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#DineroSexoPoder
Traducido del libro Living in the Light: Money, Sex & Power por John Piper © Desiring God
Foundation en 2016 y publicado por The Good Book Company.
A menos que se indique lo contrario, las citas bíblicas han sido tomadas de La Santa Biblia,
Nueva Versión Internacional ©1986, 1999, 2015 por Biblica, Inc.
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, al-
macenada en un sistema de recuperación, o transmitida de ninguna forma ni por ningún
medio, ya sea electrónico, mecánico, fotocopia, grabación, u otros, sin el previo permiso por
escrito de la casa editorial.
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www.poiema.co
SDG
Para Richard Coekin
y Co-Mission,
con admiración y gratitud
Introducción
1. Definiciones y fundamentos
2. Los peligros del sexo que destruyen tu placer
3. Los peligros del dinero que destruyen tu prosperidad
4. Los peligros del poder que destruyen tu ser
5. Liberación: el regreso del sol al centro
6. Aplicación: las nuevas órbitas
Conclusión
Agradecimientos
Notas
ios no creó el dinero, el sexo o el poder solo para que fueran ten-
D taciones. Él tenía buenos propósitos en mente. El dinero, el sexo
y el poder existen para los grandes propósitos de Dios en la historia de
la humanidad. No son desviaciones en el camino hacia el gozo en Dios.
Junto con todo el resto de la buena obra de Dios, son parte de ese cami-
no. Con ellos, podemos demostrar el valor supremo de Dios.
Uno de los propósitos de este libro es mostrarte cómo lograrlo. Por
tanto, lo que haré es tratar los beneficios del dinero, el sexo y el poder,
así como sus peligros. ¿Cuáles son los peligros que deben ser derrota-
dos? ¿Cuáles son los beneficios que podemos disfrutar?
La tesis principal de este libro tiene dos partes. En primer lugar, el
dinero, el sexo y el poder comenzaron siendo regalos de Dios hacia la
humanidad, pero ahora son peligrosos debido a que todos los seres hu-
manos han cambiado la gloria de Dios por imágenes (Ro 1:23). En segun-
do lugar, el dinero, el sexo y el poder serán restaurados para darle glo-
ria a Dios a través de la redención que Dios trajo al mundo en Jesucristo
—la gran liberación del pecado, la enfermedad y el dolor.
Sin esa redención, todos preferiríamos otras cosas en lugar de Dios.
Esa es nuestra naturaleza. Cuando nos detenemos a pensarlo, nos da-
mos cuenta de que es un gran insulto hacia Dios. De hecho, preferir
cualquier otra cosa más que a Dios es una atrocidad moral en el univer-
so—y, por tanto, es una amenaza eterna contra nuestras almas. Escoger
cualquier otra cosa por encima de Dios no solo nos destruye, sino que
también nos lleva a distorsionar todo lo bueno que hay en el mundo, in-
cluyendo el dinero, el sexo y el poder.
Toda la creación tenía el propósito de transmitir la belleza y el valor
supremos de Dios (Sal 19:1; Ro 1:20-23). Dios creó al mundo para Su glo-
ria (Is 43:7). Creó al mundo para ser magnificado por la forma en que
Sus criaturas encontraran plena satisfacción en Él. El dinero, el sexo y
el poder existen para mostrar que Dios debe ser más deseado que el di-
nero, el sexo y el poder. Paradójicamente, esa es la única forma en que
estas cosas se vuelven más satisfactorias en sí mismas.
Todo esto fue arruinado por la Caída—por el primer gran pecado de
cambiar a Dios por otras cosas. Cuando Dios es restaurado al lugar su-
premo del corazón humano, podemos comenzar a glorificar a Dios con
el dinero, el sexo y el poder. Todo depende de lo que valoramos más.
¿Cuál es nuestro mayor tesoro? ¿Cuál es nuestra mayor satisfacción?
Cuando Dios toma ese lugar en nuestras mentes y corazones—en nues-
tros pensamientos y emociones—entonces el dinero, el sexo y el poder
comienzan a encontrar su verdadero y maravilloso orden.
Este reordenamiento de nuestra vida, con la gloria de Dios en el cen-
tro, termina siendo lo más satisfactorio para nuestras almas (aunque
enfrentemos múltiples luchas), lo más beneficioso para el mundo (aun-
que este no lo vea así), y lo que más honra a Dios. Nos satisface. El mun-
do es servido. Y Dios es glorificado. Para esto fueron creados el dinero,
el sexo y el poder. Y de eso trata este libro.
A qué me refiero exactamente cuando digo “dinero, sexo y poder”?
¿ Con los años he aprendido que definir las cosas, desde el principio,
casi siempre termina mostrando que lo que pensábamos que estábamos
enfrentando es solamente la punta del iceberg. Pensábamos que estába-
mos lidiando con el dinero—billetes y monedas. Pero, de hecho, esta-
mos lidiando con los placeres y las ventajas que el dinero puede com-
prar, o el estatus que el dinero puede darnos. Y después nos damos
cuenta de que eso no es todo, ya que debajo de eso hay codicia, avaricia,
miedo, y el deseo de tener seguridad, prestigio y control. Pero eso tam-
poco es todo, porque la Biblia enseña que existe otra realidad—una con-
dición del corazón—más profunda que todos esos pecados.
Nos damos cuenta—con solo intentar definir el tema que estamos
tratando—que este asunto llamado dinero, sexo, o poder es como el pe-
dacito de un iceberg que se ve por encima del agua. No es el problema.
Lo que alcanzamos a ver no hundirá nuestro barco. Es la enorme masa
de pecado que hay debajo del agua la que perforará el casco y nos envia-
rá al fondo del océano.
Pero al sentarme y meditar sobre las definiciones del dinero, el sexo
y el poder con la ayuda de algunos amigos (esto sucedió mientras prepa-
raba los capítulos de este libro), me di cuenta de que acababa de utilizar
una imagen que presentaba todo de manera negativa y que había igno-
rado una realidad aún más fundamental.
¿Icebergs o islas flotantes?
¿Qué pasa con el dinero que utilizamos para apoyar a los misioneros o
para comprarle un regalo a un amigo? ¿Qué pasa con la generosidad de
estos actos? ¿Y con el corazón que los produce? El árbol malo da fruto
malo—pero, ¿qué hay del árbol bueno que produce fruto bueno (Mt
7:16-19)? Resulta que el dinero, el sexo y el poder no siempre son ice-
bergs que amenazan con hundir nuestro barco. Pueden ser islas flotan-
tes, llenas de alimento para cuando se nos acaban las provisiones, o de
combustible para cuando nuestro barco esté varado en el agua, o de fru-
tas exóticas para endulzar nuestra deprimente dieta marítima.
En otras palabras, otra realidad fundamental con la que debemos li-
diar es que el dinero, el sexo y el poder son, y siempre han sido, regalos
de Dios—regalos buenos de Dios. Y si nos hunden, no es porque Dios
nos haya dado regalos malos; es porque algo sucedió en nuestro interior
y convertimos esos regalos de gracia en instrumentos de pecado, en al-
tares e incienso en el templo del orgullo.
Así que lo primero que tenemos que hacer es usar definiciones que
nos permitan ver ciertas verdades fundamentales que son mucho más
profundas—y mucho más grandes—que los peligrosos icebergs o las is-
las flotantes del dinero, el sexo y el poder. De eso trata este primer capí-
tulo—definiciones y fundamentos.
Después, del capítulo dos al cuatro, nos centraremos en los peligros
específicos del dinero, el sexo y el poder (los icebergs). En los capítulos
cinco y seis, nos enfocaremos en cómo el evangelio nos libera de esos
icebergs para poder disfrutar de los beneficios (las islas con los tesoros)
del dinero, el sexo y el poder, al usarlos para amar y adorar en maneras
que exaltan a Cristo. Así que ese es el plan: definiciones y fundamentos.
Peligros y cómo derrotarlos. Los posibles beneficios y cómo disfrutar-
los. Define. Derrota. Disfruta.
Dinero: definición y fundamento
El dinero, en su forma más simple, es un tipo de moneda. Puede ser de
papel o de metal; puede que en otras culturas usen piedras, y en otras,
como la nuestra, registros electrónicos. Esta moneda funciona como
una representación de cantidades de valor definidas por cada cultura,
así que puede ser utilizada para conseguir algo que quieras, ya sea gas-
tándola, regalándola o guardándola.
