cambiantes, huyendo de las terribles
condiciones que los impulsaron a arriesgar sus vidas en busca de un futuro relativamente incierto
en la sierra de Falcón, donde lograron establecerse luego de años de arduo trabajo. Testimonios
como éstos abundan en diversos lugares de la Sierra de San Luis, donde pueblos como
Churuguara, Pueblo Nuevo de la Sierra, Santa Cruz de Bucaral y muchos más, albergan a los
descendientes de estos emigrantes de la Península de Paraguaná.

Llegado el año de 1912 la situación se tornó realmente desesperante porque casi no


quedaba ninguna planta viva en la región, la mayoría de los animales había muerto de sed y una
plaga de langostas, posiblemente transportadas por fuertes corrientes de viento seco que
asolaron la península ese año, terminó con la poca vegetación que aún sobrevivía. Escribe La
Chiche Manaure (03/03/03 - http://www.aporrea.org//a2488.html) “Soy descendiente de la
sequía del año 1.912, cuando en la Península de Paraguaná los vientos alisios insistieron en no
dejar posar las nubes por años y años, y la cabeza de la gente quedó estirada en el suspenso de
hilos invisibles hacia el cielo. Contaba mi abuela Panchita que rehervían por días los huesos de los
chivos que morían de sed, la cacha de café que terminaba como un puñado de arena en el colador
y el dinero… no valía nada. Soy nieta de la sequía, de una muchacha corazón de albahaca, que
contó muchos muertos por la ausencia del agua, que quedaron dormidos para siempre, sepultados
bajo los Médanos de Coro en el peregrinaje hacia la Sierra de San Luis, buscando una poquita de
agua…”. Es así que 1912 es recordado como “el año de la gran hambruna”, la comida se tornó
extremadamente escasa y cara, de forma que solo los más pudientes o precavidos y los que vivían
de la pesca, conservaban para ese tiempo condiciones de vida aceptables: una parte de la
población, la más pobre, ya desnutrida y débil, se vio obligada a intentar escapar en busca de
trabajo, agua y comida, algunos a lomos de bestias (en general burros que eran bastante comunes
en la región), pero muchos caminando por senderos agrestes, desérticos y desconocidos para
ellos, recorriendo en muchos casos distancias superiores a los cien kilómetros, incluyendo la
travesía a lo largo del istmo de la península de Paraguaná. Miembros de la familia Gotopo, quienes
realizaron una investigación en busca del origen de su apellido, encontraron que el primer
elemento de su familia en Venezuela se reporta en un pequeño pueblo de Paraguaná conocido
como Cerro Pelón, a comienzos del siglo XIX. No se consigue ese apellido en ningún otro lugar de
Venezuela antes del año 1912, cuando se vieron obligados a emigrar de la península huyendo de la
sequía y el hambre. Al parecer, los miembros de la generación de sus abuelos, compuesta por 14
hermanos, protagonizaron una odisea en la cual algunos fallecieron a causa de la sequía, pero
otros alcanzaron a llegar, logrando establecerse en Coro, Cabimas, Maracaibo, Valencia y otras
ciudades de Venezuela (http://www.facebook.com/group.php?gid=31199248498). En el periodo 1911-
1912 varias delegaciones de los pueblos de los estados Falcón y Trujillo solicitaron al gobierno de
Juan Vicente Gómez un trato especial para traer frutos y alimentos para sus poblaciones, en
virtud de que se encontraban sometidos a condiciones extremas de la naturaleza, las cuales les
imposibilitaban de producir alimentos (Parra, 2003). Escribe Blanca de Lima (2001) que en varios
puntos del estado, incluyendo algunos pueblos de la sierra, se perdieron cuatro cosechas por
causa del intenso verano y de las plagas de langosta, arruinándose el negocio de las pieles porque
los rebaños sucumbieron a la sequía. Hacia finales de 1912 (mes de Noviembre) todavía morían de
hambre algunas personas en diferentes sitios de Paraguaná y desde poblaciones como Piedra
Grande, Pecaya, Cieneguita y otras se reportaba la pérdida de las cosechas.

