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HISTORIA
de
HISTORIA
DE
Sli G L O R I O S A A S C E N S I Ó N AL C I E L O
por
BARCELONA
1S59
ADVERTENCIA PRELIMINAR.
Se h a c i a t a m b i é n i n d i s p e n s a b l e a c u d i r d e s d e luego á la historia,
y t o m a r d e la misma el c u a d r o lastimoso q u e p r e s e n t a b a t o d a la
t i e r r a , c u a n d o plugo á Dios cumplir s o b r e ella la plenitud d e sus d e -
signios s o b e r a n o s , y s o b r e todo e x a m i n a r l a e n el c e n t r o mismo d e l
p o d e r , d e la gloria y d e la ciencia ,. e n el p u n t o m a s c u l m i n a n t e d e
la civilización r o m a n a . Y m a s c o n v e n i a a u n investigar el e s t a d o d e l
p u e b l o á quien e s t a b a p r o m e t i d a ,. y d o n d e d e b i a verificarse la a p a -
rición del H o m b r e - D i o s : p u e b l o privilegiado , q u e el S e ñ o r h a b i a
escogido p o r s u y o d e s d e la p r e v a r i c a c i ó n primitiva , y al cual habia
h e c h o depositario d e su ley y d e las e s p e r a n z a s d e u n R e d e n t o r :
p u e b l o s o b r e el q u e e s t a b a n fijas d e s d e m u c h o s siglos las m i r a d a s
del u n i v e r s o . Y n o solo d e b i a ser c o n s i d e r a d o en su p r o p i o r e c i n t o ,
sino d i s e m i n a d o p o r m e d i o d e sus filósofos p o r t o d a l a superficie del
globo.
JESUCRISTO.
C A P Í T U L O PRIMERO.
Observaciones generales sobre los Evangelios, en los cuales se halla canónicamente consignada
la vida de Jesucristo.
los ámbitos de los tiempos las corrientes puras de la verdad que descendió á
la tierra ; para que den testimonio de la misión del Hombre-Dios á las g e -
neraciones futuras. Lo que dicen no fué en ellos fe sino evidencia ; y su p a -
labra es la palabra misma de Dios , sencilla y candida como su corazón ;
pero que arde con todo el fuego de la caridad que los devoraba. Y a d v i é r t a -
se una circunstancia notable en el carácter de los Evangelistas. Lo que hace
mas asombrosas su moderación y sencillez , es el tener á la vista los vivos y
raudos trasportes de los Profetas que tan á menudo citan, cuando llevados
en alas de la inspiración divina , veian por entre las sombras de u n lejano
porvenir la imagen de aquello mismo , cuya realidad habían presenciado
los escritores evangélicos. Esta observación es tan curiosa como importante.
El estático Isaías rebosa en sentimientos sublimes de a m o r y de gratitud al
descubrir de lejos los tormentos y las ignominias de Jesucristo. La h u m i l l a -
ción voluntaria del Hombre-Dios arranca enérgicos y patéticos acentos de su
lira profética. La mansedumbre de la Victima es comparada á la oveja c o n -
ducida á la muerte , al corderillo ante su trasquilador. El coronado Profeta
aun hace mas. En uno de sus trasportes presta su misma voz al Salvador.
«Ellos han taladrado , dice , mis manos y mis pies , han contado todos mis
« huesos , se han repartido por suerte todos mis vestidos.» Pero el intérpre-
te de Dios, el vaticinador del mas horrendo de los crímenes, no puede conte-
nerse después de haber descrito sus menores circunstancias , y de fulminar
contra los deicidas los justos rayos de la indignación celeste. Leones y p e r -
ros rabiosos les llama, que se ceban y encarnizan en su presa. «Ellos, e x c l a -
« ma en otro lugar , me alimentaron con hiél, y apagaron mi sed con v i n a -
« gre. Que su mesa se convierta en u n lazo para perderlos ; que sus ojos se
« cubran de tinieblas; que sus frentes se encorven contra la tierra. Der-
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« rama , S e ñ o r , sobre ellos la copa de tu furor, y que tu indignación los
« deje aplastados. Quede desierta su mansión , y abandonada su casa", p o r -
« qué persiguieron al que tú habias herido, y añadieron nuevas llagas á
« sus dolores. Deja que sepultados en sus iniquidades no entren en la senda
« de tu justicia , que sean borrados del libro de la vida, que no sean c o n t a -
« dos entre los justos.» Los Evangelistas, q u e conocían aquellas maldiciones,
y que ven su cumplimiento , ¿ c ó m o las omitieron? ¿cómo las disimularon
en el tiempo mismo en que eran mas merecidas ? ¿ Por qué no se e n t e r n e -
cieron como Isaias , habiendo estado presentes ó muy cercanos á todo cuanto
habia arrancado á tanta distancia de los profetas aquellas palabras de f u e -
go , aquellos tan profundos gemidos? Ved ahí, pues, en lo que Dios ha m a r -
cado principalmente la divinidad de las Escrituras inspiradas por su Espíritu.
Digno era de Él mostrar tan claro álos profetas los misterios futuros, que los
viesen y admirasen como presentes, y que fulminasen como jueces de los
hombres é intérpretes y delegados de Dios los rayos de los juicios divinos
contra los fautores de la iniquidad. Nadie hay sino Dios que pueda d e s -
cubrir lo futuro con tal evidencia , con tal viveza , donde las conjeturas
humanas tiemblan de incertidumbre y de oscuridad , y son impotentes para
agitar el espíritu y excitar movimientos apasionados. La tranquilidad y la
moderación no convenia pues á los Profetas , que hubieran debilitado la
verdad refiriéndola sencillamente ; pues , aunque distante , debian a c e r c á r -
sela y hacerla sensible , y hasta considerarla como p a s a d a , salvando la
larga barrera de los siglos , marcándola por medio de vivos y ardientes c o l o -
res con el sello de la certeza y de la evidencia. Mas nada de esto convenia á
los que habian visto el cumplimiento de las profecías , y que Dios habia esco-
gido para instruir de ello á todos los hombres. Los trasportes , las reflexio-
nes , lejos entonces de añadir peso á la verdad , solo hubieran servido para
hacerla sospechosa : el suceso no necesitaba sino de un relato sencillo , y lo
que convenia á la sinceridad era la modestia. Los hombres suelen obrar lodo
lo contrario. Son modestos cuando hablan del porvenir , y atrevidos y hasta
lieros cuando se han realizado sus conjeturas. Muéstranse tímidos y vacilan-
tes allí donde los Profetas fueron firmes y precisos; y prestos á servirse de
todas sus ventajas allí donde los Evangelistas no se aprovechan de ninguna.
Los vemos poco conmovidos de lo que tan fuertemente conmueve á los P r o -
fetas; y al contrario, vivos y apasionados en lo que los Evangelistas se m u e s -
tran modestos y tranquilos. Estos dos caracteres enteramente opuestos, solo
pueden ser movidos por el soplo de Dios. Solo aquel á quien están p r e s e n -
tes todos los tiempos , solo el arbitro de los pensamientos y de la voluntad de
los hombres , pudo discernir y hacer ejecutar lo que convenia á los misterios
futuros y á los misterios cumplidos , á los Profetas encargados de p r e n u n -
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ciarlos, y á los Evangelistas encargados, de escribir su historia. Nuestros
Evangelios , p u e s , están revestidos de todas las señales que pueden carac-
terizar su legitimidad : escrita llevan en su frente la data de su nacimiento;
presentan los rasgos , el genio , las costumbres , el a i r e , el espíritu de sus
padres; han sido admitidos sin dificultad en la familia santa á que pertenecen:
todos los testigos capaces de deponer del hecho han dado de ellos-testimonio,
y aun aquellos que mas interés tenian en disputar sus derechos han r e c o n o -
cido su autenticidad. ¿Puede acaso citarse uno solo de tantos autores profanos
que reúna de ella tan eminentes pruebas, y que se halle fuera de los tiros de
una duda fundada y racional ?
CAPÍTULO SEGUNDO,
1^1 espíritu de incredulidad pensó algún clia meter mucho ruido con los Evan-
gelios apócrifos, cuando la existencia de éstos y aun su misma multitud no h a -
cen mas que revelar, y confirmar, y dar un peso inmenso de sanción humani-
taria á la existencia y realidad de los hechos, que son el fundamento del Cris-
tianismo: hechos-asegurados por una parte en su indispensable precisión por
los testimonios auténticos y calificados que señala la autoridad visible de la
Iglesia, y ademas confirmados por el grito universal, bien que no tan preciso
y exacto del género humano. Aprovechamos esta oportunidad para entrar en
algunos pormenores interesantes y no muy generalmente meditados. Cuando
apareció el Cristianismo para regenerar el mundo, nuevas leyendas, maravillo-
samente apropiadas á aquella obra de regeneración, reemplazaron las leyendas
de que se habia alimentado la antigüedad pagana, en el espíritu de los pueblos,
á medida que éstos venían á alistarse bajo el estandarte de la Cruz. El Cristia-
nismo así como tuvo su Historia , tuvo también su poesía ; y esta herencia de
poesía cristiana , creciendo de generación en generación en una progresión
geométrica, llegó á ser de resultas de esta larga acumulación u n vasto reper-
torio de riquezas que es imposible valorar. Tanto en lo que concierne á la
leyenda en particular, como en lo que se refiere á la poesía en general, puede
decirse que la potencia creadora de la imaginación humana quedó centupli-
cada con la Religión de Jesucristo ; y con respecto á la calidad de las c r e a -
c i o n e s , hubo toda la diferencia ó mas bien todo el contraste que debe n a -
— u —
turalmenle existir entre el error y la verdad. La leyenda cristiana , sin ser
siempre materialmente verdadera , se referia á cierto orden de relatos que
no se halla bajo el imperio de los sentidos ; y lejos de ser una ficción ociosa ó
estéril , formaba en torno del alma una admósfera de fe y de poesía de que
se hallaban simultáneamente impregnadas todas las facultades. Con las leyen-
das sucede como con las lenguas : nadie puede nombrar al que las hizo , y el
análisis psicológico no ha podido todavía remontarse hasta su origen , que se
pierde en aquel punto misterioso del espíritu humano, que cierto autor llama
con razón la parte mas bella y mas incomprensible de nuestro ser. Hay leyen -
das universales , leyendas nacionales, y leyendas locales. Las primeras c o n -
sideradas en el orden de sucesión cronológica pueden distribuirse en cierto
número de grupos , que se refieren á las épocas mas descollantes de la h i s -
toria de los pueblos modernos. En esta distribución los Evangelios apócrifos
ocupan naturalmente la primera línea , como conteniendo las mas antiguas
leyendas que hayan circulado entre los cristianos, y como ofreciendo en algu-
na manera el tipo primordial de este género de composición. En esta parte la
leyenda tenia que llenar la mas santa y la mas difícil de todas las atribucio-
nes. Tratábase de dar consistencia y fijeza á ciertas tradiciones fugitivas sobre
la Historia de la Santísima Virgen y del Salvador ; tradiciones no bastante-
mente auténticas para ser colocadas en la misma linea que el relato de los
cuatro Evangelistas ; pero veneradas sin embargo en la Iglesia á causa de su
maravillosa armonía con el tono general de los libros canónicos. Ante todo es
preciso hacer entre este género de leyendas una distinción importante y esen-
cial. Hay algunos Evangelios apócrifos forjados por los herejes para sostener
sus errores , mutilando, truncando ó alterando los verdaderos; pero hay
muchos otros que fueron escritos por los fieles con las mas sanas y piadosas
intenciones. En efecto , muchos fieles de los primeros siglos, dice un moder-
no y sabio apologista , recogian preciosamente todo cuanto oian decir á los
Apóstoles y á los predicadores de la fe , y lo ponian en escrito para la i n s -
trucción de sus familias. Dábase á estos escritos , que contenían las acciones
del Salvador, el nombre general de Evangelios , porqué este era el título que
llevaban los que eran umversalmente venerados sobre la Vida de Jesucristo.
Así q u e , este nombre de Evangelio, que significa la Buena Nueva, aplicado á
los escritos auténticos de los cuatro historiadores sagrados , canónicamente
reconocidos por tales , se extendió por analogía á todos los demás escritos,
que con mayor ó menor autenticidad hablaban de la vida y hechos del Salva-
dor y de su sagrada familia. A muchos de estos escritos particulares se les
puso el nombre del Apóstol de quien se habian recibido aquellos hechos;
y de ahí vino el nombre de Evangelio de S. Pedro , Evangelio de S. An-
drés etc. De la mayor parte de estos Evangelios no conocemos mas que
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los nombres recogidos por Fabricio. No es posible discernir boy dia c u a -
les de estos Evangelios eran católicos y cuyos relatos eran verdaderos , y c u a -
les contenían errores ó falsedades. Los primeros , aunque no fuesen recibi-
dos con el respeto debido á libros inspirados , eran no obstante considerados
como buenas obras eclesiásticas y piadosas , y en este concepto fueron a l g u -
nos citados por los Santos Padres- Hablando Eusebio en su Historia E c l e -
siástica de los libros del Nuevo Testamento , esto es , referentes á materias
contenidas en el Nuevo Testamento, los distingue en cuatro especies; los unos
que son recibidos umversalmente por todas las iglesias como sagrados ; los
otros sobre los cuales hay algunas dudas , pero que son sin embargo recibi-
dos por la mayor parte de las iglesias ; los terceros , que son reconocidos ge-
neralmente por no ser las verdaderas Escrituras Sagradas ; los últimos , por
fin , que son obras de los herejes-, y como tales rechazados por absurdos
é impíos. Pone en la tercera clase á muchos de estos libros apócrifos, como
el Apocalipsis de S. Pedro , la Doctrina de los Apóstoles, el Evangelio según
los hebreos ; á cuyo número añade el Libro del Pastor y la Carta de S. Ber-
nabé , que han siclo siempre considerados por los católicos y que son formal-
mente distintos, ya de los libros inspirados, ya de los escritos heréticos. Ade-
mas de estos libros apócrifos pero católicos, e s t o e s , escritos en sentido y
espíritu católico ú ortodoxo , habia otros que eran heréticos , ó porqué f u e -
sen obra de estos sectarios , ó porqué habían sido alterados ó corrompidos
porellos , aunque primitivamente hubiesen sido redactados porfíeles o r t o -
doxos. Así hubo Evangelios que llevaron simplemente el nombre de las
sectas para las cuales fueron forjados ; tales fueron los Evangelios de Basí-
lides , de Cerinto, de Valentín etc. Y hubo otros igualmente inficionados
de herejía, aunque llevando el nombre de los Apóstoles , de S. Pedro , de
Santo Tomas , de S. Matías etc. Daremos primero una idea de estos apócrifos
piadosos é inocentes , que no dejan de estimular la curiosidad al paso que
robustecen la verdad de nuestros Evangelios , y echaremos después una r á -
pida ojeada sobre los apócrifos producidos por la impostura del e r r o r , que
siempre ha intentado en sus formas remedar la verdad para mejor fascinar,
bien que en último resultado solo ha conseguido robustecerla, sirviendo
de despojo á sus triunfos. De todas las leyendas , las que gozaron durante
la edad media de mayor reputación fueron las del ciclo evangélico, que en el
orden literario llevan el nombre de apócrifos; con lo cual se echa de ver que
no son reconocidas como auténticas , sino que por esta denominación se d e -
signa toda especie de relato inventado , y se aplica especialmente á una c o -
lección de documentos sobre los personajes del Evangelio , que si bien tiene
u n valor histórico muy controvertible, debe considerarse como el primer
monumento de la poesía cristiana. Algunos de estos escritos, aunque en me-
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ñor número , tenian otro titulo: el de Historia, ó el de Hechos; pero unos y
otros eran reconocidos por obra inocente y sencilla de la fe popular , que
no debe de modo alguno confundirse con los libros publicados con los m i s -
mos títulos por los heresiarcas de los primeros siglos: tenebrosas y pérfidas
invenciones para defender las falsas doctrinas y servirles de vehículo. En
ellos se atribuían á Jesucristo y á los Apóstoles acciones y discursos que no
eran históricos; pero que se contaba hacer pasar por tales , prevaliéndose
del silencio de los Evangelistas sobre muchos puntos y sobre muchas épocaá,
y que se suponian muy á propósito para apoyar ciertas opiniones entre el
pueblo. Desde Sirnon hasta Marcion no ha existido un jefe de secta algo nota-
ble que no haya tenido su Nuevo Testamento peculiar. Los obispos ortodoxos,
los santos Padres, los pontífices pusieron desde un principio el mayor conato,
y el celo mas ardiente en descorrer el velo á estas maquinaciones del error y
d é l a mentira , y destruir sus monumentos. Y fué tan eficaz su celo , que
realmente nos han quedado muy pocos de estos apócrifos de secta , y dejos
que han sobrevivido , ninguno que sepamos ha llegado á nosotros í n t e g r a -
mente. Pero si bien la historia de la filosofía ha perdido ciertos documentos
importantes sobre los errores orientales de la época cristiana , no debe esta
pérdida hacerse muy sensible para la literatura ; pues aquellas composicio-
nes eran en su fondo abstractas, resultado de preocupaciones dogmáticas de
algunos gnósticos bastardos, cuyo principal carácter era la aridez, y en las
cuales se percibía mas la polémica que la poesía. Mas no es así de las leyen-
das del ciclo evangélico, propiamente dicho : traducciones sencillas , un poco
crédulas tal vez , y quizás algún tanto pueriles; pero que descubren en su
misma simplicidad el no haber sido hechas con ningún mal designio. La bon-
dad y el candor brillan en cada una de sus páginas , y se advierte en algunos
de sus relatos tal conformidad con los del Evangelio , que la critica se inclinó
á mirarlos en muchos puntos como el complemento auténtico de la n a r r a -
ción de los Apóstoles. Y prescindiendo enteramente de las discusiones que se
han suscitado en esta p a r l e , poco importa para nuestro objeto conocer el
grado de confianza que conviene dispensarles ; pues no los consideramos c o -
m o documentos de historia positiva , sino como testimonios de historia moral.
Y su valor, que bajo el primer punto seria muy problemático, bajo el segun-
do es incontestable. Estos relatos familiares y anecdóticos, hechos en el hogar,
bajo la tienda , en los campos, en los altos ó pausas de las caravanas, contie-
nen un cuadro vivo de las costumbres populares de la naciente Iglesia , y en
ellos, mejor que en parte alguna, se pinta la vida interior de la sociedad cris-
tiana. En ninguna historia se estudiará con mayor luz la trasformacion que se
operaba entonces bajo la influencia del Cristianismo en las clases inferiores; y
el rico é inagotable manantial de ideas y de sentimientos abierto por el nuevo
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culto se esparce allí y se extiende con abundancia y libertad. Quizá lo que
aquellos libros nos refieren de la Santa Virgen y de sus padres , de Jesús y
d e sus Apóstoles no sea muy exacto, y aun es probable que así s e a ; pero los
usos , las prácticas , las habitudes que revelan involuntariamente son v e r -
daderos. Échase de ver que atribuyen á los personajes sagrados del E v a n -
gelio discursos ó conversaciones que nunca tuvieron; pero si les suponen
tal conducta , tal acción, tal palabra es porqué estaba todo esto en el es-
píritu de la época , y se creia digno de los sujetos á los cuales se atribuía.
Estas leyendas son, pues, á decir verdad , un comentario popular del E v a n -
gelio; y la ficción, la suposición misma, si no verdadera en sus formas y por-
menores, tiene un fondo importante de verdad , y robustece y realza y da u n
grado de certeza incuestionable á la realidad histórica , que le ha servido de
base , de origen y d e apoyo. Y si quisiéramos investigar la causa de la i n -
creíble aceptación y de la multiplicación asombrosa de estas leyendas, la e n -
contraríamos ante todo en la necesidad de lo maravilloso que devoraba la nue -
va sociedad, á pesar de lo grave y severo de sus creencias. Aquellos neófitos
recientemente arrancados d é l a s poéticas supersticiones del paganismo, no
podian tan prontamente vencer su antigua propensión á lo fabuloso , y era
menester un nuevo alimento á aquellas fantasías privadas de los mitos que
habian acariciado desde su infancia. De otra p a r t e , tantos prodigios reales
habian de tal manera agitado y dispuesto los ánimos , que la propensión á
creer en las falsas maravillas debia ser general. Y si ya en nuestros días v e -
mos formarse como un ciclo de leyendas en torno del sepulcro apenas cerra-
do de un grande general, de un santo varón, ó de un héroe famoso, ¿ qué no
debia suceder con una vida verdaderamente divina, cuyo paso sobre la tierra
se habia señalado por tantos y tan inagotables prodigios ? El corto número
de cristianos , su dispersión , su aislamiento , las pocas relaciones de las igle-
sias entre sí eran también otras tantas causas de lo maravilloso En los prime-
ros tiempos los cristianos no tenían aun libros escritos ; la enseñanza dogmá-
tica é histórica del nuevo culto era exclusivamente oral. Si sucedía , pues,
dice con mucha razón un moderno escritor, que un apóstol, ó un discípulo de
los apóstoles, en alguna pequeña villa de Oriente ó de Occidente, dirigiese á
sus hermanos palabras de aliento, de esperanza ; si les contaba del Salvador,
ó de sus discípulos, las palabras, ó las acciones , de que había sido testigo , ó
que habia aprendido de otros, las simples arengas pasaban de boca en boca por
todo el imperio ; cada cristiano añadía á ellas alguna cosa , algo de su fe y de
su corazón. Ya no era , pues , este el dicho de un hombre solamente , era el
lenguaje común de la Cristiandad. Así, natural y simplemente , sin designio
anticipado, se adornaban y embellecían hechos verdaderos, discursos reales,
y se completaban espontánea y casi involuntariamente relatos imperfectos ó
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precipitados, que excitaban la actividad de la imaginación, sin satisfacerla en-
teramente. Cuando no se las mirase sino como producciones aisladas en medio
de la época que las vio nacer , y sin influencia alguna sobre los tiempos pos-
teriores , estas leyendas de la naciente Iglesia serian ya uno de los monumen-
tos literarios mas curiosos que se ofrecerían al estudio del observador. Pero
su importancia va tomando cuerpo si se considera en especial, que muy lejos
de haber quedado estériles, han ejercido la acción mas poderosa y mas f e -
cunda sobre el desarrollo de la poesia de los siguientes siglos; que han p r e s -
tado á la epopeya , al drama , á la pintura , á la escultura una fuente i n a g o -
table de materia bella é interesante; que todas las naciones cristianas hasta el
siglo decimosexto bebieron de aquellas sus mas brillantes inspiraciones ; y
que hasta la poesia musulmana pagó á ellas su tributo.
Es un hecho poco conocido esta irradiación generadora de los tipos evan-
gélicos, que no descuidaremos por cierto para amenizar nuestro trabajo;
pues el desenvolvimiento del ciclo evangélico fué paralelo al desarrollo de
la sociedad cristiana , bien que las leyendas evangélicas datan efectiva-
mente de los primeros dias del Cristianismo. Nacidas en la cuna de la Igle-
sia , con ella crecen y se desenvuelven y se propagan. Desde el primero
al cuarto siglo se forman silenciosamente, se coordinan y se distribuyen
en grupos; y las trazas de esta elaboración interior se hacen sensibles aun
en aquellas que nos han venido de aquella época. De la Judea , que es su
primitivo origen y su foco c o m ú n , se esparcen en la Siria , en la Arabia,
en todo el Oriente. De la lengua hebrea pasan á todos los dialectos del
Asia. La Grecia empieza á conocerlas ; aparecen en el Occidente con el
quinto siglo ; y aunque al principio inspiran cierta prevención , acaban
con vencer su repugnancia. De ellas se apoderan no solamente la poesía
sino también la escultura y la pintura : en Constantinopla como en Roma
la leyendas de María y de Jesús decoran el interior de las iglesias, y se
deslizan tímidamente en las formas dramáticas de las liturgias. Sin e m -
bargo, el reinado de la literatura clásica y erudita retarda su triunfo. Ro-
ma sucumbe : llegan los bárbaros y destruyen el resto de la civilización
antigua. Cesa el estudio de las letras paganas , y se esparcen las tinieblas.
Mas este grande rompimiento de lo antiguo fué favorable al Cristianismo:
todas las naciones vinieron á reunirse en su seno , y con ellas los pueblos
vencedores. Mas á estas naciones decaídas, á estos pueblos groseros era
menester instruirlos, interesarlos, atraerlos por los ojos , por los oidos,
por el corazón. Sobre.su alma degradada y salvaje todavía, si no hacian
impresión bastante las graves instrucciones de la f e , las leyendas servian
para disponerla á recibirlas; y aquellos relatos de candor que en nada se
separaban del espíritu evangélico, y en los cuales se percibía la dulzura y el
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embeleso de los sentimientos cristianos , la preparaba agradablemente para
admitir las sabias y sublimes lecciones de la predicación evangélica. Y en todo
aquel periodo que separa el siglo quinto del undécimo , el papel que juegan
las leyendas evangélicas pasa á ser inmenso. Introdúcense hasta en las l i t u r -
gias de los templos, y después de las liturgias sirven de pábulo á las inspira-
ciones del arte. Hasta el siglo sexto el arte habia repugnado beber en a q u e -
llas fuentes, y se habia creado en las catacumbas y en las iglesias una especie
de simbolismo que le era peculiar. Pero desde aquella época dirigióse con
preferencia á las leyendas, y el pincel y el cincel no hicieron mas que t r a d u -
cirlas. Mezcláronse después en las diversiones semiprofanas del claustro ; y
esta segunda trasformacion de las leyendas evangélicas, que data del décimo
siglo , presagia una revolución que se cumplió en el decimotercio , cuando la
leyenda saliendo de los recintos sagrados se secularizó en cierto modo, y pa-
só á figurar sobre la escena , después de haberse desplegado por largo tiem-
po en ritos silenciosos y en mudos geroglíficos. En el siglo undécimo empieza
á tomar mas generalmente la forma dramática ; y cuatro Misterios de a q u e -
lla época nos muestran la leyenda evangélica trasformada ya de narración
en diálogo , y dos de ellos son unos monumentos llenos de interés. La leyen-
da continúa desenvolviéndose por medio del drama durante todo el siglo u n -
décimo. Los Misterios del Nacimiento y de los Reyes , de la Pasión y de la
Resurrección se multiplican en aquella época en Francia, en Inglaterra y en
Italia. Viene el siglo decimotercio, y la grande explosión religiosa que le c a -
racteriza : las representaciones escénicas son ya una necesidad, y las l e -
yendas evangélicas componen casi todo su fondo. Donde quiera se organizan
sociedades dramáticas : el drama de la Pasión es en Padua y en Paris o b -
jeto de una cofradía especial, que se extiende á todas las ciudades de alguna
importancia; y este célebre Misterio es el último período del desenvolvimien-
to dramático del ciclo evangélico, y en él la leyenda habia llegado á su mas
elevada forma. Abríase por la interesante pastoral de Joaquin , conocida en
los apócrifos por el Evangelio de la Natividad de la Santa Virgen , y se t e r -
minaba por la Resurrección , es decir, por el Evangelio de Nicodemus. Los
demás evangelios apócrifos componian el cuerpo de la obra. Por lo que hace
á nuestra España, no se mantuvo por cierto ajena del movimiento universal;
y si bien , como asegura Moratin en su discurso histórico sobre el origen de
nuestro teatro , no es posible fijar la época en que pasó de Italia á España el
uso de las representaciones sagradas , puede suponerse con mucha probabili-
dad, que ya en el siglo XI se empezarían á conocer en nuestra península. Las
fiestas eclesiásticas , según el mismo autor , fueron en efecto las que dieron
ocasión á nuestros primeros ensayos en el arte escénico : los individuos de los
cabildos fueron nuestros primeros actores; el ejemplo de Roma autorizaba
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este uso, y el objeto religioso que lo motivó disipaba toda sospecha de profa-
nación escandalosa. En aquellas farsas se representaban varias acciones t o -
madas del Antiguo y Nuevo Testamento, y no pocas también de los evangelios
apócrifos. La festividad establecida por Urbano IV en honor de la Sacrosanta
Eucaristía se extendió á toda la Cristiandad , reinando en Castilla Alonso X,
y esto dio motivo á otras composiciones teatrales, en que empezaron á i n -
troducirse figuras fantásticas, confundiéndose en repugnante unión la alegoría
y la historia. Y entre los pasos á q u e d a b a n lugar estas figuras , se mezclaban
con otros algo profanos los alusivos á los misterios de la Religión , á la s a n t i -
dad de sus dogmas , á la constancia de sus mártires , á las acciones, vida y
pasión de nuestro Redentor. Y si bien es muy escaso el número de documen-
tos relativos á este propósito en aquellaipoca , con todo parece seguro , por
los datos que existen , que el arte dramático empezó en España en el s i -
glo XI , como hemos insinuado ya , y que se aplicó exclusivamente á s o -
lemnizar las festividades de la Iglesia y los misterios de la Religión. La Colec-
ción de apócrifos, tal como nos la ofrecen las investigaciones y apurado c r i -
terio de Thilo , Fabricio , y sus predecesores Neander é Istig-, comprende
catorce leyendas principales y completas , y muchos fragmentos de leyendas
perdidas. De estas las mas importantes en el orden cronológico de los p e r -
sonajes á que se refieren , ó de los sucesos que relatan , son las siguientes :
\ . : Historia, de Josef el artesano ó carpintero. •2. : Evangelio de la Nati-
a a
CAPÍTULO TERCERO.
AUNQUE parezca que las tendencias naturales del mundo inteligente, conside-
radas en su conjunto, forcejan para recobrar enteramente el terreno que han
perdido de un siglo á esta p a r t e , la filosofía anti-crisliana no por esto se da
por vencida, antes bien levanta su altanera voz y traza desde lejos su plan de
ataque. Reconcilíase tal vez en apariencia con Dios , cuyo nombre pretendía
borrar de la faz de la tierra ; pero se percibe y se trasluce que no ha desis-
tido de sus intentos. Una nueva escuela , desterrando las diatribas amargas
y el tono sardónico con que al espirar el último siglo se veian atacados los
misterios de la Religión revelada , pretende á la sombra de una civilización
progresiva demostrar que la idea de una intervención sobrenatural en aque-
llos augustos y adorables misterios es una idea envejecida ; que es preciso
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acomodar al gusto moderno la inteligencia sobrenatural de la Historia Sagra-
da ; que la manera ortodoxa de considerar esta Historia se afana en i n ú -
tiles tentativas para recobrar su dominio con el auxilio de una filosofía mís-
tica ; y que es una empresa desesperada el convertir el tiempo presente en
tiempo pasado , y hacer que acepte el pensamiento lo que no puede admitir.
Tal es el común objeto que se proponen las escuelas filosóficas heterodoxas de
Alemania, pronunciando con espantosa sangre fría , en nombre de los p r o -
gresos de la razón, aquella sentencia funesta que condena á la razón misma al
oprobio y á la última desesperación. Pero por fortuna de la humanidad, á la
cual se trata de arrancar el postrer consuelo por filósofos que se llaman h u -
manitarios, estas escuelas no están acordes en los medios de atacar la verdad,
sino que cada cual enarbola su bandera. Los racionalistas, rechazando con to-
das sus fuerzas la Historia del Hijo de Dios, quieren que no pase de una h i s -
toria n a t u r a l : los mitologistas pretenden que es una historia mitológica , co-
mo las antiguas farsas del politeísmo. Levántase entre estas dos escuelas por
término medio la escuela de Strauss , que concediendo á la Historia de Jesu-
cristo la verdad histórica hasta cierto p u n t o , trata de suplir lo que le parece
repugnante á la razón con el aparato mitológico. Prescindiendo de los graneles
acontecimientos que desde el principio del mundo prepararon la venida del
Gran Reparador, y prescindiendo también de los hechos posteriores que dan
testimonio de la divinidad de su persona y de su doctrina , atacan estos filó-
sofos aisladamente la Historia sobrenatural de Jesucristo, con el fin de negar
el augusto carácter con que se presentó al mundo , y reclutar por sorpresa
prosélitos de la duda y esclavos de la irreligión. Protestan no querer atacar
las grandes verdades en que se apoya la Religión;, pero zapan los fundamen-
tos con toda la audacia y la frialdad de la ciencia. Sujetan á una crítica natu-
ral hechos sobrenaturales : se parapetan tras el aparato de investigaciones
históricas; y envolviéndose con el manto deslumbrador de una erudición
minuciosa , sorprenden al desprevenido , dejando su alma sin aliento , y sin
consuelo el corazón. Confundiendo la verdad histórica de los relatos e v a n -
gélicos con la verdad histórica de las antiguas teogonias, niegan á la parte
sobrenatural del Cristianismo la certeza histórica de que ha estado en p o -
sesión por mas de diez y ocho siglos , circunscribiendo los hechos al corlo
círculo de la verosimilitud h u m a n a , negando la intervención divina , por
suponerla contraria á la razón , y no admitiendo nada de lo que no pueda
explicarse con ella sola.
4
— 26 —
el flanco por donde es atacada de algunas modernas escuelas la verdad histó-
rica de las Escrituras. Un misticismo impío se ha encargado de dar á la n a r -
ración de ciertos "hechos el falso colorido de una espiritualidad capciosa , s a -
crificando el sentido literal, y dando á los hechos mas prodigiosos y sublimes
el vano aparato de las invenciones humanas. Ataque terrible por cierto, que
sin oponerse de frente á los libros religiosos , socava su autenticidad , y los
reduce á la clase de conceptos mitológicos. Celso, Porfirio , Juliano habian ya
en su época desechado como fábulas la mayor parte de los relatos de la H i s -
toria Sagrada , dejando subsistir, por no poder, negarlas como históricamen-
te verdaderas , muchas particularidades de los principales personajes , pero
atribuyendo sus acciones á motivos ordinarios , y sus milagrosas operaciones
á groseros prestigios ó á una magia sacrilega. Así es como para negar la fe
en el poder de Dios admitían la credulidad en el poder del infierno ; así co-
mo el ateo atribuye al Dios-Nada lo que niega al Dios—Hacedor. Desapareció
por grados de las escuelas hebrea y griega la interpretación sofística de las
verdades cristianas: la Religión entró en un mundo ya civilizado en cierto
modo , pero lleno de errores y de corrupción. Su ascendiente divino luchó
siempre con ventaja , así contra el hacha del verdugo, como contra la pluma
del sofista; y sola , destituida de todo poder h u m a n o , por la fuerza irresisti-
ble de la verdad de sus hechos, y por la necesidad que de ella tenia el c o r a -
zón , venció sucesivamente las herejías; triunfó de la fuerza de los hábitos y
del orgullo de la razón , es decir , del politeísmo y de la filosofía ; cristianizó
el imperio romano , superando la violencia de tantos elementos como se le
oponían ; adquirió una dominación cada día mas exclusiva ; hizo cerrar las
escuelas de la filosofía pagana ; y sometió á los pueblos incultos de la Germania
á la instrucción de la Iglesia. Entonces el m u n d o , durante los largos siglos
de la edad media , pasó tranquilo y satisfecho en el seno del Cristianismo , y
tanto por la forma como por el fondo desapareció todo vestigio de las i n v e n -
ciones interpretativas , que amenazaban-un rompimiento entre la civiliza-
ción y la Religión. El derecho público y privado , el derecho de gentes , todos
los elementos sociales descansaban sobre principios sólidos é inmutables; y
a u n q u e la ambición y la venganza se disputasen algunos imperios é hiciesen
derramar sangre sobre la tierra , con todo la fuerza interior de las socieda-
des aparecía ilesa y compacta-, sus principios constitutivos no peligraban ; el
hombre no buscaba como romper con el hombre por medio de una indepen-
dencia absoluta ; se juzgaba como un determinado eslabón en la cadena de
los seres , y como un anillo en el orden social, cuya escala y cuya cadena
sostenía Dios con su mano , señalándole el puesto que debia ocupar.
La reforma dio el primer golpe á la prosperidad de la creencia de la Iglesia;
fué la primera señal de una existencia que se reconocía independiente de toda
_ 27 —
autoridad; el primer bramido del huracán que debia desbordar contra la
religión de Jesucristo todo el océano de las pasiones humanas. Amagaba el
fatal pero efímero poder de reaccionar, como en otro tiempo el judaismo ,
contra la madre misma que le habia llevado en su seno. Esta reacción, d i r i -
gida al principio solamente contra la Iglesia dominante, no hizo mas que
desencajar la primera piedra que debia hacer rodar la razón hasta un a b i s -
mo : mas tarde asestó sus tiros contra los documentos bíblicos; y puesta
también al frente de las áridas tentativas revolucionarias del deismo , c o n -
sérvase aun en el dia como una fantasma desfigurada del error que ha t o m a -
do mil formas diferentes. Los deistas y naturalistas ingleses de los siglos XVII
y XVIII, renovando en el seno de la Iglesia la polémica de los antiguos adver-
sarios paganos del Cristianismo , se propusieron indistintamente combatir la
autenticidad y la creencia de la Biblia, y nivelar con los hechos vulgares los
grandes acontecimientos que en ella se nos refieren. Mientras Toland , B o -
lingbroke y algunos impíos declaraban la Biblia una colección de libros a p ó -
crifos y atestados de fábulas , afanábanse otros en despojar á los personajes y
relatos bíblicos de todo reflejo de luz superior y divina. Así Morgan t i e -
ne la audacia de decir , sin probarlo , que la ley de Moisés es un miserable
sistema de superstición, de ceguedad y de servilismo, y la avilantez.de s u p o -
ner impostores á los sacerdotes judíos , como si los grandes prodigios no se
obraran á.presencia.de todo el p u e b l o , y en medio del gran teatro de la n a -
turaleza; y supone que los Profetas son los autores de la desolación y de las
guerras intestinas de los dos reinos de Judá y de Israel, cuando no hicieron
sino prenunciar las grandes calamidades, mucho tiempo antes que acontecie-
sen, y casi siempre sin apariencia alguna de probabilidad. El incrédulo Kubb
niega por su parte que la religión judaica sea una religión revelada por Dios
por hallarse en ella desfigurado el carácter de la Divinidad.
CAPÍTULO CUARTO.
] \ í o por esto se crea que la pensadora Alemania haya dejado de prestar home-
najes brillantes á la verdad de las Escrituras, y haya permitido que quedasen
invindicadas á un tiempo la Religión y la razón. Heydenreich ha escrito una
obra particular sobre la inadmisibilidad de los mitos en la parte histórica del
Nuevo Testamento. Recorre detenidamente los testimonios extrínsecos sobre
el origen de los Evangelios ; y como estos testimonios prueban que aquellos
provienen de Apóstoles y de discípulos de Apóstoles, juzga que es incompatible
este resultado con la admisión de elementos miticos. Examina de otra parte
la naturaleza de lo que contienen los Evangelios ; los encuentra en la forma
de su redacción sencillos y naturales, y sin embargo minuciosos y exactos,
como puede esperarse de testigos oculares, ó de gentes que no distan mucho
de estos testigos. «En cuanto al fondo , dice, los relatos, aun los mismos que
tienen un carácter maravilloso , son de tal manera dignos de la Divinidad
que es menester tener un horror decidido á todo milagro , para dudar de su
realidad histórica.» Aunque sea una verdad que de ordinario Dios no obra si-
no mediatamente sobre el universo, con todo esto no excluye la posibilidad de
una intervención inmediata y excepcional , desde el momento en que la cree
necesaria para un fin particular. Aun hace mas : examinando uno por uno los
atributos divinos , demuestra que no están en contradicción con una i n t e r -
vención semejante, manifestando por último con evidencia que la mano de
Dios se ha mostrado muy oportunamente en cada uno de ellos. Juan Kuhn,
profesor de la facultad de la teología católica en Tubingue , escribió contra
Strauss una Vida de Jesús , expuesta científicamente, para conlrarestar con
— 38 —
Ja ciencia misma las atrevidas y voluntarias suposiciones de aquel visionario
sin rubor. Ved ahí lo que dicen de esta obra maestra del doctor Kuhn los
ilustres redactores de la Universidad Católica : « Grande fué la sensación que
« hizo en el mundo religioso y sabio la aparición de la Vida de Jesucristo por
« el Dr. Strauss de Tubingue. Este libro es efectivamente el complemento
« délas doctrinas nacidas de la reforma del siglo XVI; es el último término al
« cual viene necesariamente á parar el sentido privado, revindicado por L u -
ce tero y por sus adeptos ; y es al mismo tiempo la condición mas fuerte , la
« protesta mas enérgica contra estas creencias, que tres siglos hace se enga-
ce lañan con el pomposo y mentido título de evangélicas , contra esta reforma
« que ha tenido la pretensión de restituir al Evangelio y al Cristianismo su pri-
cc mitiva pureza. Para cualquiera que conozca á fondo la literatura teológica
« de la Alemania protestante , tal como se ha desarrollado de ochenta años
« á esta parte , no es cosa que admire la publicación del libro de Strauss,
« en el cual se halla literalmente cumplida la predicción que hacia á los
« herejes de su tiempo el grande obispo de Meaux. Esta es sin duda la razón
ce porqué entre los sabios católicos existen tan pocos hombres que hayan
« creido deber refutar el absurdo sistema formado por Strauss. Semejante
ce doctrina descubre el cáncer profundo que está devorando la Iglesia protes-
ee t a n t e , mal que no puede menos que desmoronarse como el fundamento
ce en que se apoya. Pero no la han mirado con la misma indiferencia los
ce protestantes hermanos nuestros separados de la comunión católica : todos
ec han conocido y sentido el golpe mortal que á su religión se daba , y se ha
ee visto á los hombres mas distinguidos entre ellos por su saber bajar á la liza
ee para combatir al audaz adversario de la veracidad histórica de los Evan—
ce gelios. Los aliados mismos de Strauss han creido prudente declararse con-
ce tra él para salvar al menos las apariencias. Mas todas estas justificaciones
« no destruyen el mal hecho á la reforma por la Vida de Jesucristo, tal como
ee la publica el doctor protestante. No es precisamente el elemento milico
ee que domina en la obra de Strauss lo que puede temerse , y que tenga por
ce necesidad de ser refutado : lo son sí los principios de que dimana la a p l i -
ee cacion del mito para explicar el relato evangélico : pues estos principios
ec son mas antiguos que la interpretación misma. Este es el motivo que ha
ec determinado al Dr. Kuhn á componer su obra, después de haber d e s e n -
(c vuelto la misma materia en las lecciones públicas que dio en Geissen d u -
ee rante el año 4 8 3 6 . »
Los motivos que han conducido á Strauss á la negación del reíalo evan-
gélico , son : la antipatía dominante en su iglesia á todo lo que lleva un
carácter sobrenatural, y la invasión que ha hecho sobre la teología p r o -
testante el panteísmo de Hegel; el resultado producido por las investiga-
— 39 —
ciones y las críticas tocante á la interpretación de la Biblia con tendencia
á hacer creer que los pasajes del Antiguo Testamento , en que los E v a n -
gelistas apoyan su relación , tienen un sentido del lodo diferente del que
les dan estos últimos, y por consiguiente la negación de las profecías y de los
milagros : y en tercer lugar debemos poner las contradicciones reales ó apa-
rentes de los relatos hechos por cada uno de los cuatro Evangelistas. Al e x a -
men de estos tres puntos se fija Kuhn principalmente. Su libro no tanto es
una contestación a la obra de Strauss, como una refutación sabia y profunda
de los principios que dominan la reforma actual, y que han hecho en cierto
modo necesaria la refutación mítica , á fin de hallar una salida al e m b r o -
llado laberinto en que se pierden siempre mas estos doctores abandonados
á los extravíos de su propia razón. Siendo la vida de Jesucristo el centro á
donde vienen á parar lodos los punios de la revelación , el autor ha dividido
en dos grandes partes su introducción ó sus prolegómenos, á saber; la expo-
sición de los documentos en que se funda esta historia, y la exposición cientí-
fica. Estos prolegómenos forman la mayor parte del primer tomo : la historia
del Salvador data desde el momento de la inauguración del Mesías , esto es ,
de su aparición como doctor público. La idea de las profecías y de los m i l a -
gros constituye el punto esencial de la controversia moderna , y á ella ha de-
dicado el Sr. Kuhn la parte principal de su trabajo ; pues esta doble cuestión
es la que aparece mas culminante en la vida del Mesías. En efecto, los E v a n -
gelistas no quieren ciarnos una noticia exacta y completa de la vida de su
divino Maestro; antes al contrario , los fragmentos que de ella nos han
conservado deben servirnos de guia para hacer resaltar el punto de vista
teológico , el carácter de la divinidad real de Jesucristo , y la verdad de la
redención por él obrada. Lo mas interesante en esta obra es el estudio sincero
ó imparcial que el autor hace de los Padres de la Iglesia, y de los antiguos c o -
mentadores de la Escritura Santa. É! ha sabido beber en la verdadera fuente,
y este es uno de sus mas bellos títulos al reconocimiento de sus c o n t e m p o r á -
neos. Dice él mismo , que cuando no hubiese hecho mas que provocar á un
nuevo estudio de aquellos hombres de la antigüedad y de la edad media poco
conocidos, se daria por suficientemente recompensado de sus largas vigilias y
de sus penosas investigaciones.
6
— 42 —
« propagarse por toda su extensión la electricidad divina, concluyamos que el
« primer anillo ha de haber recibido un golpe descendido del cielo á la tierra.»
¿ E n dónde empieza , según la critica de la Vida de Jesús, la historia de
aquel á quien el mundo cristiano adora como su Dios y Salvador? En el
sepulcro vaciado en la roca por Josef de Árimalea. En pié sobre los bordes
de aquel peñasco, los discípulos temblando y fuera de sí vieron su esperanza
hundirse en el seno cavernoso, junto con el cadáver de su Maestro. Mas
¿ qué suceso viene á interponerse entre esta escena del sepulcro y aquel
grito de S. Pedro y de San Juan : «No podemos nosotros dejar de dar t e s -
timonio de las cosas que hemos visto y oido ? »
Cuando se abraza de una sola- ojeada, dice el doctor P a u l u s , la h i s -
toria del origen del Cristianismo por el espacio de cincuenta dias desde la
última c e n a , fuerza es reconocer que algo de extraordinario ha reanimado
el valor de aquellos hombres. En aquella n o c h e , que fué la última de Jesús
sobre la tierra , estaban pusilánimes , dispuestos á huir á toda prisa; y
después que quedan abandonados, hállanse tan superiores al temor de la
m u e r t e , que repiten á los jueces irritados que han condenado á J e s ú s :
«Antes ha de obedecerse á Dios que á los hombres.» Así lo reconocía el
crítico de Heidelberg : debió pasar algo de extraordinario , en ello conviene
también el doctor Strauss : «Y no carece de fundamento , d i c e , lo que
« sostienen los apologistas , que la súbita transición de la desesperación que
« sobrecoje á los discípulos en la muerte de Jesús y de su abatimiento, á
« la fe viva y al ardor con que cincuenta dias después proclaman que él
« era el Mesías , no puede explicarse á menos de reconocer que alguna cosa
« verdaderamente extraordinaria reanimó su valor durante aquel intervalo.»
S í : realmente pasó alguna cosa ; pero q u é ? no creáis sobre todo que fuese
un milagro. Sabido es como los racionalistas precursores de Strauss , s e n -
tando por principio que los letargos eran muy frecuentes en la Palestina
en la época en que vivía Jesús , han hecho intervenir la síncope y el d e s v a -
necimiento á fin de explicar su muerte aparente , y por consecuencia su
resurrección. Desde 4780 el racionalismo no ha seguido otra táctica; y si
bien quitó al mundo cristiano el Viernes Santo , le dio sin embargo un alegre
día de Pascua. Preséntase Strauss : admite también , como ya hemos visto,
alguna cosa, pero muy poca cosa. ¡La resurrección era demasiado ! Pero en
contradicción con sus precursores, arranca por fragmentos á los cristianos el
dia de Pascua , y les deja su Viernes Santo. Ved ahí como lo hace. Los após-
toles, las mujeres, los quinientos galileosde que habla S. Pablo en su primera
carta á los de Corinto se imaginaron haber visto á Jesús resucitado , y estas
son las mítines que en la vida de los Apóstoles determinaron la transición sú-
bita de la desesperación á la alegría del triunfo. Para dar cuenta de estas visio-
— 43 —
nes recórrese también á las explicaciones naturales dadas á los milagros:
se quiere asimismo por condescendencia hacer intervenir los relámpagos
y el trueno ; pero mejor seria desembarazarse de todo esto. San Pablo
(verdad es que su testimonio presenta cierto peso) habla de la resurrección
como de un hecho; pero este hecho no existe sino en su imaginación y en la
de sus compañeros. Sin embargo, es necesario admitir también en su vida
algo de provisional, que hará el efecto de un puente volante para pasar del
Evangelio á los Hechos de los Apóstoles , hasta que la critica , colocándose en
una región mas elevada, pueda sin intermediario atravesar este abismo.
Después de haber hablado de estos modernos historiadores católicos de
Jesús , no debemos pasar en silencio un libro sobre la misma materia, pero
redactado con un objeto diferente del que se propuso Kuhn. Como este se
dirige á los sabios y á los teólogos debió quedarse sobre el terreno de la
demostración dogmática. Mas era necesario procurar como precaver una
clase de lectores mucho mas numerosa que la de los eruditos : faltaba poner
en manos de aquellos fieles , cuya educación y rango les hacen superiores al
vulgo , sin que por esto sean literatos de profesión , u n libro que les sirviese
de antidoto contra el error , generalmente esparcido y tan pernicioso en
Alemania , en donde los hijos de la Iglesia católica se hallan frente á frente
con los partidarios del cisma y de la herejía. Tan importante objeto no ha
muchos años que fué felizmente desempeñado por uno de aquellos h o m -
bres , á quienes el verdadero creyente se place en contar en el número de
los defensores de nuestras santas doctrinas. Teólogo profundo y e x p e r i m e n -
tado el señor de Hirscher , y profesor de teología en Friburgo, en Brisgau,
comprendió muy bien lo que^se necesitaba en nuestra época , y publicó una
Historia de Jesucristo Hijo de Dios y Salvador del mundo , en la cual expone
con noble simplicidad los hechos evangélicos. Sin entrar jamas en polémicas,
y sin aparato científico, establece la historia del Salvador de una manera que
deja convencida la razón al mismo tiempo que cautiva la voluntad. Y es p ú -
blico que este nuevo trabajo , que pareció á fines de \ 839 , ha producido ya
los mas felices resultados. El relato, tal como lo forman los cuatro Evangelis-
tas constituye la base del trabajo del autor, como así debia ser. Un encadena-
miento lógico une entre sí las diferentes partes, y muestra la perfecta armonía
d é l a obra admirable de la redención obrada por el divino Salvador. O b -
servaciones juiciosas y oportunas acompañan el texto sagrado , y forman c o -
mo la transición entre las diferentes partes; y un estilo fácil y corriente, viva
expresión de la bella alma del señor de Hirscher, es como el canal por el que
la verdad se infiltra sin esfuerzo en el espíritu y en el corazón de los lecto-
res. Si caracterizar debiésemos el género de este a u t o r , diríamos que es el
de la ciencia , revistiéndose de la forma humana mas accesible al mayor n ú -
_ 44 —
mero de mortales. Nada de orgullosas pretensiones: ningún deseo de brillar;
pero en todas partes la necesidad de fortificarse contra el e r r o r , de r o b u s t e -
cer la verdad santa en el corazón de los fieles: esto es lo que se halla en cada
página de este libro. A todos conviene; pero es útil particularmente á aquellos
que tienen la noble misión de instruir la infancia y la juventud en la creencia
revelada. Citar quisiéramos los mas interesantes pasajes de esta Historia de
Jesucristo, pero en la imposibilidad de hacerlo, mencionaremos alguno q u e
bastará para dar á conocer el método sencillo y á la vez elevado de nuestro
autor; pues en esto creemos no apartarnos de nuestro objeto, antes bien ilus-
trarlo con interesantes datos. Obras como esta no pueden ser bien compren-
didas sino en cuanto se las abraza en su conjunto ; y hasta los mejores e x -
tractos pierden siempre cuando van aislados de lo que les precede y de lo que
les sigue. Y estamos íntimamente, persuadidos que en el examen de un libro,
y mas aun de un libro religioso, nunca está de mas la circunspección y la r e -
serva; y esta regla es sobre todo importante cuando se trata de las produccio-
nes literarias de Alemania. Después de haber expuesto la encarnación del Ver-
bo, su infancia, su juventud, su consagración como Salvador del mundo por la
voz del Padre Celestial, el señor de Hirscher nos muestra á Jesucristo como el
verdadero Hijo de Dios, el Mesías prometido al mundo entero, y esperado por
todas las naciones. Jesucristo descendió del cielo para destruir el imperio del
demonio y restablecer el reino de Dios, el reino de la verdad y de la justicia.
Su primer acto fué la victoria conseguida en el desierto sobre el espíritu del
mal. Aparece después como el autor de una alianza nueva: escoge sus primeros
discípulos, y obra el milagro de Cana para afirmar la fe de aquellos que debian
mas tarde llevar á todo el universo la palabra divina , y por la gracia del E s -
píritu Santo hacer á todos los hombres participantes de la redención obrada
por el Mesías. Antes de desplegar la serie de los actos del Salvador de los hom-
bres, nuestro autor traza en cortas palabras el fin que Jesucristo se habia pro-
puesto vistiendo la forma humana. «Lo primero que queria Jesús, dice, era
« convencer al mundo que él era el prometido desde largo tiempo por Dios,
« y á quien los hombres habian esperado como el Cristo : y el Mesías , que
« es el Hijo increado del Padre , el Hijo de aquel Padre que de tal m a n e -
ce ra amó al mundo , que no perdonó á su Hijo , sino que le abandonó al
ce mundo á fin de que por Él escape el mundo del juicio y merezca la vida
« eterna. Donde quiera hallaría la fe de que el Mesías venido al mundo
ce queria ser en realidad el Salvador, es decir queria salvar á los creyentes
« de su ignorancia y de su pecado , de la miseria y de la muerte , y c o n -
« ducirlos á la v e r d a d , á la v i r t u d , á la paz y á la vida eterna. Ante todo
ce queria c u r a r á los hombres de su ignorancia y de su incredulidad; queria
ce levantarse contra la superstición y los errores de los judíos, y contra la c e -
— ¿5 —
« güera de los gentiles ; queria anunciar la verdad tal como su Padre se la
« habia comunicado. Anunciar queria la verdad en términos claros y c o n -
« vincentes , de modo que nadie pudiese rehusarle su adhesión llena y v o -
te luntaria , á no ser un hombre de corazón endurecido. Procuraba ademas
« tranquilizar el mundo con respeto á lo pasado. Debían los hombres estar se-
« guros del perdón y de la gracia de Dios , y sin tender ya mas la vista á lo
« que estaba detras de sí, no fijarla sino en lo que tenian delante. No solamente
« queria dar á los hombres un conocimiento nuevo y mas perfecto, sino que
« queria ademas regenerarlos conforme á este conocimiento. Los hombres
« debían recibir un espíritu n u e v o , y por este espíritu quedar santificados y
« curados. Este espíritu es el espíritu de amor con el cual el Padre le envió al
« m u n d o ; el espíritu por el cual se habia Él mismo hecho hombre, debia h a -
ce hitar.para siempre mas en todos los corazones , y hacerles todos hijos de
« Dios, unidos por los mismos lazos de una caridad fraternal. El Padre de Él
c< debia ser el Padre de ellos: Él mismo debia ser su señor y su jefe: ellos los
« hijos del mismo Padre y los miembros del mismo único jefe. Todos debían
ce ser hermanos y hermanas en el espíritu de una santa caridad. Y así como
« todos debían formar un corazón y una alma , así debían formar acá en la
ce tierra una sola comunidad visible. El muro de separación , la distinción
c< que existia entre judíos y gentiles , entre hombres libres y esclavos, entre
ce nacionales y extranjeros, esta distinción debia desaparecer á fin de que no
ce hubiese mas que una sola humanidad , así como no hay sino un solo Dios,
ce Pero la expulsión del antiguo espíritu de las tinieblas y del egoísmo no podía
« ni debia verificarse en el mundo de una sola vez, sino sucesivamente y en
ce una progresión constante; ni debia hacerse para hoy ó mañana sino para
ce siempre. Lo que Jesucristo habia venido á ser para el género humano , lo
ce que le habia d a d o , queria que fuese y queria dárselo durante todas las
ce generaciones. No podia , pues , dejar de crear ciertas instituciones por las
te cuales su obra pudiese para siempre continuar en el mundo : es decir por
ce las cuales fuese anunciada la verdad , y la remisión d e los pecados aplica-
te da al espíritu del santo.amor comunicado á los hombres. Y era muy n a t u -
ee ral que el genio del mal, que hasta entonces habia dominado en el mundo,
ce y que debia desde el momento ser expulsado, no seria un tranquilo espec-
ee tador de la destrucción de su imperio, y debería oponer resistencia. Y así
ec se hacia inevitable el que Jesucristo combatiese contra el espíritu de las ti-
ce nieblas, que le venciese, dando de este modo á sus discípulos una norma de
« la lucha y del triunfo que á ellos también íes aguardaba.» Después de haber
manifestado el fin que se habia propuesto el Salvador Divino, pareciendo visi-
blemente en medio de los hijos de los hombres , desenvuelve el autor en una
serie de capítulos el desarrollo gradual de la misión de Cristo , hasta su g l o -
— 46 —
riosa ascención al cielo. Al modo que ángeles habian anunciado el nacimiento
del Salvador , asi también fueron ángeles los que anunciaron el fin de su
carrera acá en la tierra , y el comienzo de su glorioso reino en el cielo. El
establecimiento de la Iglesia termina este interesante trabajo, que merece por
cierto ser leido por todo católico verdadero , y por todo lector de buena fe.
Y es de notar que el autor , fiel al carácter de un sacerdote católico y á la
misión de un profesor de teología , no deja escapar circunstancia alguna del
relato evangélico sin mostrar á sus lectores la necesidad de la unidad religiosa
basada sobre Pedro y los que le han ido sucediendo.
La Historia de Jesucristo y de su siglo por el conde F . L. de Slolberg
es otro de los monumentos modernos mas notables y celebrados que el
genio alemán ha consagrado á tan glorioso objeto. « Cuando en Alemania,
« dice el señor abate Jager en su introducción á la traducción que hizo de
« este excelente libro, se levantan tantos falsos doctores , como Strauss,
« Neander, Haré , d'Ammond , para destruir los hechos evangélicos bajo
« el hermoso título de la Vida de Jesús , es ciertamente muy oportuno y
« consolador ofrecer á los fieles una verdadera Historia de Jesucristo para
« prevenirlos contra las sutilezas y blasfemias de estos nuevos y e n c u -
« biertos filósofos. Para rechazar sus ataques no es preciso entrar en largas
« discusiones y seguirlos paso á paso en sus investigaciones heterodoxas;
« basta leer atentamente los Evangelios que llevan en sí mismos un c a -
« rácter de verdad , que mas bien se siente que se p r u e b a , y contra la
« cual nada pueden los vanos silogismos de los innovadores » El autor
de esta Historia , después de haberse dedicado mucho tiempo al estudio
de la filosofía pagana y de los diversos sistemas del protestantismo alemán,
se ha dirigido sinceramente á Dios por la lectura de los Libros Santos de
los cuales ha hecho sus delicias; pues siendo ardiente protestante, a b r a -
zó en 1800 la Religión católica , después de las investigaciones que tenia
hechas para escribir su Historia de la Religión. Su Historia de Jesucristo
y de su siglo , traducida ya en italiano por orden de la Propaganda, es una
obra maestra , en la cual ha derramado á manos llenas todos los tesoros
de su vasta erudición y los copiosos frutos de sus largos estudios. Sin ser
prolijo y difuso, como el P . de Ligny , sobre el cual tiene bajo este y otros
muchos respectos una superioridad incontestable , Stolberg ha hecho de la
Vida de Jesucristo una obra de ciencia y de piedad al propio tiempo: de p i e -
dad , porqué el autor era sincero y altamente religioso; sus sentimientos,
después de haber recibido un alimento nuevo con sus meditaciones sobre el
Evangelio , se manifestaron con mayor viveza, y le hicieron derramar sobre
el papel rayos ardientes , bellísimos rasgos que penetran el alma y elevan el
corazón mas indiferente: de ciencia , por el esmero que ha puesto en clasi-
— 47 —
íicar los hechos, en reunir los cuatro Evangelios , las epístolas y los profetas
para formar de ellos un todo completo, en explicar las costumbres de los
judíos , en hacer concurrir los autores profanos para establecer la autentici-
dad de los hechos y conciliar todas las contradicciones aparentes. ¿ Qué e x -
traño, pues, que su obra haya producido en Alemania los mas felices r e s u l t a -
dos? Ella ha confirmado á los católicos en sus creencias , y atraido á ellas u n
considerable número de protestantes ; y se cree que á su lectura debió el
príncipe de Mecklenbourg su conversión. Hemos querido de intento p r e s e n -
tar una ligera reseña del estado actual del racionalismo en Alemania, y del
punto á que ha llegado la controversia católica relativamente á los asuntos
históricos de que vamos á ocuparnos , así para manifestar el último abismo á
que se precipita la razón extraviada , teniendo que luchar con los nobles
impulsos de sí misma , como para mostrar los triunfos de la ciencia católica,
aun en el campo en que la rebeldía orgullosa del pensamiento hace los p o s -
treros esfuerzos para derrocar la piedra indestructible de la fe , ya que no
puede hacer naufragar la nave de la Iglesia.
Y pasando ahora á otros autores mas conocidos y ortodoxos , que á
impulsos de la piedad pero no destituidos de crítica escribieron los d i v e r -
sos pasajes de la Historia del Hijo de Dios sobre la tierra , con mas ó menos
extensión , citaremos entre otros muchos los que hemos tenido mas á la
vista , amen de los ya citados de la moderna escuela. El doctor seráfico
S. Buenaventura escribió la Contemplación de la Vida de Nuestro Señor
Jesucristo , desde su concepción hasta la venida del Espíritu Santo. Mas c o -
mo su principal objeto es enseñar á las almas devotas el modo de c o n -
templar , ejercitándolo en tan altos y augustos misterios , publicóse este
libro, como advierte su traductor, con aquella misma sencillez con que
se imprimió tres siglos a t r á s , y su lectura es mas bien un dulce y suave
pasto para la meditación cristiana , como con mas extensión y gala lo verificó
también nuestro inmortal venerable Luís de Granada , cuyas tiernas y p r o -
fundamente patéticas meditaciones sobre la Pasión y muerte de nuestro R e -
dentor dejan en esta parte muy poco que desear. Con un objeto muy a n á -
logo escribió la Historia de la Vida de Jesucristo en el siglo XVII Nicolás Le
Tourneux , prior de Yilliers en la diócesis de Soissons , y capellán del colegio
de los Grasinos , sabio y modesto eclesiástico , que entre otras obras de p i e -
dad y de instrucción (siendo una de tantas la Instrucción de los siete Sacra-
mentos ) escribió esta Historia, que es de las mejores y mas oportunas salidas
de su pluma. El fin que en ella se propuso fué instruir al pueblo rudo é igno-
rante de los idiomas originales y extraños en que están escritos los libros de
la Sagrada Biblia ;. y en su estilo y lenguaje se notan cierta sencillez y n a t u -
ralidad propias de su genio, y muy acomodadas á la comprensión del pueblo,
— 48 —
cuya enseñanza en los fundamentos de nuestra Santa Religión era su único
objeto. En el discurso preliminar de la obra y en el juicio que de ella se f o r -
ma se advierte q u e , si bien la ostentación de saber y el llenar los escritos de
mucha erudición es realmente defecto , y un vicio común y familiar en los
gramáticos y humanistas; pero no debe esto retraer á todo buen escritor
de ilustrar, aclarar y explicar lo que no todos los lectores podrán fácilmente
comprender. Como Tourneux escribió esta obra para el pueblo, no para los
sabios, se echan de menos en ella algunas explicaciones , que si bien supér-
ñuas para éstos, al pueblo le servirían de mucha instrucción, y le facilitarían
la inteligencia de lo que tal vez ahora no comprenderá bien. Con todo , la
aceptación que tuvo esta obra en Francia fué g r a n d e , y mereció elogios de
todos los sabios. Tillemont previene en el prólogo á su Historia Eclesiástica,
„que en la vida del Salvador , que pone al comenzar la Historia , ha o m i -
tido muchas cosas sobre la doctrina y milagros del Señor , por haber T o u r -
neux desempeñado esta parte con tanta exactitud como edificación. En 1787
el presbítero Dr D. Juan Crisóstomo Piquer tradujo esta obra en español.
El P . Nicolás Avancini de la Compañía de Jesús escribió en latin la Vida y
doctrina de Jesucristo, sacada de los cuatro Evangelistas , y distribuida en
materia de meditación para todos los dias del año ; y la tradujo en español
en 4 7 6 3 el P . Diego Salgado de la misma Compañía. El solo título de esta
excelente obra , como otras muchas de este género , denota que su objeto
es mas bien ascético que histórico. El P . F r . Francisco Aragonés , lector j u -
bilado , ex-definidor , padre provincial honorario, y cronista de la provincia
franciscana de Cataluña, escribió en el primer tercio de este siglo la Historia
de Jesucristo, hijo de Dios y de María Virgen, sacada de las Santas Escrituras.
Este laborioso cenobita abarcó en su vasta mirada, y aplicó á la historia del
Hombre—Dios todos los ámbitos de la eternidad y del tiempo ; pues empieza
desde el origen eterno del divino Señor, cuya historia continua en el tiempo
y se lleva hasta la eternidad, todo conforme á los oráculos divinos. « Si el
« mundo se halla en el fatal estado en que le vemos , es por el torpe olvido
« en que han caido los hombres con respecto á su Dios y Redentor.» Y á este
olvido atribuye todas las agitaciones , trastornos , revolución y desastres que
han conmovido la tierra de medio siglo acá. Así es , que divide su obra , no
m u y extensa , en dos mitades. En la primera mitad comprende el origen
eterno de Jesucristo como primogénito de todas las criaturas, á quien se
subordinaron desde la eternidad, la creación de todas las cosas por amor
del m i s m o , y todos los grandes sucesos que tienen relación con él en los
cuarenta siglos en que fué esperado , hasta que por fin se dejó ver hecho
h o m b r e e n la tierra. La segunda mitad comprende desde el nacimiento de
la Divina Majestad en c a r n e , todo el tiempo de su vida mortal sobre la
— 49 —
tierra , su muerte , su resurrección , su ascensión al cielo , su dominio
absoluto sobre todo el mundo , su segunda venida después , y su reino
eterno. Vése, p u e s , que el laborioso autor se valió del Antiguo y Nuevo
Testamento en cuanto tiene relación con el Mesías prometido, esperado,
y descendido visiblemente al m u n d o , vuelto al trono de su gloria, y e s -
perado otra vez y temido en su segunda venida de Juez lleno de gloria
y majestad en el último de los dias. De este modo pasaron á su disposi-
ción todas las riquezas de la Escritura Santa, y abarcó en un plan magnífico
la historia eterna del Hijo de Dios. Esta obra está escrita como un relato h i s -
tórico , seguido y n a t u r a l , sin otras reflexiones que las nacidas sin esfuerzo
del relato mismo , sin aplicaciones ascéticas , ni comentarios morales que i n -
terrumpan el curso de la narración. El estilo es sencillo , el lenguaje llano y
sin adornos , y la dicción algunas veces desaliñada : sin embargo , hay b a s -
tante precisión en los hechos , y este lenguaje mismo que si recayese en un
estilo difuso seria árido y fatigoso, se hace llevadero por la precisión. Tal
como es esta obra debéria ser mas generalizada, y su anciano y venerable a u -
tor, conocido algún dia por el nombre que se dio él mismo de filósofo arrin-
conado , lleno de amargura y abandono, arrojado como sus demás hermanos
del retiro del claustro á un mundo indiferente é ingrato por la cruel mano de
la revolución , acabó sus tristes dias olvidado y como proscrito en el hospital
de Santa Cruz de Barcelona , cual uno de aquellos primitivos confesores de
Jesucristo y ministros suyos en tiempo de persecución. Permítasenos c o n -
sagrar al menos este corlo recuerdo á su laboriosidad y á sus virtudes.
La obra mas completa , lo mas concienzudamente escrita que sobre esta
materia poseemos en castellano es la Historia de la vida de Nuestro Señor* Je-
sucristo y de la doctrina y moral Cristiana por el Dr. D. Francisco Martínez
Marina presbítero , individuo de número de las Reales Academias Española y
de la de Historia, y de la de buenas letras de Barcelona. Repartida en cuatro
tomos regulares, abarca desde la historia de Juan Bautista hasta la ascención
gloriosa de Jesús , incluyendo ademas como complemento de los triunfos del
Salvador la predicación y persecuciones de los Santos-Apóstoles Pedro y Pa-
blo , y los rápidos progresos del Cristianismo en la naciente Iglesia. Oigamos
el plan y sistema que se propuso el a u t o r , según nos lo advierte él mismo en
su docta y oportuna introducción. «El Evangelio es el principal fundamento
« y la base de la historia de Jesús , y la fuente p u r a donde únicamente se
« puede beber la verdad He trasladado literalmente los cuatro E v a n g e -
« lios al castellano con la diligencia , exactitud , y claridad posibles : y c o n -
« frontando unos con otros y reuniendo las relaciones de todos, resulta de es-
« ta compilación un cuerpo completo de historia sagrada , pura y sin mezcla
« de adiciones extrañas , de interpolaciones y de comentarios. Mucho mas
7
— 50 —
« fácil me seria trazar el cuadro de la vida de Jesucristo por otro método
« diferente y_ acaso mas agradable á los que aman las bellezas del arte de
« escribir : los cuales desearan que sobre las ideas y hechos del Evangelio,
« procurara sin atenerme á la letra publicar un discurso histórico , animado
« de pensamientos filosóficos, de reflexiones profundas y de descripciones
« brillantes y pintorescas , en estilo majestuoso , sublime y adornado con
« todas las bellezas de que es capaz el idioma español Mas la verdad no
« necesita de atavíos ni de galas para hacerse común , porqué es la misma
« armonía y belleza por esencia. Nada se puede añadir á la hermosura de la
« naturaleza ¿Cuánto perderían de su mérito , elegancia y hermosura
c< las oraciones de Cicerón, ó una sentencia de Salustio ó de Tácito si se t r a s -
ce ladasen en lenguaje libre , artificioso ó parafrástico? Esto es lo que se v e -
ce rifica á mi juicio en la historia evangélica escrita en francés por el R e -
ce verendo P. Berruyer , y traducida con gran propiedad en lengua española
ce por el R. P . Espinosa. No es mi ánimo deprimir el mérito de una obra
ce rica en máximas cristianas , en reflexiones oportunas , en instrucciones
ce saludables : prendas que influyeron en acreditarla en la república litera-
ce ria , y en que fuese recibida en España con aplauso. Sin embargo , p r e -
'( ciso es confesar que esta obra no es propiamente una historia evangeli-
ce ca sino un tejido de verdades , de conjeturas, de probabilidades , de i n -
ee vesligaciones curiosas , de cuestiones delicadas , y de notas cronológicas y
ce eruditas Heme determinado á insertar en el cuerpo de esta historia los
ce testimonios de la ley y de los profetas , de los , salmos y libros agiógrafos-,
ce análogos al asunto de que se trata : y también los pasajes de las epístolas
ce de los Apóstoles y de escritores del Nuevo Testamento; con lo cual se ilus-
ce tra y confirma la doctrina , se enriquece la historia , y ésta presenta la
ce mas bella armonía Separadamente y bajo el cuerpo de la obra , he
ce extendido notas piadosas, literarias y parafrásticas para esclarecer los h e -
ce chos y los pasajes difíciles ; y al fin de cada capítulo algunos discursos algo
ce mas prolijos , (con el título de Observaciones) históricos , cronológicos ,
ce dogmáticos y apologéticos , cuyo objeto principal -es defender y confirmar
ce la verdad de la doctrina , y combatir la impiedad de los incrédulos enemi-
ce gos de toda religión. » Así se expresa el estimable autor de este precioso
libro , escrito en pura y castiza habla castellana , perfectamente tejido y en-
lazado , rico en preciosos datos y en escogida erudición , alegando por último
que espera la indulgencia de los-lectores , si consideran que esta producción
es parto de la vejez, y qué la ha concluido á la edad de setenta y cinco años,
en que desfallecen así las facultades del espíritu , como las fuerzas del c u e r -
po. Nosotros le hemos tenido presente con otros muchos en el plan de la obra,
y en el enlace de los capítulos , no olvidando tampoco en lo que conviene á
— 5<1 —
la historia de Jesucristo el tratado histórico y dogmático de la verdadera r e -
ligión, escrito por el abate Bergier á últimos del siglo XVIII y la Biblia vindica-
da de D u - C l o t , que cita con elogio el mismo Sr. Martínez Marina ; mas p r o -
curando evitar los peligros é inconvenientes de que adolecen aquellas obras.
Omitimos el mentar aquí el considerable número de comentadores del Evan-
gelio que hemos tenido á la vista , y de que nos ha sido fácil echar mano , y
la multitud de modernos apologistas de la religión, que bajo distintos aspectos
han hecho brillar en medio de un siglo escéptico ó indolente, la antorcha i n -
mortal del Cristianismo , sus bellezas , su objeto , sus promesas y sus e s p e -
ranzas. También nos han servido de grande auxilio los autores de Historias
Eclesiásticas antiguas y modernas , en la parte perteneciente á los hechos y
grandezas del Fundador divino de la Iglesia. Prescindiendo de las tan conoci-
das de Baronio , Graveson , Fleury ," Berault-Bercástel y muchas otras , no
hemos olvidado varias mas recientes , á las cuales hacen referencia R e c e -
veur , Alzog y otros historiadores modernos. Tales son Royko , Introducción
á la Historia de la Iglesia; Katercamp , Historia de la Religión y del estable-
cimiento de la Iglesia universal; Msehler, Introducción á la Historia de la
Iglesia , en sus Misceláneas publicadas por Dsellinger ; Blanc , Curso de His-
toria Eclesiástica , é Introducción á su estudio; Schleiermacher , Historia de
la Iglesia Cristiana : Jos. Gaerres , Sobre la fundación, la formación y el des-
arrollo de la Historia universal; Hock , Ensayo sobre el desarrollo de la hu-
manidad ; Sagittarii, Introductio in Historiam Ecclesiasticam, con el s u p l e -
mento; Walch, Principios de la Historia de la Iglesia; Griesbach, De Historial
Eclesiástica; nostri sceculi usibus sapienter accommodatce utilitate ; Niemeyer,
Importancia del método en el estudio de la Religión y de la Historia Eclesiásti-
ca: opúsculo que sirve de introducción al diccionario de la Religión Cristiana
por F u h r m a n n ; F . A. Rsethe , Influencia del estudio de la Historia Ecle-
siática sobre el carácter y la vida del Iwmbré; y varios otros escritores con-
temporáneos mas conocidos, que no juzgamos necesario enumerar.
CAPÍTULO QUINTO.
Ojeada sobre la expectación, los sacrificios y las profecías que anunciaron á Jesucristo.
8
— 58 —
espectacion general de un gran Mediador, de un Salvador futuro. El 6 de
Junio de \ 8 3 3 , según refiere el Memorial Enciclopédico de Agosto del propio
año , en la sesión de la sociedad literaria de Londres , se leyó una Memoria
sobre el origen de una profecía latina, que circuló por la primera vez en Ro-
ma sesenta y tres años antes de la era cristiana, anunciando que la naturale-
za trataba de hacer que naciera un rey para el pueblo romano: Begem pópulo
romano naturam parturire. Con cuyo motivo dicho periódico declara «ser
« constante, según el testimonio de los autores antiguos, y las investigaciones
« de los modernos, que un oráculo semejante habia corrido en Italia sesen-
« ta años antes de Jesucristo. » Y qué diremos de los oráculos sibilinos ? En
cuanto á las predicciones de estas mujeres célebres de la antigüedad, nos refe-
riremos á lo que dejamos escrito en la citada obra de las Mujeres de la Biblia,
en una de las notas puestas al capítulo de la Pytonisa de Endor, en la cual tra-
tamos de esta materia con alguna extensión y bajo el aspecto crítico; deducien-
do por última consecuencia de nuestras observaciones, que si bien en los ver-
sos sibilinos se anunciaban ciertas verdades generales, restos de la tradición
primitiva de los pueblos, como entre otras, la regeneración del mundo, la veni-
da de un Reparador etc., no se anunciaron con la claridad y minuciosa exac-
titud con que después nos los ha presentado la piedad, quizás poco discreta de
algunos cristianos, que creyeron con esto hacer un obsequio á la verdad de la
Religión, que por cierto no necesita de semejantes ficciones. No obstante e m -
pero esta justa observación, no puede negarse que el Señor anunció por m e -
dio de estas mujeres inspiradas ó iniciadas, cuyos vestigios se hallan en Orfeo,
en Herodoto, en Ovidio y sobre todo en Virgilio, la venida del gran Reparador
del linage humano. Nos limitaremos, en prueba de esta verdad, á citar el cé-
lebre pasaje de este último en su écloga á Polion , cónsul romano, á cuyo hijo
aplica l o q u e la Sibila Cumea habia profetizado del nacimiento de Jesucristo
y de su purísima Madre. Esta época fué escrita en el año 74 4 de la funda-
ción de Roma. «Está ya muy próxima , dice, la venturosa edad que cantó la
« Sibila Cumea.... Ya viene aquella Virgen, se acerca ya el reinado de la paz
« y de la abundancia: ya una nueva prole va á bajar de lo mas alto del cielo.
« Tú, Virgen , hija de la l u z , toma en tus manos, y alimenta en tus pechos á
« ese hijo que va sraacerte , por cuyo medio irán cesando esas generaciones
« de hierro, y se levantará en pos por todo el mundo una bella generación de
« oro Él se portará en todo como un Dios : hará levantar héroes s e m e -
« jantes á dioses , y él como Dios supremo será adorado de todos ; cuando
« tenga pacificado el o r b e , le regirá con las virtudes patrias. Hará que
« los ganados no teman á los leones mas bravos Hará morir á la s e r -
« pienle: hará perecer á la yerba que trae oculto el veneno : al mismo tiem-
« po hará que en todas partes nazcan yerbas saludables , con varias raices
— 59 —
« medicinales y aromáticas Cara prole de Dios! Hijo grande del Dios
« grande ! mostraos ya revestido de todos los honores y glorias que os c o m -
ee peten : cercano está el tiempo en que habéis de verificarlo. Mirad el m u n -
ee do agobiado del peso que le oprime y le circunda por todas partes; m i -
ce rad las tierras , los vastos mares , y esos altos cielos; miradlo todo con
ce benignos ojos, y haced que todo participe de la alegría del venidero siglo.»
Esto cantaba en Roma el cisne mantuano , muy cerca de la venida del S a l -
vador del mundo , y fácil es el advertir las notables alusiones de estos versos
sibilinos con la venida del gran Esperado de los siglos.
Pasemos ahora á la ¡dea del sacrificio, extendida por toda la tierra. El ritual
entero de un sacrificio espiatorio debe mirai-se indudablemente como fundado
en una noción de apostasía h u m a n a ; pues sin que la idea de la inocencia per-
dida se hubiese esparcido por el género humano, ó que se hubiese trasmitido
desde la mas remota antigüedad el conocimiento de semejante extravío , es
imposible explicar como una ley tan extraordinaria ha quedado establecida y
reconocida umversalmente. Casi puede decirse que no es necesario fijar por
pruebas regulares y formales que la práctica de inmolar víctimas espiatorias
ha sido en una ú otra época usada en todas las partes de la tierra , y que fué
igualmente adoptada por las naciones mas bárbaras y por las mas civili-
zadas.
El sectario idólatra del Nuevo Mundo , y el culto sectario del antiguo po-
liteísmo creen igualmente que sin la efusión de sangre no pueden ser r e d i -
midos los pecados. La vida de las bestias no siempre se creia suficiente para
borrar la mancha del crimen ; y para apartar el furor del cielo se pedia con
frecuencia la muerte de una víctima mas noble , y los altares del paganismo
se empapaban con torrentes de sangre humana. La intención primitiva de
estas horribles costumbres era bien conocida en los bosques sagrados de Mo-
na , en donde no se permitía e n t r a r ; y los misteriosos sacrificadores de B r i -
tan pronunciaban unánimemente , que á menos que la mancha de nuestra
culpable raza no fuese lavada en la sangre de un hombre , jamas se aplaca-
ría la cólera de los dioses inmortales.
La universalidad de ritos y sacrificios conduce naturalmente á inves-
tigar el origen de una costumbre tan inexplicable , cuando se consultan
los principios de la sola razón n a t u r a l ; y entonces nos dirigimos involun-
tariamente á investigar la historia inspirada , como la única capaz de darnos
cuenta de su origen y significación de una manera satisfactoria. Cuando
plugo á Dios omnipotente revelar su misterioso designio de rescatar el género
humano que estaba perdido, con la sangre del Mesías , era sin duda de la
mayor importancia instituir algún signo visible, alguna representación e x t e -
rior , por el cual el sacrificio misterioso del Calvario pudiese ser profética-
— 60 —
mente representado á toda la posteridad de Adán. Con esta mira se escogia
cuidadosamente una víctima pura y sin mancha , el primer nacido del reba-
ño , y después de haberse derramado su sangre , se la destinaba s o l e m n e -
mente á ser quemada en el altar de Jehová. Ofrecido el sacrificio típico,
un fuego milagroso bajaba del cielo y la consumía enteramente; y cuando
esta ley primitiva fué renovada bajo la dirección del sacerdocio de Leví,
debian observarse dos circunstancias de un modo particular : que la v í c -
tima fuese un primer nacido , y que la oblación fuese hecha por medio del
fuego.
Y es muy notable que estas dos costumbres primitivas hayan sido fiel-
mente conservadas por el mundo pagano. Los cananéos hacian pasar su
primer nacido por el fuego para aplacar á sus falsas divinidades ; y leemos
en el libro segundo de los Reyes , que un rey de Moab sacrificó á su hijo
mayor en holocausto, porqué estaba amenazado por los Edomitas , cuyo
valor era superior al suyo. La creencia de que los dioses se hacian p r o p i -
cios por este modo particular de sacrificio , no era únicamente adoptada
por las naciones que estaban mas inmediatamente contiguas al territorio de
Israel. Homero nos dice en su Diada que era bastante común entre sus c o n -
ciudadanos ofrecer por hecatombe un cordero primer nacido ; y los antiguos
godos , admitiendo como principio que la efusión de sangre de los animales
calmaba la cólera délos dioses , y que su justicia descargaba sobre la víctima
los golpes que estaban destinados á los hombres, no tardaron en adelantarse,
y adoptaron la horrible práctica de inmolar víctimas humanas. En honor del
número místico tres , número que creian particularmente amado del cielo,
todos los novenos meses presenciaban los gemidos y los esfuerzos m o r i b u n -
dos de nueve víctimas desgraciadas. Dado el golpe fatal , los cuerpos i n a n i -
mados eran consumidos en el fuego sagrado , que se conservaba p e r p e t u a -
mente , en tanto que la sangre , lo cual es singularmente conforme con los
preceptos de la tribu de Leví , era derramada , parte sobre los asistentes,
parle sobre los árboles del bosque sagrado , y parle sobre las imágenes de
sus ídolos. Los habitantes mismos de América tenian unas costumbres seme-
jantes y por las mismas razones. Observa Acosta , que en caso de e n f e r m e -
dad , un peruviano sacrificaba ordinariamente su hijo á Virachoca , r o g á n -
dole que perdonase su vida , y que se contentase con la sangre de su hijo. El
uso del sacrificio era común en el culto de los antiguos pueblos. Los indios
los tenian en sus liturgias ; por la mañana de animales , por el mediodía de
agua , ó sea la libación , y por la tarde de los frutos de la tierra. Según Dio-
doro de Sicilia , aquellos filósofos , que venian á ser unos sacerdotes , no d e -
gollaban las víctimas, sino que las sufocaban ó ahogaban para ofrecerlas
enteras. Leemos en Herodoto que los persas sacrificaban al sol, á la l u n a , á
— 61 —
la tierra , al fuego, al agua y á los vientos, sus antiguos dioses. Lo mismo r e -
fiere Estrabon, añadiendo algunas otras ceremonias de sus sacrificios según el
Zend-avesta. Y Jenofonte, hablando de los sacrificios de la Persia, en tiempo
de Ciro, dice que este principe y sus generales ofrecieron toros á Júpiter
Óptimo Máximo , y caballos al sol , á la tierra y á l o s héroes de la Siria. Los
cartagineses, según el ya citado historiador Diodoro Siculo , tenían , como
otros muchos pueblos idólatras, la bárbara costumbre de sacrificar á sus infa-
mes ídolos víctimas humanas. En Cartago sacrificaban sus hijos á un ídolo
que llamaban Saturno. Cuando aquellos ciegos idólatras se veian amenazados
de alguna gran calamidad , acudian á estos sacrificios impíos para aplacar
el furor de sus deidades. Puede compararse con esta inhumanidad de los c a r -
tagineses la de los druidas , que por pública ley tenian ordenados semejantes
sacrificios. Los mismos romanos, que tanto se esforzaron en desterrar del
Asia y de las Gálias tan detestable superstición , no repararon en sacrificar
varías veces víctimas humanas ¿ Quién no se horroriza al leer en Tilo Livio
que en la plaza mayor de Roma habia un lugar destinado para estos sacrifi-
cios? ¿No los halló también establecidos entre los idólatras de América n u e s -
tro célebreéinmortal Fernando Cortés , conquistador del imperio de Méjico?