La moneda en sí misma es un buen regalo de Dios que puedes utili-
zar para mal o para bien. Puedes usarla para conseguir algo que valores,
como comida, un regalo, un boleto de lotería o una prostituta. Puedes
regalarla para apoyar alguna causa que valores, como el ministerio de
un joven que vaya de misiones, o para que alguien que te chantajea no
revele tu secreto, o para conseguir un trabajo por medio del soborno.
También puedes guardarla para solidificar algo que valoras, como la se-
guridad de un colchón financiero, o para ahorrar sabiamente para una
futura compra y así no endeudarte.
En otras palabras, el dinero—la representación simbólica de las can-
tidades de valor—llega a ser un asunto moral por el buen o mal uso que
le des a este regalo que Dios te ha dado. Puedes utilizarlo para bien o
puedes utilizarlo para mal. Puedes usarlo para mostrar que valoras más
al dinero que a Cristo. O puedes usarlo para mostrar que valoras más a
Cristo que al dinero.
Esto significa que no es contra el dinero en sí mismo que debemos
luchar. Existe algo mucho más fundamental, algo más profundo que la
riqueza o la pobreza—más profundo que la codicia o la generosidad. En
resumen, entonces, el dinero es un símbolo cultural que utilizamos
para mostrar lo que valoramos. Es un medio para mostrar lo que ateso-
ramos; mostrar quién es nuestro tesoro. El uso del dinero es un acto de
adoración—ya sea a Cristo o a cualquier otra cosa.
Sexo: definición y fundamento
Cuando digo “sexo”, me refiero a la experiencia de una estimulación
erótica, a la búsqueda de dicha experiencia, o al intento de producir esa
experiencia en otra persona. Y cuando digo eso, estoy diciendo que el
sexo es un buen regalo de Dios en todas esas formas. Experimentar esti-
mulación sexual, tratar de obtenerla o de producirla en otro—los tres
son regalos buenos de Dios que podemos disfrutar de la forma en que Él
lo ha diseñado, o de los cuales podemos abusar y perjudicarnos.
Debo aclarar tres cosas. Primero, sé que la palabra “sexual” puede
ser utilizada de una forma mucho más amplia. Por ejemplo, un esposo y
su esposa pueden tener conversaciones maravillosas y profundas, o rea-
lizar ciertas actividades juntos, que son sexuales en el sentido general
de la palabra porque ella es mujer y él es hombre, y puede que esas con-
versaciones o actividades no tengan ningún elemento erótico—pero es-
tán cargadas de placeres sutiles que no son idénticos, pero sí comple-
mentarios, a nuestra sexualidad. Eso es cierto, y es maravilloso. Pero no
estoy hablando de eso. Este libro es corto porque el contenido es limita-
do.
La segunda aclaración es que he escrito este libro considerando una
amplia gama de actividades sexuales, desde la estimulación más casual e
incluso accidental, a la más intensa e intencional. Un hombre puede te-
ner ciertos pensamientos eróticos acerca de la líder de alabanza sin que
ella tenga la intención de provocarlos. O una mujer puede sentir una
atracción sexual por el pastor, deseando que su esposo sea más apasio-
nado espiritualmente, sin que ese pastor tenga la intención o el deseo
de provocar esa atracción. Cuando hablo de “sexo”, estoy incluyendo
todas esas experiencias.
Una aclaración más. Esto significa que el sexo al que me refiero pue-
de estar sucediendo incluso cuando no haya un efecto erótico, porque
quien trata de estimular a otro (por ejemplo, por cómo actúa o viste)
puede no lograrlo. Así que, sobre la base de mi definición, el “sexo” po-
dría suceder aunque nadie experimente placer sexual.
La experiencia de la estimulación erótica en sí misma, y el esfuerzo
por procurarla o producirla en otro, puede ser un buen uso de ese buen
regalo de Dios, o podemos simplemente abusarlo egoístamente. Lo que
hace que el sexo sea una virtud o un vicio no es el placer, o el intento de
experimentar ese placer o producirlo en otro, sino algo más profundo.
Existen asuntos fundamentales de sumisión a la Palabra de Dios y de la
condición del corazón. Es en esto que debemos enfocarnos al hablar so-
bre los peligros y los posibles beneficios de este regalo divino que es el
sexo.
Poder: definición y fundamento
El poder es la capacidad de conseguir lo que uno quiere. Tu capacidad
puede ser debido a tu gran fortaleza física; o a que tienes una posición
de autoridad, como en el caso de un padre, un maestro, un policía o un
miembro del congreso. O también puede deberse a que tienes más dine-
ro que cualquier otro de tu grupo, o a que eres bien parecido o hermosa.
Todas esas capacidades son regalos buenos de Dios. No podemos de-
cir que los tenemos únicamente por nuestros esfuerzos. Dios es el Da-
dor de todos ellos. Y todas esas capacidades para conseguir lo que quie-
res pueden ser utilizadas para hacer el bien o para hacer el mal. Cómo
utilizas tu poder demuestra dónde está tu corazón, lo que amas, lo que
más atesoras—lo que adoras.
Lo que el dinero, el sexo y el poder tienen en común
Quizá ahora es más claro por qué no diseñé este libro en tres secciones
separadas: una para el dinero, otra para el sexo y otra para el poder. La
razón es que en la raíz—en sus fundamentos—son esencialmente lo mis-
mo. Son formas en las que demuestras el valor supremo de Dios en tu
vida, o formas en las que demuestras que piensas que otra cosa tiene ese
valor supremo. La manera en que piensas, sientes y actúas respecto al
dinero, al sexo y al poder muestra el tesoro de tu corazón—si es Dios, o
algo que Él creó.
• El poder es la capacidad de conseguir lo que valoras.
• El dinero es un símbolo cultural que puede ser intercambiado
para conseguir lo que valoras.
• El sexo, y la búsqueda del mismo, es uno de los placeres que
las personas valoran.
Por tanto, el poder, el dinero y el sexo son medios dados por Dios
que demuestran lo que valoras. Son (al igual que el resto de la creación)
dados por Dios como un medio para la adoración—es decir, como un
medio para magnificar aquello que tiene más valor para ti. Todo tu po-
der, todo tu dinero y toda tu sexualidad son regalos de Dios para mos-
trar el valor supremo de la gloria de Dios.
Volviendo a los fundamentos
Ahora pasamos de las definiciones a los fundamentos que revelan lo que
el dinero, el sexo y el poder realmente son en un universo como el nues-
tro, el cual está centrado en Dios. Ahora bien, lo que tenemos que hacer
es ir a la Biblia y ver cómo Dios nos aclara cuáles son estos asuntos fun-
damentales.
¿Para qué fuimos creados? ¿Qué debemos hacer con los buenos re-
galos del dinero, el sexo y el poder que Dios nos ha dado? ¿Y qué anda
mal en nuestra naturaleza que en lugar de mostrar el valor de Dios con
nuestro dinero, sexo y poder, lo ignoramos, como si el Creador y Sus-
tentador de todas las cosas no importara? Esa es la peor atrocidad que
se puede cometer en el mundo. Cristo vino a cambiar eso—en tu vida y
en este mundo.
¿Cuál es la condición del corazón humano?
En Romanos 1:18-23, encontramos la descripción del problema más pro-
fundo de la humanidad y de la sublime gloria de la que hemos caído—
gloria a la que podemos regresar en Cristo. El apóstol Pablo va más allá
de las acciones pecaminosas y se centra en el corazón que peca. Excava
las profundidades de los comportamientos destructivos hasta llegar a la
depravación de los corazones—corazones como el tuyo y el mío:
18
Ciertamente, la ira de Dios viene revelándose desde el cielo
contra toda impiedad e injusticia de los seres humanos, que con
su maldad obstruyen la verdad. 19 Me explico: lo que se puede co-
nocer acerca de Dios es evidente para ellos, pues Él mismo se lo
ha revelado. 20 Porque desde la creación del mundo las cualida-
des invisibles de Dios, es decir, Su eterno poder y Su naturaleza
divina, se perciben claramente a través de lo que Él creó, de
modo que nadie tiene excusa. 21 A pesar de haber conocido a
Dios, no lo glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, sino
que se extraviaron en sus inútiles razonamientos, y se les oscure-
ció su insensato corazón. 22 Aunque afirmaban ser sabios, se vol-
vieron necios 23 y cambiaron la gloria del Dios inmortal por imá-
genes que eran réplicas del hombre mortal, de las aves, de los
cuadrúpedos y de los reptiles.
21
A pesar de haber conocido a Dios, no lo glorificaron como a
Dios ni le dieron gracias, sino que se extraviaron en sus inútiles
razonamientos, y se les oscureció su insensato corazón. 22 Aun-
que afirmaban ser sabios, se volvieron necios 23 y cambiaron la
gloria del Dios inmortal por imágenes que eran réplicas del hom-
bre mortal, de las aves, de los cuadrúpedos y de los reptiles.