De otra forma, aún menos convencional, el recuerdo de este desastre ha quedado


guardado para las generaciones siguientes gracias a la veneración de las almas de las personas
que perdieron la vida durante esa terrible peregrinación, en un sitio conocido como Guasare,
sobre el istmo de la península de Paraguaná, muy cerca de las dunas y médanos que caracterizan a
este lugar. Según el escritor Eudes Navas (http://www.animasdeguasare.net/libro.html), este
culto se inició años después de 1912, probablemente hacia 1940, cuando una persona que
regresaba de pastorear un rebaño de chivos encontró restos seres humanos, que habían sido
desenterrados de entre la arena de los médanos por una fuerte brisa. Uno de los habitantes del
lugar construyó en el lugar un pequeño túmulo de barro, donde depositó los huesos para darles
cristiana sepultura. Se corrió la voz del descubrimiento y la gente comenzó a pensar que los
huesos pertenecían a algunos de los emigrantes de la sequía y la hambruna del año 12, no pasando
mucho tiempo antes de que comenzara a atribuírseles algunos hechos milagrosos. Según la
tradición oral y varios documentos, algunos de los cuales se pueden leer directamente en la
capilla de Guasare (figura 3), los habitantes de la región comenzaron a venerar a estas personas
que habían sufrido una muerte dramática y cuyas almas permanecían cerca del lugar de la
tragedia, donde pueden ser invocadas para solicitarles favores, milagros o su intervención ante
una divinidad o santo especial para que intercedan por los seres vivos que las veneran. En ese
sentido, las ánimas no pertenecen estrictamente a una religión, secta o creencia particular, son
más bien como “enlaces” entre los seres vivos y una gran multiplicidad de poderes fuera del
alcance directo de los seres vivos (figura 3, imagen a la izquierda); aún más, en la capilla se
encuentran testimonios y agradecimientos por hechos milagrosos atribuidos directamente a las
Ánimas de Guasare.
Figura 3: Interior de la capilla de las Ánimas de Guasare, donde destacan algunos de los
santos y divinidades que son invocados con la ayuda de las ánimas (izquierda) y el sitio de
las velas (derecha). Si se observa con cuidado se notan fotografías de automóviles, e
incluso réplicas de autos, algunas de las cuales son en agradecimiento por la intervención de
las ánimas para favorecer a los involucrados en algún accidente.
De acuerdo a los párrafos anteriores, no queda duda de que la sequía que asoló la
península de Paraguaná durante los primeros años del siglo XX, y con mayor intensidad en 1912,
fue un desastre real, a pesar de la escasa atención que ha recibido a nivel científico o literario.
En su artículo “Los Veranos Ruinosos de Venezuela” (1947), Eduardo Rohl analiza todos los
eventos de carácter nacional ocurridos entre el siglo XVII y mediados del siglo XX, y no
menciona el evento de 1912, lo cual refuerza la percepción de que, si hubo una sequía que afectó
todo el país, sus efectos no fueron tan dramáticos como en Paraguaná y la región de Falcón. De
ser esto así, la hambruna de 1912 pone en evidencia la fragilidad del territorio de Paraguaná ante
veranos prolongados, ya que es de notar que los años de 1905 y 1911 fueron años afectados por el
fenómeno de El Niño, una de cuyas características es la de producir sequías en todo el territorio
venezolano (Molina, 1999), pero no se reportaron situaciones extremas en otros puntos de la
geografía de este país en ese entonces. Según la Oficina Meteorológica del Gobierno de
Australia (http://www.bom.gov.au/), el Evento Niño de 1905 se inició en el mes de Noviembre de
1904 y finalizó en Abril de 1906; mientras que el Evento Niño de 1911 comenzó en Mayo de 1911 y
terminó en Noviembre de 1912, lo que refuerza los testimonios acerca de las condiciones
climáticas de Paraguaná para esos años.
Ya es costumbre responsabilizar al cambio climático global de casi todas las situaciones
de desastre que aquejan nuestras poblaciones del presente, incluso se elaboran interesantes
análisis y discusiones para determinar a partir de que instante del pasado se le puede comenzar a
echar la culpa. No obstante, la Hambruna del año 12 pareciera indicar que existen otros factores
determinantes: la fragilidad de un sistema ecológico y la vulnerabilidad de las comunidades que
habitan en él.

Referencias:
-De Lima, B. (2001), El negocio exportador de pieles en la región coriana. Ponencia presentada en: IV Jornadas de
Investigación Históricas en Homenaje a Don Mariano Picón Salas Universidad Central de Venezuela Facultad de
Humanidades y Educación-Instituto de Estudios Hispanoamericanos-Escuela de Historia Caracas, Venezuela 07-09 de
noviembre del 2001.
-Molina, J. (1999). El Niño y el Sistema Climático Terrestre. Editorial Ariel, Barcelona. España. 154 pp.
-Parra, P. (2003). VENEZUELA OPRIMIDA IV. Cuadros políticos del gobierno de Gómez.
-Rohl, E. (1948). Los Veranos Ruinosos de Venezuela. Boletín de la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y
Naturales. Año XIV. Tomo XI. No 32. Tipografía Americana. Caracas. Venezuela. p 426-447.

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