¿De dónde, pues, preguntaremos ahora puede venir esta práctica universal,
de inmolar el primer nacido ya de h o m b r e s , ya de animales, y de ofrecerle
en holocausto ? ¿ De dónde , á no ser de un conocimiento antiguo y profundo
de una depravación moral? ¿ D e dónde , á no ser de alguna tradición altera-
da del verdadero sacrificio, que debia ser ofrecido por los pecados de lodos los
hombres ? Moisés usó de sacrificios, y los mandó practicar ; y antes de él
Adán , Abel, Noé y sus descendientes habian sacrificado al Señor, ya anima-
les , ya frutos. En la oblación del primer nacido , instituida originariamente
por Dios mismo , y que adoptaron los judíos y los gentiles , vemos la m u e r -
te de aquel que fué el primer nacido (y el único) de la Yírgen su madre,
representada cuidadosamente , bien que de una manera oscura. Y por el uso
constante del fuego , emblema bajo el cual la Escritura representa i n v a -
riablemente la cólera y la vindicta , vése la indignación de ese Dios celoso
de su honra , que es un fuego que consume , desviada de nuestra raza delin-
cuente y derramada sobre la cabeza sin mancha de nuestro gran Mediador.
Si habia reinado en el corazón de los antiguos idólatras el reconocimiento de
su inocencia , no se atina el por qué hubieran tenido mas razón de temer la
venganza de la Divinidad , que de esperar y reclamar su favor : sin e m b a r -
go , es tan conocido que este temor existia umversalmente , que seria inútil
entrar para ello en una pesada demostración. Por lo que precede se vé, pues,
que los apologistas de la Religión han obtenido por dos vias diferentes dalos
preciosos que se hallan en armonía con lo que enseña la Biblia, sobre el esta-
— 62 —
rio originario del hombre y sobre la necesidad de su reparación. Los unos han
interrogado á los viejos monumentos de los pueblos ; los otros han p r e g u n -
tado con mas particularidad á la naturaleza h u m a n a , siempre vieja y
siempre joven, cuyo vivo y claro lenguaje nos hace sentir lo que no hace
sino referir la voz desmayada de los siglos muertos.
Toquemos por último, y como al vuelo, las profecías que anunciaron
al gran Reparador. Surge de los libros del Antiguo Testamento una luz que
nos muestra en Jesucristo enviado de Dios una evidencia, que cautiva la
mas obstinada r a z ó n ; y resuena como un prodigio perenne por los á m b i -
tos del tiempo la voz de los profetas. La Riblia no es tan solo un m o n u -
mento que atestigua la promesa de un Reparador hecha al hombre d e s -
pués de su caida ; sino que á trechos se descorre el velo que oculta en lo
futuro la gran figura de Jesucristo : todos los misterios del Salvador que
ha de venir son explicados : refiérense las circunstancias de su vida y
de su muerte , los resultados de su misión , toda su historia con todos
sus p o r m e n o r e s , por hombres que vivieron muchos siglos antes que el
Cristo pereciese ¿ Negaréis este hecho ? Nada mas fácil que aseguraros por
vosotros mismos : tomad y leed. Tomad con una mano los escritos de los
profetas, y con la otra los escritos de los Evangelistas , y comparad : hallaréis
dos historias completas, de acuerdo sobre todos los puntos : encontraréis
lo que ha de venir, y lo que está pasando , lo futuro y lo presente. En lo
que ha de venir echaréis de ver los rasgos sublimes de la inspiración ;
aquellos coloridos de fuego con que se pintan los sucesos que se divisan al
través de las sombras del tiempo ; aquellos arcanos que Dios revela al h o m -
bre atónito , cuando le eleva extasiado y le deja participar de sus eternos
designios. Entonces , como si le asociase en cierto modo á su eterna mirada,
lo futuro le parece como pasado. Entonces es cuando se escapan del estático
Isaías aquellas palabras de profunda humillación : «Nosotros le hemos visto:
« nada tenia que llamase las miradas : le desconocimos : nos pareció un o b -
jeto de menosprecio , el último de los hombres Tomó sobre sí nuestras
« iniquidades, gemia agobiado de nuestros dolores «Y siglos antes habia
dicho el coronado Profeta , como si viera el porvenir reflejando en lo pasado.
« Se pudieron contar mis huesos. » En medio de las naciones occidentales
del Asia , añade un escritor contemporáneo , habitaba ese pueblo , cuyos
profetas habian anunciado los hechos y padecimientos del Mesías futuro.
Isaías decia que el hijo de La Virgen se llamaría Hemmanuel (Dios con nos-
otros), palabra significativa de la alianza de dos naturalezas. Jeremías le da su
nombre celeste Jehová, que por la procesión de las letras indica también la
unión de dos naturalezas. Contempla Malaquías que él tendrá un precursor.
Miqueas nombra el lugar donde él nacerá (Belén). El príncipe Isaías predijo
— 63 —
que comenzaría su predicación en los confines de la tierra de Zabulón y de
Neftalí, á lo largo del m a r , mas allá del Jordán y en la Galilea. El rey David
precisa la forma parabólica de sus discursos : «Te hablaré, dice , por figuras
« ó parábolas , te referiré las cosas acaecidas desde el principio, que encier-
« ran grandes misterios. » Zacarías nota su entrada con humildad triunfante
en una borrica. La traición de Judas, su muerte desastrosa, su reemplazo en
el gremio de los Apóstoles se han pronosticado , así como los treinta cline-
'ros , precio de su crimen y del campo del alfarero. Isaías habla de la obla-
ción voluntaria del Salvador , su inocencia, su inmolación por nuestros p e -
cados. Todas las circunstancias del gran sacrificio se cuentan muchos años
antes de su cumplimiento ; los testigos falsos suscitados contra Cristo , sus
azotes , su crucifixión , su posición entre dos ladrones, la hiél y vinagre que
le darían á beber , la lanzada con que le hirieron , sus vestidos sorteados , el
escarnio que le harian los que pasaban , su petición por los verdugos. El Me-
sías ha de ser condenado á muerte según Daniel: debe ser crucificado y m o -
rir en c r u z , según David. Predicho estaba que la paciencia del Mesías seria
mirada como debilidad , y su confianza en Dios como vana , y que los judíos
llorarían al que habian traspasado. Aun mas , la muerte , la sepultura , la
resurrección , la gloria de Jesucristo entre los gentiles , todo estaba no solo
predicho sino también figurado. Eva formada de la costilla del dormido Adán;
la muerte de Abel y el castigo del fratricida; Isaac llevando en sus hombros
la leña para el sacrificio; José vendido, bajado á la tumba misteriosa, grande
en Egipto , adorado por sus hermanos ; Jonás permaneciendo tres dias y tres
noches en el seno del m o n s t r u o , y saliendo de él lleno de vida ; el Legislador
hebreo rogando con las manos extendidas ; la serpiente de b r o n c e ; el c o r d e -
ro pascual; los varios sacrificios de la ley antigua; la alianza sellada con la
sangre : todo hablaba del que habia de redimir y regenerar la triste y culpa-
da humanidad : los hechos y los hombres , las cosas y las personas , todo
eran otras tantas bocas y oráculos que anunciaban á los siglos el término de
sus esperanzas. Y no solo estaba prenunciado el Mesías, sino hasta su reino ;
todas sus calidades han sido vaticinadas por los mismos cantos proféticos.
Los Profetas predijeron que el reino del Mesías seria un reino sin riquezas y
sin medios humanos , un reino eterno, pero sin el brillo y aparato de los r e -
yes : reino de gracia y de santidad, invisible é interior , fundado en la humil-
dad , en la abnegación, en el desprecio de las riquezas: reino que nada tiene
de común con el de los malos príncipes , reino pacífico y sin victorias , reino
entre todas las naciones , reino que haria dóciles á los reyes de la tierra, rei-
no perfecto , por último , después que el Mesías estuviese sentado á la diestra
de Dios. Tenemos, pues, que Ageo, Malaquias, Oseas, Miqueas, el Profeta de
los llantos , el Salmista , el profeta Evangelista, Daniel, el último de la serie..
— 64 —
que señala ya el período del grande advenimiento ; todos estos hombres, que
desde la profecía del anciano Israel llenan el espacio de catorce siglos, con sus
revelados vaticinios , todos dan testimonio del divino Reparador que ha de
descender en la plenitud de los tiempos , de todos sus antecedentes y c o n s e -
cuencias. Todo está previsto , todo predicho : la raza, la familia, el pesebre,
la cruz , los prodigios , la doctrina , el sacrificio; la ceguera de unos , la
docilidad de otros, el triunfo sobre la muerte , el trono universal ante el cual
vendrán á postrarse todos los pueblos d é l a tierra , el hostia pura, el cordero
inmolado que quita los crímenes del mundo. Si con un solo profeta que h u -
biese predicho circunstanciadamente todo cuanto Jesucristo hizo y sufrió,
la prueba de Él seria divina y el prodigio incontestable y g r a n d e ; ¿ cuánto
mayor es el prodigio cuando no es un solo hombre el que de parte de Dios
ha prometido y prenunciado al Mesías; cuando han sido tantos los que
hablan de Él escribiendo en tiempos y circunstancias diversas, y siguiendo
todos una luz divina que les revela el objeto único, que es el blanco de la
espectacion del universo? ¿Queréis mas aun ? Mas hay todavía. El execrable
deicidio no debía quedar impune , y la voz del Legislador hebreo anunció ya
muchos siglos antes el rayo de la venganza que habia de caer sobre el pueblo
deicida. « Si no quieres escuchar la voz del Señor tú Dios, serás maldito en
« todos tus caminos : maldito en la ciudad , maldito en el campo. El Señol-
ee arrojará sobre tí la demencia y la ceguera, y un profundo desorden de espí-
« ritu : irás tanteando en medio del dia como un ciego en las tinieblas , y no
« hallarás el camino. Llevarás en todo tiempo el peso de la ignominia : serás
« oprimido por la violencia , y nada vendrá á libertarte. El extranjero que
« habitare tu tierra prevalecerá sobre t í , y se levantará con el fruto de tus
« sudores. Tú descenderás y estarás bajo su pié. Un pueblo que tú ignoras
« devorará el fruto d e tu trabajo. Soportarás siempre el oprobio , oprimido
« todos los dias , quedarás aterrado de estupor y de espanto al aspecto de lo
« que verán tus ojos. Pasarás en proverbio, y serás la fábula de todos los
« pueblos por los cuales yo te conduciré. » Así dice el Señor. ¿ Mas cómo los
judíos no ven á Jesucristo en este dia luminoso de las profecías ? Leed lo que
está escrito en las profecías mismas : « que ellos no verán ; que uno de los
caracteres del Mesías será el ser desconocido por su pueblo ; que en castigo
de tal crimen este pueblo será ciego hasta el fin de los siglos ; » por manera
que la incredulidad de los judíos , lejos de servir de pretexto para no creer
en Jesucristo, es el último rasgo que completa el brillante milagro de las pro-
fecías.
— 65 —
CAPÍTULO SEXTO.
10
CAPÍTULO SÉPTIMO.
CAPÍTULO OCTAVO.
\3
— 98 —
vah y las obligaciones que con él tenia. Dios presentaba á los israelitas en el
conjunto de la ley un espejo en el cual se reflejaba fielmente su imagen, y en
donde.ellos podían aprender á conocerse y á reconocerse en todo momento.
Los doscientos ochenta y cuatro preceptos , y las trescientas sesenta y cinco
prohibiciones de la ley, les enseñaban el número y la medida de sus delitos, y
el castigo que seria su consecuencia. Así es como adquirían el conocimiento
del pecado por el estudio de esta ley, que debian meditar dia y noche, y que
en tantas circunstancias les fué anunciada ó promulgada de nueyo. Pero si
bien daba la ley la ciencia del pecado y la conciencia de la falta, no daba la
fuerza ni de evitar el uno ni de purificar la otra. La ley era imperativa y se-
vera, mas ignoraba la esencia del Cristianismo que es la gracia. Sin embargo,
ella anunciaba en un lejano porvenir á un profeta semejante á Moisés , que
Dios suscitaría de en medio de su pueblo, y á quien se debería escuchar; así
como el conjunto de sus instituciones y de los hechos de su historia preparaba
insensiblemente Israel á la promulgación de una ley mas sublime, menos
ceremonial, y mas fecunda en virtudes. El sentimiento del pecado despierta
en la conciencia la necesidad de la justicia reparadora ; produce el ardiente
deseo de la reconciliación por la remisión , é importa también naturalmente,
dice Staudenmaier , la institución del Sumo pontificado, como parte e s e n -
cial de la constitución religiosa. Una vez cada año entraba el gran sacerdote
en el Santo de los Santos para expiar los pecados del pueblo por medio de
un sacrificio, para presentar á Dios las súplicas y los votos de los fieles , y
llevar en nombre del Señor el perdón , la reconciliación y la bendición c e -
leste al pueblo congregado. Así se completa abiertamente el culto con el
sacerdocio , que tiene con él las mas íntimas y esenciales relaciones. Instituido
por Dios mismo, sale de otra parte del hecho mismo de la ley , de la natura-
leza de las cosas, de la vida espiritual y d é l a s necesidades profundas del
hombre , de las cuales es él la expresión , el instrumento y el símbolo. No
obstante, la ley y el sacerdocio que emanaban de ella no podian operar la re-
conciliación deseada del hombre con Dios. Esta ley imperativa ni era viviente
en el espíritu , ni vivificada por el espíritu : no era mas que una barrera , y
de consiguiente no podia obrar la justificación : aun m a s , ella hacia abundar
el pecado por la multitud de sus prescripciones ; pues como observa el gran-
de Apóstol, sin la ley el pecado está muerto. Ni los sacrificios sangrientos
podian mas que la ley destruir el pecado ni hacer al hombre j u s t o . santo y
perfecto. Solo aquel en quien no reside el pecado , que cumple toda la ley/
que es mas grande que el hombre y mas elevado que el cielo, podia verdade-
ramente librar á la humanidad del pecado y de sus frutos. Moisés, el hombre
de Dios, excluido de la tierra prometida, era una prueba evidente de la in-
suficiencia de su ley , que no perfecciona n a d a , que solo muestra de lejos el
— 99 —
cumplimiento de las promesas divinas, y no conduce á la humanidad entera,
como el mismo Moisés, sino hasta las puertas de la herencia celestial. Toda
la ley no era mas que una grande profecía , anunciando la venida de Aquel
cuyo nombre y misión prefiguraba á la vez Josué ( J e s ú s ) ; y he aquí porqué
la segunda institución esencial y necesaria de la teocracia de los judíos fué
la escuela de los profetas. El profeta era á un mismo tiempo la voz viviente
de la ley y el instrumento de su cumplimiento : su principal misión consistía
en prefigurar y anunciar al Mesías , término de las profecías todas , así como
la ley debia p r e p a r a r á él por todos sus preceptos y sus instituciones. F a l t a -
ba no obstante todavía á la Constitución mosaica (y el Deuteronomio hace á
ello alusión) la cabeza, el jefe del cuerpo , el conductor del pueblo, el r e p r e -
sentante de Dios, instituido por Dios mismo, para unir la nación en un c u e r -
po solo y viviente , para vivificar incesantemente su organismo, para m a n -
tenerle en el orden y bajo la ley , para garantirle y librarle de los peligros
exteriores , el Rey. Dios condescendió con los deseos del pueblo , y le c o n c e -
dió en la persona de Saúl un representante de la dignidad real, eterna, i n v i -
sible , y siempre activa y presente de Jehovah. Esto se verificó después de la
conquista de la Tierra Santa por Josué, después de la edad heroica de los Jue-
ces (desde Otoniel á Elias y Samuel) cuya función puede considerarse como
una transición para la dignidad real. El supremo pontífice , el profeta , y el
rey , términos distintos y esenciales de la unidad teocrática , eran los tipos
profélicos de la triple dignidad del Salvador del mundo. Como Helí unió al
cargo de sumo pontífice el mas alto poder civil; como Samuel unió á este p o -
der la misión de profeta, así David, el hombre según el corazón de Dios, unió
á los dones de profecía la dignidad de rey. Construyendo la ciudadela ó alcá-
zar de Sion hizo de Jerusalen una ciudad fuerte, centro del reino, así como
debia serlo del culto , y allí mandó conducir el arca de la alianza. Después
de haber vencido á todos sus enemigos; después de haber extendido las
conquistas de su pueblo hasta el Eufrates , y haber pacificado todo su reino,
volvió su corazón y su espíritu hacia el establecimiento del culto divino , y
quiso preparar á Jehovah una morada digna de é l , según la orden que para
ello habia recibido del cielo. Mas tan piadosa empresa no debia tener su
cumplimiento hasta el reinado pacífico de Salomón , el c u a l , según el m o d e -
lo del tabernáculo , construyó el mas magnífico templo de la tierra. Esto se
verificó mil años antes de Jesucristo. Allí, en el Santo de los Santos , fué de-
positada el Arca de la alianza construida por Moisés , reflejo terrible de la
majestad divina , á la cual nadie osaba acercarse , fiel imagen del cielo f o r -
mado al hombre hasta el dia en que el Cristo abriese las puertas celestiales
con su sangre. La dicha de Salomón y la paz de su reinado duraron tanto
como su sabiduría : su caida arrastró la de su imperio. Desde el año 7 7 5
— íoo —
antes de Jesucristo este poderoso y floreciente Estado se dividió en dos reinos
hostiles , el de Judá y el de Israel, lo cual debilitó considerablemente la n a -
ción entera en las luchas que sostuvo por su independencia contra los sirios,
los egipcios y los caldeos. Pero al tiempo mismo que la dignidad real estaba
tan abatida, que decaían á la vez la religión , las costumbres y el poder polí-
tico , levantábase la robusta voz de los profetas. Moisés reapareció en el pro-
feta Elias, en los reinados de Achab y de Jehú , 918 hasta 896 años antes de
Jesucristo , ardiente en celo , intrépido en amenazas , fuerte y poderoso en
obras y en palabras. Elias echa en cara á los israelitas su infidelidad , y les
da priesa á restablecer el culto de David y de Salomon ; pero el suceso no
corresponde á sus esfuerzos. El espíritu de profecía subsiste, lleno de a m e -
nazas y de furor , y entonces aparecen , según los admirables decretos de
Jehovah , una multitud de poderosos profetas. Tales son los cuatro grandes
profetas Isaías, Jeremías , Ezequiel y Daniel, así llamados no solo porqué
sus predicciones son mas extensas, sino porqué tienen á menudo relación
con otras naciones ; mientras que los doce pequeños profetas no se dirigen
casi siempre sino al mismo pueblo de Dios. Siguen inmediatamente los unos
á los otros , y alguna vez juntos Joñas , J o e l , Oseas , Amos , Isaías , Mi—
q u é a s , Nahum. Obstinado Israel en su infidelidad expia su crimen en 7 2 2 ,
y Salmanasar rey de Asiria , ministro de las venganzas divinas, envía al des-
tierro la mayor parte de los habitantes de J u d e a , que él hace poblar por co-
lonias asirias. Mezcladas éstas con los israelitas que se quedaron en la Pales-
tina , formaron mas larde el pueblo samaritano , odiado y tenido por impuro
por los judíos. Mas Judá no se aprovecha de esta lección terrible : olvida de
nuevo la alianza que el rey Josías contrata con el Señor en presencia de los
ancianos de la nación y de todo el pueblo , después de haber vuelto á e n c o n -
t r a r la ley de Moisés en el templo : hácese sordo á la voz de los profetas
Habacuc , Jeremías y Sofonías , y cae en 558 antes de Jesucristo bajo el
látigo de Nabucodònosor el Babilonio. Jerusalen y su templo quedan a r r u i -
nados , y una gran parte del pueblo es conducida en cautiverio. Jeremías
consuela á los que se quedaron en la Judea ; Ezequiel sostiene á los d e s t e r -
rados. Y tal fué la última grande prueba de la fe de este pueblo , que por
mucho tiempo la cautividad de Babilonia quedó como la expresión viviente
del mas terrible castigo y de la mas espantosa miseria. Desgarrados por el
dolor ; ciertos de no tener otro destino en el mundo que perecer miserable-
mente en medio de un pueblo abominable por sus creencias y por sus c o s -
tumbres ; convencidos de que su infidelidad y sus divisiones intestinas les
habían privado de los medios de cumplir aquel destino supremo , los agobia-
dos cautivos se sentaban á la orilla del río de Babilonia , y lloraban amargas
lágrimas con el recuerdo de Sion : colgadas estaban sus liras de los sauces
— 104 —
de la ribera , y su voz quedaba muda en tierra extraña. Renacía entonces
mas vivo y crécia mas ardiente el deseo de expiar sus faltas hacia el Señor, y
la esperanza del Salvador prometido. Sobretodo, los profetas de aquella é p o -
ca son los que despiden y hacen oir todos los tonos del dolor y de la e s p e -
ranza , del arrepentimiento y de la confianza en Dios bueno , justo y p o d e -
roso , en un lenguaje tan profundo , tan sencillo , tan magnífico , que nunca
mas pueblo del mundo , nunca mas literatura humana ha podido igualarlo.
Dios y sus beneficios , tal es el asunto de estas poesías sublimes , cuya fuerza
aumenta su forma armónica y mesurada ; y al paso que encantan el oido,
inflaman la fantasía , tocan el corazón , y se imprimen profundamente en la
memoria. Gratos .en todo tiempo al alma noble y piadosa por su inmortal
belleza, le son preciosos sobre todo en la desgracia y en el seno de las mas
penetrantes y acerbas adversidades. El mismo Dios inspiró estos cantos s a -
grados ; y su pueblo escogido fué el único , cuya poesía naciese de una v e r -
dadera inspiración divina, como lo prueban con una evidencia irrecusable
los oráculos sobre el Mesías, los cuales , á medida que se vá aproximando el
tiempo de la venida , se hacen mas claros , mas precisos , mas c i r c u n s t a n -
ciados , mas explícitos sobre el tiempo y el lugar de su nacimiento , su m i -
sión , los hechos de su vida , las maravillas de su muerte y de su r e s u r r e c -
ción. Babilonia , la orgullosa reina del Oriente, tantas veces amenazada
de su ruina por los profetas , cae á su vez vencida por los medas y los p e r -
sas conducidos por el enviado de Dios, por Ciro su valiente jefe. El martillo
de la tierra queda roto y reducido á polvo, como lo habia predicho Daniel al
soberbio y culpable Baltasar en el momento mismo de la catástrofe. Los s e -
tenta años de la cautividad pronunciados por Jeremías tocaban á su t é r m i -
no. Ciro permite á los cautivos de Babilonia que vuelvan á su patria. Los
mas celosos de entre los judíos fueron los únicos que se aprovecharon de
esta libertad , y regresando en diversos grupos , se fijaron principalmente
en la tierra de Judá adorando en su arrepentimiento y en su júbilo los j u i -
cios de Dios , cuyo anuncio leyeron sorprendidos en los libros mismos de
Moisés , y el cumplimiento literal en las profecías de Jeremías. Sostenidos
en lo sucesivo por el recuerdo de sus antepasados, dichosos en vivir con-
forme á la ley después de haber estado por tanto tiempo alejados de ella,
llenos de ardor y vivificados en sus esperanzas por las promesas de D a -
niel, el cual profetizaba que después de setenta semanas de años el Hijo
riel hombre , estableciendo su reino eternal , vendria á destruir el pecado y
á justificar el género humano ; los israelitas hicieron varias tentativas para
restablecer las instituciones mosaicas bajo la dirección de Zorobabel, de É s -
dras y de Nehemías, y consiguieron acabar el segundo templo de J e r u -
salen , 515 años antes de Jesucristo. Ageo y Zacarías habian reinflamado
— 102 —
su celo para esta reconstrucción de la casa de Dios, anunciándoles que la
gloria del segundo templo sobrepujaría á la del templo de Salomón; pues
que vería al Deseado de todas las naciones. Entonces fué cuando los judíos,
llenos del sentimiento de sí mismos, hicieron de su nombre el de la n a -
ción entera , y concedieron con repugnancia la entrada del templo á los
israelitas del norte de Galilea y del Oriente mas acá del Jordán , á causa
de su mezcla real ó presunta con los paganos : los samaritanos fueron e n t e -
ramente excluidos. Protegidos por la Persía, y apoyándose en esta base de
nacionalidad , restablecieron los judíos una forma de gobierno, nacional, con-
centrando todo el poder público en el Gran Sacerdote, que estaba al frente
del pueblo , y en el Sanedrín , compuesto de setenta miembros que se le
anadian en Jerusalen para decidir los negocios de mayor importancia. Los
individuos del Sanedrin eran sacados de todas las t r i b u s , pero escogidos
especialmente en la escuela d é l o s miembros de este consejo. Los s a c r i -
ficios que ofrecian los judíos en este nuevo templo eran todavía oscuros ó
imperfectos. Irritado Malaquías, aparta de ellos los ojos , y contempla en el
porvenir el puro é inmaculado sacrificio ofrecido á Jehovah, no ya solamente
en el templo de Jerusalen , sino en toda la tierra , desde el Occidente hasta
la aurora , por los judíos y por los paganos. Vé que el Mesías es Dios m i s -
mo, y predice la venida del nuevo Elias, precursor del Salvador del mundo,
cuyas vias habia de preparar. Y desde entonces en adelante hasta la venida
del libertador , ya no debia haber mas profetas. La ley de Moisés debia b a s -
tar al pueblo judío, y por esto Malaquías cierra la admirable serie de las p r o -
fecías de la antigua alianza, de que hemos hablado a r r i b a , con estas m a -
ravillosas palabras : « Acordaos de la ley de Moisés mi servidor : yo os enviaré
« al profeta Elias antes que llegue el grande y espantoso dia del Señor, y él
« reunirá el corazón, de los padres con sus hijos , y el corazón de los. hijos
« con sus padres ; » es decir , que mostrará á aquellos lo que éstos no han
hecho sino esperar. Todo habia sido dicho y señalado por Dios en la ley y los
profetas para la instrucción de su pueblo. Al partir de éste, el espíritu de
profecía enmudeció. Aunque la nueva constitución política y religiosa de los
judíos hubiese sido fundada precisamente por aquellos , que se sentian mas
vivamente movidos por el deseo de vivir conforme con la ley del Señor, poco
á poco el espíritu y las formas de Grecia fueron ganando á los judíos , y so-
metieron á su influencia las generaciones, cuyos padres habían tan tenazmen-
te resistido la violenta dominación de los reinos de Oriente. Al lado de los
celadores de la ley aparecían los amantes de novedades, partidarios de los
usos y de las costumbres de Grecia. A datar desde la conquista de Alejan-
dro , 3 2 3 años antes de Jesucristo , los judíos de Palestina fueron s o m e t i -
dos ora á los Ptolomeos de Egipto, ora á los Seléucides de Siria. El último
— № —
de l os Seléucides, Antíoco Epífanes , cuyo carácter ambicioso , cruel é impío
habia sido predicho por Daniel, llevó tan l ejos la violencia de sus medidas
para grecorizar (permítasenos la expresión) á los judíos, que \ 74 años antes
de Jesucristo quiso imponerles un gransacerdote , trató de rebeldes á t o
dos cuantos hacian oposición ó manifestaban celo por la ley , y dueño de J e
rusalen hizo quemar los libros santos , profanar el santuario , y forzar á los
judíos á que adorasen los dioses de Grecia. Este príncipe , ebrio de furor,
parecia haber resuelto aniquilar la nación profanando su templo. Pero este
atentado, religioso y nacional á la v e z , encendió el celo de los judíos, los
precipitó ó una lucha heroica, y á una desesperada oposición, en la cual hicie
ron prueba de un verdadero espíritu nacional. Matatías , de la raza sacerdo
tal de los Asmoneos , empezó la insurrección ; juró que aun cuando todo el
pueblo debiese abandonar la ley de sus padres y someterse á las órdenes de
Antíoco , é l , sus hijos y sus hermanos permanecerían fieles á la ley de sus
antepasados. Sus cinco hijos se hicieron los jefes del pueblo en la larga g u e r
ra que sostuvo contra los sirios. El valor sobre todo de Judas Macabeo y de
Jonatan renovó la antigua nombradla del pueblo de Dios , y le conquistó la
admiración de Esparta y de Roma. Las victorias de esta raza de héroes h i
cieron declarar al pueblo en su entusiasmo : «Que Simón seria su jefe y su
« Soberano Pontífice para siempre, hasta que se levantase entre ellos el ver
« dadero profeta.» Demetrio , sucesor de Antíoco Epífanes, reconoció á S i
món como principe independiente , y Judá estuvo en paz en tanto que v i
vió este grande hombre ; cada cual pudo cultivar con alegría su campo , y
sentarse bajo la sombra de su viña y de su higuera. Simón adornó m a g
níficamente el santuario , aumentó el número de los vasos sagrados , e x
tendió los límites de su nación , y su poder y su gloria fueron agradables
á los judíos mientras vivió. Así es como el sumo pontificado , y mas tarde la
dignidad r e a l , se hicieron hereditarios en la raza de los Asmoneos. Juan
Hircano , 13o años antes de Jesucristo , sucesor de Simón , aumentó el po
der de los judíos , constituyó el reino de los Asmoneos , mas grande y mas
floreciente de lo que no habia sido el de rey alguno de Israel : Saúl , David,
y Salomón. « Así, dice Bossuet, el pueblo de Dios quedó en pié en medio
« de todas estas pruebas, tan presto castigado, como vuelto á levantar de su
« miseria: preveníale Dios de tal manera, que este pueblo es la prueba mas
« viviente y la mas magnífica de la Providencia divina que gobierna el m u n
« do. » En efecto , la raza de los Asmoneos , tan celosa por la ley de Dios y
siempre bendecida en sus empresas , no fué dichosa sino mientras caminó en
el temor del Señor. La posición de Hircano se hizo ya algo crítica cuando, en
la lucha suscitada entre los fariseos y los saducéos, pareció por fin tomar el
partido de estos últimos, 107 años antes de Jesucristo. La lucha de estas dos
— 104 —
sectas hacia mas tenaz y mas desastrosa la larga y sangrienta guerra civil q u e
encendieron , después de la muerte del hijo mayor de Hircano , Aristóbulo,
las disensiones de su familia. La parle judeo-greca nombró por arbitro á
Pompeyo , que á la sazón se hallaba en Asia. La dominación romana fué,
como de costumbre, la consecuencia de aquel arbitramento. Pompeyo se h a -
bia declarado contra el joven Aristóbulo por Hircano , el último de los hijos
de Alejandro , hermano y sucesor de Aristóbulo que murió tan miserable-
mente. Él le habia ayudado á apoderarse de la dignidad de gran sacerdote.
Hircano aspiraba de nuevo á esta dignidad después de la caida de Pompeyo,
bajo el imperio del César ; pero no pudo obtener la menor influencia política
en J u d e a , hallándose todo el país sometido á la administración del Idumeo
Antipáter, y de sus hijos Heródes y Fasaél. Penetró el Sanedrín los planes de
esta familia idumea , é inquieto mas" y mas por la amistad de Antipáter y de
los romanos , declaró que su posición era incompatible con las costumbres
nacionales. La aplicación arbitraria que hacia Heródes de la pena de muerte
sin el concurso del Sanedrín, y aun otras c a u s a s , provocaron al fin una
insurrección positiva , después de la cual habiéndose Fasaél dado la muerte
y Antipáter envenenado , Heródes (el Grande) sostenido por los romanos fué
proclamado rey de Judea treinta y nueve años antes y tres después de Jesu-
cristo. Este tirano , que no profesaba la religión hebrea sino en apariencia,
procuró con violencia hipócrita oprimir la nacionalidad judía ; y los sacer-
dotes revestir del Sumo pontificado á un judío nombrado Ananel , que habia
hecho venir de Babilonia , para desconceptuar el Sanedrín , é introducir por
fin en la Judea los costumbres romanas. Una sorda agitación , como un m u -
gido lejano, percibíase primero entre el pueblo , que acabó por estallar y
rebelarse abiertamente. Sabido es todo el tejido de intrigas , de ambiciones y
de crueldades que envolvía la familia de Heródes el Grande. Después de h a -
ber dado muerte á uno de sus hijos , desheredó al otro llamado Filipo , para
vengarse de Mariamné, madre del joven príncipe que habia sido cómplice de
una conjuración. No será fuera de propósito dar aquí una sucinta idea de esta
odiosa dinastía, á la cual estaba sujeto el pueblo escogido después que el cetro
hubo caido de las manos de la Iribú de Judá , según estaba escrito en los
decretos de Dios ; y cuyo nombre se halla tan enlazado con los sucesos de la
infancia y de la muerte del Hombre-Dios.
Cuando César se vio vencedor de Pompeyo y dueño de Roma, creyó opor-
tuno exaltar á Aristóbulo, y le envió á Siria con dos legiones, á fin de declarar
este país á su favor; pero Aristóbulo fué envenenado en el camino, y su hijo
perdió la cabeza : obra una cosa y otra de los.partidarios de Pompeyo. P r e -
viendo no obstante Antipáter el poder y la exaltación á que se encaminaba
César, le llevó numerosos socorros , cuando estaba sitiado en Alejandría , y
— 105 —
prestóle ademas útiles é importantes servicios, con los cuales se grangeó la
gracia del dictador romano, y logró para sí el gobierno de Judea, para su hijo
Fasaél el de Jerusalen, y el de Galilea para Heródes , que fué el.peor y el
mas famoso de sus hijos, el cual nació en Ascalon el año del mundo 3 9 3 2 ,
68 antes de Jesucristo. Muchos autores antiguos han suscitado dudas sobre
el origen de su familia. Pretenden algunos que no procedía de los judíos que
habían vuelto de Babilonia , y llegan á afirmar que su padre era pagano , y
que , habiendo sido robado , fué conducido á Idumea , é iniciado en las c o s -
tumbres y en los misterios del judaismo ; pues los Idumeos , desde Juan Hir-
c a n o , realmente observaban las leyes de Moisés. Tenia veinte y cinco años
cuando subió las primeras gradas que debían conducirle al trono. Por el año
40 antes de Jesucristo tuvo Heródes que refugiarse con su familia y riquezas
en una fortaleza de Idumea : después pasó á Egipto con el fin de .ganarse
la voluntad de Cleopatra ; y marchando de allí á Boma , logró que Antonio
fuese su defensor. Todo salió bien á Heródes ; pues resentido el senado de
que Antígono hubiese pedido auxilio á los Partos , enemigos de Roma , n o m -
bró rey de Judea á Heródes; y éste con las tropas suyas que pudo levantar,
y las auxiliares que sacó de Roma al mando de Ventidio , se dirigió c o n -
tra Jerusalen , dio aunque infructuosamente un ataque , en el cual pereció
uno de sus hermanos llamado José , y en otra segunda batalla logró vencer
á Antígono su r i v a l , y formalizó el sitio de la ciudad. Entonces para asegu-
rar sus derechos y su poder casó con Mariamné , nieta del rey Aristóbulo ;
y entrando luego en Jerusalen, con el auxilio de las tropas r o m a n a s . degolló
un gran número de habitantes. Pocos príncipes han hecho correr tanta
sangre para consolidar su poder : no perdonó á ningún partidario de Antígo-
no , principalmente si tenia bienes que confiscar ; y aunque obligado a ceder
á las instancias del pueblo , habia dado el Sumo Sacerdocio al joven Aristó-
bulo su cuñado, bien pronto , temeroso de que éste siendo amado del pueblo
le derribase del trono , mandó ahogarle traidoramente dentro de un baño
en Jericó , y aun supo engañar al pueblo con fingido dolor , y justificarse en
el tribunal de Antonio ; bien que el triunviro atendió mas á los regalos que
á la inocencia de Heródes. Si éste ha conservado en la historia el s o b r e n o m -
bre de Grande es porqué en realidad fué valiente , harto feliz en sus e m p r e -
sas , y llegó á hacerse poderoso; pero careció de todas las virtudes que
pueden constituir la verdadera grandeza del hombre. F u é tiránico , cruel é
inhumano , y nunca quizás hombre alguno tuvo mas fuertes y mas terribles
pasiones. Hizo morir al viejo Hircano , á quien debia la vida cuando era aun
gobernador de Galilea, sin consideración alguna á sus a ñ o s , ni á su antigua
dignidad , solo por habérsele dicho que habia recibido algunos dones del rey
de los árabes. Hizo asimismo dar la m u e r t e , ó con cuchillo ó con veneno, á
1-4
— 106 —
su mujer Mariamné, y poco después hizo perecer á Alejandra, madre de esta
princesa, á cuyos crímenes le animaba su hermana Salomé, no menos cruel
que el mismo Heredes. Al rededor de este monarca, dice un moderno historia-
dor, no reinaba mas que la intriga y la hipocresía: los asesinatos y las ejecu-
ciones públicas mas arbitrarias se sucedian de una manera espantosa. Los
judíos se estremecían bajo este odioso yugo ; pero divididos en sectas religio-
sas , como veremos luego , encarnizados los unos contra los otros, no eran
capaces de obrar de mancomún para emanciparse, como sus antepasados,
del yugo del extranjero, y reconquistar una existencia gloriosa y apacible. El
espíritu filosófico habia apagado en ellas la llama del entusiasmo patriótico,
y la degeneración religiosa habia muerto el heroismo. Mariamné fué la mas
bella princesa de su tiempo, y tuvo la fatal suerte de ser condenada á muer-
te por su marido por sospechas de infidelidad. A una sin igual hermosura
reunia un talento extraordinario. Su desdicha fué el haber sido amada hasta
el delirio por un hombre , que habia tenido mas ó menos parte en la muerte
de su abuelo , de su p a d r e , de su hermano y de su tio , y que habia por dos
veces mandado que le fuese sacrificada en el caso de morir él mismo. El,
célebre lord Byron en sus Melodías Hebreas supone que este feroz Monarca
fué perseguido por la sombra de Mariamné , hasta tanto que el desorden de
su espíritu alteró su salud y le condujo al sepulcro. Murmuraba el pueblo al
presenciar las atrocidades de este rey inhumano; el cual viéndose mas consoli-
dado en su poder después de la victoria d e Augusto, y no teniendo que temer
nada en lo exterior , embelleció á Jerusalen de edificios , y destruyó el t e m -
plo edificado por Nehemías para construir otro n u e v o , que se asemejase
en hermosura al de Salomón. Para calmar ó distraer al menos la justa indig-
nación del pueblo, empezó á emplear sumas considerables en la construcción
del templo, que quiso restituirá su esplendor antiguo ; en-restablecer los
muros de la ciudad ; en construir un teatro y un circo ; y en fundar juegos
quinquenales en honor de Augusto que , engañado por sus adulaciones , le
habia confirmado en la posesión de la Judea. Pero tales fiestas , contrarias á
las leyes y costumbres de los judíos, produjeron quejas y rebeliones, que
Heredes no pudo apaciguar sino con el terror de los suplicios. Sin embargo
de su innata crueldad, habiéndose introducido en la Judea la peste y el
hambre en pos de ella, 25 años antes de Jesucristo , Heródes con su activi-
dad supo atajar felizmente estas dos terribles plagas , llegando á fundir su
vajilla y vendiendo sus alhajas para comprar granos en Egipto, y restituir á
sus Estados la abundancia y la salud; y sin duda fué entonces cuando el
agradecimiento obligó al pueblo á darle el título de Grande. En sus últimos
dias ¡ qué horror ! la cruel suspicacia le convirtió en parricida; pues hizo
ahorcar á sus dos hijos Alejandro y Aristóbulo, por las sugestiones de Anti—
— 107 —
páter , hijo también suyo aun que de otra madre. La historia de los magos y
del degüello de los inocentes de Belén , de que hablaremos mas adelante , y
que tanto se ha popularizado , añaden otra página de sangre á la historia de
este monstruo. En sus últimos años el rey parecia rodeado de fantasmas; su
mirada era sombría é inquieta; sus palabras breves; y sus labios agitados de
movimientos convulsivos. Procuraba extinguir sus remordimientos con nue-
vos crímenes. Contra la ley de los judíos habia hecho colocar una águila de
oro sobre la grande puerta del t e m p l o : espárcese la noticia de su muerte :
los jóvenes derriban aquella águila : Heródes vuelve á levantarse ; apodérase
de los imprudentes y de cuarenta de sus amigos , y todos son quemados v i -
vos. Pero la vida le escapaba , y su cuerpo no era mas que una llaga h o r r i -
ble , que devoraban los gusanos. Habiendo sabido que su hijo Antipáter se
mostraba alegre viendo el fin próximo de su padre, le hizo dar m u e r t e , aun-
que no le sobrevivió mas de cinco dias. Cercano ya á su último trance , y
previendo el júbilo general de todo el pueblo judío que á él seguiría , mandó
bajo pena de la vida á todas las personas de alguna consideración en Judea
que pasasen á Jericó. Después los hizo encerrar á todos en el circo ó hipó—
dramo. Salomó su madre y Alejar su cuñado estaban entonces junto á su
lecho; y este viejo de setenta años , cargado de crímenes que tan lúgubre-
mente borraban sus bellas acciones, se levanta con p e n a , y los ojos bañados
en llanto, les hace prometer que degollarán á lodos los prisioneros del Hipó-
dramo luego después de haber él espirado , á fin de que los judíos de todos
los países derramen á lo menos lágrimas en la muerte. Así quería perpetuar
su cruel irihumanidad aun después del sepulcro! Se le prometió todo lo que
él quería, y espiró con aquel postrer goce de la b a r b a r i e ; pero la sangre
inocente no roció su detestada t u m b a ; y Arquelao , sucesor suyo por t e s t a -
mento, se contentó con hacerle unos magníficos funerales. Augusto confirmó
de pronto la disposición de Heródes ; pero oídas las quejas de los dos herma-
nos Arquelao y Heródes Antipas (de quien hablaremos al tratar de la muerte
del Bautista ), asignó al primero la Judea propiamente dicha , la Tdumea y la
Samaría , bajo el título de tetrarca ó enarca ; al segundo dio la Galilea y la
Pétrea; y á Filipo, hermano de los mismos , la Batanea , la Ilurea y la Tra-
conita, con el propio titulo. Arquelao habia heredado la crueldad de su p a d r e ;
y después de una revuelta , cansado Augusto de oir las repetidas quejas de
los judíos , le llamó como á un simple particular, y le desterró á las Galias,
' seis años después del nacimiento de Jesucristo , dejando la Judea unida á la
Siria, desde cuya época puede decirse que quedó convertida en provincia del
imperio romano. El natalicio de Jesucristo se verificó un año antes de la
muerte de Heródes el Grande. La Judea, p u e s , fué administrada por el p r o -
cónsul de.Siria y un gobernador. El quinto de estos gobernadores de la Judea
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fué Pondo Pilato, el mas conocido de todos por la parte que le cupo en la
pasión y muerte del Salvador : gobernó desde 2 8 á 37 años después del n a -
cimiento de Jesucristo. El gran sacerdote y el Sanedrin administraban los
negocios religiosos; pero en los negocios públicos solo ejercian una influencia
subordinada. En el año 39 de nuestra era el favor de Claudio elevó á H e r ó -
des Agrippa al trono de toda la Palestina ; pero seguida su muerte (cuarenta
y cuatro años después de J. C.) el reino volvió á ser provincia romana admi-
nistrada otra vez por gobernadores de Roma.
En tan deplorable situación se hallaba la nación judía. Los romanos
hacían pesar sobre su frente su yugo de h i e r r o , ademas del yugo de sus
propios opresores , y se le hacia difícil y á veces peligroso observar e x a c -
tamente la ley divina. Hombres profanos disponian , como hemos visto ya,
de la silla de Aaron , colocando en ella arbitrariamente pontífices , y a r r o -
jándolos de ella por capricho. Las diversas sectas de que vamos á hablar
luego , alteraban la pureza de las creencias antiguas, y turbaban los espí-
ritus con la confusión de sus doctrinas. En medio de este caos , la espec-
tacion del Mesías habia mudado de c a r á c t e r ; y en lugar de esperar en
un príncipe que volvería la verdad á los entendimientos , la pureza á las
conciencias , la santidad á las costumbres y á las leyes , y de consiguiente
la paz al mundo ; la mayor parte de los judíos imploraban un rey héroe y
conquistador , que con la espada en la mano los librase de la dominación
extranjera. De otra parte la moral seguia también las creencias; pues la
Judea , que no se habia librado tampoco del contagio del vicio , se iba depra-
vando con espantosa rapidez: su religión no consistía en sus dogmas f u n -
damentales, sino en una multitud innumerable de superfetaciones parásitas,
y las ilusiones de sus rabinos eran anunciadas desde la cátedra de Moisés.
Un pequeño número solamente habia conservado las primitivas tradiciones,
y penetrando el sentido elevado de los oráculos divinos , llamaba con todos
sus deseos el reino espiritual, que es la patria de todos los h o m b r e s , el
hogar de todos los pueblos, y que está destinado á atravesar todos los siglos
para entrar triunfante en la Eternidad. Pero para describir mejor el estado
intelectual del pueblo judío cuando apareció el Redentor, entraremos en
algunos rápidos pero curiosos pormenores acerca de las sectas filosófico-
religiosas que entre ellos dominaban , causa principal de los desvíos de su
entendimiento en cuanto al reconocimiento del Mesías, y en lo cual m u y
pocos autores han parado la atención.
— 409 —
CAPÍTULO NOVENO.
15
— 44 4 —
al contrario á los saducéos bajo un aspecto mucho mas favorable. Con todo,
atendidos algunos de los personajes q u e profesaban aquella secta insensata,
los cuales nos ha conservado la historia , aparecen unos hombres tan p e -
gados á la tierra , que no reconocían la existencia del espíritu. Cifraban en
la fragilidad de la vida toda la felicidad del h o m b r e : para ellos la virtud era
la dicha, y así condenaban por injusta la parte mas numerosa de los h o m -
bres , esto es , los pobres y los desgraciados. En efecto , como se desprende
de las páginas mismas del Evangelio, en tres distintos evangelistas (Matth.
XXII, 2 3 , Marc. X I I , 4 8 , y Luc. X, 47), y lo confirma Josefo en sus Anti-
güedades , rechazaban la creencia en la inmortalidad del alma , en las penas
y recompensas futuras, en la resurrección de los cuerpos. Parecian también
haber negado la existencia de los ángeles , de los espíritus, y nominalmente
de Satanás. Eran, pues, unos verdaderos sensualistas y filósofos de la m a t e -
ria. Así la influencia de los saducéos, poco numerosos de otra parte, no podía
ser mucha en un pueblo tan firme en sus creencias como el de la Judea.
Descontentos igualmente de la dirección que daban á las opiniones del
pueblo los fariseos y los saducéos, muchos judíos, sobre todo los que sentían
u n a necesidad religiosa mas arraigada y profunda, se retiraron en la s o l e -
dad , y formaron la secta de los esenios. Se les halla sobre las riberas occi-
dentales del Mar Muerto, llevando una vida enteramente ascética en el retiro
mas completo , esforzándose, y esta era la idea dominante de su doctrina,
en sustraerse á las influencias de los sentidos, y librarse del yugo del cuerpo
que aprisiona el a l m a , por medio de una disciplina firme y severa por la
abstinencia y la práctica de diversas buenas obras. Tendían á formar una s o -
ciedad de hombres amigos de la verdad , repelían entre ellos todo juramento,
y solo prestaban uno al entrar en la comunidad. Ocupábanse en la labranza,
en el cuidado de los ganados , en varias profesiones , y sobre todo en la m e -
dicina. De ahí la etimología probable de su n o m b r e , que viene de una pala-
bra caldaica, que significa médicos de cuerpo y alma. Su conocimiento de
la medicina y de la naturaleza tenia sobre todo un carácter teosófico , y se
gloriaban también de un don particular de profecía. Su dirección espiritual y
sus opiniones religiosas los acercaban mucho á los terapeutas del Egipto. Sin
embargo, Flavio Josefo da á los esenios un nombre expresivo de llevar una
vida á la vez activa y contemplativa , mientras que el nombre que aplica á
los terapeutas es el de llevar una vida puramente contemplativa. Según F i -
lón , que idealiza á los esenios y los representa como á modelos de una sabi-
duría práctica, desechaban todo sacrificio y pretendían adorar á Dios solo en
espíritu. Josefo , al contrario , pretende que el sacrificio era santo á sus ojos,
pero solamente cuando se celebraba á su manera. Observaban religiosamen-
te la solemnidad del sábado, vivian en comunidad de bienes , y se sometían,
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en oposición al espíritu primitivo de su secta, á una multitud de fórmulas y
de prácticas exteriores , que observaban con una exquisita exactitud : tales
como las lustraciones, la abstinencia de las cosas i m p u r a s , y los cuatro gra-
dos de su gerarquía. Así su piedad tenia á la vez un carácter místico y legal,
contemplativo y servil. Cometióse, p u e s , un error grave cuando se quiso
afiliar directamente los esenios al Cristianismo, según la opinión de Eusebio;
pues les falta hasta la esencia del Cristianismo. Todo lo mas que puede p r e -
sumirse es que las asambleas de los terapeutas pudieron tener cierta influen-
cia en la forma de vida de los monasterios cristianos.
En una obra reciente de Estudios sobre los reformadores contemporá-
neos publicada por Luis Reybaud , al hacer una reseña de las sectas que
en todos tiempos han tenido mas ó menos puntos de contacto con las d o c -
trinas del socialismo m o d e r n o , pone en primer lugar á los esenios y á los
terapeutas. La primera comunidad, dice, que se encuentra en los siglos
es la de los esenios , cuya fórmula se halla tan conforme con la del Cristia-
nismo , que si existiese la identidad de doctrinas (lo cual es falso , como
acabamos de indicar) mas bien pudiera decirse que la ley de Cristo procede
de la filosofía eseniana que no que la filosofía eseniana procede de la ley de
Cristo. Pero ambas procedencias son inadmisibles, por mas que la existencia
de los esenios fuese realmente anteriora la de los cristianos, aunque el sabio
benedictino Montfaucon no consiente en ver en aquellos una secta anterior al
establecimiento del Cristianismo. Lo que de los esenios se sabe , continua
aquel autor , es muy preciso. Josefo y Plinio confirman sobre casi todos los
puntos los pormenores q u e d a Filón en esta materia, y que son los mas explí-
citos. «Llámaseles esenios, dice este autor , palabra que por una etimolo-
« gía un poco arbitraria haré dimanar de hosios ( s a n t o ) , porqué en efecto
« mortales ningunos viven mas santamente, no sacrificando á Dios animales,
« sino elevando sus almas hacia él. Habitan casi siempre en aldeas, huyendo
« de las ciudades para evitar tanto la infección física como el contagio moral.
« Los unos se dedican á la agricultura , los otros á las artes hijas de la paz.
« No acumulan oro ni plata, ni procuran engrandecer sus propiedades con
« nuevas adquisiciones. Conteníanse con lo necesario para satisfacer las pri—
« meras necesidades de la vida. Por esto no se creen menos ricos , porqué la
« riqueza consiste mas bien en la moderación de los deseos que en la exten-
« sionde las posesiones. Entre ellos no se hallará un solo operario que quiera
« trabajar en construir una arma de ninguna especie, una flecha, un dardo,
,« una espada , una coraza , u n escudo. Mas hay todavía : tienen prohibido
« toda especie de comercio, fuente de avidez y de lujo. Fuera esclavos entre
« ellos , todos son libres , todos iguales. Consideran la dominación como u n a
« injusticia y una impiedad , tanto para los que mandan como para los que
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« obedecen ; piensan que se viola la ley de la naturaleza , que ha hecho á
« todos los hombres ¡guales ; y dicen que solo la avaricia pudo romper este
« lazo , soplando la guerra en el mundo. En cuanto á ciencia , no reconocen
« sino lo que concierne á la existencia de Dios y á la creación del universo,
« y sobre todo nuestras leyes morales en las que reina la inspiración divina.
« Estudian en todo tiempo , pero mas particularmente el dia séptimo. F ó r -
« manse á la santidad , á la justicia , á la economía doméstica , á los deberes
« sociales , regulándose sobre tres principios que resumen toda su doctrina :
« Amar á Dios , amar la virtud, amar á los hombres. Su amor para con
« Dios se prueba por la pureza de su vida , por su castidad , por el cuidado
« que tienen de referirlo todo á la Divinidad. Su amor por la virtud resulta
« suficientemente de su menosprecio de todo cuanto sabe á riquezas, placer,
« vanagloria, como también de su paciencia, de su frugalidad, de su t e m -
« planza , de su sencillez, de su constancia y de su respeto á las leyes. En
« cuanto á su amor al prójimo lo prueban por su benevolencia, su equidad,
« su caridad , y por un sistema de comodidad que merece por cierto la
« atención. Los esenios no tienen casa que pertenezca en propiedad á uno de
« ellos: toda habitación es de todos. No solamente viven allí en familia , sino
« que el correligionario de viaje tiene el derecho de ser admitido en ella.
« Las provisiones son comunes , el vestuario , el servicio , el refectorio son
« de todos ; habitan también bajo el mismo techo y comen á la misma mesa.
« En parte ninguna se halla una cosa igual. Lo que cada uno de ellos ha
« ganado con su j o r n a l , tampoco es una propiedad particular : se pone en
« masa para aplicarlo á las necesidades de todos. Los débiles y los enfermos
« no son allí despreciados, ni abandonados : hallan lo necesario en lo s u p é r -
« fluo de los hombres capaces , y pueden disfrutar de ello sin rubor , p o r -
« qué es igualmente propiedad suya. No es posible formarse una idea del
« respeto que profesan á los ancianos esenios , y de la ternura con que les
« tratan. Diríase que son hijos amorosos, que vienen en ayuda de sus padres,
« y estos hijos secuentan por millares. Ved ahí verdaderos atletas de la virtud,
« superiores á los tiros de la calumnia ; pues nadie hay que no se plazca en
« tributar homenaje á la perfección y á la sabiduría de su comunidad. » A
este testimonio de Filón añade Josefo otros pormenores. « Los esenios, dice,
« están unidos por los lazos de una mutua afección. Son los mejores y los
« mas morales de los h o m b r e s ; su principal ocupación es la agricultura ; su
« igualdad es admirable. Todos los bienes son comunes entre ellos , y el que
« es rico no disfruta mas de sus riquezas que el que nada ha llevado. Los
« que practican este género de vida no pasan mucho de cuatro mil.' No se
« casan , ni tienen esclavos. Pero toman hijos adoptivos , y cumplen unos
« con otros el oficio de servidores. Escogen para administrar sus rentas á los
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« mejores de ellos, y confian á los sacerdotes la preparación de sus a l i m e n -
« tos. » Y en otra parte el mismo autor completa estas noticias : « Los e s e -
ce nios hacen poco caso de su vestido, con tal que este sea blanco y decente,
ce No tienen ciudad particular; pero van á alojarse lo unos en casa de los otros:
ce no compran ni venden , sino que cada cual suministra lo que tiene en su
ce poder , y recibe á su vez de otro lo que necesita. Después de haber traba-
ce jado hasta la quinta hora , se purifican , y van á tomar en común una
c< comida, que empieza por la oración. Evitan los juramentos como señal ó
ce causa de perjurios , y no admiten á los extranjeros en su comunión sin
ce iniciaciones y pruebas preparatorias. »
Tal es en sustancia lo que nos ha dejado dicho la antigüedad sobre los
esenios. Fácil es reconocer de ahí que esta secta se hallaba instruida en los
rudimentos del Cristianismo , y esto pudiera hacer mirar como muy admi-
sible lo que opina Montfaucon sobre la posteridad de aquella al estableci-
miento de éste. Porqué ya sea en la abolición de la esclavitud , tan nueva en
las sociedades antiguas , ya sea en estos banquetes en común , tan análogos
con los Ágapes ó la Eucaristía, el código eseniano está lleno de reflejos evan-
gélicos , y en él se vé como despunta aquel ascetismo que produjo mas tarde
los rigores del fervor monástico : sorprendemos en é l , como en su cuna , el
sentimiento exclusivo de la igualdad, llevado hasta la vida común, y algunas
de las castas y varoniles virtudes que predicaron los primeros apóstoles. Sin
embargo , á pesar de tan sublimes elementos , se reconoce en esta institu-
ción la obra del hombre en todo lo que se aparta de la obra de Dios. La
organización de la comunidad eseniana era sobre muchos puntos i n c o m p a -
tible con el desenvolvimiento de las sociedades , y distó mucho de tener ni la
magestad ni la universalidad de la revelación evangélica , aun humanamente
considerada. Y como su combinación no tenia mas mira que la de un solo
sexo , estaba ya de antemano condenada á la esterilidad y á la impotencia.
Ninguna de estas tres sectas, empero , podia en definitiva tener una
influencia preponderante sobre el espíritu religioso del pueblo. Los fariseos,
devotos en apariencia , ahogaban el sentido interior con sus formas e x a -
geradas y su piedad mezquina. ¿ Q u é v i r t u d , qué fe podían inspirar al
pueblo la indiferencia y la duda de los saducéos ? ¿ Qué acción , qué i n -
fluencia podian ejercer sobre la masa los esenios solitarios ? El cuadro de
las divisiones religiosas de los hebreos se completa con el recuerdo de las
luchas y del odio mutuo de los judíos, y de los samaritanos. Estos últimos
derivaban su nombre de S a m a r í a , antigua capital del reino de Israel. El
origen de su separación religiosa remonta al tiempo de Salmanasar , cuando
en lugar de los cautivos conducidos á Babilonia , el vencedor envió babilonios
y cúteos con los que se mezclaron los judíos quedados en Samaría , como
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se induce del libro 2.° de los Reyes y del Paralipomenon. Esta mezcla los
hizo el objeto del odio universal. Aunque paganos por el hecho, pretendieron
desde entonces y siempre ser israelitas de origen. Tristes y deplorables e x p e -
riencias les hicieron desear el volver al monotheismo, y tomar parte en la
construcción del nuevo templo del cual fueron excluidos como idólatras. La
reforma religiosa que deseaban no se operó, pues, entre ellos hasta el tiempo
de Alejandro el Grande por el judío desterrado Manasses. Este volvió á intro-
ducir el Pentateuco entre los samaritanos, y apoyado en un texto del D e u -
teronomio (XXVII, 4 ) edificó u n templo sobre el monte Garizim con la
autorización de Alejandro , y ordenó sacerdotes de la tribu de Leví. Sin e m -
bargo, su liturgia diferia mucho de la del templo de Jerusalen , como de otra
parte los samaritanos diferian de los judíos , no admitiendo otros libros del
Antiguo Testamento que el Pentateuco , y creyendo que el templo en donde
se debia adorar á Dios no podia ser otro que el edificado sobre el monte G a -
rizim. Estaban adheridos á la doctrina de su nación, de un Dios, de una
Providencia , de un Mesías futuro (conversor) , pero la comprendían de una
manera mas lata que los judíos. Las dos naciones se dirigían nombres i n j u -
riosos, como veremos mas adelante, se echaban en rostro la idolatría, evita-
ban toda sociedad entre s í , se rehusaban la hospitalidad , y procuraban en
sus viajes no tocar sus mutuos confines. Combatieron á menudo la una c o n -
tra la otra , y quedaron siempre irreconciliables. Veremos después como J e -
sucristo con sus palabras y acciones les increpaba esta recíproca enemistad.
La influencia de los fariseos habia hecho reinar entre los judíos, con una
apariencia de justicia legal, el fanatismo y la impureza. En general la reli-
gión no era comprendida sino como una cosa meramente exterior. La duda
y la turbación del alma habían sido los resultados de la influencia menos, a c -
tiva de los saducéos. En medio de estas agitaciones religiosas, que aumentaba
aun el yugo de los romanos , dispertábase en los corazones de todos el deseo
y la esperanza de un mejoramiento exterior é interior. Pero cuanto mas t u r -
bada estaba la fe de los judíos, mas se sentian inclinados á interpretar las glo-
riosas promesas del Mesías, según sus deseos terrestres y sus opiniones m u n -
danas. Esperaban un guerrero fuerte y poderoso , conquistador y dominador
de la tierra. Solo un corto número de ellos , representados por los gloriosos
personajes del Nuevo Testamento, Zacarías, Elisabeth, Simeón, A n a , María,
esperaban en un Mesías libertador del error y del pecado. Precisamente al
fin del período á que hemos llegado, apoyándose los judíos en la última p r o -
fecía de Daniel relativa á las setenta semanas de a ñ o s , ( 4 9 0 años) aguarda-
ban el Mesías prometido con una impaciencia que redoblaba cada diá la tira-
nía de los sucesores de Heródes y de los gobernadores romanos. El yugo de
Roma , sobre todo, les era odioso. Y era tal la esperanza que tenian de ser
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libertados de ese yugo , y en tal alta voz la anunciaban , que los paganos
y los romanos principalmente llegaron á conocerlo, y les sorprendió tanto
menos , en cuanto ellos gimiendo también bajo la nueva tiranía de los e m -
peradores , perdida toda creencia religiosa, y desdeñando el culto de sus p a -
dres , deseaban ardientemente un libertador que pusiese u n término á su
incertidumbre, curase sus llagas , calmase sus angustias, y les volviese fe y
esperanza en Dios.
Así es como en todas partes se aguardaba al Deseado de las naciones,
como lo habia predicho el Profeta, y como cada año nos lo recuerda la
Iglesia , cuando entona durante el Adviento el antiguo himno : Rorate cceli
desuper, nubes pluant Justum! El Verbo Eterno no habia jamas dejado de
obrar en el mundo y de derramar su vida y su luz sobre la decaida h u m a -
nidad : pero el mundo no le habia comprendido , ni los suyos , ni los judíos,
ni los paganos le habían recibido, ni habian llevado aun frutos de vida.
Entonces fué cuando el Hijo de Dios dejó las eternas moradas de su Padre,
y se hizo hombre para vivificar , reconciliar , libertar , esclarecer , santificar
á los hombres, y conducir por su gracia y verdad todas las cosas á su eterno
fin. «El Cristo , dice S. Agustín, apareció á los hombres en medio de un
« mundo decrépito y moribundo para dar vida y rejuvenecer todo lo que se
« marchitaba y caía en torno de ellos. » « Sobre todas las estrellas, exclama
« con un piadoso y profundo entusiasmo S. Ignacio de Antioqüía, saludando
« la venida del Hombre-Dios, sobre todas las estrellas del cielo brillaba una
« estrella, de una luz inefable , de una maravillosa pureza. Los astros del
« firmamento , el sol y la luna formaban en torno suyo un coro embelesa-
« d o r ; pero todos recibían su luz y sacaban su resplandor de esta estrella
« única y misteriosa. Y toda magia fué abolida , los lazos del pecado q u e d a -
« ron rotos , la ignorancia fué disipada, el imperio del mal arruinado cuan-
« do Dios pareció bajo la forma humana para dar la vida á todo cuanto p a -
« recia sin ella. Llegado habia ya la plenitud de los tiempos ; Dios enviaba á
« su hijo para rescatar á aquellos que estaban bajo de su ley, y hacerlos sus
«.hijos de adopción..» Este era también el momento mas favorable para e s -
tablecer la influencia universal del Cristiaifismo. Nunca se habia deseado
tanto una religión según el espíritu y la verdad ; nunca el mundo se habia
visto mas preparado á ella : la tan dividida oposición de los judíos y de los
paganos caia y se fundía en el sentimiento universal de la desolación interior
y de la exterior desolación. La situación política de la mayor parte de los pue-
blos civilizados los habia maravillosamente preparado á la acción saludable
del Cristianismo. Roma extendía entonces su imperio sobre casi todo el mun-
do antiguo conocido ; al occidente de este imperio inmenso predominaban la
lengua y las costumbres de R o m a : al oriente las conquistas de Alejandro el
— 420 —
Grande habian hecho triunfar la civilización griega, que habia extendido su
dominio hasta la misma Roma en tiempo de los emperadores. ¡ Cuánto fa-
cilitaba la anunciación del Evangelio la unión de tantos pueblos reunidos bajo
una dominación misma , hablando un mismo lenguaje ! Pablo escribió en
griego á los habitantes de Corintio y de Filipia , á la oriental Éfeso como á la
occidental Roma , á los asiáticos como á los europeos. El amor de las c o n -
quistas habia producido entre los romanos , en vez de su rigorismo primero,
una grande tolerancia con respecto á los cultos extranjeros. Admitíase g e n e -
ralmente que los mismos Dioses habian ordenado los diversos cultos; que
debian tolerarse recíprocamente con tal que se limitasen al país ó al pueblo
á que pertenecían : y de esto resultaba una gran ventaja en favor del sincre-
tismo religioso. Sin embargo , á pesar de la ley vigente que exigia la a u t o r i -
zación del E s t a d o , habia sido tal la invasión de los dioses extranjeros en
Roma , que debieron robustecerse las leyes área sacra peregrina; hasta que
al fin el Cristianismo , vencedor del mundo, se manifestó á los romanos en la
plenitud de su fuerza y de su verdad. ¿ Y cómo no reconocer la mano de la
Providencia en todos estos preparativos tan favorables al anuncio y á la p r o -
pagación del Cristianismo ? ¿ Cómo no exclamar , con el grande apóstol del
mundo: «Dios permitió que todas las gentes quedasen envueltas en la incre-
« dulidad, para ejercitar su misericordia con todos. ¡ O profundidad d é l o s
« tesoros de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡ Cuan incomprensibles son
« sus juicios, cuan inapeables sus caminos!»
El celo de los escribas y maestros de la ley en explicar y comentar
en todas las Sinagogas las profecías relativas á la venida del Mesías , c o n -
tribuyó mucho á extender y fortificar la esperanza en este grande a c o n -
tecimiento. Poco antes de nacer el Salvador florecia el célebre Hillel,
presidente del Sanedrín , uno de los mas ilustres doctores de los judíos
por su nacimiento, por su autoridad y sabiduría. Se c r e e , dice un m o -
derno historiador , haber sido padre de Simeón , el que tuvo la dicha de
recibir en sus brazos al niño Jesús y de presentarlo á Dios en el templo.
La escuela de Hillel fué un semillero de discípulos , grandes teólogos é i n -
térpretes de los libros santos. Entre ellos se han distinguido los autores de
las mas antiguas y autorizadas versiones ó paráfrasis caldaicas , que l l a -
maban targum, especialmente el de Onkelos y el de Jonatan ben Uziel,
que se miraban con igual veneración que la Sagrada Escritura , y se leian
constantemente en todas las Sinagogas, ya en tiempo de Jesucristo ; y a l -
gunos doctores cristianos sospechan que el volumen ó libro que se - entregó
á Jesucristo en la Sinagoga de N a z a r e t , debió ser el targum de Jonatan, de
que hacian uso en aquella Sinagoga. Otra prueba de cuan general era en
aquella época la esperanza en el advenimiento de un Enviado, es la aparición
— \M —
de algunos falsos Mesías, según indican los escritores sagrados del Nuevo
Testamento , y lo confirman Josefo y Celso ; pues varios impostores ambicio-
sos aprovecharon esta coyuntura para usurpar tan encumbrado ministerio.
En tiempo de Heródes el Grande , de quien hemos hablado poco há , tuvo
principio entre los judíos la secta de los herodianos, los cuales creían ó a p a -
rentaban creer que Heródes era el Mesías, como lo aseguran Tertuliano,
San Epifanio , S. Gerónimo, S. Crisóstomo , Teofilaclo y muchos otros e s -
critores antiguos. Sin duda que algunas calidades de oropel y algunos r a s -
gos de pública generosidad de aquel perverso Príncipe en favor del pueblo
judío en sus a p u r o s , y sobre todo la grande obra de la reedificación del
templo de Jerusalen y la solemnidad y pompa con que celebró su dedicación,
darían motivo á que esta creencia tomase cuerpo entre el vulgo y fuese
profesada y propalada por los admiradores ó aduladores de aquel monarca.
CAPITULO DÉCIMO.
CAPÍTULO UNDÉCIMO.
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siguiendo la costumbre h e b r e a , que solia llamar padres á los legales , sin
descuidar la ascendencia verdadera y natural. Y asi no podían ignorar los
judíos que el recien nacido en Belén era su Rey legítimo , siguiendo el dere-
cho hereditario de la casa de David. Y por esto preguntaron los magos al
usurpador: ¿Ubi es qui natus est rex Judeorum? Debiéndose también cumplir
el vaticinio del antiguo Jacob : Non conferetur sceptrum de Juda... denec ve-
nial qui mittendus est (1). «Respecto á que , dice Eusebio de Cesárea , por lo
« tocante á la Encarnación de Nuestro Señor Jesucristo escriben por diverso
« orden los santos evangelistas Lúeas y Mateo y por la diversidad de opinio-
« nes con que por no alcanzar la verdad han escrito los fieles , continuaré-
« mos aquí la relación verídica que los pone concordes , según la demuestra
« Africano escribiendo á Aristides sobre la concordancia de los Evangelios y
« la genealogía del Salvador , el cual se explica en estos términos : Entre los
« judíos , unas veces se cuentan las generaciones según el orden de la n a -
« turaleza-, otras veces según la prescripción de la ley. Llamamos sucesiones
« según el orden de naturaleza , las que van ordenadas por los descendien-
te tes de padre á hijo y nieto por generación natural. Y llamamos d e s c e n -
« dientes según la ley , á aquellos que se substituyen en lugar de hijos al
« hermano siguiente, y los hijos que habia se llamaban del hermano difunto.
<( Y a s í , cuando se contaba el linaje ó descendencia de alguno , acostumbra-
re ban hacerlo por una de estas dos vias , y la misma costumbre siguieron
« los evangelistas en la relación de la genealogía del Salvador , declarando
« el uno sus progenitores, según la generación carnal, y el otro aquellos que
« por ordenación de la referida ley se pudieron y debieron llamar sus p a -
ce dres : y por esto discordaron en el m o d o , pero no en la verdad , porqué
« S. Maleo , siguiendo el orden natural de la generación pone el tercero, an-
ee tes de concluir, á Mathan, el cual dice que engendró á Jacob , que fué p a -
ce dre de José; y S. Lúeas , siguiendo el orden legal dice que Jacob fué hijo
« de Ilelí, que lo fué de Mathat. De donde consta la generación de Cristo,
« según la c a r n e , que fué de los Santos patriarcas, á quienes habia sido p r o -
ce metido.»
Queda , p u e s , históricamente probado que S. Joaquin descendia i n m e -
diatamente de Reyes y era de sangre r e a l , y de la Virgen su hija lo repite
á menudo con S. Bernardo la Iglesia en su celebrada antífona : Regali ex
•progenie María exhorta refulget. Resulta asimismo que S. José y su c a s -
, tísima esposa , siendo primos hermanos , tenian el mismo abuelo que era
Mathan , y de consiguiente comunes todos los demás progenitores. Y esta
CAPÍTULO DUODÉCIMO.
EL Evangelio guarda silencio sobre todo cuanto tiene relación con la unión
conyugal de Maria con su esposo J o s é , descendiente de la casa de David.
Este vacío en la historia de la Madre del Salvador ha de llenarse pues con
la tradición y la autoridad de algunos doctores de la Iglesia. Las sagradas
letras , hablando de la misión del ángel á María , solo dicen que fué enviado
á una virgen desposada con un varón que se llamaba José , y que esta era
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del linaje de David. Asi lo escribió S. Lúeas. María, muertos sus padres,
quedó bajo la custodia de tutores de linaje sacerdotal, entre los que se h a -
llaría quizás el esposo de Elisabeth, cuya alta virtud y parentesco parecían
darle un doble título para este cargo de protección. El celibato era mirado
en Israel casi como una impiedad, y mucho mas en la época de María, pues,
como observa Orsini, la esperanza que habia sostenido á los judíos cuando
el Asirio los trasladó á las orillas del Eufrates , habíase convertido en vivos
deseos de venganza desde que los romanos dominaban en Asia. Los hebreos
esperaban ver muy pronto el dia en que las águilas huirían á la vista del e s -
tandarte de Judá , y en que la enseña de los Macabéos ondearía encima de la
del senado de Roma. Jamas habia aparecido, pues, tan cercano el cumplimien-
to de los oráculos mesiánicos ; y no era por cierto nada propicio el momento
para obtener la gracia que María imploraba desde el fondo de su corazón.
Convocados, pues, todos los inmediatos parientes, que eran del linaje de Da-
vid y de la tribu de Judá , se resolvió dar un esposo á María , y se discutió
con interés y prudencia acerca de la elección. El alma de María , á fuerza de
pureza y de contemplación, adivinaba el Evangelio, y reconocía la excelencia
y gloria de una virginidad perpetua; su resistencia, pues, á escoger un esposo
debia ser igual á su turbación. Parece que un antiguo autor , citado por San
Gregorio Niceno, confirma esta resistencia de María, tímida y modesta empe-
ro, al enlace que se le intimaba, suplicando se le permitiese continuar en el
templo ofreciendo á Dios una virginidad que ya le habia consagrado. Esta
demanda no podia menos que llenar de sorpresa á los que disponian de su
suerte. Cómo ¡condenarse voluntariamente al oprobio y á la esterilidad,
estado maldecido por la ley de Moisés, á extinguir en ella el nombre de su
padre , renunciar á la esperanza de dar un Salvador al mundo ! María en su
amor á la virginidad no podia ser comprendida por aquellos hombres de
ciencia y de ley , cuya razón sin embargo no habia llegado á tanta altura.
Dios, no obstante, tenia reservado á María un esposo para sus designios sobe-
ranos. Permitió sin embargo esta primera lucha en el corazón de María; pero
dirigió al propio tiempo el consejo de los que habian de elegir el esposo . h a -
ciendo recaer la elección cual convenia á los encumbrados fines de su p r o v i -
dencia. La resignación de María á la determinación de sus parientes , ese fíat
anticipado á la voluntad de los hombres preparaba su humilde espíritu al fíat,
que saliendo después de sus labios virginales , hizo abrir los cielos para s a l -
var la tierra. Ved ahí uno de aquellos grandes acontecimientos que , consi-
derado aisladamente , apenas ofrece pábulo á la reflexión ; pero que mirado
como parte del misterioso conjunto que debia dar por resultado la redención
humana , no basta el pensamiento para abarcar su grandeza. La h u é r -
fana María crecia sublime en virtudes delante del Señor y dentro el recinto
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de su templo; pero candida como aquellas palmas cubiertas que no han
sentido todavía el contacto del aire ni del sol. Los sacerdotes , testigos de
aquella santidad prodigiosa, y los parientes mas próximos de la Niña habian
concebido la confianza de que Dios tenia sobre ella sus designios de m i s e r i -
cordia, y que por su medio tendrían fin las prolongadas esperanzas del pueblo
de Dios. Pero para ello era necesario que María se enlazase en matrimonio,
y según refiere la tradición , no dejaron de ofrecérsele esposos ilustres por su
virtud y por su sangre de su misma estirpe , y dignos en apariencia de tan
extraordinaria hermosura y de tan encumbradas virtudes. Pero María habia
hecho ya de su tierno y puro corazón un huerto cerrado y una fuente sellada,
á donde no podia penetrar sino el hálito purísimo de Dios. A él solo habia
hecho el sacrificio de sí m i s m a ; y este sacrificio era incompatible con las
esperanzas que se tenian en su maternidad. Ved ahí un contraste notable,
una situación difícil. Era, pues, preciso ya que la Providencia tomase con su
mano visible el hilo de los sucesos ; que María no apareciese como inobedien-
te y temerariamente opuesta para ser como el oprobio de la familia , f r u s -
trando así las esperanzas que de ella se tenian concebidas; y al propio
tiempo estaba decretado que la virginidad de María , junto con su humildad,
habian de valerle el alto timbre de ser Madre de un Dios. Bajo este aspecto
los desposorios de María se presentan augustos , como el velo del santuario
que oculta á los ojos profanos la presencia real y adorable del Señor ; y la
elección del varón justo escogido por la Providencia para ser el custodio de la
virginidad de María y el depositario de los altos prodigios q u e en ella debian
verificarse , se presenta como un hecho asombroso é importante en el orden
de los eternos consejos de Dios.
María , p u e s , fué prometida y desposada con José , que era como ella
de la tribu de Judá y de la casa de David , y aun se añade que era el jefe
y el heredero principal de aquella familia ya caida. Y si bien chocará á
primera vista que la Hija de Joaquin , dotada de peregrina h e r m o s u r a ,
y educada en el templo como heredera de una familia ilustre, pasase á
la casa de artesano h u m i l d e , reducido á ganar la vida con el sudor de su
rostro, hay que considerar primero q u e , á pesar de esta circunstancia, sien-
do J o s é , como era , de tan ilustre origen , no se tuvo por desigual el enlace,
pues todo israelita era artesano , y todos aprendían algún oficio mecánico,
y la humilde condición del descendiente de David en nada la degradaba á
los ojos del pueblo. Los que juzgan por el estado actual de nuestras s o c i e -
dades de la posición de la sociedad hebrea ; se dejan cegar por un error muy
común á nuestros escritores contemporáneos. Entre los hebreos no habia
castas, como entre los indios y egipcios ; y el noble José a u n q u e tuviese que
cortar árboles y fabricar arados y demás artefactos, de que necesita la c o n s -
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tracción de una casa, no por esto dejaba de gozar de la alta preeminencia de
su nacimiento. En segundo lugar tampoco debe admirarnos la elección de
José si , dando crédito á una tradición no interrumpida y autorizada por
algunos padres de la Iglesia como S. Gerónimo , S. Gregorio N. y Nicóforo,
esta elección se verificó por medio de la suerte, y fué la expresa manifestación
d é l a voluntad divina. Esta antigua tradición, según la refiere S. Gerónimo
y se conserva en la historia del Monte-Carmelo , dice que los varios a s p i -
rantes á la mano deMaria , después de haber hecho oración al Supremo dis-
pensador de las suertes ó fortunas, depusieron por la noche en el templo su v a -
rilla de almendro, y que al dia siguiente el ramo muerto y seco de José hijo de
Jacob que lo era de Mathan, se encontró verde y florido como el que en otro
tiempo proporcionó el sacerdocio á los Aaronidas. A ñ á d e l a misma historia
que un joven de los aspirantes, ilustre por su nacimiento y por sus lazos de
familia con los mas poderosos linajes de Judea , no menos que por sus bienes
de fortuna , rompió la vara de despecho, corriendo á encerrarse en una de
las grutas del Carmelo con los discípulos del grande Elias, haciéndose célebre
después por la santidad de su vida y por su conversión al Cristianismo. Sea
lo que fuere de esta tradición , que se ha hecho ya popular, es imposible
dejar de considerar la intervención del cielo en la elección del esposo de María,
y realmente intervino de una manera asombrosa. El descendiente de veinte
reyes , oculto bajo la humilde condición de un artesano, era el varón justo,
era el destinado por el cielo para guarda y protector de la castidad de María,
pudiendo ésta bajo la custodia de aquel quedar fiel á los votos que habia h e -
cho. Pues si José era pobre á los ojos del m u n d o , era poderoso delante de
Dios por la pureza de su alma y la santidad de su vida. El Evangelio le nom-
bra justo, y sabida es la diferencia entre la justicia vulgar de que se c o n t e n -
ta el mundo , y la justicia superior glorificada por el Evangelio. El escogido
para esposo de María y custodio de su honor debia ser el padre m a t r i m o -
nial y alimenticio del Niño Dios , del Esperado de las gentes , del Redentor de
todas las generaciones humanas : ¿ qué santidad tan eminente debia r e s p l a n -
decer en su persona, capaz de poner envidia á las mismas celestes i n t e -
ligencias? Sus virtudes, pues, le hicieron el primero de su nación , así como
es el único en el excelso privilegio que le cupo. Según la feliz expresión de
Orsini, estaba colocado en mas alto lugar que César en el libro de la vida :
libro inefable que forma los anales heráldicos de la eternidad. La Virgen no
fué confiada al mas poderoso sino al mas digno : así el Arca , á la que no
osaban acercarse los príncipes y los fuertes de Israel, temiendo ser heridos
de muerte, atraía las bendiciones del cielo sobre la casa de un simple Levita,
cuyo pobre techo le dio abrigo. Y María de otra parle recibió del cielo el
premio de su obediencia ; pues sabia por inspiración , ó por otro medio, que
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este hombre justo no seria para ella mas que un protector, un guarda de su
castidad, bajo cuya custodia podia quedar fiel á sus votos. Sencillos fueron
los desposorios de María con J o s é , cual convenia á aquellos tiempos y c i r -
cunstancias. Pero los parientes y amigos de los desposados prepararon las
bodas con mayor explendidez cual se acostumbraba entre los orientales;
pues un matrimonio venia á ser entre los hebreos como un espectáculo p ú -
blico. Á mas de los deudos, todas las personas calificadas de Jerusalen asis-
tieron á la festiva pompa , en la c u a l , sin embargo , no entraron para nada
los placeres del siglo , y menos aun los desmanes de la disolución. Nunca se
habia celebrado en el mundo con tan modesta majestad aquel acto solemne
de la unión conyugal, que después tan altamente habia de ser santificado por
el Hijo de Dios y de María, y que entre los hebreos no tenia mas carácter q u e
el puramente civil. María fué acompañada á la casa del esposo en medio de
una multitud de mujeres ricamente adornadas, y al sonido de arpas, de flau-
tas y de otros instrumentos músicos , agitando todo el séquito nupcial ramos
de mirto y de palmera en señal de alegría. La tierna y santa desposada vestía
con graciosa modestia y se portaba con una dignidad sencilla, que revelaba á
un tiempo á la Virgen candida y á la hija de veinte reyes. Brillaba en su
frente á la par de la virtud del cielo toda la majestad y augusta continencia
de la tierra. Las hijas de Sion, agrupándose al tránsito de los esposos , a r r o -
jaban palmas á sus pies. María debía tener su dia de triunfo en Jerusalen.
Manifestó María en este acto de deferencia á sus superiores, en cuya
voluntad veia la de Dios , un heroísmo superior á todo elogio ; y la que c o n -
sintió en ser esposa sin mengua de su virginidad mereció ser mas adelante
madre sin dejar de ser virgen. Abandonóse confiada á los brazos de José
como á los de la Providencia , admitiéndole por esposo bajo la secreta c o n -
dición de que respetaría su voluntad , y en esto hizo participar al esposo de
su propia grandeza. Vivia á los ojos del mundo como otra esposa cualquiera,
y así como hasta entonces habia estado oculta á los hombres y solo patente á
los ojos de Dios, debió desde aquel momento admitir á un hombre en la con-
fidencia de sus mas íntimos secretos : su virginidad debia ser doblemente
sublime , y consentia en renunciar para siempre á la esperanza de la tan
suspirada maternidad , con tal que conservar pudiese su integridad virginal.
Mas grande se nos presenta aun María al lado de José que en el recinto del
t e m p l o , y su heroísmo debia ir aumentando por grados hasta llegar á la
cima del monte santo del sacrificio maternal. ¿ Y cómo estaba destinado el
desposorio de María en los eternos designios de Dios? El ángel de las escuelas
penetró con su raudo pensamiento algo de este misterio. El que vino al siglo,
aunque fuese Dios , debia presentarse y descubrirse según las leyes y c o s -
tumbres del mismo siglo, inspiradas por Dios mismo para el orden moral de
— 447 —
la sociedad. La genealogía del Dios Humanado debia aparecer, según el t i e m -
po , como procedente de varón , el cual debia asimismo protejer la infancia
de J e s ú s , cuidarle y alimentarle , así como á su madre inmaculada. Debia
desaparecer de la vista y basta del pensamiento de los pueblos toda sombra
de sospecha sobre la conducta de María , la cual era preciso que se hallase
fuera del alcance de la ley que castigaba el adulterio y que miraba como
infamia la virginidad. Y en especial habia de brillar sobre todo recelo é incer-
tidumbre como testigo de la entereza de María su santo esposo , á fin de que
no tuviese ésta que apelar á un misterio para justificarse. De este modo la
Madre del Salvador reúne en sí misma las tres grandes calidades que e n a l -
tecen la condición de la mujer : el ser esposa, madre y virgen; calidades
que si bien incompatibles en el orden común de la naturaleza, se hallan
reunidas en ella como una excepción gloriosa , igual á la que la preservó de
la culpa original, aunque fué hija de Eva. El matrimonio es , pues , honrado
en María como la virginidad , y puede ser presentada por modelo tanto á las
candidas vírgenes , que cual blancas azuzenas consagran á Dios el casto olor
de sus perfumes , como á las esposas fieles y á las madres solícitas , á cuyos
tiernos y amorosos desvelos están reservados en gran parte los destinos de la
humanidad.
Permítasenos un momento de digresión sobre la edad de José cuando
pasó á ser esposo de María. Parece que varios a u t o r e s , y aun entre otros
algunos biógrafos m o d e r n o s , suscriben á la opinión de que este hijo del
moderno Jacob era ya entrado en a ñ o s , como queriendo simbolizar en él la
veneración de la pureza virginal, y hasta buscar como una garantía de la
santa continencia de su esposa , llegando al extremo de suponerle octoge-
nario. Pero un biógrafo de María del siglo pasado (el P. José de Jesús María
de la Orden carmelitana) discurre en esta parte con mas aplomo y acierto,
según nuestro humilde sentir, sobreponiéndose al laudable objeto que se
propondrían algunas antiguas pinturas para simbolizar en el esposo de María
la prudencia y reflexión de la ancianidad , ó apartar del ánimo de los fieles
la menor sombra de duda acerca del misterio de aquella virginidad c o n y u -
gal. Prescindamos ahora del objeto que esta costumbre se propusiera, y
demos lugar á lo que de sí arroja el valor de las siguientes reflexiones. No
es verosímil que Dios sancionara entre los dos castos esposos una desigual-
dad de años repugnante hasta á las apariencias de un enlace propio y bien
concertado , cual queria Dios fuese el de su santísima Madre, para cuya
seguridad no era por cierto necesario apelar á una desproporción chocante
y hasta ofensiva á su eminente santidad ; pues que de ella no necesitaba la
que vivia de continuo íntimamente unida.con su Dios. La desigualdad de los
años llevada al extremo que se supone es una imperfección en la sociedad
— U8 —
conyugal. ¿Y cómo podemos creer imperfecto, ni aun por sombra, el enlace
de María? Por verosímil y conveniente se ha de t e n e r , dice Bernardo de
Bastos , grave autor parisiense , que José, cuando se enlazó con la Virgen
era mancebo y de hermosa figura , para que fuese igual ó semejante á su
esposa , joven y bellísima. Ademas , aun el mismo honor de María estaba
interesado en que la edad de José fuese conforme con la suya , para que t e -
niéndole por padre del niño Jesús nadie pudiese concebir la menor sospecha
con respecto á la madre , recayendo mejor en un joven robusto que en u n
viejo el concepto de la paternidad natural. ¿Y cómo hubiera podido sufrir
un hombre cargado de años las h u i d a s , privaciones , viajes y fatigas á que
estuvo sujeta la vida azarosa de los padres de un infante perseguido ya desde
su cuna , y cuya defensa estaba reservada principalmente á la vigilancia
paternal ? El Evangelio da á José el nombre de varón y no de viejo, y la
virilidad supone la fortaleza del hombre en su edad mas robusta , y no la
caducidad de la vejez. Y si al antiguo José , en Egipto , no faltó en lo mas
ardiente de sus años la fortaleza para resistir á una a m a seductora , ¿cómo
no seria fidelísimo á Dios en su juventud este José ante el templo vivo de
pureza y de honestidad , la incomparable María?