23
… y cambiaron la gloria del Dios inmortal por imágenes que
eran réplicas del hombre mortal, de las aves, de los cuadrúpedos
y de los reptiles.
24
Por eso Dios los entregó a los malos deseos de sus corazones,
que conducen a la impureza sexual, de modo que degradaron sus
cuerpos los unos con los otros.25 Cambiaron la verdad de Dios
por la mentira, adorando y sirviendo a los seres creados antes
que al Creador, quien es bendito por siempre. Amén.
26
Por tanto, Dios los entregó a pasiones vergonzosas. En efecto,
las mujeres cambiaron las relaciones naturales por las que van
contra la naturaleza.
27
Así mismo los hombres dejaron las relaciones naturales con la
mujer y se encendieron en pasiones lujuriosas los unos con los
otros. Hombres con hombres cometieron actos indecentes, y en
sí mismos recibieron el castigo que merecía su perversión.
28
Además, como estimaron que no valía la pena tomar en cuenta
el conocimiento de Dios, Él a Su vez los entregó a la depravación
mental, para que hicieran lo que no debían hacer.
En cierto sentido, el hecho de que Pablo esté hablando acerca del ho-
mosexualismo es incidental. Sin embargo, la misma dinámica aplica
para todas las distorsiones de la sexualidad. En breve veremos por qué
Pablo se enfoca explícitamente en el homosexualismo. Pero nuestro en-
foque es más amplio.
Primero, veamos la conexión entre los versículos 23 y 24: “… cam-
biaron la gloria del Dios inmortal por imágenes… Por eso Dios los entre-
gó a los malos deseos de sus corazones, que conducen a la impureza se-
xual, de modo que degradaron sus cuerpos los unos con los otros”. Las
palabras “por eso” son decisivas. Quieren decir que deshonrar a Dios
(“cambiaron la gloria del Dios inmortal”) provoca (resulta en, conduce
a) la deshonra del cuerpo humano por los deseos sexuales distorsiona-
dos de sus corazones: “Dios los entregó a los malos deseos de sus corazo-
nes, que conducen a la impureza sexual, de modo que degradaron sus
cuerpos”. Los humanos cambiaron la gloria de Dios; por eso deshonra-
ron sus cuerpos.
En segundo lugar, veamos la conexión entre los versículos 24 y 25:
“Por eso Dios los entregó a los malos deseos de sus corazones, que con-
ducen a la impureza sexual, de modo que degradaron sus cuerpos los
unos con los otros. Cambiaron la verdad de Dios por la mentira, ado-
rando y sirviendo a los seres creados antes que al Creador, quien es ben-
dito por siempre. Amén”. Aquí, Pablo está diciendo lo mismo, pero al
revés. En lugar de mencionar el resultado de cambiar la gloria de Dios,
menciona la causa por la que deshonraron sus cuerpos. La causa de la
lujuria, la impureza y la deshonra de sus cuerpos es que prefirieron la
mentira y la oscuridad, pues la gloria de Dios les parecía menos satisfac-
toria que otras cosas. Deshonraron sus cuerpos porque prefirieron a la
criatura por encima del Creador.
En tercer lugar, veamos la relación entre los versículos 25 y 26:
“Cambiaron la verdad de Dios por la mentira… Por tanto, Dios los en-
tregó a pasiones vergonzosas”. Pablo recalca el mismo punto por terce-
ra vez. La causa de sus pasiones desordenadas es que ellos cambiaron la
gloria de Dios por la mentira de que Él no es más deseable que cualquier
otra cosa.
Y, en cuarto lugar, Pablo lo repite una vez más. Veamos la relación
entre las dos mitades del versículo 28: “Además, como estimaron que no
valía la pena tomar en cuenta el conocimiento de Dios [literalmente:
“no aprobaron tener a Dios en su conocimiento”], Él a su vez los entre-
gó a la depravación mental, para que hicieran lo que no debían hacer”.
No quisieron que Dios dominara sus mentes. No quisieron que la gloria
de Dios tuviera un valor supremo en sus corazones. Y como no lo qui-
sieron, “por eso” cayeron en pecados sexuales.
¿Podría Pablo decir más claramente que la raíz del pecado sexual es
que no amamos la luz y la belleza de la gloria de Dios sobre todas las co-
sas? Amamos la imagen creada por el hombre en lugar de la realidad di-
vina. Amamos la mentira, no la verdad. Amamos la oscuridad, no la
luz. Y el resultado es que nuestra sexualidad ha sido profundamente
distorsionada.
La posible razón por la que este pasaje se enfoca en la homosexuali-
dad es porque ilustra más claramente cómo el cambiar la belleza para la
que fuimos creados verticalmente se refleja en el cambio de la belleza
para la que fuimos creados horizontalmente—el hombre cambia a la
mujer por un hombre, y la mujer cambia al hombre por una mujer. En
otras palabras, un cambio vertical antinatural resulta en un cambio ho-
rizontal antinatural.
Esto es exactamente lo que Pablo recalca al utilizar la palabra “cam-
biaron”. Primero, utiliza la palabra “cambiaron” para mostrar cómo
preferimos a la criatura sobre el Creador. “Cambiaron la gloria del Dios
inmortal por imágenes… Cambiaron la verdad de Dios por la mentira”
(vv 23, 25). Después utiliza la palabra “cambiaron” para mostrar cómo
los hombres preferían a los hombres como parejas sexuales, y las muje-
res preferían a las mujeres: “… las mujeres cambiaron las relaciones na-
turales por las que van contra la naturaleza. Así mismo los hombres de-
jaron las relaciones naturales con la mujer y se encendieron en pasiones
lujuriosas los unos con los otros. Hombres con hombres cometieron ac-
tos indecentes” (vv 26-27). Así que las relaciones homosexuales son
como una especie de parábola de la sexualidad desordenada que viene
de una relación desordenada con Dios—específicamente, una relación
donde las glorias de la creación se prefieren sobre la gloria de Dios.
Los peligros del sexo
Este cambio—expresado vívidamente en las relaciones homosexuales—
aplica para todos nuestros pecados sexuales: adulterio—cambiar al cón-
yuge por una pareja ilegítima; fornicación—cambiar el llamado de Dios
a la castidad en la soltería por sexo fuera del matrimonio; lujuria—cam-
biar la pureza por la pornografía. Todos ellos—todos nuestros pecados
sexuales—tienen su raíz en esto: no atesoramos la gloria de Dios como
supremamente deseable sobre todas las cosas. Dejamos que la oscuridad
de la mentira nos convenza de que un placer ilícito es más deseable que
Dios. En la oscuridad, acariciamos el suave dije de madera que cuelga de
nuestro cuello—sin saber que en la luz nos daríamos cuenta de que es
una cucaracha. Pensamos que la tarántula es un juguete peludo. Pensa-
mos que el león es una mascota y que el sonido de la víbora cascabel es
el de una castañuela. Eso es lo que significa vivir en la oscuridad, donde
Dios es menos deseado que el placer sexual.
El pecado sexual crece en la tierra de la ceguera, la oscuridad y la ig-
norancia de la belleza y grandeza de Dios. Es por eso que Pedro le dice a
las iglesias: “Como hijos obedientes, no se amolden a los malos deseos
que tenían antes, cuando vivían en la ignorancia” (1P 1:14). Es como si
estuviera diciendo: “Antes ignoraban el valor, la belleza, la dulzura y la
grandeza de Dios. Pero ahora han ‘nacido de nuevo’” (vv 3, 23), “si es
que han probado ya la bondad del Señor”(2:3 RVC). Sí, una vez que has
“probado” a Dios, la “ignorancia pasada” ya no controla tus pasiones.
La mentira de los deseos sexuales pecaminosos es expuesta.
Pablo dijo lo mismo acerca de esta “ignorancia” en relación al peca-
do sexual. Dijo: “La voluntad de Dios es que sean santificados; que se
aparten de la inmoralidad sexual; que cada uno aprenda a controlar su
propio cuerpo de una manera santa y honrosa, sin dejarse llevar por los
malos deseos como hacen los paganos, que no conocen a Dios” (1Ts 4:3-
5). En otras palabras, Pablo estaba diciendo que la distorsión y el mal
uso de los deseos sexuales surgen de la oscuridad de la mente incrédula.
Ellos no conocen a Dios. Así estábamos todos nosotros: en la oscuridad,
ciegos a la belleza y valor infinitos de Dios.
