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2[2] Cf. José FERRATER MORA, voz Ilustración en Diccionario de filosofía, II, 3ª
ed., Madrid: Alianza, 1981, 1623-1625.
3[3] Con sus intuiciones positivas –muchas de ellas coincidentes con valores
evangélicos–, y con sus consecuencias negativas (racionalismo exacerbado,
individualismo, naturalismo, laicismo, amoralismo, etc.), la Revolución Francesa
contribuyó a afirmar y difundir ideas que se habían ido desarrollando en la cultura
occidental con el correr de los años, y que ponían como fundamento de la
dignidad humana el valor de la “libertad”; libertad que, a veces, fue concebida de
forma absoluta, sin límites y sin relación con un orden moral objetivo. Entre estas
“libertades” que reclamaba la corriente liberal, se mezclaban frecuentemente
elementos positivos con otros negativos: la libertad de prensa, el espíritu
democrático, eran frecuentemente mezclados con principios racionalistas, la
negación de la Revelación, una actitud anticlerical y, frecuentemente, anticristiana.
En lo tocante a la relación entre la Iglesia y el Estado, el liberalismo planteó una
Ahora bien, ante las ideas y propuestas liberales ¿qué actitud debían tomar los católicos?
Digamos que, pasados los tiempos inmediatamente posrevolucionarios, entre los miembros de la
Iglesia Católica se fueron perfilando dos posturas básicas: Los llamados “católicos intransigentes”
rechazaron en bloque todo lo que proviniera del liberalismo, y en general del mundo moderno; en el
aspecto doctrinal podrían calificarse de integristas y políticamente hablando fueron en general
legitimistas4[4]; en la época se los motejaba también como clericales, ultramontanos, etc. En una
actitud más conciliadora con el mundo moderno, estaban los llamados “católicos liberales”, quienes
sin renunciar a su fe, pretendían conciliar la misma con ciertas propuestas del mundo moderno,
quitándole su matiz irreligioso.
El texto que presentamos a continuación, son fragmentos de una obra sumamente popular
en el siglo XIX, y uno de los máximos exponentes del “catolicismo intransigente”: Se trata del libro
El liberalismo es pecado del sacerdote catalán Félix SARDÀ Y SALVANY5[5]. Conocido en su
época como la Biblia de los intransigentes esta obra fue publicada por primera vez en 1884. Con
una lógica sin concesiones y por momentos demoledora, intenta demostrar la intrínseca malicia de
las ideas liberales.
4[4] Partidarios de un príncipe o de una dinastía, por creer que tiene llamamiento
legítimo para reinar. En este caso, abogaban por el regreso al trono de los
monarcas absolutos depuestos por los regímenes revolucionarios.
En el orden de las doctrinas es pecado grave contra la fe, porque el conjunto de las
doctrinas suyas es herejía, aunque no lo sea tal vez en alguna que otra de sus afirmaciones
o negaciones aisladas. En el orden de los hechos es pecado contra los diversos
Mandamientos de la ley de Dios y de su Iglesia, porque de todos es infracción. Más claro.
En el orden de las doctrinas el Liberalismo es la herejía universal y radical, porque las
comprende todas: en el orden de los hechos es la infracción radical y universal, porque
todas las autoriza y sanciona.
De todas las inconsecuencias y antinomias que se encuentran en las gradaciones medias del
Liberalismo, la más repugnante de todas y la más odiosa es la que pretende nada menos que
la unión del Liberalismo con el Catolicismo, para formar lo que se conoce en la historia de
los modernos desvaríos con el nombre de Liberalismo católico o Catolicismo liberal. Y no
obstante han pagado tributo a este absurdo preclaras inteligencias y honradísimos
corazones, que no podemos menos de creer bien intencionados. Ha tenido su época de
moda y prestigio, que, gracias al cielo, va pasando o ha pasado ya.
Nació este funesto error de un deseo exagerado de poner conciliación y paz entre
doctrinas que forzosamente y por su propia esencia son inconciliables enemigas. El
Liberalismo es el dogma de la independencia absoluta de la razón individual y social; el
Catolicismo es el dogma de la sujeción absoluta de la razón individual y social a la ley de
Dios. ¿Cómo conciliar el sí y el no de tan opuestas doctrinas? A los fundadores del
Liberalismo católico pareció cosa fácil. Discurrieron una razón individual ligada a la ley del
Evangelio, pero coexistiendo con ella una razón pública o social libre de toda traba en este
particular. Dijeron: “EI Estado como tal Estado no debe tener Religión, o debe tenerla
solamente hasta cierto punto que no moleste a los demás que no quieran tenerla. Así, pues,
el ciudadano particular debe sujetarse a la revelación de Jesucristo; pero el hombre público
puede portarse como tal de la misma manera que si para él no existiese dicha revelación”.