Pasados los siete dias de las fiestas nupciales, los dos esposos r e g r e -
saron á Galilea en la pequeña ciudad de Nazareth , donde José tenia su
pobre y sencillo albergue. Dos ó tres meses pasaron los santos esposos su
dulce y bendecida existencia bajo el humilde techo de su hogar , partido el
tiempo entre el labor y la plegaria. La casta esposa , acostumbrada á tejer
con sus delicadas manos la seda ó el finísimo lino , labraba con hojas de
palma ó cañas , arrancadas de las orillas del Jordan , la estera que cubría
su habitación , amoldándose á los mas groseros trabajos , y saliendo con el
cántaro á buscar agua á la fuente , como las hijas de los patriarcas , ó á la-
var las túnicas en el arroyo como las princesas de Homero. José por su
parte trabajaba en su humilde taller , cuyo lugar designa aun en el dia una
piadosa tradición. Pobres , ignorados en el m u n d o , tan frugales en el vestir
como en la comida , vivían como verdaderos hermanos , inundado el cora-
zón de aquella santa paz que es la alegría del justo. La tierra no los conocia,
y ellos eran la espectacion del cielo para ser después la del universo. Y
mientras José el artesano, y María vestida como una mujer del pueblo, ate-
soraban en secreto virtudes y merecimientos; mientras Heródes el Idumeo
declarado por los romanos rey de los judíos, afectaba dedicarse á grandes
cosas, y ostentar una magnificencia que le valió efectivamente el sobre n o m -
bre de grande ; mientras que el emperador Augusto gobernaba el mundo en
una entera paz ; estaba para llegar la hora suprema que tenia en especta-
cion el cielo, y que debía reconciliar con él la tierra dormida en el letargo de
la opresión y de la muerte.
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Antes de entrar en las reflexiones acerca del grande misterio que se
prepara , fijémonos por un momento en lo que la tradición nos ha c o n -
servado en sus leyendas relativas al santo esposo de María. Este tipo del
esposo cristiano , una de las mas dulces y venerables figuras del Evangelio,
no podia menos de inspirar á los primeros fieles. Imposible hubiera sido
que no dispertara la imaginación ante este anciano que se nos aparece en
el nacimiento del Salvador para velar sobre la joven madre y proteger la
infancia del hijo , y que terminada su tutela , desaparece humildemente en
la historia. Así es que multiplicáronse desde un principio los Historias de
Josef el Carpintero, y ya en el tercer siglo en las reuniones de los fieles
se leian estas biografías tradicionales con las vidas de los patriarcas y de
los santos de la nueva ley. A pesar de su multitud solo dos han llegado hasta
nosotros, y aun incompletas , que los diferentes autores de los apócrifos han
fundido en una sola ; pero que difieren mucho una de otra. Las tenemos a m -
bas en un texto árabe , que los sabios convienen en mirar como una ver-
sión moderna de algún original griego ó siriaco ya perdido, y que Isidoro de
Isolaris descubrió en el siglo XVI en medio de un manuscrito árabe, que c o n -
tenia varios tratados de teología eseolástica. En el estado en que han llegado
á nosotros estas dos leyendas , ó mas bien fragmentos de leyenda , sobre un
fondo verdaderamente cristiano , llevan las trazas de las religiones judía y
mahometana por las cuales ha pasado esta compilación , que mirando á los
hechos, á las ideas , y al carácter del relato , puede tenerse por uno de los
monumentos mas antiguos de la literatura popular del Cristianismo. Walino
cree esta leyenda anterior al cuarto siglo , y en la simplicidad , regularidad y
formas algo secas del estilo reconoce una mano judía. Su origen , según el
mismo autor seria igual al del Evangelio de la infancia del Salvador, del cual
hablaremos mas adelante, universalmente reconocido por una producción
hebrea. ¿Cómo y por qué causas esta leyenda compuesta en las márgenes del
Jordán y traducida en los desiertos de la Arabia ha llegado hasta nosotros ?
Maturino Veyssiere de la Croze cree que pudo llegar por medio de los moros
cristianos de España , entre los cuales este santo tenia un culto particular
Pero sea como fuere, la Hístotia de Josef el Carpintero lleva en u n mayor
grado que las otras leyendas que conocemos el carácter de obra de poesía ;
pues en ella sobresale la imaginación , ó por lo menos la tradición ; y si no
fuese por aquella especie de autoridad de que disfrutó por algún tiempo, nos
inclinaríamos á mirarla como un romance cristiano. Su entrada es e n t e r a -
mente lo mismo que el de las vidas de los santos, que se leyeron durante a l -
gún tiempo en los oficios de las iglesias. Hela aquí literalmente : «En el nom-
bre de Dios uno en su esencia y trino en sus personas. Esta es la Historia de
« nuestro padre el santo viejo Josef el Carpintero : ¡Ojalá que sus bendiciones
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« y sus plegarlas nos sirvan de a y u d a , hermanos mios! Amen. Su vida e n -
« tera fué de ciento y ocho años : su tránsito de esta á la otra vida aconteció
« el vigésimo sexto dia del mes de abib ( j u l i o ) : que su oración nos a y u d e !
« Amen.» Hay en esta simple invocación un cierto sabor que nos trasporta
en espíritu á aquellas piadosas reuniones de fieles, en donde se reanimaba el
valor con la lectura de las acciones de los héroes de la fe; y bajo este punto
de vista debemos colocarnos para percibir el gusto propio de este bello y sim-
ple relato, que el autor pone en boca misma de Jesucristo. «Un dia, dice, que
« nuestro Salvador y Maestro Jesucristo estaba sentado con sus discípulos en
« el monte de los Olivos, les dijo: Habia un hombre llamado Josef, originario
« de Betlem, que habitaba en la ciudad de David. Instruido en la ciencia y
« en la doctrina , habia llegado á ser sacerdote del templo, y conocia ademas
« el arte de construir casas. » Continua en seguida la leyenda, entre algunas
circunstancias que parecen sobrepuestas á lo que la tradición constante nos
ha conservado del Santo p a t r i a r c a , varios pasajes de su vida de que se nos
ofrecerá ocasión de hablar á su tiempo , y sobre todo de su feliz y glorioso
tránsito.
Bajo la sombra , pues , de este augusto enlace debia verificarse el a d o -
rable misterio de la Encarnación del Verbo-Dios , ocultándose á los h o m -
bres como en un sagrado tabernáculo la obra inefable con que el Eterno
iba á dar principio á la redención del mundo. En este matrimonio de vir-
ginidad viene á quedar vencida de antemano la orgullosa serpiente, que
habia visto escapar de su cautiverio la existencia de María , la cual ni por
u n instante contrajo la negra y primera culpa del paraíso. La unión de M a -
ría con José preparaba dignamente el camino por el que el inmortal habia
de descender á la tierra para revestirse de la mortalidad ; y el sacrificio que
hicieron los dos santos esposos de todo lo que a m a el corrompido mundo fué
un precioso preludio del grande sacrificio que se disponía á celebrar el H o m -
bre-Dios, revistiéndose de nuestra mortal naturaleza. Hollaron estos dos glo-
riosos desposados los dos grandes enemigos de Dios, abortos de la culpa o r i -
ginal, el orgullo y el deleite; y prepararon al Señor encarnado un paraíso de
virtud y de santidad sobre la tierra, mas rico y delicioso que el que sirvió de
mansión á nuestros primeros padres en su estado de inocencia. Bellos y p u -
ros como Adán y Eva bajo el soplo de Dios, cubiertos con las alas de su gra-
cia divina , atraian sobre la culpable tierra, que les olvidaba, las bendiciones
del cielo que iba á abrirse para llover al justo por esencia.
CAPÍTULO DECIMOTERCERO.
Reflexiones preliminares acerca del misterio adorable de la Encarnación del Verbo de Dios.
CAPÍTULO DECIMOCUARTO.
suyo una misma cosa , su Hijo la alimenta espiritualmente por medio de las
influencias de su divinidad , y hace con el alma de su madre lo que ésta con
su c u e r p o , comunicándole , si es lícito hablar a s í , su substancia divina , así
como ella le comunica su substancia corporal ¡ Qué unión ! ¡ q u é intimidad !
no puede darse mayor en el orden de la naturaleza que la de una madre con
el hijo q u e lleva en su seno. Todas las disposiciones, todas las impresiones
de la madre pasan al hijo, y lo que obra sobre la u n a , obra por repercusión
sobre el o t r o , porqué los dos físicamente no forman mas que uno. Así m i s -
mo , pues , en el orden de la gracia no hay unión mas estrecha que la de Ma-
ría con Jesús. Las disposiciones, los sentimientos del Hijo pasan al alma de la
Madre. No hay afecto , no hay impresión de que no la haga partícipe , y uno
y otra no forman moralmente sino una misma cosa. María era antes recogi-
da. Mas ¡ qué nuevo género de recogimiento la domina a h o r a , de que ni aun
idea tenia ! Ella antes gozaba de continuo la presencia de Dios. Mas ¡ qué
comparación tiene con esta nueva presencia que la autoriza para decir: Dios
está realmente en m í ; me es mas íntimo que yo misma , y así como mi vida
es la suya , su vida es también la m i a ! Antes estaba siempre en oración.
Mas ahora Jesucristo mismo es quien ruega en ella y con ella , y su o r a -
ción es la misma que la del Verbo Encarnado. Ya no necesita para hallar á
Dios que su espíritu y su corazón se trasporten fuera de sí misma. Ella lo
tiene en s í : su estado n a t u r a l , en cierto sentido , es de estar con Dios ; y el
mismo Hijo único que está eternamente en el seno del P a d r e , reside t e m -
poralmente en el seno de María. Con esto se ha dicho todo : solo falta confe-
sar que es incomprensible.
Mas ¿ qué enseña de nuevo á María el Verbo anonadado en ella ? Le
da luces mas vivas q u e nunca sobre la grandeza de Dios, y sobre la nada
de la criatura. Le comunica sobre la humildad miras y sentimientos que
antes no tenia, ni podia t e n e r ; le enseña que si la majestad divina no
puede ser dignamente honrada sino por las humillaciones de un Dios h e -
cho h o m b r e , todos nuestros homenajes de nada sirven, y no son c a p a -
ces de merecer por sí solos su agrado. ¡ Qué lección , ó Dios m i ó ! ¿ Y quién
nunca la comprendió mejor que la Madre del Verbo Encarnado para dar
á su Padre la gloria que le es debida? María desde aquel momento ya no
pensó mas en glorificar á Dios por sí sola ; tuvo el sentimiento íntimo de
su impotencia, y no le glorificó sino por medio de su Hijo. Nada puedo,
dice, nada soy , nada tengo que ofreceros; solo tengo al Hijo que vos me
habéis d a d o : yo os adoro por é l ; yo os doy gracias de todo por él. No
lijéis en mí los ojos; ¿ qué veríais ? ¿ con qué título mereciera yo ser a d m i -
tida á vuestra presencia ? Mas mirad á vuestro Hijo : es el vuestro , es el
mío. Védle reducido á un estado de anonadamiento para reconocer v u e s -
— 173 —
tra soberanía. No cree abatirse demasiado , y mas se abatiera si le fuese
posible. ¡ Ah! que puedo hacer yo sino unir la nada de mi naturaleza á
su voluntario aniquilamiento, y suplicaros que os sea grato el homenaje
de la Madre en el del Hijo ? S í , María desapareció totalmente á sus propios
ojos desde el momento en que fué Madre de Dios. El Ser infinito, que e n c e r -
raba en su seno , absorvió en cierto modo su ser finito : ni tanto queda p e r -
dida una gota de agua en el océano, como lo quedó ella en el abismo de la
Divinidad. Así se verifica que toda elevación que viene de Dios concentra la
criatura en la humildad mas profunda.
CAPÍTULO DECIMOQUINTO.
23
— 178 —
sublime, llena eomo.se hallaba del Espíritu de Dios , y abrigando en su
seno al Verbo Encarnado. He aquí el cántico:
CAPÍTULO DECIMOSEXTO.
CAPÍTULO DECIMOSÉPTIMO.
26
CAPÍTULO DECIMONONO,
« lo fué de Salatiel, que lo fué de Ner¡. Neri fué hijo de Melquí , que lo fué
« de A d J i , que lo. fué de Josam , que lo fué de Elmadam , que lo fué
« de Hcr. Este fué hijo de Jesús , que lo fué de Eliezer, que lo fué de J o -
« rim , que lo fué de Matat, que lo fué de Leví. Leví fué hijo de Simeón ,
« que lo fué de Judá , que lo fué de José , que lo fué de Jonás , que lo fué
« de Eliaquim. Éste lo fué de Melea, que lo fué de Menna , que lo fué de
« Malatá , que lo fué de Natán , que lo fué dé David. David fué hijo de Jesé,
« que lo fué de Obed , que lo fué de Booz , que lo fué de Salmón , que lo
« fué de Naason. Naason fué hijo de Aminadab , que lo fué de Aram , que
« lo fué de Esron , que lo fué de Farés , que lo fué de Judas. Éste lo fué de
« Jacob , que lo fué de Isaac , que lo fué de Abraham , que lo fué de Tharé,
« q u e lo fué de Nacor. Nacor fué hijo de Sarug , que lo fué de Ragau , que
« lo fué de Faleg , que lo fué de Heber , que lo fué de Salé , que lo fué de
« Cainan , que lo fué de Arfaxad. Éste fué hijo de Sem , que lo fué de Noé,
« que lo fué de Lamec. Este fué hijo de Matusalé, que lo fué de Henoc,
« que lo fué de Jared , que lo fué de Malaleel, que lo fué de Cainan. Cainan
« fué hijo de Henos , que lo fué de S e t , el cual fué hijo de Adán , que fué
« criado por Dios.»
Parece que en las últimas catorce generaciones , esto e s , en el tercer
periodo, desde la trasmigración de Babilonia hasta Cristo, se excluyeron los
tres reyes Ochosias, Joas y Amasias , por causa de su impiedad , y de la
predicción de Elias cotra Achab, rey de I s r a e l , de quien descendían pol-
la cruel Athalia , su hija. Contra los descendientes varones de Achab se
cumplió literalmente la profecía que solo contra éstos se habia fulmina-
do ; por manera que los crímenes de aquel monarca impío fueron c a s -
tigados en sus sucesores por Athalia «hasta la tercera y cuarta g e n e r a -
ción» en cuanto sus nombres fueron borrados de la genealogía del Mesías.
En la genealogía descrita por S. Maleo se ve con asombro resaltar la P r o -
videncia divina en la circunstancia que Jesucristo escogió para su n a c i -
miento , demostrándose en las revoluciones que esperimentó la familia p r i -
vilegiada de Jesús. Tan presto la vemos sobre el trono como entre cadenas,
y al fin en la oscuridad de una vida privada y laboriosa. ¿Quién no h u b i e -
ra creído ver mil veces destruidos los designios de Dios ? Mas lo qué p a r e -
ce aniquilarlos es lo que acelera su ejecución. Y no por esto se diga, como
se ha oido mas de una vez entre nosotros , que la Providencia , dirigiendo
los sucesos á sus fines, coarta la libertad humana ; nó : Dios deja obrar
la libertad humana sin restricción , y sea cual fuere la combinación de los
acontecimientos que se suceden á su impulso , la Suprema Sabiduría los di-
rige al cumplimiento de sus miras sobre el individuo y sobre la humanidad
entera. Sentar lo contrario , ó es ignorancia, ó impiedad. Resuelto estaba en
— 209 —
los consejos supremos, que en un tiempo dado y predicho el Verbo increado,
hijo del Padre, tomaría un cuerpo en el seno de una Virgen; que de esta unión
admirable del Verbo con la carne resultaría un Hombre-Dios ; que éste, hijo
únicode Dios, seria en el tiempo el hijo de Abraham , de I s a a c , de Jacob,
que descendería de David y de Salomón , que reuniria en su persona todos
los derechos de la familia real de Judá. Mas cuántos obstáculos por el cumpli-
miento de estas profecías ¡Cuántas revoluciones en el trascurso de dos mil
años! No importa : nada podrá oponerse á la ejecución de la promesa : ni la
vejez de Abraham , que tenia cien años cuando se le prometió á Isaac, ni la
esterilidad de Sara , ni el rencor de Ismael contra Isaac , ni el furor de Esaú
contra Jacob, ni el crimen de J u d á , ni la permanencia y opresión de los i s -
raelitas en Egipto, ni la aparente desigualdad de enlace en Salmón y en
Booz , ni el adulterio de David , ni la idolatría de Salomón , ni la infidelidad
de la mayor parte de sus descendientes, ni la cautividad de Babilonia, ni la
pobreza á que se hallaba reducida la familia dé*David , ni la dominación de
los romanos , ni la impiedad de Heródes rey de los judíos. Llega el dia del
Señor prenunciado por los siglos : nace el Salvador en el dia y momento s e -
ñalado en los consejos de la Eternidad : nace el hijo de David á quien los j u -
díos esperan como al que debe restablecer el reino de sus p a d r e s , el hijo de
Abraham, en quien todas las naciones deben ser bendecidas, y que en calidad
de Hijo de Dios y de primogénito entre los hijos de los hombres , será antes
su rescate y su víctima , para ser después su pontífice , su juez y su rey.
La cronología de Jesucristo descrita por S. Lúeas difiere algún tanto de
la que nos refiere S. Mateo ; pero no por esto están en oposición , y la única
diferencia consiste en que S. Mateo la considera por la parte de S. José esposo
de María , y S. Lúeas la toma por el lado de María. San Mateo, descendiendo
desde Abraham á S. José, esposo de María, habla de hijos propiamente dichos
por via de generación : « Abraham engendró á Isaac , Isaac engendró á Ja—
« c o b , etc. Pero S. L ú e a s , remontándose desde Jesús hasta Dios, habla de
« hijos en la acepción lata de la palabra , y por esto se sirve de una e s p r e -
« sion indeterminada diciendo : Jesús , siendo como se creia , hijo de Helí,
« el cual lo fué etc. » Que S. Lúeas no habla siempre de hijos propiamente
dichos y por via de generación , aparece desde luego en el primero y último
que nombra , porqué Jesús no era sino hijo presunto de José , porqué José
era el esposo de María Madre de Jesús , y Adán no era hijo de Dios sino por
via de creación. Debe ademas reconocerse en la genealogía descrita por San
Lúeas á dos hijos impropiamente dichos, es decir , dos yernos , en vez de
hijos. Como los hebreos no hacían entrar á las mujeres en su genealogía,
cuando una familia acababa por una hija , en vez de nombrar la hija en la
genealogía se nombraba el yerno después del padre de su mujer. Los dos
27
— 240 —
yernos que se han de reconocer en S. Lúeas son José, yerno de Helí, y S a l a -
thiel yerno de N e r i ; y esta sola observación basta para salvar toda dificultad;
pues José, hijo de Jacob , como lo dice S. Mateo, fué yerno de Helí, como lo
dice S. Lúeas; y Salathiel, hijo de Jeconías, como expresa S. Mateo, fué y e r -
no de Helí, como lo dice S. Lúeas. Todo lo demás se concilia perfectamente.
María era pues hija de Helí, así llamado por abreviación ó síncope , en vez
de Heliacim, nombre que en hebreo es lo mismo que Joacim ó Joachim. José,
hijo de Jacob, y María hija de Helí, tenian un común origen, descendiendo e n -
trambos de Zorobabel, José por Abiud, el hijo mayor , y María por Resa , el
hijo m e n o r ; por donde los dos derivaban de dos ramas salidas de David, á s a -
ber, de la rama real cuyo jefe era Salomón, y de la otra rama cuyo jefe era
Nathan. Por Palathiel, padre de Zorobabel é hijo de Jeconías , José y María
descendían de Salomón , hijo y heredero de David. Y por la mujer de P a l a -
thiel , madre de Zorobabel é hija de Nerí, de quien fué yerno Nerí Palathiel,
José y María descendían de Nathan, otro hijo de David. Por manera que J e -
sús, hijo de María, reunía en sí toda la sangre de David. S. Mateo no remonta
la genealogía de Jesús sino hasta Abraham : esta era la promesa del Mesías
hecha á los judíos; pero S. Lúeas hace subir esta genealogía hasta Adán. Esta
es la promesa del Mesías hecha á todos los hombres. Téngase presente cuanto
queda dicho anteriormente con respeto á los ascendientes de María.
CAPÍTULO VIGÉSIMO.
CAPÍTULO XXI.
28
— 218 —
que no admitia dilación. Este viaje penoso duró cinco días , después de los
cuales los pobres viajeros distinguieron á lo lejos Belén , la ciudad de los r e -
yes, situada sobre una eminencia rodeada de risueñas colinas. Orígenes, San
Epifanio, y S. Gregorio Niceno, hablando de la natfyidad del Salvador son de
parecer q u e la Virgen no dio á luz luego de su llegada á Belén , sino q u e p a -
saron algunos dias para que se cumpliese el tiempo del alumbramiento; y ya
sea por la multitud de gentes que acudia allí de todas partes , ya por la e x -
trema pobreza de los santos esposos, ó sea por verse á una mujer tan c e r -
cana al parto , no encontraron recibimiento. Quiso Dios para consuelo de t o -
dos los pobres q u e forman la parte m a s numerosa de la humanidad , que su
propia Madre no encontrase albergue en el mesón, ni asilo en parte alguna; y
así se vio obligada á'retirarse á una gruta ó caverna abandonada , que servia
de establo ó de guarida á los ganados á cierta distancia de Belén , y allí dio á
luz al Señor del universo. Esta falta de albergue ú hospitalidad en u n a casa
pública, y la resolución q u e tomaron los santos esposos de salir de la ciudad,
hace conjeturar fundadamente que fueron asimismo rechazados de todos los
parientes que María y José debian tener en la ciudad de David : país de sus
progenitores ; pues todos los descendientes de aquel monarca miraban esa
pequeña ciudad como su país nativo y la cuna de su casa ; y allí debieron
reunirse todos para dar su nombre y el estado de sus bienes, según las ó r -
denes del César. ¡Qué ingratitud , qué crueldad la de aquellos belenítas , en
cerrar á los santos esposos las puertas de su casa y las de su corazón ! ¡ Qué
dignación la del Verbo , oculto en el seno m a t e r n o , en ir mendigando entre
los suyos , según la carne , entre sus mismos allegados, algunos palmos de
techo hospitalario para nacer 1 Fatigados por el cansacio y privaciones de t o -
do género , llegados al término en donde esperaban hallar un reposo , a q u e -
llos santos viajeros solo encuentra una fatiga mayor todavía. Buscan llegados
á Belén una casa para hospedarse , y no la encuentran ; avanzan en lo i n t e -
rior de la ciudad , recorren todas sus calles, todo está lleno: retroceden ,
ruegan , solicitan , todo es inútil: parientes , amigos, conocidos, todos se
hacen sordos á su voz , no reciben m a s que desaires, desprecios, insultos.
Estando en su patria , eran tratados como extraños; y viniendo á morar el
Señor entre los suyos no le recibían. El oro que ha sido siempre y es todavía
el ídolo principal de los judíos, se hubiera abierto paso en todas partes; pero
José no tenia el oro vil de las riquezas, sino el oro purísimo de la santidad,
que el mundo desprecia ; y el niño Dios oculto que buscaba albergue era el
Dios de los indigentes , aquel Dios mismo que habia de decir después : Bien-
aventurados los pobres! El frió , la noche, el t u m u l t o , el ruido de una m u l -
titud de forasteros, el concurso público aumentan aun su pena , su e m b a r a -
zo , su fatiga. ¡En qué estado de abandono y de inquietud se hallarían María y
— 219 —
José! ¡ O mundo ingrato y desalmado I asi desprecias la indigencia , así h u -
millas la virtud , así tratas á tu Salvador aun antes que te nazca! Mas la p a -
ciencia de aquellos santos esposos es invencible: no se les escapa ni una p a -
labra, ni un sentimiento de queja, ni de murmuración. Saben mejor que los
demás hombres los secretos de la conducta de Dios : no ignoran que aquellos
á quienes destina para sus obras mas grandes deben ser pasados por el c r i -
sol de las pruebas mas duras. ¿ Qué partido, pues, se verán obligadosá tomar
en su resignación asombrosa ? «A la parle del mediodía, dice Orsini, y poco
« lejos de la ciudad inhospitalaria abríase una oscura c a v e r n a , excavada en
« la roca: caverna cuya entrada miraba al norte , y que haciéndose mas a n -
ee gosta hacia el fondo, servia de establo común á los belenitas, y algunas v e -
ce ees de asilo á los pastores en las noches de tempestad. Los dos esposos hen-
ee dijeron al cielo que les había deparado aquel asilo salvaje, y María , a p o -
ce yándose en el brazo de J o s é , fué á sentarse sobre una roca desnuda que
ce formaba una especie de asiento estrecho é incómodo en lo mas hondo
ce de la cueva.» Allí condujo Diosa las dos personas massantas de la tierra, y
á las que él mas amaba. María y José no desconocen la mano que les dirige:
la adoran con amor y resignación , y para recompensar su fidelidad el Señor
va á colmarles de sus favores mas insignes , y darles el consuelo de ser ellos
solos los dos primeros que tendrán la dicha de ver al Yerbo encarnado.
Tal es en compendio la historia del viaje de los santos esposos á Belén,
y de su acogimiento á la cueva inmediata. Según Brocardo en su descripción
de la tierra santa , la distancia de Nazareth á Jerusalen es de veinte y siete
leguas, y dos desde Jerusalen á la patria de David , que son veinte y n u e v e ;
las cuales no es de extrañar las hiciesen en cinco dias, como dejamos insinua-
do , atendida la fragosidad y abandono de los caminos en aquella época leja-
na. Algunos autores graves suponen que la Virgen hizo esta jornada á pié , y
así lo siente el Crisóstomo cuando dice : ce José y la madre del Señor no t e -
ce nian siervo ni sierva , ni jumento , y así solos vinieron desde Nazareth. »
Con todo, Nicolás de Lyra , Riquelio y otros no menos graves expositores ,
y es lo mas probable , afirman que en un jumento hizo María esta jornada
CAPÍTULO XXII.
29
— 226 —
7S0. Mas ¿quién no vé las muchas incertidumbres que hay también en los
datos de este último cálculo? ¿Y cuánto no aumenta la incertidumbre, y cuan
insolubles se hacen las dificultades cuando se quiere determinar el mes y
el dia del nacimiento de Jesucristo? Pues S. Gerónimo decia ya en el siglo IV
en su sermón sobre la Natividad del Señor : Sive hodie Christus natus est,
sive baptizatus est, diversa quidem fertur opimo in mundo , et pro traditionum
varietate sententia est diversa. Sepp , sin embargo , ha procurado probar por
cálculos muy convincentes, que el dia de la Natividad de Nuestro Señor debió
ser el 2 5 de Diciembre del año 7 4 7 después de Roma. Y en cuanto al mes y
al d i a , tal es la tradición que domina entre nosotros , la mas constantemente
recibida , y la que está apoyada en la práctica y doctrina de la Iglesia. Según
los mas acreditados expositores, se verificó este grande acontecimiento el año
4000 del mundo , ó sea de la creación del h o m b r e ; el 2 3 4 4 del diluvio u n i -
versal ; el 4 916 de la salida de Abraham de Ur de los Caldeos; el 1486 de
la salida de los judíos de Egipto ; el 1007 de la fundación del Templo , y el
584 de su destrucción ; el 4709 del período Juliano, el 4." antes de la era
vulgar Cristiana , el 4.° de la Olympiada CXCIII; el 450 de las semanas de
Daniel, el 37 del reinado de Heródes, el primer rey extranjero que tuvieron
los judíos , á fin de q u e , según las profecías , en especial la de Jacob , no e s -
perasen ya otro rey que al Mesías.
No será fuera de propósito, después de dada una idea del tiempo,
hablar algo del lugar en que nació Jesucristo. La fe se limita á decirnos
que nació en un p e s e b r e , ó establo. Veamos lo que hay en el dia de este
punto de la tierra mas famoso que el de todos los tronos de los reyes del
mundo. « Dos escaleras que dan la v u e l t a , cada una de quince gradas,
« dice el vizconde Chateaubriand en su Itinerario, se abren á los dos lados
« del coro de la iglesia exterior , y descienden á la iglesia subterránea que
« está debajo del c o r o ; y este es el lugar para siempre venerado del naci-
« miento del Salvador. Antes de entrar allí, el superior me puso un cirio
« en la mano y me hizo una breve exhortación. Esta santa gruta es i r r e -
« g u i a r , porqué ocupa el sitio ó solar , irregular también, del establo y del
« pesebre. Tiene treinta y siete pies y medio de largo , once pies y tres pul-
« gadas de a n c h o , y nueve pies de elevación. La gruta está cortada en la
« roca cuyas paredes están revestidas de mármol, y el pavimento de la g r u -
« ta es igualmente de un mármol precioso. Estos adornos se atribuyen á S a n -
« ta Elena. La Iglesia no toma luz alguna de la parte exterior , y solo está
« alumbrada por treinta y dos lámparas enviadas por varios principes c r i s -
« tianos. En el fondo de la gruta por el lado de Oriente es el lugar en que
« la Virgen parió a l R e d e n t o r . d e los hombres; y este lugar está señalado
« por un mármol blanco incrustado de jaspe , y rodeado de un círculo de
• — 227 —
« plata radiado en forma de sol, a cuyo alrededor se leen estas palabras :
CAPÍTULO XXIII,
CAPÍTULO XXIV.
31
— 242 —
cristo sujetándose á ella , quiso llevar sobre su carne esta marca servil y
sello al mismo tiempo de su filiación , para acreditar contra el espíritu del
e r r o r , cuyas imposturas se proponía ya disipar, que era verdadero hombre,
hijo de Adán como todos los demás , y prometido á la posteridad de los p a -
triarcas. Quiso sujetarse á una ley que venia á derogar, y que derogaba en
el acto mismo de someterse á ella; pues no era la circuncisión exterior la que
pretendía establecer entre los hombres , sino la del corazón, que él practica-
ba de un modo sublime al tiempo de ofrecer su carne inmaculada al cuchillo
de la ley. Ninguna raíz de vicio habia que cortar en su pecho; pero habia sí
grandes sacrificios que h a c e r , á los que ya se anticipaba de un modo p r o -
porcionado á la edad y debilidad de su cuerpo. Los demás niños, dice San
Epifanio, no son autores de su circuncisión, sino sus padres ; pero Jesucristo
así como dispuso su encarnación y s a concepción , así dispuso el ser c i r c u n -
cidado ; y como no carecia del uso de la razón al par de los demás niños,
según indicamos al considerarlo en el seno de María, era mucho mas i n t e n -
so el dolor del sacrificio. Mas la gran virtud que descuella en este misterio es
la humildad , porqué sobre ella descansa toda la misteriosa economía de
la redención h u m a n a . El orgullo es el que introdujo la muerte , y la h u m i l -
dad debia restablecer la vida. Los que no hayan penetrado en esta sublime y
prodigiosa economía de Dios en la reparación del mundo , cual nos la p r e -
senta la Religión , extrañarán-sin duda que el Mesías reparador aparezca en
el mundo sin ninguno de los brillantes aparatos al través de los cuales saben
buscar únicamente los ojos del homfere la majestad y la gloria. Pero el m u n -
do moral está sujeto á leyes muy distintas. La naturaleza humana , contami-
nada y decaida en su origen por la altivez de la criatura, necesitaba de un
Reparador , que por medio del mas profundo sacrificio de sí mismo volviese
á concillarse la gracia y amistad de Dios , que habia perdido : y aunque este
reparador fuese eli Verbo de Dios, convenia que apareciese con todas las
condiciones de la humildad y del abatimiento á los ojos de los mortales, de
quienes debia ser el modelo y la guia , aun cuando en el orden de los e s -
píritus , esto es , en su propia persona, encerrase toda la grandeza y toda la
gloria d é l a Divinidad. Humillóse sin degradarse; abatióse sin envilecerse:
conservó en sí propio toda la elevación de un Dios, descendiendo á la ínfima
condición de la criatura. Como habia criado al hombre á su semejanza, no se
desdeñó de tomar su figura, sus formas, de sujetarse á sus miserias naturales
á sus sufrimientos : escogió el estado mas pobre y abatido : el desierto, la n o -
che , el frió , la desnudez: aquí es en donde encerró para el mundo y para el
universo la lección sublime que era el objeto de su misión : la necesidad que
tiene el hombre de humillarse para ser digno de subir, de abatirse para ser
ensalzado. Hé aquí la felicidad que venia á traer al m u n d o , pero nó al m u n -
— 243 —
do altivo y orgulloso , nó al mundo envanecido y endiosado, sino al mundo
humilde, al mundo mortificado , al mundo sencillo y pobre de espíritu. ¿Y
cómo , si hubiese nacido sobre un solio rodeado de los brillantes pero efíme-
ros atributos del poder , hubiera podido decir, después á la faz de la tierra :
Bienaventurados los-pobres, los que sufren, los que lloran, los mansos y
humildes de corazón! Ved ahí toda la economía del Cristianismo compendia-
da en el misterio de Belén.
Así q u e , no fallan palabras á la Esposa del Cordero para engrandecer
al humilde Niño circuncidado en una cueva como el mas obscuro infante de
Israel. En é l , á pesar de su espontáneo abatimiento, terminan las c e r e -
monias de la ley antigua; disipase el temor como una niebla i m p u r a , y nace
y brilla una nueva alianza entre Dios y los hombres. Jesucristo , rayo del
verdadero s o l , y esplendor de la luz del Padre , lleva al nacer en su ensan-
grentado cuerpecito el oprobio de nuestros pecados , siendo él impecable , y
esta purísima sangre que tiene ya la virtud de borrarlos y que gotea de los
tiernos miembros del divino Infante , es para nosotros como una prenda de
que un dia la derramará toda. El nombre que hoy recibe es la admiración
del universo , y á él solo se postrarán el cielo , la tierra y los abismos.
Y en efecto , la humildad fué la que trasformó la faz del mundo , y la
que dispuso al hombre para recibir en sí la gracia y los beneficios inmensos
de la Religión. Ella es la que animó la f e , dio alas á la esperanza y sopló
la llama de la caridad. Esta virtud era la mas desconocida en el mundo
antiguo , aletargado en el sueño de muerte en donde le sumiera el orgullo.
Los filósofos mismos, los que estudiaban al hombre y le daban lecciones para
mejorarle, la ignoraban , ó la tenian no por una virtud, que significa fuerza,
sino por una debilidad. La temperancia , la rectitud , el desprendimiento , el
amor á la patria y á los hombres , hasta el olvido de las injurias y el hacer
bien á los enemigos , fueron virtudes conocidas y predicadas, sino practica-
das por los antiguos sabios. Pero la razón humana , obcecada y vacilante,
no podia dar por sí sola con el gran remedio que debia arrancar de cuajo la
raíz pervertida que lesiaba el corazón h u m a n o ; no podia adivinar que el
hombre para engrandecerse debiese primero pasar por un voluntario a b a t i -
miento ; no podia, ni aun concebir, que en la mayor flaqueza aparente, cual
es la humildad , se encerrase la mayor fortaleza , la mayor virtud , la f u e r -
za asombrosa que quita el rayo de las manos de Dios y reconcilia la tierra
con el cielo.
Es digno de observarse que en los otros misterios de humillación y de
sufrimiento , que admiramos en la historia de la vida del Hombre-Dios,
siempre resalta de otra parte alguna señal de su grandeza , algún destello de
su divinidad. Nace pobre en un establo; pero el cielo desciende á la tierra
— 244 -
para entonar Himnos de gloria sobre su cuna , y es adorado de almas s e n -
cillas , de potentados y de sabios. Presentado en el templo como los demás
n i ñ o s , es reconocido por el Salvador de Israel. Fugitivo hacia el Egipto,
huyendo de la cuchilla de un tirano, un ángel predice su inminente peligro.
Perdido en Jerusalen asombra á los sabios de la ley con su elocuencia. Pobre
y humilde antes y durante su predicación , los cielos dan testimonio de su
divinidad, la gloria le rodea sobre el Tabor. Con solo decir yo soy, d e r -
riba en tierra la turba que va á prenderle , después de haber recibido de un
ángel la copa de sus dolores , la majestad de un Dios se trasluce al través de
las mas crueles ignominias ; y arbitro de la naturaleza durante su vida, ésta
se estremece en el momento en que espira. Mas en el misterio de la c i r -
cuncisión todo es flaqueza y dolor , todo es humillación y sacrificio : n i n -
gún rayo de divino poder se escapa al rededor de este misterio. El niño
Dios consiente sobre sí esta señal para recordar á los judíos que nacian p e -
cadores, y que el pecado de origen se propagaba por la generación. Era c a m -
biar el signo de su dependencia de Dios, y de su s e r v i d u m b r e , s e m e -
jante al que los señores imponían en el cuerpo de sus esclavos, ceremonia
de consiguiente mas humillante aun que dolorosa , por cuanto era el r e -
conocimiento de una doble esclavitud, la de la naturaleza y la del p e -
cado. ¿ Cómo , pues , consintió el Hombre-Dios en que se marcase sobre su
inocente carne este sello de ignominia? Inferior á Dios por su humanidad,
se place en reconocer su dominio sobre é l , se constituye el mas d e p e n -
diente de todos los hombres , y quiere llevar en su carne el sello de esta
dependencia. Aunque impecable por esencia, no ha olvidado que se h u -
manó para representar en su persona á los pecadores, y no pudiendo c o n -
traer la mancha del pecado , quiere al monos que su carne lleve la mancha
de la culpa, para manifestar con esto que es su voluntad el prestarse por
víctima. ¡Inauguración sublime del sacrificio que consumará sobre la tierra!
CAPÍTULO XXV.
CAPÍTULO XXVI.
Jjos pastores y los reyes fueron las primeras tradiciones de que nos hablan las
historias, y las mas análogas á la primitiva sencillez de las sociedades. Los pri-
meros jefes de las familias fueron pastores y reyes á un mismo tiempo , reu-
niendo á la sagrada corona de la paternidad , las riquezas y la simplicidad de
costumbres de la vida pastoril. El mismo Jesucristo, que es el Rey délos siglos,
y el símbolo perfecto de todas las grandezas h u m a n a s , se nos ofrece á sí mis-
mo como un buen pastor de almas. Y á pesar de la refinada corrupción á que
han descendido las sociedades , los sencillos creyentes se reúnen todavía bajo
el báculo paternal de su pastor, que representa en la tierra al Pastor u n i -
versal de toda la grey cristiana. Los pastores de Judá fueron los primeros en
prestar sus homenajes al Dios recien nacido: seguirles debian los sabios y los
reyes de la tierra. No tardó mucho tiempo después del nacimiento de Jesús,
á ser éste revelado por medio de los astros á graneles distancias. Magos ó
sabios en la Caldea se dedicaban á estudiar el curso de las estrellas, porqué
la astronomía , en la sencillez de las antiguas costumbres, ejercia una g r a n -
de influencia en el elemento moral del espíritu humano. Nada presenta á la
imaginación una sombra mas magnífica de lo infinito, ó mas bien , nada en
el mundo de los cuerpos refracta mejor aquella grande idea que estos e s p a -
cios , los cuales parece desafian el poder y la capacidad de nuestro pensa-
miento ; estas fuerzas que recorren distancias incalculables con tanta c e l e r i -
dad , que estas mismas distancias , cuya sola idea nos confundía , quedan á
su voz como vencidas y absorvidas por el movimiento. No , nunca nos pene-
tra tan vivamente la idea de orden , como cuando entrevemos una compli-
cación infinita de movimiento en el seno de una calma inmensa. Enséñanos
la historia del espíritu humano que esta ciencia gloriosa es la primogénita
de las ciencias físicas ; que fué la primera en producirse y desarrollarse , ya
durante su infancia en la antigüedad , ya al partir de la adolescencia en los
siglos modernos. Los sabios , pues , que la cultivaban, instruidos sin duda
32
— 250 —
en las primitivas tradiciones, divisaron una estrella de primera magnitud , y
por su marcha extraordinaria , ó por oirás no menos ciertas señales , r e c o -
nocieron en ella la estrella de J a c o b , vaticinada no solo por los oráculos
hebreos , sino por las viejas tradiciones de la Arabia.
Largas disertaciones serian menester si quisiéramos acumular todos los
pareceres y conjeturas , que por muchos y graves autores se han hecho
sobre los magos : nos bastará satisfacer la curiosidad indicando rápidamente
las q u e nos parecen principales y mas aceptables.
El dictado de m a g o , dice Sloíberg, en su origen se atribuia solo á
la raza sacerdotal de los Medos y P e r s a s , mas con la dominación de estos
últimos se generalizó en seguida , y se dio en todo el Oriente á los filó-
sofos y en particular á los astrónomos ; y así Plinio y Plutarco hacen m e n -
ción de los magos árabes. «Los intérpretes de las estrellas se llaman m a -
gos. » dice S. Isidoro, y de los mismos , dice Estrabon : «Los magos son
honestos en sus costumbres.» S. Cipriano los define diciendo, que los magos
eran varones versados en la fuerza y curso de las estrellas, que con el auxi-
lio de la ciencia matemática discurren sobre los planetas, la naturaleza de los
elementos , el cómputo de los tiempos , los secretos de los"astros, p e n e t r a n -
do con su larga experiencia los efectos y las propiedades de cada uno. T r a -
tando Calcidio filósofo platónico de la venida de estos magos, guiados por la
estrella, á buscar al Niño Dios les llama sabios, muy ejercitados en la obser-
vación de los astros. Según Eusebio , entre los antiguos hubo tres géneros
de magos : los unos eran sacerdotes , por cuya razón entre los Persas llama-
ban magos á los sacerdotes , los otros dados á la superstición y hechicería , y
los otros hombres de ciencia y de rigidez de costumbres , cuyo alimento era
harina y vegetales. Mas ni el Evangelio, ni otro alguno d é l o s libros sagrados
nos instruyen determinadamente sobre la profesión , dignidad y número de
estos magos , que vinieron á adorar al nuevo Rey nacido en Judea. ¿ Fueron
efectivamente tres reyes ó príncipes soberanos del Oriente ? Su número debe
reducirse precisamente á tres? ¿ E s cierto que sus nombres fueron Melchor,
Gaspar y Baltasar, como generalmente se cree? En honor de la verdad ha de
decirse q u e nada hay seguro y constante en estos puntos; que todo se a p o -
ya en opiniones mas ó menos fundadas , que ninguno de estos extremos se
ha definido por la Iglesia , la cual deja libre el pensar á los varones piadosos é
ilustrados. Lo que hay seguro es lo que resulta del sencillo relato del E v a n -
gelio de S. Mateo , pues S. Lúeas nada dice sobre este pasaje. He aquí todo
el texto : « Habiendo pues nacido Jesús en Belén de Judá , reinando Heredes,
« he aquí que unos magos vinieron del Oriente á Jerusalen preguntando :
« ¿ Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer ? Porqué nosotros h e -
« mos visto su estrella en Oriente, y hemos venido á adorarle. Lo cual oyen-
— 251 —
« do el rey Heródes turbóse , y con él toda Jerusalen. Y convocando á todos
« los príncipes de los sacerdotes y á los escribas del pueblo , les preguntaba
« en donde habia de nacer el Cristo. Á lo cual ellos respondieron : En Belén
« de Judá , pues así está escrito por el Profeta: Y tú Belén , tierra de Judá
« no eres ciertamente la menor entre las principales ciudades de Judá , por-
« qué de tí es de donde ha de salir el caudillo que rija mi pueblo de Israel.
« Entonces Heródes, llamando en secreto á los magos, averiguó cuidadosa-
« mente de ellos el tiempo en que les apareció la estrella ; y encaminándolos
« á Belén Jes dijo : Id é informaos puntualmente de lo que hay sobre ese
« Niño, y luego de haberle encontrado me daréis aviso , para que yo t a m -
« bien vaya y le adore. Luego que oyeron esto al Rey ,-partieron. Y he aquí
« que la estrella que habian visto en Oriente iba delante de ellos; hasta que,
« llegando sobre el sitio en que estaba el Niño, se paró. A la vista de la e s -
ce trella se regocijaron en extremo , y entrando en la casa hallaron al Niño
ce con María su m a d r e , y postrándose le adoraron , y abiertos sus tesoros , le
ce ofrecieron presentes de oro, incienso, y mirra. Y habiendo recibido en s u e -
« ños un aviso del cielo para que no volviesen á Heródes , regresaron á su
ce país por otro camino.» Dos profecías dan sin embargo á entender que eran
príncipes ó emires árabes. El profeta Rey en un salmo que los sabios de I s -
rael consideran, lo mismo que nosotros, como una profecía relativa al Mesías,
habia dicho : ce Los reyes de Thársis y los de las islas ofrecerán regalos; t r a e -
ce rán presentes los reyes de Arabia y de Sabá. » « Y vivirá y le presentarán
ee el oro de la Arabia, y le adorarán s i e m p r e : lodo el dia le llenarán de hen-
ee diciones. » Isaías dice á Sion : ce Te verás inundada de una muchedumbre
ce de camellos dromedarios de Madian y de Epha : lodos los sabios vendrán
« á traerle oro é incienso , y publicarán las alabanzas del Señor. Se recoge-
ce rán para tí todos los rebaños de Cedar , para tu servicio serán los c a r n e -
ce ros de Nabaioth : sobre mi altar de propiciación serán ofrecidos , y yo haré
ce gloriosa la casa de mi majestad. » Nabaiolh era el primero y Cedar el s e -
gundo de los hijos de Ismael, y troncos los dos de la raza de los árabes. Los
carneros simbolizan los jefes de los pueblos, y así los dos de Nabaiolh signifi-
can los emires que de él descendían. Ademas una tradición antiquísima d é l a
Iglesia, apoyada en la autoridad de Tertuliano, S. Agustin , S. Isidoro, Teo-
filalo, y otros santos y autores respetables atribuye á los magos que vinieron
á Belén la calidad de reyes; lo cual parece aprobar la Iglesia cuando en la fes-
tividad de la Epitafía hace mención de las citadas palabras del Profeta. La E s -
critura dá el nombre de reyes , según nota Baronio , á los señores de las ciu-
dades ; y aunque el Evangelio calla este título, parece que aquella palabra de
abiertos sus tesoros ofrecieron dones , respira una magnificencia real. El his-
toriador sagrado prefirió quizás calificarlos con el título de la ciencia que de la
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dignidad, ó pensó que ésta iba inclusa en la primera; pues en sentir del d o c -
tor Máximo , era tan honorífica entre los antiguos persas y caldeos la ciencia
de los astros , que los príncipes y reyes la profesaban con particular diligencia
y esmero ; y añade Cicerón en su libro de Divinatione , que no podia ser rey
de los Persas ninguno que antes no hubiese aprendido la astronomía y cien-
cia de los magos , como lo confirman también Filón , Plinio y otros gravísi-
mos autores. Tampoco fija el Evangelio cuantos fuesen estos reyes ó magos,
aunque la creencia comunmente admitida y la opinión mas autorizada los
reduce á tres , cuyos nombres y aspectos describe el Verenable Beda con e s -
tas palabras : «El primero se dice haberse llamado Melchor, hombre anciano
« de años y venerable en las canas , de barba y cabellos largos, el cual ofre-
« ció oro al Niño Rey como á Señor. El segundo se llamaba Gaspar , man—
« cebo sin barba y rubicundo , el cual ofreció incienso , como ofrenda digna
« de Dios. El tercero llamado Baltasar, moreno y mas barbado , ofreciendo
« mirra , significó que como hombre habia de morir. »
Surge asimismo la cuestión del punto ó lugar de donde vinieron los m a -
gos á Judea ; pues el Evangelio se limita á indicar el nombre general de
Oriente , y dá lugar á la divergencia de pareceres. Dijeron unos qué habian
venido de Persia , por haber sido entre los persas grandísima la autoridad de
los magos, como hemos indicado y a , y ser la Persia el Oriente de Jerusalen,
c o m o R o m a lo es de España. Esta opinión parece á Orsini la mas verdadera,
por cuanto los nombres de Gaspar , Melchor y Baltasar son babilonios, y
porqué Babilonia , y después de su ruina Seleucia , situada á una corta d i s -
tancia , fueron la morada de los mas célebres astrónomos de la antigüedad.
Añade ademas , que los magos se ocupaban también , según Orígenes, de
astrologia , ó de ciencia de adivinar por los astros , muy en boga en Oriente,
en el cual tocio astrónomo era astrólogo. D'Herbelot, cuya autoridad cuando
se trata de Oriente no deja de ser respetable , afirma que los magos vinieron
de la Persia. Esta opinión tiene en su favor la circunstancia de que todas
aquellas ciudades no solo están al Oriente de Jerusalen , sino que se puede
en veinte dias de marcha trasportarse desde las orillas del Eufrates hasta la
ciudad de David. Sostienen otros que vinieron de Mesopotamia ó Caldea, ya
por florecer también allí mucho la ciencia de los magos , ya porqué Balaam,
cuyos sucesores se suponen ser nuestros m a g o s , fué de nación caldea, y
habitó en Mesopotamia , apoyándose también en que esta región muy distan-
te de Jerusalen los facilitaba el venir sin milagro ni molestia en los cortos dias
q u e , también según tradición, mediaron, entre el nacimiento del Señor y la
Epifanía. Pero lo mas verosímil parece haber venido los magos de la Arabia
oriental,' en donde , como prueba el cardenal Baronio , habitaban dos d e s -
cendientes de Sabá , Madian, y E p h a , hijos y nietos de Abraham , habidos
— 253 —
en Célura , á los cuales repartió aquellas tierras orientales, como consta
de la Escritura misma. Y de ellos tomaron nombre las tres provincias de
que'habla Isaías en la ya trascrita profecía. San Cipriano al tratar de la v e -
nida del Hijo de Dios al mundo , dice : «No tardó en penetrar esta noticia
« hasta las regiones de los árabes , y la estrella de luz tan peregrina mostró
« con nuevos resplandores luz del cielo á los habitadores de Sabá.» Del p r o -
pio sentir son Justino Mártir , Tertuliano, S. Crisóstomo, S. Epifanio y otros ;
y hasta la calidad de los dones que al Señor ofrecieron viene en apoyo de la
probabilidad , por cuanto la Arabia era el país del oro y substancias a r o m á -
ticas análogas á las que la reina de Sabá , descendiente de Abraham y Cétu-
ra, según Baronio, y de la región meridional que contina con la Arabia, trajo
á Jerusalen cuando vino á admirar las grandezas.de Salomón. Y no falla a u -
tor que indica otra observación. Si los hijos y nietos de Abraham y de Célu-
ra , progenitores de estos magos, habitaron según S. Epifanio en la región de
Arabia que llaman Magodia , se adelanta á conjeturas que pudieran llamarse
Magos , no de su ciencia astronómica , sino de la provincia que habitaban.
Pero esta conjetura es l á m e n o s admisible.
Entremos á otra investigación algo mas importante ¿ D e dónde p u d i e -
ron saber estos magos que la estrella anunciaba el nacimiento del rey de
los judíos ? Varias son las respuestas que pueden darse á esta pregunta. Es
muy verosímil, dice Slolberg , y esto no debe en manera alguna s o r p r e n -
dernos , que los magos de la Arabia conoeian en parte los admirables d e -
signios de Dios sobre su pueblo y las sagradas Escrituras , puesto que habia
muchos judios dispersos por todo el O r i e n t e , y que se conservaban en é l
algunos recuerdos de los Patriarcas. El célebre Zoroastro fundó una secta
de profesores , á quienes comunicó sus profundos conocimientos en la reli-
gión y en todas las ciencias físicas, morales y políticas; y estos discípulos
y propagadores de su doctrina vinieron á ser los sabios y maestros de todo
el Oriente. Las naciones y pueblos gentílicos, que habitaban al Oriente de
Judea en los contornos del golfo pérsico y á las riberas del Eufrates , p u d i e -
ron tener noticias , aunque vagas y confusas del Mesías , y sus magos c o n -
servan la tradición y memoria de la célebre profecía de Balaam , que mucho-
antes que Isaías , y cuando aun no existian los reyes de Israel, habia pro-
nunciado el siguiente oráculo: «Nacerá la estrella de J a c o b , y brotará de
« Israel un cetro, ó vara que herirá á los caudillos de Moab, y destruirá
« todos los hijos de Selh... Ay ! quien vivirá cuando Dios obrará estos pro-
« digios!» No solo todos los expositores católicos , sino hasta.los antiguos
maestros de la Sinagoga entendieron literalmente del Mesías esta grandiosa
profecía, y por esto le llamaban Barcocal, hijo de la estrella, y Jesucristo es
llamado por el águila de Pathmos resplandeciente estrella de la mañana. O n -
— 254 —
kelos la aplicó también á Jesucristo como nosotros , dice Martínez Marina , y
la traslada de esta manera : « Se levantará un rey de la casa de Jacob, y el
« Mesías será consagrado en la casa de Israel, y tendrá el imperio sobre t o -
ce dos los hijos de los hombres.» Jonatam bez-Uziel hace el mismo c o m e n -
tario , y uno y otro muy fundadamente dieron este giro á las palabras de la
profecía: un cetro que destruirá á todos los hijos de Selh : por estas otras : un
rey que gobernará todos los hijos de los h o m b r e s ; pues, si tras el diluvio no
quedó en el mundo mas posteridad que la de Seth , y el Mesías hubiese de
destruir lodos sus descendientes ¿ q u é seria su cetro y su imperio? Balaam,
viviendo en Aram , tierra de Mesopotamia , fué llamado de Balac rey de los
Moabilas á su tierra, contra los hebreos , pues se temia de éstos que le h a -
bían de ocupar su reino , y allí ilustrado por Dios , pronuncia aquella c é l e -
bre profecía. Y como las señales que habian de preceder al nacimiento de la
estrella y á la venida de aquel príncipe eran cuando las naves de Italia ó de
Roma venciesen á los Asirios y sujetasen á los h e b r e o s , se conservó entre los
árabes la noticia de aquel vaticinio , el cual estaba llamando mas la atención
por haberse cumplido ya las señales : el nuevo astro debia advertirles esta
novedad. De ella podian tener asimismo noticia por los oráculos sibilinos , en
sentir de Suides, Genebrardo y otros autores, en particular de la antiquísima
Sibila Sambetha, que , según dicen los mismos, fué del linaje de Noé y escri-
bió veinte y cuatro libros, en que trataba mucho de la futura venida del Re-
parador. Cítanse también las otras dos Sibilas Erithrea y Cymeria, á quienes
otros llaman Itálica , bien que en esta parte debe la crítica proceder con m u -
cha cautela , como antes indicamos ya , por haberse atribuido á tales o r á c u -
los circunstancias que carecen de la debida autenticidad. Por último se aduce
en pro de la posibilidad de haber llegado á noticia de los magos el nacimiento
del Mesías, la universal especlacion en que se hallaba la tierra de que por
aquel tiempo habia de salir de la Judea un rey que fuese Señor del mundo ;
y siendo esta voz tan común y universal no es de creer que dejase de llegar
á noticia de estos sabios. Mas no parece que por solo esta voz, ni por la de las
profecías y oráculos debieron moverse los magos á buscar el nuevo rey n a c i -
do en Judea , si junto con la luz exterior y visible de la estrella no hubiesen
sentido otra interior y divina, que les impulsó á su heroica resolución. T a m -
bién se ha discutido mucho acerca de la naturaleza y calidad de la estrella que
guió á los tres sabios orientales en su viaje. Está fuera de duda que esta es-
trella fué milagrosa, y es común sentir de los doctores que fué criada de n u e -
vo , de un brillo y de un curso particular, iluminando así d e noche como de
dia , como canta la Iglesia en el himno de esta solemnidad, diciendo q u e v e n -
cía los rayos mismos del s o l : que ya se aparecía, ya se ocultaba sin tener ó r -
bita fija, ni movimiento continuado como los demás astros, como la columna de
— 2S5 —
fuego en el desierto, y por esto la llama el Crisóslomo Virtud invisible llena
de razón , en figura de estrella visible , ó un nuncio celestial revestido con
rayos de luz. Convienen también los autores en que no se mostraba en la
altura de los cielos sino muy cercana á la t i e r r a , como se colige de las p a l a -
bras mismas de S. Mateo : La estrella que vieron los magos en Oriente iba d e -
lante de ellos , hasta que sé puso sobre el lugar en donde estaba el Niño.
C r e e r , dice Grocio en sus Notaciones sobre el Nuevo Testamento , que
aquella fuese una estrella en el sentido rigoroso de esta palabra es tan poco
verosímil, como posible que fuese un fenómeno, una exalacion semejante
á un astro. La aparición de una estrella milagrosa á los magos, y la venida
de éstos para adorar á Jesús en el pesebre se halla confirmada por la a u t o -
ridad de Calcidio , filósofo platónico del siglo IV, del cual ya hemos hablado.
En su Comentario sobre el Timeo de Platón dice así : « Otra historia existe
« mas digna de nuestra veneración religiosa, sanctior et venerábilis historia,
« que refiere la aparición de una estrella destinada á anunciar á los hombres
« no calamidades ni dolencias , ni mortandad funesta, sino la venida de un
« Dios , que bajó del cielo para la salud y felicidad del género humano. » La
historia á que alude este filósofo gentil es el Evangelio mismo de S. Mateo.
Abul—Pharag escritor árabe dice, que Zoroaslro predijo á los magos la venida
de Jesucristo y la aparición de un astro maravilloso y rutilante , así de dia
como de noche, para guiar á los sabios á la adoración del nuevo Rey. Añade
Sharistani, autor mahometano, que Zoroastro vaticinó la venida de un gran-
de hombre reparador del mundo, al que se someterian príncipes y reyes. Los
magos , dice d'Herbelot en su Biblia oriental, no habian olvidado la a d v e r -
tencia de Zerdascht su gran maestro, acerca d é l a estrella que les anunciarla
el nacimiento del Mesías, á quien se le recomendaba llevar presentes. « En el
« Oriente , dicen las Investigaciones asiáticas, corría la voz de que una e s -
te trella maravillosa debia dirigir á los santos hombres hacia el lugar donde
« habría de nacer el Niño. » Resueltos , pues , los magos , sabios, magnates
ó reyes á ir en busca de este nuevo Rey divino y de presentarle sus h o m e -
najes , se prepararon para la partida. Dejando tras sí la ciudad de los Seleu-
cidas y las silenciosas ruinas de Babilonia, tomaron las arenosas sendas de la
Palestina , guiándoles y precediéndoles la nueva estrella , como la columna
de luz á los hijos del desierto; pues aquel astro , como dijimos , carecia de
regularidad en su movimiento, y seguia maravillosamente los varios giros y
movimientos de los ilustres viajeros. Divisaron por fin las altas torres de J e -
rusalen, y la estrella se ocultó en las profundidades del cielo, como una c r i a -
tura inteligente que descubre un cercano peligro. Los sabios del Oriente c r e -
yeron que el Niño á quien buscaban se albergarla tal vez en la capital de la
Judea ; y que fácil les seria encontrarle por el regocijo público y aparato que
— 256 —
debería indicarles el lugar del nacimiento de un nuevo Principe. Pero halla-
ron la ciudad triste y silenciosa , atravesando entre grupos de curiosos que
admiraban su opulencia oriental. Con la mayor candidez iban preguntando
á unos y á otros en donde se albergaba el Rey recien nacido , añadiendo que
habian visto su estrella en Oriente ,. y que venian á adorarle. Sorprendidos
los moradores de Jerusalen por tan extraña pregunta, dejaban también s o r -
prendidos á los magos , que se dirigieron y plantaron sus tiendas en los r u i -
nosos palios del antiguo palacio de David. Heródes, rey tributario . a b o r r e -
cido de los judíos , informado de que unos extranjeros de alta categoría iban
en busca de un Niño, á quien estaba prometida la soberanía del país, y Cuya
estrella iian divisado ; no levantando sus ojos mas allá de una corona t e m -
poral , quedó sorprendido y espantado por una rivalidad poderosa, que a m e -
nazaba su trono mal seguro. La turbación y la inquietud se difundieron por
entre sus esclavos y por toda la ciudad , la cual se conmovió por motivos
distintos de los de Heródes, pues era detestado. La descripción que hace
Orsini de este monarca es de los rasgos mas bellos de su historia. «La t u r b a -
ción del Rey de los judíos , dice es muy concebible y se explica por su s i -
tuación. Heródes no era ni el ungido del S e ñ o r , ni el escogido del p u e -
blo : un ramo de laurel cogido en el recinto idólatra del Capitolio for-
maba su corona tributaria, corona de siervo entretejida de espinas, h a -
biendo sido cada una de sus hojas pagada con montones de oro, arrebatados
á las economías del rico y á la indigencia del pobre. Aborrecido de los gran-
d e s , cuyas cabezas» hacia rodar á la menor sospecha , temido de sus p a r i e n -
tes , cuyos sepulcros trágicamente llenaba , tenido en horror por los s a c e r -
dotes cuyos privilegios habia conculcado, detestado del pueblo por su r e l i -
gión problemática y origen extranjero, Heródes no podia oponer mas que sus
cortesanos, sus sicarios, sus artistas, y la secta opulenta pero poco numerosa
de los herodianos fascinados por su magnificencia al odio activo, ardiente, y
abiertamente declarado del resto de la nación. Con frecuencia el amigo del
César era insultado en su misma cara por sus tercos vasallos: los fariseos,
secta artificiosa y potente, le habian rehusado con befa y escarnio el j u r a m e n -
to de fidelidad ; los esenios , cuyo valor en los combates los hacia temibles,
habian seguido el ejemplo de los fariseos; y los jóvenes y entusiastas discípu-
los de los doctores de la ley acababan d e derribar en medio del dia con sus
hachas vengadoras el águila de oro que el Rey habia mandado colocar sobre
la puerta principal del Templo. Por todas parles s e u r d i a n conspiraciones con-
tra la vida del Príncipe , y cada vez que la noticia mentirosa de su muerte se
esparcia sea por acaso ó á propósito por las provincias apartadas, el pueblo,
acogiendo con avidez al cebo engañador , que lisonjeaba sus antipatías , se
apresuraba á encender por todas partes fuegos de alegría... que Heródes apa-
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gaba con la sangre.» En medio de esos elementos de discordia y de revuelta,
de sacudimiento y de opresión, llegan á Jerusalen unos extranjeros de fastuo-
sa apariencia y de elevado rango, y preguntan sin embozo por un rey de los
judíos que acababa de nacer. Muy propias é ingeniosas son las reflexiones de
Heródes consigo mismo que felizmente esplana el hábil historiador de María,
y que se reducen todas á la suspicacia de la ambición, y á satisfacer los i n s -
tintos de la cruel venganza de un tirano, como se vio después. No es el Dios
quien hace estremecer al viejo Rey , es el príncipe. ¡Ved como un tierno i n -
fante hace temblar á un tirano sobre su trono ! No hay poder sobre la tierra
que pueda tranquilizar al impío. Desde este momento el rey usurpador y ex-
tranjero resuelve la muerte del Niño : mas Dios se burla de los proyectos de
los malvados. Su inquieta curiosidad no sirve sino para atormentarle, m a n i -
festar la gloria del recien nacido, é instruir á los que le buscan. Pronto c a e -
rá ese velo de hipócrita que le cubre ; y aparecerá tal como es para ser la
execración de los hombres y délos siglos. Reúne pues á toda prisa los príncipes
de los sacerdotes á y los doctores de la ley para saber de ellos en que lugar d e -
bía nacer el Mesías; y la respuesta unánime fué: en Belén de Judá, según los
oráculos formales del Profeta, y aun añadieron los ancianos de Israel, que
tocando ya á su fin las últimas semanas de Daniel, los tiempos del Mesías no
podian estar muy lejos. ¡ Qué ceguera en los príncipes de los sacerdotes y en
los doctores judíos ! Estos hombres de la ciencia buscan en las Escrituras al
Mesías , y le encuentran , y le muestran á los otros é indican el lugar de su
nacimiento y hasta el t i e m p o , pero ellos no van á adorarle ! Triste presagio
de la ceguera en que los vemos hoy todavía ¡Funesta lección para los que
muestran la via á los demás, y ellos se estravian voluntariamente! Y el pue-
blo de Jesusalen ¿ de qué se t u r b a ? Por qué se turba Herodes? Los grandes
inspiran sus sentimientos y sus pasiones á aquellos mismos que les censuran y
aborrecen. Los estúpidos judíos se turban por lo que debia colmarlos de gozo
y henchirlos de felicidad, por el cumplimiento de lo que era objeto de su e s -
péctacion y de sus mas ardientes votos. Funesta disposición que anunciaba
muy de antemano lo que habia de ser algún dia aquel pueblo endurecido! La
circunstancia del tiempo hizo llegar hasta su colmo la suspicaz inquietud del
monarca idumeo , el c u a l , haciendo llamar á los magos en secreto los estre-
chó con preguntas sobre el tiempo en que habia aparecido la estrella. Y des-
pidiéndoles para Belén les dijo : «Id allá á informaros exactamente de este
Niño; y cuando le hubiereis hallado, hacédmelo saber para que vaya yo
también á adorarle.»
CAPÍTULO XXVII.
34
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« expuesto á la vista de todos los pueblos, sea luz que ilumine á los gentiles,
« y la gloria de tu pueblo de Israel.» Algunos antiguos intérpretes, dice S t o l -
berg , creyeron que este Simeón era el presidente del gran Consejo, hijo y
sucesor en esta dignidad del célebre Hillel, y padre antecesor en la misma
del gran Gamaliel. También de él se refiere, que murió después de haber
tenido al Niño divino en sus brazos y de haber vaticinado. ¿Mas cómo se e x -
plica el silencio de S. Lúeas acerca de estas circunstancias? añade el mismo
autor. Otro refiriéndose á Egesipo y otros escritores , añade que como fuese
Simeón R a b í , esto e s , maestro de los hebreos, llegando á declarar aquel pa-
sage del capítulo VII de Isaías : Notad que una Virgen concebirá y parirá un
hijo , quedó asombrado de idea tan nueva y superior á la consideración h u -
mana ; y pareciéndole errada la letra substituyó á la palabra Virgen la de
mujer joven , y halló después milagrosamente añadida la palabra que habia
quitado , hasta que , repetido el milagro , halló la misma palabra escrita en
letras de oro ; cuyo prodigio , haciéndole reconocer la verdad , le movió á
pedir á Dios humildemente le concediese al ver antes de morir con sus p r o -
pios ojos á esa Virgen é hijo tan suspirados , lo que le fué concedido por r e -
velación divina, de la cual no hay que dudar por leerse en el Evangelio. I m -
pulsado , pues, por un movimiento del Espíritu Santo , este dichoso anciano
entró en el atrio del templo cuando María y José con los siclos de plata del res-
cate y las palomas del sacrificio penetraban en el sagrado recinto. Simeón , al
aspecto de la Familia Santa, se sintió inspirado de repente por una luz sobre-
natural , como si el divino Niño hubiese^dejado escapar de su frente un rayo
de su divinidad. Y adivinando al rey Mesías bajo los pobres pañales del hijo
del pueblo , le toma respetuosamente de los brazos de su Madre , le levanta
á la altura de su rostro, y se pone á contemplarle con el mayor pasmo, mien-
tras las lágrimas de júbilo rodaban sobre sus mejillas venerables. Absorto,
oprimido de placer , mira entre sus brazos trémulos al Deseado de las n a -
ciones ; le adora repetidas veces, le estrecha contra su corazón, mas dichoso
que Noé cuando vio en el pico de la paloma el olivo de misericordia. Un c á n -
tico de gratitud y de esperanza escapa de sus labios , el júbilo embarga su
voz , y su corazón arrobado ya no teme la muerte. Judío en la religión y
Cristiano en la adoración , es el último Justo de la ley y el primero de la gra-
cia. Mas feliz que todos los patriarcas y profetas, oye al Infante divino , y se
santifica en medio de sus caricias. Repitamos en formas mas bellas su i m -
provisado cántico.
Llegado ha ya el momento
En que puedes , Señor , á este tu siervo
Llevarte de esta vida,
Por quedar tu palabra ya cumplida.
— 267 —
Pues que vieron mis ojos
Al suspirado Salvador del mundo ,
A la faz presentado
Del orbe entero que le ve admirado.
Será luz de las gentes
En este triste y lóbrego destierro ,
Y de inmortal memoria
Será del pueblo de Israel la gloria.
El santo viejo, satisfecho y con tanto colmo de felicidad, nada tiene que
hacer ya sobre la tierra , y no le queda otro deseo que el de morir en la paz
del Señor, llevando al sepulcro la dicha incomparable de haber visto, a d o -
rado y acariciado al Suspirado de Israel y del universo. Este justo de la anti-
gua ley parece descubrir á la sola vista de un niño envuelto en pañales, un
misterio tal como el de la vocación de los gentiles : misterio que no fué c l a -
ramente revelado al Príncipe de los apóstoles sino con el descenso del Espíritu
Consolador. Dios , en la sabiduría de sus consejos eternos, resolvió dar desde
entonces á todas las naciones la esperanza de su salud por medio de esta
profecía de Simeón , confirmada por la vocación de los magos: esperanza
que ocultó por largo tiempo á los mismos apóstoles , y á S. Pedro para dar
lugar al cumplimiento de las promesas hechas á Israel, y que miraban p r i m e -
ramente á la posteridad de Abraham. Jesucristo debia ser , p u e s , primero la
gloria de Israel su pueblo , y después la luz que se difunde por todos los de-
mas pueblos de la tierra. Israel correspondió poco á esta gloria, que era p a r -
ticularmente suya ; al paso que la gracia se derramó como un torrente sobre
los gentiles á causa de la ingratitud y de la incredulidad judía. ¡ Desgraciado
pueblo, que quedó con la marca perpetua de esta ingratitud y ceguera que
le condujo hasta el deicidio !
«El padre y la madre de J e s ú s , continua el Evangelio, escuchaban
« con admiración las cosas que de él se decian. » Parémonos un momento
en la parte que representa José en esta solemnidad augusta. José aparece
aquí como jefe de su familia , como esposo de María , y como padre de
Jesús. Como jefe de familia, él es quien dirige toda la ceremonia , provee
á todo lo necesario, y vela en el entero cumplimiento de la ley. Como esposo
de María, José toma parte en su sacrificio, en su fervor , en sus humillacio-
nes , en su pobreza , en sus penas , en sus méritos y en sus virtudes. Como
padre de Jesús , José tiene la dicha de ofrecerse á Dios en unión con María,
y aunque no fuese el verdadero padre de Jesús , tiene la gloria de hacer las
funciones , y de llevar el nombre de tal. El Evangelio le da este n o m b r e , ya
sea nombrándole juntamente con María , ya por separado : tal es el nombre
— 268 —
que los hombres le dieron durante su vida, y con que le llamaba sin duda
el mismo Jesús.
El discurso estático de Simeón era un resumen completo y encerraba
toda la sustancia de la doctrina de los Patriarcas y de los Profetas, y llenó
de asombro y de gozo las almas santas de los dos esposos, pues dice el
Evangelio ; que « su padre y su madre escuchaban con admiración las p a l a -
ce bras que de él se decian.» El noble corazón de María, se abría á los desig-
nios espléndidos de Dios sobre su Hijo, como se abre una flor delicada ó
húmeda de rocío á los rayos vivificantes del sol. Simeón los bendice , es
decir , exalta su encumbrada dignidad en aquel acto religioso ; pues no -de
otro modo podia bendecir a l a madre de Aquel en quien serán benditas todas
]as naciones. Pero las palabras de aquel anciano venerable dirigiéndose á Ma-
ría , después de un triste y grave silencio, trasforman la escena de júbilo en
escena de d o l o r , y son una luz inesperada, arrojando una sombría claridad
sobre el último sacrificio de Jesucristo : reveíanse de repente á la Madre las
ignominias , los tormentos, y las agonías del Hijo , y derraman en su alma
aquellas gotas de cruel amargura que la acibararon toda su vida , y que le
hicieron mártir hasta la muerte, ce Mira , dice , volviéndose en seguida hacia
te María, y distinguiéndola de José que no era su p a d r e , m i r a , este Niño que
« ves , está destinado para ruina y para resurrección de muchos en Israel,
« y para ser el blanco de la contradicción de los hombres; y tú misma, cuan-
« do se habrá descorrido el velo de los pensamientos de muchos, tendrás el
« alma lacerada de dolor , como por la punta acerada de un cuchillo. » A
estas palabras se reveló á los ojos de la Madre el lúgubre y horroroso cuadro
del porvenir. Las aciagas palabras de Simeón prepararon ya el alma de M a -
ría para el grande holocausto ; la hicieron entrar en los adorables designios
de Dios , desgarrando "ya su corazón m a t e r n a l , y haciendo encorvar su c a -
beza como un raudo viento de tempestad Pasaba en su interior una escena
m u d a de martirio ; pero con tal heroísmo de resignación que , á serle posi-
ble , según el sentir del Doctor melifluo , hubiera aceptado para sí misma los
tormentos y la muerte de Cristo ; mas para obedecer á Dios , le hizo una
ofrenda aun mas costosa para un corazón de m a d r e : la de la vida de su
adorado Hijo , dominando , bien que con un profundo dolor , la inmensa
ternura con que le amaba. ¿ Q u é seria de nosotros , si pudiéramos ver con
anticipación las tormentas terribles que han d e destrozar nuestro pecho ?
Dios nos ha ocultado.lo futuro para que el aspecto lejano del infortunio no
arrojase hiél sobre los momentos presentes, y no prolongase indefinidamente
nuestros martirios , aun antes de sufrirlos. Este velo de incertidumbre , que
nos hace menos infelices, se alzó para crucificar el alma de María , y se le
dio á beber en todos los instantes de su vida la copa envenenada del dolor.
— 269 —
Ya en aquel momento aceptó el cielo el sacrificio interior que le hizo la Ma-
dre de la vida del Hijo; ya entonces fué grande en su dolor á los ojos de Dios
la heroína del Calvario. « No solamente, dice S. Ambrosio, los ángeles , los
« profetas y los pastores publican el nacimiento del Salvador, sino también
« los justos , los ancianos de Israel hacen brillar esta verdad. Uno y otro
« sexo , jóvenes y viejos autorizan esta creencia confirmada con tantos m i -
« lagros. Una virgen concibe , una estéril pare , un mudo habla, Elisabeth
« profetiza, un mago a d o r a , un niño en el seno materno salta de gozo , una
« viuda confiesa esta maravilla , y el justo la espera. » Con respecto á Jesús
es notable y digna de considerarse la expresión de que se vale al decir : Este
Niño que veis está puesto para ruina y resurrección de muchos en Israel, y
para ser el blanco de la contradicción. ¿ Cómo , pues , puede haber venido
para ruina? Ved ahí un vaticinio que abarca todos los destinos de la h u m a -
nidad. Jesús vino á s a l v a r , pero no á quitar la libertad del hombre ; pues la
respeta y la deja en toda su integridad. El que crió al hombre sin el hombre,
no salvará al hombre sin el concurso del hombre , dice el mas sentencioso y
profundo de los Padres. La aparición de Jesús sobre la tierra , por lo mismo
que debia producir la salud , debia dar ocasión á la ruina , cuando la r e b e l -
día de la razón ó la ceguera de la voluntad rehusasen doblarse á su salvado-
r a influencia ; cuando la ingratitud obstinada del pensamiento ó del corazón
opusieron una resistencia á su ley ó á su doctrina. Aun siendo Jesús la fuente
de toda s a l u d , debia contra su intención , y á pesar de toda la sinceridad de
sus deseos, ser una piedra de tropiezo y una ocasión de caida , no por causa
suya sino de la perversidad humana. El estremo de flaqueza y de dolor á
que debia llegar , habia de ofender el orgullo y la molicie de un mundo c o r -
rompido : la parte del pueblo de Israel, que le contemplaría con los ojos de la
carne, debia verse reproducida en todas las generaciones de hombres c a r n a -
les y groseros, que se desdeñarían de reconocerle por poderoso y omnipotente
en medio de su aparente debilidad y abandono ; y ved aquí el sentido de la
palabra profética de Simeón : este niño está puesto para ruina de muchos , y
Manco de contradicción. En efecto, Jesucristo fué contradicho , ya pocos dias
después del prenuncio, y lo es todavía. Y esto no debe sorprendernos, ni des-
concertarnos , pues ya estaba predicho. Los que le contradicen se atraen
irremisiblemente su propia ruina : los que le siguen aseguran su salud , que
es su verdadera resurrección. Contradicen á Jesucristo los hombres del p o -
der , cuando le niegan la supremacia que le corresponde como legislador s u -
premo de la sociedad; cuando descuidan su fe y su culto , y permiten que se
blasfeme impunemente su santo n o m b r e , con oprobio de la razón , y con
mengua de la cultura de un pueblo civilizado. Le contradicen los hombres de
la riqueza, haciendo un dios de su tesoro, y dejando perecer al hambriento.
— 270 —
Le contradicen los hombres de la ciencia , buscando en seres fantásticos ú
oscuros el origen de todo ser , y en principios absurdos ó versátiles la fuente
de toda v e r d a d , contrariando su dominio supremo sobre el pensamiento
del hombre , extragando su voluntad con el amor á lo falso ó á lo caduco ;
precipitando su razón en el caos profundo de la duda , que es la fuente del
alma.
Lo que predijo Simeon con respecto á María , traspasó ya desde aquel
momento su alma con el cuchillo del dolor, y la hizo mártir de todos los ins-
tantes. ¡Qué distancia entre la predicción del ángel y la de Simeon! Mas Dios
no declara á la vez todos sus designios, y sin contradecirse, anuncia en
diferentes tiempos cosas al parecer opuestas, pero que él sabrá muy bien
conciliar. María todo lo acepta de Dios , glorias y martirios, y repite en el
fondo de su alma aquella palabra que la hizo madre de un Dios Redentor:
He aquí tu esclava ¡ hágase según tu voluntad ! Arrojemos una mirada del
pensamiento sobre la última palabra del santo viejo: para que queden des-
cubiertos los pensamientos ocultos en el corazón de muchos. La espada de la
persecución abre los corazones, y pone patentes sus mas recónditos secretos:
cae entonces la máscara ; rásgase el velo , ya no pueden ocultarse á nadie
los verdaderos sentimientos del hombre. Parece que la voz del viejo profeta
atravesando veinte siglos de generaciones, llega hasta nosotros. La malicia
de los hombres ha vuelto á crucificar millones de veces al Hombre-Dios s o -
bre el Calvario de la duda ó del desprecio. Los espíritus orgullosos descubren
sus maquinaciones nefandas : las almas humildes, ó los centuriones arrepen-
tidos son los únicos que exclaman golpeando su pecho : ¡ En verdad que era
éste el Hijo de Dios!
Mas no fué Simeon el único judío que dio testimonio de Jesucristo en
su presentación al templo. « Vivia entonces una profetiza llamada Ana, hija
« de Samuel , de la tribu de Asser, que era ya de edad muy avanzada ; la
« c u a l , casada en la flor de sus años , habia vivido siete con su marido,
« y habíase mantenido viuda hasta los ochenta y cuatro , no saliendo del
« t e m p l o , y sirviendo en él á Dios dia y noche con ayunos y oraciones.
« Acudiendo , pues , esta á la misma hora , alababa igualmente al Señor,
« y hablaba de él á todos cuantos esperaban la redención de Israel. » San
Ambrosio nos hace advertir la admirable diversidad de testimonios, que
Dios quiso confirmasen el nacimiento de su Hijo, á fin de que los judíos f u e -
sen inescusables en no reconocerle. Ana , de que se trata a q u í , se nos p r e -
senta como una verdadera viuda , cuya v i d a , pasada en la oración y en el
ayuno , la hacian muy digna de anunciar al pueblo la venida del Redentor
del mundo. Pudo , según S. Agustín , haber previsto el nacimiento del S e -
ñor , y quizás habia renunciado al matrimonio por disponerse mejor á r e c i -
— 271 —
birle en un estado de continencia. Si bien no habitaba en el Templo, pues no
era permitido á las mujeres , estaba siempre en é l , rogando sin cesar para
hacerse á Dios propicio, no solo con la oración sino con la mortificación y
el ayuno , como si hubiese venido después del establecimiento del Evangelio.
Este nombra honoríficamente al padre y á la tribu de Ana por manifestarnos
que era de una familia ilustre , y que en ella la virtud realzaba la nobleza de
su linaje. Alaba al propio tiempo la viudez de Ana y la santidad de su vida.
La perfecta viudez merece los elogios del Espíritu Santo , por ser el estado
que , después de la virginidad , es el mas conforme con el de Jesucristo, y el
mas propio para recibir sus comunicaciones divinas. Cuando J e s ú s , María y
José estaban aun en el Templo , llegó á él la santa viuda: precioso momento
en que el anciano Profeta , teniendo aun á Jesús en sus brazos , predecía la
suerte del Hijo y la de la Madre. ¡ Cuánta dicha le valió la piedad á esta
virtuosa israelita! Ella vio al Dios Infante, le contempló , y penetró el
misterio del Yerbo encarnado. ¡ Cuáles serian su júbilo , su respeto y su
a m o r ! Abandonóse á dulces t r a s p o r t e s , rompió en acciones de gracias,
en bendiciones, dando gloria á Dios , y testimonio de su hijo: d e s e m p e -
ñaba ya el papel de apóstol. Penetrada de consuelo , créese obligada á
participarlo á todos cuantos israelitas conoce en Jerusalen; y habla de
ello con aquel tono profético é inspirado que persuade , y con aquel fuego
apostólico que abrasa el corazón. Observemos la discreción de la profetiza.
¿ A quienes habla de Jesús? A los que aguardaban la redención de I s -
rael . Los judíos aguardaban el Libertador prometido ; pero los unos con
las falsas ideas de una grandeza mundana y temporal; los otros con la m a -
yor indiferencia. Un cierto número solamente le esperaba con a r d o r , y con
el espíritu que con venia á verdaderos israelitas.; y únicamente á éstos la
santa Virgen dirige palabras de salud , y refiere lo que ha visto y lo que
el Espíritu Santo le ha dado á conocer. Imprudente hubiera sido, y hasta
arriesgado hablar de ello indistintamente á todo el mundo , sobre todo en
una ciudad gobernada por un impío y el enemigo mas cruel del Salvador.
Y cabalmente los sacerdotes , los doctores, los hombres de la ciencia y
de la ley no le conocieron, y en el Templo mismo en donde se obraron tantos
prodigios , en donde Jesús fué reconocido por la fe y por el amor de una p e -
queña parte de Israel , allí es donde el orgullo de las ciencias, y el mismo
sacerdocio corrompido ni aun acertó á reconocerle. « Como el último patio
« del Templo , dice Orsini , estaba prohibido á María , y como el Niño , por
« razón de su sexo, debia allí ser ofrecido al Señor , José le llevó á la sala de
« los primogénitos , preguntándose á sí mismo si las escenas que acababan
« de suceder á la entrada de Jesús en la Santa Casa se renovarían en los
« atrios de los príncipes hebreos. Pero nada descubrió al Niño Dios en esta
— 272 -
« parte privilegiada del Templo : todo quedó en frió silencio bajo los nacien-
te tes rayos del Sol de justicia. Un sacrificador desconocido á José recibió dis-
« traido de las manos callosas del hombre del pueblo las tímidas aves p r e s -
« crítas por la ley , y ni siquiera se dignó honrar á Cristo con una mirada. »
Lo mismo que conmovió de júbilo y de fervor á un santo viejo y á una pobre
viuda , no hizo la menor impresión en el pecho endurecido é indiferente de
los sacerdotes y doctores que se hallaban en el Templo, y á cuyos ojos c a r -
nales la luz de Israel no era mas que una columna de tinieblas. C o r r o m p i -
dos sus corazones por el amor al oro , y obcecados sus entendimientos por el
orgullo , los príncipes de la Sinagoga habian degenerado de la noble sencillez
y fervor de sus predecesores. Este momento solemne , vaticinado por Ageo,
pasó para ellos desapercibido. Ejercían sus funciones sagradas por pura c o s -
t u m b r e , ó por ambición ;' y tal vez los mismos labios que allí maquinalmen-
te entonaban himnos de alabanza al Eterno , debían gritar mas t a r d e : Reo es
de muerte! Crucificadle! El historiador Josefo en sus Antigüedades judaicas
pinta con estas palabras la degradación á que habian llegado los sacerdotes
entre los israelitas. « Apenas puede creerse el lujo y la avaricia de los prínci-
« pes de los sacerdotes en Jerusalen. Los pontífices enviaban por los campos
« á arrebatar los diezmos en las haciendas, y se los apropiaban, r e d u -
« ciendo á los simples sacerdotes á vivir de nueces y de higos. Si los desgra-
« ciados levitas se quejaban de este despojo , se les acusaba de revuelta ó
« insubordinación, y eran entregados á los romanos: el gobernador Félix e n -
te carceló cuarenta de una vez para complacer á los príncipes de la Sinago-
ce ga.» Así es que Dios maldecía sus bendiciones según lo habia anunciado por
Malaquías , y apartaba sus miradas de su Templo, que pronto iba á entregar
al hierro y al fuego de los romanos.
ce Yo te saludo, ó Yírgen llena de gracia, canta la Iglesia, en cuyos
ce brazos un Dios hecho Hombre se ofrece á Dios su P a d r e ! El Señor está
ce en el Templo : allí los ángeles le adoran ! el cielo nada tiene de mas gran-
ee de ! Mas ¿ qué digo ? Aquí hallo un Dios humanado y una Virgen : no
ce tiene el cielo tanta riqueza. Este primer sacrificio hace rebosar de júbilo :
ce no así el segundo , el sacrificio de su vida , sus sollozos y sus gemidos re-
ce sonarán junto á la Cruz ! »
Aqui fué cuando María se presentó á ser por su parte la Redentora del
m u n d o , al cual amó tanto , que dio por él á su Unigénito. ¡ Madres dicho-
sas , q u e acabáis de dar á vuestros hijos una existencia m o r t a l ! Ofreced á
las aras de Jesús esa generación que lloras, pueblo de ángeles sobre la
tierra, cuya inocencia detiene quizás el brazo de Dios sobre nosotros. Á
vuestros nobles y piadosos esfuerzos se deberá tal vez la regeneración de
esta humanidad aletargada y fría, que se entrega á los brazos del placer
— 273 —
para despertar en los de la m u e r t e ! Maria se ofrece á Jesús por la r e d e n -
ción del mundo , y por ella le sacrifica á su Dios. ¡ Ay de la madre , que poí-
no haber consagrado de corazón su hijo al Señor, pueda decirse después
por causa de éste , como de tantos desdichados : Felices las entrañas que no
concibieron !