Conocen y no conocen
Al hablar de nuestra antigua “ignorancia”, Pedro y Pablo no están con-
tradiciendo lo que dice en Romanos 1:21, donde Pablo dice: “A pesar de
haber conocido a Dios, no lo glorificaron como a Dios ni le dieron gra-
cias”. En la mente del incrédulo, existe tanto conocimiento de Dios
como ignorancia de Dios. El conocimiento de Dios es profundo e innato.
19
Me explico: lo que se puede conocer acerca de Dios es evidente
para ellos, pues Él mismo se lo ha revelado. 20 Porque desde la
creación del mundo las cualidades invisibles de Dios, es decir, Su
eterno poder y Su naturaleza divina, se perciben claramente a
través de lo que Él creó, de modo que nadie tiene excusa (Ro 1:19-
20).
15
¿No saben que sus cuerpos son miembros de Cristo mismo?
¿Tomaré acaso los miembros de Cristo para unirlos con una
prostituta? ¡Jamás! 16 ¿No saben que el que se une a una prostitu-
ta se hace un solo cuerpo con ella? Pues la Escritura dice: “Los
dos llegarán a ser un solo cuerpo”. 17 Pero el que se une al Señor
se hace uno con Él en espíritu. 18 Huyan de la inmoralidad se-
xual. Todos los demás pecados que una persona comete quedan
fuera de su cuerpo; pero el que comete inmoralidades sexuales
peca contra su propio cuerpo. 19 ¿Acaso no saben que su cuerpo
es templo del Espíritu Santo, quien está en ustedes y al que han
recibido de parte de Dios? Ustedes no son sus propios dueños; 20
fueron comprados por un precio. Por tanto, honren con su cuer-
po a Dios (1Co 6:15-20).
9
¿No saben que los malvados no heredarán el Reino de Dios?
¡No se dejen engañar! Ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los
adúlteros, ni los sodomitas, ni los pervertidos sexuales, 10 ni los
ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los calumniadores,
ni los estafadores heredarán el Reino de Dios (1Co 6:9-10).
14
Dichosos los que lavan sus ropas para tener derecho al árbol de
la vida y para poder entrar por las puertas de la ciudad. 15 Pero
afuera se quedarán los perros, los que practican las artes mági-
cas, los que cometen inmoralidades sexuales, los asesinos, los
idólatras y todos los que aman y practican la mentira (Ap 22:14-
15).
Pero esto no quiere decir que la deshonra del pecado sexual sea im-
borrable, ni que si hemos pecado sexualmente no podemos ser parte del
santo Reino de Dios. El punto del versículo 14 es que podemos ser lava-
dos y aceptados. ¿Qué significa lavar nuestras ropas? Es ser uno de
aquellos que “han lavado y blanqueado sus túnicas en la sangre del Cor-
dero” (Ap 7:14). Cristo murió y derramó Su sangre carmesí, para que
nuestras túnicas manchadas por el pecado pudieran llegar a ser blancas:
“Vengan, pongamos las cosas en claro”, dice el Señor. “¿Son sus
pecados como escarlata? ¡Quedarán blancos como la nieve! ¿Son
rojos como la púrpura? ¡Quedarán como la lana!” (Is 1:18).
27
Ustedes han oído que se dijo: “No cometas adulterio.” 28 Pero
Yo les digo que cualquiera que mira a una mujer y la codicia ya
ha cometido adulterio con ella en el corazón. 29 Por tanto, si tu
ojo derecho te hace pecar, sácatelo y tíralo. Más te vale perder
una sola parte de tu cuerpo, y no que todo él sea arrojado al in-
fierno. 30 Y si tu mano derecha te hace pecar, córtatela y arrójala.
Más te vale perder una sola parte de tu cuerpo, y no que todo él
vaya al infierno (Mt 5:27-30).
Sin embargo, Jesús dijo: “Les aseguro que es difícil para un rico en-
trar en el Reino de los cielos” (Mt 19:23). No dijo que fuese difícil que
una persona que ama el dinero entre al cielo, sino que es difícil para una
persona que es rica. De hecho, está diciendo que el dinero en sí mismo
es peligroso—no maligno, solo peligroso—por lo fácil y rápido que po-
demos ser engañados por él. Jesús dijo: “… el engaño de las riquezas
[ahoga] la palabra…” (Mt 13:22 RVC). El dinero es peligroso porque tie-
ne mucho poder para engañar.
Manejar el dinero es como maniobrar con un cable que puede elec-
trocutarte. Eso es lo que Pablo le quiere decir a Timoteo: “Los que quie-
ren enriquecerse caen en la tentación y se vuelven esclavos de sus mu-
chos deseos. Estos afanes insensatos y dañinos hunden a la gente en la
ruina y en la destrucción. Porque el amor al dinero es la raíz de toda cla-
se de males. Por codiciarlo, algunos se han desviado de la fe y se han
causado muchísimos sinsabores” (1Ti 6:9-10). Es un lenguaje muy seve-
ro. “… tentación… se vuelven esclavos de sus muchos deseos… hunden
a la gente en la ruina y en la destrucción”. Sin duda, Pablo nos aconseja
tener extrema precaución.
Gran ganancia es la piedad acompañada de
contentamiento
A través de los años, me ha sorprendido—considerando la advertencia
de Jesús de que las riquezas hacen que sea difícil que las personas en-
tren al cielo, y la advertencia de Pablo al decir que los que desean ser ri-
cos caen en ruina y en destrucción—lo extraño de que tantos cristianos
aún persigan las riquezas. Parece ser que no les creen o que piensan que
serán la excepción a la regla, o que simplemente no creen que la Palabra
de Dios pueda decir lo que dice.
Pero Pablo es claro—desear ser rico es mortal. Y hay más. La clave
de este texto está en el versículo 6: “Gran ganancia es la piedad acompa-
ñada de contentamiento” (RV60). ¿Cómo podemos protegernos de esos
efectos mortales del dinero? Respuesta: con un corazón que esté con-
tento en Dios. ¿Estás profundamente satisfecho en Dios, de tal manera
que esa satisfacción, ese contentamiento, no colapsa cuando Dios te en-
vía riquezas o escasez? La escasez puede destruir el contentamiento en
Dios al hacernos sentir que Él no tiene cuidado de nosotros o que no tie-
ne el poder para darnos lo que creemos necesitar. Y la abundancia pue-
de destruir nuestro contentamiento en Dios al hacernos sentir que Dios
no es indispensable, o que su valor como ayudador y tesoro es muy infe-
rior al que realmente tiene.
No es poca cosa aprender a mantener nuestro contentamiento en
Dios. Este es el propósito de nuestra vida—mostrar que Dios es increí-
blemente glorioso. Y eso se refleja, entre otras formas, cuando demos-
tramos que Él es suficiente para darnos el contentamiento en los mejo-
res y peores momentos de nuestra vida. Pablo aprendió el secreto para
lograr esto:
No digo esto porque esté necesitado, pues he aprendido a estar
11
19
No acumulen para sí tesoros en la tierra, donde la polilla y el
óxido destruyen, y donde los ladrones se meten a robar. 20 Más
bien, acumulen para sí tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni
el óxido carcomen, ni los ladrones se meten a robar. 21 Porque
donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón (Mt 6:19-21).
Así que se puso a pensar: “¿Qué voy a hacer? No tengo dónde al-
macenar mi cosecha”. 18 Por fin dijo: “Ya sé lo que voy a hacer:
derribaré mis graneros y construiré otros más grandes, donde
pueda almacenar todo mi grano y mis bienes. 19 Y diré: ‘Alma
mía, ya tienes bastantes cosas buenas guardadas para muchos
años. Descansa, come, bebe y goza de la vida’”. 20 Pero Dios le
dijo: “¡Necio! Esta misma noche te van a reclamar la vida. ¿Y
quién se quedará con lo que has acumulado?” (Lc 12:16-21).
¡Necio! ¿De quién será todo lo que has acumulado cuando estés
muerto? El dinero no es tu amigo cuando te llega la muerte.
El dinero falla incluso antes de la muerte
Pero el dinero no solo te fallará al final de tu vida. Te fallará antes de la
muerte. “Quien ama el dinero, de dinero no se sacia. Quien ama las ri-
quezas nunca tiene suficiente. ¡También esto es absurdo!” (Ec 5:10). El
dinero no nos satisface ahora. Sé que muchos dirán: “Claro que sí. Mi
dinero es un buen amigo. No me falla. Tengo una gran casa, y dos ca-
rros, y mis hijos están en escuela privada, y tengo un bote, y una casa de
campo, y seguros de vida y pensiones. Quizá no se vaya conmigo al otro
mundo —si es que existe otro mundo— pero definitivamente aquí no
me ha fallado”.