De esta suerte compaginaron la fórmula célebre de: La Iglesia libre en el Estado libre6[6],
fórmula para cuya propagación y defensa se juramentaron en Francia varios católicos
insignes, y entre ellos un ilustre Prelado7[7]; fórmula que debía ser sospechosa desde que la
6[6] Se ha discutido mucho sobre el origen de esta fórmula que, luego, asumiría
Camilo Benzo, Conde de Cavour. Según algunos autores, debemos buscar su
origen en Vinet; según otros, debe atribuirse a Montalamber; otros, por último, ven
en ella influjos de tipo jansenista. Manual de Historia de la Iglesia, dir. H. JEDIN,
VII, Barcelona: Herder, 1978, 910 n. 7.
Es probable que, en realidad, Félix Sardà y Salvany se esté refiriendo aquí al III
Congreso Católico de Malinas, celebrado en 1863; en dicho congreso
Montalambert hizo una calurosa defensa de la fórmula aludida y estaba presente
en él Mons. Félix Dupanloup (1802-1878), obispo de Orleans desde 1854 (quien
tomó Cavour para hacerla bandera de la revolución italiana contra el poder temporal de la
Santa Sede; fórmula de la cual, a pesar de su evidente fracaso, no nos consta que ninguno
de sus autores se haya retractado aún.
Si bien se considera, la íntima esencia del Liberalismo llamado católico, por otro nombre
llamado comúnmente Catolicismo liberal, consiste probablemente tan sólo en un falso
concepto del acto de fe. Parece, según dan razón de la suya los católico-liberales, que hacen
estribar todo el motivo de su fe, no en la autoridad de Dios infinitamente veraz e infalible,
que se ha dignado revelarnos el camino único que nos ha de conducir a la bienaventuranza
sobrenatural, sino en la libre apreciación de su juicio individual que le dicta al hombre ser
mejor esta creencia que otra cualquiera. No quieren reconocer el magisterio de la Iglesia,
como único autorizado por Dios para proponer a los fieles la doctrina revelada y determinar
su sentido genuino, sino que, haciéndose ellos jueces de la doctrina, admiten de ella lo que
bien les parece, reservándose el derecho de creer la contraria, siempre que aparentes
razones parezcan probables ser hoy falso lo que ayer creyeron como verdadero.
podría ser el “ilustre prelado” al que alude el autor). Una traducción al inglés del
discurso que en Mons. Dupanloup pronunció en el Congreso de Malinas: Bishop
Dupanloup’s speech at the Catholic Congres of Malines en The Catholic World 6
(1868) 587-594.
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Siendo esencialmente naturalista el concepto primario de la fe, síguese de eso que
ha de ser naturalista todo el desarrollo de ella en el individuo y en la sociedad. De ahí el
apreciar primaria, y a veces casi exclusivamente, a la Iglesia por las ventajas de cultura y de
civilización que proporciona a los pueblos; olvidando y casi nunca citando para nada su fin
primario sobrenatural, que es la glorificación de Dios y salvación de las almas. Del cual
falso concepto aparecen enfermas varias de las apologías católicas que se escriben en la
época presente. De suerte que, para los tales, si el Catolicismo por desdicha hubiese sido
causa en algún punto de retraso material para los pueblos, ya no sería verdadera ni laudable
en buena lógica tal Religión. Y cuenta que así podría ser, como indudablemente para
algunos individuos y familias ha sido ocasión de verdadera material ruina el ser fieles a su
Religión, sin que por eso dejase de ser ella cosa muy excelente y divina.
Este criterio es el que dirige la pluma de la mayor parte de los periódicos liberales,
que si lamentan la demolición de un templo, sólo saben hacer notar en eso la profanación
del arte; si abogan por las órdenes religiosas, no hacen más que ponderar los beneficios que
prestaron a las letras; si ensalzan a la Hermana de la Caridad, no es sino en consideración a
los humanitarios servicios con que suaviza los horrores de la guerra; si admiran el culto, no
es sino en atención a su brillo exterior y poesía; si en la literatura católica respetan las
Sagradas Escrituras, es fijándose tan sólo en su majestuosa sublimidad. De este modo de
encarecer las cosas católicas únicamente por su grandeza, belleza, utilidad o material
excelencia, síguese en recta lógica que merece iguales encarecimientos el error cuando tales
condiciones reuniere, como sin duda las reúne aparentemente en más de una ocasión alguno
de los falsos cultos.
Por eso es Catolicismo liberal, o mejor, Catolicismo falso, gran parte del
Catolicismo que se usa hoy entre ciertas personas. No es Catolicismo, es mero Naturalismo,
es Racionalismo puro; es Paganismo con lenguaje y formas católicas, si se nos permite la
expresión.
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Notas
Y11[1]
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