Y los Santos Esposos, después de haber cumplido todo cuanto estaba
ordenado por la ley del Señor, regresaron á Galilea , á su ciudad de Naza-
reth. Nosotros seguimos, como los graves autores citados por Orsini, la
opinión de que la Sagrada Familia regresó á Nazareth luego después de la
purificación , y no á Belén , como creen algunos, pues asi creemos conciliar
mejor á S. Mateo que nada habla de los prodigios de la presentación al tem-
plo , con S. Lúeas que nada dice del degüello de los inocentes y de la huida
á Egipto.
CAPÍTULO XXVIII.
30
— 282 -
gendrado? Cómo asi estrellas en la tierra lo que dieron al mundo mis entra-
ñas? Otra, viendo que le arrebataban al hijo, decia al homicida: Pues si matas
al h i j o , mata con él también á la m a d r e , que si esta muerte es en pena de
alguna culpa, mia es , y no de este inocente , que aun no pudo conocerla.
Y entre este lamento de las m a d r e s , llegaba hasta el cielo el sacrificio de
los hijos.»
CAPÍTULO XXIX.
El Niño Nazareno
Que es Dios , y á dioses rige, me ha mandado
El salir de este seno,
Y al abismo me envia desterrado:
T ú , p u e s , del ara mia
De hoy mas , con labio mudo, te desvia.
CAPÍTULO XXX.
CAPÍTULO XXXÍ.
CAPITULO XXXII.
Muerte de S. José.
CAPÍTULO XXXIV.
41
— 322 —
« tiene su bieldo en la mano , y limpiará su era , y juntando el trigo en su
« g r a n e r o , quemará la paja en un fuego inextinguible. » Alusión terrible al
último juicio , en que Dios separará el trigo de los escogidos de la paja de
los reprobos , juntando aquel en el granero de su gloria , y arrojando esta á
las llamas eternas. «Y no andéis con deciros á vosotros mismos : tenemos á
« Abraham por p a d r e , continúa el santo anacoreta , pues yo os declaro que
« Dios puede convertir las mismas piedras en hijos de Abraham. » No basta
para salvarse una filiación escogida : cada cual es hijo de sus propias obras ;
y si los llamados no corresponden á su llamamiento , el que formó al primer
hombre del b a r r r o de la tierra puede suscitarse adoradores de las mismas
piedras ; pues tanto para la creación de la naturaleza como para la creación
de la gracia la nada es siempre fecunda al eco de su voz. Y no hay que d i -
ferir la penitencia : la segur está puesta á la raíz del árbol, y todo árbol que
no diere su fruto será corlado y arrojado al fuego. Ved ahí la doctrina del
Evangelio antes aun de promulgarse el Evangelio ! He aquí un Evangelista
anticipado ! Ved ahí en el Precursor la doctrina, la ley misma que en el
Apóstol! Ved ahí una nueva prueba de la Religión de Jesucristo, siempre una,
siempre la misma antes y después de é l , en la eternidad y en el tiempo !
Esperaba Juan con una santa impaciencia el momento de aquella gloriosa
visita que le habia sido prometida. Habia sentido en el seno de Elisabet la
presencia de Jesús oculto aun en el seno de María : mas desde que los dos
habían nacido no se habian visto todavía , y S. Juan no conocia al Salvador
bajo la figura humana. Dios empero, cuando le envió á bautizar le habia p r o -
metido que en el decurso de sus funciones le veria , y le habia indicado con
q u e señal podría reconocerle. I d a establecer, le habia dicho, un bautismo
de agua para inducir á mi pueblo á la penitencia ;> pero sabed al propio tiem-
po que este bautismo nada es en comparación del de mi Hijo. « Él es el que,
bautizando con agua , comunicará á los fieles el Espíritu Santo. » Cuando á
vos se presentará , quiero que podáis distinguirle de los demás y presentarle
á vuestros discípulos. « Veréis al Espíritu Santo descender y posar sobre él.
No deliberéis en aquel m o m e n t o , y decid á los judíos reunidos en torno vues-
tro : He aquí el Hijo de Dios! Ved aquí Aquel cuya gracia confiere el Espíritu
Santo ! » Así instruido el Santo Precursor alimentaba la esperanza de ver
m u y pronto al deseado de las naciones y de su corazón ; y esta dulce espe-
ranza nutria su valor , le reanimaba y le sostenía en sus trabajos. ¡ Con qué
ardor anhelaba la llegada de tan dichoso dia ! ¡Y cuál fué su contento al ver
á Jesucristo! Su esperanza no fué ni engañada ni diferida. Tenia entonces
sobre treinta años , y Jesús vino entonces de Galilea al Jordán á encontrarle
para recibir el bautismo. Poco le costó á Juan el distinguir á Jesucristo entre
la multitud ; pues le reconoció á la señal que Dios le habia dado. Cuál seria
— 323 —
pues el trasporte de júbilo del Santo Precursor , único testimonio por enton-
ces de aquel prodigio! Porqué es preciso advertir, como observa Duguet,
que S. Juan vio descender al Espíritu Santo en forma de paloma , y posar
sobre Jesucristo mucho ánles que tan estupendo prodigio se hiciese público y
patente después del bautismo de Jesucristo ; pues dice el mismo Precursor :
« Yo no le conocía , pero el que m e envió a bautizar en el agua me dijo:
« Aquel sobre quien veréis bajar y descansar el Espíritu Santo , es el que
« bautiza en nombre del Espíritu Santo. Yo vi al Espíritu Santo bajar del
« cielo como una paloma, y posar sobre él. Yo le vi y di testimonio que
« es el Hijo de Dios. » Este testimonio relativo á la persona de Jesucristo no
se hizo público antes de su bautismo, y Juan le conservó en secreto hasta
que su misma humildad le forzó á publicarlo. Estas circunstancias , que se
confunden alguna v e z , sirven para ilustrar la historia , y hacer ver que J e -
sucristo habia sido reconocido por S. Juan antes de su bautismo por una s e -
ñal del todo semejante a la que siguió después, por cuya razón la resistencia
de S. Juan fué grande y pública , y que esta resistencia contribuyó sin duda
mucho á llamar la atención de los espectadores hacia Jesucristo , y hacia él.
Pero cuál fué la sorpresa del Bautista cuando vio á Jesús acercarse para
recibir de él el bautismo ! « Vino entonces Jesús para ser bautizado por é l :
mas Juan se resistía en bautizarle , diciendo: De vos es de quien debería yo
« recibir el bautismo, y vos venis á mí. Pero le respondió Jesús: Déjame ha-
ce cer por ahora ; pues nos conviene cumplir así toda justicia. Entonces Juan
« ya no se resistió. » Y en realidad, Jesucristo fué bautizado por Juan ; ya
para honrar el bautismo de su Precursor y acreditarle, honrándole como
instituido por orden de su P a d r e , ya para santificar por sí mismo las aguas
regeneradoras que nos preparaba , ya para darnos una lección y un grande
ejemplo de humildad, por el cual quiso terminar su vida privada y empezar
su vida pública; y así es como cumplió toda justicia, y Jesús, la inocencia
misma , puesto en medio de los pecadores , recibió como ellos el bautismo
de penitencia , para convertirlo después en bautismo de purificación por su
virtud soberana de Redentor.
Sale Jesús de las aguas del bautismo , y se pone en oración. Y enton-
ces es cuando el cielo da un testimonio público y solemne de su divinidad,
descorriendo el velo que oculta su gloria. Y vióse al Espíritu de Dios d e s -
cender en foma de paloma , detenerse , y reposar sobre Jesucristo. Y oyóse
aquella voz que venia del cielo: «Tú eres mi hijo muy a m a d o , en quien
tengo todas mis delicias. » En vano se ha esforazdo el espíritu de sofisma
en impugnar ó poner en duda este asombroso acontecimiento. El número
de espectadores era g r a n d e ; pues según refiere S. Lúeas , lodo el pueblo
se daba prisa para recibir el bautismo , y tiempo habia que las vivas e x h o r -
— 324 —
(aciones de Juan y su ejemplo conducian todo el mundo á la penitencia.
Y no podia ser que estos espectadores estuvieran distraidos cuando el Padre
celestial hizo oir su v o z , ni que pudiesen aplicarlo á otro que á Jesucris-
to ; pues á mas de que se hallaban ya preparados por la humilde resisten-
cia que le hizo S. Juan á mirarle como un hombre extraordinario , y hasta
como el Mesias, no se dejó oir esta voz sino después de dos circunstancias
que le designaban únicamente á é l : la una fué q u e Jesucristo se puso en
oración sobre la orilla del Jordán inmediatamente después de su bautismo,
lo cual atrajo sobre él las miradas de la multitud ; y la otra , que el cielo se
abrió sobre su cabeza, y de él descendió el Espíritu Santo bajo el símbolo
exterior de una paloma: símbolo de la dulzura , de la simplicidad, de la p u -
reza, y del tierno gemido, la cual vino á reposar sobre su cabeza misma ; y
entonces fué cuando se oyó la voz del Padre celestial. ¡ Qué testimonio tan
brillante dado á la divinidad del Verbo encarnado por las otras dos personas
de la Trinidad adorable! Después del momento en que Jesucristo parece con-
fundirse con los pecadores , para hacerse en un todo semejante á la condición
de pecador , menos en el pecado , entonces es cuando de ellos le distingue el
Padre celestial, no solamente como justo y como inocente , sino como su
Hijo único , objeto de su amor y de sus complacencias , y como la causa de
su buena voluntad hacia los hombres. Y mediante esta distinción , no solo
Dios da testimonio a su Hijo , sino que nos enseña que si Jesucristo no fuese
su verdadero Hijo , su Hijo unigénito, no pudiera sin temeridad ofrecérsele
como el fiador de los pecadores, ni esperar el reconciliárseles con su sacrifi-
cio ; que es preciso ser la fuente de la justicia para poderla comunicar , y
que es indispensable ser el principio del Espíritu de gracia y de amor para
derramarla sobre unos que de ella son indignos. Sin esto la humildad a p a -
rente de Jesucristo hubiera sido un verdadero orgullo; su penitencia en
nuestro nombre hubiera sido inútil; y nuestras iniquidades , aplastando con
su peso al que hubiera pretendido poderlas expiar, n o siendo mas que una
criatura , y no poseyendo sino una justicia prestada , hubieran quedado s o -
bre nuestras cabezas. En su mas profunda humillación, y en el tiempo de su
penitencia pública, si nos es lícito hablar a s í , es cuando Jesucristo debe ser
reconocido por el eterno Padre por su verdadero Hijo. De otra manera su
ministerio , por humillante que parezca , es muy superior á é l , y nuestra es-
peranza en é l , en sus lágrimas y en su penitencia es vana y mal fundada.
CAPÍTULO XXXV.
DESPUÉS de tan augusta declaración por parte de su Padre, mas debe asom-
brarnos todavía que Jesucristo se apresure á ir á empezar nuestra peniten-
cia en el desierto ; pues que esta declaración no habia tenido otro objeto sino
autorizarle en el designio de sufrir y de humillarse por nosotros , é inspirar á
los pecadores una plena confianza en él. Si después de tan brillante testimo-
nio se hubiese mostrado á los hombres para recibir de -ellos la gloria, hubie-
ra perdido de vista su principal objeto; hubiera parecido tener necesidad
para él de este testimonio , cuando para nosotros solos era necesario ; y no
hubiera conocido que el mayor y el mas urgente de nuestros males era el
orgullo, y que por este era preciso empezar nuestra curación. No hay, pues,
paraque admirarse, que habiéndose cargado sobre sí todas las imprecaciones
y todas las maldiciones debidas á los pecadores , como otro cabrío expiador
arrojado al desierto, no hubiese negado al demonio el poder exterior de ten-
tarle , de hablarle con una especie de autoridad , y de trasportarle á diver-
sos lugares. Él representaba á los que por sus propios crímenes habian sido
abandonados á Satanás , y librarlos quería de su cautiverio por la justicia,
no por la fuerza. Y no quería oponerle sino las armas de que los pecadores
hubieran debido servirse contra él para vencerle ; es decir , el ayuno , el s i -
lencio , el retiro, la oración, la humillación, las lágrimas y el uso santo de la
Escritura. Así, pues, todo lo que parece mal concertado á los ojos de la sabi-
duría humana es grande, sublime , divino sise compara con los designios de
Dios sobre Jesucristo y sobre nosotros. Y este conjunto admirable de sucesos
contrarios en apariencia al punto de vista que los reúne, y que demuestra su
uso y su necesidad , es una evidencia de que todo es obra de Dios, y que en
ello no ha tenido la menor parte la invención humana.
« Entonces , pues , Jesús fué conducido por el Espíritu al desierto para
ser allí tentado por el diablo.» Jesucristo después de haber recibido el E s -
— 326 —
píritu Santo , quedado lleno de su virtud , y guiado por su inspiración , dejó
las amenas márgenes del Jordán y se hundió en el desierto : ¡ primer divino
modelo de aquellos á quienes el Espíritu Dios inspira la generosa resolución
de renunciar al mundo y á sus encantos para ir á hablar y comunicar con
Dios en la soledad ! Allí Jesucristo , lejos de todo comercio h u m a n o , se p r e -
paró al combate de la tentación por los ejercicios del desierto , siendo el pri-
mero de ellos el ayuno y la mortificación. « Y habiendo ayunado por espacio
de cuarenta dias y cuarenta noches , tuvo hambre. » Ayunó , pues , por tan
largo tiempo sin tomar el menor alimento , por un prodigio que no se habia
visto cumplido sino en la persona de Moisés , el promulgador de la ley , y en
la de Elias , el jefe de los Profetas; prodigio que debia obrarse con mayor
razón en el que venia á cumplir la ley y los Profetas. Y para honrar este
ayuno de Jesucristo en provecho de las almas por él redimidas, estableció
la Iglesia el ayuno cuadragesimal. El segundo ejercicio del desierto es la ple-
garia , la oración, la meditación. En ella es donde el alma se reconcentra en
sí m i s m a , se estudia , se abate , se anonada para hacerse digna de que le
hable su Criador , y para premunirse contra los asaltos del enemigo.
Después de tan prolongado a y u n o , que parece no pudo sostener Jesús
sin un prodigio , apurada ya la naturaleza , probó el dolor y el hambre.
Aprovechó este momento el Espíritu de las tinieblas para acercarse á él,
y tentarle. La tentación fué puramente exterior ; pues ningún imperio podia
tener Satanás sobre el alma de Jesucristo , ni sobre ninguna de sus p o t e n -
cias : el enemigo se presentó bajo una forma visible y le habló. El desierto
donde se hallaba el Señor no le ofrecia naturalmente medio para satisfacer
la urgente necesidad en que se veia. Era , pues , necesario que apelase
para este efecto á su omnipotencia, y esto es lo.que le propuso hacer el
tentador , á fin de asegurarse si era realmente el Hijo de Dios, como ya
lo sospechaba. Su malicia estaba interesada en saberlo, y Dios quería t e -
nérselo oculto para que la destrucción de su imperio y la redención del gé-
nero h u m a n o se obrasen por los esfuerzos mismos de que se valdría él para
impedirlo. Vos estáis sufriendo vino á decirle, y este árido desierto no
puede ofreceros recurso alguno. Mas vos sabéis lo que Dios puede , y sabéis
también lo que sois. « Si sois pues Hijo de Dios, decid que estas piedras
se conviertan en pan. » El demonio se sirve de su espíritu y de sus luces
para atacar al Salvador ; y éste , que no podia desconocer el ardid , se
sirve de la palabra de Dios para defenderse. «El hombre, le dice, no vive so-
lamente de pan, sino de toda palabra que procede de la boca de Dios.» Como si
le dijera: lo que hace vivir al hombre no tanto es el alimento que toma, como
la voluntad de Dios que debe seguir, expresada por su palabra. Dios no está
reducido á solo pan para sustentar al hombre , no tiene mas que m a n d a r , y
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su palabra puede suplirle con cualquier otro alimento: la palabra de Dios que
alimenta el espíritu, puede también por un prodigio alimentar el cuerpo. Por
medio de semejante respuesta, inutiliza el artificio del tentador, y no le des-
cubre lo que él e s , sin que por sugestión haga el menor uso de su absoluto
poder sobre la naturaleza, y deja á su Padre el cuidado de proveer á su sub-
sistencia. A falta de pan Dios habia alimentado á su pueblo en el desierto con
un maná que llovia diariamente del cielo : esto es lo que significan las p a l a -
bras de Moisés empleadas aquí por Jesucristo, para manifestar su confianza en
Dios, que abunda en bondad y en medios para subvenir á las necesidades de
sus criaturas. Burlado el maligno^espíritu en su primera tentativa, no pudo
ya ocultarse por mas tiempo , y valiéndose del poder que Jesús le concedía,
apoderóse de él por medio de un monstruoso atentado, atravesando los aires
« le trasportó hasta Jerusalen y le colocó sobre el punto mas elevado del Tem-
plo. » Jesús le habia respondido por la Escritura , y el padre de la mentira
osó emplear aquella palabra de verdad y de santidad para enseñar el error y
persuadir el crimen. « Si sois hijo de Dios , le dice , echaos abajo , porqué
está escrito : Ha encargado á sus ángeles que cuiden de vos, y os sostendrán
entre sus manos para que vuestro pié no choque contra la tierra. » A la p r i -
mera sugestión del tentador habia opuesto Jesús la confianza en Dios. Mas el
espíritu maligno le sugiere desde luego el abusar de esta confianza, y hacerla
llegar fuera de límites , protestando de que si es Hijo de Dios no corre riesgo
alguno en precipitarse. Esto era una verdad ; pero ninguna razón movia al
Salvador para hacer esta prueba sin otro objeto que satisfacer la curiosidad
de su ángel rebelde , quien queria con esto asegurarse si era Hijo de Dios.
Y así como Jesucristo se habia servido de la E s c r i t u r a , el diablo la empleó
también á su v e z ; y por la falsa y maligna aplicación que de ella hace , trata
de justificar la acción que le propone. Mas Jesús le responde: « También está
escrito : No tentarás al Señor tú Dios. » Y seria tentarle el pedirle un milagro
de protección en un peligro en que se expusiera por sí mismo sin causa legí-
tima. Obsérvese de paso como el Señor, sin detenerse en mostrar que el espí-
ritu maligno truncaba el pasaje de la Escritura y omitia al fin aquellas pala-
bras « en todos vuestros caminos , » le responde por una máxima conocida,
tomada también de los Libros Sagrados. Así es que explica la Escritura por
la Escritura m i s m a , y por medio de este pasaje claro y formal demuestra el
abuso que hace el demonio de otro pasaje tomado en mal sentido, y peor
aplicado. Por fin «el diablo trasportó á Jesús por segunda vez á una mon-
« taña muy elevada, desde donde le mostró todos los reinos del m u n -
« do y su gloria. Después le dijo : Todo esto te daré si te prosternas delante
« de m í , y me adoras. » Furioso el espíritu infernal por la resistencia de
aquel á quien ataca , le lleva sobre una alta montaña , y formando r e p e n t i -
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ñámente á sus ojos una imagen deslumbradora de todos los reinos del mundo
le hace ver su grandeza, su gloria, su magnificencia. Todo esto me pertenece,
añade, arbitro soy de disponer de todo, y os lo voy á entregar todo si consen-
tís en adorarme. Con esta horrible blasfemia manifiesta al descubierto que el
blanco de todas sus tentativas es el de sustituirse á Dios en nuestro corazón,
y hacerse adorar en lugar suyo. Divinizóse en los antiguos simulacros del
paganismo , y hoy quiere divinizarse en las pasiones criminales. A tan s a c r i -
lega audacia Jesucristo no respondió mas que con una sola palabra de indig-
nación y de poder: « Retírate Satanás. » Con esta fuerza deben ser r e c h a -
zadas las violentas tentaciones. Y añadió , Como Dios que era : « pues escrito
está : adorarás al Señor tu Dios, y no servirás sino á él. » Aquí se deja p e r -
cibir la voz omnipotente que arrojó en el abismo á los espíritus precitos
cuando querían igualarse á Dios. Dios es el único que ha de ser adorado y
servido. El ángel rebelde herido de esta palabra como de u n rayo , aunque
no pudiese conseguir el objeto que se habia propuesto que era conocer con
certeza si Jesús era el hijo de Dios , no obstante sintió la fuerza terrible
de la palabra divina que le aterró , y le obligó á alejarse. También debió
advertir que nada podia sobre el alma de Jesucristo , ni aun para solici-
tarla y hacerla vacilar , lo cual aumentó sin duda sus sospechas. Retiróse,
pues , mas «por algún tiempo , dice S. Lúeas. » Y cuál pudo ser este t i e m -
po sino el de la Pasión , en que inspiró su negra traición al pérfido Judas
y sugerió á los judíos su rabia infernal contra Jesucristo?
CAPITULO XXXVI.
Juan da nuevos testimonios del alio carácter de Jesucristo, el cual empieza su predicación
en Galilea y elige sus primeros discípulos.
CAPÍTULO XXXVII.
Jesús en Cana de Galilea. Dispónesc para ir á Jerusalen, y ejerce allí un acto de autoridad
arrojando del Templo á sus profanadores.
CAPÍTULO XXXVIII.
CAPÍTULO XXXIX.
CAPÍTULO XL,
Al
— 370 -
El sermón de la montaña.
48
— 378 —
nos culpables de impureza á los ojos de Dios, y cuántos sacrificios debemos
hacer para librarnos de este vicio : « Habéis oído que se dijo á vuestros m a -
ce yores : No cometerás adulterio. Yo os digo mas : cualquiera que mirare á
ce una mujer con mal deseo hacia ella , ya adulteró en su corazón. Que si tu
ce ojo derecho es para ti una ocasión de pecar , sácale y arrójale fuera de tí;
ce pues mejor te está perder uno de tus miembros , que'no el que vaya todo
ce tu cuerpo al infierno. Háse dicho : Cualquiera que despidiere á su mujer,
« déle libelo de repudio. Pero yo os digo, que cualquiera que despidiere á su
ce m u j e r , si no es por causa de adulterio , la expone á ser adúltera ; y el
ce que se casare con la repudiada es asimismo adúltero. » Condena también
el juramento , tanto por el nombre santo de Dios como por las criaturas,
enseñándonos la sencillez que debemos guardar en todos nuestros discursos :
ce También habéis oido que se dijo á vuestros mayores : No jurarás en falso,
ec antes bien cumplirás los juramentos hechos al Señor. Yo os digo mas : que
ce de ningún modo juréis (sin justo motivo) ni por el cielo , pues es el trono
ce de Dios ; ni por la tierra , pues es la peana de sus pies ; ni por Jerusalen,
« pues es la ciudad del gran Rey : ni tampoco jurareis por vuestra cabeza,
ce pues no está en vuestra mano el hacer blanco ó negro un solo cabello. Sea,
ce pues, vuestro modo de hablar si, si, ó no, no ; pues lo que pasa de esto de
« mal principio proviene.» Entra desde luego Jesucristo en nuestros deberes
hacia el prójimo, dividiéndolos en tres ocasiones diferentes. Empieza, pues,
por los deberes del cristiano con el prójimo cuando éste es injusto ó violento,
ce Habéis oido que se dijo: Ojo por ojo, y cliente por diente. Yo empero os digo,
ce que no hagáis resistencia al agravio; antes si alguno te hiriere en la mejilla
ce derecha , vuélvele también la otra. » Esta ley condena en los particulares
el tomarse la venganza por sí mismos , ó el aplicar la pena de Tal ion que la
ley de Moisés habia puesto por regla al juicio de los Magistrados. Y esta pala-
bra Talion derivaba de aquella otra ley romana : Qualis injuria, talis peana.
Este precepto de Jesucristo , llevando nuestra mansedumbre hasta el punto
mas alto de perfección , importa en sí el principio de no vengarse, antes bien
retribuir bien por m a l , aun cuando se nos ultraje hasta maltratarnos en el
cuerpo. Cuando se nos despoje délos bienes hasta arruinarnos, tengamos pre-
sente que ceal que quiere litigar contigo para quitarte la túnica, alárgale tam-
bién la capa;» y cuando se nos veja hasta tratársenos como esclavos: cea quien
te forzare á i r cargado mil pasos, anda con él otros dos mil. » En cuanto á los
deberes del cristiano hacia el prójimo indiscreto é importuno, dice: ce Al que te
pide dale, y no tuerzas el rostro al que pretende de tí algún préstamo.» Aho-
r a viene el gran precepto de la caridad con respecto al prójimo enemigo y per-
seguidor : «Habéis oido que se dijo : Amarás á tu prójimo , pero tendrás odio
« á tu enemigo. Yo os digo mas : Amad á vuestros enemigos ; haced bien á
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« los que os aborrecen , y orad por los que os persiguen y calumnian. »
¿ Y cuál es el modelo que se presenta al cristiano para llegar á tan alto p u n -
to de perfección ? Es un modelo divino el que debe imitar : « P a r a que seáis
hijos imitadores de vuestro Padre Celestial, el cual hace nacer su sol sobre
buenos y malos, y llover sobre justos y pecadores. » El cristiano debe s o b r e -
pujar á un modelo puramente humano. «Que si no amáis sino á los que os
a m a n , ¿ q u é premio habéis de tener? ¿ n o lo hacen así aun los publícanos?
Y si no saludáis á otros que á vuestros hermanos, ¿ q u é tiene esto de p a r t i -
cular ? ¿ por ventura no hacen también esto los paganos ?» A todas estas
máximas Jesucristo pone el sello con aquella o t r a : « Sed perfectos, así como
es perfecto vuestro Padre Celestial. » No podia Jesucristo dejar de explicar
en que consisten las buenas o b r a s , dividiéndolas en tres especies. Empieza
por las que tienen relación con el prójimo : el sacrificio de nuestros bienes
por medio de la limosna. «Guardaos bien de hacer vuestras obras buenas en
presencia de los hombres con el fin de que os vean , de otra manera no reci-
biréis su galardón de vuestro Padre, que está en los cielos.» Explica lo que ha
de ser la limosna para merecer delante de Dios, y servirnos para la vida eter-
na. «Y así, cuando das limosna no quieras publicarla á son de trompeta,
como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, á fin de ser honra-
dos de los hombres. En verdad os digo que ya recibieron su recompensa. Mas
tú , cuando des limosna, haz que tu mano izquierda no perciba lo que hace
tu derecha , para que tu limosna quede oculta , y tu Padre , que vé lo mas
oculto, te recompensará.» Las buenas obras con respecto á Dios son el sacrifi-
cio de nuesto espíritu por medio de la oración. Pero en ésta se han de evitar
tres defectos. El primero es la hipocresía. «Y cuando oráis no habéis de ser
como los hipócritas , que de propósito se ponen á orar de pié en las sinago-
gas y en las esquinas de las calles para ser vistos de los hombres. En verdad
os digo que ya recibieron su recompensa. » El segundo defecto que debe evi-
tarse en la plegaria es la disipación. «Tú al contrario , cuando hubieres de
orar entra en tu aposento , y cerrada la puerta ora en secreto á tu P a d r e ;
y tu Padre que vé lo mas secreto te premiará. » El tercer vicio.de la oración
es la abundancia de palabras, ó la excesiva verbosidad. «En la oración no
afectéis, pues, hablar mucho, como hacen los gentiles, que se imaginan haber
de ser oidos á fuerza de palabras. No queráis, pues, imitarlos, que bien sabe
vuestro Padre lo que habéis de menester antes de pedírselo. » Y no contento
Jesucristo con darnos tan bellas lecciones para o r a r , él mismo nos da la f ó r -
mula precisa con la cual debemos exponer á Dios nuestras necesidades, é i m -
plorar sus beneficios. « Ved , p u e s , como habéis de o r a r : Padre nuestro que
estás en los cielos, santificado sea el tu nombre. Venga el tu reino , hágase tu
voluntad , como en el cielo , así también en la tierra. Danos hoy nuestro pan
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cotidiano. Y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos á
nuestros deudores. Y no nos dejes caer en la tentación. Mas líbranos de mal.
Amen. » Hace notar Stolberg, que en los ejemplares griegos modernos se
encuentran ademas estas palabras para el final. «Porqué á vos pertenece el
reino, el poder y la gloria, por todos los siglos. Amen.» Palabras por cierto be-
llísimas, y que no parecen indignas de esta divina oración. Todas las traduc-
ciones protestantes las han adoptado , pero no se leen , ni en la Yulgata , ni
en S. Agustín, ni por último en los manuscritos griegos mas antiguos ; motivo
por el cual Grocio, y con él otros autores protestantes , las consideran, como
nosotros los católicos, por no auténticas , y como nosotros creen que fueron
continuadas en los manuscritos griegos por la costumbre que tenían las igle-
sias orientales de decirlas inmediatamente después del Padre Nuestro , como
para bendecir y glorificar á Dios. Varios son , brillantes y á cual mas profun-
dos y curiosos, los comentarios que se han hecho de la Oración Dominical;
y el que da Stolberg en su Historia de Jesucristo y de su siglo merece por
cierto un lugar preferente. Pero en la precisión que tenemos de ser concisos,
escogeremos entre mil , el que con rapidísimas pinceladas hace el ilustra
autor de los Mártires. « La Oración Dominical es obra del mismo Dios, q u e
conocía todas nuestras enfermedades : meditemos bien todas las palabras :
Padre nuestro que estás en los cielos. Reconocimiento de un Dios único. Santi-
ficado sea el tu nombre. Culto debido á la Divinidad : vanidad de las cosas h u -
manas. Dios solo merece ser santificado. Venga á nos el tu reino. Inmortali-
dad del alma. Hágase tu voluntad asi en la tierra como en el cielo. Expresión
sublime, que comprende todos los atributos de la Divinidad: resignación san-
ta , que abraza todo el orden físico y moral del universo. El pan nuestro de
cada dia dánosle hoy. ¡ Oh qué unción y q u é fondo de filosofía! La única n e -
cesidad real del hombre es un poco de pan : necesítase solamente para hoy
(hodie) porqué ¿existirá acaso el dia de m a ñ a n a ? Y perdónanos nuestras
deudas , asi como nosotros perdonamos á nuestros deudor'es. He aquí la moral
y la caridad en dos palabras. No nos dejes caer en la tentación; mas líbranos
de mal. He aquí el corazón humano todo entero : he aquí el hombre , y toda
su fragilidad, No pide fuerza para vencer ; no pide no ser tentado , ni pide
dejar de sufrir. Solo quien hizo la naturaleza humana podia tan profunda-
mente conocerla. Hagamos de paso una sola observación. La única petición
que aclara , y en la cual insiste Jesucristo, es la quinta sobre el perdón de
nuestras deudas, pues sobre ella sola podia quedar alguna duda. He pecado,
dirá alguno: mas, cómo sé que m e ha perdonado Dios? Incertidum'bre cruel!
Escuchemos á nuestro Salvador divino, y admiremos su bondad Él mismo
cuida de calmar nuestras inquietudes y de tranquilizarnos. « Si perdonáis á
los hombres las ofensas que cometen , también vuestro Padre celestial os
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perdonará vuestros pecados.» Y para acabar de cimentar entre nosotros la
mas sincera caridad , añade : « P e r o si vosotros no perdonáis á los hombres,"
tampoco vuestro Padre os perdonará los pecados. » ¿Cómo podríamos, pues,
dejar de perdonar , y perdonando dejar de esperarlo todo ? Después de haber
enseñado Jesucristo á los que le escuchaban la Oración Dominical, continuó
con el mismo espíritu á hablarles de la tercera clase de buenas o b r a s , con
respecto á nosotros mismos, que es el sacrificio de nuestro cuerpo por medio
del a y u n o , como lo había hecho antes de la oración y de la limosna: « Cuan-
do ayunéis no os pongáis tristes como los hipócritas, que desfiguran sus r o s -
tros para mostrar á los hombres que ayunan. En verdad os digo, que ya
recibieron su galardón. T ú , al contrario , cuando ayunes perfuma tu c a -
beza y lava tu c a r a , para que no conozcan los hombres que a y u n a s , sino
únicamente tu Padre , que está presente á todo lo que hay de mas secreto ;
y tu P a d r e , que v e l o mas secreto, te dará por ello la recompensa.» No
habla seguramente el Señor aquí del ayuno prescrito por la ley ; pues este
es obligatorio , sino del voluntario , en el cual debe evitarse todo género de
hipocresía y de vanidad.
Después de habernos instruido tan completamente acerca de la p r á c -
tica de las virtudes, entra á combatir los obstáculos que nos las pueden
impedir. Y siendo el mas poderoso el apego á lo t e r r e n o , nos trata del des-
asimiento de los bienes de la tierra , y del cuidado de enriquecernos con
los bienes del cielo. ¡ Cuánto distan unos de otros ya en su naturaleza , ya
en el modo de adquirirlos , conservarlos , poseerlos y gozarlos! Oigamos
á Jesucristo : No queráis amontonar tesoros para vosotros en la t i e r r a , don-
de el orin y la polilla los consumen , y donde los ladrones los desentierran y
roban. Atesorad mas bien para vosotros tesoros en el cielo , donde no hay
orin , ni pollila que los consuma , ni tampoco ladrones que los desentierren
y roben. » La posesión de los bienes terrestres envilece el corazón y ciega
el espíritu ; pues el corazón participa de la naturaleza de los bienes á que
está pegado. «Porqué allí donde está tu tesoro , está también tu corazón. »
El apego á los bienes de la tierra ofusca el espíritu y la razón. « Antorcha
de tu cuerpo son tus ojos-: si tu ojo fuere sencillo, todo tu cuerpo estará
iluminado. Mas si tienes malicioso tu ojo , todo tu cuerpo estará oscurecido.
Que si lo que debe ser luz en tí es tinieblas, las mismas tinieblas ¡ cuan
grandes serán ! «Comunmente nos alucinamos en querer ser felices en el
tiempo y en la eternidad , gozar de la tierra y del cielo , servir á Dios y al
mundo. Jesucristo nos disipa esta ilusión funesta. «Ninguno puede servir á
dos señores ; porqué ó tendrá aversión al uno , y amor al otro, ó si se sujeta
al primero, mirará con desden al segundo. No podéis servir á Dios, y á las
riquezas. » Pretextamos asimismo , para cohonestar este afán por los bienes
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de la tierra, el temor de que nos falten. «En razón de esto os digo, continúa
Jesucristo , no os acongojéis por el cuidado de hallar de que comer para sus-
tentar vuestra vida, ó de donde sacareis vestidos para cubrir vuestro cuerpo.
¿Acaso no vale mas la vida (ó el alma) que el alimento , y el cuerpo que el
vestido?» Y lo atestigua por el espectáculo que nos ofrece la naturaleza.
«Mirad las aves del cielo como no siembran, ni siegan, ni tienen graneros,
y vuestro Padre Celestial las alimenta. ¿ P u e s no valéis vosotros mucho mas
sin comparación que ellas? Y acerca del vestido : ¿ A qué inquietaros? Con-
templad los lirios del campo como crecen. Ellos no labran, ni hilan. Sin e m -
bargo yo os digo que ni Salomón con toda su gloria se vistió con tanto primor
como uno de estos lirios. Pues si á una yerba del c a m p o , que hoy es y m a -
ñana se echa en el horno , Dios así la viste, ¿cuánto mas á vosotros , h o m -
bres de poca fe? Así no vayáis diciendo afanados : ¿dónde hallaremos d e q u e
comer y b e b e r ? ¿ dónde hallaremos con que vestirnos? como hacen los p a -
ganos , los cuales andan ansiosos tras de todas estas cosas , que bien sabe
vuestro Padre la necesidad que de ellas tenéis. » Y ya les habia insinuado
que este pretexto nacia de un corazón neciamente orgulloso. « ¿ Y quién de
vosotros, á fuerza de discursos, puede añadir un solo codo á su estatura?» Y
concluye diciendo : « Por En, buscad primero el reino de Dios y su justicia, y
todas las demás cosas se os darán por añadidura. No andéis , pues , acongo-
jados por el dia de mañana , que el dia de mañana harto cuidado traerá por
s í ; bástale ya á cada dia su propia tarea. » Hablando desde luego de los tres
deberes esenciales á la salud , los considera ya con respecto al prójimo , ó
deber de caridad; ya con respecto á Dios, ó deber de oración; ya con respec-
to á nosotros mismos , ó deber de mortificación. Evitemos ante todo dañar al
prójimo y ofenderle con el pensamiento, juzgando mal de él. «No queráis
juzgar si queréis no ser juzgados , porqué con el mismo juicio que j u z g a -
reis se os juzgará á vosotros, y con la misma medida con que midiereis,
s e o s medirá á vosotros. Mas tú ¿cómo reparas una pajita en el ojo de tu
hermano , y no adviertes la viga que está dentro del tuyo ? » G u a r d é m o -
nos de ofender al prójimo con p a l a b r a s , echándole en cara sus defectos.
« ¿ O cómo dices á tu h e r m a n o , deja que yo saque esta pajita de tu ojo,
mientras tú mismo tienes una viga en el tuyo? ¡Hipócrita! saca primero la
viga de tu ojo , y entonces verás para sacar la mota del ojo de tu h e r m a -
no. » No ofendamos al prójimo con nuestras acciones, poniéndole en peligro
de ofender á Dios , obrando el m a l , ó haciéndose culpable. «No deis á los
perros las cosas santas, ni echéis vuestras perlas á los cerdos ; no sea que
las huellen con sus pies , y se vuelvan contra vosotros, y os despedazen. »
Deber de la oración con respecto á Dios , examinando el objeto , el motivo y
la condición de este deber. «Pedid y se os dará : buscad y hallareis : llamad
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y os abrirán. Porqué todo aquel que pide recibe , y el que busca halla , y al
que llama se le abrirá. » Para probar esta verdad apela Jesucristo á los sen-
timientos naturales. « ¿ H a y por ventura entre vosotros alguno , que pidién-
« dolé pan un hijo s u y o , le dé una piedra? ¿ó qué si le pide un pez le dé una
« culebra ? Pues si vosotros siendo malos sabéis dar buenas cosas á v u e s -
« tros hijos, ¿cuánto mas vuestro Padre Celestial dará cosas buenas á los
« que se las pidan ? Y a s i , haced vosotros con los demás hombres todo lo
« que deseáis que hagan ellos con vosotros , porqué esta es (en compendio)
« la ley y los profetas.» Entra luego el deber con respecto á nosotros mismos,
que es el deber de padecimiento' y de mortificación. «Entrad por la puerta
« angosta, porqué la puerta ancha y el camino espacioso son los que condu-
« cen á la perdición , y muchos son los que entran por él. ¡ Oh qué angosta
« es la puerta, y cuan estrecha la senda que conduce á la vida! ¡ y qué pocos
« son los que dan con ella ! » ¡ Qué manantial de reflexiones sobre estos dos
opuestos caminos, que conducen á la vida y á la muerte , á la desgracia ó á
la felicidad inmortal! Para completar su preciosa instrucción, concluye Jesu-
cristo previniéndonos contra las fatales ilusiones que podrian extraviarnos
en el camino de la salud , y hacernos errar en tan importante negocio"; y las
divide en tres clases. Ilusiones en la doctrina. Jesucristo nos impone la obli-
gación de atender mucho en evitar los falsos profetas , los impostores que se
venden por anunciadores de la verdad. «Guardaos de los falsos profetas, que
vienen á vosotros disfrazados con pieles de ovejas ; mas por dentro son lobos
voraces. » Al mismo tiempo nos enseña el medio para conocer á estos profe-
tas falsos. « Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se cogen uvas de los e s p i -
« nos, ó higos de las zarzas? Asi es que lodo árbol bueno produce buenos fru-
« tos, y todo árbol malo da frutos malos. Un árbol bueno no puede dar frutos
« malos , ni un árbol malo darlos buenos. » Y nos manifiesta por fin el c a s -
tigo de los profetas de la impostura , y de aquellos que los habrán seguido ;
pues tendrán la suerte de un mal árbol. «Todo árbol que no produce buen
fruto, será cortado y echado al fuego.» Y como para mas inculcarlo vuelve á
repetir después : « Por sus frutos los conoceréis. » La segunda clase de i l u -
siones se halla en las obras. Preciso es hacer buenas obras, así como al árbol
el dar buen fruto. « No todo aquel que me dice : ¡ Señor ! ¡ oh Señor ! entra-
rá por eso en el reino de los cielos ; sino el que hace la voluntad de mi P a -
dre Celestial : ese es el que entrará en el reino de los cielos.» Nuestras obras
deben ser hechas según la voluntad de Dios y para Dios. « Muchos me dirán
en aquel dia (el del juicio) ¡ Señor! ¡ Señor ! ¿ pues no hemos nosotros p r o -
fetizado en tu nombre , y lanzado en lu nombre los demonios , y hecho m u -
chos milagros en tu n o m b r e ? Mas entonces yo les protestaré : Jamas os he
conocido ( p o r m i o s ) , apartaos de m í , operarios de la maldad. » Así es que
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nuestras obras deben ser hechas en el amor de Dios, en estado de gracia.
Por último, puede haber ilusiones en los conocimientos , ó sea en la inteli-
gencia. ¡ Cuan grande es la necesidad de conocer y de saber la ley de J e s u -
cristo ! ¡ Y cuánto es la sabiduría de aquel que conoce y practica la ley de
Jesucristo! «Por tanto , cualquiera que escucha estas mis instrucciones y las
practica, será semejante á u n hombre cuerdo que fundó su casa sobre piedra:
y cayeron las lluvias, y los ríos salieron de madre , y soplaron los vientos,
y dieron con ímpetu contra la casa ; mas no fué destruida , porqué estaba
fundada sobre piedra.» ¡Mas cuánta es la locura de aquel que conoce y
no practica la ley de Jesucristo! « Pero cualquiera que oye estas instruccio-
nes que doy y no las pone por obra , será semejante á un hombre loco que
fabricó su casa sobre a r e n a ; y cayó la lluvia , y vinieron rios , y soplaron los
vientos, y dieron con ímpetu contra la casa, la cual se desplomó , y fué
grande su ruina. » « Al fin , habiendo Jesús concluido este discurso , los p u e -
blos que le oian no acababan de admirar su doctrina.» El primer objeto d é l a
admiración del pueblo fué la doctrina de Jesucristo, perfecta porqué regula y
perfecciona todo el hombre ; perfecta , porqué ilustra todo el h o m b r e ; p e r -
fecta porqué fortifica todo el hombre, fijando la ligereza de su espíritu por las
reglas inmutables de la fe , y animando su corazón por motivos p r o p o r c i o -
nados á su estado y á su capacidad. El segundo objeto de la admiración
fué la autoridad con que Jesucristo enseñaba. « Porqué su modo de instruir-
los era con cierta autoridad:» autoridad incontestable , inimitable, é i n c o m -
parable. « Y no á la manera de los escribas y fariseos. » Pues su manera de
enseñar , bien que sencilla y popular', era noble é interesante, sin artificios
de elocuencia , sin ambigüedades, ni d u d a s , revelando á un tiempo los mas
tiernos y dulces sentimientos de una alma sublime, el amor de un Padre , y
la autoridad de un Dios. No así los escribas y fariseos: su lenguaje vano y
artificioso encubría tal vez con bellas frases un fondo de duda y de e r r o r : ca-
rácter que ha quedado y dura todavía en los discursos de los impíos.
— 385 —
CAPÍTULO XLI1.
CAPÍTULO XLIII.
Obras milagrosas de Jesús desde que descendió del monte hasta la vocación de S. Mateo.
CAPÍTULO XLIVi
Vocación de S. Maleo. Jcsus cura á una mujer de hemorragia, y resucita á la hija de Jairo.
51
— 402 —
l a r , la grande historia de aquel Niño , á quien los ángeles anunciaron d i -
ciendo : Gloria á Dios en las alturas. Mateo, con toda la candidez y seguridad
de quien refiere lo que ha visto, relata la vida humana de Jesucristo; así
como el estático Juan se remonta como un águila para penetrar y revelar la
divinidad del Hijo de Dios. Las palabras , pues , del apóstol antes publicano
resuenan diez y ocho siglos hace por todo el mundo cristiano: ellas hieren con
frecuencia nuestro oido, y lá voz del Evangelio es la voz de la misma verdad
que nos habla por él. La Iglesia, pues, señala en la tierra las cuatro sillas de
gloria que deben ocupar en el cielo los cuatro cronistas de los misterios de
Dios , los que trasmitieron por escrito sus prodigios y doctrina ; los cuatro
ángeles destinados á hacer resonar la palabra de vida por los cuatro á n g u -
los del mundo. San Hipólito llama ademas á San Mateo hostia y víctima de
la virginidad , y prolector de las vírgenes. «Leví dio después en su casa un
festín espléndido , y estando Jesús en la mesa , vio á muchos publícanos y
pecadores que se pusieron á la mesa con él y sus discípulos; pues habia
muchos de aquellos que le seguian. Mas los fariseos y los escribas, al ver
q u e comía con publicanos y pecadores, decían m u r m u r a n d o á sus discípu-
los : ¿ Cómo es que vuestro Maestro come con publicanos y pecadores ? »
Este m u r m u r a r de los fariseos traia su origen de la envidia , cuyos c a r a c -
teres , fáciles aquí de reconocer , son la curiosidad, la malignidad y la c o -
bardía. Jesús empero responde con dignidad , y toma su respuesta de una
comparación , de un texto de la Escritura , y del fin de su misión. « Lo cual
habiendo oido J e s ú s , les dijo : Los que están buenos no necesitan de médico,
sino los que están enfermos. Id, pues, á aprender lo que significa: Mas estimo
la misericordia que el sacrificio.» Como si dijera , la misericordia y el sacrifi-
cio están igualmente mandados; pero en la concurrencia de estos deberes,
v en la imposibilidad de conciliarios , debéis dejar el sacrificio para ejercer la
misericordia. Una obra de caridad hacia el prójimo es m a s grata á mis ojos
q u e la obra mas santa de la l e y , tal como la inmolación de las víctimas. Por
fin, Jesús toma su respuesta del fin de su misión sobre la tierra. «Porqué no
son los justos sino los pecadores los que yo he venido á llamar á la p e n i t e n -
cia. » Atrayendo, pues, hacia mí á estos que vosotros llamáis pecadores, con
el fin de ganarlos para mi Padre Celestial, cumplo con mi ministerio, y con
el objeto por el cual he sido enviado al mundo ; por lo que mi ministerio no
tanto se extiende á los justos como á los culpables.
Jesucristo tenia que satisfacer continuamente las demandas de unos y
otros , y dar contestación así á las preguntas de la ignorancia , como á las
de la malicia, siempre dispuesta á sorprenderle en sus obras y en su d o c -
trina. «Siendo también los discípulos de Juan y los fariseos muy dados al
a y u n o , vinieron éstos á preguntar á J e s ú s : ¿No nos dirás por qué razón
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ayunando tos discípulos de Juan y los de los fariseos , no ayunan tus discí-
pulos ? » Así pretendían estos hipócritas atacar á Jesucristo , y ponerle en
contradicción consigo m i s m o , como si el único modo de hacer penitencia
consistiese en las austeridades exteriores, y no en la victoria sobre sí propio
y en el sacrificio del corazón. Mas ¿cómo los discípulos del P r e c u r s o r , el
mas humilde y el menos crítico de los hombres , tienen la imprudencia y
hasta la osadía de unirse y mancomunarse con los mayores enemigos del
Salvador para censurarle á él y á sus discípulos ? ¿ Cómo vienen á tomar
el lenguaje de una secta reprobada , que no se sostenía sino por su orgullo ?
¿Mas no vemos aun en el dia á ciertos cristianos y católicos hacerse eco de
los impíos y usar de su mismo lenguaje contra la Iglesia, sus pastores,
y sus ministros ? Consideremos empero la respuesta de Jesús , llena de i n -
teresante doctrina y de profundos misterios: «¿Cómo es posible que los
amigos del Esposo anden afligidos y ayunen mientras que el Esposo está con
ellos? Ya vendrá el tiempo en que les será arrebatado el Esposo, y entonces
ayunarán.» Jesús declara aquí su calidad de Esposo de la Iglesia, con la cual
reinará en la eternidad, y declara á sus discípulos amigos del Esposo. ¡Qué
misterio tan grande y consolador! Jesucristo predica su muerte , que tenia
presente siempre á su espíritu y que deseaba con ardor. Y confirma esta su
respuesta por tres comparaciones, bajo las cuales solia anunciar muchas v e -
ces los mas profundos misterios. « Nadie á un vestido viejo le echa un r e -
miendo de paño nuevo; de otra suerte el remiendo nuevo rasga lo viejo, y se
hace mayor la rotura. » En esto se condenan estas monstruosas mescolanzas
de dogmas y de preceptos entre la ley nueva y la ley vieja , entre el E v a n g e -
lio y el m u n d o , entre Dios y Belial. «Tampoco echa nadie vino nuevo en
cueros viejos , porqué romperá el vino los c u e r o s , y se derramará el vino, y
los cueros se perderán. Por tanto él vino nuevo en pellejos nuevos debe m e -
terse. » En esta comparación puede reconocerse el espíritu de la nueva ley y
de los Sacramentos , que se distinguen en Sacramentos de vivos y S a c r a -
mentos de muertos , y la regeneración en la gracia bautismal ó de la p e n i -
tencia, en que nos despojamos del hombre viejo y nos revestimos del hombre
nuevo. La tercera comparación es tomada del vino nuevo , al cual un h o m -
bre, acostumbrado al vino viejo, no se acomoda desde luego, « Nadie habrá
que bebiendo vino viejo quiera beber de n u e v o , pues d i r á ; el viejo es m e -
jor. » Los discípulos de J e s ú s , bien que iguales á los de Juan para rogar y
ayunar , se hallaban en una situación distinta ; lo cual esplicó ya Jesucristo
bajo el emblema del Esposo; mas tenían para el porvenir un destino diferen-
te , y esto es.lo que significa Jesús con sus tres comparaciones. La respuesta
contenida en ellas es una confirmación de la que ya tiene dada ; y en ella
debe hallarse el mismo sentido , cubierto de la misma oscuridad para los acU
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Tersarlos de Jesús. Todo se reduce á-que sus discípulos, destinados para una
nueva ley con sus prácticas también nuevas, no han de sujetarse á las de una
ley antigua q u e va á caducar , no en lo substancial, sino en su parle de rito
y de observancia.
Mientras Jesús estaba hablando en las riberas del Jordán á una multitud
ávida de acoger las palabras que salían de su boca , uno de los jefes de la
Sinagoga de Cafarnaum , llamado Jairo , rabino que , según parece , p r e -
sidia en las asambleas, viene y se arroja á sus pies , y le a d o r a , y le suplica
que vaya á su casa , porqué tenia una hija única de cerca de doce años que
se estaba muriendo. Tratábase de salvar la vida á una hija q u e r i d a , e s -
peranza y consuelo de un afligido padre. S e ñ o r , le d i c e : mi hija se está
acabando, pero venid , poned sobre ella vuestra mano , y vivirá. ¡ Qué m o -
tivo para el alma de Jesús! ¡ qué bella ocasión para interesar su bondad! La
súplica es ferviente, es sencilla, es llena de fe. El Salvador no se hace de r o -
gar: la fe de Jairo era grande , pero no tan perfecta como la del Centurión, y
así Jesús la recompensa sin hacer su elogio. ¡ Cuan bueno es el Señor! C o m -
padece nuestra debilidad , y nos perdona muchas faltasen razón de la c o n -
fianza que en él tenemos. Al levantarse silencioso el Salvador, luego después
de la súplica de Jairo , fué seguido de una multitud que se agolpó en torno
suyo , ansiosa de contemplar un nuevo prodigio. Al mismo tiempo acercóse
por detras una mujer afectada de una dolencia crónica ó inveterada , de un
flujo de sangre, confiada vivamente en que con solo tocar la franja del vesti-
do de Jesús quedaría curada. Vuélvese Jesús, y al verla le dice: «Confia, hija,
tu fe te ha curado,» y lo quedó en aquel mismo instante. Hablaba Jesús aun
cuando la fe d e Jairo se vio sometida á una dura prueba. Llegan algunos alle-
gados de aquel jefe, y declaran que su hija ha muerto ya. No fatiguéis al Maes-
tro, añaden, no hay necesidad. Pero esta observación, que parecia limitar en
cierto modo el poder de Dios, no arredra á Jesús , el cual dirigiéndose al jefe
de la Sinagoga, le dice: «No temáis: creed solamente, y vuestra hija vivirá.»
Á este rasgo sublime de un lenguaje divino no se paró la comitiva, que c a -
minaba silenciosa hacia el lugar de la aflicción. ¿ Y qué encontró Jesús en Ja
casa del jefe de la Sinagoga? Lo que se halla en la casa de los grandes de la
tierra : mucho ruido y tumulto : gritos , a p a r a t o , la triste decoración de una
pompa fúnebre : allí estaban los tocadores de flauta , que en aquel tiempo
se hacian venir para mezclaren los suntuosos funerales el son lúgubre d e s ú s
instrumentos: donde quiera resonaban llantos , sollozos y plañideros gritos.
Aquella joven y rica belleza acababa de espirar : apenas habia aparecido en
el mundo, hallábase como flor de una hora mustia y arrancada para siempre:
la palidez de la muerte habia soplado sobre sus encantos. Manda Jesús que
cese todo aquel estruendo inútil con que la vanidad impotente del mundo ro-
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deaba aquel féretro. Cuando todos hubieron salido , toma Jesús consigo á
P e d r o , á Jaime y á Juan con el padre y la madre de la niña , y entra en el
lugar donde yace tendida é inmoble. Acércase á su lecho , toma su mano de
hielo , y le dice : Levántate : yo te lo mando. Antes habia dicho á todos los
circunstantes: Retiraos: ¿ á q u é tantos lamentos y ruidos? esta jovencila
d u e r m e , no está m u e r t a . El Salvador llamaba sueño á una muerte real,
pero que debia d u r a r poco tiempo; y como los otros no entendían su lengua-
je , empezaron á mofarse de é l , como hacen los miserables hijos del siglo,
que se burlan de las verdades q u e no comprenden. Al contacto de la mano
omnipotente, la mano helada por la muerte, la mano de un cadáver recobra
súbitamente el calor , el movimiento y la vida. La voz vivificadora penetra
por entre los abismos del sepulcro ; hace vacilar el imperio de la muerte , la
cual reconoce á su vencedor que le arranca su presa. A la voz de Jesús el
alma vuelve á entrar en el cuerpo que habia abandonado, y hállase aquella
joven llena de vida, de salud y de fuerzas. Levántase al momento, y se pone
á andar : el estupor se apodera de todos los circunstantes: los padres no pue-
den hablar de admiración y de júbilo : el pasmo embarga la voz de todos:
los discípulos mismos , acostumbrados á ver prodigios obrados por su Maes-
tro , quedan llenos de asombro : á la sorpresa sigue el júbilo y el reconoci-
miento de aquellos padres afortunados, que apenas dan crédito á sus ojos ; y
á pesar del expreso mandato de Jesús de tener callado aquel grande a c o n t e -
cimiento , no pueden obedecer sus corazones : el milagro habla por sí m i s -
mo, y su fama se extiende por toda la comarca.
CAPÍTULO XLV.
«Y después que Jesús hubo salido de la casa donde habia obrado aquel
prodigio con la hija de Jairo, siguiéronle dos ciegos , clamando á grandes
gritos : Hijo de David , ten piedad de nosotros. » Jesús que pasaba de C a -
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farnaum á Jerusalen , recorrió los pueblos y aldeas que se hallaban en su
tránsito. Dos ciegos , oyendo el tropel de gente que á Jesús seguia , fueron
advertidos que por allí pasaba. No dejaron escapar , pues, la ocasión : a p r o -
vecharon los momentos , y se pusieron á seguirle con voces tales q u e c o n -
movian á la multitud , repitiendo s i e m p r e : «Hijo de David , compadécete de
nosotros. » Luego que llegó á casa se le presentaron delante. ¡ Cuan felices se
tuvieron de hallarse á su presencia! No le veian, pero sabian que allí estaba,
y confiaban verle cuanto antes. Jesús les dice: « ¿ Creéis que yo puedo hacer
esto q u e me pedís ? Dícenle: «¡ Señor! así lo creemos.» Con semejante res-
puesta manifiestan el poder de Jesús, y la fe que en él tenian. « Entonces les
toca los ojos diciendo: Según vuestra fe, así se haga. Y al momento quedaron
abiertos sus ojos. » ¡ Dichosos ciegos, por cierto! ¡ y digno premio de vuestra
f e ! Vosotros le visteis por fin á este Salvador divino, y él fué el primer objeto
q u e fijó vuestras miradas. ¡ Cuáles serían los trasportes de. júbilo y de recono-
cimiento de aquellos afortunados! Jesús les prohibe hablar de aquel milagro;
pero sus corazones no saben callar : no está en ellos el dejar de publicar-
lo : el recuerdo de aquel beneficio forma como una parle de su existencia.
«Jesús les conminó diciendo : Mirad que nadie lo sepa. Ellos sin embargo al
salir de allí lo publicaron por toda la c o m a r c a . » Después de haber salido
estos dos ciegos ya curados, publicando el poder y la bondad de su bienhechor,
le presentaron un mudo endemoniado , ó sea poseído del demonio. En una
casa en donde habia grande multitud de gente , y en la que se encontraban
hasta doctores de la ley, que habian venido de Jerusalen , como observa San
Marcos , cerca de dos años antes de su muerte , arroja Jesús de un cuerpo
humano viviente un demonio mudo y ciego , llamado así porqué habia vuelto
ciego y mudo á aquel á quien poseia ; el c u a l , luego de echado el espíritu
maligno de su cuerpo , recobró por el mismo milagro la vista y la p a l a -
bra. Mas, bien sea que este hombre-fuese naturalmente m u d o , y a d e -
mas poseído , ó bien que fuese el demonio quien le volviese m u d o , era
su situación de las mas deplorables. Porqué ni podia en tal estado cumplir
con la mayor parle de los deberes de la vida civil, ni aun podia tener el con-
suelo de la expansión , esto es , de lamentarse de su cruel infortunio, ni p e -
dir su curación por oportuna que fuese la ocasión de ser curado. A la c a r i -
dad compasiva de los que le presentaron á Jesús fué deudor este infeliz de su
dicha. Mas así que la palabra omnipotente de Jesucristo hubo salido de sus
divinos labios , el espíritu del mal fué instantáneamente expelido del cuerpo
de aquel desdichado , y le fué dado el hablar. Si verdad hay consignada en
las sagradas páginas con los mas solemnes y auténticos testimonios e s , como
hemos visto y a , la de la existencia del imperio ejercido por Jesucristo sobre
el espíritu del mal en los cuerpos de los poseidos. Los mismos enemigos del
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Salvador, cuando le calumniaban por los milagrosos socorros que á los p o -
seídos daba, no pudiendo negar la evidencia, se veían forzados á sostener que
lanzaba los demonios por virtud de Beelzebub , principe de los ángeles m a -
los , con q u i e n , según ellos , tenia hecho pacto. Pero Jesucristo les redarguia
por lo absurdo. El pueblo , que naturalmente juzga con rectitud por lo que
vé , cuando no se malean sus instintos"; «se llenó de admiración » al p r e s e n -
ciar aquellos patentes milagros : «y las gentes decían : Jamas se ha visto cosa
semejante en Israel.» Los fariseos empero, cuyo espíritu pervertido para i m -
pugnar la verdad no retrocedía ante los absurdos de la mas palpable contra-
dicción : decian: « P o r arte del espíritu de los demonios expele los d e m o -
nios. » Por manera que los orgullosos sabios del m u n d o , para oscurecer los
milagros de Jesucristo, querían hacer creer al pueblo, que arrojaba los demo-
nios con el auxilio de su propio Principe. Cuya circunstancia hizo proferir á
Jesús en otra ocasión análoga, como veremos mas adelante, algunas verdades
de la mas importante aplicación.
« Y Jesús iba recorriendo todas las ciudades y villas , enseñando en sus
Sinagogas, y predicando el Evangelio del reino de Dios, y curando toda
dolencia y toda enfermedad. » Nada omitía , nada descuidaba su c e l o : exten-
. díase igualmente á los grandes y á los p e q u e ñ o s , á los ricos que habitan en
poblado, y á los pobres que moran en la campaña. Su solicitud era u n i -
versal , como lo fué después y lo continua siendo la de su Iglesia y de sus
ministros. Á enseñar la ciencia de salud , predicar el Evangelio, anunciar el
reino de Dios se reducen todos sus cuidados y desvelos. Hemos visto ya lo
sublime y puro de su doctrina , que se iba aun desenvolviendo m a s en el
decurso de sus predicaciones. Viajes penosos, misiones trabajosas y señaladas
por la efusión continua de sus misericordias , he aquí la historia de su vida.
Nada hace ni emprende sino para la salud de las almas , en la que trabaja
sin descanso. En los dias de reunión ó asamblea enseña públicamente en las
Sinagogas : los demás dias enseña en todos lugares y en toda ocasión : s i e m -
pre se ocupa en los penosos ejercicios de su ardiente celo y de su caridad infa-
tigable. Donde quiera derrama el consuelo de la desgracia y el alivio del dolor,
y parece que solo es omnipotente para ser bienhechor. En sus manos se h a -
lla el cetro del universo; sin e m b a r g o , nunca se le vé usar de su poder sino
para enjugar las lágrimas y para remediar el infortunio. ¡Oh, con qué ternura,
con qué bondad divina sabe cautivar el corazón ! ¿ Cómo es posible que haya
hombres sobre la tierra que le desprecien , que le odien , que le persigan?
« Al ver aquellas gentes que le seguían , se compadecía de ellas , porqué las
veía agoladas de fatiga y tendidas por los campos como ovejas sin pastor. »
Veíalas oprimidas por el cansancio , por las miserias , por las dolencias, por
sus culpas y pasiones desordenadas, como ovejas sin pastor , abandonadas
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al furor de los lobos infernales , á la seducción del mal ejemplo , á la c o r -
rupción del vicio y del error. Sobre lo cual dijo á sus discípulos: « L a mies
es realmente mucha , pero los operarios pocos. Rogad , pues , al Dueño que
envié á su mies operarios.» Este deber se extiende hasta nosotros : debemos
pedir al Señor que envié siempre dignos operarios á su Iglesia.
Llegamos ya al momento solemne en que Jesucristo va á escoger los doce
hombres predestinados, discípulos suyos, á quienes asocia á su misión urgen-
t e , confia su continuación después de su m u e r t e , y da toda potestad sobre la
tierra , que será confirmada en el cielo. Veamos , pues , lo que precede , lo
que acompaña y lo que sigue á tan importante elección. Y ante todo obser-
vemos como se prepara para ella Jesucristo. «Por este tiempo se retiró á orar
en un monte , y pasó toda la noche haciendo oración á Dios. » Después de
haber despedido al innumerable pueblo que le seguia, retirase al caer la tar-
de á una montaña, es decir, á la soledad, para entregarse á la plegaria. Pues
si bien su espíritu estaba de continuo á la presencia de su Eterno P a d r e , c o -
mo todos sus actos eran para nosotros otros tantos ejemplos que imitar, q u i -
so enseñarnos con especialidad que para los negocios arduos y difíciles debe-
mos prepararnos recurriendo á Dios por medio de la oración. Así, pues , se
disponía por medio del ayuno, del retiro, de la vigilia y de la plegaria á la ac-
ción importante a,ue debia ejecutar el dia siguiente. ¡Quién será capaz de son-
dear la profundidad de aquel coloquio de Jesucristo con Dios su Padre sobre
el establecimiento y los progresos de su Iglesia, cuyos primeros fundamentos
iba á echar dentro de poco ! Sabedor el pueblo del lugar á donde se habia r e -
tirado Jesucristo , se dirigió en masa á él al rayar el dia , y se detuvo a g u a r -
dándole al pié de la montaña. « Así que fué de dia llamó Jesús á sus discípu-
los , y habiendo tomado asiento , se le acercaron. Entonces escogió doce de
entre ellos, á quienes llamó sus apóstoles para estar con él y para enviarlos á
predicar. » Llamó á él á sus discípulos, de los cuales los unos debian ser ele-
gidos, y los otros testigos de la elección. Y los llamó sobre una montaña, pa-
r a dar á entender á los ministros de la Iglesia que ellos no deben contentarse
con la vida común del pueblo , sino que han de procurar elevarse hasta el
mismo Hijo de Dios por una vida santa y por una encumbrada perfección.
Escogió aquellos que él mismo quiso , nó los que ellos quisieron , nó los que
quiso la asamblea de los discípulos , nó los que hubieran podido querer los
parientes y los amigos , y mucho menos los que se habrian presentado con
miras de ambición , de amor propio, ó de interés. La voluntad de Dios , he
aquí la única regla que se. debe seguir en la elección de los ministros de la
Iglesia. Y por fin , escogió doce , empezando ya á cumplir las promesas h e -
chas á Abraham, y las figuras que las anunciaron. Ved ahí el hijo que le h a -
bia sido prometido, figurado por Isaac , y en quien deben ser benditas todas
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las generaciones; he aquí los doce jefes del nuevo pueblo, figurados por
otros tantos de las doce tribus , por quienes un Israel nuevo y espiritual va
á ser formado ; por quienes los hijos de la promesa van á multiplicarse y á
sobrepujar el número de las estrellas del cielo y de los granos de arena del
mar. Al leer en el Antiguo Testamento lo que vemos pasa en el Nuevo , ¿ p o -
demos dejar de admirar la obra de Dios en el establecimiento de su Iglesia ?
Después de diez y ocho siglos , el pueblo cristiano esparcido por toda la t i e r -
ra, en donde hace cada dia nuevos progresos , reconoce bajo la autoridad del
Hijo de Dios por sus jefes y conductores á los doce apóstoles que va á e s c o -
ger ahora Jesucristo , el cual da á los escogidos el nombre de Apóstoles , es
decir, Enviados, porqué ellos deben ser sus enviados acerca de los hombres,
para anunciarles la feliz alianza que Dios hacia con ellos , y enseñarles lo que
deben hacer para tener parte en ella. Apostolado y misión , que deben p e r -
petuarse hasta el fin de los siglos , y sin los cuales cualquiera será un intruso
en la casa de Dios , y todo cuanto obrare será ilegítimo. S í , tal es el dichoso
privilegio de la Iglesia católica , esto e s , que la misión de los que nos e n s e -
ñan hoy visiblemente remonta por una sucesión no interrumpida hasta los
doce Apóstoles, y por ellos hasta Jesucristo. Ordenó Jesús que estos doce
apóstoles estarían con é l , para tenerlos á la m a n o , por decirlo a s í , á fin de
poder enviarlos á predicar cuando y á donde juzgaría á propósito. Tal es t o -
davía el destino de los que abrazan la vida apostólica; los cuales , con una
entera dependencia de sus superiores , deben estar siempre prontos para ir
á anunciar el reino de Dios á los pueblos que se les designen. Deben también
estar habitualmente con Jesucristo por el recogimiento interior , á fin de r e -
cibir de él las luces necesarias para acudir, para hablar, para o b r a r ; á fin de
que no se disipen por el orgullo, ni se envanezcan por el suceso. Por último
«Jesús, habiendo llamado á sus doce apóstoles, les dio poder sobre los espíritus
inmundos para arrojarlos de los cuerpos, y para curar toda especie de dolen-
cias y enfermedades. » Tales son aun en el dia las dos funciones del hombre
apostólico : curar las enfermedades y arrojar los demonios: curar las llagas
del alma , nutrirla, fortificarla, echar de ella la languidez, ponerla en un es-
tado de salud y de fuerza, por medio de la instrucción, de la exhortación , de
las advertencias , de la corrección y por el uso de los sacramentos : hacer
una guerra continua al espíritu infernal, desterrando la superstición , el e r -
ror , la herejía , los vicios y los escándalos. ¡Feliz el que sacrifica sus cuida-
dos , su reposo, su salud y su vida á tan augustas funciones !
« Los nombres de los doce apóstoles son los siguientes : el primero fué Si-
món, á quien Jesús dio el sobrenombre de P e d r o ; luego Jaime, hijo de Zebe-
deo, y Juan hermano de Jaime, á quienes llamó Boarnerges, que quiere decir
hijos del trueno. Los demás apóstoles son Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo,
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Tomas, Jaime, hijo de Alfeo, y Simón el Cananeo, llamado el Zelador, Judas,
hermano de Jaime ó Tadeo, y Judas Iscariotes, que fué el que hizo traición y
vendió á Jesucristo. » ¿Y quiénes son estos hombres que Jesucristo se escoge
para fundar y establecer su Iglesia, para convertir el universo , para reunir
todos los pueblos del mundo á una misma religión , para hacerles renunciar
á sus preocupaciones , á sus supersticiones y á sus vicios , para hacerles ado-
rar un Dios-Hombre, pobre , crucificado y muerto por ellos ? Hombres sin
nombre y sin nacimiento, sin autoridad y sin crédito, sin bienes ni opulencia,
sin fuerza y sin armas , sin letras y sin elocuencia, sin política , sin talentos.
Que la empresa hubiese salido bien en sus principios mucho e r a , pero no
habría causado gran sorpresa ; mas cuando se la ve seguida y coronada por
el éxito mas completo, que se extiende por los siglos hasta tocar con la e t e r -
nidad , según le vemos de constante y progresivo , quien podrá dejar de e x -
clamar : Esta es obra vuestra , ó Dios mió ! solo Vos con tan débiles i n s t r u -
mentos habéis podido obrar cosas tan grandes! Sabido es el distintivo de la
Omnipotencia , y que sus obras en el orden de la Gracia llevan el mismo ca-
rácter que en el Orden de la naturaleza. De la nada , esto es , de la carencia
absoluta de todo ser sacó los m u n d o s , y los espacios, y los globos resplande-
cientes , que por ellos giran para llenarlos de luz. Así, para crear el mundo
m o r a l , evocó, por decirlo así, de la nada de la inteligencia , de lo mas l i -
mitado del pensamiento y del estudio, del último rango de la sociedad las
lumbreras inmortales q u e lucir debian en el emisferio de su Iglesia, los saté-
lites brillantes del Astro divino, que viene á todo hombre que nace en el mun-
do. Tales son los apóstoles. Personajes a p a r t e , cuyas dimensiones colosales
tienen por medida el universo , salieron de las pobres playas del mar de G a -
lilea : espíritus trasformados , genios elevados desde la cuna humilde del pes-
cador á conquistadores de la tierra , con la sola fuerza de la palabra d. vina,
;
que llueve el maná de la vida, y hace brotar raudales de amor de los corazo-
nes mas duros que la peña de Oreb.
, Cuando podamos extendernos con mas anchura por la historia de la vida
del Salvador , nos detendremos algún tanto en cada uno de los once a p ó s -
toles fieles á Jesucristo ; pues la piedad y el reconocimiento exigen de n o s -
otros que conozcamos en particular á nuestros padres en la fe , y que cele-
bremos su memoria en el decurso del año con los mas tiernos sentimientos
de amor y de respeto.
Permítasenos una palabra sobre Judas Tadeo y Judas Iscariotes. El
evangelista S. Juan llama al santo apóstol Tadeo Judas. Así , p u e s , tenia
dos nombres , que entrambos significan alabanza. Encuéntranse muchos
ejemplos de esta costumbre en dar á una sola persona dos apellidos con
un solo significado. Este apóstol es sin duda el autor de la Epístola que
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CAPITULO XLVI.
Sermón de la llanura. Jesús responde á las blasfemias de los escribas, y cnra otra vez
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— 418 —
solidez, se desploma al primer embate , y solo sirve para manifestar la locu-
ra del que lo edificó.
« Cuando hubo acabado de hablar al pueblo, que le escuchaba , entró
Jesús en Cafarnaum. Él y sus discípulos, habiendo venido á la casa en donde
se hospedaba J e s ú s , concurrió de nuevo tal tropel de g e n t e , que ni s i -
quiera les dejaban tomar alimento.» Jesús tenia necesidad de descanso:
habia pasado la noche en oración ; muy de mañana habia hecho la e l e c -
ción de sus apóstoles , y en seguida se habia ocupado en curar enfermos
y poseídos del demonio , y en instruir al pueblo. Y si bien habia despedido á
la multitud para retirarse á Cafarnaum con, sus doce apóstoles , un nuevo
concurso de pueblo rodeó la casa en que habia entrado, y creciendo por ins-
tantes el gentío , acosados por aquel tropel , ni él , ni sus apóstoles pudieron
tomar alimento. Así es como las ocupaciones de Jesucristo absorvian muchas
veces el tiempo destinado a l a comida y al sueño : tan solo le dejaban libre el
tiempo de la oración. Un Pastor impulsado á dar hasta su vida por su r e -
baño , mal podía negarle el derecho sobre su tiempo, y consagrárselo todo.
«Algunos de sus deudos, que esto supieron, vinieron para recogerle ó apode-
rarse de él , porqué decian que habia perdido el juicio. » Los parientes de
Jesús, en su mayor parte, no parecían tomar el mayor interés por lo tocante
á él : no iban en su seguimiento , ni es probable que fuesen testigos de los
milagros que obraba. Si algo sabían lo habian oído de voces vagas y confu-
sas , y por este solo conocimiento superficial no titubeaban en afirmar que
Jesús habia caído en un frenesí, que la devoción y el fanatismo le habian t u r -
bado el espíritu, y que tanto él como los que le seguían eran unos visiona-
rios que se alimentaban de ilusiones. Para mostrar cordura , creyeron como
un deber el contener el escándalo; y bien que saliera de ellos mismos, ó que
algunos fariseos se lo hubiesen sugerido , vinieron á Cafarnaum , no para
oir , no para examinar , sino para apoderarse de la persona de Jesús, como
de un insensato que deshonraba su familia , y que podia atraerles el odio y
la persecución de los enemigos poderosos que se hacia en Jerusalen por la
libertad de sus amonestaciones. No se sabe , ni las tentativas que hicieron,
ni tampoco lo que les privó de ejecutar tan descabellado designio; pero es
cierto que no lo ejecutaron. He aquí la paciencia y el celo de Jesús contra
los falsos juicios de los hombres , no menos que contra las calumnias de los
perversos. «Al mismo tiempo los escribas que habian venido de Jerusalen,
no titubeaban en decir : Está poseído de Beelzebub , y así por arte del P r í n -
cipe de los demonios es como lanza los demonios. » Los escribas eran mas
instruidos que los parientes de J e s ú s , y acudían con ávida curiosidad á
donde quiera sabían que estaba Jesucristo. Algunos de ellos venian de J e r u -
salen para oírle hablar y verle o b r a r ; pero habian ya tomado su partido. No
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venian para instruirse , para edificarse , para ser testigos de los hechos, sino
para censurar , criticar , poner en ridículo á Jesús y desacreditarle. El celo
empero de Jesús es firme para preservar á los pueblos de la seducción. Mas
habiéndolos convocado (al pueblo y á los escribas) les decia en p a r á b o -
l a : «¿ Cómo puede Satanás expeler á Satanás? Pues si un reinóse divide
en partidos contrarios, es imposible que subsista u n tal reino. Y si una casa
está desunida en contrarios partidos, la tal casa no puede quedar en pié.
Con que , si Satanás se levanta contra sí mismo , está su reino en discordia,
y no puede d u r a r , antes está cerca su fin.» No se habia quejado Jesús, ni de
la indiscreción del pueblo , ni de la calumnia atroz de sus parientes ; pero
no pudo sufrir los discursos de los escribas, porqué tendían á seducir á los
pueblos y alejarlos de la fe. El raciocinio del Salvador era sencillo, al alcan-
ce del pueblo y de una fuerza invencible. Jesucristo lo habia empleado en
otras ocasiones , y nunca pudieron los escribas responderle. Y si el celo de
Jesucristo era firme para confundir á los seductores , no lo era menos para
establecer la verdad. « Ninguno puede entrar en la casa del valiente para
robarle sus alhajas , si primero no ata bien al valiente : después sí que p o -
drá saquear la casa. » El Señor nos declara aquí lo que ha hecho por n o s -
otros contra el enemigo de nuestra salud , atándole y quitándole el poder de
dañarnos , de modo que no pueda tiranizarnos sino por culpa nuestra : está
como un león encadenado, que puede espantar con sus rugidos , pero que no
puede herir sino á los temerarios que se le acercan. Nuestro Redentor, des-
pués de haber encadenado al demoni©, ha saqueado su antigua morada,
arrancando de sus garras los cuerpos y las almas que poseia , derribando los
altares que se le habían erigido, arruinando su culto, y destruyendo la idola-
tría. Y nos muestra en seguida que la severidad del verdadero celo no debe des-
esperar al pecador: «En verdad os digo, que todos los pecados se perdonarán á
los hijos de los hombres , y aun las blasfemias que dijeren.» Pero tampoco le
lisonjea. «Pero el que blasfemare contra el Espíritu Santo no tendrá jamas
perdón , sino que será reo de eterno juicio. » La blasfemia contra el Espíritu
Santo , propiamente dicha y consumada, es la impenitencia final, la muerte
en el pecado. Y este crimen imperdonable es el pecado de los escribas , que
atribuían al poder del espíritu infernal los milagros que obraba Jesús por la
virtud del Espíritu Santo. Es también el pecado de los impíos, de los d e i s -
< tas , de los apóstatas, que se esfuerzan en destruir la obra de Dios, que es el
Cristianismo : es también el pecado de los herejes , que no queriendo r e c o -
nocer la operación del Espíritu Santo en la perpetuidad de la Iglesia católica,
la han creido sujeta al e r r o r , y no cesan de resistirla. La severidad del v e r -
dadero celo tampoco disfama al pecador. Si Jesucristo hablaba así á los e s -
cribas era para refutar la blasfemia , que habían proferido diciendo : Está
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poseído de un espíritu i m p u r o ; y lo hacia sin nombrarlos ni dirigirles la p a -
labra , pues intentaba mas bien ganarlos que confundirlos. Tan solo su o b s -
tinación , el deber de prevenir mayores escándalos, y la necesidad de instruir
á las generaciones futuras le obligaron después á arrancar la máscara de e s -
tos hipócritas ; y aun no les nombraba nunca sino por los nombres g e n e r a -
les de escribas y fariseos, lo cual no impedia que hubiese entre ellos . como
habia realmente, algunos que buscaron sinceramente el Reino de Dios, y que
eran adictos á Jesucristo.
Nos refiere el Evangelista S. Lúeas otra curación del criado del C e n t u -
rión , que difiere de la primera en algunas circunstancias, y que parece
debe colocarse en este lugar. En ella podemos observar particularmente lo
que puede con Jesús una intercesión discreta y hecha con discernimiento ;
que progresos deben hacerse en la virtud para agradar á J e s ú s , y cual es
la bondad de este divino Salvador para con nosotros. «Hallábase allí entonces
un Centurión , que tenia enfermo y para morir un criado á quien queria
mucho. Y como hubiese oido hablar de J e s ú s , envióle algunos de los ancia-
nos de los judíos , á suplicarle que viniese á curar á su criado. » Él Centu-
rión eligió lo mas escogido de la ciudad para interceder en su favor cerca
de Jesús , y moverle á venir á su casa para curar á su doméstico , enfermo
de peligro.
Y así , «llegados que fueron á Jesús dichos ancianos ó senadores, le
rogaron con grande empeño que condescendiese : Es un sujeto , le decian,
que merece que le hagáis esta gracia , porqué es afecto á nuestra nación,
y nos ha fabricado una Sinagoga. Y fuese Jesús con ellos. » Rindióse , pues,
á la súplica de los judíos , y á los motivos en que la apoyaban. « Y estando
ya cerca de la casa , el Centurión le mandó á decir por sus amigos : Señor,
no te tomes esta molestia : no merezco yo que tú entres dentro de mi m o -
rada , por cuya razón tampoco me tuve por digno de salir en persona á
b u s c a r t e ; pero di tan solo una p a l a b r a , y sanará mi criado. » Este paso
prueba en realidad tanto la fe corno la humildad de aquel militar, pues se
creia indigno de presentarse por sí mismo á la presencia de Jesús. Nacido
y educado en la idolatría , la Providencia le coloca en el único país del m u n -
do en donde se adora al verdadero Dios , en el centro mismo de las misiones
del Hijo de Dios, y muy presto reconoce al Señor que allí se adora , y ama
al pueblo que tan solemne culto le tributa. Mas hace aun ; favorece á aquel
pueblo con su autoridad , y le gratifica con sus larguezas. Apenas ha oido
hablar de Jesús y de las maravillas que obra ya cree en él. A un corazón
recto que ama á Dios poco le cuesta el creer en Jesucristo , su Hijo. Y como
para adelantar en la virtud son necesarias las aflicciones , el Centurión debia
pasar por esta dolorosa prueba. La grave enfermedad de una persona queri-
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da le reduce á un extremo : reamina su fe , é implora el socorro de Jesús
con tanta humildad como confianza. Humildad sincera , fundada por una
parte en el reconocimiento de su bajeza, y de otra en la idea de la grandeza
y de la omnipotencia de Jesús. Este gentil se nos presenta ya revestido de
una virtud cristiana. « Pues aunque soy un subalterno, ó estoy bajo el poder
de otro, como tengo soldados á mis órdenes, digo á este: Vé, y va, y al otro :
Ven , y v i e n e , y á mi criado : Haz e s t o , y lo hace. Al oir esto Jesús quedó
a d m i r a d o , y vuelto á las muchas gentes que le seguian, dijo : En verdad os
digo, que ni aun en Israel he encontrado tanta fe. » Si este Centurión es dife-
rente del otro que menciona S. Mateo, y del cual hemos hablado ya , como
nos lo hace creer la diversidad de las circunstancias y de los detalles , puede
decirse que éste , instruido de lo que sucedió con su colega , tomó de él imi-
tándole todas sus expresiones; pues abrigaba los mismos sentimientos , y asi
obtuvo del Salvador el mismo elogio de su fe , y el mismo éxito de su d e -
manda. «Y vueltos á casa los enviados por el Centurión , hallaron al criado
que habia estado enfermo, enteramente sano.» Juzguemos cuáles serian des-
pués de tan insigne favor , el a m o r , el reconocimiento y el celo de un amo
tan virtuoso, y del doméstico que habia merecido ser tan caro á su amo.
¡ Cuántas infidelidades condena esta fe del Centurión!
CAPITULO XLVII.
Tornos ya la elección que habia hecho Jesús de sus doce apóstoles, y ahora
veremos las instrucciones que les da para cumplir con su primera "misión.
Tres Evangelistas hablan de ellas, casi en los mismos términos; pero S. Mateo
es el que las refiere con mayor extensión. « Jesús envia sus doce apóstoles.»