¿En serio?
Yo apostaría por el predicador de Eclesiastés. Fuiste creado para en-
contrar tu satisfacción en Dios, y el dinero te impide entender esto. Tie-
nes grandes anhelos. Surgen en la noche. Vienen a ti cuando estás desa-
nimado o solo. Si eres honesto, sabes que las cosas que te rodean no
pueden satisfacer tus deseos más profundos. No fuiste creado para ser
satisfecho por cosas materiales. Y ninguna de esas cosas puede calmar
los miedos de la muerte. Te engañas a ti mismo. La Palabra no se equi-
voca cuando dice: “Quien ama el dinero, de dinero no se sacia”. George
Macdonald menciona la razón por la que nuestra búsqueda de felicidad
en las cosas materiales no funciona:
No hay conexión entre tener mucho dinero y ser muy feliz en este
vida—o en la venidera. Cuando el hombre sabio dice: “Más vale…”,
quiere decir: “Trae mayor felicidad…”.
16
Jesús le contestó: “Cierto hombre preparó un gran banquete e
invitó a muchas personas. 17 A la hora del banquete mandó a su
siervo a decirles a los invitados: ‘Vengan, porque ya todo está lis-
to’. 18 Pero todos, sin excepción, comenzaron a disculparse. El
primero le dijo: ‘Acabo de comprar un terreno y tengo que ir a
verlo. Te ruego que me disculpes’. 19 Otro adujo: ‘Acabo de com-
prar cinco yuntas de bueyes, y voy a probarlas. Te ruego que me
disculpes’. 20 Otro alegó: ‘Acabo de casarme y por eso no puedo
ir’. 21 El siervo regresó y le informó de esto a su señor. Entonces
el dueño de la casa se enojó y le mandó a su siervo: ‘Sal de prisa
por las plazas y los callejones del pueblo, y trae acá a los pobres,
a los inválidos, a los cojos y a los ciegos’. 22 ‘Señor’, le dijo luego
el siervo, ‘ya hice lo que usted me mandó, pero todavía hay lu-
gar’. 23 Entonces el señor le respondió: ‘Ve por los caminos y las
veredas, y oblígalos a entrar para que se llene mi casa. 24 Les digo
que ninguno de aquellos invitados disfrutará de mi banquete’”
(Lc 14:16-24).
Dos de las tres excusas que estas personas dieron para no asistir al
banquete se relacionan al dinero: “Acabo de comprar un terreno”, así
que prefiero “ir a verlo” en vez de asistir al banquete del Reino de Dios.
“Acabo de comprar cinco yuntas de bueyes”; prefiero ir “a probarlas”
más que asistir al banquete del Reino de Dios.
¿Quién de nosotros no ha caído en el poder de estas ilusiones? Al ir
de compras al centro comercial. Buscando en alguna tienda en línea. Al
observar el mercado de valores. ¿Quién no ha sentido ese deseo por te-
ner cosas, por comprar algo, por ser dueño de algo? Es muy profundo y
muy peligroso. No nos deja ver lo que es verdaderamente hermoso, de-
seable y satisfactorio. Cambia lo divino por una moneda. Dios puede en-
viarnos un mensajero con la palabra de verdad, la palabra que da luz,
pero para la mayoría, Jesús dice: “… el engaño de las riquezas [ahoga] la
palabra, por lo que esta no llega a dar fruto” (Mt 13:22 RVC). Las rique-
zas nos ahogan; tienen un efecto sofocante y nos engañan, llevándonos
a pensar que poseer cosas satisface más que la luz de la palabra de Dios.
El dinero te hace peligroso
El dinero no solo te decepciona, te engaña y te sofoca; también tiene la
capacidad de convertirnos en una amenaza para los demás, no solo para
nosotros mismos. Este es otro gran peligro del dinero. Lucas dijo que
los líderes religiosos más influyentes de los tiempos de Jesús eran
amantes del dinero: “Oían todo esto los fariseos, a quienes les encanta-
ba el dinero, y se burlaban de Jesús” (Lc 16:14). Y este amor por el dine-
ro los convirtió en poseedores codiciosos. Esa es mi traducción de la pa-
labra griega harpages (a`rpagh/j) en Lucas 11:39-40:
39
“Resulta que ustedes los fariseos”, les dijo el Señor, “limpian el
vaso y el plato por fuera, pero por dentro están ustedes llenos de
codicia y de maldad.40 ¡Necios! ¿Acaso el que hizo lo de afuera no
hizo también lo de adentro?”.
5
Manténganse libres del amor al dinero, y conténtense con lo
que tienen, porque Dios ha dicho: “Nunca te dejaré; jamás te
abandonaré”. 6 Así que podemos decir con toda confianza: “El
Señor es quien me ayuda; no temeré. ¿Qué me puede hacer un
simple mortal?”.
42
Así que Jesús los llamó y les dijo: “Como ustedes saben, los que
se consideran jefes de las naciones oprimen a los súbditos, y los
altos oficiales abusan de su autoridad. 43 Pero entre ustedes no
debe ser así. Al contrario, el que quiera hacerse grande entre us-
tedes deberá ser su servidor, 44 y el que quiera ser el primero de-
berá ser esclavo de todos. 45 Porque ni aun el Hijo del Hombre
vino para que le sirvan, sino para servir y para dar Su vida en
rescate por muchos” (v 42-45).
7
Por el contrario, se rebajó voluntariamente, tomando la natu-
raleza de siervo y haciéndose semejante a los seres humanos. 8 Y
al manifestarse como hombre, se humilló a Sí mismo y se hizo
obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz! 9 Por eso Dios lo
exaltó hasta lo sumo y le otorgó el nombre que está sobre todo
nombre (Fil 2:7-9).
17
No se te ocurra pensar: “Esta riqueza es fruto de mi poder y de
la fuerza de mis manos”. 18 Recuerda al Señor tu Dios, porque es
Él quien te da el poder para producir esa riqueza… (Dt 8:17-18).
De esta forma, todas las barreras legales que habían entre Dios y no-
sotros fueron removidas. Ahora podemos tener paz. “En consecuencia,
ya que hemos sido justificados mediante la fe, tenemos paz con Dios por
medio de nuestro Señor Jesucristo” (Ro 5:1). Y lo más valioso de esta
paz es que nos permite estar en la presencia del Dios de toda gloria,
donde hay plenitud de gozo y dicha eterna (1P 3:18; Sal 16:11).
Nuevo nacimiento: liberación de la muerte y la ceguera
espirituales
Cuando Dios aseguró nuestra justificación por medio de Su Hijo en la
cruz, también nos aplicó esa justificación por medio de Su Espíritu,
abriendo nuestros ojos para que nos volviésemos a Él en fe. Y al darnos
la vista, nos hizo verlo como el centro de nuestras vidas, como Aquel
que satisface todos nuestros afectos.
Nuestro problema no es solo externo y legal, sino también interno.
Estamos enfermos moralmente. Estamos muertos espiritualmente. No
podríamos disfrutar de los beneficios de la justificación si Dios no obra
un milagro para cambiarnos internamente. Estamos en peligro, no solo
porque somos merecedores de la ira de Dios, sino también porque esta-
mos muertos a la gloria de Dios. Es por esto que el dinero, el sexo y el
poder son tan peligrosos. Parecen más atractivos que Dios porque so-
mos ciegos espiritualmente y no vemos que la belleza de Dios satisface
por completo.
Para que esto cambie, debe haber justificación, pero también rege-
neración—un nuevo nacimiento. “De veras te aseguro que quien no
nazca de nuevo no puede ver el Reino de Dios” (Jn 3:3). Sin este cambio
profundo en nuestra naturaleza—de la muerte espiritual a la vida espi-
ritual—no podemos ver a Dios como Él es realmente. Y no podemos
confiar en Él ni valorarlo como deberíamos. Somos ciegos y necesita-
mos que Dios nos conceda la vista a través de un milagro. A esto a veces
se le conoce como el llamamiento eficaz de Dios—es la manera en que
Jesús llamó a Lázaro, quien llevaba cuatro días muerto: “Dicho esto,
gritó con todas Sus fuerzas: ‘¡Lázaro, sal fuera!’ El muerto salió, con
vendas en las manos y en los pies, y el rostro cubierto con un sudario”
(Jn 11:43-44). El llamado mismo creó lo que ordenó: vida. Y Lázaro, el
muerto, revivió y obedeció.
