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En una de esas noches de yira por los bares de Almagro, un pibe desconocido, luego de conversar

superficialmente sobre literatura, me regaló un libro que paseaba en su mochila. Un pequeño fragmento
resaltado de forma simple con una línea delicadamente trazada con una lapicera de tinta negra rezaba:

'Salgamos de una vez. Salgamos a buscar camorra, a defender causas nobles, a recobrar tiempos
olvidados, a despilfarrar lo que hemos ahorrado, a luchar por amores imposibles. A que nos peguen, a
que nos derroten, a que nos traicionen.

Cualquier cosa es preferible a esa mediocridad eficiente, a esa miserable resignación que algunos llaman
madurez.'

Sólo unas pocas líneas alcanzadas por un desconocido arrebataban contra la eterna cadencia,
impugnaban el refugio en la cómoda cobardía de los sinuosos caminos transitados, y en la incertidumbre
de todas las formas de las que sé que se puede caer. Un presagio divino contra la pesadez de la
estructura, contra la profundidad del abismo, un manifiesto contra la soledad de los libros y el placer de
mis noches silenciosas. Irónicamente mi resguardo en las letras me estaba haciendo una advertencia que
no podría dejar pasar.

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