Todos doce recibieron inmediatamente su misión del Salvador. Y les envia
de dos en dos. « Pues Jesús habiendo llamado á los doce apóstoles , comenzó
á enviarlos de dos en dos. » ¿ Y por qué así ? Porqué debían dar testimonio
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de la verdad por donde quiera les enviaba , y el testimonio de un solo hom-
bre no es suficiente según la ley. Y queria ademas que se auxiliasen m u t u a -
mente y apoyasen en las fatigas de su ministerio. ¿Y á dónde envia Jesucristo
á sus apóstoles? Él fija el l u g a r , no según las miras, el gusto ó la inclinación
de ellos, sino según las miras de su infinita sabiduría. «Estas son las órdenes
que les da : No vayáis a tierra de gentiles , ni entréis en ciudades de samari-
tanos; id antes bien en busca de las ovejas perdidas de la casa de Israel. »
No habia llegado aun el tiempo de anunciar el Evangelio á los gentiles : pre-
ciso era empezar por anunciarle á los judíos, que debian estar mas dispuestos
para recibirle. ¿ A qué fin envia Jesucristo á sus apóstoles? «Id y predicad
diciendo, que se acerca el reino de los cielos » es decir, el reino del Mesías, el
reino de la gracia, el reino del amor y de la santidad. ¿Y con q u é autoridad
les envia? Y en prueba de vuestra doctrina «curad enfermos, resucitad muer-
tos , limpiad leprosos , arrojad demonios. » Envíalos , pues , con el poder de
obrar los mismos milagros , no de ostentación y de vanidad , sino de caridad
y de beneficencia; tales como debian ser los que anunciaban un Salvador, un
Libertador. ¿Quién podia dudar con tales pruebas de que anunciaban la ver-
dad ? Entre las virtudes que deben practicar los apóstoles , es la primera el
desinterés. «Dad gratuitamente lo que por gracia se os ha concedido. » Pala-
bra notable y de una grande extensión, que excluye no solo los bienes grose-
ros de la fortuna , sino hasta los de la estimación , de la gloria , del favor. El
que busca estos bienes en el ejercicio de su ministerio , cualquiera que los
recibe , se goza en ellos, ó se los apropia , no da gratuitamente. La segunda
virtud es el absoluto desprendimiento de todo. « No llevéis oro , ni plata , ni
dinero alguno en vuestros bolsillos , ni alforjas para el viaje , ni mas de una
túnica , ni un calzado , ni tampoco bastón (ó a r m a alguna para defenderos),
sino el solo báculo para sosteneros.» ¡ Qué precepto ! En tal estado, pues, de
pobreza y desnudez deben presentarse los apóstoles para anunciar el Evange-
lio á los que no le conocen todavía; y en un estado parecido se presentan aun
los heroicos ministros de Jesucristo , cuando van á anunciarle á remotos cli-
mas. Nada de prevención puramente h u m a n a : Dios favorecerá su o b r a : todo
debe dejarse á él y á la caridad de los fieles. Esta confianza en Dios es la que
inculca en seguida Jesucristo : «Porqué el que trabaja merece que le susten-
ten.» Un enviado de Dios no debe temer, ni aun en las naciones mas bárbaras,
que le falte el alimento , y ha de confiar en el que le da hasta á las aves
del cielo. Entra Jesús en la conducta que han de guardar los apóstoles , e m -
pezando por la elección de casa para hospedarse. « En cualquiera ciudad ó
aldea en que entrareis , informaos de quien hay en ella digno de alojaros, y
permaneced en su casa hasta vuestra partida.» Buscad algún hombre de bien,
algún virtuoso israelita de sana reputación y reconocida probidad , en cuya
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casa podáis hospedaros. « Al entrar en la casa será vuestro saludo: La paz sea
en esta casa. Que si la casa la merece vendrá vuestra paz á ella , y si no la
merece, vuestra paz se volverá con vosotros.» Si es digna de ello, Dios escu-
chará vuestros votos , y la colmará de sus bendiciones. Si al contrario esta
casa no fuese digna de recibiros , no creáis inútil vuestra súplica: las bendi-
ciones refluirán sobre vosotros , y recogeréis los frutos de vuestra caridad,
para que vayáis á llevar la paz á otra casa mas digna que la primera. El salu-
do del cristiano, y mas aun el del apóstol, no es de pura ceremonia como el del
m u n d o : es un deseo eficaz, que siempre produce la gracia ó sobre el prójimo,
si es digno, ó sobre nosotros mismos. Jesucristo exhorta á sus apóstoles á que
no dejen la casa que los ha bien recibido, hasta que salgan de aquel pueblo :
advertencia llena de discreción y de sabiduría. ¿Cómo deben portarse, pues,
con una casa ó ciudad que se ha negado á recibirlos? « Caso que no quieran
recibiros, ni escuchar vuestras palabras, al salir fuera de la tal casa ó ciudad
sacudid el polvo de vuestros pies , para que sea un testimonio contra ellos.
En verdad os digo, que Sodoma y Gomorra serán tratadas con menos rigor en
el dia del juicio que no la tal ciudad. » Así deben portarse contra los ingratos
que se habrán negado á escucharles: la Gracia y el Evangelio se retirarán de
ellos. Podrán gloriarse de esta negativa , pasando por espíritus fuertes y des-
preocupados. Pero ¡ ay de ellos! la suerte de las ciudades nefandas no será
tan terrible como la suya. ¡ A cuántos reinos , provincias, ciudades, pueblos
y casas puede aplicarse esta amenaza del Salvador ! La desgracia mayor del
mundo es rechazar el Evangelio. Justo era que el Señor previniese á sus
apóstoles sobre las persecuciones que les aguardaban : persecuciones s i e m -
pre injustas é irracionales, ignominiosas é infamantes , ya públicas y crueles,
ya particulares y domésticas; pero la persecución será general y universal.
Tenia que convertirse un mundo de corrupción y de orgullo á la penitencia
y á la humildad. «Mirad que yo os envío como ovejas en medio de lobos. »
¡ Qué imagen tan viva y tan exacta! Como si dijera : Yo os envío débiles ó
indefensos en medio de los censores de mi doctrina , de los enemigos de mi
m o r a l , de los perseguidores de mi Religión. Su persecución contra vosotros
no tendrá otra causa que su ferocidad , su antipatía natural contra la virtud,
su avidez por los bienes de que os despojarán , ó de que os creerán poseedo-
res. «Os entregarán á los tribunales , y os harán azotar en sus Sinagogas.»
Su complot tendrá todo el aparato y las formalidades de la justicia, que se
emplea contra los verdaderos culpables convencidos de ser perturbadores,
blasfemos , impíos , rebeldes ; y después de haberos hecho pasar por tales en
las asambleas jurídicas y en las Sinagogas autorizadas , os condenarán á s u -
frir las penas mas infamantes. « Y por mi causa seréis conducidos ante los
gobernadores y los reyes , para dar testimonio de mí á ellos y á las n a c i ó -
— 424 —
nes. » Desesperados de no poder cerraros la boca , y sin derecho para dispo-
ner de vuestra vida , os arrastrarán delante de las potestades de la tierra en
odio mió y de mi doctrina, á fin de obtener sentencias de muerte contra vos-
oti*os. Judios y gentiles, todos se unirán para exterminaros : solo vuestra
muerte podrá saciar su rabia y su furor: pero al morir predicareis en alta
voz mi Evangelio , y vuestra muerte será un testimonio para probarles que
ha llegado el reino de Dios. «El hermano entregará á la muerte á su hermano, y
el padre al hijo ; y los hijos se levantarán contra los padres, y los harán m o -
r i r . » Los lazos mas sagrados no serán obstáculo á la persecución. Ni el
hermano escuchará la voz de la sangre , ni el padre los sentimientos de su
corazón , ni la madre el grito de la naturaleza : no seguirán mas que el e s -
píritu de furor : el hermano entregará por sí mismo al hermano á la muerte:
el padre conducirá á ella á su hijo : los hijos se levantarán contra sus padres,
y los sacrificarán con sus propias manos. Autorizados , al parecer , por este
celo que la ley manda á los judíos tener contra los apóstatas , os mirarán
como tales , y no cesarán sus pesquisas contra vosotros hasta que os hayan
visto espirar en los suplicios. « Y seréis aborrecidos de lodos los hombres á
causa de mi nombre.» Hállase compasión en el público para con los c r i m i -
nales mas infames cuando se les conduce al suplicio ; pero no la habrá para
vosotros : el desborde será general, seréis despreciados , insultados , a b o r -
recidos de todo el mundo. A título de mis apóstoles y de mis ministros , s e -
réis un objeto de odio á estos judíos indóciles, que son vuestros hermanos
según la carne , y de los cuales trabajareis en hacer vuestros hijos según el
Evangelio. No mereceréis, ni personalmente, ni por ningún otro título este furor
y esta especie de execración general; pero yo soy al que aborrecerán en vos-
otros , y porqué tendréis siempre en la boca mi n o m b r e , al cual ellos t e n -
drán horror , no os podrán sufrir. Ved a h í , pues , trazado por Jesús mismo
el cuadro de todas las persecuciones de la Iglesia , mas ó menos abiertas,
mas ó menos solapadas. ¡ Ah ! esta persecución se verifica á la letra. Los tres
primeros siglos la vieron en todo su furor : se ha visto renovada muchas v e -
ces , y no ha cesado por cierlo en nuestros días, por mas que el mundo p e r -
seguidor se escude bajo el disfraz de la civilización y de la tolerancia, a n h e -
lando la licencia y la impunidad. La guerra siempre ha sido y será á muerte,
y tras la pluma del sofista se oculta la cuchilla del verdugo. ¿ Mas de qué a r -
mas provee Jesús á sus discípulos contra tantos enemigos "? ¿ Cómo se defen-
derán para no sucumbir á tan violentos ataques ? Ellos no tendrán otras que
la dulzura , la paciencia y la caridad. Ved ahí el colmo de las maravillas de
la omnipotencia , y la prueba de que el establecimiento y la perpetuidad de
la Religión cristiana no pudieron ni pueden ser sino obra de la diestra de Dios.
Y en verdad, para sostener la persecución el Señor no da á sus apóstoles
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mas que la práctica de las virtudes mas perfectas. ¿Y cuáles son éstas? Una
inalterable dulzura. «Yo os envío como ovejas en medio de lobos. » El carác-
ter de la oveja es la d u l z u r a , incapaz de todo arrebato y de toda resistencia
Una perfecta sencillez. « Sed sencillos como las palomas. » Sencillez que ex-
cluye toda doblez, toda mentira, todo artificio. ¡Qué todas vuestras palabras
y acciones no respiren mas que sencillez y candor! ¿Esta sencillez y franque-
za, cuántos corazones han atraido al Cristianismo? Al contrario, el impío, el
hereje, el incrédulo son falsos en todos sus pasos: sus manejos secretos para
fortificar su partido están llenos de traición y de impostura, y la exposición de
su doctrina está llena de equívocos y de disfraces. La doblez está en su co-
razón : la mentira en sus labios , y el perjurio en sus juramentos : niegan la
evidencia de los hechos , falsifican los autores , sutilizan sobre una palabra,
calumnian á sus adversarios : solo buscan como imponer , sorprender, e n -
gañar. Una prudencia razonable es otra de las virtudes que les encarga Jesu-
cristo. «Sed prudentes como las serpientes. » Esta prudencia consiste en la
circunspección, en la oportunidad de las ocasiones , en la justa desconfianza
de los hombres, y en no exponerse con temeridad y sin razón : en vigilar, en
rogar , en estar á cuanto viniere. Condena todo celo mal entendido ó fuera
de sazón , las oposiciones violentas y arriesgadas sin una extrema necesidad,
y el no saber distinguir entre la acrimonia y la vehemencia del celo, la s a g a -
cidad que logra , y la impetuosidad que se estrella. Consiste también en huir
en ciertas ocasiones , y exponerse en otras. Cuando se os persiguiere en una
ciudad , pasad á otra. Vuestros servicios serán mas útiles en otra parte, por-
qué , según las miras de la Providencia , la infidelidad de unos hace la salud
de otros. «Pues en verdad os digo: No habréis acabado de recorrer todos los
pueblos de Israel, que vendrá el Hijo del Hombre. » Habla aquí sin duda el
Señor de la terrible venganza que debia tomar dentro de poco de la infidelidad
de los judíos , destruyendo su nación por las armas de los romanos; mas nos
anuncia también el rigor dé su último juicio contra aquellos á quienes su Evan-
gelio no habrá santificado y puesto á cubierto de su justicia inexorable. Tam-
bién les inculca otra importante virtud : una confianza filial en Dios. « Cuando
os hicieren parecer ante los tribunales , y os abandonaren á ellos , no os dé
cuidado el cómo ó el qué habéis de hablar, porqué os será sugerido en aquel
instante mismo lo que habréis de decir ; puesto que no sois vosotros quien
habla entonces, sino el Espíritu de vuestro Padre el que habla por vosotros.»
En virtud de esta confianza y por efecto de esta promesa, se han visto e s c l a -
vos, hombres sin letras, tiernas vírgenes, niños balbucientes confundir á los ti-
ranos por la sabiduría de sus respuestas, reducirlos al silencio ó al despecho.
Asimismo les inspiró un valor intrépido: « Pero por eso no les tengáis miedo,
porqué nada está encubierto que no se haya de descubrir, ni oculto que no
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se haya de saber. » Esta máxima verdadera en el uso común de la vida,
pues tarde ó temprano todo se descubre, es una verdad aun mas universal
con respecto al último juicio en que todo quedará patente. Esta máxima g e -
neral la aplica aquí el Señor á su doctrina : « Lo que os digo de noche decid-
lo á la luz del dia , y lo que os digo al oído predicadlo desde los terrados.»
Inaccesibles al temor, publicad á la faz del mundo todo cuanto os he dicho en
las tinieblas y al oido. La anunciación de la verdadera Religión debe ser públi-
ca y en alta voz, valiente é intrépida: debe sostenerse ante los tribunales de los
jueces, ante el trono de los Reyes, y sobre los cadalsos : debe hacerse oir álos
judíos y á los gentiles, á los pueblos civilizados y á los bárbaros hasta las extre-
midades de la tierra , hasta la consumación de los siglos , hasta que el Hijo
del Hombre , el autor de esta Religión santa , venga por sí mismo á juzgar
al universo , á recompensar á los que le sirvieron y á castigar á sus p e r s e -
guidores.
Después de haberles dicho, para alentarlos á sostener la persecución,
que serian entregados á causa de é l , y aborrecidos á causa de su nombre
para dar de él testimonio á aquellos y á los gentiles , les añade el ejemplo
mismo de Jesucristo : «No es el discípulo mas que su m a e s t r o , ni el siervo
mas que su Señor. Basle al discípulo el ser tratado como su m a e s t r o , y al
esclavo el serlo como su Señor. Si al padre de familias le han llamado B e e l -
zebub , ¿ cuánto mas á sus domésticos ? » ¡ Qué ejemplo para animarnos y
sostenernos en nuestros sufrimientos , el mismo ejemplo de Jesucristo! Los
tres deberes con respecto á Dios que les encarga son ; el temor de Dios, la
confianza en Dios , y la profesión de fe en Jesucristo. «Nada temáis á los
que matan el cuerpo y no pueden matar el a l m a : temed antes al que puede
precipitar alma y cuerpo en el infierno. » El temor de Dios nos hace s u p e -
rior á todo temor humano , y nos inspira u n valor indomable delante de
los hombres. La confianza en Dios se funda en su infinita providencia y en
su infinita bondad. «No es así que dos pájaros se venden por un óbolo,
y no obstante ni uno de ellos caerá en tierra sin que lo disponga vuestro
Padre ? Hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. No t e -
neis , pues , que temer : valéis vosotros mas que muchos pájaros. » ¡ Qué
idea para inspirarnos la confianza en Dios , y para entregarse á su b o n d a -
dosa providencia ! ¿ Y cuál será en el otro m u n d o y en el presente el efecto
de haber profesado la fe en Jesucristo? «En s u m a , á todo aquel que me
reconociere delante de los h o m b r e s , yo también le reconoceré delante de
mi Padre, que está en los cielos: mas á quien me negare delante de los h o m -
bres , yo también le negaré delante de mi Padre que está en los cielos. No
penséis que yo haya venido á traer la paz á la tierra , no he venido á traer la
paz sino la espada; pues he venido á separar al hijo de su padre, y á la hija de
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su madre, y á la nuera de su suegra; y los enemigos del hombre serán los de
su propia casa. » Esto necesita de alguna aclaración. Jesucristo es el Dios de
la paz , él la trajo á los hombres : paz celeste, que les reconcilia con Dios y
consigo mismos. Pero como muchos de los hombres rechazan esta p a z , que
quisieran arrebatar á los discípulos de Jesucristo , contra éstos y á éstos vino
Jesucristo á llevar la espada. Espada espiritual, que no han de dejar hasta
la muerte , y que ha de romper los lazos de la naturaleza y los nudos que
nos ligan al pecado ó al error. No conoce el mundo esta espada en su c u l -
pable indolencia para lodo lo bueno ; lodo le está bien con tal que no se le
turbe en sus terrestres goces. Tampoco la conocen las sectas disidentes,
unidas entre sí para disfrutar la paz d é l a tierra: y si la heregía toma la espa-
da para sostenerse es la material y homicida , proscrita por Jesucristo , no la
espiritual que él llevó sobre la tierra. El hombre cobarde , para quien todo
es indiferente, tampoco conoce esta espada , pues se deja ganar por c a r i -
c i a s , arrastrar por complacencia , corromper por debilidad. Esta espada es
la que no transige con los respetos del mundo , rompiendo, corlando, y h o -
llando todos sus lazos y relaciones por íntimas que sean , cuando éstas son
un obstáculo para volar á Dios , para la salud y perfeccionamiento espiri-
tual. Solo bajo este sentido debe entenderse la guerra que vino á traernos
Jesucristo, el verdadero Príncipe de la Paz : guerra contra los enemigos de
Dios y de nuestra eterna felicidad.
Por fin , la instrucción del Salvador á sus apóstoles versa sobre el amor
de Jesucristo , que califica de dominante , de crucificado , de vivificante,
y de celoso. Este amor quiere la preferencia, y á él todo otro amor debe
sacrificarse: « El que a m a á su padre ó á su madre mas que á mí no es
digno de m í ; y el que ama á su hijo ó á su hija mas que á m í , no es digno
de mí. » Jesucristo quiere un amor noble , generoso , que nos eleve sobre
todo lo criado , y lo merece , porqué él es sobre todo , y el que nos a m a
infinitamente mas de lo que nadie nos puede a m a r , y nos ha hecho mas
bien que nadie ; y él solo nos puede procurar una dicha infinita é inmor-
tal. Quiere un amor de cruces , y p a r a el cual todo se debe sufrir. «El que
no toma su cruz y no me sigue no es digno de mí. » Tomar su cruz es a c e p -
tar de buen grado todas las penas de esta vida , de cualquier parte que ven-
gan ; sufrirlas sin queja ni impaciencia, antes bien gloriarse en ellas como
en la cruz del Salvador. El amor de Jesucristo exije nuestra vida para c o n -
servárnosla. «El que conserva su vida la perderá , y el que habrá perdido
su vida por amor de mí la encontrará. » Conservar su vida en el sentido de
Jesucristo , es buscar la seguridad de la persona á espensas de la fe y de la
inocencia; es seguir las propias pasiones á costa de la ley de Dios ; es procu-
rarse los goces de la personalidad con detrimento de los deberes , preferir su
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voluntad á la de Dios ; es ponerse á si mismo como á término de todas las
esperanzas y deseos; es la independencia absoluta del yo humano ; es esa so-
beranía del individuo y de su razón, que proclaman todas las sectas nocatóli-
licas. Perder la vida , es el reverso de la medalla : morir antes que perder la
fe ó inocencia ; morir para sí propio antes que faltar á la ley de Dios y á sus
deberes ; referirlo todo a Dios, someterle la razón, el albedrio, el corazón, y
no trabajar sino en su gloria Por último , el amor.que prescribe Jesucristo
es lleno de celo, aun en los que no están destinados al santo ministerio. «El
que á vosotros recibe,; á mí me recibe , y quien á mí m e recibe . r e c i b e á
Aquel que me ha enviado á raí. El que hospeda á un profeta en atención á
que es profeta , recibirá premio de profeta ; y el que hospeda á un justo en
atención á que es justo , tendrá galardón de justo ; y cualquiera que diere
de beber á uno de estos pequeñuelos un vaso de agua fresca solamente por
razón de ser discípulo m i ó , os doy mi palabra que nó perderá su r e c o m -
pensa.» Este es el celo de la caridad , que por amor de Dios ha hecho tanto
bien á los hombres. Este celo ha llenado el mundo católico de tantos asilos de
beneficencia para instruir á los pueblos , y aliviar la indigencia y el dolor.
Y este celo es el que se pretende ahora aniquilar para sustituirle la árida y
estéril filantropía del egoismo !
Amaestrados los doce hombres escogidos por Jesucristo, emprendieron
desde luego el desempeño de su misión, partiendo á lugares que no eran
por cierto su patria. «Luego que Jesús hubo acabado de dar sus i n s t r u c -
ciones á sus doce discípulos , partió de allí para ir á enseñar y á predicar
en los pueblos del contorno. » Al asociarse Jesús doce apóstoles , no habia
sido su ánimo el descargarse á sí mismo del trabajo y procurarse el d e s -
canso , sino tan solo acelerar la obra de Dios. Concluido su discurso y sus
instrucciones sobre los deberes , las atenciones , las fatigas , y los peligros,
los frutos y los sucesos , los privilegios y la corona del apostolado , mandó
á sus apóstoles partir para ir á ponerlos en práctica en las villas de Gali-
lea que les habia designado, saliendo el mismo á predicar por los pueblos
del país; pues no es en la propia patria donde mas fruto se recoge del
santo ministerio, como habia hecho notar Jesucristo. Tampoco fué en las
grandes ciudades el lugar de su misión. « Habiendo pues partido , iban de
lugar en lugar predicando el Evangelio , y curando enfermos por todas p a r -
tes » Las aldeas, pues, y lugares cortos fueron'el primer teatro de sus afanes.
Allí partieron , después de haber dejado á Jesucristo, repartiéndose en seis
grupos , y ejerciendo el poder de los milagros que Jesucristo les habia c o m u -
nicado. Por lo regular el pueblo que habita los campos es mas sencillo ,
menos vicioso , y mas dócil á la voz del Evangelio. ¡Felices aquellos tiempos
en que las aldeas podian llamarse la morada de la inocencia y de la simplici-
— 429 —
dad de costumbres! Los grandes centros de corrupción han envenenado tam-
bién con su soplo el aire puro de la campiña ; y la rapidez de las c o m u n i c a -
ciones con que el siglo extiende su ilustración , ha llenado también los c a m -
pos de los vicios de las ciudades. Los apóstoles , á ejemplo de Jesucristo y de
Juan Bautista , exhortaban á los pueblos á la penitencia : anunciábanles la
llegada del reino de Dios, y los terribles azotes de la cólera divina, que a t e r -
rarían á los judíos incrédulos. « Habiendo , pues , partido , predicaban á los
pueblos á Gn de que hiciesen penitencia. Y lanzaban muchos demonios , y
ungian á muchos enfermos con oleo y los curaban.» No sin motivo predicaban
los apóstoles la penitencia, y hacían unciones sobre los enfermos. Al p r e s c r i -
birles esto el Señor tenia sus miras para en adelante. Llegado su tiempo ejecu-
tó sus designios, y elevó á la dignidad de sacramentos tanto la penitencia que
los apóstoles habian predicado , como la unción que habian empleado , y á
este último sacramento le llamamos la Extrema-Unción , que es la última
purificación que nos ofrece la Iglesia antes de morir, y del cual recibimos gra-
cias inestimables.
CAPITULO XLVIII.
CAPITULO XL1X.
Juan Bautista depula dos de sus discípulos á Jesús, el cual les con testa, y hace un discurso
CAPITULO L.
56
— 442 —
pecadores ; por manera que allá mismo en donde la iniquidad de la criatura
llega á su colmo, allá puede sobreabundar y desbordarse la misericordia
del Salvador. A d e m a s , el noble corazón de Magdalena y la hidalguía de
sus sentimientos no permiten conjeturar que hubiese sido capaz de e n v i l e -
cerse hasta el extremo de la abyección y de la infamia. Calidades hay en el
alma que parece que tienen un carácter indeleble. Podemos hacer mal uso
de ellas , podemos en vez de consagrarlas á Dios , de cuyas manos han v e -
nido, prostituirlas á un ídolo de c a r n e ; sin embargo, una alma ardiente, sen-
sible , capaz de sentir su dignidad , conserva una cierta elevación aun en
medio de sus extravíos y miserias : tal vez es mas culpable que otra en no
corresponder como debe á sus nobles instintos y altos destinos ; pero nunca
al compadecerla nos veremos forzados á apartar de ella los ojos, como de un
objeto vil y despreciable. Tal nos parece el alma de Magdalena , aquella a l -
ma de fuego , que supo después amar t a n t o , y que tan intima y constante-
mente se unió con la de Jesucristo. Pero sea cual fuere la idea que se quie-
ra formar de la naturaleza de sus faltas, conocido es el castigo que María
Magdalena sufrió por espacio de algunos años. Sometióle Dios á un género
de humillación , muy raro en el dia , pero muy común en aquellos tiempos,
y del cual ofrece el Evangelio muchos ejemplos. F u é pues atormentada del
demonio hasta el dia en que el'Salvador, remitiéndole sus pecados , la liber-
tó de aquella dominación horrible.
Recorría entonces Jesús la Galilea , y acababa de resucitar al joven,
hijo de una viuda de Naim , como ya hemos visto , y cuyos funerales cele-
braba un pueblo numeroso. Predicaba, p u e s , Jesús en Bethsaida y en
Cafarnaum , no lejos del castillo donde habitaba aquella mujer á la vez
seductora y seducida , y predicaba la ley de la modestia , de la abnegación,
del retiro , de la castidad. Esto no hubiera bastado en boca de un hombre ;
pero Jesús era mas que h o m b r e , y detrás de esa ley de penitencia, p r e -
dicaba también una ley de amor purísimo, divino , capaz de llenar el cora-
zón ; y este amor , al oirle Magdalena , inflamó el suyo , y lloró , y creyó al
mismo tiempo , porqué cuando este amor divino llega á apoderarse del alma
consume como la llama del sacrificio todas las afecciones bastardas , todas
las propensiones bajas , todos los obstáculos del obcecado pensamiento , t o -
das las incertidumbres de la altanera razón. La pecadora de Mágdalo sintió
que sus lágrimas la inundaban interiormente de una dulzura celestial; p e r -
cibió el vacío que dejaban en su alma esos goces rápidos, caducos, inciertos,
falaces, acibarados casi siempre con el pesar ó con el sobresalto: asustóse de
este vacío , y conoció que su sed de gozar y de amar necesitaba de un objeto
bien distinto. Desde que hubo escuchado al gran Profeta , de quien se conta-
ban tantas maravillas , la simple curiosidad se convirtió en deseo , y deseo
— 443 —
ardiente , irresistible , que no sufria dilación, de arrojarse á los pies del S a l -
vador , y hacer que desapareciera á fuerza de a m o r , de dolor y de llanto la
densa nube de sus iniquidades que de aquel objeto la separaba. Tal vez las
lágrimas y los ruegos de sus virtuosos hermanos, Maria y Lázaro, aceleraron
el instante feliz de su conversion. Atraída, pues, por la mansedumbre y bene-
ficencia de Jesús , informóse donde podría encontrarle, y supo que en aquel
dia comia en casa de Simon el fariseo , junto con otras personas de distin-
ción. El amor es activo para buscar la oportunidad de manifestarse y de o b -
tener el perdón. «Rogó á Jesús uno de los fariseos , dice el Evangelio, que
fuese á comer con él. Y habiendo entrado en la casa del fariseo , se puso á la
mesa ; cuando he aquí que una mujer, que era de mala conducta, luego que
supo que se habia puesto á la mesa en casa del fariseo , trajo un vaso de ala-
bastro lleno de bálsamo. » Delicadas eran las circunstancias : la celebración
de un banquete con que se quería obsequiar á Jesús , y la publicidad consi-
guiente á los numerosos concurrentes , parece habian de retraer á Magdalena
de su resolución generosa , y hacerle a g u a r d a r l a entrevista para ocasión al
parecer mas oportuna , y para lugar menos público ó mas retirado. Pero así
como la pasión criminal prescinde de todo respeto , y no teme el hacer e s t a -
llar en público sus escándalos ; así el amor divino rompe por entre todos los
obstáculos, huella con planta firme todas las atenciones y reparos de la
prudencia humana , y se hace superior al rubor mismo. Llevando en su m a -
no u n vaso de alabastro lleno de aceite odorífero , entra en la sala del convi-
te ; y viendo al Salvador recostado en uno de aquellos lechos ó canapés que
usaban en sus mesas los judíos , no atreviéndose á mirarle cara á cara , se
arroja á sus pies por la espalda , y desgarrándosele el corazón por la doble
fuerza del amor y del dolor , los humedece con su llanto , los besa con t e r -
nura y con afán , los rocía con bálsamos y perfumes , y los enjuga con sus
cabellos. « Y arrimándose por detrás á sus pies , comenzó á bañárselos con
sus lágrimas , y los limpiaba con los cabellos de su cabeza, y les besaba , y
derramaba sobre ellos el perfume. »
CAPÍTULO LI.
Trátase de las santas mujeres, que servían á Jesucristo en sus misiones, y de la curación
Discurso de Jesucristo á los judíos después de la curación del enfermo de treinta y ocho años.
CAPITULO Lili.
pigas estregadas y mano seca curada en dia del sábado. Retiro de Jesucristo, y su doctrina
sobre la oración.
59
— 466 —
CAPITULO LIV.
CAPITULO LV.
61
— 482 —
ne a cumplirse en ellos la profecía de Isaías , que dice : Giréis con vuestros
oidos, y no entenderéis : mirareis con vuestros ojos y no veréis. Porqué ha
endurecido este pueblo su corazón, y ha cerrado sus oidos , y tapado sus
ojos á fin de no ver con ellos, ni oír con los oidos , ni comprender con el c o -
razón , por miedo de que convirtiéndose yo le dé la salud. Dichosos empero
vuestros ojos porqué ven , y dichosos vuestros oidos porqué oyen. Pues en
verdad os digo, que muchos profetas y justos ansiaron ver lo que vosotros
estáis viendo , y oir lo que oís , y no lo oyeron. Escuchad ahora la explica-
ción de la parábola del sembrador. Cualquiera que oye la palabra del reino de
Dios y no para en ella su atención, viene el espíritu malo y le arrebata a q u e -
llo que se habia sembrado en su corazón : este es el sembrado junto al cami-
no. El sembrado en tierra pedragosa es aquel que oye la palabra de Dios, y
de pronto la recibe gustoso ; mas no tiene interiormente raíz , sino que dura
poco, y en sobreviniendo la tribulación y persecución por causa de la p a l a -
bra divina luego le sirve esta de escándalo. El sembrado entre espinas es el
que oye la palabra de Dios; mas los cuidados de este siglo y el embeleso de
las riquezas la sofocan y queda infructuosa. Al contrario, el sembrado en
buena tierra es el que oye la palabra de Dios y la medita , y produce fruto,
parte ciento por uno, parte sesenta, y parle treinta.» Sigue á esta parábola la
del campo sembrado , que puede considerarse bajo tres diversos aspectos , ó
como campo material, ó como campo de la Iglesia, ó como el campo de nues-
tro corazón. «Decia asimismo: El reino de Dios viene á ser a m a n e r a de un hom-
b r e que siembra su tierra, y ya duerma ó vele noche y dia~ el grano va b r o -
tando y creciendo , sin que el hombre lo advierta. Porqué la tierra de suyo
produce primero el trigo en yerba , luego la espiga , y por último el grano
lleno de la espiga. Y después que está el fruto maduro , inmediatamente se le
echa la hoz, porqué llegó ya el tiempo de la siega.» El grano de mostaza pue-
de asimismo tener una triple representación, ó es figura de Jesucristo , ó es
figura de la Iglesia, ó es figura de la Gracia , es decir ; que de un sencillo y
humilde principio van creciendo y llegan á un grado supremo de sublimidad
y de perfección. «Y prosiguió diciendo : ¿ A qué cosa compararemos el reino
de Dios , ó con qué parábola le representaremos ? Es como el granito de
mostaza , que cuando se siembra en la tierra es la mas pequeña entre las si-
mientes que hay en ella ; mas después de sembrado sube y se hace mayor
que todas las legumbres , y echa ramas tan grandes, que las aves del cielo
pueden reposar debajo de su sombra. » Y anadia otra parábola: « El reino de
los cielos es semejante á la levadura que cogió una m u j e r , y mezcló con tres
medidas ó celemines de h a r i n a , hasta que la masa toda quedó fermentada.»
Y esta parábola , según los sagrados intérpretes, tiene dos aplicaciones. Ó
bien designa la predicación evangélica, acompañada de los dones del Espíri-
— 483 —
tu Santo , ó bien el Pan Eucarístico que nos da la Iglesia como una levadura
sagrada que debe santificar nuestras potencias y sentidos. «Todas estas cosas
dijo Jesús al pueblo por parábolas , sin las cuales no solia predicarles, según
lo que ellos eran capaces de entender ¡ cumpliéndose de este modo lo que
habia dicho el profeta : Abriré mi boca para hablar por parábolas : publicaré
cosas que han estado ocultas desde la creación del mundo. «Pero en particu-
lar Jesús lo explicaba todo á sus discípulos , y todas las parábolas de J e s u -
cristo son otras tantas profecías, que después hemos visto exactamente c u m -
plidas. Otra parábola es la de la zizaña , q u e significa la mezcla de los b u e -
nos con los malos; y designa de donde viene esta mezcla , como es que Dios
la sufre , y de que modo ha de acabar. «Otra parábola les propuso diciendo:
El reino de los cielos es semejante á un hombre que sembró buena simiente
en su campo ; pero al tiempo de dormir los hombres , vino cierto enemigo
suyo y sembró zizaña en medio del trigo , y se fué. Estando ya el trigo en
yerba y apuntando la espiga , descubrióse asimismo la zizaña. Entonces los
criados del padre de familias , acudieron á él, y le dijeron : Señor ¿no s e m -
braste buena simiente en tu campo ? ¿ pues como tiene zizaña ? Respondió-
les : algún enemigo mió la habrá sembrado. Replicaron los criados : ¿ q u i e -
res que vayamos á cogerla? A lo que respondió : n o , porqué no suceda que
arrancando la zizaña juntamente arranquéis con ella el trigo. Dejad crecer
una y otro hasta la siega, que al tiempo de la siega yo diré á los segadores :
Coged primero la zizaña , y haced gabillas de ella para el fuego , y meted
después el trigo en mi granero. Entonces Jesús, despedido el auditorio , v o l -
vió á casa , y rodeándole sus discípulos le dijeron : esplicadnos la parábola de
la zizaña sembrada en el campo. El cual les respondió : el que siembra la
buena simiente es el hijo del hombre : el campo es el mundo : la buena s i -
miente son los hijos del reino : la zizaña son los hijos del maligno espíritu. El
enemigo que la sembró es el diablo: la siega es el fin del mundo : los sega-
dores son los ángeles. ¥ así como se recoge la zizaña y se quema en el fuego,
así sucederá al fin del mundo. Enviará el Hijo del hombre á sus ángeles , y
quitarán de su reino á todos los escandalosos, y cuantos obran la maldad ; y
los arrojará al horno del fuego : allí será el llanto y el crujir de dientes. Al
mismo tiempo los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre.
El que tiene oidos para entenderlo entiéndalo. » Qué lección tan terrible y tan
consoladora á la vez ! Después que el Señor habia explicado á sus apóstoles
la parábola de la zizaña , continuó en instruirles con muchas otras p a r á b o -
las. La del tesoro escondido puede aplicarse al tesoro de salud oculto en la
Iglesia de Jesucristo. « El reino de los cielos es también semejante á un tesoro
escondido en un campo , que si lo halla un hombre le encubre , y gozoso
del hallazgo va y vende cuanto tiene , y compra aquel campo. » La parábola
— 484 — *
cíe la perla preciosa es aplicable á la Iglesia de Jesucristo, á la Religión , á la
fe cristiana católica. «El reino de los cielos es asimismo semejante á un m e r -
cader que trata en perlas finas; y viniéndole á las manos una de gran v a -
lor, va y vende todo cuanto tiene y la compra. » Por último, el reino de los
cielos es comparado á una r e d , imagen que nos manifiesta el estado de
la Iglesia en el siglo p r e s e n t e ; el estado de la Iglesia en la consumación
del siglo; y el estado de la Iglesia en el siglo futuro. Veamos el estado de
la Iglesia en el siglo presente. «También es semejante el reino de los c i e -
los á una red barredera , que echada en el m a r recoje todo género de p e -
ces. Y cuando está llena la sacan los pescadores, y sentados en la orilla,
van escogiendo los b u e n o s , y los meten en sus cestos , y arrojan los de
mala calidad. » Esta vasta red es la Iglesia, que admite en su seno buenos
y malos. Estado de la Iglesia en la consumación del siglo. «Así sucederá
al fin del siglo : saldrán los ángeles , y separarán los malos de entre los j u s -
tos : y arrojarlos han en el horno del fuego. Alli será el llanto y el crugir
de dientes. » Y de esto puede inferirse ya el estado de la Iglesia en el siglo fu-
turo , e s t o e s ; la gloriosa recompensa y felicidad de los justos y el h o r r o r o -
so estado y desdicha eterna de los malvados. Y añadió Jesucristo hablando
á sus apóstoles : «¿Habéis comprendido bien todo esto? Si Señor, le r e s -
pondieron. Y les añadió: Por esto todo doctor bien instruido en lo que
mira al reino de los cielos , es semejante á un padre de familias que va s a -
cando de su tesoro cosas nuevas y cosas antiguas. » Vivo retrato del m i n i s -
tro del Evangelio , que enriquecido con las verdades de la antigua ciencia
de los siglos, y con las verdades de la ciencia que le va suministrando c a -
da dia el conocimiento del m u n d o , de sus miserias, de sus locuras, de
sus errores y de sus engaños , saca de ello las luces necesarias para c o m -
batir con el sofisma de la incredulidad ; para defender los dogmas , la m o -
ral y la disciplina de la Iglesia; para derramar consuelos celestiales sobre
los males de la vida , y conducir las almas por las vias de la salud. T e s o -
ros antiguos y tesoros nuevos necesita para ser á u n mismo tiempo en su
doctrina hombre del Evangelio y hombre de siglo , como lo fué Jesucristo
y lo fueron los apóstoles, y cuantos desempeñaron después de ellos su m i -
nisterio s a n t o , venciendo al mundo con sus propias armas , y reuniendo
á la candidez de la paloma , la astucia , ó sea la prudencia de la serpiente.
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CAPÍTULO LVIII.
62
— 490 —
Brillaban las salas del palacio con aquel explendor que no se conoce sino en
el Oriente; las damas ricamente vestidas hacian gala de sus adornos ; las a n -
torchas de abeto resinoso y lámparas de brillantes luces reflejaban sobre los
techos dorados y las entapisadas paredes , y hacian relucir los cintos de oro
de las mujeres, sus redecillas de p e r l a s , los arcos de pedrería que a d o r n a -
ban sus frentes, y los diamantes de sus tiaras al estilo de Persia. Las hijas de
Sion habian conservado el uso del afeite , que ya se conocia en tiempo de
Jezabel: sus cejas y pestañas estaban pintadas de negro , y la extremidad de
sus dedos era encarnada como las bayas del rosal silvestre. Las púrpuras de
Tiro alternaban con las coronas almenadas de oro de Arabia ; y el acento a r -
monioso de arpas , flautas , cítaras y otros músicos instrumentos embriaga-
ban los sentidos de júbilo y de placer. « Mas llegó por fin un dia , dice el S a -
grado Texto, favorable (al designio de Herodías) en que por la fiesta del
nacimiento de Heródes , convidó éste á cenar á los grandes de su corte , y á
los primeros capitanes de sus tropas , y á la gente principal de Galilea: entró
la hija de Herodías, bailó, y agradó tanto á Heródes y á los convidados , que
dijo el Rey á la m u c h a c h a : Pídeme cuanto quieras que te lo d a r é ; y le aña-
dió con j u r a m e n t o : S i , te daré todo lo que me pidas , aunque sea la mitad
de mi reino. » Salomé , la hija de Herodías y de Filipo su primer marido,
entró en el salón espléndido , radiante de hermosura , y con aquella mirada
dominadora con q u e una mujer desenvuelta impone la ley de su voluntad
con mas orgullo que un conquistador. Sus negros bucles caen en caprichosos
rizos por ambos lados de su cara , moviéndose de continuo como su cabeza.
Lúbricamente graciosa en sus adornos , voluptuosa como el a m o r , fascina-
dora como el deleite , parecía una de aquellas magas de los cuentos árabes,
que abrigan bajo una belleza fatal y arrastradora algún maleficio , ó algún
veneno. Todos los ojos, chispeando de placer, siguen embelesados á la esbel-
ta danzarina , que al compás de una música seductiva, tocando apenas en el
suelo su ligera planta , se desliza por el salón entre mil muelles y tortuosos
giros, encendiendo con sus actitudes , que provocan el fuego impuro de los
embelesados circunstantes. Olvidando enteramente la timidez y la reserva
que sus tiernos años y su condición le imponian , danzó Salomé delante de
todos los convidados. Créese que Herodías , con la previsión de lo que suce-
dió después en efecto , habia por sí misma aconsejado á su hija este acto de
desenvoltura. Aquella danza , que es siempre un oprobio, y de que ha de
avergonzarse el p u d o r , fué colmada de aplausos en el delirio voluptuoso de
un festín. Gratas lisonjas y elogios apasionados recompensaron á la digna hija
de Herodías el sacrificio que tan generosamente hacia de su justicia y de su
rubor. Heródes, sobre todo, embriagado de placer y de satisfacción, dijo en
u n rapto de pródigo entusiasmo á la joven cansada y encendida que se le
— 494 —
presentó, como para pedirle una recompensa : Pídeme lo que quisieras, que
te lo daré. S í , todo lo que quieras te daré aunque sea la mitad de mi reino.
Salió ella ebria también de aquella gloria, que en los momentos de triunfo
embriaga el corazón de la mujer , « y corriendo á su m a d r e , le dijo : ¿Qué
podré pedir? La cabeza de Juan Bautista , respondió Herodias. Volviendo,
pues , á entrar apresurada , se dirigió al Rey y le dijo : «Deseo que m e deis
desde luego en un plato la cabeza de Juan Rautista. » Sorprendido y sincera-
mente contristado quedó el Rey de aquella d e m a n d a , que no esperaba sin
duda de una joven , porqué la elevada virtud de S. Juan no dejaba de impo-
nerle. Pero se hizo u n fatal punto de honor en cumplir la palabra que habia
dado delante de toda su corte, y no se avergonzó de cometer uno de los m a -
yores crímenes que se han perpetrado á los ojos de toda la tierra. ¡ Singular
religión la de las gentes que menos la conocen ! ¡ cómo si la palabra de un
insensato valiese mas que la vida de un hombre y que la ley de un Dios! « El
rey , dice el Evangelio , se puso triste , mas en atención al juramento , y á
los que estaban con él á la mesa, no quiso disgustarla.» Heródes impulsado no
menos quizás por su juramento que por las instigaciones de muchos cortesa-
nos , que comprendidos en las vehementes declamaciones del Santo Precur-
sor contra la disolución y el pecado, no sentirían mucho verse libres de aquel
importuno fiscal, dio orden á uno de sus oficiales que pasase á la prisión en
este dia de regocijo , en medio de un festin y á ruegos de una muchacha.
¿Quién no hubiera pensado que esta misión tenia por objeto el hacer gracia,
y que la belleza , la juventud y el placer no sabrían sino sonreír y perdonar
en caso de ofensa ? Verdad es que la libertad en tales circunstancias concedi-
da , no hubiera ni honrado ni alegrado al hombre de valor á quien fuere e n -
viada ; pero el guarda enviado por Heródes « decapitó á S. Juan en la cárcel
misma, y llevó en un plato la cabeza » chorreando sangre, que fué enviada á
Salomé en el lugar mismo en donde el festin duraba todavía : mezcla h o r r i -
ble de placeres innobles y de cobarde barbarie, de que se admirarán tan solo
los que ignoren que la molicie y la crueldad se dan la mano , y que todo
hombre que no tiene ya nada que respetar en si mismo , tampoco tiene el
menor miramiento con sus semejantes. Y ni debe creerse que el mundo p a -
gano , á pesar de su envilecimiento , hubiese llegado á tal punto de d e g r a -
dación , que no conociera en los momentos de buen sentido la ignominia de
semejante conducta. Refiere en efecto la historia que un general romano,
habiendo hecho cortar la cabeza no ya á un inocente sino á un criminal , en
medio de la alegría de un festin para satisfacer á una mujer que no habia
visto nunca una ejecución capital, fué vergonzosamente expelido del senado
por este refinamiento de molicie cruel , que por medio del sabor de sangre
humana sazona unos placeres empalagosos ya por su misma abundancia.
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Salomé llevó la cabeza ensangrentada á Herodías: el presente era digno de
tal madre y de tal hija. Herodías en su impotente pero implacable cólera de
m u j e r , tomó uno de los alfileres ó sortijas que sostenían sus cabellos, y t r a s -
pasó con ella aquella lengua que habia osado increpar sus crímenes y dar
inquietudes á su fortuna. Tal es fama que se habia vengado no muchos años
antes la mujer de Marco Antonio, pinchando con un alfiler la lengua de oro del
grande orador romano. Este lujo de atrocidad , último esfuerzo de una rabia
frenética, que llegaría á ser ridículo si no fuese tan vil, es propio únicamen-
te de una mujer despechada. Tal fué la muerte del mas santo de los h o m -
bres. Trágica es y lamentable á nuestros ojos , porqué aparece la cuchilla, y
gotea la sangre : la m u e r t e es pedida, resuelta , ejecutada, sin razón , sin
forma de proceso , sin retardo : en ella vemos lo mas augusto que hay en el
mundo , una noble vida, arrojado para servir de pasto á un príncipe caliente
por el vino , y á la fantasía caprichosa de una danzarina. Pero esta muerte
es y será para siempre ilustre delante de Dios, porqué fué sufrida por la j u s -
ticia y la castidad , y nada hay tan glorioso como el sufrir y sucumbir por lo
que es eterno. Porqué sucumbiendo así el hombre no m u e r e , sino que se
trasfigura ; la vida presente tiene su día de m a ñ a n a , y los dolores de la
tierra encontrarán su contrapeso en el cielo. Si el sufrimiento está colocado
en la base del destino de los hombres , es para atraer á su cumbre la g l o -
ria : su sangre generosamente derramada brillará como si se hubiese c o n -
vertido en perlas , en la diadema de su inmortalidad. En seguida , para que
resplandezca el honor de la raza humana , cuando uno muere en defensa de
u n a idea verdadera , al instante se levantan mil para reemplazarle. Tomen
paciencia los que sufren , porqué ellos saldrán vencedores : de ellos es la
suprema felicidad : así lo ha dicho la Verdad Eterna. En cuanto á los que ha-
cen sufrir , ellos se hartan de triunfos en el tiempo , como si pudiesen esca-
par de la eternidad y de la justicia que reinará en ella. P u e d e , pues , muy
bien afirmarse que el glorioso Precursor de Cristo , al espirar bajo la c u c h i -
lla de la persecución , no solo se anticipó por el martirio á la muerte d o l o -
rosa del Salvador , siendo Precursor suyo en la vida y en la m u e r t e , en la
predicación y en el sacrificio ; sino que fué también el Precursor de los m á r -
tires cristianos , y empezó esa línea de hombres que abriéndose hacia el cie-
lo un heroico sendero , llegaron á él por entre las olas de su propia sangre,
y dejaron sobre la tierra trazas indelebles que sus hijos contemplan y besan
con respeto para seguirlas , si fuese necesario. Los discípulos de Juan v i n i e -
ron á llevar á Jesús la dolorosa nueva de la muerte de su Maestro. Jesús se
hallaba entonces en Galilea, no lejos del lago de Genezaret, ó d e Tibe-
ríades. Montó sobre una barquilla , atravesó las ondas , y se retiró á una s o -
ledad que lomaba su nombre de la pequeña aldea de Belhsaida. Su hora no
— 493 —
habia llegado todavía , y así queria sustraerse á la crueldad de Heródes y á
las emboscadas de los fariseos, que habian jurado su perdición. Los persegui-
dores no quedaron impunes: el cielo vengó después en aquellos tres pechos
homicidas la muerte de su protector : al menos sus reveses y su infortunio
parecieron á los ojos de la nación entera llevar los señales de u n castigo p r o -
videncial. Aun antes de su castigo, cometió Heródes otro crimen , y de una
naturaleza mas grave que los que marcan la carrera de su vida. Él fué quien,
deseoso desde mucho tiempo de ver á Jesucristo, cuyos milagros llamaban
la atención de toda la Judea , le t r a t ó , como veremos después, con el mayor
desprecio, cuando Pilatos se lo hizo presentar en tiempo de la Pasión. Arelas,
aquel rey de Arabia , padre de la princesa sacrificada á Herodías, se propuso
vengar el ultraje cometido contra su hija ; declaró la guerra á Heródes, l a n -
zóse sobre él con fuerzas considerables , y logró una victoria tan completa,
que los judíos vieron allí el dedo de Dios, descargando su golpe contra el ase-
sino de su gran profeta. Pero Heródes no dejó de experimentar desde luego
;
CAPITULO LIX.
en la Sinagoga de Gafarnaum.
U
— S06 —
lavatorios de jarros y de vasos , y en otras muchas cosas semejantes que
practicáis.» Y añadíales: «De por medio destruís el precepto de Dios por
observar vuestra tradición.» Ocioso seria repetir ahora que el culto de los
fariseos consistía en exterioridades, descuidando y despreciando lo principal
de la ley de Dios, que son los preceptos morales. Y les redargüía , diciendo:
«¿Y por qué vosotros mismos traspasáis el mandamiento de Dios por seguir
vuestra tradición ? Porqué Dios dijo por Moisés : Honra á tu padre y á tu
madre. Y este otro : el que ultrajare de palabra á su padre ó á su madre se-^
rá reo de muerte. Y no obstante decís vosotros : cualquiera que dijere al pa-
dre ó á la m a d r e : la ofrenda que yo por mi parte ofreciere redundará en
beneficio tuyo , ya no tiene obligación de honrar ó asistir á su padre ó á su
m a d r e . Con lo cual habéis echado por tierra el precepto de Dios por vuestra
tradición. Pues suponéis que con esto queda desobligado de hacer mas á f a -
vor de su padre ó de su madre , aboliendo así la palabra de Dios por una
tradición inventada por vosotros mismos. Y á este tenor hacéis muchas otras
cosas. » Esto no era mas que un ejemplo que citaba el Salvador de su falsa
doctrina, substituyendo la simple intención de hacer una ofrenda en p r o v e -
cho del padre ó de la madre al respeto , al amor y á los auxilios que se les
deben según la ley de Dios promulgada por boca de Moisés.
«Entonces llamando de nuevo la atención del pueblo, y dirigiéndose á él,
les decia: Escuchadme y atended. No lo que entra por la boca es lo que man-
cha al hombre , sino lo que sale de la boca : eso es lo que le mancha. Si hay
quien tenga oidos para oír e s t o , óigalo y entiéndalo. » Cuando Jesús hubo
humillado el orgullo de los fariseos y de los escribas de Jerusalen, y les hubo
dejado sin palabra que contestar , «llamando al pueblo cerca de sí le dijo en
presencia de sus maestros: Nada de lo que está fuera del hombre y de lo que
entra en el hombre por la boca mancha su conciencia: lo que le ensucia es lo
que está en él y lo que de él sale: la corrupción de su interior que se derrama
por afuera.» Después de este corto aviso, despidió Jesús á sus oyentes dejan-
do que meditasen el sentido de aquellas palabras á los q u e , como decia él á
menudo , tuviesen oidos para oir. Pero veamos el escándalo hipócrita é i n -
justo de los fariseos. «Cuando Jesús hubo entrado en casa, después de haber-
se retirado de la multitud , acercándosele sus discípulos le dijeron : ¿ No
sabes que los fariseos se han escandalizado de esto que acaban de oir ? Mas
Jesús respondió: Toda planta que mi Padre celestial no ha plantado , a r r a n -
cada será de raíz. Dejadlos : ellos son unos ciegos que guian á otros ciegos; y
si un ciego se pone á guiar á otro ciego , entrambos caen en la hoya. » Aquí
Pedro tomando la palabra le dijo : Esplicadnos esta parábola. A que Jesús
respondió: «¿Cómo? ¿También vosotros estáis aun con tan poco conocimien-
to? ¿Pues no comprendéis que lodo lo que de afuera entra en el hombre no
— 507 —
es capaz de contaminarle? Supuesto que nada de esto entra en su corazón,
sino que va á parar en el vientre, de donde sale con todas las heces de la c o -
mida y se echa en lugares secretos. Mas las cosas, decia, que salen del h o m -
bre (ó sea de su corazón) esas son las que manchan al hombre. Porqué de
lo interior del corazón del hombre es de donde proceden los malos pensa-
mientos , los adulterios , las fornicaciones , los homicidios , los hurtos , las
avaricias , la malicia , los fraudes, las deshonestidades , la envidia, la blas-
femia , la soberbia, la estupidez. Todos estos vicios proceden del interior, y
estos son los que manchan al hombre. » He aquí indicados por Jesucristo los
vicios capitales que mancillan el corazón humano, y que salen como un
álito pestífero de su corazón corrompido.
C A P Í T U L O LXI.
Jesucristo predice su pasión á los apóstoles, é instruye al pueblo sobre su eterna salud.
C A P I T U L O LXIII.
66
— 522 —
instruirlos, ¡cuál sonará al oido de vuestros enemigos cuando vendrá á ful-
minarles el anatema eterno de vuestra justicia 1
Mas aquel aparato de gloria iba á concluir. Jesús se acerca á sus Após-
toles prosternados, y tocándoles les dice : « Levantaos , y no temáis. » Al-
zando ellos los ojos y mirando por todas partes no vieron mas que á Jesús
que estaba solo con ellos. La voz ya no se dejaba sentir: el espectáculo
deslumbrador habia desaparecido, con la n u b e , y con Moisés y con Elias, y
Jesús habia vuelto á tomar su forma ordinaria. No habléis á nadie de esta
visión , les dijo , hasta que el Hijo del Hombre haya resucitado. No se h u -
biera dado crédito á este prodigio durante la vida de Jesucristo: por esto
prohibe á sus Apóstoles que hablen de él hasta que , por el glorioso triunfo
de su resurrección y de su ascensión, haya borrado el escándalo de la cruz,
y hecho creíble el testimonio que ellos diesen á toda la tierra de su divini-
dad. Puede muy bien creerse que Jesús hizo esta prohibición para no expo-
ner la verdad de tan grandioso acontecimiento á las dudas de la critica y
á las burlas de la incredulidad. Obedientes los tres Apóstoles P e d r o , Jaime
y Juan , parecieron haber olvidado este espectáculo de gloria; pero se acor-
daron de él después del triunfo del Señor sobre la m u e r t e . Nosotros hemos
visto su gloria , exclama el estático Juan al principiar su Evangelio , pero
una gloria tal como convenia al Hijo único de Dios! Nosotros vimos con
nuestros propios ojos el explendor de su gloria sobre la montaña santa ,
escribía S. Pedro en su segunda carta.
Consideremos ahora cual se ven embarazados los Apóstoles para e n -
tender las palabras del Redentor. «Los Apóstoles realmente guardaron el
secreto, pero se preguntaban entre sí lo que quería decir con aquellas
palabras : Después que habré resucitado de entre los muertos. » Y en v e r -
dad no entendían estas últimas palabras. Bien creían que Jesús restable-
cería el reino de Israel; que él era su r e y , y que por tal se baria r e c o -
nocer ; pero no se imaginaban que esto pudiese ser después de su muerte ;
y nunca en efecto hombre alguno formó semejante proyecto de dominación.
Sabian que todos los hombres deben resucitar á la fin del mundo ; pero
Jesús les hablaba de su Resurrección como de un suceso c e r c a n o , y al
cual debian ellos sobrevivir; y esto era para los Apóstoles un nuevo motivo
de embarazo , y un germen de nuevas dudas , que no podian resolver.
«Entonces le preguntaron: ¿Cómo es que los fariseos y los escribas andan
diciendo que ha de venir primero Elias?» Admiremos aquí la discreción de
los Apóstoles. Aunque las últimas palabras de Jesucristo les embarazaban, y
no entendían lo que les decia de su Resurrección , con todo no le preguntan
sobre este punto : el respeto que le profesan les detiene. Es su Maestro,
les ha hablado , él sabe hasta que punto ha de ilustrarlos é instruirlos, y no
— 523 —
se creen con derecho para exigir mas. « Y les responde Jesús : Es cierto que
Elias ha de venir primero , y entonces restablecerá todas las cosas , y que
sufrirá mucho , y será rechazado con desprecio , así como el Hijo del H o m -
bre según que ya está escrito. » Es decir , verdad es que Elias ha de venir
p r i m e r o , y de él está predicho q u e á su llegada trabajará para renovar en
los hombres sú primera inocencia y llamarlos á la práctica de todas las v i r -
tudes ; pero no os imaginéis que haya de hacerlo sin ser despreciado de los
hombres, sin sufrir insultos y malos tratamientos. Destinado á preparar las
vias de Cristo , ha de caberle una suerte semejante á la suya. Pero al m o -
mento les aclara el enigma. « Mas yo os declaro, que Elias ha venido ya , y
no le conocieron , sino que hicieron con él todo cuanto quisieron , según así
se habia escrito»: así también harán ellos padecer al Hijo del Hombre. » El
primer crimen de los escribas y de los fariseos'fué el no haber reconocido la
venida de Elias en la persona de Juan. Su orgullo , su envidia , su odio c o n -
tra Jesús les cegaron. Verdad es q u e Juan , interrogado por ellos , les r e s -
pondió que él no era Elias ; pero con decirles que era la voz predicha por
Isaías , les dijo lo bastante ; y si hubieran tenido el corazón recto se habrían
adherido á Aquel á quien Juan les enviaba. Su segundo crimen fué el de
perseguir á S. Juan , maltratarle, desterrarle, y tal vez haber contribuido al
decreto de su muerte. Su tercer crimen , que iba á poner el colmo á todos
los d e m á s , era la muerte del Mesías , y á éste conduce siempre el Señor la
atención de sus discípulos en sus instrucciones. «Entonces conocieron los dis-
cípulos que les habia hablado de Juan Bautista. » Y así debemos reconocerlo
también nosotros; pues esta es la tercera vez que vemos citada la profecía
de Malaquías , y entendida siempre de S. Juan Bautista. La primera vez por
el arcángel Gabriel hablando á Zacarías ; la segunda por Jesucristo hablando
al pueblo ; y la tercera por el mismo Jesucristo al instruir aquí á sus tres
mas queridos discípulos. La sabiduría de Dios ha puesto en su divina palabra
bastante claridad para conducir las almas rectas , y asaz de oscuridad para
cegar los espíritus presuntuosos. »
— 524 —
CAPITULO LXIY.
Continúan los milagros y las instrucciones de Jesucristo á sus discípulos, liasta que una ciudad
C A P Í T U L O LXV.
«VÍDANDO estaba para cumplirse el.tiempo en que Jesús habia de salir del
m u n d o , se puso en c a m i n o , mostrando un semblante resuelto para ir á
Jerusalen. » No estaban distantes los dias de la pasión y de la muerte de
Jesús : solo seis m e s e s , á corta diferencia, faltaban para consumar su s a -
crificio. Aunque este viaje no fué el último que debia hacer á Jerusalen,
miraba ya esta ciudad tan solo como el teatro de sus dolores y de su p a -
sión. La firmeza de su alma no le permitía empero temer este lugar donde
debia ser sacrificado. P a r t i ó , p u e s , de Cafarnaum para la capital con un
— 633 —
conlinente de firmeza y de seguridad que descubria cuan superior era á
todos los sucesos que le aguardaban. «Y despachó algunos delante de sí
para anunciar su v e n i d a , los cuales habiendo partido , entraron en una
ciudad de samaritanos á prepararle hospedaje. Mas no quisieron recibirle,
porqué daba á entender que se dirigia á Jerusalen. » Los samaritanos no
podían sufrir que los judíos, con menosprecio del nuevo templo de S a -
maría , fuesen siempre al que Salomón habia levantado por orden de Dios,
y que por orden también del mismo Dios habia Ésdras renovado con los
mismos prodigios ; pero esta negativa fué injuriosa é injusta , á pesar de la
atención con que Jesús se habia hecho anunciar solo para hospedarse : favor
que á nadie se niega, y mucho menos á J e s ú s , cuya doctrina y milagros
le hacian reconocer como el Mesías , igualmente esperado por los judíos y
por los samaritanos. «Al ver sus discípulos , Santiago y Juan , lo que a c a -
baba de pasar , dijeron : ¿Quieres que mandemos llueva fuego del cielo y
les devore ? » Jesús habia dado ya á estos dos Apóstoles el nombre de hijos
del t r u e n o , y por cierto que esta vez justificaron el nombre. Conocían el
poder de su Maestro muy superior al de Elias , que habia hecho bajar fuego
del cielo sobre los que acababan de insultarle ; pero no conocian el espíritu
de Jesús enteramente opuesto en esta parte al de Elias. « Pero Jesús , vuelto
á ellos , les respondió diciendo : No sabéis á que espíritu pertenecéis. » El
espíritu de la ley nueva á que pertenecían Santiago y Juan , lejos de p e r -
mitir el hacer mal á los que se niegan á hacernos b i e n , nos manda hacer
bien á los que nos hacen mal : esto es lo que no debe ignorar un apóstol,
ni aun un verdadero cristiano. Y añadió el S e ñ o r : «El Hijo del Hombre no
ha venido 'para perder á los hombres sino para salvarlos: » palabras llenas
de dulzura y de amor. « Y con esto se fueron á otra aldea. » Jesús dejó la
Samaria , y se fué á otro pueblo de Galilea , pueblo mil veces afortunado,
que se aprovechó de la negativa de aquella otra ciudad inhospitalaria y
orgullosa , y que tuvo la dicha de poseer á Jesús.
ñero , así físicas como morales , en un instante , sin remedio alguno , al solo
nombre de Jesucristo. Y estos medios convirtieron el mundo á la Cruz, y der-
rocaron todo un mundo de idolatría. « Pero si en la ciudad donde hubiereis
entrado , añade Jesucristo , no quisiesen recibiros , saliendo á las plazas, d e -
cid : hasta el polvo que se nos ha pegado de vuestra ciudad lo sacudimos
contra vosotros. Mas sin embargo, sabed que el reino de Dios está cerca. Yo
os aseguro que Sodoma será tratada aquel dia (del juicio) con menos rigor
que la tal ciudad.» Y vuelve á repetir las amenazas que profirió en otro
tiempo contra los pueblos rebeldes á su yugo y á su ley. « ¡Ay de tí Corozain!
¡ay de tíBetsaida !• porqué si en Tiro y en Sidon se hubiesen obrado los mila-
gros que en vosotras se han obrado , tiempo ha que hubieran hecho p e n i -
tencia, cubiertas de cilicio y yaciendo sobre la ceniza. Y tú , ó Cafarnaum,
que te has levantado hasta el cielo , serás abatida hasta el infierno. » Y c o n -
cluye lanzando su último anatema contra el crimen de aquellos que han r e -
chazado la predicación Evangélica : « El que os escucha á vosotros me e s c u -
cha á m í , y el que os desprecia á vosotros á mí me desprecia. Y quien á mí
me desprecia desprecia á Aquel que me ha enviado.» Tal es el crimen dePim-
pio, del deista, del judío, del cismático, del hereje, del panteista, y de cuán-
tos rechazan la Religión del Crucificado y su verdadera Iglesia.
Después de cumplida la misión de predicar la venida del reino de Dios
« regresaron los setenta y dos discípulos llenos de gozo, diciendo: Señor,
hasta los demonios mismos se sujetan á nosotros por la virtud de tu n o m -
bre. » ¿ Y no era en efecto cosa admirable, que hombres tales como los
discípulos tuviesen la autoridad de mandar á los demonios , y que estos e s -
píritus orgullosos se viesen forzados al solo nombre de Jesús á obedecerles ?
Este gozo fué aumentado por la revelación de Jesucristo , el cual les dijo :
« Yo estaba viendo á Satanás caer del cielo á manera de relámpago. » Jesús
declara por esta figura la destrucción del poder del demonio , la caida de
su imperio , y que va á sucederle el reino de Dios. «Vosotros veis, continua
Jesucristo, que os he dado potestad de hollar serpientes y escorpiones y todo
el poder del enemigo ; de suerte que nada podrá haceros daño. En todo eso,
no tanto habéis de gozaros porqué se os rinden los espíritus i n m u n d o s ,
cuanto porqué vuestros nombres están escritos en los cielos. » Este gozo san-
to fué tan puro y tan vivo , que pasó al mismo Jesucristo. «En aquel mismo
punto Jesús saltó de júbilo al impulso del Espíritu Santo , y dijo: Yo te
a l a b o , Padre mió , Señor del cielo y de la tierra, porqué has encubierto
estas cosas á los sabios y prudentes y las has descubierto á los pequeñuelos,
porqué así fué tu beneplácito. » Esta alegría de Jesucristo reside en su santa
humanidad , cuyos dones reconoce venir todos de Dios su Padre. « El Padre
ha puesto en mi mano todas las casas. Y nadie conoce quien es el Hijo sino
— 536 —
el P a d r e , ni quien es el Padre sino el Hijo, y aquel á quien el Hijo quisiere
revelarlo. » En estas últimas palabras se indica que la alegría de Jesucristo
está en su Iglesia , á la cual él comunica todos sus d o n e s , y está también en
cada alma fiel dispuesta á recibir estas comunicaciones divinas. «Y vuelto á
sus discípulos dijo : Bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros veis.
Pues os aseguro que muchos profetas y reyes desearon ver lo que vosotros
v e i s , y no lo vieron , como también oir lo que vosotros oís , y no lo o y e -
ron. » Con lo cual nos da á entender Jesucristo que nuestre alegría debe e s -
tar en el beneficio especial de nuestra vocación, ó sea de nuestro llamamien-
to á c o n o c e r su ley, saborear su a m o r , y gozar de sus promesas.
C A P I T U L O LXVI.
CAPITULO LXVI.
le habia enseñado.
CAPÍTULO LXVIII.
ENSEÑANDO Jesús en la Sinagoga , vino allí una mujer que por espacio
de diez y ocho años padecía de una enfermedad causada por un espíritu
maligno , y andaba encorvada sin poder mirar poco ni mucho hacia arriba.
69
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Como la viese J e s ú s , llamóla á sí y le dijo: Mujer, libre quedas de tu
achaque. Y puso sobre ella las m a n o s , y enderezóse al momento , y daba
gracias y alabanzas á Dios.» Curación p r o n t a , perfecta, pública, estable
y permanente. Todo el pueblo vio á aquella mujer en su nuevo estado,
y por ello dio gloria al S e ñ o r , con la misma agraciada. Pero habia un
jefe de la Sinagoga, á quien 1a reputación de Jesucristo hacia s o m b r a ,
como á tantos otros fariseos orgullosos y suspicaces á quienes sus c o n -
tinuos milagros desesperaban. Al ejemplo de sus colegas, no se mostró
indignado sino de la pretendida trasgresion de la ley de Dios; porqué aquella
curación se habia hecho en dia de sábado. No se atrevió á atacar directa-
mente al autor del milagro , sino que dirigiéndose al pueblo con un aire i m -
perioso , les dijo: « Seis d i a s h a y en la semana destinados al trabajo, en estos
podéis venir á curaros , y no en dia de sábado. » Pero esta prohibición fué
reprimida con fuerza , pues «el Señor , dirigiéndole á él la palabra , dijo :
¡Hipócritas! ¿ c a d a uno de vosotros no suelta su buey ó su asno del pesebre,
aunque sea sábado , y los lleva á abrevar ? ¿ Y á esta hija de Abraham , á
quien , como veis , ha tenido atada Satanás por espacio de diez y ocho años,
no será permitido desatarla de estos lazos en dia de sábado ? » ¡ C o m p a r a -
ción tan sensible para el pueblo , como humillante para los orgullosos f a r i -
seos ! Mas esta indignación se convirtió en afrenta suya. « Y á estas palabras
quedaron avergonzados todos sus contrarios.» Y aumentó la alegría del p u e -
blo y su adhesión á Jesús. «Y todo el pueblo se complacía en sus gloriosas
acciones.»
La ingrata ciudad á la que Jesús conducia lentamente sus discípulos
por lodos los lugares y aldeas que se hallaban en su camino , debia muy
presto hacerles espectadores de la muerte sangrienta de su Maestro, y sin
duda para disponerles á este espectáculo de la cruz y á la vista de su
m u e r t e , á la cual estaba unido el cumplimiento de las p r o m e s a s , les ofreció
de nuevo estas agradables pinturas de los progresos de la aplicación de su
Evangelio , y les repitió para consuelo suyo las dos parábolas, que con igual
mira les habia ya propuesto, del grano de mostaza , y de la levadura. «Decia
también Jesús : ¿ Á qué cosa es semejante el reino de Dios ? ¿ O con qué p o -
dré compararle? Es semejante á un grano de mostaza que tomó un hombre,
y lo sembró en su huerta , el cual fué creciendo hasta llegar á ser un árbol
grande ; de suerte que las aves del cielo posaban en sus ramas. Y volvió á
repetir : ¿ Á qué cosa diré que se asemeja el reino de Dios ? Es semejante á
la levadura que tomó una mujer , y la revolvió en tres medidas de harina,
hasta que hubo fermentado toda la masa.
É iba enseñando por las ciudades y aldeas de camino para Jerusalen.
« Y - u n o le p r e g u n t ó : Señor, es verdad que son pocos los que se s a l -
— 847 —
v a n ? » El divino Salvador no respondió directamente á esta pregunta , sino
q u e « e n respuesta dijo á sus o y e n t e s : Esforzaos á entrar por la p u e r -
ta angosta; porqué os aseguro que muchos buscarán como e n t r a r , y no
p o d r á n . » Esta puerta es el Evangelio, la fe y la ley del Evangelio. He
aquí la primera respuesta que hace Jesucristo á los pecadores: « Y d e s -
pués que el padre de familias hubiese entrado y cerrado la puerta , e m -
pezareis , estando fuera , á llamar á la p u e r t a , diciendo : Ábrenos ; y él
os responderá: No sé de donde sois.» Pretextos de los pecadores: « E n -
tonces alegareis á favor vuestro: Nosotros hemos comido y bebido conti-
g o , y tú predicaste en nuestras plazas. » Última respuesta hecha á los p e -
cadores después de sus alegaciones : « Y él os repetirá : No os conozco , ó no
sé de donde sois. Apartaos de mí todos vosotros, fautores de la iniquidad. »
¡ Terribles p a l a b r a s ! «Allí será el llanto y el rechinar de dientes, cuando
veréis á Abraham , á Isaac y á Jacob , y á todos los profetas en el reino de
Dios , mientras vosotros sois arrojados fuera. Y vendrán también gentes del
oriente y del occidente, del norte y del mediodía , y se pondrán á la mesa
en el convite del reino de Dios. » Y concluye : « Y ved aquí que los que
son ahora los últimos serán entonces los p r i m e r o s , y los que son p r i m e -
ros serán entonces los últimos.» ¡Terrible cambio ! ¡catástrofe asombrosa¡
¿quién no t e m e r á ? ¿ quién no temblará ?
« E n el mismo dia vinieron algunos fariseos á decirle: Sal de aquí y
retírate á otra p a r t e , porqué Heródes quiere matarte. Y les respondió:
Andad y decid de mi parte á ese raposo: Sábete que aun he de lanzar
demonios y curar enfermos el dia de hoy y el de mañana , y al tercer dia
soy consumido. No obstante, asi hoy como mañana y pasado mañana con-
viene q u e yo siga mi camino , porqué no cabe que un profeta pierda la vida
fuera de Jerusalen. » Jesucristo califica con el instinto de un vil animal la polí-
tica artificiosa y humillante de Heródes , y resalta su firmeza en la resolución
que declara de nada cambiar en el plan de sus operaciones, á pesar del terror,
que se trata de inspirarle, de las violencias de Heródes ; y en el conocimiento
que dice tener de los perversos designios de los fariseos. Y en seguida la t e r -
n u r a inagotable de su alma se vuelve hacia la ciega y desdichada ciudad :
« ¡ Oh Jerusalen , Jerusalen, que matas á los profetas, y apedreas á los que á
tí son enviados ! ¡ Cuántas veces quise recoger á tus hijos á la manera que el
ave cubre sus polluelos debajo de sus alas , y tú no lo has querido!» Jesús
pasa de los recuerdos de compasión á las amenazas y á las predicciones : «He
aquí que vuestra morada va á quedar desierta ; y os declaro que ya no me
veréis mas hasta el dia en que digáis: ¡ Bendito sea el que viene en nombre
del Señor ! » Algunos aplican , y con razón , estas palabras al dia del último
juicio , en que los deicidas habrán de sufrir y sufrirán todo el peso de la justa
vindicta é indignación de Dios.
— 548 —
«Después de e s t o , andaba Jesús por Galilea, porqué no quería ir á
J u d e a , visto que los judíos procuraban su muerte.. Mas estando próxima
la fiesta de los judíos, llamada de los Tabernáculos , sus hermanos (esto es,
sus parientes) le dijeron : Sal de aquí y vete á J u d e a , para que también
aquellos discípulos tuyos vean las o b r a s (ó maravillas) que haces; puesto
que nadie hace las cosas en secreto , si quiere ser conocido : ya que h a -
ces tales cosas , date á conocer al mundo. Porqué aun sus h e r m a n o s , ( ó
parientes) no creían en é l . » El primer motivo, p u e s , que hace obrar á
los parientes de Jesús es su incredulidad ; el segundo la ambición de p a r -
ticipar de la gloria y fama de Jesucristo ; y el tercero la seducción , esto
es , el ser instigados á e l l o por los fariseos. Pero Jesús les responde lo que
en sustancia habia dicho á los fariseos: « Mi tiempo no ha llegado t o d a -
vía , el vuestro siempre está preparado.» Así este Hombre-Dios no sigue
otras reglas en su conducta que la voluntad de su Padre. «A vosotros , c o n -
tinua el Salvador , no puede el mundo aborreceros : á mí sí que me a b o r -
rece porqué yo demuestro que sus obras son malas. » Y prenunciando ya
implícitamente el complot de los judíos para prenderle y hacerle morir: «Vos-
otros id á esta fiesta , yo no voy á ella porqué mi tiempo aun no se ha c u m -
plido. Dicho esto , quedó él en Galilea , » durante tres dias , como habia i n -
dicado: dejó partir á sus parientes, y «después que éstos hubieron marchado,
se puso también él en camino para la fiesta , no con publicidad , sino como
en secreto. Los judíos , p u e s , en el dia de la fiesta le buscaban y decían:
¿ E n dónde está aquel ? Los jefes del complot, viendo burladas sus esperan-
zas usaban de este lenguaje de desesperación y de ira contra Jesús ; el cual
era entre tanto el asunto ordinario de todas las conversaciones , así entre el
pueblo como entre los magnates. «Y era mucho l o q u e se susurraba de él
entre el pueblo. P o r q u é unos decian : Sin duda es hombre de bien. Otros al
contrario : Nó >• sino que trae embaucado al pueblo. » El vulgo no estaba tan
corrompido como los grandes , los falsos doctores , los sabios orgullosos. E s -
tos hablaban descarada y directamente contra Jesús , por cuyo motivo «nadie
osaba declararse en público á favor suyo , por temor de los judíos. » Así
sucedía entonces y ha sucedido siempre. Los enemigos de Jesús , de su Reli-
gión y de su Iglesia son mas resueltos y osados que las almas humildes y ge-
nerosas que le adoran; Imponen al pueblo su ley de terror y usurpan para
(
sus planes de m u e r t e la voz del mismo pueblo que no se atreve á levan tal-
la suya: «Como quiera , hacia la mitad de la fiesta , subió Jesús al Templo, y
púsose á e n s e ñ a n » Jesús habia de tal modo arreglado su viaje', q u e llegó
cerca de Jerusalen el viernes por la tarde , sin que nadie lo advirtiese. Y en
el sábadOj parte de la octava de la solemnidad de los Tabernáculos, segundo
dia de su fiesta , Jesús pareció en el Templo. Después de tres ó cuatro dias que
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estaba ya comenzada la solemnidad , y que nadie esperaba verle , los e s p í r i -
tus habian tenido tiempo de calmarse, y el furor de los fariseos de resfriarse,
hallándose desconcertadas las medidas que habian tomado para detenerle al
principio de la solemnidad. Luego que el pueblo vio á Jesús , corrió áél a t r o -
pelladamente ; y este Salvador divino, según su costumbre , empezó á i n s -
truir. En aquel vasto auditorio , compuesto de diferentes pueblos venidos de
todos los puntos de Palestina , hallábase un grande número , sobre todo de
Judea y de Jerusalen, que no habian oido nunca á Jesús ; y quedaron en
extremo sorprendidos de oirle hablar con tanta gracia, tanta sabiduría , tan-
ta fuerza y profundidad. «Y maravillábanse los judíos, y decian : ¿ Cómo sabe
éste las letras sin haber estudiado ? » ¿ De dónde ha sacado esta doctrina , de-
cíanse los unos á los otros , no habiendo hecho estudios? ¿De qué fondo bebe
tantas maravillas como salen de su boca ? Y así hablaban ó porqué no se le
habia visto en Jerusalen frecuentar los maestros y doctores de la ley y t o -
m a r de ellos lecciones , ó porqué los escribas y fariseos habian procurado r e -
presentarle al pueblo como el hijo de un artesano de Nazareth , sin estudio,
sin letras , sin ciencia , y que no merecia ser escuchado , como hacen y harán
siempre los enemigos de la Religión con respecto á los que la defienden. J e -
sucristo para continuar su instrucción se aprovechó de la sorpresa del p u e -
blo , y tomó de ello ocasión para descubrir á sus oyentes la fuente de su doc-
trina : « Mi doctrina no es mia, sino de Aquel que me ha enviado , » la m a -
nera de conocer la divinidad de aquella doctrina : « Quien quisiere hacer la
voluntad de éste , conocerá si mi doctrina es de Dios , ó si yo bablo de mí
mismo : » y luego la consecuencia que se ha de sacar de esta confesión de
Jesucristo : « Quien habla de su propio movimiento busca su propia gloria ;
m a s el que busca la gloria del que le envió , ese es veraz , y no hay en él
injusticia » ó impostura. Acto continuo echa en cara Jesús á los judíos el d e -
signio que habian formado de hacerle morir : « ¿ P o r ventura no os dio Moi-
sés la ley , y con todo eso ninguno de vosotros observa la ley? pues ¿por qué
intentáis m a t a r m e ? » Y respondieron los mismos tal vez que tal maldad h a -
bian urdido , nó la multitud que estaba admirando la doctrina de Jesús :
«Estáis poseído del demonio , ¿quién es que trata de haceros m o r i r ? » J e -
sucristo pasa á justificar la curación del paralítico, obrada en el dia del sábado:
« Jesús prosiguió diciéndoles : Yo hice una sola obra milagrosa y todos lo h a -
béis evtrañado. Mientras que habiéndoos dado Moisés la ley de la circuncisión,
a u n q u e venga de los patriarcas y no de Moisés , no dejais de circuncidar al
hombre , aun en dia de sábado. Pues si un hombre es circuncidado en s á -
bado p a r a no quebrantar la ley de Moisés , ¿ os habéis de indignar contra mí,
porqué he curado á un hombre en todo su cuerpo en dia de sábado ? No q u e -
ráis juzgar pues por las apariencias, sino por un juicio recto. » Comenzaron
— 550 —
entonces á decir algunos de Jerusalen : ¿ No es éste á quien buscan para darle
la muerte ?» Sabíase , pues , en Jerusalen que los jefes de la Sinagoga y sus
adictos buscaban á Jesús para darle muerte : su animosidad era conocida,
y sus designios no eran un secreto. Sin embargo , cuando Jesús se lo echa en
cara y les pide el por qué, lo niegan todo con audacia, ultrajan al que quiere
justificarse , y le acusan como criminal y poseído del demonio por haber tan
solamente formado tan injuriosa sospecha. Observemos la sorpresa de a q u e -
llos : « Y con todo vedle que habla públicamente y no le dicen nada. ¿Si será
que nuestros príncipes han conocido de cierto ser este el Cristo?» Sin duda
que no era esta la razón de su silencio , sino que á presencia de un pueblo
desinteresado y naturalmente equitativo , no osaban parecer delante del que
tantas veces les habia arrancado la máscara y cubierto de confusión. E s p a r -
cir contra él falsos r u m o r e s , cargarle de calumnias en su ausencia, buscar
ocasiones para apoderarse de é l , he aquí cuales eran sus manejos, y he aquí
lo que son todavía los enemigos de su nombre y de su Iglesia. ¡ Qué error el
de los habitantes de Jerusalen! Pero esto no puede s e r , anadian, «pues
éste sabemos de donde es ; mas cuando venga el Cristo nadie sabrá su o r í -
gen.» Esta idea del pueblo podia fundarse en aquel texto de Isaías : «¿Quién
explicará su generación? » Pero si el Cristo debia tener como á Dios una ge-
neración eterna é inefable , habia de tener como hombre otra que debia ser
conocida ; pues q u e , según los mismos profetas , debia ser hijo de Abraham,
de la tribu de Judá , de la familia de David , y nacer en Belén. Mas cuando
alguno se arroga el derecho de interpretar la Escritura Santa , sin consultar,
y decidir de las materias de Religión, sin profundizar nada, nopuededejar de
extraviarse, y este extravío es tanto mas obstinado, en cuanto nace de la p r e -
sunción y está sostenido por el orgullo. Jesús empero en su respuesta nos da
á conocer tres misterios : primero la Verdad de Dios su Padre. «Entre tanto,
prosiguiendo Jesús en instruirles , decia en alta voz en el Templo : Vosotros
me conocéis y sabéis de donde soy ; pero yo no he venido de mí mismo , sino
que quien me ha enviado es veraz , y vosotros no le conocéis. » En segundo
lugar nos da á conocer su generación eterna : «Yo sí que le conozco , p o r -
q u é de él tengo el ser , y él es el que m e ha enviado. » Y en tercer lugar nos
da á conocer su misión temporal en estas últimas palabras : él es el que me
ha enviado, pues esta misión es la Encarnación del Verbo con todos sus efec-
tos y resultados. Pero los enemigos de Jesús toman pretexto de esto mismo
para consumar sus planes de iniquidad. « Al oir esto , buscaban como p r e n -
derle ; mas nadie puso en él las manos, porqué no habia aun llegado su hora.»
Todos los enemigos de Jesús nada podian ni pudieron contra él hasta que él
quiso , y no lo quiso hasta el tiempo y en el modo con que su Padre lo tenia
ordenado. ¿Quién no descubre en esto un rayo d é l a divinidad de Jesucristo?
— &M —
El pueblo sin embargo en su generalidad tenia f e , como sucede siempre : la
incredulidad le viene de los que deben dirigirle. «Entre tanto muchos del p u e -
blo creyeron en é l , y decian : Cuando venga el Cristo ¿ hará por ventura mas
milagros que los que éste obra ? » ¡Mas cuál se irrita y exaspera al oir esto el
furor de los fariseos!» Oyeron los fariseos estas conversaciones que el p u e -
blo tenia acerca de él , y así ellos como los príncipes de los sacerdotes des-
pacharon sus satélites para prenderle. « Pero Jesús (sin inmutarse, ni perder
su natural dulzura y serenidad) les dijo : todavía estaré con vosotros un poco
de tiempo , y después me voy á Aquel que me ha enviado. » Mucho i m p o r -
taba á los judíos aprovechar aquel poco tiempo que Jesús estaría con ellos. Y
predijo en seguida á los judíos la vanidad d e s ú s pesquisas : Vosotros me bus-
careis y no me encontrareis » y hasta su impenitencia final: «y donde yo voy
á e s t a r , vosotros no podéis venir. » Notemos empero en los discursos de los
judios un espíritu de ligereza y de disipación. « Sobre lo cual dijeron los ju-
díos entre sí : ¿ A dónde irá éste que no le podremos encontrar ? » Y el espí-
ritu de malignidad y de envidia les hacia añadir : « ¿ I r á s e quizá por entre las
naciones esparcidas por el mundo á predicar á los gentiles?» Por último, sus
palabras respiran un aire de burla y de desprecio : « ¿ Q u é es lo que ha q u e -
rido decirnos con estas palabras : Me buscareis y no me encontrareis , y á
donde yo voy á estar no podéis venir vosotros ? » Los judíos repetían como
por insulto las palabras mismas del Salvador, preguntándose unos á otros r
¿ Qué quiere decir? ¿ Q u é discurso es este que acaba de dirigirnos? ¿Quién
comprende el sentido de estas palabras? Puede mirarse como el último
extremo de endurecimiento este espíritu de murmuración y de afectada
ignorancia, que se burla de lo mas santo y augusto de los misterios.
Pero Jesús vuelve á aparecer en el Templo en la última fiesta de los
Tabernáculos. « E n el último dia de la fiesta , que es el mas solemne, J e -
sús se puso en pié y en alta voz decia : Si alguno tiene sed , venga á mí y
b e b a . » Los príncipes de los sacerdotes habian dado las órdenes necesarias
para apoderarse de Jesús la segunda fiesta de los Tabernáculos ; pero cuando
sus satélites llegaron al Templo , ya habia salido de él el divino Salvador.
Los dias siguientes, que no eran dias festivos n o pareció J e s ú s ; y como
se ignoraba el lugar de su r e t i r o , fué menester aguardar el último dia de
la solemnidad , que era entre los judíos el mas célebre de todos. No faltó
Jesús en asistir, y asistieron también los que habian de detenerle. Mas su
celo , animado por el grande concurso del pueblo , no temió la violencia de
sus enemigos. Entró con una noble y majestuosa intrepidez, permaneció
en p i é , levantó la voz , habló con autoridad , y todo el mundo escuchó en
silencio. Convidó á todos los sedientos á venir á él para apagar su s e d ;
pues esta tierra no es mas que un desierto árido y un terreno a b r a s a d o r ,
— S52 —
cuyos habitantes están atormentados de una sed cruel que nada puede
satisfacer. «Del seno de aquel que cree en mí m a n a r á n , como dice la
Escritura , rios de agua viva. » El Evangelista nos explica este discurso de
Jesús , con estas palabras : «Esto lo dijo por el Espíritu que habian de r e -
cibir los que creyesen en é l ; pues aun no se habia comunicado el Espíritu,
porqué Jesús todavía no estaba en su gloria. » Las pocas palabras que el
Evangelio pone en boca de Jesucristo en esta ocasión, y cuya inteligencia
no podia alcanzar el pueblo , no fué al parecer mas que el preámbulo de
u n discurso mas largo y mas al alcance de sus oyentes. En aquella asam-
blea sucedió lo que vemos suele acontecer en el mundo. Algunos no tienen
mas q u e una fe imperfecta. «Muchas de aquellas gentes, habiendo oido
estos discursos de Jesús decian: Este ciertamente es un profeta. » Y esto
no era suficiente , pues era mas que un profeta. Otros tenian una fe p e r -
fecta y decian : « E s el Cristo , ó Mesías. » Otros empero combatian la fe
por el raciocinio y la Escritura. «Mas algunos replicaban : ¿ P o r ventura el
Cristo ha de venir de Galilea? ¿No está claro en la Escritura que del linage
de David, y del lugar de Belén donde David moraba, ha de venir el Cristo?»