Uno de los textos más importantes sobre este milagro divino (llamar
a las personas de la oscuridad, la muerte y la ceguera a la luz y a la vida)
lo encontramos en 2 Corintios 4:3-6:
3
Pero si nuestro evangelio está encubierto, lo está para los que
se pierden. 4 El dios de este mundo ha cegado la mente de estos
incrédulos, para que no vean la luz del glorioso evangelio de
Cristo, el cual es la imagen de Dios. 5 No nos predicamos a noso-
tros mismos sino a Jesucristo como Señor; nosotros no somos
más que servidores de ustedes por causa de Jesús. 6 Porque Dios,
que ordenó que la luz resplandeciera en las tinieblas, hizo brillar
Su luz en nuestro corazón para que conociéramos la gloria de
Dios que resplandece en el rostro de Cristo.
26
El Reino de Dios se parece a quien esparce semilla en la tierra.
27
Sin que este sepa cómo, y ya sea que duerma o esté despierto,
día y noche brota y crece la semilla. 28 La tierra da fruto por sí
sola; primero el tallo, luego la espiga, y después el grano lleno en
la espiga. 29 Tan pronto como el grano está maduro, se le mete la
hoz, pues ha llegado el tiempo de la cosecha (Mr 4:26-29).
Esta parábola es sobre el Reino de Dios en este mundo. Pero el prin-
cipio aplica para el crecimiento que el Reino de Dios da al creyente. El
objetivo de la parábola es explicar que, aunque el creyente siembre la
semilla (al tomar la leche espiritual de la bondad de Dios en Su palabra),
el tallo, la espiga y el grano crecen “sin que este sepa cómo”. No está
bajo nuestro control. Dios da el crecimiento. O, como dijo Pablo sobre
el crecimiento en la fe de los corintios:
6
Yo sembré, Apolos regó, pero Dios ha dado el crecimiento. 7 Así
que no cuenta ni el que siembra ni el que riega, sino solo Dios,
quien es el que hace crecer (1Co 3:6-7).
57
Iban por el camino cuando alguien dijo: “Te seguiré a donde-
quiera que vayas”. 58 “Las zorras tienen madrigueras y las aves
tienen nidos”, le respondió Jesús, “pero el Hijo del Hombre no
tiene dónde recostar la cabeza” (Lc 9:57-58).
1
Ahora, hermanos, queremos que se enteren de la gracia que
Dios ha dado a las iglesias de Macedonia. 2 En medio de las prue-
bas más difíciles, su desbordante alegría y su extrema pobreza
abundaron en rica generosidad (vv 1-2).
1
El Espíritu dice claramente que, en los últimos tiempos, algu-
nos abandonarán la fe para seguir a inspiraciones engañosas y
doctrinas diabólicas. 2 Tales enseñanzas provienen de embuste-
ros hipócritas, que tienen la conciencia encallecida. 3 Prohíben el
matrimonio y no permiten comer ciertos alimentos… (v 1-3).
… 3 que Dios ha creado [es decir, el sexo y los alimentos] para que
los creyentes, conocedores de la verdad, los coman con acción de
gracias. 4 Todo lo que Dios ha creado es bueno, y nada es despre-
ciable si se recibe con acción de gracias, 5 porque la palabra de
Dios y la oración lo santifican (v 3-5).
18
¡Bendita sea tu fuente! ¡Goza con la esposa de tu juventud! 19 Es
una gacela amorosa, es una cervatilla encantadora. ¡Que sus pe-
chos te satisfagan siempre! ¡Que su amor te cautive todo el tiem-
po! 20 ¿Por qué, hijo mío, dejarte cautivar por una adúltera? ¿Por
qué abrazarte al pecho de la mujer ajena? 21 Nuestros caminos es-
tán a la vista del Señor; Él examina todas nuestras sendas (Pro
5:18-21).
5
Tus pechos parecen dos cervatillos, dos crías mellizas de gacela
que pastan entre azucenas. 6 Antes de que el día despunte y se
desvanezcan las sombras, subiré a la montaña de la mirra, a la
colina del incienso. 7 Toda tú eres bella, amada mía; no hay en ti
defecto alguno (Cnt 4:5-7).
3
Tus pechos parecen dos cervatillos, dos crías mellizas de ga-
cela. 4 Tu cuello parece torre de marfil. Tus ojos son los manan-
tiales de Hesbón, junto a la entrada de Bat Rabín. Tu nariz se
asemeja a la torre del Líbano, que mira hacia Damasco. 5 Tu ca-
beza se yergue como la cumbre del Carmelo. Hilos de púrpura
son tus cabellos; ¡con tus rizos has cautivado al rey! 6 Cuán bella
eres, amor mío, ¡cuán encantadora en tus delicias! 7 Tu talle se
asemeja al talle de la palmera, y tus pechos a sus racimos. 8 Me
dije: “Me treparé a la palmera; de sus racimos me adueñaré”.
¡Sean tus pechos como racimos de uvas, tu aliento cual fragancia
de manzanas, 9 y como el buen vino tu boca! (Cnt 7:3-9).
3
Ya me he quitado la ropa; ¡cómo volver a vestirme! Ya me he la-
vado los pies; ¡cómo ensuciarlos de nuevo! 4 Mi amado pasó la
mano por la abertura del cerrojo; ¡se estremecieron mis entrañas
al sentirlo! 5 Me levanté y le abrí a mi amado; ¡gotas de mirra co-
rrían por mis manos! ¡Se deslizaban entre mis dedos y caían so-
bre la aldaba! (Cnt 5:3-5).
La pregunta de Ana
Mientras este libro se estaba editando, grabamos otro programa de Pre-
gúntale al pastor John, y una mujer llamada Ana preguntó:
3
Dios [lo] ha creado para que los creyentes, conocedores de la
verdad, [lo reciban] con acción de gracias… 5 porque la palabra
de Dios y la oración lo santifican.
Este es uno de los pasajes más claros de la Biblia sobre cómo el poder
debe ser utilizado para llevar a cabo los propósitos de Dios en la crea-
ción y en la redención del mundo. Se combinan el servicio y el poder.
Nuestro servicio y Su poder.
Es un gran misterio. ¿Has experimentado esto? Utilizamos nuestros
pensamientos, voluntad, esfuerzos y habilidades para ayudar a otros; y,
sin embargo, al mismo tiempo no estamos pensando, ni deseando, ni
haciendo las cosas en nuestro propio poder, sino en el de Dios. ¡Qué
gran milagro! Esta es la gran obra que hace el Espíritu Santo cuando
quitamos la vista de nosotros mismos y servimos a los demás confiando
en la promesa de Dios: “Te fortaleceré y te ayudaré; te sostendré con Mi
diestra victoriosa” (Is 41:10). La fe en las promesas de Dios es el canal
por el cual recibimos el poder que se nos ha prometido.
Y el Dador del poder recibe la gloria. Ese es el gran objetivo. Es el
mejor de los tratos: Nosotros recibimos la ayuda. Él recibe la gloria. Y
como nuevas criaturas y humildes hijos de Dios, estamos contentos de
que así sea. Cualquier cosa que haga que nuestro Padre sea visto como
alguien grandioso es lo que nos hace felices. Y cuando Su Gloria nos
hace felices, Él se glorifica en nuestras vidas. Esta es la razón por la que
el poder existe—tanto el Suyo como el que Él nos da como regalo.
Cuando Dios nos da poder—y lo hace de muchas formas—Su objeti-
vo es ser glorificado por la manera en que usamos ese poder. Por ejem-
plo, Pablo dice en 1 Corintios 2:4-5: “No les hablé ni les prediqué con pa-
labras sabias y elocuentes sino con demostración del poder del Espíritu,
para que la fe de ustedes no dependiera de la sabiduría humana sino del
poder de Dios”. A Pablo se le dio el poder del Espíritu en su ministerio—
así como a todos los llamados—pero el objetivo de Dios, y el de Pablo,
no era que las personas lo tuvieran en gran estima, sino que pudieran
ver a Dios, saborear a Dios y confiar en Dios como el único que todo lo
satisface.
Como hijos de Dios, somos justificados por la sangre de Cristo, nace-
mos de nuevo por medio del Espíritu, somos transformados progresiva-
mente al contemplar Su gloria en la Palabra (como vimos en el capítulo
5), y nunca dejamos de necesitar la ayuda divina para ver el poder de
Dios como algo glorioso. Siempre corremos el peligro de codiciar el po-
der para la autoexaltación, porque perdemos de vista la grandeza y la
belleza del poder de Dios a favor nuestro.
Es por esto que Pablo ora por los creyentes de Éfeso así: “Pido tam-
bién que les sean iluminados los ojos del corazón para que sepan a qué
esperanza Él los ha llamado, cuál es la riqueza de Su gloriosa herencia
entre los santos, y cuán incomparable es la grandeza de Su poder a fa-
vor de los que creemos. Ese poder es la fuerza grandiosa y eficaz” (Ef
1:18-19). Los ojos de nuestro corazón son propensos a cerrarse. Dejamos
de ver la “incomparable grandeza de Su poder a favor de los que cree-
mos”—y cuando esa luz se desvanece, la codicia inevitable que surge en
su lugar es por nuestro propio poder y por nuestra autoexaltación.
Por tanto, vemos que una de las maneras en que Dios nos libera de
los peligros del poder es a través de la oración. Pablo ora por los santos
—cristianos—para que “sepan… cuán incomparable es la grandeza de
Su poder a favor de los que creemos”. Si Pablo oraba así, debemos ha-
cerlo nosotros también, tanto por nosotros como por los demás. Al con-
templar la gloria del poder de Dios seremos transformados; y siendo
transformados, no codiciaremos el poder para exaltarnos a nosotros
mismos. La oración es tanto un recordatorio para nosotros, como una
promesa hacia Dios de que nunca olvidaremos a quién le pertenece el
poder—es decir, a Dios—, quién es que otorga el poder—Dios—y quién
merece ser exaltado por la forma en que utilizamos el poder—Dios. Un
enfoque así, centrado en Dios, nos libera de codiciar poder para nues-
tros propios beneficios. Cuando seamos libres de esa codicia, viviremos
para los demás y Dios será glorificado.
Quizá deberíamos ver otra ilustración de la forma en que Pablo ora-
ba para que el poder de Dios se manifestara en todos nuestros actos de
obediencia. Todo lo que hacemos (tal como 1P 4:11 implica) debe hacerse
en dependencia del poder de Dios, para que Él reciba la gloria. Pablo
oraba por esto una y otra vez. Por ejemplo, en la segunda carta a los te-
salonicenses, él escribe: “Por eso oramos constantemente por ustedes,
para que nuestro Dios los considere dignos del llamamiento que les ha
hecho, y por Su poder perfeccione toda disposición al bien y toda obra
que realicen por la fe” (2Ts 1:11). Toda resolución de hacer una buena
obra debería ser hecha “por la fe”—es decir, en dependencia de la gracia
de Dios. De esa forma, dice Pablo, será hecha “por Su poder”. Pablo ora
para que esta sea la meta y el motor de todas nuestras obras, y nosotros
deberíamos hacerlo también. Ora para que tus obras sean hechas por la
fe en el poder de Dios, no en el tuyo.
Digno de poder
Al final de los tiempos, cuando toda esta historia termine y Dios haya
completado Su obra, Su pueblo le adorará por siempre. Y cuando este-
mos ante Él, diremos una y otra vez: “Digno eres, Señor y Dios nuestro,
de recibir… el poder, porque Tú creaste todas las cosas; por Tu voluntad
existen y fueron creadas” (Ap 4:11). Cantaremos: “Digno es el cordero…
de recibir el poder” (5:12); y: “… el poder y la fortaleza son de nuestro
Dios por los siglos de los siglos. ¡Amén!” (7:12); y: “¡Aleluya! La salva-
ción, la gloria y el poder son de nuestro Dios…” (19:1).
En todas las obras de la creación y la redención, Dios ha tenido este
gran propósito: “… mostrar en ti Mi poder” (Ro 9:17); para que todo el
mundo conozca “que Yo soy el SEÑOR” (Éx 14:4). Esta es Su meta, no
porque Su poder sea, en sí mismo, Su esencia, sino porque es esencial
para la totalidad de Su gloria, la cual Él desea comunicar a través de to-
das Sus obras. Por eso creó al mundo, y nos creó a nosotros: “… todo el
que sea llamado por Mi nombre, al que Yo he creado para Mi gloria…”
(Is 43:7).
Por medio de la justificación, la regeneración y la transformación
progresiva hacia la semejanza de Dios, Él ha revertido el gran intercam-
bio (Ro 1:23) que arruinó la vida y nos hizo amar el poder en lugar de a
Dios. Ahora existe la posibilidad—de hecho, es una realidad para millo-
nes—de vivir en el poder que Dios da, para que en todo Dios sea glorifi-
cado a través de Jesucristo. Es una gran redención.
Cuando vivimos de esta manera, el sol de la gloria de Dios ocupa su
lugar central, y todas las demás cosas están en su órbita correspondien-
te, llevándonos a ser humildes, felices y fructíferos, glorificando a Dios
en todo.
Vivir en la luz, por tanto, no es simplemente disfrutar del sol que es
la presencia de Dios; es ser controlados por la fuerza gravitacional de Su
belleza en cada aspecto de nuestras vidas—los planetas—, incluyendo el
poder, el sexo y el dinero.
l dinero, el sexo y el poder. Tres preciosos regalos de Dios. Tres pe-
E ligros listos para destruir nuestro placer, nuestra riqueza y nues-
tras almas. Tres hermosas formas en las que podríamos adorar y amar.
¿La diferencia? Vivir en la luz—“… hizo brillar Su luz en nuestro cora-
zón para que conociéramos la gloria de Dios que resplandece en el ros-
tro de Cristo”—que satisface el alma, nos libera, nos permite celebrar a
Dios, y nos envía a servir.
Este es el deslumbrante sol que debería ocupar el lugar central en
nuestras vidas, pues es la realidad que mantiene a todos los planetas en
su lugar correspondiente. O podríamos decir con el profeta Malaquías:
“Pero para ustedes que temen Mi nombre, se levantará el sol de justicia
trayendo en sus rayos salud” (Mal 4:2). Sabemos que se refería a Jesu-
cristo. El Hijo es ese sol. Zacarías, el padre de Juan el Bautista, dijo algo
parecido cuando describió la llegada del Mesías: “ la Aurora nos visitará
desde lo alto…” (Lc 1:78 LBLA). ¿Y cuál fue el efecto profetizado cuando
el Hijo viniera a ser el centro de todas las cosas? “Y ustedes saldrán sal-
tando como becerros recién alimentados” (Mal 4:2).
Donde hemos estado
Comenzamos el primer capítulo imaginándonos que el dinero, el sexo y
el poder son como grandes icebergs que están flotando en el mar de la
vida. Por debajo de la superficie son masivos, y tienen bordes afilados
que pueden perforar un barco tan profundamente como para hundirlo
en el fondo del océano. Vimos la descripción de esos peligros desde el
capítulo dos hasta el capítulo cuatro.
En el capítulo uno también vimos que existe otra forma de ver el di-
nero, el sexo y el poder. Podrían ser islas flotantes de comida cuando se
acaban las provisiones de nuestro barco, o combustible cuando estamos
varados en el mar, o un fruto exótico para endulzar nuestra dieta marí-
tima. Vimos esta descripción en el capítulo seis.
Lo que he hecho—tratar de advertir y cautivar—no fue mi idea. Esta
es la forma en que la Biblia está escrita. Dios sabe lo que necesitamos;
así que nos lo dejó en Su Palabra. Necesitamos descripciones claras de
los peligros del dinero, el sexo y el poder, y conocer cuán propensos so-
mos a convertirlos en nuestros dioses, en el centro de nuestras vidas. Y
necesitamos descripciones claras de lo gloriosos que pueden llegar a ser
cuando solo Dios es nuestro Dios. Así que, en este libro, hemos estado
luchando en dos frentes, tal como debería ser en nuestras vidas. Por un
lado, los planetas del dinero, el sexo y el poder amenazan con usurpar el
lugar central del sol en nuestras vidas. Por otro lado, la religión falsa
amenaza con sacarlos de nuestro sistema solar, haciéndonos creer que
son invasores que no pertenecen en nuestra vida. La Biblia nos enseña
otro camino. Cuando el Hijo ocupa Su glorioso lugar en el centro de
nuestro sistema solar, la fuerza gravitacional de Su belleza corrige la
trayectoria de todos los demás planetas y hace que todo el sistema cante
de gozo.
La perspectiva general
Pero la Biblia no es un libro de autoayuda para maximizar nuestro po-
tencial a través del dinero, el sexo y el poder. Es un libro sobre la caída
del hombre, de su ceguera y su necedad—un libro sobre cómo hemos
corrompido todo lo que hemos tocado. Y es un libro sobre la interven-
ción de Dios para salvarnos de los usos destructivos del dinero, el sexo y
el poder. Así que he intentado entrelazar esa redención—nuestro único
remedio y liberación—a través del libro, enfocándome en ella en el ca-
pítulo cinco.