Y en estos varios pareceres quedaron divididos sobre el artículo mas esencial
de la Religión. «Con esto se suscitaron disputas entre las gentes del pueblo
sobre su persona.» Los primeros no podían negarse á la evidencia de los h e -
chos por u n a dificultad que si bien no veian soltada, no podía destruir
aquellos. Los segundos , llenos de la objeción que proponían y que lisonjeaba
su vanidad , cerraban los oidos á todo lo demás , y ni siquiera sospechaban
engaño en su raciocinio ni en su modo de interpretar. Así cada cual queda
en su sentir: los unos hallan la verdad en su docilidad humilde, mientras los
otros encuentran el error en su tenacidad orgullosa. « Habia entre la m u -
chedumbre algunos que querían prenderle ; pero nadie se atrevió á echar la
mano sobre él,» pues su hora no era llegada. Fácil hubiera sido á los satélites
enviados por el Consejo de los judíos apoderarse de J e s ú s , mayormente en
la confusión y tumulto de aquella asamblea: ellos habian venido con la i n -
tención de ejecutar la orden que tenian , y estaban en esta idea , pero no se
atrevieron á ponerla en ejecución. Penetrados de veneración hacia la p e r s o -
n a de Jesucristo, y encantados de sus discursos, le escucharon con h u m i l -
dad y respeto; y después de su instrucción le dejaron retirarse del Templo, y
ellos se retiraron t a m b i é n , sin haber osado nada contra él. « Aquellos minis-
tros, pues, volvieron á los pontífices y fariseos, y éstos les dijeron : ¿Cómo no
le habéis traído?» El Consejo de aquellos pontífices , sacerdotes, príncipes ó
jefes del pueblo , y de los fariseos aguardaba con impaciencia aquellos m i -
nistros ó enviados; y cuando los vieron venir sin Jesús , les preguntaron el
motivo. Mas éstos por toda respuesta , no pudieron decirles sino : « J a m a s
— 553 —
hombre alguno ha hablado como este h o m b r e . » ¡Qué impresión hizo sobre
ellos un solo discurso de Jesús! Indignados los fariseos trataron de refutar
aquel espontáneo testimonio á favor de Jesús , tratándole de seducción. «Dí-
jéronles los fariseos : ¿ Q u é , también vosotros habéis sido embaucados?» ¿Y
como refutan el testimonio dado á Jesús? Oponiéndole el testimonio del m u n -
do : «¿ Acaso alguno de los principes ó de los fariseos ha creido en él ? » Viene
luego el desprecio de los que siguen á Jesucristo. « Solo este populacho que
no entiende la ley es el maldito. » Qué lenguaje tan idéntico con el de algunos
de nuestros sabios y doctores : ¡ La Religión para el pueblo! ¡ para la ignoran-
cia ! «Entonces Nicodemo , aquel mismo que de noche vino á Jesús, y era
uno de ellos , les dijo : ¿ P o r ventura nuestra ley condena á nadie sin h a -
berle oido primero y examinado su proceder ? » El Senador que hizo esta
réplica era aquel ilustre fariseo, y juntamente uno de los príncipes y jefes de
la nación, llamado Nicodemo , que desde el primer viaje que hizo Jesús á Je-
rusalen , movido por la grandeza de sus milagros , habia tenido con él una
conferencia secreta durante la noche , como vimos ya , y le habia sido siem-
pre desde entonces inviolablemente adicto. Solo entre los de su cuerpo se ha-
bia preservado de la corrupción y de la ponzoña de la envidia , y solo se atre-
vió á hablar en favor del inocente y exponerse al odio de todos sus colegas.
Nicodemo acaba de oir de su boca la gran palabra de la Ley con aquel tono
magistral que les era propio; hablar de Jesús como de un seductor ; insultar
á los que creían en é l , y tratarles de malditos y de prevaricadores de la ley,
al paso que los veia á ellos violar la ley de Dios en un punto esencial y que
dicta á todo hombre la sola natural equidad. Su carácter franco y recto no le
permitió guardar silencio : presentó la misma ley á los que la violaban , acu-
sando á los demás de ignorancia. No mezcló en su discurso, ni invectivas, ni
reproches, ni manifestó acrimonia, ni animosidad. Llamó únicamente la aten-
ción de los jueces á un punto fundamental de la ley y á los mas sencillos sen-
timientos de equidad natural. Mas como todos los hombres injustos que se
ven convencidos de su injusticia, los fariseos prorumpieron en injurias. Ellos
le respondieron : « Eres tú acaso como é l , galileo ? » ¡ Qué respuesta para
hombres de su carácter ! Los fariseos se desvian de la cuestión: « Examina
las Escrituras, añaden, y verás como no hay profeta originario de Galilea. »
¡Qué altivez! ¡qué orgulloso menosprecio! Pero bajo la hinchazón de este len-
guaje ¡ qué miseria de raciocinio! He aquí otra vez la famosa dificultad de la
Galilea ! Mas que este hombre sea galileo ó que no lo sea, ¿impide esto que se
guarden las reglas de la equidad? Y si se quiere tratar seriamente de esta difi-
cultad , no se trata de profundizar la Escritura ; trátase tan solo de atestiguar
u n hecho genealógico , y de saber en donde ha nacido este Hombre. ¿ A qué
descarríos no conduce la pasión ? Los fariseos se retiran sin querer escuchar
70
— 554 —
nada. Después de estas palabras, llenas de orgullo y de acrimonia, se separa
la asamblea, y « cada cual se retira á su casa » persistiendo en su sentir. El
Senador fiel continuará en su adhesión á la doctrina y á la persona del Salva-
dor , y los demás persistirán en sus prevenciones , en su odio, en el designio
que han formado de dar la muerte á Jesucristo.
CAPITULO LXIX.
Desde el juicio de la mujer adúltera hasta la conclusion del discurso del Señor en el Templo
«Jesús les habló una segunda vez.» Fué probablemente el dia segundo
— 556 —
después de la octava de la fiesta de los Tabernáculos. Los fariseos por esta
vez se habian unido á la multitud para escucharle, ó mas bien para s o r -
prenderle en sus palabras; pues ya desde luego juzgaron á propósito i n t e r -
rumpirle so pretexto de pedirle aclaraciones necesarias: «Yo soy la luz del
m u n d o : el que me sigue no camina á oscuras, sino que tendrá la luz de
la vida.» Replicáronle los fariseos: «Tú das testimonio de tí m i s m o , y así
tu testimonio no es idóneo.» Jesús responde á esta objeción exceptuándose
de la regla general: «Aunque yo doy testimonio de mi mismo , mi testimonio
es digno de fe; porqué yo sé de donde he venido y á donde voy; pero v o s -
otros no sabéis de donde vengo , ni á donde voy. » Y les descubre el origen
de su error: «Vosotros juzgáis de mí según la carne ; pero yo no juzgo de
nadie.» Hace observar que su testimonio no es solo, que es admisible s e -
gún los términos de la ley. «Y cuando yo juzgo mi juicio es idóneo, pues no
soy yo solo (el que da testimonio) sino yo y el Padre que me ha enviado.
En vuestra ley está escrito que el testimonio de dos personas es idóneo : Yo
soy el que doy testimonio de mí mismo, y el Padre que me ha enviado da
también testimonio de mí. » Y los maliciosos fariseos le hacen esta pregunta:
« ¿En dónde está tu P a d r e ? » Jesús les responde presentándoles su ceguera.
« Ni me conocéis á mí ni á mi Padre. Si me conocierais á mi no dejaríais de
c o n o c e r á mi Padre. Estas cosas las dijo Jesús enseñando en el Templo en
el atrio del tesoro , y nadie le prendió porqué no era aun llegada su hora. »
Por tercera vez nos advierte el sagrado historiador esta circunstancia , tan
importante le parece el recordarla para la gloria de su divino Maestro , el
cual tenia como encadenadas las pasiones de sus enemigos por un poder i n -
visible ; y este era el mayor de sus milagros.
Volvió Jesús al Templo para enseñar en él en el tercer dia después
de la octava de la fiesta de los Tabernáculos ; y lo que sigue hace ver que
era el dia del sábado. Así su discurso fué mas largo , y la reunión mas
numerosa y mas tumultuaria. No osaron aquel dia los fariseos mostrarse
en persona delante todo aquel pueblo ; pero en su lugar enviaron emisarios
para que llevasen la cosa al último extremo. Jesús mostróse fuerte contra
los judíos , insistiendo en amenazarlos con morir en su pecado. « Yo me voy
y vosotros me buscareis , y vendréis á morir en vuestro pecado. A donde
yo voy no podéis venir vosotros. A esto decian entre si los judíos : Si querrá
matarse á sí mismo , y por esto dice : A dónde yo voy no podéis venir vos-
otros. » Los judíos no comprendían la amenaza que Jesucristo les hacia, y
para descubrirles la razón añadió : «Vosotros sois de acá bajo , yo soy de
arriba : vosotros sois de este mundo , yo no soy de este mundo. » Muéstrales
cuan temible es esta muerte en el pecado para los que no tienen fe. « Con
razón os he dicho que moriréis en vuestros pecados , porqué si no creyereis
— S57 —
ser yo lo que soy, en vuestro pecado moriréis. » Al oir estas palabras , le
replicaron : « ¿ Pues quién eres tú ? Y respondió Jesús : El principio mismo
de que os hablo.» Palabra corta y misteriosa, objeto de largas explicaciones.
Y añadió Jesús : « Muchas cosas tengo que deciros , y muchas que condenar
en vosotros. Pero el que me ha enviado es v e r a z , y yo solo hablo en el mun-
do las cosas que oí á él.» Mas los obtusos judíos no echaron de ver que decia
que Dios era su Padre. Y menos aun debieron entender lo que añadió del
misterio de su Cruz cuando les dijo : « Cuando habréis levantado en alto al
Hijo del Hombre entonces conoceréis quien soy yo , y que nada hago de mí
mismo , sino que hablo lo que mi Padre me ha enseñado. Y el que me ha
enviado está conmigo , y no me 'ha dejado solo , porqué yo hago siempre lo
que es de su agrado.» Cuando Jesús dijo estas cosas, muchos creyeron en él.
«Y Jesús (conociendo las buenas disposiciones de su corazón) dijo á los ju-
díos que creían en él: Si perseverareis en mi doctrina seréis verdaderamente
discípulos mios , y conoceréis la verdad , y la verdad os hará libres. » Y los
judíos, tomando aquella libertad por la exterior, le respondieron: « Nosotros
somos descendientes de Abraham , y jamas hemos sido esclavos de nadie :
¿cómo , p u e s , dices tú que vendremos á ser libres? » Y Jesús les explica de
que libertad queria hablar : «En verdad, en verdad os digo , que todo aquel
que comete pecado es esclavo del pecado. Así es que el esclavo no mora
para siempre en la casa, el hijo sí quepermanece siempre en ella. Luego si el
hijo os da libertad, seréis verdaderamente libres. Ya sé que sois hijos de Abra-
ham ; pero tratáis de darme la muerte porqué mi palabra no halla cabida en
vosotros. Yo hablo lo que he visto en mi Padre; vosotros hacéis lo que habéis
visto en vuestro padre. Respondiéronle entonces, diciendo : Nuestro padre és
Abraham. Si sois hijos de Abraham , replicóles J e s ú s , obrad como Abraham.
Mas ahora pretendéis quitarme la vida, siendo yo un hombre que os he dicho
la verdad que oí de Dios. No hizo esto Abraham. Vosotros hacéis lo que hizo
vuestro padre. Ellos le replicaron : Nosotros no somos hijos ilegítimos ó de
fornicación ; u n solo padre tenemos que es Dios. A lo cual les dijo Jesús : Si
Dios vuestro padre fuese , ciertamente me amariais á m í ; pues yo nací de
Dios , y he venido de Dios ; no he venido de mí mismo , sino que él me ha
enviado. ¿ Por qué , pues , no entendéis mi lenguaje ? Es porqué no podéis
sufrir mi doctrina. Vosotros sois hijos del diablo , y así queréis satisfacer los
deseos de vuestro padre. El fué homicida desde el principio ; no permaneció
en la verdad , y así no hay verdad en él. Cuando dice mentira habla como
quien es , por ser de suyo mentiroso y padre de la mentira. A mí empero no
me creéis porqué os digo la verdad. ¿Quién de vosotros me convencerá de
pecado alguno? Pues si os digo la verdad, ¿ p o r qué no me creéis? El que es
de Dios escucha las palabras de Dios. Por eso vosotros no las escucháis p o r -
— 558 —
qué no sois de Dios. » A esta simple y modesta reprensión que les hace el
Hijo, l o s j u d i o s n o le responden sino con injurias y ultrajes. « ¿ N o d e c i m o s
bien nosotros que tú eres unsamaritano, y que estás poseído del demonio?»
Jesús modelo de mansedumbre no responde á las injurias, y niega simple-
mente el hecho: «Jesús les respondió: No estoy yo poseido del demonio, sino
q u e honro á mi Padre , y vosotros me habéis deshonrado á mi. Pero yo no
busco mi gloria : otro hay que la promueve, pero él me vindicará. » He aquí
la promesa que hace Jesucristo á los que seguirán su doctrina. « E n verdad,
en verdad os digo, que quien observare mi doctrina no morirá para siempre.
Los judíos le responden : Ahora acabamos de conocer que estás poseido de
algún demonio. Abraham murió y murieron también los profetas, y tú dices:
Quien observare mi doctrina no morirá eternamente. ¿ Acaso eres tú mayor
que nuestro padre Abraham , el cual murió , y que los profetas , q u e a s i -
mismo m u r i e r o n ? ¿ Y tú por quién te tienes? Respondió Jesús : Si yo me
glorifico á mí mismo , mi gloria no es nada : mi Padre es quien me glorifica,
Aquel que decís vosotros que es vuestro Dios.» Tan sabia respuesta era la
mas propia para extinguir el fuego que ciertos judíos querían excitar, y con-
firmaba al mismo tiempo todo lo que Jesús habia dicho hasta entonces. «Vos-
otros empero no le habéis conocido : Yo sí que le conozco, y si dijere que no
le conozco seria como vosotros un mentiroso. Pero le conozco , y observo su
palabra. Abraham vuestro padre deseó con ardor ver este dia mió. Viole (con
los ojos de la fe) y se llenó de gozo.» Respuesta necia de los judíos: «¿Aun
no tienes cincuenta años y viste á Abraham ? En verdad , en verdad os digo,
respondió Jesús, que antes que Abraham fuese criado yo existo.» Encendióse
entonces el furor de los judíos. « Al oir esto , cogieron piedras para t i r á r s e -
las , como si fuese un blasfemo. » Pero Jesús se escondió á sus ojos , y salió
del Templo, ó haciéndose prodigiosamente invisible, ó mezclándose entre la
turba de los que le estaban afectos.
— 559 —
CAPITULO LXX.
CAPÍTULO LXXI,
Jesús es convidado por un fariseo. Curación del hidrópico. Parábola del festín.
CAPITULO LXXII.
Siguen las parábolas é instrucciones de Jesucristo hasta la curación de los diez leprosos.
72
— 570 —
besos. Díjole el hijo: Padre , pecado he contra el cielo y contra t í ; ya no soy
digno de ser llamado hijo tuyo. Mas el padre dijo á sus criados: Traed presto
aquí el vestido mas precioso y ponédselo: ponédle un anillo en el dedo, y c a l -
zádle las sandalias , y traed un carnero cebado , matádle, y comamos y c e -
lebremos u n banquete. Hallábase á la sazón el hijo mayor en el campo. A la
vuelta , estando ya cerca de su casa, oyó el concierto de música y el baile. Y
llamó á uno de los criados , y preguntóle que venia á ser aquello : el cual le
respondió : Ha vuelto tu hermano , y tu padre ha mandado matar un b e c e r -
ro cebado, por haberle recobrado en buena salud. Al oír esto indignóse, y no
quería entrar. Salió, pues, su padre á fuera, y empezó á instarle con r u e -
gos. Pero él le replicó diciendo : Bueno es que tantos años ha que te sirvo sin
haberte jamas desobedecido en cuanto me has mandado, y nunca me has dado
un cabrito para merendar con mis amigos ; y ahora que ha venido este hijo
tuyo , el cual ha consumido su hacienda con meretrices , al punto has hecho
matar para él un becerro ceBado! Hijo m i ó , respondió el padre , tú siempre
estás conmigo y todos los bienes mios son tuyos. Mas ya ves era muy justo el
tener un banquete y regocijarnos ; por cuanto este tu hermano habia m u e r -
to y ha resucitado ; estaba perdido y se ha hallado. » Continuando Jesús en
sus importantes parábolas , siguió diciendo á sus discípulos : « Un hombre
rico tenia un mayordomo del cual por la voz común vino á entender que le
habia disipado sus bienes. Llamóle , pues , y le dijo : ¿Qué es lo que me d i -
cen de tí?.Dame cuenta de tu administración , pues no quiero cuides mas de
mi hacienda. Entonces dijo para sí el m a y o r d o m o : ¿Qué h a r é , p u e s , mi
amo m e quita la administración de sus bienes? No soy bueno para cavar la
tierra , y para mendigar no tengo c a r a ; Pero ya sé lo que he de h a c e r , para
que cuando sea removido de mi mayordomía halle yo personas que me r e -
ciban en su casa. Llamando , p u e s , á los deudores de su amo , á cada uno
de por s í , dijo al primero : ¿ Cuánto debes á mi amo ? Respondió : cien b a r -
riles de aceite. Díjole : Toma tu obligación , siéntate , y haz al instante otra
de cincuenta. Dijo después á o t r o : ¿ Y tú cuánto debes? Respondió, cien c o -
ros ó fanegas de trigo. Dijo: toma tu obligación, y escribe otra de ochenta.
El amo alabó á este mayordomo infiel por haberse sabido portar sagazmente.»
P o r q u é los hijos de- este siglo son en sus negocios mas sagaces que los hijos
de la luz. El mismo Jesucristo explica la relación que tiene la parábola con
nuestro actual estado : « Así os digo yo á vosotros : Granjeaos amigos con las
riquezas (fuente de iniquidad) para que cuando falleciereis seáis recibidos
en las moradas eternas. Es decir , empleemos bien las riquezas , no robadas
ó mal adquiridas, sino acumuladas con afán y avidez , depositémoslas en
manos de los pobres que gimen en esta vida, ó que expían en la otra , y nos
haremos amigos en el cielo antes de que la muerte nos arrebate para siempre.
— 571 —
Las máximas que el Señor dirige á sus discípulos son como el corolario ó
conclusión de la precedente parábola. Máxima sobre la fidelidad en las cosas
mas ínfimas: « Quien es fiel en lo poco , también lo es en lo m u c h o , y quien
es injusto en lo poco también lo es en lo mucho. » Máxima sobre el uso de
las falsas riquezas de este mundo : «Si en las falsas riquezas no habéis sido
fieles, ¿ quién os fiará las verdaderas ? » Máxima sobre el buen uso de los
bienes que nos son dados por o t r o : « ¿ Y si en lo ageno no fuisteis fieles,
¿ quién pondrá en vuestras manos lo propio vuestro ? » Y últimamente,
máxima sobre la imposibilidad de servir á dos a m o s , Dios y el dinero: «Nin-
gún criado puede servir á dos a m o s ; porqué , ó aborrecerá al uno y amará al
otro, ó se aficionará al primero, y no hará caso del segundo. No podéis servir
á Dios y á las riquezas. » « Estaban oyendo todo esto los fariseos , que eran
avarientos , y se burlaban de él. » Por medio de esta sacrilega irrisión procu-
raban justificar su avidez insaciable, y desviar al pueblo de Jesucristo. Pero
Jesús les responde con una máxima sobre los falsos pretextos : « Vosotros os
vendéis por justos delante de los hombres ; pero Dios conoce vuestros c o r a -
zones , porqué lo que parece sublime á los ojos h u m a n o s , á los ojos de Dios
es abominable. La ley y los profetas han durado hasta S. Juan : desde e n -
tonces acá el reino de Dios es anunciado, y todos entran en él á viva fuerza.
Mas fácil es que perezcan el cielo y la tierra , que el que deje de cumplirse
un solo ápice de la ley. Cualquiera que repudia su mujer y se casa con otra
comete adulterio , y el que se casa con la repudiada de su marido comete
adulterio.» La nueva ley no es mas que un desarrollo y perfeccionamiento de
la ley antigua. Jesucristo cita por ejemplo la indisolubilidad del matrimonio,
que es una ley del Evangelio. Y si tal fué la solidez de la ley antigua , ¿cuál
será la inmutabilidad de la nueva ? ¡ Ah! pasarán el cielo y la tierra, y no
caerá de esta ley santa un solo punto , cuya observancia no sea eternamen-
te r e m u n e r a d a , y cuya trasgresion no sea castigada eternamente. «Hubo
cierto hombre rico , continua Jesucristo , que se vestia de púrpura y de lino
finísimo , y celebraba cada dia expléndidos banquetes. Al propio tiempo vivía
un mendigo llamado Lázaro , el c u a l , cubierto dé llagas yacia á la puerta de
éste , deseando saciarse con las migajas que caían de la mesa del rico; mas
nadie se las d a b a , pero venian los perros y lamíanle las llagas.» Jesucristo
confirma con esta parábola su anterior doctrina, acerca del desasimiento de las
riquezas y buen uso que debe hacerse de ellas. « Sucedió , pues , que murió
dicho mendigo , y fué llevado por los ángeles al seno de Abraham : murió
también el rico , y fué sepultado en el infierno. Y cuando estaba en los t o r -
mentos , levantando los ojos , vio desde lejos á Abraham y á Lázaro en su
seno : y exclamó diciendo : Padre mió Abraham , compadécete de mí y e n -
víame á L á z a r o , para que mojando la punta de su dedo en agua, m e refres-
— 572 — •
que la lengua, pues me abraso en estas llamas. Respondióle Á b r a h a m : Hijo,
acuérdate que recibiste bienes durante tu vida , y á Lázaro al contrario,
males ; y así éste ahora es consolado , y tú atormentado. A mas de q u e , e n -
tre nosotros y vosotros está de por medio un abismo insondable ; de suerte
que los que de aquí quisiesen pasar á vosotros no podrían, ni tampoco de
ahí pasar acá. Ruégote, pues, ó Padre , replicó el rico, que lo envies á casa
de mi padre , donde tengo cinco h e r m a n o s , á fin de que los aperciba , y no
les suceda á ellos el venir á este lugar de tormentos. Replicóle A b r a h a m , tie-
nen á Moisés y á los Profetas : escúchenlos. Nó , dijo é l , ó padre Abraham,
( n o basta esto) pero si alguno de los muertos pasa á ellos , harán peniten-
cia. Respondióle entonces Abraham : Si á Moisés y á los Profetas no los escu-
chan , aun cuando alguno de los muertos resucite, no le darán crédito.» ¿Y
por q u é ? porqué la aparición de un muerto no destruye los obstáculos que
ellos oponen á la fe ; no calmará las voluntarias turbaciones de su imagina-
ción ; no contendrá los falsos raciocinios de su entendimiento ; no curará las
pasiones indómitas de su corazón.
Entre las instrucciones que Jesucristo repite á sus discípulos , hallándose
á solas con ellos, una de tantas es que no hay para que admirarse del e s c á n -
dalo. « Imposible es q u e no sucedan escándalos , pero ¡ ay de aquel que los
causa! Menos mal le seria que le echasen al cuello una rueda de molino, y le
arrojasen al mar , que el escandalizar á uno de estos pequeñuelos. » Y en
seguida los precave contra el mismo escándalo : « I d , p u e s , con cuidado : si
tu hermano peca contra tí repréndele y si se arrepiente perdónale. Que si siete
veces al dia te ofendiere, y otras tantas volviere á tí, diciendo me pesa , per-
dónale. »
Jamas los Apóstoles fueron reprendidos por Jesucristo por haber faltado á
la caridad , pero sí muchas veces por haber tenido falta de fe. Y esto quizás
les obligó á decirle: « S e ñ o r , auméntanos la fe. Y el Señor les dijo : Si tuvie-
reis fe tan grande como un granito de mostaza, diríais á este moral: Arráncate
de raíz y trasplántate en el m a r , y os obedecería. » ¡Enérgica expresión por
cierto p a r a mostrar el poder de la fe! Y en seguida presentándoles la p a r á -
bola del buen servidor que hace lo que d e b e , les dice : « ¿ Quién hay entre
vosotros que teniendo un criado de labranza ó pastor , luego que vuelve del
campo le diga: Ven, ponte á la mesa ; y que , al contrario , no le diga: D i s -
ponme la mesa , cíñete , y sírveme mientras yo como y bebo , que después
comerás tú y beberás ? Por ventura el amo se tendrá por obligado al tal s e r -
vidor de que hizo lo que él le mandó ? No por cierto , responde el mismo
Jesucristo ; así también vosotros, después que hubiereis hecho todo cuanto
se os ha m a n d a d o , habéis de decir: Somos siervos inútiles : no hemos hecho
sino lo que ya teníamos obligación de hacer »
CAPITULO LXXIII.
Quiso Jesús parecer otra vez aun en Jerusalen, antes del último viaje que
debia hacer para consumar alli su sacrificio. Dejó , p u e s , la Galilea , y
después de haber recorrido aquella provincia , atravesó Samaría , y se di-
rigió hacia Judea. Estaba para entrar en una aldea, que quizás seria Ja
de Bethania, morada de Lázaro y sus h e r m a n a s , Cerca de Jerusalen, cuan-
do diez leprosos, nueve de ellos judíos y el otro samaritano , informados
de que pasaba por allí el Salvador, vinieron á pedirle su curación. « J e -
sús nuestro Maestro , le dijeron , habed piedad de nosotros.» Su ruego fué
h u m i l d e , ferviente, ilustrado y uniforme. Su fe fué sencilla y sin m u r -
muración. J e s ú s , al oir sus gritos , volvióse á ellos, y apenas los hubo
visto , aunque de lejos , les dijo : Id á mostraros á los sacerdotes. ¡ Cuánta
majestad y poder respira este m a n d a t o ! Pero se necesitaba una fe muy
humilde para ejecutarlo sin m u r m u r a r . Jesús acostumbraba á curar á los
enfermos tocándolos y hablándoles con bondad , y así lo hizo también con
el leproso que curó al bajar de la montaña: mas á éstos ni les manda apro-
ximar , ni los toca , ni les dice ni promete nada , solo les clama de lejos que
se retiren , y que vayan á mostrarse á los sacerdotes. Un solo sentimiento
de orgullo en aquellos leprosos hubiera tal vez impedido su curación. En
un caso análogo el orgullo de Naaman , aquel señor de Siria que habia v e -
nido á encontrar al profeta Eliseo para curarse de su lepra , estuvo á punto
de hacerle perder el fruto de su viaje. Ved a h í , p u e s , una fe sencilla y sin
razonar. La ley de Moisés, que seguían también los samaritanos, obligaba
á los leprosos á mostrarse á los sacerdotes, pero cuando estaban curados,
á fin de que su curación fuese auténticamente reconocida, y pudiesen ellos
— 574 —
entrar otra vez en el comercio de la vida civil. Empero esos otros podian
decir: ¿Nos envia á los sacerdotes, sin curarnos? ¿ q u é iremos á hacer
allí en el estado en que nos hallamos ? Así Naaman raciocinaba enviado por
el profeta á las aguas del Jordán. ¿ Por ventura , decía , no tenemos en Siria
ríos que valen tanto como el Jordán? La orgullosa razón se reserva siempre
el juzgar sobre los preceptos de Dios, y pretende hacerlos pasar por su c r i -
terio. Sin este homenaje de pronta y humilde obediencia niega Dios la salud :
los leprosos no razonaron., obedecieron , y su fe fué coronada al momento.
Mientras iban á encontrar á los sacerdotes , fueron curados. Tal es el premio
de la fe pronta y sencilla. Dios no quiere compartir con el hombre la s o b e -
ranía de sus eternos designios , y de su razón suprema.
Uno de los diez leprosos, el samaritano, viendo cierta y real su curación,
y que no le quedaba el menor vestigio de su impura deformidad , a c o r d á n -
dose asimismo de la bondad y del poder con que , mediante u n solo acto de
su voluntad, les habia curado á todos, sintió tal rapto de júbilo, de admiración
y de reconocimiento, que sin pensar en el goce de su felicidad, no pensó sino
en retroceder al momento para dar gracias á su Libertador Divino. De los
labios del samaritano salia la voz de la alabanza de la gratitud , del amor
reconocido. Al llegar ante Jesús, se arroja á sus pies, y pega su faz contra la
tierra. ¡-Ahí ¡ cuan bellos eran los sentimientos de su corazón! Su boca no
podia exprimirlos: su postura no podia sino indicarlos , la mirada de Jesús
penetraba hasta el fondo en aquella alma grande y agradecida. Pero Jesús
observa ya de antemano la negra ingratitud del mundo. ¿No son diez los c u -
rados? ¿Dónde están los otros? ¿Ni uno se ha encontrado que haya vuelto á
dar gloria á su Dios, sino este extranjero? El que tan bien sabia el número de
los leprosos curados , no ignoraba donde estaban los nueve ingratos de que
se lamentaba; p e r o habla así para manifestarnos cuan raro es el reconoci-
miento, y quiénes son los que por lo común se muestran mas ingratos. Mien-
tras el universo inanimado eleva un himno continuo de gloria al Criador , el
m u n d o inteligente y libre yace sumido en una indiferencia estúpida, y el m u n -
do redimido yace aletargado en su mayor parte en una ingratitud criminal
hacia el Redentor. En vano es que la inteligencia bata afanosa sus alas sobre
el polvo , sin levantarlas hacia el cielo. De nada le servirá su febril actividad
para curarle de la lepra de la corrupción profunda que le lastima. Solo los
corazones agradecidos , los que dan gloria á Dios merecerán , como el r e c o -
nocido hijo de S a m a r í a , que les diga el Salvador : Levántate, anda , que tu
fe te ha salvado. Tenia lugar entonces en Jerusalen la fiesta de la Dedicación
que caia en el invierno : fiesta instituida por Judas Macabeo , que se cele-
braba con octava , como las tres grandes solemnidades ordenadas por la ley.
Según nuestro modo de contar, caia á fin de Diciembre, dos meses después
—" 573 —
73
— S78 —
para de su marido y se casa con otro es adúltera. Dijéronle sus discípulos:
Sí tal es la condición del hombre con respecto a su mujer, no conviene casar-
se.» Mas Jesús les dio esta respuesta sobre el celibato: « No todos son capaces
de esta resolución, sino aquellos á quienes este don se ha concedido. P o r q u é
hay unos eunucos que nacieron tales del seno de sus madres ; y hay eunucos
q u e fueron castrados por los h o m b r e s ; y eunucos hay que se castraron ( e n
cierto modo) á sí mismos por el reino de los cielos. Quien pueda comprender
q u e comprenda. » Con estas palabras concluye el Señor esta lección divina :
palabras que suele emplear después de haber anunciado algunas de aquellas
grandes verdades q u e tienen u n a trascendencia suma en el orden de sus d e -
signios, ó en la aplicación de su doctrina. Solo la Iglesia Católica ha sabido
comprender y aplicar debidamente este precepto divino de Jesucristo, tanto
por lo q u e toca al lazo conyugal, como al celibato voluntario.
Los fariseos que escuchaban á Jesucristo, y que tantas veces habian oido
á su Precursor hablar del reino de Dios, anunciando á los pueblos q u e se
acercaba , q u e v e n i a , q u e habia venido, le preguntan ahora por irrisión
y con una especie de insulto : « ¿ C u á n d o vendrá el reino de Dios?» Por el
reino de Dios entendían los judíos la venida del Mesías , sus victorias sobre
sus enemigos, y la venganza que tomaría de los que habian oprimido su
pueblo. Figurábanse q u e bajo el cetro de este nuevo Rey vivirían en da
p a z ,.en la gloria y en la abundancia , y que todas las naciones les estarían
sumisas y tributarias. Jesús contesta á su pregunta con tres palabras llenas
de sabiduría divina, y que encierran grandes verdades. «El reino de Dios
no ha de venir con muestras de aparato : ni se dirá , aquí está , ó está allí:
Antes tened por cierto que ya el reino de Dios está en medio de vosotros.»
Y realmente estaba en medio de ellos por la presencia del Mesías, del Hijo
y del Cristo de Dios, pero no le conocían , ó no querían conocerle , fin-
gían ir en su b u s c a , y le perseguían. Retiráronse los fariseos, poco c o n -
tentos de la respuesta de J e s ú s ; y no habiendo logrado sacar de él nada
que pudiese servir de pábulo á sus calumnias , le dejaron solo con sus dis-
cípulos. El Salvador divino habló á éstos con menos enigmas sobre todos
los puntos de la pregunta de los fariseos. «Tiempo v e n d r á , les dijo, en
que deseareis ver uno de los dias del Hijo del H o m b r e , y no le veréis. E n -
tonces se os dirá , míralo a q u í , míralo allí. No vayáis tras ellos, ni los s i -
gáis. » Alusión á tantas sectas disidentes que quieren tener á Jesucristo, á
la verdad. « P o r q u é como el relámpago que brilla, y se deja ver de un
extremo al otro del cielo , iluminando la admósfera , así se dejará ver el
Hijo del Hombre en el dia s u y o . » He aquí la figura de la predicación e v a n -
gélica , de la Iglesia, del último juicio. « P e r o es menester que primero p a -
dezca muchos tormentos , y sea desechado de esta nación. Lo que acaeció en
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tiempo de N o é , igualmente en el dia del Hijo del Hombre : Se comia , c a s á -
banse y celebraban bodas, hasta el dia en que Noé entró en el arca, y sobre-
vino entonces el diluvio , que acabó con todos. Como lo que sucedió también
en los dias de L o t : comian y bebían , compraban y vendian , hacian p l a n -
tíos y edificaban casas. Mas el dia en que salió Lot de Sodoma cayó del cielo
una lluvia de fuego y a z u f r e , q u e los abrasó á todos. Así será el dia en que
se manifestará el Hijo del Hombre.» Sobre este dia del Hijo del Hombre J e -
sús da varias advertencias a sus discípulos. Ya les habla sobre la renuncia
de los bienes de la tierra y sobre el deber de no volver atrás : « En aquella
hora quien se halla en el tejado y tiene sus muebles dentro de la casa, no
entre á cogerlos , ni tampoco quien está en el campo vuelva atrás. Acordaos
de la mujer de Lot. » Ya les habla de renunciar á la vida : « Todo aquel que
quisiere salvar su vida la perderá , y quien la perdiere la conservará. » Mu-
chas veces insiste Jesucristo sobre el menosprecio de la vida presente. Ya les
muestra el discernimiento que Dios hace de los h o m b r e s : « Una cosa os digo:
en aquella noche dos estarán en un mismo lecho : el uno será libertado , el
otro abandonado. Estarán dos mujeres moliendo juntas ; la una será liberta-
da, la otra abandonada. Dos hombres en el mismo campo, el uno será liber-
tado y el otro abandonado.» ¡ Amenaza terrible , aplicable á todos nosotros!
« Mas los discípulos , tomando la palabra , le dicen : ¿ Dónde, Señor, será
esto ? Y respondióles Jesús : Donde quiera esté el cuerpo , allí volarán las
águilas. » Proverbio común , que admite aquí varias aplicaciones en que la
brevedad no nos permite entrar por ahora. Propúsoles también esta parábola
para manifestar que conviene orar con perseverancia y no desfallecer. « En
cierta ciudad habia un juez que ni tenia temor de Dios , ni respeto á hombre
alguno. Vivía en la misma ciudad una viuda , la cual solia acudir á él y le
decía : Hazme justicia de mi contrario. Mas el juez de mucho tiempo no q u i -
so hacérsela. Pero después dijo para consigo : Aunque yo no temo á Dios ni
respeto á hombre alguno , con todo , para que m e deje en paz esta viuda
le haré justicia , á fin de q u e no venga de continuo á atormentarme. Ved,
añadió el Señor (aplicando la parábola) , lo que dijo este juez inicuo; ¿ y
Dios dejará de hacer justicia á sus escogidos, que claman á él dia y noche, y
sufrirá que se les oprima ? » Concluye el Señor esta parábola por una s e g u -
ridad que nos da , y por una pregunta que nos hace : « Os aseguro que no
tardará en vengarlos. Pero cuando viniere el Hijo del Hombre , ¿ os parece
que hallará fe sobre la tierra ? » Ved a h í , pues , el origen de la persecución
que sufren los elegidos , y los sentimientos por los cuales Dios los venga : la
pérdida de la fe.
Dos suplicantes, pero dos tipos opuestos, el uno de orgullo y de h i -
pocresía , el otro de humildad y de contrición, son propuestos aquí por
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Jesucristo á hombres llenos de confianza en si mismos, á hombres que
menospreciaban á los demás como gentes indignas de ser comparadas con
ellos. El Hijo del Hombre señala en las dos personas del fariseo y del
publicano las disposiciones interiores que r e p u g n a n , ofenden , ultrajan á
Dios , y las que le son gratas y aceptables. Dos hombres subieron al Templo
para orar. El uno pertenecia á aquella secta de filósofos que hacian profesión
de una regularidad ejemplar y escrupulosa , que se daban á sí mismos el
título de justos , y que por tales pasaban ante el pueblo. Aunque el orgullo
repugna siempre á la razón , y disgusta al recto sentimiento , sin embargo
en todas las grandezas h u m a n a s tiene su buena parte la vanidad ; y la gloria
m i s m a , tan bella como se ostenta, no excluye casi nunca la propia e x a l t a -
ción y el engreimiento. Pero delante de Dios no hay grandeza sin humildad y
sin propio abatimiento. El otro de los q u e rogaban era publicano, esto es,
hombre de una profesión desacreditada , pues los que la seguian lejos de
preciarse de regularidad en su conducta , estaban sujetos á la avaricia , á la
injusticia , á la intemperancia y á la disolución , hasta tal punto que la voz
pública los designaba á menudo con el nombre de pecadores. ¿ Á quién no
sorprenderá ver á dos hombres de tan distinta profesión hallarse juntos y
venir simultáneamente al Templo para rogar ? ¿ Quién no esperará del p r i -
mero una oración sublime, agradable á Dios, una oración modelo? ¿Y quién
no temerá oir del segundo , poco ilustrado en los caminos del Señor y nada
instruido en su ley, una plegaria bastarda y desechada? Con t o d o , en la
parábola de Jesucristo sucede lo contrario , lo cual debe humillarnos p r o -
fundamente y hacernos temer en los juicios que formamos de los demás.
Manteníase en pié el fariseo, expresión que nos indica el espíritu de seguridad
y ostentación con que se habia adelantado hasta el pié del altar , para ser
visto y distinguido de todos , y justificar la reputación de hombre de bien. Yo
os doy gracias, Señor, le dice á Dios, de no ser ladrón, injusto, ni adúltero,
como el resto de los hombres. ¡ Sátira amarga y loca presunción ! ¡ E s p o n -
tánea declamación contra la perversidad ajena, pero celo suspicaz y hasta
peligroso cuando no tenemos misión de corregir á los demás ! Es injusticia
suponer una corrupción mayor y mas general de la que existe , y hay o r g u -
llo en pretender que el mal que se dice de los otros redunde en elogio de la
propia virtud. ¡ Pero qué virtud el exaltar la perfección propia , cuando t a n -
tos motivos tenemos de humillarnos ! La mas alta virtud es la que mas mal
juzga de sí misma , porqué no reconoce en sí sino corrupción , y si algo hay
que no lo sea es todo don del cielo. Pero la hipocresía del orgullo llega hasta
compararse con un pecador que se humilla. Yo os doy gracias , dice , de no
ser como este publicano. ¿No hay , pues , asilo seguro contra la censura y el
orgullo de este fariseo? ¿No se halla también en el Templo.este publicano,
— 68f —
CAPITULO LXXIV.
74
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drearos : ¿ y queréis volver allá otra vez ? Y respóndeles Jesús : «Pues qué,
¿ no son doce las horas del dia ? El que anda de dia no tropieza porqué ve
la luz de este mundo. Al contrario, quien anda de noche tropieza, porqué
no tiene l u z . »
« Cuando estaban en camino para Jerusalen, Jesús marchaba delante
de ellos , y ellos llenos de pavor le seguian temblando.» Este viaje que l l e -
naba de terror á los Apóstoles parecia inspirar á Jesús un nuevo ardor.
«Entonces tomando á parte á sus doce discípulos ( q u e eran los Apóstoles)
empezó á declararles lo que habia de sucederle. Ya sabéis que subimos
á Jerusalen, donde se cumplirán todas las cosas que fueron escritas por
los profetas acerca del Hijo del Hombre. Allí el Hijo del Hombre será e n t r e -
gado á los príncipes de los sacerdotes , á los escribas y á los ancianos del
p u e b l o , que le condenarán á m u e r t e . Será luego entregado en manos de
los gentiles, los cuales le tratarán con befa , le azotarán y le crucificarán. Le
insultarán, le escupirán en el rostro , y después de haberle azotado, le darán
la m u e r t e , y él resucitará al tercer dia.» Por las intentonas que en J e r u s a -
len se habian manifestado contra Jesucristo , natural era prever que , á p e -
sar del'crédito de q u e gozaba , lodo esto en realidad sucedería. Pero para
predecir todos estos pormenores, sobre los cuales habia tan pocas apariencias,
se necesitaba nada menos que una luz divina. Y si bien esta predicción no era
para alentar á los Apóstoles, debió á lo menos afirmar altamente su fe cuando
vieron su literal cumplimiento. La predicción de los sufrimientos del S a l v a -
dor borra todo el escándalo que causar podian, y estos sufrimientos así p r e -
dichos se convirtieron en prueba de su divinidad. El resucitar dentro tercero
dia era sin duda una predicción de un nuevo género : ningún mortal hizo ja-
mas otra semejante : solo podia hacerla el Hijo de Dios ; y ella sola basta para
atestiguar su divinidad adorable, hacer gloriosos sus tormentos y sus oprobios;
y cuanto fueron estos mas indignos y crueles , mas ostentaron su grandeza y
su poder. Reanimad vuestro valor, tímidos Apóstoles , y cuando viereis al
Maestro en los suplicios , cuando le viereis caer á los golpes de la muerte,
acordaos que dentro de tres dias le volvereis á ver en la gloria. «Mas ellos nin-
guna de estas cosas comprendieron; antes era esto para ellos un enigma, ni
entendían la significación de las palabras. » Por clara y precisa que fuese esta
predicción, los Apóstoles preocupados por la común idea del reino temporal
del Mesías , nada entendieron de lo que Jesús lesdecia. Creyeron tal vez que
todas aquellas expresiones eran una figura bajo la cual Jesucristo les anunciaba
que su r e i n o , tal como se lo representaban , iba pronto á comenzar. Esla es
toda la impresión que pareció hacerles aquel discurso. Y esto lo prueban las
preguntas de ambición que hicieron en seguida á Jesús los tres hijos del Z e -
bedeo. No hay duda de que la ambición es ardiente en sus deseos. Jaime por
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sobrenombre el Mayor y Juan, su h e r m a n o , á quien Jesus habia dado mues-
tras particulares de favor y testimonios de distinción , los dos « hijos del
Zebedeo , acercándose á Jesus , » y llamándole tal vez á parte « le dijeron :
Maestro, quisiéramos que nos concedierais todo cuanto vamos á pediros. » Y
aunque Jesus nada ignoraba de lo que pasaba en lo interior de los dos Após-
toles,» les dijo : «¿Qué queréis haga yo por vosotros?» Y alentados éstos por
tan buena acogida , descubrieron toda su debilidad , que aun no reconocían,
y « le dijeron : Concedednos que en vuestra gloria nos sentemos el uno á tu
diestra , el otro á tu izquierda. Entonces la madre se le acerca con sus dos
hijos y le adora , manifestando querer pedirle alguna gracia. Jesus le dijo :
¿Qué quieres? Y ella le respondió : Dispon que estos dos hijos mios tengan su
asiento en tu reino, uno á tu derecha y otro á tu izquierda. » Sea que la m a -
dre se presentase con sus dos hijos , y que la demanda que pone S. Marcos
en boca de éstos fuese la que hizo la madre en nombre de ellos ; sea que la
madre viniese después para apoyar la demanda hecha ya por sus hijos, siem-
pre resulla que los tres obraban de concierto , y que su ambiciosa súplica
era animada por el mas vivo ardor. La ocasión nopodia ser mas inoportuna.
El Salvador caminaba hacia Jerusalen , donde habia predicho que habia de
ser crucificado , y entonces vienen á solicitar los dos primeros puestos de
su reino ! En la súplica de los dos hermanos parece no abundaba la h u m i l -
dad. Lo que les daba tanta confianza era sin duda el haberse consagrado toda
la familia al servicio del Salvador. ¿No les bastaba como Apóstoles el tener ca-
da uno de ellos un trono para juzgar á Israel? ¿No bastaba esto para los h i -
jos del Zebedeo ? Nó : esta igualdad con los demás Apóstoles no les satisface :
necesitan los dos primeros tronos. Pero Jesus , dirigiéndose á los dos h e r -
manos , les dice : «No sabéis lo que pedís.» Y en realidad no lo sabian. S o -
licitaban los dos primeros puestos del reino temporal del Mesías , y todo esto
era una quimera. «¿Podéis beber, continua Jesus, el cáliz (de la pasión) que
yo he de beber , ó ser bautizados con el bautismo (de sangre) con que voy á
ser bautizado ?» Y se apresuraron á responder : «Sí, que podemos. Y les dijo
Jesus : Pues tened por cierto que beberéis el cáliz que yo bebo , y que seréis
bautizados con el bautismo con que yo soy bautizado ; pero en cuanto á s e n -
tarse á mi diestra ó á mi siniestra , no está en mi arbitrio (como hombre) el
darlo á vosotros , sino que será para aquellos á quienes ha destinado mi Pa-
dre. Entendiendo esto los otros diez Apóstoles , se indignaron contra los dos
hermanos. Mas Jesus los llamó á sí y les dijo : No ignoráis que los príncipes
de las naciones avasallan á sus pueblos, y que sus magnates los dominan con
imperio. No ha de ser así entre vosotros ; sino que quien aspirare á ser m a -
yor entre vosotros debe ser vuestro criado, y el que quiera ser entre v o s -
otros el primero ha de ser vuestro siervo. » Lección admirable! Instrucción
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verdaderamente divina! Cuan perfectamente la comprendieron después los
Apóstoles ! Jesucristo les pone el ejemplo de sí m i s m o : « Al modo que el Hijo
del Hombre no ha venido para ser servido, sino á servir, y á dar la vida
para la redención de muchos. » ¡ Qué dulzura, qué bondad la de Jesucristo
aun en su misma corrección !
Al acercarse Jesús á Jericó, encontró á un ciego que estaba sentado
á la orilla del c a m i n o , pidiendo limosna. Jesús continuaba su ruta hacia
Bethania para pasar luego á Jerusalen , y le seguia una multitud de pueblo,
que iba creciendo á medida que adelantaba cuando dio con este ciego. «Y
sintiendo este el ruido y tropel de la gente que p a s a b a , preguntó que n o -
vedad era aquella. Y le dijeron , que Jesús Nazareno pasaba por allí de
camino. » Y noticioso sin duda de las muchas curaciones de igual, clase
que milagrosamente habia obrado , saliendo como fuera de sí de júbilo y de
confianza , « se puso á gritar : ¡ Jesús, hijo de David , ten piedad de m í ! Los
que iban delante le reprendían para que callase; pero él, lejos de arredrarse,
levantaba mucho mas el grito , repitiendo : Hijo de David : habed piedad de
mí. » Los que caminaban al frente de la turba , molestados por los agudos
gritos de aquel ciego, pensaron que importunarían á J e s ú s , y quisieron i m -
ponerle silencio. Y como no tenían, ni la necesidad, ni la confianza de un infe-
liz que solicita un milagro , el ciego se hizo sordo á todas sus advertencias, y
gritó aun mas alto. Jesús entonces, que no dejó de oirle, se «detuvo, y mandó
que se lo presentasen. » ¡ Cuáles serian en aquel momento los sentimientos
del desdichado suplicante! ¡ De qué respeto , de qué fe , de qué confianza se
sentiría animado! ¡ Qué alegría bañaría su alma , y cuan dulce esperanza se
derramaría en su corazón!» Y cuando cerca estuvo , le preguntó Jesús, d i -
ciéndole : ¿Qué quieres que te haga?» El ciego hizo una petición digna de su
fe , y digna de Jesús mismo : «Señor , respondió , haced que yo vea. » D e -
manda que solo puede hacerse á un Dios, al Arbitro Supremo de la n a t u r a -
leza. Jesús le dijo : « Mira pues : tu fe te ha salvado.» Y el ciego vio en aquel
mismo instante, y le seguia celebrando las grandezas del Señor. Y todo el
pueblo , al ver este prodigio , alabó á Dios.
Después del estupendo prodigio de la curación del ciego , habiendo e n -
trado Jesús en Jericó , como en triunfo , «atravesaba la ciudad. » El ruido
que habia hecho aquel milagro se habia ya esparcido por todo el pueblo ; y
las calles por donde pasaba el Salvador no podían contener la multitud de
los que querían verle en su tránsito. «Y he aquí que un hombre rico , lla-
mado Zaqueo , jefe de los publícanos , hacia diligencias para conocer á J e -
sús de vista, y no pudiendo á causa del gentío, por ser de muy pequeña
talla , se adelantó corriendo , y subió sobre un sicómoro (ó higuera silves-
t r e ) para v e r l e , porqué habia de pasar por allí. » He aquí al divino Jesús
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hecho el objeto de la admiración, de los respetos y del mas vivo e n t u -
siasmo de todo un pueblo, llevado como en triunfo , mas sincero sin duda
que el que le aguardaba en Jerusalen , y recibiendo donde quiera las fer-
vientes ovaciones de la muchedumbre conmovida en su favor. ¡Ah! Jericó
no hubiera sido por cierto la ciudad deicida. El jefe de los publícanos de
aquel lugar aspiraba tiempo hacia á ver á Jesús, al gran profeta de I s -
rael. ¿ De dónde pudo venir á un hombre de su profesión un deseo tan a r -
diente? ¡ Cuántos movimientos agitarían su corazón 1 Este deseo , inspirado
de lo alto, era ya un principio de fe, y no podia dejar de ir acompañado de
estima , de respeto y de afecto hacia el Salvador. Su deseo es tan ardiente
que no se arredra por las dificultades. Corre como los demás al punto por
donde debia pasar Jesucristo; pero ve que , confundido con la multitud,
serian inútiles sus esfuerzos para verle por ser de corta estatura : por esto
no desiste , y encuentra el medio como satisfacerse plenamente. No quiere
perder la ocasión que se presenta para contemplar á Jesús , y adelantándose
con esfuerzo á la comitiva , á pesar del tropel que le empujaba por todas
.parles , descubre un sicómoro en el camino, y se apresura á subir á él sin
pararse en el peligro que corría de caer , y ser el objeto de las risas del p u e -
blo. No le detienen ni su profesión , ni la dignidad de su rango': su deseo lo
supera todo , y sin duda se complace en la idea de que será también visto de
Jesús. Puesto pues sobre del árbol, aprovechaba todos los momentos, y con-
templaba ya de lejos al Mesías enviado de Dios, que se le acercaba é iba á
pasar por delante de él: procuraba marcar en su mente los rasgos, el aspecto,
la fisonomía de Jesús , y solo sentia el dolor de que tan suspirado objeto en
un instante iba á desaparecer de su vista. Mas cuando Jesús hubo llegado
junto al sicómoro , se detuvo , y alzó los ojos hacia el que habia subido al ár-
bol, considerándole tan atentamente, que le llamó por su nombre, «y le dijo:
Zaqueo , baja luego , porqué conviene que yo me hospede hoy en tu casa.»
¡Oh Dios ! cuál fué la sorpresa, cuál el asombro de aquel publicano al verse
conocido, al oir que le llamaban por su nombre , y ser el escogido para h o s -
pedar en su casa al que creia no poder contemplar sino un instante! Cuál fué
la alegría de su corazón , cuáles los sentimientos de su humildad ! Con qué
prisa bajó del árbol, y se preparó para recibir á tan alto huésped , al rey de
Israel, al Mesías, al Salvador del m u n d o ! «Bajó á toda prisa y le recibió g o -
zoso » dice el Evangelio. Sin embargo , «todo el mundo al ver esto , m u r -
muraba diciendo , que se habia ido á hospedar en casa de un hombre de ma-
la v i d a , pues por tales eran tenidos los publícanos. » Mas Zaqueo, puesto en
presencia de Jesús, le dijo : Señor, voy á dar la mitad de mis bienes á los p o -
bres , y si he defraudado en algo á alguno le voy á restituir cuatro veces
mas. He aquí un rasgo espontáneo de generoso desprendimiento y de herói-
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c a caridad , pues aunque por sus palabras no parece que Zaqueo estuviese
cierto de haber defraudado á alguno , no solo se ofrece á indemnizarle con
el cuadruplo , sino que destina á los indigentes la mitad de sus bienes. ¡Cuan
poderosa y fecunda obró en él la gracia del Señor! El Señor mismo los t e s -
tifica con sus palabras. «Jesús le respondió : Ciertamente que el dia de hoy
ha sido dia de salvación para esta casa , pues que también este es hijo de
Abraham ,» como si dijera que en aquel momento la fe de Zaqueo , su o b e -
diencia , su desinterés y su caridad hicieron de él un verdadero hijo de A b r a -
ham. Y para sofocar las murmuraciones del pueblo por haberse hospedado
en la casa de un publicano , nombre que equivalía entre los judíos al de p e -
cador , por el odio que á aquella profesión tenian, pronunció Jesucristo a q u e -
llas palabras : « P o r q u é el Hijo del Hombre ha venido á buscar y á salvar lo
que habia perecido. » Y su visita en casa de Zaqueo habia producido este
feliz resultado. Y muchas veces estos publícanos, tan aborrecidos y d e s -
acreditados , estaban menos distantes del reino de Dios que los escribas y
fariseos orgullosos que los despreciaban.
CAPITULO LXXV,
Después de haber propuesto una parábola, cura Jesucristo dos ciegos, y obra el grandioso prodigio
de la resurrección de Lázaro.
pueblo les reprendia bruscamente, » como hicieron con el primero los que
acompañaban á Jesús. « Muchos les amenazaban para hacerles callar ; pero
ellos gritaban aun mas fuerte: Señor , Hijo de David , ten piedad de n o s -
otros. Entonces Jesús se d e t u v o , y mandó que se les hiciese venir. Al m o -
mento se les llamó , diciéndoles : Ea , buen ánimo , levantaos que os llaman.
Y el uno de ellos, arrojando su capa, al instante se puso en pié y vino á él.»
«¡ Con qué alegria , con qué ansia se le acercaron ! » Jesús les dijo: «¿Qué
queréis que haga ? S e ñ o r , le respondieron , que se abran nuestros ojos : Y
compadecido de ellos Jesús , les tocó los ojos, y al instante recobraron la vis-
ta y le siguieron.»
Cuando Jesús hubo despedido la turba que le habia seguido desde J e -
ricó , y quedó solo con sus Apóstoles , volvió á lo que les habia dicho de
Lázaro mas allá del J o r d á n , y les declaró que Lázaro d o r m i a , y que él
iría á Bethania para sacarle de su sueño. A lo que dijeron sus discípulos:
« S e ñ o r , si duerme sanará. Mas Jesús habia hablado del sueño de la muer-
te , y ellos pensaban que hablaba del sueño natural. » Ya hubieran podido
conocer los Apóstoles por las circunstancias que Jesucristo les hablaba de
la muerte de Lázaro ; pues sobre que esta expresión era usada en la Escri-
tura , y el mismo Señor la habia empleado en igual sentido cuando resucitó
á la hija de J a i r o , si hubiese hablado de un sueño natural y saludable á un
enfermo nunca hubiera dicho que iba á sacar á Lázaro de él y á dispertarle.
Nada mas obvio. Mas los Apóstoles, antes del descenso del Espíritu S a n t o ,
eran muy limitados , tomando á la letra las expresiones figuradas, y hallando
misterios y figuras cuando les hablaba en términos claros y propios. « E n -
tonces Jesús les dijo claramente : Lázaro ha muerto.» Y tuvo la bondadosa
paciencia de repetírselo en términos sencillos. « Y me alegro por vosotros de
no haberme hallado allí á fin de que creáis. Pero vamos á él. » Y en efecto,
si Jesús se hubiese hallado presente durante la enfermedad de Lázaro , h u -
biera tenido que c u r a r l e , y no se verificaba el gran milagro de su r e s u r r e c -
ción , cual con venia á los benéficos designios del Salvador. « Tomas, llamado
Didymo , dijo entonces á los demás discípulos : Vamos también nosotros, y
muramos con él. » La esperanza que daba Jesús á sus Apóstoles de ver un
gran milagro no calmaba su temor por el viaje que hacian á Jerusalen. T e -
mian por la vida de su querido Maestro , y este temor arrancó á Tomas una
resolución tan decidida y noble , que llega á excitar á todos los demás. « Ha-
biendo llegado J e s ú s , halló que hacia ya cuatro dias que Lázaro estaba s e -
pultado. Y como Bethania no distaba de Jerusalen sino quince estadios (es
decir un poco mas de media legua) muchos de los judíos habian venido á
Consolar á Marta y á María de la muerte de su hermano. Luego que Marta
oyó que Jesús venia, le salió á recibir, y María se quedó en casa.» La familia
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de Lázaro gozaba de consideración en la ciudad, y muchos habitantes de J e -
rusalen que habian venido á consolar á las desoladas h e r m a n a s , iban á ser
testigos del estupendo prodigio. «Ah Señor , le dijo Marta , corriendo á é l , si
hubieseis estado aquí mi hermano no habría muerto : aun que sé muy bien
que ahora mismo te concederá Dios cuanto le pidas.» ¡Qué dulzura, qué ter-
n u r a , qué fe , qué respeto en esta humilde plegaria ! Marta nada pide : todo
lo cree del poder de Jesús , y se entrega á su voluntad divina. «Jesús le r e s -
ponde : Vuestro hermano resucitará. » Mucho era esto , pero Marta hubiera
deseado una seguridad mas precisa de su próxima resurrección. Y para a l -
canzar esta aclaración, respondió : «Sé que resucitará en la resurrección del
último dia. Esta es mi f e , y la creencia de todo Israel. » Jesucristo le c o n -
testa , sino con la aclaración que ella apetecía , con las palabras tal vez mas
sublimes y mas consoladoras que hayan salido de sus labios. «Jesús le dice:
Yo soy la resurrección y la vida : el que cree-en m í , a u n q u e sea muerto v i -
virá. » Y concluye preguntando á Marta : « ¿ C r e e s e s t o ? — S í , responde, Se-
ñor, creo que sois el Cristo , el Hijo de Dios vivo, que habéis venido á este
mundo. » Dicho esto , fuese y llamó á María su hermana para decirle en s e -
creto : «El Maestro está a q u í , y te llama.» ¡ Qué nueva para María! «A esta
palabra se levantó apresuradamente y fué á encontrarle. Porqué Jesús no
había entrado todavía en la aldea , sino que estaba en aquel mismo sitio en
que Marta le habia salido á recibir. Por esto los judíos que estaban con M a -
ría en la casa , y la consolaban, viéndola levantarse de repente y salir fuera,
la siguieron , diciendo : Esta va al sepulcro , para llorar allí. » Como los j u -
díos tenian la costumbre de enterrar los muertos fuera de la población , J e -
sús que quería resucitar á L á z a r o , y no entrar en casa de las dos hermanas
sin haberles devuelto su hermano , se habia quedado fuera de la aldea en el
lugar en que Marta le habia dejado. Y quería también que allí viniesen los
judíos que habian ido á consolar á María, para ser testigos del grandioso
portento que iba á obrar. Los judíos siguieron pues á María , y Marta , que
sabia muy bien á donde iba, la siguió también. «Llegada pues María al lugar
en que estaba Jesús , luego de verle se arrojó á sus pies y le dijo : (como su
h e r m a n a , con tanta resignación , y aun con mas t e r n u r a ) Señor, si h u b i e -
rais estado aquí mi hermano no habría muerto. » Y las lágrimas y sollozos
no la dejaron decir mas. «Jesús al verla llorar , y que lloraban también los
judíos que con ella habian venido» no quiso interrumpirla, y le permitió
dar libre curso á su llanto ; « y estremecióse en su alma, y conturbóse á sí
mismo. Y dijo : ¿ dónde le pusisteis ? » No lo ignoraba por cierto; pero h a -
blaba así como hombre , y cual acostumbraba hacerlo en el uso común de
la vida. « Ellos le dijeron : Venid , Señor, y lo veréis.» F u é con ellos al lugar
de la sepultura , mostráronle el sepulcro «y entonces se le arrasaron los ojos
75
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en lágrimas. ¡ Oh lágrimas divinas! ¡ cuan preciosas son y cuan instructivas!
Vos que no llorasteis sobre los tormentos de vuestra pasión , lloráis ahora á
un amigo m u e r t o ! En vista de lo cual dijeron los judíos : Mirad como le a m a -
ba !» Pero al propio tiempo su malignidad toma motivo de aquel suceso para
hacer á Jesucristo una necia reconvención. «Mas algunos de ellos dijeron :
¿ pues este que abrió los ojos de un ciego de nacimiento, no podia hacer
que Lázaro no muriese ? » Qué modo tan insensato de censurar los actos de
la Omnipotencia, ó introducirse locamente en los designios de Dios! «Por fin,
Jesús estremeciéndose de nuevo (ó prorumpiendo en sollozos que le salian
del corazón) vino al sepulcro que era una gruta cerrada con una enorme
piedra. Y dijo: Quitad la piedra. Marta, hermana del difunto, le respondió :
Señor , ya h i e d e , pues hace cuatro dias que está aquí. Dijole J e s ú s : ¿No te
he dicho que si creyeres verás la gloria de Dios ?» No replicó Marta una p a -
labra. Quitaron la piedra. Todo el mundo quedó en el mas profundo silencio,
esperando un prodigio sobre lodo lo que jamas se habia oido decir de mas
maravilloso. Hablad , Señor , el cielo y la tierra os escuchan : el abismo y la
muerte están pendientes de vuestra voz. « Entonces Jesús , levantando los
ojos al cielo , hizo esta súplica: Ó Padre, gracias te doy porqué me has oido.
Verdad es que yo ya sabia que siempre me o y e s ; pero lo he dicho por razón
de este pueblo que está alrededor de m í , con el fin de que crean que tú
eres el que m e has enviado.» Oh! cuánto amor hacia este pueblo ingrato y
endurecido encierra esta deprecación sublime ! El sepulcro está abierto : de
lo alto de la abertura se divisa el cadáver que exhala u n hedor de muerte :
cada uno dé los circunstantes siente un secreto horror : todo el mundo está
en especlacion : los discípulos acostumbrados á los milagros se prometen el
mayor que jamas hayan visto: Marta y María lo esperan : los enemigos de
Jesús lo preven y lo temen : el Hijo de Dios le pide y le obra. «¡Lázaro! sal á
fuera ! exclama J e s ú s , concluida su plegaria , con un tono fuerte é i m p e r a -
tivo que no conviene sino al Omnipotente.» Y al instante el que estaba muerto
salió fuera, ligado de pies y manos con fajas , y envuelto el rostro con un su-
dario. A este grito poderoso del Salvador nada resiste: la muerte y la tumba
restituyen su presa : el cuerpo está animado y rechazado fuera del m o n u -
mento : todo el mundo le ve salir del sepulcro tal como se le habia allí coloca-
do. Nadie quizás se atrevía á tocarle, ni acercársele hasta que Jesús dice: «De-
satadle, y dejadle ir en libertad.» Jesús es obedecido, y Lázaro, lleno de vida,
y cubierto tan solo con la ropa que se le habia dejado en el sepulcro , se
junta á la comitiva de los que habian venido á llorar su muerte, y conduce á
su Salvador hasta su casa de Belhania. ¿ Cuál fué el resultado de este p r o d i -
gio sobre los corazones dóciles? «Con eso muchos de los judíos que habian
venido á visitar á Maria y á Marta, y vieron lo que Jesús habia hecho, creye-
— 595 —
ron en él.» ¿Y cómo no rendirse á la roas irresistible evidencia de la verdad?
¿ P e r o qué fruto obró este milagro sobre los corazones endurecidos? «Mas
algunos de ellos se fueron á los fariseos, y les contaron lo que habia obrado
Jesús. » ¿Cómo muchos creyeron solamente y no todos? ¿ P a r a qué éstos
van á contar el milagro á los fai-iséos? ¿ E s para moverlos á creer ? ¿Pero
no saben que estos hombres envidiosos de la gloria de Jesucristo, están r e -
sueltos a no creer nada á favor de J e s ú s , á quién quieren perder? ¿ E s para
hallar entre ellos como contradecir , ó quizás destruir este milagro ? No pue-
de oponerse la infracción del s á b a d o , como el paralítico de la Piscina y el
ciego de nacimiento ; no puede echarse mano de preguntas capciosas , ni
emplear amenazas : tampoco puede decirse que el milagro ha sido obrado en
nombre de Beelzebub ; pues el demonio no resucita los muertos : tampoco
puede negarse el hecho ,' á no querer pasar por loco. El odio , p u e s , á Jesús
es lo único que los mueve en esta información , de cuyas resultas «los p o n -
tífices y fariseos juntaron entonces consejo , y dijeron : ¿ Qué hacemos? Este
hombre hace muchos milagros. Si lo dejamos a s í , todos creerán en é l ; y
vendrán los romanos, y arruinarán nuestra ciudad y nación.» Esta asamblea
es digna por cierto de fijar la atención del hombre observador y reflexivo,
y marca una de las épocas mas importantes en la historia del Hombre-Dios.
¿ Cuando fué celebrada esta asamblea de iniquidad ? Poco después que Jesús
diese la muestra mas asombrosa que hasta entonces habia dado públicamente
de su poder divino , evocando del fondo del sepulcro á Lázaro, y h a c i é n -
dose obedecer de la muerte. Cuando toda la Bethania , asombrada por este
gran portento , aclamaba á una voz á Jesús por el Cristo , por el enviado
de Dios: cuando la fe en el Mesías iba á triunfar tal vez de todo el pueblo
j u d í o , entonces fué cuando se reunió precipitadamente el Consejo en que
residia la autoridad pública ; entonces la corrompida Sinagoga hizo los últi-
mos esfuerzos •. entonces aquel cuerpo de sacerdotes , de ancianos , de d o c -
tores , compuesto en casi sú totalidad de hombres que profesaban varias
sectas filosóficas , de las que dimos ya una idea en nuestros capítulos preli-
minares , resolvió á todo trance la m u e r t e de Jesús. Fariseos, saducéos, ese-
nios, fatalistas ó materialistas , fueron los que decretaron hacer perecer al
seductor, al mismo que los mismos filósofos, muchos siglos d e s p u é s , se
propusieron aplastar como al infame, porqué á pesar de unos y otros ha
dominado siempre y dominará en el mundo de la verdad y de la santidad.
Todo es importante, todo merece ser observado en la época en que el H o m -
bre-Dios iba consumando la grande obra de su sacrificio, que fué el principio
de la reparación humana. Sentado estaba en el trono del mundo Tiberio, suce-
sor de Augusto, en el cual empezaron aquella serie de monstruos nacidos de
la corrupción romana, y que debían continuar en los discípulos de Jesucristo
— 596 —
la,persecución y los tormentos que estaba preparando á su divino Maestro el
Sanedrín de Judea. La paz en que reposaba el mundo cuando nació el S a l -
vador se habia turbado ya con la guerra de los germanos, que dio lugar á
las victorias de Germánico , las cuales le prepararon el veneno que debia
expiarlas. Los triunfos de Germánico le costaron la v i d a , y podemos decir
q u e él murió de su propia gloria. Y el año mismo en que su viuda Agripina,
tras de largos sufrimientos, fué á unirse con su esposo en el sepulcro , el Hijo
del Hombre acababa su misión, y traia á los pueblos la religión, la moral y la
libertad, en el momento mismo en que iban á espirar sobre la tierra. Dos
mundos extrañamente diversos se presentaron á la v e z : Jesucristo sobre
la Cruz , Tiberio en Caprea.
Volviendo ahora al Consejo que preparó tan grandioso acontecimiento,
la primera pregunta que se hicieron los corrompidos miembros de la d e g e -
nerada Sinagoga fué la siguiente: ¿ Q u é hacemos p u e s ? como si dijeran :
El tiempo urge : este hombre manifiesta ya sin rebozo el poder que le ha
sido dado de lo a l t o : el p u e b l o , asombrado de sus maravillas, que son
al mismo tiempo rasgos de bondad y de beneficencia , le admira , le aplau-
de , le sigue , le adora , cree en é l , y nosotros impotentes para contrares-
tar un ascendiente irresistible, ¿ qué hacemos? ¿ e n qué pensamos ? ¿ q u é
partido debemos tomar sobre un suceso y otros tras de é l , que van á c u -
brirnos de oprobio, y á llamar sobre nosotros el desprecio cuando no el
odio y el furor del puebla? Ved ahí el deicidio consumado ya en el corazón
d e aquellos hombres perversos. Si el menor asomo de razón ó de buen
juicio hubiese entrado en aquellas tenebrosas inteligencias , fácil era ver el
partido que debia tomarse. ¿ Qué mas quedaba que hacer sino rendirse á
la verdad , ceder á la evidencia , reconocer en Jesús el Mesías enviado por
Dios , cuya misión veian autorizada con tan estupendas maravillas ? Los que
para creer aguardan ver por sí mismos un milagro, que entren en esta r e u -
nión de insensatez y de tinieblas, y que tiemblen al aspecto de una obce-
cación inaudita.
Pero nada hay mas ciego que las pasiones h u m a n a s : el o d i o , aborto
de la envidia y padre de la venganza , dominaba aquellos pechos de hiena,
y nada mas veian sino la muerte del hombre que odiaban : no veian lo
que veian los mas sencillos del pueblo , las almas candidas y humildes , las
que debían á Jesús la salud y la vida, la luz de sus ojos y la luz de su alma.
Sin e m b a r g o , como la pasión no osa manifestarse tal como es en s í , con su
natural deformidad , y busca como ocultarse no solamente á los ojos del
público sino hasta á sí misma, preciso era recorrer á un pretexto para no
aparecer con toda su asquerosa desnudez. No podia pretextarse la Religión,
presentando como infractor de la ley , pecador ó poseso á un hombre que
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obraba con el poder del cielo. ¿ A falta , p u e s , de pretexto religioso, á qué
otro se apeló ? Al de una falsa politica : otro de los elementos mas poderosos
que ha tenido siempre en contra de sí la Religión del Crucificado. Si le deja-
rnos hacer, añadieron; si no oponemos un dique al torrente de prodigios que
está obrando ; si le dejamos en libertad ; si no tomamos medidas enérgicas,
fuertes , decisivas , todos creerán en él, como lo han hecho cuantos fueron
testigos del gran prodigio de Bethania. Se le tendrá por el Mesías, y el pueblo
se unirá á pesar nuestro para aclamarle rey. Entonces los romanos, indig-
nados al ver un rey que ellos n o nos habrán dado, se armarán contra n o s -
otros y vendrán á convergir en ruinas nuestra ciudad y nuestra nación. Lo
pasarán todo á sangre y fuego ; se apoderarán de nuestras ciudades y p r o -
vincias, y lo que de nosotros haya quedado lo arrastrarán al cautiverio. ¡Qué
oprobio para la razón un raciocinio semejante! ¿Qué tenian que temer de los
romanos , conducidos ellos por un Rey á quien obedecia toda la naturaleza,
y que tenia imperio hasta sobre el sepulcro? Y este Rey, y este Mesías á quien
ellos mismos esperaban , no debia según sus ideas declararse contra las p o -
tencias que oprimian á su nación, y subyugarlas todas , é imponerles la ley,
y sujetarlas á su imperio ? ¡ Y cosa notable ! La desgracia imaginaria que
pretendían evitar, rehusando el reconocer á Jesucristo por rey , es p r e c i -
samente el verdadero infortunio que se atrajeron por no haberlo reconocido.
¡ Ah ! ¡ cuan ciega es la política cuando se deja arrastrar por el soplo de p a -
siones desenfrenadas ! ¿Cómo pues estos judíos , jefes de la nación , se o b s -
tinaban en rehusar un rey tan poderoso en sus obras como sabio y sublime
en su doctrina ? ¿ Y de dónde nacia este odio implacable, que tan encarniza-
damente le profesaban? Era porqué los primeros pasos de este nuevo Rey no
satisfacían sus antojos , ni estaban de acuerdo con sus miras de ambición y
de soberbia. En lugar de pompa y de magnificencia , solo ensalzaba la s e n -
cillez y el desprecio de las riquezas ; en vez de gloria y de dominación
solo hablaba de dulzura y de humildad ; en lugar de guerra y de libertad
absoluta , solo anunciaba la paz , la sumisión y la obediencia , nó la esclavi-
tud , ni la servidumbre, sino la libertad verdadera de los hijos de Dios ; en
v e z de lujo y de placeres , no recomendaba sino lo pureza de corazón y la
penitencia. De otra parte, este nuevo Rey no parecia dispuesto á mantenerles
en su crédito, ni á darles parte en el gobierno de su reino , ni á conceder-
les sus primeros destinos. Al contrario,. hablaba sin miramiento alguno de la
hipocresía de los fariseos , de la dureza de los sacerdotes , del orgullo, de la
avaricia , de la corrupción de costumbres de unos y otros, mostrándose don-
de quiera el vengador de tales excesos. Ved ahí porqué animaba contra él á
esos grandes de la tierra ; y he aquí lo que en todos los siglos ha concitado
contra Jesucristo, y su Iglesia, y su doctrina, y su espíritu el odio de los falsos
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sabios , de los falsos políticos y de las potestades altaneras; es decir , lo que
ha levantado la fuerza del mundo contra la fuerza de la Cruz. Ved ahí lo que
fué de parte de los judíos la causa de la muerte de Jesús: el populacho feroz,
los verdugos crueles fueron unos instrumentos tan ciegos como las espinas y
los garfios , cuando el horrendo deicidio se habia consumado en los pechos
ambiciosos y en las inteligencias pervertidas. ¿Mas qué hubieran podido con-
tra él los hombres , si Dios no hubiese tenido sus designios, que la malicia de
los judíos ejecutaba sin conocerlos ?
El que presidia aquella asamblea de iniquidad, el saducéo Caifas , era
joven y lleno de si m i s m o , y de un carácter ardiente é imperioso; y si
bien que aprobaba las razones de política que se proponían en el Consejo,
hallaba que no se iba directamente al blanco y que se temia el pronunciar
la palabra decisiva , cual era la m u e r t e de Jesús. Resuello entonces á cortar
de una vez el d e b a t e , y con aquel tono de fiereza que se acostumbraba
respetar en é l , y al cual todo tenia q u e c e d e r : Nada entendéis en esto,
les dijo , si no consideráis que os conviene el que muera un solo hombre por
el bien del pueblo, y no perezca toda la nación. Ya no hay pues que deli-
berar : el fallo está pronunciado : la muerte de Jesús queda resuelta como
indispensable para el bien del pueblo : el inocente queda sacrificado á una
falsa política, ó mas bien al odio que los inicuos llevan á la verdad que
los condena. También en nombre del bien del pueblo , de la salud del i m -
perio , serán sacrificadas tras el gran Mártir, el Mártir Salvador, millones
de mártires , que fecundarán con su sangre el campo de la naciente Iglesia :
también por el bien del pueblo serán perseguidos en todos los siglos los
hijos de la Cruz , los discípulos del Evangelio. El insensato presidente de la
Sinagoga no hacia mas que confirmar , sin saberlo , lo que se habia dicho
antes que él : de él se sirvió Dios como de instrumento para profetizar una
verdad que él entendia en otro sentido. Jesús habia de morir por el pueblo
judío y por el m u n d o ; pero no para librar á este pueblo obcecado de la feroz
venganza de los romanos. Dios le inspiró aquellas palabras para anunciar
el oráculo profético de que Jesús debia morir por la salud de la nación,
al modo como se servia de los espíritus infernales para anunciar desde el
cuerpo de un infeliz la divinidad de Jesucristo. Así se burla Dios de la sabidu-
ría d é l o s que se resisten á su luz. La perversidad de ellos ejecuta sus desig-
nios eternos, y él se sirve de su propio lenguaje para publicarlos. Y lo mismo
declara el Historiador sagrado : « Mas esto no lo dijo de su propio m o v i m i e n -
to, sino que , como era Sumo Pontífice aquel a ñ o , profetizó que Jesús habia
de morir por la nación, y no solamente por la nación (judaica) sino también
para congregar en un cuerpo á los hijos de Dios , que estaban dispersos. Y
así desde aquel dia no pensaban sino en hallar medio de hacerle morir. » No
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se trató ya mas de buscar razones y pretextos, sino únicamente medios para
hacer morir al Justo , al Santo , al enviado de Dios ( a u n q u e no le considera-
sen como Dios mismo) cuyo crimen era Solo el obrar demasiados milagros.
¡ Qué ocupación para los jefes y principales de la Sinagoga! « Por todo lo cual
Jesús ya no se dejaba ver en público , entre los judíos, antes bien se retiró
á un territorio vecino al desierto, en la ciudad llamada Efrem , donde m o r a -
ba con sus discípulos. » Aunque en Jesús se aproximaba su hora , no habia
venido aun , y si bien, sin el concurso de su voluntad omnipotente todos los
esfuerzos de sus enemigos hubieran sido como si no fuesen; con todo, t o m a -
ba precauciones para que naturalmente no se anticipase aquella hora prefi-
jada en los consejos eternos; pues no ignoraba lo que habia pasado en el Con-
sejo de sus enemigos, y la resolución que se habia tomado de hacerle morir.
Por esto se retiró á una ciudad llamada Efrem, ó Efraim, en la tribu del mis-
mo n o m b r e , á ocho leguas cerca de Jerusalen. El retiro de Jesús en Efrem
duró seis dias. Allí, en vísperas de sacrificar su vida á la gloria de su Padre
y á la salud del mundo , se entretuvo con Dios , y dispuso á sus discípulos á
aquel trágico suceso , que iba- á robarles á su Maestro y manchar á J e r u -
salen con la sangre de su Rey , de su Cristo y de su Dios. «Y como estaba
próxima la Pascua de los judíos, muchos de aquel distrito subieron á J e r u -
salen antes d é l a Pascua para purificarse: » figura de la purificación d é l o s
cristianos antes de recibir en su seno al vivo Cordero de Dios. Pues los judíos
venian al Templo de Jerusalen á ofrecer en él sacrificios , practicar c e r e m o -
nias de expiación , recibir la bendición sacerdotal , oir la lectura de la Ley y
de los profetas , preparándose con esto á la grande solemnidad. Los judíos,
pues , enemigos de J e s ú s , en vez de esta preparación se ocupaban en ir en
su busca , y se decian en el Templo unos á otros: ¿ Q u é os parece? ¿ n o
ha venido aun á la fiesta ? Pero los pontífices y fariseos tenían ya dada orden
de que si alguno supiese donde Jesús estaba , lo denunciase para hacerle
prender.
70
CAPITULO LXXVI.
« Al mismo tiempo, ciertos gentiles de los que habian venido para adorar
á Dios en la fiesta, se llegaron á Felipe, natural de Relsaida , en Galilea,
y le hicieron esta súplica. » Estos gentiles se habian aprovechado del comer-
cio que habian tenido con los judíos, para conocer á Dios; habian venido
á Jerusalen , según la costumbre , para adorar al verdadero Señor y ofre-
cerle sus sacrificios por las manos de los sacerdotes en el dia de la grande
fiesta de Pascua. ¡ Oh qué admirable providencia la de Dios en procurarse
fieles adoradores en medio de la mayor corrupción é impiedad ! ¿Y á quién
se dirijen estos gentiles? Rechazados tal vez por los judíos mismos , no p u -
diendo por causa de la multitud acercarse á Jesús , tienen la fortuna de
poder hablar á uno de sus discípulos para rogarle que les haga conocer al
— 606 —
Mesías. Éste era Felipe , que movido por los vivos deseos que aquellos le
manifestaron , los comunicó á Andrés , y los dos Apóstoles intercedieron por
ellos cerca de su Maestro. Sin duda que Jesús accedería á los deseos de a q u e -
llos piadosos gentiles , y se puso en lugar donde de ellos pudiese ser visto y
escuchado. Y en presencia suya , y delante de sus discípulos y de los judíos
hizo un discurso en el cual tenian ellos la mejor parte ; pero cuyo sentido no
pudieron comprender del todo hasta después del suceso. «Llegada es la hora,
dijo , en que debe ser glorificado el Hijo del Hombre. En verdad , en verdad
os digo , que si el grano de trigo después de echado en la tierra no muere,
queda infecundo ; pero si muere, produce mucho fruto. El que a m a su alma
la perderá ; mas el que aborrece su alma en este mundo, la conserva para la
vida eterna. El que me sirve , sígame: que donde yo estoy allí estará t a m -
bién el que me sirve ; y á quien me sirviere le honrará mi Padre. Pero ahora
mi alma se ha conturbado. ¿Y qué d i r é ? » Esta turbación de Jesús es v o -
luntaria; pues quiso pasarla para darnos ejemplo de que la turbación se san-
tifica por la plegaria. « ¡ Oh P a d r e ! ¡ líbrame de esta hora ! (la de su muerte ).
Mas para esa misma hora he venido al mundo. ¡ Oh P a d r e ! ¡ glorifica tu n o m -
bre! » ¡Oh qué modelo de oración! Pero al mismo momento aquella turbación
quedó sosegada por una voz celeste. «Al instante se oyó del cielo esta voz: Le
he glorificado ya, y le glorificaré todavía mas.» La gente que allí estaba, y oyó
la voz, decia que aquello habia sido un trueno. Otros decian: «Un ángel le ha
hablado.» Cada cual, pues, la percibió según la disposición en que se hallaba.
«Mas Jesús les dijo: Esta voz no ha venido por mí sino por vosotros. Ahora va
á ser juzgado el mundo. » He aquí el primer fruto de la muerte de Jesús , el
juicio del mundo. «Ahora el príncipe de este mundo va á ser lanzado fuera. »
Ved ahí el segundo fruto de la muerte de Jesús : la destrucción de la idolatría
y del imperio del demonio. «Y cuando yo seré levantado en alto en la tierra,
todo lo atraeré á mí. » He aquí el tercer fruto : la conversión del universo.
Esto decia para significar de que muerte habia de morir. Ya lo entendió así
el pueblo; con todo sobre esto mismo «le respondió : Nosotros sabemos por
la ley que el Cristo debe vivir eternamente, ¿ cómo dices tú , p u e s , que debe
ser levantado en alto el Hijo del Hombre ? ¿Quién es este Hijo del Hombre? »
En este discurso del pueblo hay una verdad constante, que el Cristo ó Mesías
debe vivir eternamente. Pero ¿ cómo conciliar esta verdad con la otra de que
el Mesías ha de m o r i r ? Mas el tiempo entonces aun no habia.venido para
aclarar este enigma. La última pregunta del pueblo ultraja á Jesucristo y su-
pone mucha incredulidad. Mas como las objeciones , réplicas y preguntas de
los judíos partían casi siempre de un fondo de infidelidad , Jesús, de ordina-
rio , no respondía á ellas directamente , y así lo hace ahora. Continua en h a -
blarles de su próxima muerte , y les exhorta á aprovecharse de sus instruc-
— 607 —
ciones. «La luz aun está entre vosotros por un poco de tiempo. » Á Jesús no
quedaban sino cuatro dias de vida. ¡ Cuánto les importaba aprovecharse de
sus últimas lecciones ! « Caminad , pues , mientras tenéis l u z , para que las
tinieblas no os sorprendan , porqué quien anda entre tinieblas no sabe donde
va. Mientras tenéis luz, creed en la luz, para que seáis hijos déla luz.» Cuan-
do Jesús hubo dicho estas cosas se retiró , y se escondió de ellos. Y después
de haberlo considerado todo , como era ya tarde, partió con los doce a p ó s -
toles para ir á Bethania. «Y después de haberlos dejado, se fué de la ciudad
y se dirigió á Bethania , en donde permaneció » ó pasó la noche sin duda para
sustraerse de sus enemigos.
CAPITULO LXXVII,
Desde la vuelta de Jesús al Templo, hasta su profecía sobre la ruina de Jerusalen y el último juicio.
JESUS , habiendo partido de Bethania el lunes por la mañana con sus doce
Apóstoles , para tomar otra vez el camino de la capital, tuvo hambre. Asi lo
dice expresamente el texto: «Al otro dia, así que salieron de Bethania para
volver á la ciudad , tuvo hambre. » Lo cual nos manifiesta que Jesús vino en
ayunas por la mañana al Templo, y que estuvo en él hasta la tarde sin tomar
alimento. No se lee de Jesús que tuviese hambre antes de esta ocasión , sino
cuando , para prepararse á la predicación , se retiró por cuarenta dias en el
desierto. Sin duda que quiso darnos el ejemplo de todos los sufrimientos para
santificarlos todos. «Ycomo viese á lo lejos una higuera con hojas, encaminóse
allá por ver si encontraba en ella alguna cosa; y llegando nada encontró sino
follage, porqué no era aun tiempo de higos. Y hablando á la higuera, le dijo:
«Nunca jamas coma ya nadie fruto de tí. Lo cual oyeron sus discípulos.» Y la
higuera secóse al instante. Esta higuera era la figura de la Sinagoga, y de to-
— 008 —
do hombre sin fe, y de lodo cristiano sin buenas obras. No era tiempo de los
higos , pues esto pasaba antes del quince de la luna de Marzo. La higuera
fué maldita como árbol estéril. Los discípulos, bien que á alguna distancia del
Salvador , oyeron el anatema fulminado contra el árbol infructuoso , y como
no entendieron el misterio se admiraron. Y si bien quedó seca al instante, no
lo advirtieron los Apóstoles hasta el dia siguiente. «Después de esto , llegan á
Jerusalen, y Jesús habiendo entrado en el Templo , arroja de él (por tercera
vez) á los que vendían y compraban en é l , y derriba-las mesas de los c a m -
bistas , y los asientos de los que vendían palomas (para los sacrificios). Casi
en la víspera de su muerte , se reviste Jesucristo de su autoridad divina para
vengar los derechos ultrajados de la Religión. Y todo el mundo calla , tiem-
bla y obedece. Y no permitía que nadie trasportase cosa alguna para el Tem-
plo. Y les instruía diciendo : ¿ P o r ventura no está escrito : Mi casa será l l a -
mada de todas las gentes casa de oración ? Pero vosotros habéis hecho de
ella una guarida de ladrones. » Este acto de soberanía divina no podia dejar
de exasperar á los pérfidos adversarios de Jesús. «Sabido esto por los p r í n -
cipes de los sacerdotes y escribas , andaban trazando el modo de quitarle la
vida. » Cuanto mas Jesús se captaba la veneración y el amor del pueblo, mas
se desesperaban sus enemigos. Y este despecho estaba contenido por el temor
del pueblo. «Porqué le temian , viendo que todo el pueblo estaba maravillado
de su doctrina. » Y este despecho quedaba también eludido por la prudencia
de Jesús. « Así que se hizo tarde , se salió de la ciudad. » De dia nada osaban
emprender contra Jesucristo, á causa del pueblo. De noche Jesús, saliendo de
la ciudad, inutilizaba todas sus maquinaciones. Mas el Salvador quería sufrir
por nosotros , y su Padre quería glorificarle. No era distante el término ; y
dentro de pocos dias veremos triunfar la injusticia , pero triunfar para su
condenación, y para la gloría del que será su víctima. «Y enseñaba todos los
dias en el Templo. Desde el domingo q.ue fué el dia de su triunfo , hasta el
viernes , que fué el de su muerte , Jesús perseveró en enseñaren el Templo,
á pesar del odio que se le tenia , de los lazos que se le tendian , de la muerte
que le amenazaba; á pesar de la ligereza y de la inconstancia que preveía en
los que parecían serle mas adictos. En estos últimos dias de su vida , m u l -
tiplicó sus instrucciones , y en el corto tiempo que de vida le quedaba , ya en
público , hablando al pueblo , ya en particular hablando con los Apóstoles,
dijo lo mas tierno , lo mas instructivo, lo mas sublime que hasta entonces
habia dicho. Y repite el Evangelista, que los príncipes de los sacerdotes, y los
escribas y los principales del pueblo buscaban como quitarle del mundo , y
no hallaban medio de obrar contra él porqué lodo el pueblo estaba suspenso
escuchándole. » Lo que antes eran acechanzas , murmullos , calumnias , son
ahora planes á las claras para perderle. El odio ha llegado á.su colmo : no
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se trata sino de como hacerle morir. Pero la opinión pública es un dique con-
tra el cual se estrella todo el poder de la Sinagoga. A pesar de su autoridad y
de sus complots, su furor estará encadenado hasta el dia que el Todopoderoso
tiene señalado para la ejecución de sus designios. Pero el favor del pueblo es
un favor frágil desde el punto en que Dios no le sostiene. El pueblo es l i -
gero, inconstante, se deja fácilmente seducir por los que le lisonjean, y cree
sin reflexión todo lo que se le dice contra los que le reprenden ó instruyen.
Es versátil, y cuando está excitado ó animado por los que tienen en sus
manos la autoridad , pasa en u n momento del favor al furor. Esto es lo que
pasa con el pueblo judío , y con todos los pueblos. Dentro muy. pocos dias le
veremos pedir con encarnizamiento la m u e r t e de Aquel cuya doctrina y obras
hoy admira. Jesús será de ello la víctima ; la redención del mundo será el
fruto ; la reprobación de los judíos será el castigo , y así se cumplirán en todo
los admirables designios del Omnipotente y los oráculos de sus profetas. A
nosotros toca aprovecharnos con reconocimiento y con temor de estos gran-
diosos acontecimientos.
Retiróse el Señor á Bethania el lunes por la tarde , y el martes por la
mañana , al venir Jesús al Templo , como tenia de costumbre, sus discípu-
los vieron la higuera seca. «La mañana siguiente repararon al pasar que la
higuera se habia secado de raíz ; y admirados se dijeron uno á otro : Ved
como la higuera quedó seca en u n instante. Y acordándose Pedro de la p a -
labra de Jesús , le dijo : Maestro , mirad como la higuera que maldijiste se
ha secado. Y Jesús , tomando la palabra les dijo : Tened confianza en Dios.
En verdad os digo, que cualquiera que dijere á este monte : Quítate de ahí
y échate al m a r , no vacilando en su corazón , sino creyendo q u e cuanto
dijere se ha de h a c e r , así se hará. Por tanto os a s e g u r o , q u e todas cuantas
cosas pidiereis en la oración , tened fe de conseguirlas y se os concederán.
Mas al ponerse á o r a r , si tenéis algo en contra de alguno, perdonadle , á fin
de que vuestro Padre q u e está en los cielos también os perdone vuestros
pecados. Que sino perdonáis vosotros, tampoco vuestro Padre Celestial os
perdonará vuestras culpas.» Habiendo Jesús aparecido en el Templo el d o -
mingo y el l u n e s , y ejercido allí u n a autoridad absoluta arrojando á los
profanadores , é instruyendo al pueblo sin que sus enemigos hubiesen osado
atentar contra su persona , ni oponerse á sus discursos , ni turbarle en las
funciones de su ministerio, el despecho les hizo r e u n i r , y en la noche, según
parece , del lunes al martes resolvieron si venia al Templo aquel dia p r e -
guntarle solemnemente con q u é autoridad obraba , y según sus respuestas
apoderarse de Jesús entre la confusión y el tumulto , como por medida justa
y necesaria delante del pueblo. ¿ P r e g u n t a r á Jesucristo con q u e autoridad
o b r a b a , al que mandaba á la muerte restituir sus víctimas , al Arbitro de la
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naturaleza , al que justificaba con sus obras ser el Hijo de Dios , el Salvador
de Israel! «Paseándose Jesús por el Templo intruyendo y predicando al p u e -
blo , los principes de los sacerdotes y los escribas se reunieron con los a n c i a -
nos , y le hablaron en estos términos : Decidnos , ¿con qué autoridad hacéis
todo esto, y quién os ha dado el poder de hacer lo que hacéis ? » Blas Jesús,
sin intimidarse les contestó con dignidad : « Y o tengo que haceros también
una pregunta , y cuando me hayáis contestado á ella , os diré con que a u -
toridad hago todo esto. ¿El bautismo de Juan era del cielo, ó de los hombres?
Responded me á esto.» Pregunta llena de verdad y de sabiduría. Confusos y
turbados se hallaron con esta pregunta , que no esperaban , incluso el joven
pontífice Caifas , el cual á pesar de todo su ardor y suficiencia quedó m u d o .
«Discurrían ellos para consigo , diciendo entre s í : Si decimos que del cielo
d i r á : ¿ Pues por qué no le creísteis ? Si decimos de los hombres, debemos te-
m e r el pueblo ; pues todos creían que Juan había sido verdadero profeta.» Y
después de haber deliberado entre si para dar una respuesta uniforme, no h a -
llaron mas arbitrio que simular una ignorancia culpable y vergonzosa. «Y así
respondieron á Jesús, diciendo : No lo sabemos. » Y Jesús les castigó , n e g á n -
dose á satisfacer á su pregunta : « Entonces Jesús les replicó: Pues ni yo t a m -
poco os diré con que autoridad hago estas cosas. »
Reprimida así por Jesucristo la temeridad de los príncipes de la S i -
nagoga , empezó á instruirles y á pintarles en sus divinas parábolas , en las
tjue no podian dejar de reconocerse á sí mismos. Y así continuó : « ¿ Q u é
os parece de esto? Un hombre tenia dos hijos , y llamando al primero , le
dijo : Hijo , vé hoy á trabajar en mi viña. Y él respondió: No quiero; pero
después arrepentido , fué. Llamando al segundo , le dijo lo mismo , y a u n -
que él respondió : Voy , Señor , mas no fué. ¿ Cuál de los dos hizo la v o -
luntad del padre? El primero dijeron ellos. Y Jesús prosiguió : En verdad
os digo, que los.publícanos y las prostitutas os precederán en el reino de
Dios. Por cuanto vino Juan á vosotros por las sendas de la justicia y no
le creísteis, al mismo tiempo q u e los publícanos y las prostitutas le c r e -
yeron. Mas vosotros, ni con ver esto os movisteis después á penitencia para
creer en él. Escuchad otra parábola. Erase un padre de familias que plantó
u n a viña , 'y la cercó de vallado; y cavando hizo en ella un lagar, y e d i -
ficó una torre : arrendóla después á ciertos labradores , y se ausentó á
iin país lejano. Venida ya la sázon de los frutos, envió sus criados á los
renteros para que percibiesen el fruto de ella. Mas los renteros, a c o m e -
tiendo á los criados, apalearon al uno / mataron al otro , y al otro le a p e -
drearon. Segunda vez envió nuevos criados en mayor número que los p r i -
meros , y los trataron de la misma manera. Por último les envió su hijo,
diciendo para consigo : A mi hijo por lo menos le respetarán. Pero los r e n t e -
— 644 —
Antes que los jefes de los judíos pudiesen salir del Templo , debían e s -
cuchar otra parábola no menos interesante é instructiva. « Continuando J e -
sús á hablar en parábolas, les dijo: En el reino de los cielos acontece la
que á cierto rey que celebró las bodas de su hijo. El rey envió sus criados,
á llamar los convidados á las bodas; mas éstos no quisieron venir. Se—,
gunda vez despachó nuevos servidores con orden de decir de su parte á
los convidados: Dispuesto tengo el banquete : he hecho malar mis bueyes
y demás animales cebados , y todo está preparado : venid pues á las bodas.»;
Mas qué respondieron ellos, á tan bondadosa y solícita invitación? «Nq ;
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hicieron caso , y se marcharon el uno á su granja , el otro á su. tráfico.»
Y aun llegó á mas la monstruosa ingratitud de algunos. «Los demás cogieron
á los criados, y después de haberlos llenado de ultrajes , los m a t a r o n . » V i e -
n e después el castigo: « Lo cual oido por el rey, se indignó en extremo , y
enviando sus tropas, acabó con aquellos homicidas é incendió su ciudad. E n -
tonces dijo á sus criados: todo está prevenido para las b o d a s : m a s los convi-
dados no eran dignos de asistir á ellas. Id pues á las salidas de los caminos, y
á todos cuantos encontréis, convidadles á las bodas. Al punto los criados»
saliendo á los caminos, reunieron á cuantos encontraron , buenos y malos,
de suerte que la sala de las bodas se llenó de gentes que se pusieron á la m e -
sa. Entrando, pues, el rey á ver los convidados , reparó allí un hombre, que
n o iba con vestido de boda. Y díjole: Amigo, ¿ c ó m o has entrado aquí sin
vestido de b o d a ? Pero él enmudeció. Entonces dijo el rey á sus ministros:
Atado de pies y manos arrojadle fuera á las tinieblas, donde no habrá sino
llanto y crugir de dientes.» Terrible castigo por cierto! Y concluye la p a r á -
bola con estas fatídicas palabras: «Tan cierto es que muchos son los llamados
y pocos los escogidos. Entonces los fariseos, (bajo cuyo nombre general van
comprendidos todos los jefes de los judíos) dejaron á Jesús allí, y se retiraron»
con la confusión en la frente , y el despecho en el corazón , « para c o n c e r -
tar entre sí como podrían sorprender á Jesús en sus mismas palabras. » Vol-
vieron, pues, á su antigua táctica de tenderle lazos para hacerle caer en ellos.
«Como, pues, no buscaban sino ocasiones de perderle, le enviaron algunos de
los fariseos q u e eran discípulos de ellos, como emisarios ó espías, con los he-
rodianos, que remedasen la virtud, para cogerle en alguna palabra, á fin de
entregarle á la jurisdicción y potestad del gobernador. » Heródes, rey de Ga-
lilea, estaba en Jerusalen á donde habia ido por ser la fiesta de Pascua, y Na-
zareth, tenida por patria de J e s ú s , era otra de sus ciudades dependientes.
Heródes era en extremo adicto al Emperador, y hacía ostensión de ello. Y por
esto los fariseos asociaron algunos herodianos á sus emisarios, los cuales con
su hipócrita astucia comprometiesen mas al Salvador y le hiciesen caer en al-
guno de sus lazos. Presentáronse los fariseos á Jesús con grandes muestras de
respeto, y le propusieron esta cuestión: «Maestro, bien sabemos que tú hablas
y enseñas lo que es justo , y que no andas con respetos humanos , sino que
enseñas el camino de Dios, según la verdad. ¿Nos es lícito á nosotros pagar
el tributo al César, ó n o ? » Espinosa y difícil era la respuesta, á causa de los
encontrados sentimientos, principios, opiniones, y tendencias que dominaban
tanto en los magnates como en el pueblo , y fácil era caer en uno ú otro e s -
collo. Pero Jesús, que penetra en el fondo del corazón, responde así á a q u e -
llos fingidos elogios : «Hipócritas , ¿por qué venís á tentarme?Mostradme la
moneda con que se paga el tributo. Y le presentaron un denario- ¿ D e quién
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es la imagen ó inscripción que tiene ? Respondiéronle: Del César. Dijoles e n -
tonces : Pagad pues al César lo que es del César, y á Dios lo que es de Dios.»
¡Grande y noble máxima, que es al propio tiempo un precepto de la ley cris-
tiana , y un principio fundamental de toda b u e n a sociedad! «Esta respuesta
les llenó de admiración, y no hallando nada en sus palabras que pudiesen re-
prender delante del pueblo, callaron.» ¿Y cómo no rendirse á tanta s a b i d u -
ría? El Consejo aguarda con impaciencia la vuelta de sus emisarios, y el éxito
de la intriga. Mas ¿ qué dirán éstos al Consejo ? ¿ q u é los herodianos á la corte?
Que jamas hombre alguno habló como éste, que es superior á todo elogio, y
digno de toda admiración.
Acércanse también á Jesucristo los filósofos deístas y materialistas , los
saducéos, otra de las sectas filosóficas de aquella época , que describimos
ya en nuestros preliminares. «En aquel mismo dia , algunos saducéos, de
los que niegan la resurrección , vinieron á encontrar á Jesucristo, y le
propusieron este caso : Maestro , Moisés nos dejó escrito , que si el hermano
de alguno , estando c a s a d o , viene á morir sin hijos, el hermano de éste se
case con su mujer , y dé sucesión á su hermano. Eran pues siete h e r m a -
nos. El primero , tomó mujer y murió sin hijos. El segundo se casó con la
v i u d a , y murió también sin dejar hijos. Con lo que se desposó con ella el
tercero. Eso mismo hicieron todos los d e m á s , y sin tener sucesión fallecie-
ron. En fin la última de todos murió la mujer. Esto supuesto en la r e s u r -
rección ¿ de cuál de los siete ha de ser mujer , ya que todos siete tuvieron
por mujer á la misma ? » Esta cuestión era muy digna de los libertinos que
la proponían. ¡ Y qué monstruosa conclusión sacaban de su argumento! Esta
mujer no puede ser la mujer de uno solo : tampoco puede ser la mujer de
todos siete. Luego no hay resurrección. Jesucristo antes de entrar en la difi-
cultad , les da una respuesta general, que basta al mas sencillo para a s e g u -
rar y para defender su fe. «Vosotros estáis en el e r r o r , les dice , por no e n -
tender las Escrituras, ni conocer el poder de Dios. Los hijos del siglo contraen
matrimonios recíprocamente; pero entre los q u e serán juzgados dignos del
otro siglo, y de la resurrección de entre los m u e r t o s , ni los hombres l o m a -
rán mujeres , ni las mujeres maridos. P o r q u é ya no podrán morir otra vez,
siendo iguales á los ángeles é hijos de Dios por el estado de la resurrección.
Por lo d e m á s , que los muertos hayan de resucitar Moisés lo declaró cuando
estando junto á la zarza, dijo el Señor: Yo soy el Dios de A b r a h a m , y el Dios
de Isaac , y el Dios de Jacob. Claro está que Dios no es Dios de muertos, sino
de vivos , porqué para él todos viven.» ¡Prueba profunda, luminosa y u n i -
versal , digna del que la daba ! Y de ella dedujo esta conclusión , la mas l e -
gítima : «Luego estáis vosotros en un grande e r r o r ! Lo cual habiendo oído el
pueblo , estaba asombrado de su doctrina. Peco los fariseos, informados de
— 614 —
que habia tapado la boca á los saducéos , se mancomunaron» para manifes-
tarle por un afectado sentimiento de admiración , lo satisfechos que estaban
de su respuesta, hasta el p u n t o , como dice S. L ú e a s , de decirle algunos de
los escribas ó doctores de la ley : «Maestro! habéis hablado m u y bien.» ¿Por
qué pues no seguir á este Maestro si tan bien habla? ¿ por qué no creer en é l
y unírsele ? ¿ por qué continuar en probarle y perseguirle?
«Uno de ellos , doctor de la ley, que habia oido la cuestión puesta por los
saducéos, á que Jesús habia tan bellamente contestado, se le acercó y le hizo
esta pregunta para probarle: «Maestro, ¿cuál es el mayor precepto de la ley,
el primero de todos los preceptos ? Jesús le respondió : el primero de todos
los preceptos es e s t e : Escucha , ó Israel: el Señor Dios tuyo es el solo Dios.
Y así, a m a r á s al Señor Dios tuyo con todo tu corazón y con toda tu alma , y
con toda tu mente, y con todas tus fuerzas. Este es el mandamiento primero.
El segundo , semejante al p r i m e r o , e s : Amarás á tu prójimo como á ti mis-
mo. No hay otro mandamiento que sea mayor que estos. Pues toda la ley y
los profetas se reducen á estos dos mandamientos. Y el escriba le dijo: Maes-
tro , has dicho bien y con verdad que Dios es uno solo , y no hay otro fuera
de él.» Los escribas acusaban al Señor de llamarse Hijo de Dios, igual á Dios,
y de hacerse Dios. Y así sospechaban que admitía pluralidad de Dioses. P a -
rece que el doctor quedó sorprendido de oir de Jesús que no habia sino u n
Dios, y tal vez por esto le aplaude. Y continua a s í : « Por lo c u a l , a m a r á
Dios de todo corazón, y con todo el espíritu, y con toda el alma y con todas
las fuerzas , y al prójimo como á sí mismo, vale mas que todos los holocaus-
tos y sacrificios. » Parece que el doctor repite con afectación las palabras
mismas de Jesucristo, tomadas de la Ley. « Viendo Jesús que el doctor había
respondido sabiamente» parece que reconocióen él disposición esfelices, y le
dijo: «No estás tú lejos del reino de Dios. »
Nunca Jesucristo se habia manifestado tan gran Maestro como en este
dia , martes de la que nosotros llamamos la Semana Santa. Muy de mañana
habia desconcertado á la Sinagoga en c u e r p o , confundiéndola con parábo-.
l a s , cuyo sentido no podía disimular, ni evitar su aplicación. Habia sido
atacado por toda suerte de personas y sobre toda especie de m a t e r i a s :
sobre puntos de Estado por los fariseos y herodianos; sobre el dogma por los
saducéos; sobre moral por los escribas , y habia satisfecho á todo con tanta
sabiduría y dignidad , que estos mismos adversarios y mortales enemigos al
propio tiempo, no habian podido menos que aplaudirle. Todos, pues, quedaron
reducidos al silencio : nadie se atrevía á hacerle mas p r e g u n t a s , ni medirse
con él, porqué la disputa redundaba en gloria s u y a , no haciendo mas que au-
mentar la admiración lejos de disminuirla. Aprovechó, pues, Jesús este m o -
mento de silencio y de admiración para elevar los espíritus á una verdad mas
— M'ó —
sublime, esto es , á su divinidad , que es la base del Cristianismo. « Y como
los fariseos estuviesen así reunidos, Jesús les preguntó.» Quiso que sus a d -
versarios encontrasen ellos mismos esta verdad en sus propios libros , ó de
no hallarla, pidiesen el ser instruidos, ó rehusándola , que su ignorancia,
su obstinación y su orgullo quedasen para siempre confundidos. Dijoles pues:
« ¿ Qué pensáis del Cristo? ¿De quién es hijo? De David, respondieron ellos.»
Sobre este punto la escuela estaba de acuerdo. Mas ved ahora la diferencia.
«Jesús continuó diciendo: ¿Cómo dicen los escribas que el Cristo es hijo
de David, siendo así que el mismo David , inspirado por el Espíritu S a n -
to , le llama su Señor, diciendo en el libro de los Salmos : Dijo el Señor á
mi Señor: siéntate á mi diestra , hasta tanto que yo haya puesto á tus e n e -
migos por tarima de tus pies. Pues si David le llama su Señor, ¿ por dónde
ó cómo es su hijo ? » La cuestión era interesante: tratábase del Mesías , y
de la explicación de u n salmo conocido por todo el mundo. De un l a d o , no
cabia duda en q u e el Mesías debia ser hijo de David , y de otro era también
indudable que se trataba del Mesías en el Salmo en que David le llama su
Señor. «Así el pueblo, que era n u m e r o s o , se complacía en gran manera
de oir á Jesús ;» y tal vez tampoco le desagradaba el ver el embarazo de sus
doctores sobre esta última pregunta. Mas sea como fuere, éstos no h a l l a -
ron una sola palabra para responderle. « Nadie pudo responderle una p a -
labra. Y desde entonces ninguno mas se atrevió á hacerle ninguna p r e g u n -
ta » No pudiendo resolver la dificultad, no tuvieron la humildad aquellos
presuntuosos sabios de pedir la solución al divino Maestro que les p r e g u n t a -
ba. Confusos é irritados, tomaron el partido de retirarse, resueltos á no
atacarle mas con sus preguntas , ni exponerse á escuchar las que él les
hiciese. « Entonces Jesús , dirigiéndose al pueblo y á sus discípulos, y c o n -
tinuando sus instrucciones, les dijo : Guardaos de los escribas y de los
fariseos.» Los escribas y los fariseos habian salido ya del Templo sin querer
abrir los ojos á la luz de la verdad ; y creyó el Señor que era tiempo de
arrancar la máscara á estos hipócritas, y de prevenir al pueblo contra los
obstáculos que debian muy pronto oponer á la publicación del Evangelio,
Este mismo cuadro habia ya delineado Jesús en Galilea, á presencia de
muchos escribas y fariseos de aquel país; pero quiso aquí perfeccionarlo,
para estar alerta contra la hipocresía de los seductores de todos los siglos. No
teniendo, p u e s , á su rededor sino al pueblo y á sus discípulos, dirigió á
éstos su instrucción de la cual aquel se aprovechase. «Los escribas y los f a -
riseos , dijo , están sentados en la cátedra de Moisés. Practicad , pues , y h a -
ced todo lo que os dijeren , pero no arregléis vuestra conducta por la suya,
pues ellos dicen , y no hacen. Ellos van liando cargas pesadas é insoporta-
bles , y las ponen sobre los hombros de los demás , cuando ellos no quieren
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ni aplicar el dedo para moverlas. Todas sus obras las hacen á fin de ser v i s -
tos de los h o m b r e s ; por lo mismo llevan (las palabras de la ley e n ) t a -
blas mas anchas, y mas largas las franjas ( ú orlas de su vestido). Gustan
pasearse con grandes ropages : aman también los primeros asientos en los
banquetes , y las primeras sillas de las sinagogas , y el ser saludados en la
p l a z a , y que las gentes les den el título de Maestros. Vosotros , por el c o n -
trario , no queráis ser saludados como Maestros, con el título de Rabbi, pues
no tenéis mas que un Señor , y todos vosotros sois hermanos. Tampoco h a -
béis de llamar á nadie sobre la tierra P a d r e ; pues uno solo es vuestro P a -
dre , el cual está en los cielos. Ni debéis ser llamados Maestros, porqué
vuestro único Maestro es el Cristo. El mayor entre vosotros ha de ser minis-
tro ó servidor vuestro.» Y repite aquí aquella grande máxima cristiana sobre
la grandeza de la humildad: «Que quien se ensalzare será humillado, y quien
se humillare será ensalzado. » Siguen ahora en boca de Jesús los cuatro p r i -
meros anatemas contra el falso celo de los escribas y fariseos. « ¡ Pero ay d e
vosotros , escribas y fariseos hipócritas! ¡ Qué cerráis el reino de los cielos á
los h o m b r e s , pues ni vosotros entráis , ni dejais entrar á los que entrarían!
¡ Ay de vosotros escribas y fariseos hipócritas ! que devoráis las casas de las
viudas con el pretexto de hacer largas oraciones ; por esto recibiréis un juicio
mucho mas rigoroso ! ¡ Ay de vosotros escribas y fariseos hipócritas , porqué
andáis dando vueltas por m a r y tierra para convertir un gentil; y después de
convertido, lo hacéis digno del infierno dos veces mas que vosotros! ¡ Ay de
vosotros, guias ciegos, que decís el j u r a r por el Templo no es n a d a , mas
quien j u r a por el oro del Templo está obligado! ¡ Necios y ciegos! ¿ Qué vale
roa s el oro , ó el Templo que santifica al oro ? Y si alguno jura por el altar,
no i m p o r t a ; mas quien j u r a r e por la ofrenda puesta sobre el a l t a r , se hace
deudor. ¡ Ciegos! ¿qué vale mas , la ofrenda, ó el altar que santifica la ofren-
da ? Cualquiera, pues , que jura por el a l t a r , jura por é l , y por todas las
cosas que sobre él se ponen ; y quien jura por el Templo , jura por él y por
aquel que le habita; y el que jura por el cielo . j u r a por el trono de Dios , y
por aquel que está en él sentado. » Los cuatro últimos anatemas se dirigen
contra la falsa religión de los escribas y fariseos. El quinto anatema es contra
la omisión de lo esencial. «¡Ay de vosotros escribas y fariseos hipócritas, que
pagáis diezmo de la yerba buena , y del eneldo, y del c o m i n o , y habéis
abandonado las cosas mas esenciales de la l e y , la justicia , la misericordia y
la fe? Estas debierais observar, sin omitir aquellas. ¡Oh guias ciegos , que
coláis u n mosquito y os tragáis un camello 1» El sexto anatema se dirige con-
tra la negligencia d é l o interior. «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócri-
tas, q u e limpiáis por de fuera la copa y el plato, y por dentro estáis llenos de
rapacidad é inmundicia! ¡Fariseo ciego, limpia primero por dentro la copa y el
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plato, si quieres que lo de afuera sea limpio ! » El séptimo anatema va c o n -
tra las falsas apariencias. «¡ Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas,
porqué-sois semejantes á los sepulcros blanqueados , los cuales por afuera
parecen hermosos á la vista , mas por dentro están llenos de huesos de muer-
tos , y de todo género de podredumbre! Así también vosotros en el exterior
os mostráis justos á los hombres ; mas en el interior estáis llenos de hipocre-
sía y de iniquidad. » El octavo anatema es contra el espíritu de violencia y
de persecución. «¡ Ay de vosotros , escribas y fariseos hipócritas , que fabri-
cáis los sepulcros de los profetas, y adornáis los monumentos de los justos!
Y decis , si hubiéramos vivido en tiempo de nuestros padres no hubiéramos
sido sus cómplices en la muerte de los profetas. Con lo cual dais testimonio
contra vosotros mismos de que sois hijos de los que mataron á los profetas.
Acabad , pues, de llenar la medida de vuestros padres. » Y la llenaron r e a l -
mente tres dias después , haciendo morir á Jesucristo ! «Serpientes, raza de
•vívoras , ¿cómo será posible que evitéis el ser condenados al fuego del i n -
fierno?» ¡Qué palabras tan formidables en boca de Jesucristo, del mas
manso entre los hijos de los h o m b r e s ! «Por esto, continua Jesucristo, he
aquí que voy á enviaros profetas, y sabios, y doctores, y de ellos degollareis
á unos , crucificareis á otros, á otros azotareis en vuestras sinagogas , y les
iréis persiguiendo de ciudad en ciudad, para que recaiga sobre vosotros toda
la sangre inocente derramada sobre la tierra , desde la sangre del justo Abel
hasta la sangre de Zacarías, hijo de Baraquías, á quien sacrificasteis entre el
Templo y el altar. En verdad os digo , que todo esto vendrá á caer sobre la
generación presente. » La ternura divina para ganarnos nos recuerda á v e -
ces lo pasado : «¡ Jerusalen , Jerusalen , que matas á tus profetas , y a p e -
dreas á los que á tí son enviados! ¿cuántas veces quise recoger tus hijos,
como la gallina recoge sus polluelos bajo sus alas, y tu no lo has querido?»
Y la misma ternura para ganarnos nos descubre también el porvenir. «Acér-
case el tiempo en que vuestra casa va á quedar desierta. Y así en verdad
os digo , no me veréis mas hasta tanto que digáis : Bendito sea el que vie-
ne en nombre del Señor.» No estaba muy lejos aquel m o m e n t o : Jesús
iba á salir del Templo , y no debia entrar mas en él. Tres dias después d e -
bía morir , y cuarenta dias después de su Resurrección subir al cielo, para
no descender visiblemente de allí hasta el fin del mundo.
«Estando Jesús sentado frente el arca de las ofrendas, miraba como
la gente echaba dinero en ella , y muchos ricos echaban grandes c a n t i -
dades. Vino también una viuda pobre, la cual metió dos blancas ó p e -
queñas monedas, que hacen un maravedí.» J e s ú s , después de haber d e s -
pedido al pueblo , que le había estado escuchando la mayor parte del dia ,
y antes de lomar por la tarde su acostumbrado camino de Bethania, se
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sentó frente de la arquilla ó caja donde se ponian las ofrendas que se daban
para la conservación del Templo y de los ministros. Y aun este momento
de descanso no quedó ocioso; pues Jesús le hizo servir para una i n s -
trucción importante; considerando el valor del óbolo que deponia allí una
pobre viuda , entre las cuantiosas dádivas de los ricos y poderosos del siglo.
Conocia las facultades de los que daban m u c h o , y lo mucho que les q u e -
daba , y sabia que esta infeliz viuda daba , atendida su indigencia , una parte
mucho mayor. « Y por esto llamando á sus discípulos les dijo : En verdad
os digo , que esta pobre viuda ha dado mas que todos cuantos han echado
en el a r c a . » Y les da luego la r a z ó n : «porqué todos estos han ofrecido
á Dios parle de lo que les sobra; pero esta , de su misma pobreza ha dado
lo que tenia y necesitaba para su sustento. » Esta generosidad , pues ; esta
cordial afección es la que da valor á nuestras acciones de caridad. Tal fué
el juicio ilustrado , equitativo , imparcial é irreformable de Jesucristo sobre
la ofrenda de la viuda.
CAPÍTULO LXXVIII,
CUANDO Jesucristo hubo salido del Templo , tomó con sus Apóstoles el c a -
mino de Bethania : algunos de ellos detuviéronse á contemplar por la parte
de la ciudad, y desde un punto de vista favorable en que podian divisarse,
los diferentes cuerpos de arquitectura de la casa de Dios. Encantados por
aquel espectáculo magnífico que no podia verse sin admiración , se a c e r -
caron al Salvador , y dijo uno de ellos: « M a e s t r o , ¡reparad que fábrica
tan asombrosa! ¡ qué grandiosidad de edificio ! ¡ qué solidez, qué r e g u -
laridad de arquitectura! ¡qué elección de materiales! ¡cuántas riquezas y
— 649 —
CAPITULO LXXIX.
Disposiciones de corazón en qne se hallaban los judíos. Jesús pasa á Bclhauia el martes
CAPITULO LXXX.
80
CAPÍTULO LXXXI.
Jesús declara por segunda vez á sns Apostóles quien lia de v e n d e r l e , y disputan después éstos
Sermón de la Cena.
IÍUEGO que Judas hubo salido del Cenáculo, y apaciguada ya la disputa entre
los Apóstoles, el Señor empezó á conversar con ellos de la manera mas tierna,
mas familiar y mas instructiva, y como un cariñoso padre que va á dejará sus
queridos hijos. El estrecho círculo á que por ahora debemos reducirnos no
nos permite ni la mas rápida exposición sobre este monumento sublime de
elocuencia divina , de quien dice un grande escritor : «Jamas lo patético de
la naturaleza y del sentimiento se ha manifestado con tan magnífica e n e r -
gía. » Entonces fué cuando todos los rasgos de bondad, de generosidad y de
t e r n u r a , dispersos en el decurso de la mas inocente vida que se ha visto en
la tierra, se reunieron y concentraron para formar un espectáculo capaz de
vencer la dureza del corazón mas insensible. No es necesario mas que refe-
rirlo simplemente para enternecer y sacar lágrimas. ¡Qué discurso aquel que
termina el último acto del ministerio del Salvador! nada hay de cuanto se
ha escrito en el m u n d o que esté tan lleno de sentimiento, de sustancia y de
fuerza. En él no se halla mas que la expresión sumaria del verdadero c a r á c -
ter del Cristianismo , y la verdadera pintura del espíritu y del corazón de
Jesucristo. Allí es donde debe acudirse cuando se quiera admirar la belleza
de la Religión , y renovar la tierna impresión de la felicidad que logramos
por haberla conocido y haber nacido en su seno. « Ahora , dice J e s ú s , es
glorificado el Hijo del H o m b r e , y Dios es glorificado en él. Y si Dios q u e -
da glorificado en é l , Dios igualmente le glorificará á él en sí m i s m o , y le glo-
rificará muy presto. Hijilos m í o s , por un poco de tiempo aun estoy con v o s -
otros. Vosotros me buscareis ; y así como dije á los judios: A donde yo voy
ño podéis venir vosotros , eso mismo digo á vosotros ahora.» ¡Que t e r n u r a !
— 638 —
es lan grande que participa de la infinidad de Dios. A este rasgo de amor di-
vino sigue el precepto de la caridad fraternal; precepto nuevo en su autor,
nuevo en sus motivos, y nuevo en la práctica. «Un nuevo mandamiento os
d o y , y es , que os améis unos á otros, y que del modo que yo os he amado
á vosotros , así también os améis recíprocamente. Por aquí conocerán todos
que sois mis discípulos , si os tenéis amor unos á otros.» Pedro escuchaba
con placer las lecciones divinas de Jesucristo, pero no podia sin amargura oir
hablar de separación y de partida. «¿A dónde os vais, Señor?» le dice. Cuán-
to amor en esta pregunta! « Y Jesús le responde: A donde yo voy tú no p u e -
des seguirme a h o r a : m e seguirás, s í , después.» Instancia de S. Pedro. «Pe-
dro le dice: ¿Por qué no puedo seguiros ahora? Yo daré por vos la vida.» Sin-
cera y generosa resolución la de este ardiente apóstol! «Respóndele Jesús: ¿Tú
darás la vida por mí ? En verdad, en verdad te digo: No cantará el gallo, sin
q u e tú me hayas negado tres veces.» Preciso era ser Dios para anunciar un
suceso tan poco verosímil, tan distante del pensamiento , y tan opuesto á la
voluntad del mismo de quien dependía su realización. Y continuó Jesús : «No
se turbe vuestro corazón : pues creéis en Dios , creed también en mí. En la
casa de mi Padre hay muchas habitaciones. Que si no fuese así, os lo hubiera
yo dicho. » Como si les dijera : ¿ Podréis creer que yo quiera entreteneros
con una vana esperanza ? y que en este momento en que voy á morir os ase-
guraría que es por adelantarme para preparar vuestros asientos en el reino
de mi Padre, si yo no sintiese en mí el convencimiento de la verdad, y el p o -
der necesario para cumplir todas mis promesas? Voy á preparar lugar para
vosotros. Y cuando habré ido y os habré preparado lugar, vendré otra vez y
os llevaré conmigo, para que donde yo estoy estéis también vosotros. Que ya
sabéis á donde voy, y sabéis asimismo el camino.» Como los Apóstoles, ó su
mayor p a r t e , se formaban la idea de un viaje semejante á los que a c o s t u m -
braban á hacer , acompañando á su divino Maestro, olvidando lo que antes
les habia dicho sobre la resurrección; así es que Tomas le interrumpió para
preguntarle: «Señor, no sabemos á donde vais , ¿ p u e s cómo podemos saber
el camino? Y les respondió Jesús: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Na-
die viene al Padre sino por mí. Si m e hubieseis conocido á m í , hubierais sin
duda conocido también á mi Padre ; pero le conoceréis luego , y ya-le habéis
visto. Felipe, sin contradecir al Señor, como Tomas, miraba la partida de J e -
sús como un viaje que debía hacer sobre la tierra, y así le dijo: «Muéstranos
al P a d r e , y esto nos basta. » Jesús le responde : «Tanto tiempo ha que estoy
con vosotros y aun no m e habéis conocido ? Felipe, quien me ve á mí ve
también al Padre. Pues como dices t ú : muéstranos al Padre ? ¿No creéis que
yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí ? Las palabras que yo os h a -
blo no las hablo de mí mismo. El Padre que está en mí, él mismo hace las
— 639 —
obras (que yo hago). ¿Cómo no creéis que yo estoy en el Padre, y que el P a -
dre está en mí? Crcedlo á lo menos por las obras que yo hago. En verdad, en
verdad os digo, que quien cree en mí, ese hará también las obras que yo ha-
go , y las hará todavía mayores , por cuanto yo me voy al Padre.» Esto es,
yo os concederé el poder de hacer grandes milagros para extender la fe, y
con ella la gloria de mi Padre. Habíales de la oración y del Espíritu Santo.
« Y cuanto pidiereis al Padre en mi nombre yo lo haré, á Gn de que el Padre
sea glorificado en el Hijo. Si algo pidiereis en mi nombre yo lo haré. Si m e
amáis observad mis mandamientos, y rogaré al P a d r e , y os dará otro Conso-
lador para que esté con vosotros eternamente; á saber al Espíritu de verdad
á quien el mundo no puede recibir, porqué no le vé, ni le conoce. Pero vos-
otros le conoceréis , porqué morará con vosotros , y estará dentro de v o s -
otros. » Predice su muerte y su resurrección. « No os dejaré huérfanos: yo
volveré á vosotros. Aun resta un poco de tiempo, después del cual el m u n -
do ya no me verá. Pero vosotros me veréis , porqué yo vivo y vosotros vivi-
réis. Entonces conoceréis vosotros que yo estoy en mi Padre y que vosotros
estáis en mí y yo en vosotros. » Y les habla luego del amor de Dios. « Quien
ha recibido mis mandamientos y los observa, ese es el que m e ama. Y el
q u e m e a m a será amado de mi P a d r e , y yo le a m a r é y me lo manifestaré á
mí mismo.» San Judas Tadeo, hermano de Santiago el menor, que como los
demás Apóstoles, comprendia muy poco á su Maestro, miraba siempre el
reino del Mesías como un reino t e m p o r a l , y no podia concebir que Jesús,
siendo Rey y Mesías , no se manifestase al m u n d o , y que especie de dignidad
real podia ser aquella que el mundo no reconocia. «Dícele Judas ( n o el I s -
cariotes ) Señor ¿ qué causa hay porqué os hayáis de manifestar á nosotros y
no al m u n d o ? «Jesús le respondió a s í : Cualquiera que me ama observará
mi doctrina , y mi Padre le amará , y vendremos á é l , y haremos mansión
dentro de él. Pero el que no me ama, no practica mi doctrina. Y la doctrina
que habéis oido no es m i a , sino del Padre que me ha enviado. » Y continua
prometiéndoles de nuevo la venida del Espíritu Santo. «Estas cosas os he di-
cho conversando con vosotros. Mas el Consolador, el Espíritu Santo, que"mi
Padre enviará en mi n o m b r e , os lo enseñará todo, y os recordará cuantas
cosas os tengo dichas.» De estas palabras de Jesucristo se infiere que los Após-
toles, rudos todavía é ignorantes en los misterios de Dios , necesitaban de la
luz del Espíritu divino para penetrarlos en toda su extensión, y hasta el punto
que á su alto ministerio convenia. En seguida les da la paz. «La paz os dejo,
la paz mia os doy: no os la doy yo como la da el mundo. No se turbe v u e s -
tro corazón , ni se acobarde.» Y les anima á que se alegren santamente de su
partida : « Oido habéis que os he dicho : Me voy y vuelvo á vosotros. Si m e
amaseis, os alegraríais sin duda de que voy al Padre, porqué el Padre es m a -
— 640 —
yor c¡ue yo.» Esta inferioridad de Jesucristo debe entenderse con respecto á
su humanidad sacrosanta, pues por su divinidad es enteramente igual al P a -
dre. «Yo o s l o digo antes q u e s u c e d a , continúa Jesucristo, á fin d e q u e
cuando sucediere os confirméis en la fe. Habíales del poder del demonio s o -
bre é l , y de la voluntad que tiene de morir. «Ya no hablaré mucho con v o s -
otros , porqué viene el príncipe de este mundo-, aunque no hay en mí cosa
que le pertenezca. » Como si dijera : Se acerca el demonio por medio de sus
ministros para darme la muerte , aunque ningún derecho tiene sobre mí.
« Mas á fin de que conozca el mundo que yo amo al Padre , y que cumplo
con lo que me ha mandado, por esto lo hago. Levantaos, y vamonos de aquí.»
Es de creer que el Señor, después de estas últimas palabras , se levantó y
salió de la mesa con sus Apóstoles, y que éstos , manteniéndose en pié en
torno s u y o , le oyeron hacer , antes de salir de la casa , el discurso y la o r a -
ción que reporta S. Juan en los tres siguientes capítulos. Empieza Jesucristo
valiéndose de una imagen , ó simil, como tenia de costumbre. «Yo soy la
verdadera vid , y mi Padre es el labrador. Todo sarmiento que en mí no l l e -
va fruto lo cortará , y á todo aquel que diere fruto , le podará para que dé
mas fruto. Ya vosotros estáis limpios en virtud de la doctrina que os he p r e -
dicado. » Después de haberles hablado de la operación de Dios sobre los s a r -
mientos de la vid, les habla de la necesidad de que los sarmientos estén unidos
á la vid , y de la diversa suerte que cabrá á estos sarmientos: «Permaneced
en mí, que yo permaneceré en vosotros. Al modo q u e el sarmiento no puede
de suyo producir fruto, sino está unido con la vid ; así tampoco vosotros sino
estáis unidos conmigo. Yo soy la v i d , vosotros los sarmientos. Quién está
unido conmigo y yo con é l , ese da mucho fruto ; porqué sin mi nada podéis
hacer. El que no permanece en m í , será echado fuera como el sarmiento
inútil, y se secará, y le cojerán, y arrojarán al fuego, y arderá. Mas si perma-
necéis en m í , y mis palabras permanecen en vosotros , pediréis lo que q u i -
siereis y se os otorgará. Mi Padre queda glorificado en que vosotros llevéis
mucho fruto, y seáis discípulos mios.» No podia prescindir Jesucristo de i n -
culcarles otra vez, y con el mas sublime encarecimiento, el precepto del amor,
así de la naturaleza, conservación y frutos del que Jesús nos tiene, como de
la naturaleza, efectos y recompensa del amor á nuestros hermanos. «Al m o -
do.que mi Padre m e amó, asi os he amado y o ; perseverad en mi amor. Si
observáis mis preceptos , perseverareis en mi a m o r ; así como yo también he
guardado los preceptos de mi P a d r e , y persevero en.su amor. Estas cosas os
h e dicho á fin de que os gozeis con el gozo mió , y vuestro gozo sea comple-
to. El precepto mió es : que os améis unos á otros , como yo os he amado á
vosotros. Que nadie tiene amor mas grande que el que da la vida por sus
amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. » De ahí se
_ un —
sigue la eminente dignidad del cristiano por la revelación , por la elección y
por la caridad. « Ya no os llamaré siervos ; pues el siervo no es sabedor de lo
que hace su amo. Mas á vosotros os he llamado amigos, porqué os he hecho
saber cuantas cosas oí de mi Padre. No me elegisteis vosotros á m i , sino que
yo soy el que os he elegido á vosotros, y destinado para que vayáis y hagáis
fruto, y vuestro fruto sea d u r a d e r o , á fin de que cualquiera cosa que pidie-
reis al Padre en mi nombre os la conceda. Lo que os mando es que os améis
unos á otros.» Jesucristo debia precaver á los suyos contra el odio que p r o -
fesa el mundo a los buenos: odio que es para ellos un motivo de consolación,
porqué les hace semejantes á Jesucristo , les asegura el amor de Jesucristo,
y les contiene en la humildad de Jesucristo. « Si el mundo os aborrece , s a -
bed que primero que á vosotros me aborreció á mí. Si fuerais del mundo, el
mundo os amaría como cosa suya; pero como no sois del mundo, sino que os
escogí yo del mundo, por esto el mundo os aborrece. Acordaos de aquella sen-
tencia mia, que os dije: No es el siervo mayor que su amo. Si m e han p e r s e -
guido á m i , también os han perseguido á vosotros : como han practicado mi
doctrina , del mismo modo practicarán la vuestra. » Este odio es para el
mundo un motivo de condenación , porqué hace ver que ignora á Dios y á la
Religión ; porqué procede del odio que el mundo tiene contra Dios mismo ;
porqué es contrario á las primeras reglas de la equidad natural. «Pero todo
esto lo ejecutarán con vosotros por causa (y odio) de mi n o m b r e , porqué
no conocen al que me ha enviado. Si yo no hubiera venido y no les hubiera
predicado, no tuvieran culpa ; mas ahora no tienen escusa de su pecado. El
que me aborrece á mí, aborrece también á mi Padre. Si yo no hubiera hecho
entre ellos obras tales cuales ningún otro ha hecho, no tendrían culpa ; pero
ahora ellos las han visto, y con todo me han aborrecido á m í ; y no solo á mí,
sino también á mi Padre. Por donde se viene á cumplir la sentencia escrita
en su Ley: Me han aborrecido sin causa alguna. » Y este odio, es para la Igle-
sia un motivo de triunfo por el testimonio que da el Espíritu Santo, por el tes-
timonio de los Apóstoles, y por el testimonio de los siglos. «Mas cuando viniere
el Consolador, el Espíritu de verdad que procede del Padre , y que yo os e n -
viaré de parte de mi Padre, él dará testimonio de mí. Y vosotros daréis testi-
monio, puesto que desde el principio estáis en mi compañía. Es decir, desde
los siglos apostólicos hasta la consumación de los siglos. » Jesucristo sostiene
el valor de sus Apóstoles prediciéndoles lo que tendrán que sufrir. «Estas
cosas os las he dicho para preservaros del escándalo. Os echarán de las s i -
nagogas, y aun va á venir tiempo en que quien os matare se persuada hacer
u n obsequio á Dios. Y os tratarán de esta suerte porqué no conocen al P a -
dre , ni á mí. Pero yo os he advertido estas cosas para que cuando llegue la
hora os acordéis de que ya os las habia anunciado. Y no os las dije al princi-
81
— 642 —
pió porqué yo estaba con vosotros. Mas ahora me voy á Aquel que me e n -
vió, y ninguno de vosotros me pregunta á donde voy.» Jesucristo sostiene el
valor de sus Apóstoles consolándoles acerca de su partida de este mundo, p a r -
tida á un tiempo dolorosa y ventajosa para los Apóstoles, é indispensable p a -
ra que descendiese sobre ellos el Espíritu Divino. ¡ Qué modo de consolarlos,
llamando su muerte simplemente una partida , y prenunciando la gloria que
deberá atraer sobre ellos ! « P o r q u é os he anunciado todas estas cosas v u e s -
tro corazón se ha llenado de tristeza. Mas yo os digo la verdad : os conviene
-
CAPITULO L X X X I I I .
CAPITULO LXXXIV.
digno de muerte.
B I E N hubiera podido Jesucristo romper sus lazos con mas facilidad que
Sansón rompió los s u y o s ; pero su amor es el que le entregó y le tiene
cautivo. Después que los soldados se hubieron apoderado de J e s ú s , le c o n -
dujeron primero en casa de Anas, porqué era suegro de Caifas , el cual era
gran sacerdote en aquel a ñ o , y este mismo Caifas habia dado á los j u -
díos aquel consejo de que era útil muriese un solo hombre por todo el
pueblo. Condujéronle después en casa de Caifas el gran sacerdote , donde
estaban reunidos los príncipes de los sacerdotes , los escribas y los a n c i a -
nos. » A n a s , uno de los dos sumos pontífices, era de aquellos felices del
siglo, cuya prudencia estima el mundo á proporción de las riquezas que
han adquirido y de las dignidades de que disfrutan. A su casa fué c o n d u -
cido J e s ú s , ó por darle este h o n o r , ó por ofrecerle el grato espectáculo de
ver á Jesús entre grillos. Y también para advertirle que pasase á casa de su
yerno , en donde se hallaba reunido el Consejo. Hemos dicho ya quien era
Caifas, joven vivo y arrebatado , enemigo particular de Jesús. No habian
trascurrido aun quince d i a s , que por ocasión de la resurrección de L á -
zaro habia condenado á Jesús á muerte por pura razón de Estado , sin otra
queja que la multitud de sus milagros. A la casa de este pontífice condu-
jeron á Jesús para ser juzgado. Anas , que no tardó en comparecer, se lo
habia enviado. Los otros jueces eran los sacerdotes , los escribas , los ancia-
nos del pueblo la mayor parte fariseos , y muchos de ellos saducéos, ó de
r
— 636 —
la secta de Sadoc, que como vimos ya , negaban la otra vida. Todos estos
jueces eran enemigos personales de Jesús , á quienes habia cien veces con-
fundido en la disputa y descorrido el velo a su corrupción , á sus rapiñas y
á su hipocresía. He aquí el.Consejo impío y sanguinario ante el cual quiso
comparecer en postura de criminal el Mesías , el Hijo de Dios , el Juez eter-
no de vivos y de muertos. «Entonces el gran sacerdote preguntó á Jesús
por lo tocante á sus discípulos y sobre su doctrina. » Pregunta muy vaga é
i r r e g u l a r , pues nada mas absurdo que prender á un hombre sin querella
alguna contra é l , sin cuerpo alguno de acusación , y mas aun cuando tres
años habia que enseñaba públicamente en el Templo y por todas p a r t e s , e x -
plicando su doctrina. Buscábanse pretextos para condenarle , pero Jesús no
se los quería dar ; y la iniquidad de ellos y la inocencia de Jesús habian de
quedar patentes á todos los siglos venideros. « Jesús le respondió : Yo he ha-
blado en público delante de todos : he siempre enseñado en las Sinagogas y
en el Templo donde se reúnen lodos los judíos , y nada he dicho en secreto.
¿A qué , pues , me preguntáis? Preguntad á los que me han escuchado para
saber lo que les dije : ellos saben lo que he enseñado. »
La sabiduría , aun entre cadenas , no está cautiva. Vemos en Jesús la
misma dulzura y la misma fuerza de discurso , que en las Sinagogas y
en los templos llenaron de admiración , é hicieron enmudecer á los que
hoy se constituyen sus jueces, y que aun así nada tienen que responderle.
Pero ¡ qué indigno tratamiento ! « Como esto dijese, uno de los ministros
que allí estaban le dio un bofetón diciéndole: ¿ Así es como respondes al
Pontífice? Y Jesús le respondió al que le heria : Si he hablado m a l , m a -
nifiesta lo malo que he dicho ; pero si bien , ¿ p o r qué me hieres?» No se
lee en todo el largo decurso de sufrimientos y atroces martirios de Jesús
que jamas se hubiese quejado. Solo esta vez , con una mansedumbre sin
ejemplo, responde al que tan vilmente le ultraja para justificarse , para ins-
truirnos , y para confundir á sus enemigos. Y aun hay quien añade que el
ofensor habia recibido beneficios de Jesucristo , por cuyo motivo éste se que-
jó dulcemente de tan negra ingratitud. Y ¡ qué criminal silencio el de los
jueces! ¿No era injusticia atroz en el presidente y en los magistrados de
aquella asamblea sufrir que se osase en su presencia maltratar sin razón y
sin autoridad al que era citado ante su tribunal ? Pregunta Jesús que se
le manifieste en que ha hablado m a l : ¿ puede haber nada mas razonable ?
Mas el silencio que se guarda y la impunidad que se concede prueban igual-
mente que el Consejo aprueba la violencia y la injusticia que de ello resulta.
«Entre tanto los príncipes de los sacerdotes y todo el Consejo buscaban u n
falso testimonio contra Jesús para darle la muerte ; » pero no lo encontra-
ban , aunque se hubiesen presentado muchos falsos testigos: porqué muchos
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hacian falsas deposiciones contra é l , pero estas deposiciones no eran sufi-
cientes. Si los pontífices y el Consejo de los judíos no hubiesen tenido otra
idea que hacer morir á Jesús , lo hubieran hecho sin formalidad , como h i -
cieron morir después á S. Esteban ; no hubieran necesitado de testigos, ó
habrían bastado los que se presentaban. Pero su odio contra Jesús y el deseo
de cubrirle mas de infamia, les obligó á empeñarse en hacerle morir por una
sentencia pública y en el suplicio de la Cruz , y solo Pila tos podia dar en Je-
rusalen semejante sentencia. Tratábase de entregarle á Jesús para que le con-
denase á muerte, y para ello debían mediar acusaciones y testimonios que ellos
no encontraban , ni aun en los falsos testigos ; pues éstos , á mas de contra-
decirse entre s í , no deponían sino sobre observancias de la ley ó puntos de
doctrina , que no podían hacer grande impresión en el espíritu del goberna-
dor. He aquí lo que desesperaba á aquellos jueces de iniquidad. Renunciando
sin pudor á la investigación de la verdad , solo se inquietaban de que ni aun
en la mentira hallasen como sorprender la equidad natural de un magistra-
do pagano. ¡Qué hombres ! ¡Y esto era la flor de la nación, lo mas grande , lo
mas respetable de ella! «Preséntanse por fin dos falsos testigos, que dan c o n -
tra Jesús este falso testimonio. Nosotros le hemos oido decir : Yo puedo d e s -
truir el Templo de Dios, y volver á levantarlo en tres dias. Yo destruiré este
Templo edificado por mano de los hombres, y en tres dias levantaré otro que
no será hecho por la mano de los hombres.» Estos dos testigos eran falsos
por cambiar las palabras del Señor , que no habia dicho: yo puedo destruir,
ni yo destruiré, sino : destruid, lo cual puede interpretarse también por «vos-
otros destruiréis.» Y eran también testigos falsos, aunque tal vez sin saberlo,
por cuanto aplicaban al Templo material lo que Jesucristo decia del Templo
dé su cuerpo ; pero á lo menos estaban acordes entre sí, pues según los Evan-
gelistas , los dos decian lo mismo. « Y sin embargo su testimonio no era t o -
davía suficiente.» Así que, los jueces de aquella asamblea no hicieron caso al-
guno de aquella acusación delante de Pilátos ; pero la hicieron valer al p u e -
blo , hasta echarla en cara á Jesús cuando de la Cruz pendia. ¡Cuan negra
malignidad en todos estos procedimientos 1 Entonces el Gran sacerdote (Caifas)
levantándose en medio de la asamblea preguntó á Jesús, y le dijo: «¿Y vos na-
da respondéis á lo que contra vos deponen estos hombres? Mas Jesús g u a r -
daba silencio , y nada respondía» ni á los falsos testigos , ni al mismo Gran
sacerdote. Y el que con tanta dulzura, fuerza y sabiduría hablaba poco hace,
enmudece, cuando sus acusadores se contradicen, y sus jueces ni aun ocultar
saben su animosidad y su furor. « Y preguntándole por segunda vez el prín-
cipe de los sacerdotes , le dice : Yo os conjuro por el Dios vivo á que nos d i -
gáis si sois el Cristo , el Hijo de Dios bendito. » Mandato ilusorio por cierto,
lleno de hipocresía y de perversidad : Jesús le respondió : «Sí, lo soy en efec-
83
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to ; pero ademas os declaro que algún dia veréis al Hijo del Hombre que os
habla, sentado á la diestra del poder de Dios , que vendrá sobre las nubes
del cielo. » Jesús responde sin embozo la verdad : muestra en su persona al
Cristo en toda su plenitud de gloria y de poder , y manifiesta en que consiste
la grandeza de este Mesías, que ellos desconocían, anunciándoles su juicio so-
bre ellos simple y modestamente sin increpaciones, ni amenazas. Jesucristo,
príncipe de los mártires , es el que da testimonio de sí mismo , aunque esta
confesión haya de costarle la vida , y se les pone como modelo para testificar
la verdad. El primer efecto de la respuesta de Jesús fué la indignación del
pontífice , que manifestó rasgando sus vestidos. «Entonces el Gran sacerdote
rasgó sus vestiduras. » ¡ Qué arrebato de furor en el primer magistrado ! Ac-
ción hipócrita, porqué bajo esta señal de indignación religiosa ocultaba la se-
creta alegría de tener en la respuesta de Jesús un pretexto para hacerle m o -
rir. Pues dijo en seguida : « Ha blasfemado , ¿ qué necesidad tenemos ya de-
testigos? Para qué buscar mas testigos?» Decisión absurda por lo que mira
á Jesús. Trátase de saber si Jesús es el Mesías. Se le pregunta si lo es : r e s -
ponde que s í : ¿ e n dónde está la blasfemia? ¿El verdadero Mesías debe n e -
gar que lo es? Saber si Jesús lo es, después de lo que ha declarado, es, si no
se quiere creer aun , una cuestión que queda para examinar ; pero esto es
lo que se guarda de hacer , pues está decidida á los ojos de la equidad. El
otro efecto de la respuesta de Jesús fué la unanimidad de sufragios para la
muerte. «Habéis oido ya la blasfemia, ¿ q u é os parece? Y dijeron todos:
Que es reo de m u e r t e . » Nada mas irregular que el pedir así los sufragios
públicamente y en general, y sobre un objeto de que no se trataba. Sabido es
que , según la ley, un blasfemo merece la muerte. Debia, pues, preguntar á
cada uno de los jueces su opinión sobre la respuesta del acusado. Debia p r e -
guntárseles , sin prevenir la opinión , lo que de ella pensaban. Jueces e q u i -
tativos debieran haber reclamado sobre tan inaudito modo de proceder; pero
desde mucho tiempo , los que tenian alguna rectitud , como Nicodemo y a l -
gunos otros , no asistían ya al Consejo , y los concurrentes eran todos v e n d i -
dos al pontífice, y tan corrompidos como él.
«Entonces le escupieron en el rostro. » Cuando todo el Consejo hubo
juzgado que Jesús merecía la muerte , los jueces se retiraron para tomar
algunas horas de descanso, y se aplazó la vuelta de la asamblea para la
madrugada. Entonces Jesús quedó abandonado á la discreción de sus g u a r -
das , de los soldados y de los sirvientes , y se abandonó él mismo á todos
los ultrajes que quisieron hacerle ; y fué el primero el escupirle en el r o s -
tro. Este es el mas indigno trato que se puede hacer á un hombre , y la
mayor señal de desprecio que se le puede dar. Puede hombre con hombre
llegar á tal indignidad, pero jamas se vio á un criminal , por detestado
— (339 —
que sea , rodeado de gentes ocupadas en escupirle á la cara , y hacer un
juego de semejante insulto. Solo al Rey de la gloria estaba reservado este
ultraje , pronunciado por Isaías. ¿ P u e d e considerarse á mas del desprecio,
mas horror y mayor suplicio? Es inconcebible que Dios haya querido h u -
millar á su Hijo, y que el mismo Hijo haya querido ser humillado hasta un
exceso que subleva no solo la delicadeza, sino la naturaleza , y hasta pa-
rece la razón misma. « Y los que le guardaban le insultaban hiriéndole:
los unos le daban puñetazos, los otros bofetones.» Si nos hemos a s o m b r a -
do del primer bofetón que recibió Jesús en plena audiencia, ¿ q u é diremos
en este momento , viéndole entre las manos de estos hombres viles y despre-
ciables , que toman por bárbaro juego y cruel entretenimiento el maltratarle,
el ultrajarle, cargándole de golpes y de bofetadas? Se le hiere en todas p a r -
tes , por todos lados, en el cuerpo , en la cabeza , en la cara : cada cual hace
gala de la violencia de los golpes que le da : puñetazos los unos , puntapiés
los otros , todos le agobian de injurias , empujado por un lado repelido por
otro , traqueado , sil vado , mofado , tratado en fin cual jamas se trató al mas
despreciable y al mas criminal.de los hombres , sin que esta insolente solda-
desca sea contenida por los jefes, ni los criados por sus amos. Todo está de
a c u e r d o , todo conspira contra Jesús. Su paciencia irrita las bestias feroces
que le atormentan , su dulzura les exaspera, su silencio excita su rabia , los
golpes redoblan , los ultrajes se renuevan , y este espectáculo inhumano no
acabará sino con la noche. Muy pura , muy celeste , muy divina ha de ser
la gloria de Jesús para no ser aniquilada ú oscurecida al menos por tanta i g -
nominia , y hasta para salir de ella mas brillante, mas adorable , mas amable
que nunca! « Y ellos le vendaron el rostro. » Se vendan los ojos á un c r i m i -
nal en ciertos casos por humanidad y para ahorrarle la vista del suplicio :
pero vendarle por burla y por insulto para convertirle en objeto de risa, para
herirle y maltratarle con mas'placer y menos retención , este exceso estaba
reservado contra el Santo de los Santos. Vendados sus ojos , los ultrajes se
redoblaron con mas furor é insolencia : los unos relevaban á los otros para
golpearle y herirle, y cada uno de ellos le decia al retirarse: «Profetiza, Cris-
to , quien te ha herido. » Otros , según el Profeta , le arrancaban la barba y
los cabellos diciéndole las mismas burlas. S. Lúeas nos da á entender que los
Evangelistas , guiados por el Espíritu Santo , no han entrado en el pormenor
de lo que se dijo y se hizo durante tan horrorosa escena , cuando añade : «Y
le decian aun muchas otras cosas blasfemando.» Basta, pues, lo que refieren
los Evangelistas para darnos á entender hasta que extremo de insolencia y
de ultraje se cebaron contra Jesús , y hasta que exceso de paciencia Jesús lo
sufria todo, sin resistirse á nada y sin quejarse. Jesús habia advertido á sus
Apóstoles, y principalmente á Pedro , la necesidad de apelar en aquel apuro
— 660 —
extremo á los dos medios de la vigilancia y la oración , de lo cual les habia
dado ejemplo. Él mismo habia interrumpido por dos veces su plegaria para
venir á advertir á Pedro que rogase con é l : á Pedro, que habia tenido la pre-
sunción de preferirse á todos los demás , hasta no creer nada de lo que Jesús
le decia , ni hacer caso de sus palabras divinas. Cuando huyeron los Apósto-
les , se dispersaron por un lado y por otro : unos se refugiaron en la ciudad,
otros corrieron á Bethania. Pedro, al parecer, habia tomado este último p a r -
tido , cuando recobrado de su primer espanto , volvió atrás , acercándose á
J e s ú s , no tanto que pudiese ser percibido por las tropas que le conducian,
pero lo bastante para seguir la marcha de su Maestro , «y le seguia de lejos.»
Pero no le sigue Pedro á Jesús para morir con é l : su "valor se ha algún tanto
resfriado con el peligro : ya no se gloria de su intrepidez : ¿ por qué le sigue
pues ? « para ver el fin de todo. » La curiosidad es , pues , lo que principal-
mente le mueve. « Pues Simón Pedro seguia á Jesús y otro discipulo con é l ;
y como este discipulo era conocido del Pontífice, entró en casa de éste al mis-
mo tiempo qué Jesús ; pero Pedro quedó fuera á la puerta. Entonces este
otro discípulo , conocido del Pontífice, habló á la portera , la cual hizo entrar
á Pedro. » Este otro discípulo seria tal vez alguno de aquellos magnates de
Jerusalen, que creian sinceramente en Jesús , a u n q u e no osaban declararse.
Cuando éste entró al mismo tiempo que Jesús en la casa ó palacio de Caifas,
la portera rehusó la entrada á Pedro como á un desconocido. Si Pedro se
hubiese entonces retirado, hubiera conservado su inocencia , y tenido aun la
gloria de haber hecho mas que los otros Apóstoles, y de haber seguido en
cuanto pudo á su Maestro. Pero nó, se obstina, y permanece constantemente
en la puerta. El otro discípulo creyó mas seguro el retirarse; pero Pedro,
menos discreto, manifestó deseos de e n t r a r , y tal vez le rogó que le facilitase
aquella satisfacción. El discípulo habló á la portera , y Pedro fué introducido.
¡Ciega temeridad por cierto! «Pedro habiendo entrado hasta el patio interior
de la casa del Gran sacerdote , estaba sentado con los demás servidores ( q u e
serian mozos ó dependientes). Y como éstos, por el rigor de la estación, e n -
cendiesen lumbre en medio del patio , se sentaron en torno del fuego , y P e -
dro estaba también sentado eon ellos «y se calentaba para v e r l a fin de todo.»
Pedro , p u e s , estaba allí confundido con los domésticos del Pontífice. Habíase
formado un plan que le llevaba á portarse así. No quería ser reconocido por
discípulo de Jesús en aquella casa : esto era u n crimen : tampoco quería r e -
nunciar á Jesús, esto hubiera sido una infidelidad de Ja que estaba seguro no
ser capaz, y en tal disposición creyó no debia parecer embarazado, sino a l t e r -
nar naturalmente con los demás y hacer como ellos, proponiéndose única-
mente si se decia mal á su presencia de su Maestro guardar silencio y no
tomar parte alguna en sus blasfemias. Pero esta posición era muy resbaladí-
— 664 —
CAPITULO LXXXV,
Segundo consejo de los judíos, celebrado al rajar el dia, on el cual comparece J e s ú s , es juzgado
84
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rente. ¡ Ah! no van á ver ya á Jesús explicando la ley, curando los enfermos,
resucitando los muertos : es Jesús humillado , despreciado, acusado , c o n -
denado : es Jesús sin palabra, sin acción, sin defensa. ¡Qué funesto cambio!
Los Apóstoles mismos le desconocen : le aman aun, pero casi ya no esperan
en é l : no saben hacerse superiores al terrible escándalo de su abatimiento.
Todo Israel desconoce á su Mesías, su R e y , su Salvador, en el estado de fla-
queza y humillación en que le ven. Los mas ciegos ven en él á un blasflemo
en vez de un Profeta , á un hipócrita en vez de un Santo , á un hombre r e -
probado y abandonado de Dios en vez del Hijo de Dios. Si algunos hay de
corazón recto y de carácter menos superficial, ven en Jesús un j u s t o ,
pero un justo desgraciado, débil, impotente , abandonado al furor de sus
enemigos , y sin fuerza para sostenerse á sí mismo. ¡Oh Virgen Madre de Je-
sús ! ¿ Fuisteis vos presente á este espectáculo ? ¿ Visteis á vuestro hijo a r r a s -
trado por las calles de Jerusalen , como un criminal á quien va á condenarse
al último suplicio? ¡Qué tormento para vuestro corazón! Mas vuestra fe no
titubeó. Vos sola comprendíais el grande misterio que se iba cumpliendo, y
en vos sola , si asi puede decirse , estuvo encerrada por entonces la fe de la
antigua y de la nueva alianza!
Dejemos por un momento al humillado Jesús para seguir los últimos
y funestos pasos del pérfido discípulo. Fijémonos ante todo en su a r r e p e n -
timiento , causado por las funestas consecuencias de su crimen , y no por
el pesar de haber ofendido á Dios. «Entonces Judas que habia hecho t r a i -
ción á J e s ú s , viendo que éste habia sido condenado , se arrepintió de lo
hecho.» ¿ Q u é pretendía, p u e s , Judas haciendo traición á Jesús? ¿ Q u é
esperaba entregándole á sus mas crueles enemigos ? ¿ á los que desde tanto
tiempo estaban anhelando su muerte ? Quizás la pasión le ocultaba los t e r -
ribles efectos de su pecado. Tal vez tenia una especie de esperanza de que
las cosas no llegarían á tal extremo , ó que su Maestro , cuyo poder le era
conocido , obraría algún milagro para su defensa ; y esto tranquilizaba algún
tanto al traidor: Quizá estas confusas ideas le impedían el ver las consecuen-
cias que podia tener su crimen : mas cuando las vio estallar , y conoció que
todo su horror iba á recaer sobre é l , se arrepintió. Confesó su crimen , pero
esta confesión venia de un espíritu irritado, no de un corazón contrito. «Res-
tituyó las treinta piezas de plata á los príncipes de los sacerdotes y á los ancia-
n o s , diciendo: Yo he pecado , pues he vendido la sangre inocente , la sangre
del justo.» Nada mas edificante que esta confesión si su resultado nos m o s -
trase que parte de un pecho contrito y humillado delante de Dios , y no de
un espíritu orgulloso irritado contra sí mismo por haber sido capaz de tal
vileza , é irritado contra los cómplices de su iniquidad que le animaron y
alentaron para cometerla. Si Judas habla así, no tanto es para acusarse á sí
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propio , como para echar en cara á los sacerdotes y á los magistrados , que
si él es culpable , ellos lo son mas todavía. Mas ¿cómo en vez de inculpar á
sus cómplices no huye de ellos , no busca á Dios , no se postra á su p r e s e n -
cia reconociendo su crimen , y no acusando sino á él solo ? Pero no : si se
desprende del objeto de su pasión , este desprendimiento nace del disgusto,
pero no de una.sincera conversión hacia Dios. Parece que la restitución de
las treinta piezas de plata á los príncipes de los sacerdotes y ancianos del
pueblo fué por la mañana cuando éstos salian del Consejo y se disponian p a -
ra ir á casa de Pilátos; mas como éstos se resistiesen á recobrar aquel d i n e -
ro , Judas se trasladó al Templo , y habiendo arrojado las monedas en él á
presencia de los príncipes de los sacerdotes, que estaban allí de servicio , «se
retiró.» Este paso que á primera vista parece edificante , es también e q u í -
voco , porqué si bien la penitencia de Judas le desasió del objeto de su pasión,
que era el dinero, no le hizo volver á Dios , sin lo cual no hay verdadera
penitencia. El traidor detesta ahora este dinero mismo por el cual tanto sus-
piraba, y por el cual ahogó tantos remordimientos, resistió á tantas inspira-
ciones , despreció tantos avisos de misericordia de parte de su Maestro, y
sacrificó su honor , su alma , su conciencia , su rango , su apostolado. D e -
testa á este objeto maldito de su pasión , y no puede sufrirlo , lo vuelve, lo
rechaza, lo echa de si. «Retiróse, p u e s , y después se ahorcó, y h a b i é n -
dose rebentado por medio del cuerpo, sus entrañas cayeron esparcidas por
el suelo. » Horrorizado Judas de su negra traición y de sí mismo , buscó
la soledad para entregarse á sus lóbregos pensamientos. Satanás, á quien
habia dado entrada en su corazón , le habia ocultado la enormidad de su
crimen antes de cometerle; pero cometido ya, se lo representa con tan v i -
vos colores , que le hace exclamar como al primer fratricida : «Mi i n i q u i -
dad es tan grande , que no puede obtener perdón.» Y aun añadió para c o n -
sigo mismo. Cualquiera que me encuentre me matará. ¿ A dónde ir después
de tan abominable atentado? ¿ á dónde refugiarme? ¿con qué ojo me m i -
rarán ? ¿en dónde osaré parecer? ¿ q u é va á ser de m í ? ¿ Q u é peso para
una alma orgullosa el de la afrenta y del oprobio, del odio público y del
desprecio general? Judas no vio para él otro recurso que la muerte : p r e -
firió quitarse la vida , que arrastrarla con infamia. Apeló al suicidio , como
muchos de nuestros espíritus fuertes, que agobiados bajo el peso de una vida
que ellos mismos se han hecho desgraciada, no tienen valor para vivir. ¡Ah!
Judas hubiera podido pasarla en la penitencia : su infamia hubiera servido á
su gloría: Dios le hubiera perdonado : la Iglesia le hubiera enaltecido : el cielo
le hubiera coronado ! Mas veamos la conducta que guardan los sacerdotes y
doctores con respecto á Judas. « Ellos respondieron ¿qué nos importa? esto es
cuenta tuya. » ¿Nada les importaba á ellos derramar para saciar su odio la
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sangre de un justo , de un profeta , del Mesías , del Hijo de Dios? Y esto les
era indiferente! El clamor de venganza que contra ellos levantó esa sangre,
que destruyó su nación, y que como un anatema del cielo pesa aun sobre sus
descendientes, nada les importaba! Y entre tanto ponian su escrupulosa aten-
ción en ligeras minuciosidades ! « Mas los príncipes de los sacerdotes, r e u -
nidas las monedas , dijeron : No es lícito meterlas en el tesoro (del Templo)
siendo , como son , precio de sangre. » Helos ahí á estos hombres tales como
los habia pintado el Salvador. La ley prohibía solamente ofrecer al Señor , ó
poner en el tesoro del Templo el dinero que hubiese sido precio de un objeto
impúdico, ó que proviniera de la venta de un animal i n m u n d o ; pero s i -
guiendo las tradiciones humanas, extendieron la ley al presente caso. Y mien-
tras escrupulizaban poner este dinero en el tesoro del Templo , no tenian e s -
crúpulo en sacar de él para pagar una traición y comprar la sangre de un
hombre justo, cuyo único crimen consistia en haberse atraído su envidia y su
odio por el brillo de sus milagros y cíe sus virtudes. Mas la sabiduría de Dios
hace servir á su gloria la locura de los consejos de los hombres. « Y después
de haberlo tratado en consejo , compraron con aquellas monedas el campo
de un alfarero para sepultura de los extranjeros. Por lo cual se llamó dicho
campo Haceldama , esto es , campo de sangre , y así se llama hoy dia. » P ú -
sose, pues, aparte aquel dinero hasta que se pudo deliberar acerca del uso que
de él se haria y después de haberse tenido consejo, determinóse comprar de
los treinta dineros reservados un campo que pertenecía á un alfarero , y se
le destinó para sepultura de los extranjeros que muriesen en Jerusalen. Y
este campo tomó después el nombre de Haceldama , esto es , tierra de s a n -
gre. Así Judas dio de que adquirir un campo con el precio de su iniquidad.
Interesaba á los sacerdotes ocultar la retractación de Judas, por la cual habia
declarado que habia pecado y vendido la sangre del Justo , y era gloria para
Jesucristo que esta retractación fuese bien conocida; porqué podia creerse
que un discípulo, que tenia la confianza de su Maestro y administraba su d i -
nero no se habria resuelto á venderle, sin tener alguno de aquellos motivos
legítimos que el público no podia saber ; pero el campo comprado por los sa-
cerdotes mismos vino á ser u n monumento eterno de la inocencia de Jesús.
El nombre que el público puso á aquel campo muestra que sabia de que d i -
nero fué comprado , y porqué fué devuelto aquel dinero. Y este nombre
pasando de boca en boca perpetúa para siempre el testimonio, nada sospe-
choso, que dio Judas á la santidad de su Maestro, y perpetúa al propio tiempo
el crimen de los sacerdotes que derramaron aquella sangre. Y hasta el uso
para el cual se deslinó aquel campo contribuyó á que no se olvidase el m o -
tivo de su adquisición , y que recordase igualmente á judíos y á extraños la
memoria de lo que habia pasado. Aun mas, la ignorancia de las profecías en
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que se hallaban aquellos hombres de la ley hizo que las cumpliesen hasta sus
últimas circunstancias, sin advertirlo. «Con lo que vino á cumplirse lo que pre-
dijo el profeta Jeremías diciendo : Recibido han las treinta monedas de plata,
precio del puesto en venta , según que fué valuado por los hijos de Israel; y
empleáronlas en la compra del campo de un alfarero, como me lo ordenó el
Señor.» De Judas , indigno hijo de Israel, es de quien recibieron los sacerdotes
aquellas treinta monedas que ellos le habian dado. Admiremos de paso como
un suceso que parece en sí tan poco importante es el cumplimiento de una pro-
fecía, que marca todo el pormenor de lo que aquí pasa, y que no se ha visto
cumplida en ninguna otra ocasión mas que en esta : Profecía insigne y capaz
por sí sola de convertir un judío de buena f e , así como de llenar un corazón
cristiano de admiración y de consuelo.
CAPÍTULO LXXXVI.
CAPITULO LXXXVII.
Jesús en casa de Heredes. Esle le vuelve á Pilálos. Oprobios de Jesús basla el suplicio
de la Elagelacion.
« JLÍJECÜTADO esto, salió Pilátos de nuevo á fuera, y dijo á los judíos: «He aquí
que os le saco fuera , para que reconozcáis que no hallo en él crimen algu-
no ; » como si les dijera : Os le traigo aquí para que sepáis como le he trata-
do, a u n q u e no hallo crimen en él. Habiendo visto Pilátos el cruel y lastimoso
estado á que los soldados habian reducido á Jesús , esperó que tan lastimoso
espectáculo haria impresión sobre el corazón de los judíos , como la habia
hecho en el suyo , y mandó que se le trajese. Salió en seguida por la parte en
que se hallaba el pueblo, y salió á la t r i b u n a , desde la cual muchas veces le
habia hablado. La intención de Pilátos era de preparar los ánimos é inspirar
al pueblo algún sentimiento de compasión para con aquel que ibaá mostrar-
les. Hacíales memoria del juicio que habia siempre formado de él declarán-
dole inocente. Recordábales indirectamente la condescendencia que acababa
de tener con ellos, haciéndole castigar, aunque inocente, y les pedia que por
retorno, se contentasen con aquel suplicio, aun cuando le creyesen culpable.
Quería por fin hacerles ver que habia tenido su p a l a b r a , haciéndole castigar,
como habia prometido, y aun mas allá. Pero en todo esto Pilátos no hacia
mas que hacer traición siempre mayor á su deber, y degradarse á sí m i s m o :
engañábase en su esperanza, condenábase por su propia boca, contradecíase
en sus juicios , y solo cumplía á medias la palabra que tenia dada ; pues si
bien habia cumplido la promesa hecha á la iniquidad , no ejecutaba la que
habia hecho á la justicia , cual era soltar á Jesús , después de haberle hecho
castigar. En lugar de dejarle l i b r e , le entrega aun á merced de sus enemigos,
y continua en representar el papel de intercesor donde está encargado de hacer
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el de juez. ¿ Y en qué estado pareció Jesús? «Jesús, p u e s , salió con una co-
rona de espinas y un manto de escarlata. » Sin duda que llevaria también la
caña en la m a n o , y que pareció sobre la tribuna en el estado de dolor y de
desprecio en que le habian puesto los soldados. Y como si no le bastase tener
á éstos por testigos de su oprobio , debia pasar por la confusión , en aquel
estado de ignominia , de ser dado en espectáculo á todo el pueblo , y lo que
es mas sensible, en espectáculo á sus mas encarnizados enemigos 1 Y Pilálos,
mostrándoles á Jesús, les dijo: «¡Ved ahí al hombre!» palabra profundamente
significativa que encierra en cierto modo todos los misterios de la pasión del
Hombre-Dios. ¡Ved ahí al que acusáis de excitar sediciones y de aspirar al tro-
no! ¡Ved si en el estado en que se halla tenéis algo que temer de él en este sen-
tido ! Y pasando por alto el cúmulo de reflexiones que nos inspira este espec-
táculo de Jesús , del hombre despreciado , del hombre de dolor , del último
de los hombres , como cantó Isaías , veamos que sentimientos excitó la vista
de Jesús. « Los príncipes de los sacerdotes y sus ministros al verle se p u s i e -
ron á gritar : Crucifícale , crucifícale. » No es aquí el pueblo quien hace oir
su voz. Quizás tan tierno y desgarrador espectáculo- empezaba á excitar en
los corazones sentimientos de compasión ; quizás lo advirtieron los pontífi-
ces , ó se lo temieron, pues se dieron prisa á prevenir la respuesta del p u e -
blo , y el pueblo no les contradijo. No bastaba aun tanta lástima para a q u e -
llos pechos bárbaros y suspicaces; envidian á Jesús un resto de v i d a , y no
estarán satisfechos hasta que la- habrá perdido toda en la cruz. I n d i g n a -
do Pilátos del encarnizamiento de los pontífices en pedir que Jesús fuese
crucificado «les dice: Tomadlo vosotros mismos y crucificádlo , pues para
mí no encuentro en él crimen alguno. Respondiéronle los j u d í o s : Nosotros
tenemos una l e y , según la cual debe m o r i r , porqué se ha hecho Hijo de
Dios. » Jamas existió una ley semejante. La ley según la cual debe morir , no
es otra cosa- por parte de los judíos que la ley de su pasión , y por parte de
Jesús, la de su amor. Habia una ley que condenaba á muerte á los blasfemos
y á los falsos profetas, q u e demasiados hubo por desgracia entre los a d o r a -
dores del verdadero Dios. Esta ley no podía ser otra que la establecida contra
los blasfemos en el cap. XXIV del Levítico, donde manda Dios: « El que blas-
femare el nombre del Señor , muera- por ello. » Mas no habia ejemplo entre
ellos que nadie s e hubiese dicho Hijo de Dios en un sentido propio y n a t u -
ral, para que pudiese tenerse como una blasfemia. Solo Jesús se habia hecho
Hijo de Dios en el sentido propio y natural que le hacia igual á Dios. Lo h a -
bia dicho á todo el pueblo en las instrucciones públicas que les daba en el
Templo; lo habia dicho aun mas claramente en medio de todo el Consejo; no
se habia retractado de ello en un segundo Consejo , y confirmaba su testimo-
nio por la efusión de su sangre y á costa de su vida que iba á dar por esta
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verdad. Harto habia probado por sus obras portentosas que era Hijo de Dios,
y lo probaba actualmente por la manera con que sufría, y por el concurso
de todas las profecías que se cumplian en él. ¡ Mas cuántas nulidades en e s -
te mal forjado proceso ! ¡ Cómo atrepellaban aquellos doctores y hombres de
la ley , las leyes de la justicia , mudando de acusación como mejor les v e -
nia para salir con su intento! Primero le acusaron de que se hacia rey y e s -
torbaba que los tributos se pagasen al César ; pero viendo que el presidente
no hallaba pruebas de este delito ni substancia en el cargo , acusáronle de
otro delito que él entendiese menos y le turbase mas , diciendo; que habia
querido hacerse Hijo de Dios , alegando leyes que él no podia saber , y que
realmente no existían. Aun mas : la ley del Levítico , mal aplicada , c o n d e -
naba á los blasfemos al castigo de lapidación y no de c r u z , como realmente
ellos mismos por esta misma causa le intentaron apedrear varías veces.
¿ P u e s cómo ahora piden con tanta fuerza la muerte de c r u z ? ¿Cómo no
habiendo ley entre los romanos que castigue la blasfemia , quieren que sea
castigado con la pena que señalan las leyes romanas ?
Admiremos entre tanto como la Providencia , por la natural sucesión
de los hechos, mostró las calidades y juntamente las dos naturalezas de
Jesucristo. Mientras que Pilátos lo presenta á los judíos y les muestra su
humanidad degradada , humillada, diciéndoles : He aquí el Hombre , los j u -
díos por su parte le descubren su divinidad de la cual no habia aquel juez
oido hablar aun , diciéndole : Se ha hecho Hijo de Dios. Primero se le habia
traído á Jesús como diciéndose el Cristo-Rey. Su calidad de Cristo, de Me-
sías y de Profeta , que era de la inspección de los que poseían las Escri-
turas , fué desconocida de los judíos, ultrajada por la venda , las salivas y
los bofetones. Su calidad de Rey , que parecía ser de la inspección del go-
bierno , fué ultrajada por los gentiles en el Pretorio con la cruel irrisión
que hemos visto. Por fin su calidad de Hijo de Dios va á ser ultrajada por el
concurso de los judíos y de los gentiles. Ya el Consejo de los judíos condenó
á muerte á Jesús por este supuesto c r i m e n , y los gentiles van á ejecutar
la sentencia por el suplicio de la c r u z , requiridos é instados por los judios.
Mas ¡ cuál encadenamiento de hechos y de maravillas nos ofrece aquí la
Providencia ! Admiremos como pudo verificarse que el Mesías , esperado de
la nación , pareciendo con todos los caracteres de su misión divina , a n u n -
ciado por un Precursor á quien todo el mundo respetaba, reuniendo en sí-
el cumplimiento de todas las profecías , obrando milagros que fuerzan á los
menos inteligentes á decir que es el Mesías esperado, vea ahora que toda la
nación está pidiendo su suplicio y su muerte, cuando el juez que á ella le
condena nunca ha hablado sino para dar testimonio de su inocencia, y no ha
cesado hasta el fin de proclamarle en alta voz inocente! Esta declaración for-
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mal de Pilátos se halla cuatro veces en el solo relato de los Evangelistas.