En cuanto a nuestra propia experiencia, la esencia del asunto es que
habíamos cambiado la gloria de Dios por otras cosas. Preferimos a los
dioses del dinero, el sexo y el poder más que a Dios mismo. Él no era
nuestro tesoro. Si aún no confías en Cristo como tu tesoro, entonces
esos dioses aún son tu tesoro. Así que Dios solucionó el problema a tra-
vés de la muerte y resurrección de Cristo, justificándonos, regenerán-
donos y transformando nuestros corazones, para que ese cambio devas-
tador fuese revertido. Dios está siendo restaurado a Su lugar de supre-
macía en nuestras vidas.
Somos transformados a medida que la gloria del sol va resplande-
ciendo cada vez más en nuestras almas. El dinero, el sexo y el poder ya
no nos dominan. Dios es quien nos atrae y el que reina en nuestras vi-
das. Esto significa que esos regalos ahora apuntan a lo que valoramos
supremamente: a Dios mismo. No es que sean nada, pero tampoco lo
son todo. Son regalos de Dios para nuestro bien y para el bien del mun-
do. Es parte de la gracia de Dios que esos regalos que son para nuestro
beneficio también sean para Su gloria. Cuando aprendemos a disfrutar-
lo a Él sobre todas la cosas, estos regalos reflejan más fielmente Su bon-
dad y Su gloria.
Examinándonos
Como alguien que ha dedicado la mayor parte de su vida a pensar, pre-
dicar y escribir sobre las enseñanzas de la Biblia, me he percatado de lo
fácil que es para mí leer sin darme cuenta—ver sin observar, oír sin es-
cuchar, recibir sin practicar. Quizá seas como yo en este punto. Si es
así, permíteme terminar invitándote a detenerte y preguntarte seria-
mente en qué aspecto de tu vida Dios no está en el centro. Al evaluar tu
vida diaria, ¿cuáles dirías son esos planetas que se han salido de las ór-
bitas que Dios les ha asignado? ¿Qué evidencia hay de que la gran fuer-
za gravitacional en el centro de tu vida es la gloria de Dios? ¿Existen
formas en que el dinero, el sexo o el poder ocupan el centro de tu siste-
ma solar, o en que estos regalos hayan sido rechazados por completo?
¿Puedes decir gozosamente: “Soy justificado delante de Dios en Je-
sucristo porque confío en Él—mis pecados son perdonados”? ¿Puedes
decir: “Nací de nuevo—soy una nueva criatura en Cristo”? ¿Puedes afir-
mar alegremente: “Mi ceguera ante la belleza de Jesús ha sido quitada.
Mis ojos han sido abiertos. Veo la luz del evangelio de la gloria de Cris-
to. Él se ha convertido en mi supremo tesoro”?
¿Tienes el hábito de contemplar a Dios, y todas Sus excelencias, con
el propósito de ser transformado, día a día, de gloria en gloria? ¿Lo bus-
cas en Su Palabra? ¿Fijas tu mente en Él y en Sus caminos?
Te invito a hacer todo esto. Toma tu Biblia, la preciosa Palabra de
Dios. Clama a Dios en oración para que te ilumine. Encuentra, o valora,
una iglesia que crea en la Biblia y únete a esas personas en adoración,
en el estudio de la Palabra y en el servicio. Mantén este enfoque hasta
que el Señor regrese o hasta que Él te llame a casa. No importa cuáles
sean las aflicciones que pudieras enfrentar, si Cristo es el centro de tu
vida—si caminas en Su luz—ellas nunca arruinarán las órbitas que Dios
ha establecido para todas las cosas en tu vida—incluyendo el dinero, el
sexo y el poder. Mantén a Cristo como el centro de tu vida y estarás sa-
tisfecho; el mundo será servido; y Dios será glorificado.
ste pequeño libro comenzó con un gran privilegio. Me invitaron a
E predicar en unas reuniones llamadas Revive en el verano de 2015
en Canterbury, Inglaterra. La visión de Co-Mission, quien organizó esta
reunión, se resume en esta frase: “Una pasión: para sembrar, para Lon-
dres, para Cristo”. Es un movimiento que planta iglesias en Londres.
Hablar a esas iglesias fue un gran privilegio, y reunirme con sus líderes
fue muy alentador. Agradezco a Dios por lo que vi. La familia Coekin
nos mostró a Noël y a mí la clase de hospitalidad que amamos.
Mi tema para ese fin de semana fue Viviendo en la luz: dinero, sexo y
poder. La longitud original de esos mensajes prácticamente se ha tripli-
cado para convertirse en este libro.
Estoy agradecido con The Good Book Company por mostrar interés en
los mensajes y por guiarme para que, como libro, fuese lo más útil posi-
ble.
La ayuda de David Mathis, el editor ejecutivo en desiringGod.org, es
indispensable cuando tengo que trasladar pensamientos de mi mente al
papel, y para convertir mensajes en libros. Este proyecto no sería una
realidad sin él. Y no es la primera vez.
Todos los que forman parte del equipo de desiringGod.org, y del
equipo de oración en nuestra iglesia local, siempre me ayudan con su
ánimo, apoyo y oraciones. Dios ha sido muy bueno conmigo. Mi ora-
ción es que todos seamos protegidos de los peligros del dinero, el sexo y
el poder, y que utilicemos estos regalos para la gloria de Cristo y para el
bien—especialmente el bien eterno—de la iglesia.
Capítulo 2
1. Roy E. Ciampa y Brian S. Rosner, The First Letter to the Corinthians [Primera Car-
ta a los Corintios], The Pillar New Testament Commentary, (Eerdmans, 2010),
p. 264. Algunos estudiosos piensan que las palabras del versículo 18—“Todos
los demás pecados que una persona comete quedan fuera de su cuerpo”—no
son propias de Pablo, sino que está citando a sus adversarios en Corinto, de
forma similar a como citó a sus oponentes en los versículos 12 y 13. Eso es una
posibilidad, pero particularmente pienso que la redacción en griego, con la
inclusión de la cláusula relativa (o` eva.n poih,sh| a;nqrwpoj), no suena como
una cita. En cualquiera de los casos, la declaración de Pablo al final del ver-
sículo 18 es que la inmoralidad sexual realmente es un pecado contra el cuer-
po.
Capítulo 3
1. George Macdonald: An Anthology [Una antología], ed. C.S. Lewis (The Centenary
Press, 1946), p. 45.
2. Macdonald: An Anthology, p. 106.
3. Audio disponible (en inglés) en desiringgod.org/interviews/by-series/ask-pas-
tor-john
Capítulo 4
1. John Piper, Desiring God: Meditations of a Christian Hedonist [Deseando a Dios:
meditaciones de un cristiano hedonista], edición revisada (Multnomah, 2011), p.
302.
2. Para leer más sobre esta “gloria peculiar” de Cristo, y sobre la forma en que se
relaciona a cómo podemos conocer la Palabra de Dios (Su Hijo y las Escritu-
ras), ver John Piper, A Peculiar Glory: How the Christian Scriptures Reveal Their
Complete Truthfulness [Una gloria peculiar: Cómo las Escrituras cristianas reve-
lan su completa verdad] (Crossway, 2016), especialmente el capítulo 13.
Capítulo 6
1. Estos actos de generosidad no son solo aquellos que manifestamos diariamente
en la forma en que tratamos a la gente, dando “al que te pida” (Mt 5:42), sino
también en los esfuerzos más estratégicos a nivel comunitario y global, como
se representa en Steve Corbett y Brian Fikkert, When Helping Hurts: How to
Alleviate Poverty Without Hurting the Poor… and Yourself [Cuando ayudar hace
daño: cómo aliviar la pobreza sin hacer daño al necesitado ni a uno mismo]
(Moody, 2014); y Wayne Grudem y Barry Asmus, The Poverty of Nations: A Sustai-
nable Solution [La pobreza de las naciones: una solución sustentable] (Crossway,
2013).
2. Audio disponible en desiringgod.org/interviews/by-series/ask-pastor-john
3. En This Momentary Marriage: A Parable of Permanence [Pacto matrimonial: pers-
pectiva temporal y eterna], (Crossway, 2012), escribí dos capítulos sobre la
soltería, en los que intenté demostrar cómo la sexualidad del seguidor de
Cristo que es soltero es para la gloria de Dios, y las implicaciones de esto.