«Mas Pilátos, habiendo oido aquellas palabras : Él se ha hecho Hijo de Dios,
temió mas todavía. » No estaba el juez sin remordimientos por la manera
con que habia tratado á un hombre inocente, á un Justo que se decia el M e -
sías y el Rey prometido á los judios; mas cuando oye que este hombre se de-
cia también Hijo de Dios, su sorpresa fué tan extrema como su temor. Tenia,
por decirlo así, bajo sus manos las pruebas de tan asombrosa verdad. Lo que
veia en J e s ú s , su silencio , sus palabras, su paciencia ; lo que le habia oido
decir, que su reino no era de este mundo , y que él habia nacido para dar á
conocer la verdad ; sus milagros sin n ú m e r o , de que era imposible no tuvie-
se alguna noticia , lodo esto anunciaba un origen celeste ; y si á todas estas
pruebas se unia el teslimonio de un hombre tan extraordinario , parecia la
cosa fuera de duda. No le restaba mas á Pilátos sino ilustrarse sobreesté
punto, y esto fué lo que hizo desde luego. Y hemos de confesar que el temor
de Pilátos no podia ser mas fundado ; pues maltratar , ultrajar, dar la m u e r -
te al Hijo de Dios, era una cosa terrible. Y por parecerle este punto muy
grave y digno de ser averiguado, entró otra vez en su Pretorio ó local de
audiencia, pensativo y lleno de temor y de zozobra. Y llamando al Señor
a p a r t e , «le preguntó diciendo : ¿De dónde eres l ú ? Mas Jesús no le daba
respuesta alguna. » No era del país de Jesús de lo que se informaba Pilátos,
pues sabia que era galiléo ó nazareno : le preguntaba sobre su origen para sa-
ber lo que decia él de sí mismo , y si era verdad que se hiciese pasar por ser
de un origen celeste, por ser el Hijo de Dios. La causa del silencio de Jesús
proviene de las malas disposiciones de Pilátos , muy semejantes á las de H e -
ródes , á las de los impíos y poderosos del mundo , cuando se ponen á e x a -
minar la Religión. La primera de estas malas disposiciones fué una vana c u -
riosidad. La imaginación de Pilátos estaba llena de los dioses de la fábula y
de los héroes hijos de aquellos dioses, los cuales, si bien eran pasibles y
mortales , con todo por su origen divino se les suponian virtudes heroicas y
hechos sobre humanos ; y como las que del Salvador se contaban eran mas
que de hombre , quedábale la sospecha de si era hijo de algún dios, pero no
podia entender como en un pueblo adorador de una sola divinidad, podia J e -
sús llamarse Hijo de Dios. Mas le estaban ocultos los adorables misterios de
la Encarnación y de la fecundidad de una Virgen. Tenia ademas Pilátos una
orgullosa presunción. Creíase con derecho de hacer esta pregunta , y que J e -
sús estaba obligado á responder. Pero tan sublime misterio no debia revelar-
se sino á los pequeños y humildes y no á los presuntuosos. Por último Pilá-
tos no obraba sino por una prudencia carnal. Queria juzgar de lo que le
contestaría Jesús , y estaba resuelto á portarse de modo que no c o m p r o m e -
tiese los intereses de su fortuna, la cual prefería á todo. ¡Cuan opuesta e s t a -
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ba esta disposición á la sencillez , á la humildad, á la pureza de corazón y al
desasimiento de todas las criaturas! Viendo , pues , el Salvador estas malas
disposiciones de Pilátos, que no era aquella oportunidad para declarar su
generación eterna á quien no estaba dispuesto ni á entenderle ni á creerle,
determinó callar, y no responder palabra; conservando su acostumbrada gra-
vedad y modestia , no pareciéndole necesaria aquella pregunta para la causa
de que se estaba tratando, pues Pilátos debia estar mas que satisfecho de
su inocencia , por cuanto él ya habia respondido que su reino no era de este
mundo. Ni tampoco quiso aparecer defensor de sí propio , persuadiendo á
u n gentil lo que los sacerdotes y doctores habian tenido por blasfemia. Solo
hablaba Jesús cuando era para gloria de Dios y provecho de los que le oian :
cuando no respondía, callaba como Cordero ; cuando respondia nos e n s e ñ a -
ba como Pastor. «Dijole Pilátos (cómo quejándose) ¿A mí no me hablas?
¿pues no sabes que está en mi mano el crucificarte , y que está en mi mano
el libertarte?» Pilátos justifica por estas palabras sus malas disposiciones,
demuestra la falsa idea que tiene de su poder, idea harto común por desgra-
cia así á los que ejercen autoridad sobre la tierra , como á los que deben
obedecerla, olvidándose del Arbitro supremo que debe juzgar á las mismas
justicias, y á quien deberán dar cuenta los reyes y los gobernantes del uso
que hayan hecho de su autoridad. Y le responde Jesús : «No tendrías poder
alguno si no te fuese dado de arriba. Por tanto , quien á tí me ha entregado
es reo de pecado mas grave. » ¡ Qué majestad en esta contestación! Y ¡ cuan
digna es del Hijo de Dios! Jesucristo reconoce tácitamente que es el Hijo de
Dios , pues no niega la acusación que contra él se hace , y que no habiendo
respondido á la pregunta que le hizo Pilátos , responde á lo que éste le a ñ a -
de después. Reprime el orgullo de este magistrado , recordándole que su p o -
der viene de Dios ; nos da el ejemplo de la obediencia que debemos á las p o -
testades establecidas por Dios, aun cuando abusen de su p o d e r ; echa en
cara á Pilátos su pecado , bien que indirectamente y con admirable dulzura,
y se muestra Juez soberano ó ilustrado por él discernimiento que hace y el
juicio que pronuncia sobre los pecados , decidiendo que el de Caifas es m a -
yor , porqué el poder que recibió es mas santo y dotado.de mas luces , p o r -
qué obró por pasión , por odio , por envidia, y Pilátos solamente por debili-
dad , por cobardía , y como á pesar suyo ; porqué , en fin , Caifas dio á los
otros el impulso , y arrastró por su autoridad los sacerdotes y los magistra-
dos y sedujo al pueblo por sus calumnias y manejos. Sobre todo Jesucristo
con estas palabras de que todo poder viene de lo alto fija de un modo a d m i -
rable y divino el grande fundamento de las sociedades h u m a n a s , desde la
del hogar doméstico mas humilde hasta la del mas vasto y poderoso imperio:
echa por tierra el principio destructor de toda sociedad, que el poder viene
— 697 —
del hombre , del cual han nacido los dos grandes monstruos de la h u m a n i -
dad , el despotismo y la anarquía , porqué si todo poder viene de Dios, todo
hombre que ejerce poder sea de la clase y en la forma que q u i e r a , no es
mas que el delegado de la divinidad, y como tal responsable ante ella del
modo con que lo ejerce : ¡ ay de los tiranos y opresores ! Si todo poder vie-
ne de Dios , se debe respetar y obedecer al que ejerce el poder , como se
respeta y obedece á Dios mismo : ¡ ay de los que se revelan contra la auto-
ridad constituida! Ved ahí reducido en dos palabras el código político de la
humanidad! Ved ahí destruidos y fulminados todos los sueños de la sobe-
ranía del hombre ! Lo que realza mas la divinidad de esta respuesta es que
Jesús hablaba a s í , desgarrado su pecho por los azotes , y llevando sobre
su cabeza su corona de espinas. Tales fueron las últimas palabras que p r o -
nunció Jesús delante de Pilátos y delante del Pretorio.
«Desde aquel momento Pilátos buscaba un medio para libertarle. » Las
palabras que Jesús acababa de pronunciar , y que eran las últimas que de-
bía escuchar de su boca, hicieron una fuerte impresión en el espíritu del
gobernador. Advirtió con aquellas palabras , que tenia superior en el cielo,
al cual habia de dar cuenta de sus actos ; empezó á entrar el temor en
su ánimo , y si antes no tenia sino deseos, desde entonces se declaró con
voluntad decidida para librarle. Pareció , pues , conmovido , convertido ,
arrepentido de lo p a s a d o , resuelto á obrar mejor en adelante, d e t e r m i -
nado á librar á Jesús y á entrar en vias de justicia, de los que se habia
desviado. ¿Mas qué hace Pilátos para reparar su injusticia? Busca un me-
dio para librar á Jesús , y le busca con un deseo sincero de hallarle , y con
una voluntad firme de abrazarle luego de hallado. ¡ Mas qué abuso y qué
ceguera ! ¿ Por qué busca lo que tiene en sus manos ? ¿ No es dueño de
librarle allí mismo ? ¿ No acaba de decir de si que tiene el poder de liber-
tarle? ¿No se ha ya comprometido á ello mandándole azotar? ¿ n o ha p r e -
venido al pueblo? ¿ q u é busca pues a h o r a ? busca conciliar el deber con la
pasión. Esto es lo que ha buscado desde un principio , y esto es lo que no
hallará jamas. Pero la perfidia es astuta : los judíos lo entendieron , y p r e -
veyendo su designio no le dieron tiempo para hablar. Viendo que el delito
de blasfemia no hacia fuerza al Presidente, vuelven á mudar la acusación,
y renuevan la p r i m e r a : «Pero los judíos daban voces diciendo : Si sueltas
á ese no eres amigo del César , puesto que cualquiera que se hace rey , se
declara contra el César. » Vimos ya cuan distante estaba de atentar á los
derechos del César la calidad de rey que se daba Jesús , declarando la obli-
gación de pagar el tributo al César y de darle lo que era suyo. Pero para
el odio y para la calumnia, todo sirve. Sabia Pilátos que si Jesús aspiraba á
un reino, no era de este mundo , y que su calidad de Rey era un punto de
88
— 698 —
religión y no un negocio de Estado; que ninguna sombra de sospecha había
infundiólo á Heródes, y nó podia ofender al César. Así el mismo Pilátos no
temió el darle siempre el título de rey de los judíos : y hasta quiso que se e s -
cribiese sobre su Cruz. Si Pilátos hubiese tenido un poco mas de firmeza h u -
biera despreciado clamores y amenazas que carecian de todo fundamento ;
pero un hombre que no tiene mas Dios que su fortuna, á la cual está resuelto
sacrificarlo t o d o , fácilmente se deja desconcertar é intimidar. Al solo nombre
de César, todos los designios de librar á Jesús se desvanecen como un sueñe,
y Pilátos pasa rápidamente de la voluntad de libertarle á la de entregarle.
Serian como las once del dia, según el cómputo mas admitido , cuando Pilá-
tos , aterrorizado con la gritería de los judíos , acabó de rendirse c o b a r d e -
mente y tomar su resolución : empezó á prevenir con aparato la conclusión
del proceso , y dar á su fallo la solemnidad que las leyes y las costumbres
requerían. Nunca se presentó sobre la tierra decisión mas importante. El
Evangelio marca todas sus circunstancias : « mas Pilátos, oídas aquellas pala-
bras, sacó á Jesús fuera del Pretorio: sentóse "en su tribunal, en el lugar di-
cho Lithostrolos y en hebreo Gabbatha. Era entonces el dia de la preparación
de la Pascua, cerca de la hora sexta. » Parémonos un momento para reunir
todas las circunstancias. Las personas son : El Hijo de Dios presente y citado
como criminal, el pueblo de Dios que pide su m u e r t e , y un gentil, un p a -
gano que debe decidirla. El lugar es el tribunal del Imperio romano l e v a n -
tado con todo su aparato en medio de la ciudad santa. El Evangelista le
nombra en tres lenguas, Iatin , griego y hebreo , como queriendo significar
que todas las naciones de la tierra están interesadas en la sentencia que va á
salir de este t r i b u n a l , que no es tanto el de los hombres como el de Dios
mismo. Este tribunal, dice un historiador de la Sagrada Pasión , era alto y
eminente , que esto significa gábbache , y estaba el pavimento formado con
piedras menudas de varios colores, que representaban riqueza y majestad, lo
cual llaman los griegos lithostrolos. Estaba arrimado á la pared del Pretorio
por la parte de fuera , y descubierto y patente á toda la plaza , pudiéndose
subir á él por dentro del Pretorio tan solamente. El dia era el viernes de
Pascua , y la víspera del sábado mas célebre del a ñ o , porqué caia en la so-
lemnidad de la Pascua. La h o r a , la mas brillante del dia, cerca del m e d i o -
día , como hemos dicho. Toda la ciudad estaba en movimiento desde la m a -
ñana. Tres poderes públicos habian tenido conocimiento del negocio : el Con-
sejo general de la nación , el Rey de Galilea , y el Gobernador romano. En
casa de este último se habian reunido los pontífices , los sacerdotes , los d o c -
tores de la ley, los magistrados, los ancianos del pueblo para acusar á Jesús.
Algo después habian ido allá los diputados de las doce tribus para reclamar
la libertad de un criminal. La fiesta de Pascua habia atraído á Jerusalen una
— 699 —
multitud de extranjeros, los cuales, junto con los habitantes de la ciudad, ha-
bían tenido tiempo y ocasión para presenciar la decisión de negocio tan i m -
portante á los ojos del cielo y de la tierra. Jesús habia nacido en un establo,
en medio de la noche y sin testigos , y quiere ser entregado á la muerte en
Jerusalen , en la fiesta de Pascua , en medio del dia y á vista de todos los
pueblos. Jamas se oyó decisión tan manifiestamente forzada , ni tan c r i m i -
nalmente arrancada. Habiéndose sentado Pilátos en su tribunal «dijo á los
judíos : He aquí vuestro Rey. Mas los judíos se pusieron á gritar -. Quítale,
quítale de en medio : crucifícale. » Es cuando menos por la tercera vez que
hacen resonar los aires con este grito sanguinario , y esta será la última. P i -
látos les hace aun la última instancia , y les dijo : « Y que ¿ á vuestro Rey
habré yo de crucificar ? » ¡ Preciso es que un pagano hable así al pueblo de
Dios, y que este pueblo no le escuche! Los príncipes de los sacerdotes
tomaron entonces la palabra «y dijeron : No tenemos otro Rey que César. »
No renuncian, pues, estos impíos á Jesús en particular, sino al Mesías en g e -
neral , cualquiera que sea. La espectacion del Mesías, de un Rey de la raza
de David que librará á Israel , es una preocupación que abandonan al p u e -
blo , del que se burlan en secreto , y contra el cual se declaran aquí en p ú -
blico. Mas este pueblo ¿ p u e d e oir tranquilo tal blasfemia? tan indiferen-
te adopta todas las opiniones de sus guias, y renuncia á las promesas y á la fe
de sus padres ? Si no quiere tener otro Rey que el César , su voto será oido :
no tendrá ya ni Rey, ni Reino, ni República , ni Estado , estará sometido al
César , que le destruirá, y á todos los Césares de la tierra ; tendrá una vida
errante y vaga , y será mirado como el oprobio del mundo y el desecho de
todas las naciones. Nunca hubo una decisión tan extraordinaria y tan i n c o n -
cebible. Tres de los Evangelistas nos dicen : « Y les entregó á Jesús para ser
crucificado. » S. Lúeas nos dice : « Y á Jesús le entregó al arbitrio de ellos. »
Después de tantas interrogaciones de parte de Pilátos para examinar á Jesús,
después de tantas declaraciones para justificarle, después de tantos esfuerzos
para libertarle, todo termina al fin á entregarle para ser crucificado. ¿ P e r o
cómo se lo entrega? ¿Es por una sentencia de condenación? No parece que
sea así, y después de lo que habia hecho y dicho , ¿cómo hubiera osado pro-
nunciarla? ¿Cómo podia decir que por los méritos del proceso debia c o n d e -
nar y condenaba? ¿ F u é por un simple permiso ? Ya se lo habia concedido dos
veces , y no se habian dado por contentos. ¿Es Pilátos quien lo crucifica ? El
mismo acaba de inhibirse ,- y le vemos que entrega Jesús á los judíos para
ser crucificado. ¿Son los judíos los que le crucifican? Ellos han declarado
que esto no les era permitido. No se sabe , pues , á punto fijo lo que es este
juicio de Pilátos. Tan solo se ve que el orden, la razón, la equidad, las leyes,
las formalidades, todo se olvidó , todo se echó por tierra. Él se lo entregó-.
— 700 —
Esta es la palabra de que se valen los cuatro Evangelistas , y esta notable
circunstancia nos da á entender claramente que nada mas hubo de formal
contra Jesús; pero Jesús fué de ello la víctima , y no fué por lo mismo m e -
nos crucificado que si hubiese tenido una sentencia pronunciada contra él y
revestida de todos las formalidades. ¡ Cuánta injusticia! ¡ cuántos horrores!
C A P Í T U L O XC.
CAPITULO XCI,
C A P Í T U L O XCII.
CAPITULO XCIII,
91
— 722 —
]a cruz , desde la hora sexta á la nona que murió , ó s e a , desde el medio-
día hasta las tres. El autor pagano contemporáneo ya citado , dice que la os-
curidad fué tal al mediodía que se veian las estrellas. Y en esto no siguió la
gradación natural de los eclipses ordinarios ; pues cuando algún objeto n a t u -
ral nos oculta el sol , la oscuridad es mayor en el punto medio de su d u r a -
ción , porqué las tinieblas van creciendo y van disminuyendo gradualmente.
Al contrario , en este prodigio entra de repente una noche profunda, que
disminuye ó se templa después , y redobla al fin. Así la naturaleza pareció'
tomar parte en los sufrimientos de su Autor , ó mas bien que el Autor de la
naturaleza exalta la humillación de sus padecimientos por el mas estupendo
prodigio que se vio jamas. ¿No habian pedido los judíos al Señor un p r o d i -
gio en el cielo? He aquí uno muy superior á cuanto podian imaginarse;
pues ¿ q u é mayor prodigio que el lulo universal de lá naturaleza ? ¿Cómo,
pues , no desisten al momento de su crimen , como no le detestan , como no
reconocen al Hombre-Dios , y no vienen á postrarse contritos y arrepentidos
ante el Divino crucificado ? Porqué la incredulidad no cede á los prodigios,
sino solo al rayo despedido por la mano de Dios. Y es aun lo mas admirable-
he aquí un prodigio que por mas asombroso que sea, habia sido prenunciado
en términos formales, y cuya profecía hubiera siempre pasado por una e x -
presión figurada y metafórica , si este grandioso suceso no le hubiese reali-
zado.
Pero en medio de ese espantoso trastorno, y de los mas horribles tor-
mentos , oigamos al Salvador divino como desde su cátedra sangrienta da sus
últimas lecciones á la ya redimida humanidad. Por la primera palabra habia
pedido á Dios perdón por sus verdugos ; por la segunda habia accedido á la
súplica del buen ladrón; por la tercera habia confiado su Madre á S. Juan ;
y por esta , que es la cuarta , nos mueve á considerar cuanto le ha costado
el rescatarnos. «Y hacia la hora nona, arrojó Jesús un agudo clamor, dicien-
do : Eli, Eli, lamma sahactharíi, es decir: Dios mió, Dios mió, ¿por qué me
habéis abandonado?» Y dice S. Juan que estas palabras no tanto son una
queja como una instrucción. No las emplea el Señor para ser libertado, sino
para darnosá conocer el rigor de la justicia divina, la cual exigia que lejos de
ser él librado, quedase abandonado á todo el furor de sus enemigos, á los
tormentos , á los ultrajes y á la muerte. No se queja porqué no haya a c e p -
tado y consentido aquel decreto irrevocable de la justicia del amor y de la sa-
biduría de Dios, sino para enseñarnos que no nos está privada una queja tierna
y respetuosa, con tal que vaya unida á la resignación y fidelidad en soste-
ner todas las pruebas á que Dios sea dignado exponernos , inclusa la misma
muerte. No es posible pensar sin estremecerse, dice un piadoso y profundo
observador, en que consistia aquel terrible abandono. No era real sin duda,
— 723 —
pues nunca fué ni debió ser Jesucristo objeto mas tierno de las delicias de
su Padre que en los momentos en que le daba la mas grande prueba de su
amor. Pero aunque este abandono fuese tan solo aparente , y no afectase el
fondo íntimo de su alma , hacia una impresión tal sobre sus potencias , que
el concebir el tormento producido por esta impresión es superior á toda i n -
teligencia creada. Y como el conocimiento y el amor que Jesucristo en c u a n -
to á hombre tenia á Dios , sobrepujaba al que pueden tener todas las criatu-
ras juntas , sigúese que sintió la pérdida de Dios mas vivamente de lo que
pudieran sentirle todas ellas , suponiendo que conociesen y amasen á Dios
tanto como pueden. Juzguemos por lo dicho de la desolación del alma de Je-
sucristo : desolación tranquila , es verdad , porqué no afectaba el fondo del
alma, pero de una inconcebible a m a r g u r a ; pues no podia ser dulcificada por
ninguna reflexión , por ninguna mira del porvenir, porqué, en aquel estado,
Jesucristo ni usaba, ni quería usar de la libertad de discurrir. Y lo que le
hizo capaz de soportar una pena de un peso tan aterrador , fué la fuerza in-
vencible de su amor ; fué la plenitud de la gracia que en él residia ; fué la
virtud omnipotente de la divinidad , que sostenia su humanidad santa. Este
lamento, tan propio para instruirnos, no hacia mas que aumentar las humi-
llaciones de Jesús , y parecía confirmar lo que se le echaba en cara de haber
puesto en vano su confianza en Dios. Si alguna vez esta queja de Jesucristo
nos ha hecho quizás una impresión poco ventajosa , abramos el libro de los
Salmos, y en el XXI veremos con admiración no solo este lamento , sino sus
mismas palabras puestas por el Profeta en boca del Mesías; veremos la razón
de su abandono á la discreción de sus enemigos , siendo las culpas agenas de
que se ha encargado las que claman venganza y se oponen á su libertad; y
que nó en el dia de su Pasión ha de ser oido y libertado, sino en la noche
del sepulcro. Veremos allí en propios términos las blasfemias que contra él
se vomitan, sus pies y sus manos taladradas , sus huesos dislocados y distri-
buidas sus vestiduras. Y lo que es mas admirable, veremos allí su r e s u r r e c -
ción , la predicación del Evangelio , el establecimiento de la Iglesia , la unión
de los fieles en una misma mesa , la conversión de los gentiles y la p e r p e t u i -
dad de la fe. Jesucristo , al pronunciar desde la cruz las mismas palabras del
Salmo, nos manifestó que este abandono estaba ya prenunciado, y que era el
cumplimiento literal de la profecía , siendo el fruto de este abandono la fun-
dación de la Iglesia , fuente de toda virtud y santidad. Esta sola palabra de
Jesucristo prueba la divinidad de su persona. «Algunos de los que estaban
allí presentes , oyéndole hablar así, decian : Este hombre llama á Elias. » La
venida de Elias ha sido muchas veces causa de error tanto para los j u -
díos como para los herejes. Mas el Elias que esperaban los judios habia ve-
nido ya en la persona de Juan Bautista, y el Elias que aguardan los herejes
— 724 —
no trastornará el orden de la gerarquía establecida por Jesucristo, ni justifi-
cará la tenaz resistencia de aquellos á las decisiones de la Iglesia. « D e s -
pués de esto , viendo Jesús que todo estaba consumado , á fin de que una
palabra de la Escritura tuviese su cumplimiento , dijo : Yo tengo sed. » Esta
palabra coincidió con la anterior. El Salvador profirió su queja en su lengua
hebrea y natural, en la que para decir Dios mió repitió la v o z M . Y respon-
dieron con mofa los espectadores que llamaba á Elias á su favor , por la s e -
mejanza que hay entre los nombres de Eli y Elias. Y los letrados y s a c e r d o -
tes, lejos de hacer advertirla falsa interpretación de aquella brutal soldadesca,
aplaudieron su ignorancia para mayor ignominia del Salvador. Cuando aque-
llos bárbaros oyeron que Jesús tenia sed , corrió uno á empapar una esponja
en vinagre , y envolviéndola en el cabo de una caña de hisopo, la aplicaron
á sus labios divinos, secos y amoratados , añadiendo por burla los c i r c u n s -
tantes : «Esperad, veamos si vendrá Elias á desclavarle de la cruz. » Porqué
Jesucristo , en medio de aquel tumulto popular , y entre los tormentos y ago-
nías de la muerte , tenia ante sus ojos todas las profecías , para que todas se
cumpliesen sin faltar una sola. David habia dicho en su salmo 6 8 . «Y en mi
sed me dieron á beber vinagre. » Y esta sed , uno de los mayores tormentos
q u e pueden sentirse , debia ser extrema y abrasadora , después de tantos su-
frimientos y de tanta sangre derramada. ¿ Cómo se queja de la sed y no de
la c r u z ? ¿Mas pena le da la sed que tantos tormentos juntos en tan horrible
agonía? Esta sed , á mas de ser otro de sus inconcebibles martirios, s i m b o -
lizaba , en sentir de todos los expositores , la sed ardiente que le abrasaba de
la salud y de la santificación del hombre, y hasta la sed de sufrir m a s , si fue-
se necesario , para la redención y la felicidad del género humano. Entonces
vio Jesús que todas las profecías tocantes á su persona , á su vida y á su
muerte quedaban cumplidas ; todas las figuras de la ley realizadas; conclui-
da la obra grande de la redención ; Concluida la victoria sobre el infierno y el
pecado ; aceptado el sacrificio , y que no restaba mas que morir. Y por esto
dijo , como poniendo el sello á su obra : «Ya todo está consumado : » pues
habia dicho poco antes de padecer : «He aquí que subimos á Jerusalen , y se
consumarán todas las cosas que están escritas por los profetas del Hijo del
Hombre. » Y así lo que dijo entonces en futuro , lo anuncia ahora en p r e t é -
rito : Está consumado : palabra que por sí sola descifra y aclara todo el enig-
ma de la cruz , y encierra todo el misterio de nuestra redención. Porqué no
es Dios impotente , como el hombre , de quien dijo el mismo Jesucristo en
una de las palabras consignadas en S. Lúeas (cap. XIV, v. 3 0 ) . «Ved ahí
un hombre que comenzó á edificar y que no ha podido consumar. » J e s u -
cristo empezó la obra y la consumó , á pesar de toda la malicia del mundo
y del infierno.
. — 725 —
«Y clamando Jesús con una voz muy fuerte, dijo : Padre en tus m a -
nos recomiendo mi espíritu.» Este esfuerzo grande y extraordinario de la
voz de Jesucristo es notado por los Evangelistas. San Mateo y S. Marcos no
hablan sino del grande grito que dio Jesús , sin referirse á lo que dijo con
él. Pero parece que este grito no fué sino la voz fuerte y sonora con que
pronunció estas últimas palabras proferidas por S. Lúeas. Este clamor , esta
fuerza extraordinaria , manifiesta siempre que no moria por necesidad , sino
libremente y por espontánea elección : lo que habia sufrido en Jerusalen y
sobre el Calvario bastaba para acabar con muchas vidas, y no fué el m e -
nor prodigio el que pudiese sobrevivir á tanto martirio. La tristeza que le a n -
gustió en el Jardín de los Olivos y el sudor de sangre que le siguió, eran por
sí solos capaces para hacerle morir. Mas no habia tormento , ni flaqueza, ni
desfallecimiento que pudiese hacer morir al Autor de la vida , si éste no lo
hubiese consentido. Podía en un instante recobrar todas sus fuerzas, curar
todas sus llagas , y librarse de todos sus enemigos. Así nos lo indican la fuer-
za que aquí desplega y el poderoso clamor con que profiere sus últimas p a -
labras. Si después de haberlas pronunciado espira , es porqué quiere ; si in-
clina la cabeza, es en señal de sumisión á las órdenes de su Padre; si entrega
el espíritu , es por sí mismo, sin que se le pueda forzar á ello , y quedando
arbitro de recobrarlo el dia que tiene señalado. Aquella grande voz era de
vencedor ; pues venció al príncipe de la muerte , quitó á la muerte su agui-
jón , destruyó el pecado , reparó la ofensa hecha á Dios, hizo triunfar su c a -
ridad y su obediencia , cerró el infierno y abrió el Paraíso , adquirió lodo p o -
der en el cielo y sobre la tierra , el derecho dejuzgar á los vivos y á los muer-
tos , y el de señalar penas ó recompensas eternas. Y e s de notar, dice un pia-
doso observador , que habiendo Jesús guardado en el decurso de su pasión
un silencio , ya prenunciado por los profetas , que llenó de asombro á sus
mismos jueces , hablando apenas una palabra en sus mayores conflictos, en
tres horas que estuvo en la cruz habló siete veces para nuestra enseñanza y
edificación : tres con Dios , y dos de estas á grandes gritos; y de las cuatro
que habló con los hombres, la primera fué con un gran pecador para p e r -
donarle ; la segunda con dos grandes justos para consolarles ; la otra con la
ingrata Sinagoga , viña estéril que no le habia dado á beber sino vinagre ; y
la otra con la nueva Iglesia ó pueblo escogido , anunciándole ya cumplido
el negocio de su rescate y de su salud. Y á Dios se dirigió al principio , en
medio , y al fin ; como que Dios ha de ser el principio , el medio y el fin
de todos nuestros pensamientos. « É inclinada la cabeza, espiró. » ¡ Oh m o -
mento el mas solemne que encierran los siglos, destinado ya de toda la
eternidad ! Muere Jesús , y aparecen prodigios en el cielo , en el Templo,
en la tierra, en los abismos , en el universo físico y en el universo moral,
— 726 -
en el orden de la naturaleza , y en el de la Gracia. «Y el sol se oscureció. »
Dijimos que las tinieblas habian durado lodo el tiempo que el Señor v i -
vió en la cruz , desde la hora sexta hasta la nona , es decir , desde m e -
diodía hasta las tres de la tarde. Fué , pues , un nuevo prodigio cuando
en la muerte de Jesús redoblaron las tinieblas , y después de la muerte de
Jesús el sol reapareció , no por grados, como al salir de una nube ó de un
eclipse, sino de repente, con todos sus fuegos y con lodo su resplandor, como
para anunciar al universo consternado el fin de los tormentos del Criador y
la nueva luz con que el sol de justicia iba á.iluminar á los pueblos. « Al mis-
mo tiempo el velo del Templo se rasgó, dividiéndose en dos partes de arriba
abajo.» Dos velos habia en el Templo , celebrados por su grandeza y m a g n i -
ficencia , único lugar que el Señor habia escogido en la tierra para ser a d o -
rado durante el tiempo de la espectacion, ó el período de la antigua Sinagoga.
Después del atrio ó entrada habia un lugar que se llamaba Sancta , y otro
mas interior y reservado que se llamaba Sancta Sanctorum. Dividíase el atrio
de Sancta con un velo grande , extendido desde el techo hasta el pavimento,
y con otro segundo velo se dividia el Sancta del Sancta Sanctorum. En aquel
primer tabernáculo , ó Sancta , después del primer velo, estaba el candelera
y la mesa para los panes de proposición , y el-altar de los sacrificios. Después
del segundo velo , en el Sancta Sanctorum , estaba el incensario de oro y el
arca del Testamento , cubierta de o r o , dentro la cual habia una urna de oro,
llena del maná del desierto y la vara de Aaron , única que habia florecido y
dado fruto entre las que ofrecieron los príncipes de las doce tribus. Estaban
también las tablas de piedra que trajo Moisés del SinaT, en que se hallaba escrita
la ley: sobre el arca dos querubines, que se miraban, cubrian el propiciatorio.
El atrio era común á todos : el Sancta solo á los sacerdotes para ofrecer sus
sacrificios ; pero en el Sancta Sanctorum solo entraba el sumo sacerdote una
vez al año á ofrecer sacriticio por sí y por las culpas del pueblo. No es fácil
asegurar cual de estos dos velos se rasgó : algunos suponen los dos , y si fué
solo uno seria el interior y que ocultaba lo mas reservado y santo , y es muy
de notar que este milagro sea confirmado por el testimonio de los rabinos, los
mayores enemigos de Jesucristo; pues se refiere en el Thalmud como un p r ó -
ximo presagio de la destrucción del Templo : presagio sucedido cuarenta años
antes , es decir, precisamente en el tiempo de la Pasión de Jesucristo. Este
velo era de tela preciosa y de exquisito trabajo. Jesús espiró durante el sacri-
ficio de la t a r d e , y entonces fué cuando una mano invisible rasgó el velo en
toda su longitud, con grande estrépito. El sacerdote de turno, que estaba i n -
molando el cordero, fué testigo de aquel prodigio que debió hacerle una t e r -
rible impresión , y no dejó ignorar aquel hecho á los demás sacerdotes y al
pueblo, y nadie ha osado jamas contradecir el testimonio de los cuatro Evan-.
— 727 —
gelislas que lo refieren. El velo rasgado indicaba que, desde aquel momento,
el Templo, el santuario , el tabernáculo y todos cuantos sacrificios en él se
ofrecían , eran ya rechazados por Dios, debiendo sustituirse por el sacrificio
único de un Dios inmolado sobre la cruz ; que el velo que cubria todo el a n -
tiguo culto estaba descorrido , pues las figuras en él contenidas quedaban
cumplidas y explicadas por los misterios de la Pasión y de la muerte de un
Dios ; y que el cielo , verdadero santuario de la divinidad , por tantos siglos
cerrado al hombre , quedaba por fin abierto por la sangre y por la muerte
del Redentor. Prodigios en la tierra : «la tierra tembló , las piedras chocaron
unas con otras , los sepulcros se abrieron. » En esle momento solemne debió
Dios señalar con algunos prodigios la dignidad despreciada de su Hijo , y la
naturaleza entera debia , exlremeciéndose , prestar un homenaje de espanto
y de dolor á la divinidad humillada hasta la muerte. La tierra sacudió su ca-
vernoso seno, haciendo temblar la Europa y el Asia, según testimonio de Pli-
nio y de Eslrabon : partiéronse las peñas, y nos han quedado aun vestigios de
este trastorno singular de la naturaleza inanimada, por las hendiduras délas
rocas que se observan todavía en la ciudad Santa, rajadas transversalmente
y de un modo extraño y sobrenatural , puro efecto de un milagro , que ni el
arle ni la naturaleza podian producir , pues un terremoto ordinario hubiera
separado las diversas capas de que se compone la masa de piedra, siguiendo
las venas que las distinguen, y rompiéndose sus enlaces por los parajes mas
débiles , los sepulcros se abrieron ¡ qué espectáculo para los judíos deicidas!
Ved ahí la respuesta á sus blasfemias y la justificación de Aquel á quien i n -
sultaban, como habiendo puesto en vano su confianza en Dios. La tierra tiem-
bla de horror á la vista del crimen de los judíos : las piedras se chocan y se
despedazan, y mientras los discípulos permanecen m u d o s , ellas parecen
echar en cara á los judíos la dureza de su corazón. Los sepulcros se abren
en señal de la victoria, que el Autor de la vida ha conseguido sobre la muerte.
Cuando esta cruz volverá á parecer en el cielo, estos prodigios se renovarán;
pero tan solo para desesperación de los reprobos y la gloría de los justos. Pro-
digios en los abismos , esto es, en las moradas de la muerte, en la región del
silencio y de la oscuridad. Y muchos cuerpos de Santos que dormian (el sue-
ño de la muerte) resucitaron , y habiendo salido de sus tumbas , después de
la resurrección de Jesucristo, vinieron á la santa ciudad y se aparecieron á
muchos. Jesucristo, después de haber vencido á la muerte , descendió á los
infiernos , ó en el seno de Abraham , lugar en donde estaban detenidas las
almas de los antiguos justos que aguardaban la redención , y les hizo sentir
los primeros frutos de su libertad. Jesús debia reunir aquellas almas escogi-
das para acompañarle en su gloriosa resurrección corporal, y después subir
con él á las regiones inmortales de la luz y de la beatitud ; y en el intervalo
— 728 —
de la resurrección á la ascensión de Jesucristo, aquellos Santos resucitados sé
aparecieron á muchas personas de Jerusalen , como Jesús su jefe se apareció
á sus discípulos ; y aquellas apariciones sirvieron en gran manera para c o n -
firmar la fe de los creyentes. Prodigios también en los corazones , prodigios
en los espíritus, bien que de muy distintos modos. Verificóse entonces en favor
de Jesús , ya difunto , una reacción portentosa. Pues ¿ cómo es posible, que
los sacerdotes , los ancianos , los escribas , los fariseos , puedan presenciar
tantos prodigios sin quedar aterrados, conmovidos, convertidos? Mientras
que en los pechos obstinados se obran prodigios de ceguera , en los corazo-
nes rectos se verifican prodigios de fe. «El Centurión que estaba allí presente,
viendo lo que acababa de suceder , y que Jesús habia espirado con tan gran-
de clamor , glorificó á Dios diciendo : Verdaderamente era éste un hombre
justo, el Hijo de Dios. Y todos los que con él estaban guardando á Jesús, visto
el terremoto y las cosas que sucedían , se llenaron de grande espanto , y de-
cían : En verdad que este hombre era Hijo de Dios. » Al solo grito que arroja
Jesús al morir , queda convencido el Centurión que es el Hijo de Dios quien
espira, y que no espira sino porqué quiere. Todos los demás prodigios le con-
firman en este pensamiento. Declara que Jesús es un hombre justo, y el Hijo
de Dios. Toda la turba de soldados , que están á sus órdenes , penetrada de
un religioso temor , piensa y habla como él. Al pié de la cruz en que Jesús,
está clavado y muerto , hacen esta confesión de fe , sin que la afrenta de
aquel suplicio , el estado de flaqueza y de muerte en que han visto á Jesús
les cause escándalo, ni les impida el confesar que Jesús es el Hijo de Dios. Po-
demos decir de este Centurión lo que Jesús habia dicho de otro : que no se
ha hallado tanta fe en Israel. En los corazones culpables se obran prodigios
de penitencia. «Y todo aquel concurso de todos los que se hallaban presentes
á aquel espectáculo, considerando lo que habia pasado , se volvian dándose
golpes de pecho. » Los que habian asistido al suplicio de Jesús , como á u n
espectáculo , que habian venido sin interés, ó que tal vez á ejemplo de otros
habian insultado al rey de Israel sobre la c r u z , mudaron de pensar desde el
momento en que hubo espirado , cuando vieron los prodigios de que fué s e -
guida su muerte. Se inculpaban como un crimen el haber asistido á la muerte
del Justo, y haber hecho de su suplicio un objeto de diversión, de curiosidad,
ó quizás de murmuración. Golpeábanse el pecho en señal de dolor y de arre-
pentimiento ¿y qué harán, cuando se les anuncie su resurrección y se les ex-
plique el misterio de su Pasión y de su muerte? En los corazones piadosos se
obraron prodigios de consuelo. « Habia también allí todos los conocidos de
Jesús , y las mujeres que le habian seguido desde Galilea , observando de
lejos lo que estaba pasando, entre las cuales estaba María Magdalena , y Ma-
ría madre de Santiago el Menor , y de José , y Salomé (mujer del Zebedeo)
— 729 —
y también otras muchas, que juntamente con él habian subido á Jerusalen. »
Lo que S. Mateo y S. Marcos dicen aquí de María Magdalena y de María madre
de J a i m e , y de José y esposa de Cleofás, no significa que éstas se mantuvie-
sen á lo lejos con las demás mujeres , sino tan solo que eran del número de
las que servían á Jesús , y que le habian seguido de Galilea , lo cual no se
opone á lo que dice S. J u a n , que estas dos santas mujeres estaban junto á la
cruz con María , madre de Jesús y el discípulo amado. Ó si se quiere que al
principio se mantuviesen lejos con las demás , nada priva el decir, que se
acercaron después con S. Juan para acompañar á la Santísima Virgen. Y allí
estaban, aun cuando acontecieron estos prodigios. Tampoco se duda que los
Apóstoles y discípulos de Jesús vayan comprendidos entre los que dice San
L ú e a s , designándoles con el nombre de «todos los que eran conocidos de
Jesús.» Toda esta piadosa turba de hombres y de mujeres habia asistido á la
crucifixión de Jesús , oprimido el corazón de dolor, y penetrado de la mas
tierna compasión. Sabian que Jesús era un justo ; creian que era el Hijo de
Dios ; pero su suplicio trastornaba todas sus ideas y todas sus esperanzas : no
les quedaba mas que su amor , el cual les tenia como pegados á aquel lugar,
sin saber en que vendría á parar tan sangrienta escena. Veían aquel hombre
de los portentos reducido á la última flaqueza ; aquel Hijo de Dios a b a n d o -
nado de su Padre y dejado al furor de sus enemigos ; aquel hombre formi-
dable á los mismos demonios, hecho el blanco del desprecio y de los insultos
del populacho mas vil. Pero ¡ qué sorpresa 1 en el momento en que espira
toda la naturaleza se extremece : el cielo y la tierra loman su defensa : los
que le guardaban , los que le insultaban , sobrecogidos de pavor, no hallan
seguridad sino en un pronto arrepentimiento. Estos prodigios, que tanto ater-
raron á los otros, ¡ cuan consoladores fueron para los amigos de Jesús ! Algu-
nas almas lloraron y creyeron ; pero á otros el terror y no el amor les a r r a n -
có una confesión, debida únicamente al gran gemido de la naturaleza , entre
cuyas convulsiones y ruinas se veia en pié é inmóbil una mujer, absorta en
contemplar al que permanecía crucificado y abondonado ya hasta de sus ver-
dugos. ¡Y esta mujer era María! Sondead, exclama un autor contemporáneo,
1
sondead , si podéis, el abismo de este amor maternal y divino ; abrid todas las
t u m b a s ; recoged en una sola copa todas las lágrimas que el primer delito del
hombre hizo y hará derramar á todas las generaciones juntas hasta la c o n s u -
mación de los siglos ; abarcad lodos los tormentos que el furor y la v e n g a n -
za han causado y causarán sobre la tierra ; reunid en un solo pecho todas las
heridas de la muerle, todo el luto de la viudez y de la horfandad, todo el pesar
de los padres, toda la aflicción de las madres ; y en este cúmulo de dolor, que
se escapa á la capacidad de vuestro pensamiento , y que repartido entre
todos los hijos de Adán bastaría para hacerles morir ; veréis como en som-.
92
— 730 —
bra el dolor de María, que, puesta en medio de las generaciones, clama desde
el pié del Calvario al universo : ¡Oh vosotros los que pasáis por este valle de
llanto y de a m a r g u r a ! ¡Ved si hay un dolor semejante á mi dolor! Este dia de
llanto no pasa jamas sobre la tierra, sin reflejaren ello un lúgubre resplandor.
La Cruz recibe homenajes expiatorios; toda alma cristiana se abre á sentimien-
tos de una misteriosa tristeza ; la Iglesia, esposa desolada, se inclina lloran-
do sobre un sepulcro , y nada hay , ni aun'el mármol de los altares , por su
inusitada desnudez , que no parezca convidar al mundo entero á la sombría
y tétrica solemnidad de un grande luto. Este luto cubre las colunas del T e m -
plo , y las aras de la nueva ley. Los bronces sagrados callan, los ministros,
también enlutados, no se atreven á levantar la voz , y m u r m u r a n palabras
misteriosas. Un sordo ruido sube hasta las bóvedas del oscuro santuario,
confuso recuerdo de las convulsiones de la tierra , y del espanto del f i r m a -
mento. Resuenan otra vez los acentos lúgubres del hijo de Releías, mezclados
de esperanzas y de dolor. Entre tanto se riegan con lágrimas las pisadas del
Salvador ; se sigue en silencio el rastro de la sangre que conduce al pié de
la Cruz. Pero está desierta. Pasemos al glorioso sepulcro. ¡ Qué celestiales
acentos arrebatan allí al alma enternecida! Algunas voces lúgubres y suaves
entonan en medio de lo noche un himno profélico. ¡Oh madero dulce ! ¡ oh
dulces garfios ! ¡ oh dulcísimo peso ! Lengua , revela á los siglos atónitos
el signo de la victoria, y anuncia el grande triunfo sobre el trofeo de la C r u z !
Parécenos ver vagar en torno de la urna radiante las sombras de los antiguos
profetas. Su voz hiere el oído. No hay duda : cumplióse la esperanza de los
siglos. El Dios que reina desde el leño , resplandece en su sepulcro lleno de
gloria y majestad. Pero no entonemos todavía el himno de júbilo. En estas
lágrimas concedidas al Hijo, hay una parle para la Madre, á la cual el E v a n -
gelio nos la presenta triste, pero firme al pié de la Cruz, en que acaba de e s -
pirar el Salvador. Y en memoria de aquella amargura, inmensa como el mar,
se canta aquella elegía sublime, que tan dulces acentos inspiró á Palestina,
á Hay den , á Gluch , á Pergoleso y á Rossini.
DIJIMOS que los judíos se daban prisa para que el cuerpo de Jesucristo fuese
quitado del patíbulo. Los príncipes de los sacerdotes, los ancianos y magistra-
dos, si habian sido obstinados en perseguir y perder al Señor durante su vida,
continuaron en serlo después de su muerte. Su odio implacable no se extin-
guió con el suplicio de la C r u z , y los que habian acibarado de oprobios y de
tormentos al Salvador,, no dejaron de injuriarle y deshonrarle en su sepultu-
ra, cubriendo siempre su pérfida impostura con el manto de religión y de san-
tidad. Había una ley en el Deuteronomio por la cual mandaba Dios , que si
alguno por sus delitos era condenado á muerte y puesto en la cruz , su
cuerpo no quedase colgado en el m a d e r o , sino que en el mismo dia fuese
sepultado. Y da la razón la ley : Quia maledictus á Deo est quipendet in lig—
no , el nequaquan contaminabis terram tuam , quam Dominas Deus tuus de—
derit tibi in possessionem. Porqué es maldito de Dios el que está colgado del
madero , y de ningún modo conviene que la tierra, que Dios te ha dado en
posesión , quede contaminada con aquel espectáculo. Y nótese que el Señor
hasta quiso sujetarse é esta maldición que merecia el crimen , para darnos
la bendición que sus virtudes merecian. Alegaban ademas la solemnidad de
la Pascua del dia siguiente, el concurso de la gente forastera , la discordan-
cia entre tan gran solemnidad y el lúgubre aspecto de los cuerpos de los,
ajusticiados. Y tal v e z , y no sin fundamento, les inquietaba el secreto temor
de que , con la mudanza que habian producido en mucha parte del pueblo
los prodigios acontecidos en la muerte de Jesucristo , confesando el C e n t u -
rión y sus soldados q u e era el Justo é Hijo de Dios , el aspecto del cuerpo
— 734 —
del Salvador inspirase á la multitud odios y furor contra los autores y f a u -
tores de su m u e r t e , y produjese un tumulto y encendiese un fuego, que no
bastasen después á contener ni á sofocar ; y ningún medio mejor para p r e -
venir este daño, que quitar de la vista el cuerpo del Señor y sepultarle, para
sepultar con él su memoria para siempre. Por estos motivos , y no para
honrarle , trataron de su sepultura ; asegurándose antes de su m u e r t e , por
el medio que dejamos ya indicado, cubriendo siempre su maldad con el
manto de la religión y con la solemnidad del dia. Con esto confundían al Sal-
vador con los malhechores, borraban la impresión que podian haber pro-
ducido las señales de dolor, que en su muerte habia mostrado la naturaleza,
y prevenían cualquier alboroto que se levantase para vindicar al Señor con
su horrendo crimen. Permaneció , pues , el cuerpo del Salvador en la Cruz
todo el tiempo necesario para ser reconocida de todos su muerte y quedar
completada nuestra redención , hasta derramar la última gota de sangre,
y fluir sangre y agua de su costado , pasado con una lanza, que la Iglesia
llama cruel , por haberle herido después de muerto.
Tras esto , llegada la tarde , vino un hombre rico de Arimathea , llama-
do José , que era un noble decurión , justo y virtuoso , que no habia tenido
parte en el complot de los judíos , ni en lo que éstos habían hecho. Era
del número de aquellos que aguardaban el reino de Dios. Este hombre
fué atrevidamente á encontrar á Pilátos ; y como era discípulo de Jesús,
pero en secreto porqué temía á los judíos, le pidió el cuerpo de Jesús y
le suplicó que le permitiese llevárselo. Este hombre era natural de A r i -
mathea , como hemos dicho, ciudad de la J u d e a , llamada por otro n o m -
bre Ruma y Ramataím , patria que fué de Samuel , y distante de Jerusalen
como veinte millas: era del número de aquellas personas de probidad y
rectitud de corazón que aguardaban el reino del Mesías, y siendo un fiel
israelita , no es extraño q u e fuese discípulo de Jesús. Era miembro del
Consejo de los judíos ; pero desde que advirtió que éstos se desviaban del
sendero de la justicia para abandonarse á la pasión y al envidioso furor de
los sacerdotes y senadores, se habia retirado contentándose con gemir en
secreto sobre la opresión del Justo, que é l no podía impedir. Para no atraerse
el odio y la persecución pública, se habia visto obligado á guardar en las apa-
riencias grandes miramientos; pero seguida la muerte de su Maestro , no t e -
me ya el declararse por discípulo suyo. Entra con intrepidez en la casa de Pi-
látos, y le pide el cuerpo de Jesucristo. Por abandonada que parezca la causa
d e Jesús, la Providencia suscita siempre, para sostenerla , hombres ¡lustres,
de una probidad, de una fe, de una piedad reconocidas, cuyo ejemplo se opo-
ne al escándalo, y cuyas luces pueden dirigir al pueblo, en los juicios que for-
me , sobre lo que pasa á sus ojos. «Pilátos quedó sorprendido de que Jesús
— 73o —
fuese ya muerto ;"é hizo venir al Centurión para preguntarle si era ya muerto
en realidad. Y habiéndoselo asegurado el Centurión, concedió el cuerpo á José,
y mandó que se le fuese devuelto ó entregado. » ¿ Y cómo se maravilló P i l á -
tos al oir que estaba ya muerto el Señor ? ¿ Durábale por ventura la pena de
verle morir injustamente, ó bien deseando que fuese vivo , no queria creer
fácilmente que hubiese m u e r t o ? Remordíale la conciencia , dice un piadoso
observador, de la injusta sentencia que habia dado, y tenia alguna esperanza
mientras le duraba la vida , aguardando vanamente algún consuelo del yerro
que habia cometido en condenarle. No podia quitársele de la memoria el
grave y magestuoso continente del Salvador , y cuanto con él habia pasado
en el Pretorio, y le parecía ó que era Hijo de Dios, como de él se habia visto,
ó si era hombre merecia vivir para siempre. Habian hecho impresión en el
juez débil é inicuo las tinieblas, los temblores de tierra y demás portentosas
señales , que habian marcado la muerte de aquel hombre extraordinario ; y
por ventura estaba ideando nuevas trazas para quitar al Salvador de la
Cruz , ó deseaba que libertase Dios con algún milagro al que él no habia t e -
nido valor para salvar con su autoridad. Maravillóse, pues, cuando le dijeron
que era muerto , principalmente porqué el tormento de la cruz solia de ordi-
nario ser mas largo y durar algunas horas , y á veces dias (el Salvador era
mancebo y en lo mas florido de su edad) y poco antes le habian dicho que
estaba vivo , y que para darle la muerte era menester el crurifragio , pues
no hubieran muerto tan presto los ladrones á no habérseles dado de nuevo
este tormento. Pilátos tenia mas esperanza del Señor que de ellos, porqué por
los milagros que habia oido relatar de él , que con otros hacia , le suponía
u n a virtud mas que humana para durar en la vida sobre las fuerzas natura-
les. Así se maravilló Pilátos de la muerte dé Jesús , sin otro tormento que el
de la cruz , sin atender , el hombre regalado é infiel, que si otros duraban
mas tiempo , no tenían la complexión tan delicada ni la salud tan gastada c o -
mo Jesús, por sus ayunos, vigilias, viajes, fatigas, azotes, espinas, golpes,
heridas, peso de la cruz, angustias y tormentos. Estuvo vivo, cuanto fué n e -
cesario, para cumplir su misión divina y verificar las Escrituras, y hasta que
todo estuvo consumado no bajó la cabeza, ni entregó su espíritu al Eterno Pa-
dre. Y quiso la Providencia que el Presidente dudara y se admirara, y que
por esto se informase; porqué así convenia para la mayor gloria de la Resur-
rección y para mayor consuelo de los fieles , que fuese cierta la muerte del
Redentor, y constase jurídicamente de ella; á cuyo fin mandó llamar al C e n -
turión, que como ministro suyo y jefe de la tropa que guardaba al Señor era
el mas á propósito para dar su testimonio. Cuando Pilátos le llamó, este m i -
litar , fiel á la gracia divina, habia confesado ya la divinidad del Salvador, y
cuando le preguntó si era verdad que fuese m u e r t o , seria tal su informa-
— 73(1 —
cion , que si maravillado estaba el Presidente antes de oirle , mucho mas lo
quedaría después por las circunstancias extraordinarias de aquella muerte.
Y movido quizás por su relación, no opuso el menor reparo en poner el cuerpo
de Jesús á disposición de su fiel discípulo para que le diese honorífica s e p u l -
tura. Y nótese la expresión de que se vale el Evangelista S. Marcos : et jiissit
reddi corpus—mandó que le volviesen el cuerpo—como posesión que de d e -
recho le pertenecia,. así como á todos sus fieles discípulos , como miembros
de aquel cuerpo que por tiempo determinado , y por designios q u e ya esta-
ban cumplidos , habia sido entregado en poder de los gentiles. «Vino también
Nicodemus , aquel mismo que en otra ocasión habia ido de noche á encontrar
á Jesús, trayendo consigo una confección de mirra y de aloe, como unas
cien libras.» Nicodemus, como vimos ya , era senador , ó miembro del Sa-
nedrín ó Consejo. Desde la primera vez que Jesucristo habia aparecido en
Jerusalen , Nicodemus habia venido á encontrarle durante la noche, y t e -
nido con él una larga conferencia, de la que nos ocupamos en el C a p í -
tulo XXXVII, y de la cual supo muy bien aprovecharse. También debió sufrir
grandes y repetidos insultos por el amor de Jesús , en un consejo en que
trató de inspirar sentimientos de equidad á sus colegas. José y Nicode-
m u s , p u e s , unidos por los mismos sentimientos de rectitud , de religión,
de fe y de amor para J e s ú s , acudieron á rendirle los últimos honores de
la sepultura , acompañados sin duda de algunos amigos , ó de algunos d o -
mésticos leales, para ayudarles en aquella honorífica pero penosa función.
Nada arredró á estos dos piadosos israelitas , ni el menoscabo de su honra y
autoridad, ni el odio de los magnates , ni las hablillas del vulgo , ni a u n , y
lo que es mas , el respeto debido á la ley misma : lo cual es muy digno de
observarse. Prohibía la ley severamente el sacar los cuerpos de los muertos.
« Y habló el Señor á Moisés diciendo: Da orden á los hijos de Israel que echen
fuera del campamento á todo leproso.... y ai manchado por causa de algún
muerto. » Así se lee.en el Cap. V del libro de los Números. Y este tal era in-
mundo, hasta que legalmente quedase limpio y purificado. Pretendía el Legis-
lador desviar aquel pueblo flaco y mal inclinado de las supersticiones gentí-
licas, y de los inmundos ritus que se obraban por el contacto con los cadáve-
res. Esta disposición de la ley podia arredrar á aquellos ilustrados personajes,
y servirles de título para retirarse de tan peligroso negocio. Pero esta difi-
cultad venció también la fe , la cual les enseñaba q u e aquel muerto no hacia
inmundos , antes purificaba á los que lo e r a n , y q u e la muerte de aquel
ilustre difunto era principio de toda limpieza y santidad. Y así, entrambos
consagraron su persona y sus bienes en obsequio y honor del adorable c u e r -
po de su Maestro y Salvador.
Bájase por un del sagrado madero el cuerpo sacrosanto de Jesús. José
— 737 —
había comprado una sábana para envolverlo. Figurémonos con que c u i -
dado , con que respeto y amor fué desclavado el cuerpo divino de la cruz.
Arrimáronse las escaleras , y no fiando á nadie esta operación aquellos pia-
dosos varones , subieron ellos mismos, y con el auxilio de martillos y tena-
zas arrancaron los clavos , que fuertemente estaban asidos en el leño; y
quitados los de las m a n o s , todo el peso del cuerpo cayó sobre los mismos
que le desclavaban. ¡ Dichosos, que merecieron recibir los primeros a b r a -
zos del cuerpo crucificado del S e ñ o r , y teñirse de su sangre preciosa que
habia manado de las heridas ! ¡Con q u é consuelo y ternura quedó uno de
ellos abrazado con el sagrado c u e r p o , mientras bajaba el otro á desclavar
los pies! Y al fin, con reverencia suma, fueron bajando el santo cuerpo, a y u -
dando en lo que podian los presentes, hasta depositarlo en brazos de María,
su desolada Madre, que permanecía aun al pié de la cruz. Como no se h a -
bla mas de la corona de espinas, es de presumir que se la quitarían i n m e -
diatamente , quedando en poder de uno de los dos ilustres discípulos , así
como los clavos de la crucifixión. La angustiada Madre , que sentía gravitar
sobre sus tiernas entrañas un peso inmenso de dolor , sola sin Jesús , d e s o -
lada , fúnebre como un mundo sin sol y sin firmamento, tragaba á largos
sorbos la copa de un amor supremo , inexplicable , voraz, que atormentaba
su inocente y maternal espíritu con toda la fuerza de un centuplicado m a r t i -
rio , del cual no es mas que sombra el dolor de todos los mártires juntos : el
cielo le conservaba la vida para aceptar su heroico sacrificio , el mas grato
que podia ofrecerle la tierra , después del de su Hijo; porqué sufria con una
fuerza que participaba en cierto modo de la fuerza de la Divinidad. María
habia visto desclavarle de la c r u z , arrancar los clavos de sus manos y de sus
pies, y de su cabeza las espinas que estaban en ella hundidas; vio lavar y e n -
jugar aquel cuerpo medio despedazado y su rostro sin figura, por la crueldad
de los hombres y por la palidez de la muerte. Sentada entonces , lo recibiría
en su regazo virginal, y sosteniéndole los brazos con los suyos, le dejaría r e -
clinar la cabeza sobre aquel purísimo seno , que le habia alimentado. ¡ O h !
que besos de amor y de dolor imprimió sobre aquella frente adorable, delicia
de los cielos y de la tierra, sobre aquel'costado abierto, sobre aquellos pies y
aquellas manos taladradas! La piedad cristiana no ha dejado sola á María en
esta tribulación suprema, y los corazones sensibles y agradecidos le han acom-
pañado en ella con los mas tiernos suspiros. «Y habiendo José recibido el cuer-
po, le envolvieron en una sábana blanca, y bañándole con esencias aromáticas
le amortajaron con lienzos , según la costumbre de sepultar de los judíos.»
Siendo ya avanzada la hora, aquellos ilustres y piadosos varones pedirían per-
miso á la Virgen Madre para dar sepultura al cuerpo sagrado de su Hijo.
«Junto al lugar de la crucifixión habia un huerto, y en este un sepulcro n u e -
93
— 738 —
vo, en el cual nadie habia sido enterrado. Como aquel era el dia de la prepa-
ración , ó víspera del sábado, y este sepulcro que José habia hecho vaciar en
roca viva estaba cerca, pusieron en él á Jesús. » Era como una celda ó a p o -
sento redondo , cavado en la misma peña , dice el historiador de la Sagrada
Pasión, de tanta altura, que un hombre puesto en pié apenas con el brazo ex-
tendido pudiera tocar en la c u m b r e : por la parte de Oriente tenia una puer-
ta tan pequeña , que era menester inclinarse para poder entrar : á la parte
del Norte estaba el lugar de la sepultura, labrada en la misma peña, de siete
pies de largo, y levantado como tres palmos de lo restante del suelo; y la pie-
dra, dicen, ser de mezcla de blanco y colorado. Este sepulcro , según el tex-
to Evangélico , parece era propiedad de José de Arimathea , que él mismo se
habia hecho labrar cuidadosamente en la misma peña. Verificóse, pues, que
murió en tal pobreza el Salvador, que habiendo muerto desnudo, no solo no
tenia sepultura , pero ni aun mortaja propia para envolver su cuerpo ; b r i -
llando de otra parle la Providencia divina en suscitar la devoción y el amor
de aquellos dos ricos personajes, los cuales cumplieron honoríficamente con
todos los deberes y ceremonias de una decorosa sepultura. Colocado primero
el cuerpo sobre una piedra , la primera que se visita á la entrada de la Igle-
sia del Santo Sepulcro, y se llama lapis unctionis , fué embalsamado con
abundancia de esencias y perfumes aromáticos, al estilo de los judíos. Empe-
zó desde luego la fúnebre y silenciosa comitiva, compuesta de aquellos santos
varones, de sus familiares y de las piadosas mujeres, que estaban en compa-
ñía de la Virgen Madre : séquito corto á la verdad , pero precioso, compuesto
de corazones fieles , creyentes fervorosos y almas traspasadas de dolor. Otro
séquito invisible mas glorioso le acompañaría de espíritus bienaventurados,
haciendo los honores á la humanidad sacrosanta del Hijo de Dios. Pero en
verdad , observa el citado historiador, ningún otro* aparato convenia mas
que este para el entierro del Señor , que su cuerpo fuese envuelto en lienzos
limpios y nuevos , símbolo de la pureza , y una sepultura cavada en peña,
virgen como la madre que le habia dado el ser. «Y haciendo rodar una enor-
me piedra, cerraron la boca del sepulcro y se retiraron.» Y las mujeres, que
habian venido de Galilea con J e s ú s , habiendo seguido á José , contemplaron
el sepulcro y el modo como habian puesto en él el cuerpo de Jesús. No era
por cierto un puro espíritu de curiosidad el que movíaá aquellas santas m u -
jeres á observar con tanta atención el lugar en que se depositaba el cuerpo
de su divino Maestro : tenian ellas una santa envidia á los dos discípulos que
habian logrado la dicha de embalsamarle; y bien fuese que ellas quisiesen se-
pultarle al modo de los galileos , quizás algo diferente del de los judíos , ó
bien que deseasen emplear en su sepultura perfumes mas preciosos , ó por
fin que quisiesen tan solo manifestarle su amor tributándole sus últimos d e -
— 739 —
beres, resolvieron embalsamarle de nuevo luego que hubiese pasado el r e -
poso del sábado, Convinieron , pues, entre ellas que harian sus preparativos,
y que al dia siguiente del sábado ,. que nosotros llamamos domingo, al r a -
yar el dia pasarian al sepulcro para darse el consuelo que con tanto ardor
deseaban. Pero el Señor les preparaba otro muy superior al que ellas se pro-
metían. Algunas de ellas se retiraron con una santa intención. «Y habién-
dose vuelto, prepararon aromas y perfumes , y descansaron después el dia
del sábado , según el mandamiento de la ley. » Es de observar, para la inte-
ligencia de lo que aquí se dice y de lo que se dirá mas adelante, que estas san-
tas mujeres estaban repartidas en dos principales grupos ó bandas, según apa-
riencias, conforme los diversos cuarteles ó puntos de la ciudad en que vivian.
El primer grupo era el de Magdalena , del que formaban parte María, madre
de Jaime y de José, y Salomé madre de los hijos del Zebedeo. Parece que h a -
bitaban las tres juntas , y tal vez con ellas la Virgen Madre en un principio ;
pero después del descendimiento de la cruz , S. Juan la llevó consigo , y no
tuvo ella otro alojamiento qué el del amado discípulo, que era también , en
opinión de algunos , el de S. Pedro. La segunda tropa ó banda era la de J u a -
na , de la cual se hace mención después , y á ella pertenecían otras muchas
mujeres de Galilea , que no se nombran. De la primera banda hablan S. Ma-
teo y S. Marcos , y de la segunda habla aquí S. Lúeas. Las mujeres, pues,
del segundo grupo son las que se retiraron para tener el tiempo de hacer sus
preparativos antes del reposo del dia santo. Pero las otras quedaron allí d e -
tenidas por un divino amor. «Entre tanto María Magdalena y la otra María, y
María madre de José estaban sentadas frente del sepulcro , y contemplaban
en donde se habia puesto el Señor.» Salomé , que era de esta banda ó c o -
mitiva, se habia al parecer retirado al mismo tiempo que las otras , para ocu-
parse en las faenas de su casa, pues el dia del sábado estaba para empezar.
La otra María, madre de Jaime y de José, que estaba con Magdalena al pié
de la c r u z , y que dijimos ser su inseparable compañera , no la abandonó en
esta ocasión. A Magdalena se le da con justicia el título de santa amante del
Salvador. Las demás se retiraron , pero á ella la retuvo el amor. Siéntase , y
no se cansa de mirar el lugar en donde está encerrado el querido y único o b -
jeto de su ternura. De la Virgen Madre no se dice que estuviese presente en
la sepultura de su Hijo. Se inclinan algunos á creer que tal vez no la deja-
rían asistir á ella para no acrecentar su llanto y su dolor. En tal caso se q u e -
daría en el Calvario con algunas otras personas , adorando entre tanto el
sagrado madero de la cruz , hasta entonces tan aborrecido é infame , a g u a r -
dando á los que habian ido á sepultar á Jesús para regresar con ellos á la
ciudad. Otros suponen que María asistió también al santo entierro; que a y u -
dó á embalsamar y á envolver en una sábana y en un sudario al cuerpo de
— 740 —
su Hijo ; que le acompañó hasta el sepulcro en que fué depositado; que se
encerró allí con él en espíritu, y no se retiró sino como arrancada por Juan y
los demás que se afanaban en consolarla. Bajo este último concepto , las a l -
mas piadosas han seguido espiritualmente á María en su amarga soledad , y
han formado para ella otro camino de dolor , desde el sepulcro hasta la casa
del amado discípulo , á donde parece se dirigió y permaneció , según la o p i -
nión mas recibida. Cuando el dolor tiene en que cebarse , se derrama , por
decirlo a s í , sobre el objeto querido, aunque sea exánime ó desfigurado; pero
cuando este le falta, se reconcentra todo dentro del alma , y gravita sobre
ella con todo su peso. El corazón queda como un lóbrego desierto, á la par
que el pensamiento ; y para él se cubre de luto toda la naturaleza. María a r -
rancada por el amor del sepulcro de su Hijo queda en una desolación c o m -
pleta. La noche se acerca , y para volver á Jerusalen, preciso es pasar por el
Calvario. Párase sobre esta montaña , junto con la silenciosa comitiva , y r e -
viven á cada paso todas las llagas acerbas del corazón. La cruz está aun l e -
vantada , y teñida con la fresca sangre de su Hijo divino. Cuántos cuchillos
ahondarían en aquel tierno pecho sus mortales p u n t a s ! Cuántos martirios
juntos abismarían su alma en un penar inconcebible! Entra después en la
ciudad deicida. ¡Qué nuevo género de tormento ! Allí fué condenado á muerte
infame el mas justo , el mas inocente, el mas amante de los hombres 1 Allí
una ingratitud tan negra como la perfidia se cebó en la humillación , en la
c a l u m n i a , en el escarnio, en la crueldad mas fiera y brutal contra el mas
manso , el mas sufrido , el mas tierno de los nacidos de mujer! Allí el h o m -
bre llegó al colmo de su iniquidad pisoteando la santa humanidad de Dios, y
descargando la mano sacrilega sobre su adorable persona ! Cada calle de J e -
rusalen es un nuevo suplicio para la Madre de Jesús ; cada edificio público le
recuerda una atroz iniquidad ; cada una de aquellas frentes altaneras y p é r -
fidas, que la miran con befa ó con desden, le hace exhalar un profundo suspi-
ro. Retírase por fin en la casa de Juan : pero Juan no es Jesús. Y aunque
María tenia una fe firmísima en la resurrección de su divino Hijo , en nada
minoró la esperanza de verle resucitado el tormentoso sacrificio de su m a -
ternal corazón. Mas ¡cuál es la inquietud de los sacerdotes y de los fariseos,
luego después de la muerte de Jesús! Ciegos en su obstinación inaudita , no
satisfechos con haber visto morir en un leño al que tanto odiaban , hacen aun
los últimos esfuerzos para oscurecer su gloria y borrar su nombre de la m e -
moria de los hombres. Ya estaba muerto, y le tenían como si estuviese vivo.
Los discípulos estaban escondidos de miedo de los sacerdotes y letrados, y los
letrados y sacerdotes tenian miedo de aquellos discípulos. Temían á estos p o -
cos hombres flacos y tímidos , por su predicación é influencia, y que si m u -
chos habian creído en él estando vivo, muchos mas habian de creer después
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de muerto. Y sin atender al dia del sábado, bollando sus propias leyes y c o s -
tumbres , contradiciéndose descaradamente en sus escrúpulos de a y e r , «al
dia siguiente , que era el de después de la preparación, (esto es , el mismo
sábado) acudieron juntos á Pilátos los principes de los sacerdotes y los fari-
seos , diciendo : Señor , nos hemos acordado que aquel seductor, estando t o -
davía en vida , dijo : «Después de tres dias resucitaré. » ¿No es cosa de a d -
mirar que los enemigos de Jesús se acuerden d é l o que dijo, y que sus
Apóstoles no lo recuerden? Tal es el efecto ordinario de la situación diferente
en que se encuentran el justo y el pecador. El j u s t o , á quien nada acusa su
conciencia, se acuerda apenas en sus aflicciones de lo que dijo el Salvador
para consolar á los que sufren ; mientras que el pecador, cuando ha llegado
al término de sus deseos , cuando ha satisfecho su pasión y consumado su
crimen , siente dentro de sí una inquietud mortal, que le renueva v i v a m e n -
te el recuerdo de todos los anatemas fulminados contra los pecadores. Este
recuerdo es un efecto de la turbación y de las alarmas en que se halla un
corazón desgarrado por los remordimientos. Y es de otra parte un hecho
constante , que el hombre es siempre mas ingenioso para atormentarse que
para darse consuelo. El motivo de su inquietud es aquella palabra de Jesús :
«Yo resucitaré tres dias después de mi muerte. » ¿Cómo sabian ellos que
Jesús habia dicho aquella palabra ? Mas Jesús la habia dicho tantas veces,
tenían ellos tantos emisarios por todas partes, y esta palabra era en sí misma
tan grande , tan extraordinaria, tan inaudita, que no es de admirar hubiese
sido repetida por aquellos mismos que no la comprendían , y hubiese así
llegado á noticia de los enemigos de Jesús. Mas si la sabian , ¿ á qué a q u e -
llos denuestos y aquellos retos que le hacían de bajar de la c r u z ? Pues si
sabian que habia predícho su resurrección , no podían ignorar que habia
predicho también su pasión y su muerte. Felicitábanse del estado á que le
habían reducido, pero en esto habian de ver el cumplimiento de sus palabras.
Parecían triunfar delante del pueblo , pero interiormente estaban a t o r m e n -
tados y cruelmente inquietos por aquella grande palabra que no podia tener
su ejecución hasta el tercer dia. Así es como el impío oculta su inquietud por
algún tiempo; pero cuando el término se acerca , se ve forzado, como los
judíos , á manifestarla. Para paliar en alguna manera esta inquietud dan á
Jesús el nombre de seductor: «Aquel seductor dijo....» Fácil les era darle este
n o m b r e , pero para ealmar toda inquietud es menester persuadirse que
aquel nombre le conviene ; y el gobernador mismo y el rey de Galilea han
reconocido que no le convenia aquel nombre. De otra parle la palabra que
de él se aduce no es el lenguaje de un impostor, ni de un seductor. Nunca
impostor alguno habló a s í : el término es harto corlo , y la promesa d e m a -
siado grande. Mas ¿cómo no veis, inhumanos judíos , que esta palabra m i s -
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ma que ha dicho le justifica de toda impostura ? Verdad es que ha sido c o n -
denado , que ha sufrido el último suplicio , que ha muerto en cruz ; pero
la palabra que dijo , y que ahora se recuerda , lo explica todo , lo justifica
todo. El tercer dia va á decidir si él es un impostor, ó si vosotros sois deici-
das. Si hablaseis con exactitud , diriais : Pongamos guardas á su sepulcro
para ver si es un impostor. Pero darle este nombre antes del tercer dia es
encubrir vuestra inquietud , mas no curarla. Este hombre , aunque muerto,
os inquieta todavía y con razón ; pues si no es un seductor , es vuestro juez.
También nuestros impíos creen calmar la inquietud que les devora t r a t á n -
dole de la misma manera, poniéndole en la clase de los Numas, de los Maho-
mas, de otros héroes de la historia, de la fábula, ó de su imaginación. Pero fá-
cil les es escribir lo que quieran, pero ni Numa, niMahoma, ni ninguno délos
héroes así llamados con mas ó menos justicia, ha dicho lo que Jesús cuando aun
vivia: «Yo resucitaré tres dias después de mi muerte. » Esta grande palabra
estaba reservada para el verdadero Hijo de Dios, y ni la fábula, ni la impiedad,
ni el infierno, ni los hombres pudieron fingir nada desemejante. Fingen, pues,
los judíos temer que los discípulos no roben el cuerpo de Jesús. «Mandad,
pues , que se guarde el sepulcro hasta el tercer dia» esto es, hasta concluido
el dia tercero, pues nada habia que temer por todo el sábado que era el segun-
do. Si al fin del segundo dia , cuando se puso allí la guardia se hubiese
reconocido que el cuerpo no estaba ya , la predicción se hallaba falsa , y el
fraude manifiesto. De otra parle los fariseos, rígidos observadores de la ley,
no hubieran osado poner una guardia , hacer un reconocimiento , imprimir
el sello un dia de sábado , y sobre todo un dia de sábado tan solemne c o -
mo el que caia en la solemnidad de la Pascua. En fin , era providencial q u e
la guardia no se pusiese hasta el fin del sábado; pues si hubiese sido puesta
antes las santas mujeres no hubieran podido ignorarlo ; y silo hubiesen s a -
bido , nunca hubieran pensado en ir á embalsamar el cuerpo el domingo por
la mañana. Veamos, pues, porqué piden los fariseos que el sepulcro sea guar-
dado : « por temor , dicen , que sus discípulos no vayan á robar su cuerpo. »
Sus discípulos , y ¿ e n dónde están? ¿ q u é se han hecho? han parecido d u -
rante lodo el tiempo de su pasión ? ¿ no han huido desde el momento en que
le vieron preso? El mas ardiente de todos no le negó á la voz de una s i r -
vienta? ¿Y creéis que hombres tan cobardes , tan medrosos hagan mas por
su Maestro después de su muerte , de lo que hicieron durante su vida ? ¿Y
qué les moveria á dar tan atrevido golpe? ¿Les dio su Maestro algunas ó r -
denes sobre este particular? Si se las hubiese dado, ya se sabria; y aun c u a n -
do lo hubiese h e c h o , ¿quién se daría prisa á ejecutarlo? Mas él dijo que r e -
sucitaría , á él toca ejecutar su p r o m e s a : nada tienen que hacer en esto sus
discípulos. Mas, ¡ay ! es tal su abatimiento, que ni aun se acuerdan que haya
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dicho esta palabra. Pero vosotros q u e la recordáis , teméis que no la ejecute.
He aquí vuestro verdadero temor. Fingís temer que sus discípulos no publi-
quen su Resurrección , « y que no digan al pueblo : Ha resucitado de entre
los muertos.» ¿ P e r o acaso los discípulos no permanecerían mudos al lado de
su Maestro ? ¿ El mas elocuente de ellos no es un hombre sin letras, un pes-
cador del lago de Genezarelh? Cuando los fariseos les han arrostrado alguna
cosa, ¿ h a n tenido acaso una sola palabra que responder? ¿no ha sido menes-
ter que su Maestro hablase por ellos y que lomase su defensa? ¿ Y ahora te-
méis que no lomen ellos la de é l , y que para servirle después de su muerte
no sostengan delante del pueblo un hecho cuya falsedad les será conocida ?
Mas aun cuando tuviesen asaz de atrevimiento y mala fe para hacerlo, ¿ qué
motivo podría inducirles á ello? ¿ q u é l e s quedaría que esperar de un Maestro
que les habría engañado? Después de lo que vosotros habéis hecho con el
Maestro, ¿ nada tendría que temer del pueblo? ¿nada tendrían que temer
de sí mismos? ¿ s e hallarían siempre uniformes en sus testimonios , y c o n s -
tantes en los suplicios? No , no son tales hombres los q u e vosotros teméis :
mas la verdad de la Resurrección de su Maestro pudiera m u y bien t r a n s -
formarlos y hacerlos elocuentes é intrépidos , y he aquí lo que teméis. F i n -
gen temer ademas que el pueblo no sea inducido á error. « Y este último
error , dicen al Presidente, seria peor que el primero.» El primer error, s e -
gún ellos, era haber creido que Jesús era el Hijo de Dios y el Rey de I s -
rael. El segundo seria creer q u e habia resucitado. Pero si él no resucita ,
nadie tiene interés , nadie tiene el encargo de publicar que ha resucitado.
Y cuando alguno lo publicase, ¿quién le creerá s i . n o se da de ello a l g u -
na prueba ? no hay pues error alguno q u e t e m e r : y no es el error del
pueblo el q u e vosotros teméis. Mas si llegase á suceder que se viera á sus
discípulos, ahora tímidos, groseros é ignorantes, parecer en público con v a -
lor é intrepidez ; anunciar en todas lenguas que Jesús ha resucitado ; citar
sin réplica los textos formales de la Escritura que anuncian este hecho ; si se
les viera prontos á d a r su vida , y deseosos de sufrir por esta verdad ; si se
les viera confirmar este testimonio con toda especie de milagros, y en n o m -
bre de Jesús curar las dolencias , imperar á la naturaleza , hacer restituir
sus victimas á la muerte ; no hay duda que se creería que Jesús ha resuci-
tado : mas entonces no habría error ; esta seria una verdad mucho mas r u i -
dosa que la p r i m e r a , una verdad q u e seria creida del judio, del gentil y
del universo entero; una verdad que os haria detestables para siempre, c o -
mo á los verdugos de vuestro Dios y del Salvador del mundo. He aquí lo que
va á suceder , y he aquí, á lo menos en p a r t e , lo que teméis vosotros. V e a -
mos ahora como contesta Pílalos. «Guardia tenéis vosotros: id y hacédle
guardar como os parezca. » En esta contestación del Magistrado Romano se
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advierte cierto enfado é incomodidad. Agobiado debia estar de aquel n e g o -
cio ; la conciencia debia reprobarle el haberlo llevado muy m a l , y de haber
sabido muy mal sostener la idea que se tenia de la equidad romana. Pilátos
habia oido decir de Jesús muchas cosas que le habian a d m i r a d o , sin hablar
de lo que él mismo habia visto. El titulo de Rey de los judíos, la naturaleza
de este reino , que no era de este mundo , y sobre lodo la calidad de Hijo de
Dios que él tomaba , todo esto le habia causado inquietud y temor. Habíase
creído libre de todo este paso cuando se le habia anunciado la muerte de J e -
sús; mas en este instante, en que los enemigos mismos de Jesús vienen á d e -
clararle que este divino Salvador dijo : «Tres dias después de mi muerte re-
sucitaré» esta palabra debió renovar en él todas las inquietudes. Pero ¿ n o
era esto una nueva ocasión que él Señor le presentaba para convertirse?
¿ N o era esta palabra asaz aterradora para llamar su atención ? ¿ Q u é habia
de hacer entonces? Profundizar esle misterio, hacer guardar por sí mismo el
sepulcro , hacerse dar cuenta exacta de todo cuanto pasara , para darla él al
Emperador de Roma. Egesipo cita una carta escrita por Pilátos á Claudio T i -
berio , y dé ella hace mención Tertuliano. Pero su contexto mismo, el enlace
de las cláusulas y hasta el escogimiento y orden de las ideas no dejan de ofre-
cer mas de una duda para consentir de lleno en su autenticidad. No consta,
pues, que Pilátos pusiese el mayor cuidado en asegurarse de un hecho de tan-
ta trascendencia; pues los grandes de la tierra tienen la infeliz habilidad de
ahogar fácilmente los remordimientos , y hasta se creyeran deshonrados en
tomar un cierto interés por lo que mira á Religión. Ellos desprecian al Señor,
y el Señor los desprecia á ellos ; pues no ha escogido á los grandes del mundo
para anunciar sus maravillas , sino que eligió lo mas débil que tiene el mun-
do para confundir lo que tiene de mas fuerte. ¿ Y qué precauciones tomaron
en el sepulcro? «Con eso yendo allá , aseguraron bien el sepulcro, poniendo
guardas de visla. » Sin duda que antes de sellar la piedra habian visto y r e -
conocido el cuerpo en el sepulcro, y se habian cerciorado de su identidad ;
pues era fácil distinguirle de cualquier otro. Bastaba reconocer su cabeza, que
llevaba las señales de las espinas , ó el costado que estaba abierto , ó los pies
que conservaban las marcas de los clavos. Después de este reconocimiento
nada mas podia hacerse sino poner el sello sobre la piedra , y rodear el s e -
pulcro de soldados armados. ¿ Quién osará forzar esta guardia , y violar los
sellos del pontífice? Mas ¡ cuan débil es contra el Señor la prudencia h u m a -
n a ! Combate contra él, y todos sus esfuerzos se vuelven para confusión suya
y para la gloria de Dios. Y ¿ cuál era el designio de los judíos al tomar todas
estas precauciones? Querían ante todo calmar enteramente su inquietud,
asegurarse bien que no habia resucitado , y que ellos nada tenian que temer
de su parte. Querían después hacer ostensión de su celo , y del cuidado que
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ponían no solo en contener y castigar á los seductores , sino hasta en sofocar
todos los restos de la seducción , y en precaver al pueblo contra todos los er-
rores que pudieran seducirle en lo sucesivo. Por fin , querian saciar su odio
contra Jesús continuando en presentarle como un impostor , disfamando su
memoria y persiguiéndole mas allá del sepulcro. Pero el que habita en las
alturas se burlará de sus maquinaciones , trastornará sus proyectos , hará
inútiles sus precauciones, haciéndolas servir para gloria de su Hijo , y c o n -
virtiéndolas en prueba incontestable de su Resurrección. Y realmente, no era
menester tanto aparato para reprimir á unos discípulos medrosos y escondi-
dos, que apenas pudo el Señor, vivo y resucitado, buscar y reunir. Pero era
necesario para reprimir á los judíos y convencer su obstinación y pertinacia ;
pues por una parte ellos mismos con sus prevenciones se cerraban todos los
caminos para no poder huir de la verdad ; y por otra ponían testigos que
diesen testimonio de ella, tales que no podian desecharlos ni tacharlos, de mo-
do que. el declarar que el. Señor habia resucitado, habia de ser incontestable,
pues ellos mismos los habian puesto allí como confidentes suyos , para que
no pudiesen los discípulos de Jesús decirlo con mentira. ¡ Oh desdichado y
miserable judío , exclama muy oportunamente S. Atanasio! El que rompió
las prisiones de la muerte , no romperá los sellos de la sepultura ? El que
despojó el infierno , temerá de las cerraduras del sepulcro ? Apresúrate á
guardar el sepulcro , sella la piedra , pon soldados , cerca de guardias el
monumento : así una obra de sí tan ilustre, tú la harás mas excelente, pues
constituyes espectadores y testigos del grande triunfo , y preparas ministros
que sean pregoneros de los milagros divinos.
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CAPÍTULO XCV.
«JJA tarde del sábado , ó sea pasada la fiesta del sábado , María Magdalena,
con la otra María , fué á visitar el sepulcro.» Esta otra María es aquella de la
cual se habló en el precedente capítulo , madre de Jaime y de José. La hora
en que fueron al sepulcro, que el Evangelista designa con tanto cuidado, era
el sábado por la tarde desde las seis hasta las seis y media. Allí fueron única-
mente para ver el sepulcro; mas en esto Magdalena tenia dos objetos: el pri-
mero satisfacer su férvido amor, queriendo ver otra vez el lugar que encerraba
la única prenda de su t e r n u r a ; el segundo tomar bien la situación del punto,
para no equivocarlo ; porqué esta santa mujer debia volver allá la mañana
siguiente para embalsamar el cuerpo de Jesús con las demás mujeres de Ga-
lilea , como así lo habian convenido entre ellas , y pi'eveia que ella pasaría
allá antes de dia , como en efecto sucedió. Y no teniendo entonces por guia
otra luz que la de la luna , siempre incierta, pues la menor nubécula puede
ocultarla , por esto , para no divagar entre tinieblas , habia venido la vispera
á informarse bien del local , y asegurarse del paraje en donde descansaba
su divino Maestro. «Pasada, pues, la fiesta del sábado, María Magdalena y Ma-
ría madre de Santiago y Salomé compraron aromas para ir á embalsamar á
Jesús. » María madre de Jaime es la que habia acompañado la Magdalena al
sepulcro, y que era también madre de José. Salomé era la esposa del Zebe-
deo y la madre de los dos apóstoles Jaime y Juan. Estas tres santas mujeres
formaban, como hemos dicho , la primera banda de mujeres de Galilea, que
habian concebido el proyecto de embalsamar el cuerpo de Jesús al estilo de
su país y con perfumes mas preciosos. El dia del sábado habia finido , según
nuestro modo de contar , el sábado por la tarde sobre las seis y media. Mag-
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dalena y la otra María volvieron entonces del sepulcro , y habiéndose asocia-
do á Salomé , emplearon lo restante del dia en comprar perfumes para hacer
uso de ellos la mañana siguiente. Y son tan de admirar su unión , su p i e -
dad y su caridad , como las disposiciones secretas de la Divina P r o v i d e n -
cia. Mientras que Magdalena visita el sepulcro , pídese á Pilátos que p o n -
ga en él una g u a r d i a : luego que concluye el reposo del sábado , Magdalena
se retira del sepulcro para ir á comprar los perfumes; y apenas se ha r e t i -
rado Magdalena , cuando llega la guardia y rodea el sepulcro, sin que ni
ella, ni las otras santas mujeres puedan tener noticia de ello. Los E v a n g e -
listas no nos refieren la Resurrección de Jesucristo , y solo nos hablan de
Jesucristo resucitado ; y así nos han permitido representarnos todo cuanto
puede sugerirnos una piedad ilustrada. Créese que resucitó á media noche,
así como se cree que á media noche salió á luz al mundo. Pero n o s o -
tros prescindiremos de todo para atenernos al texto histórico y á la t r a d i -
ción. « A este tiempo se dejó sentir un grande temblor de tierra ; porqué
bajó del cielo un ángel del Señor, y llegándose al sepulcro removió la piedra,
y sentóse encima. » Cuando el ángel descendió del cielo , Jesús habia r e s u c i -
tado y no estaba ya en el sepulcro. No tenia necesidad para salir de él que la
piedra que encerraba la entrada del sepulcro fuese quitada, así como para en-
trar en el Cenáculo no tuvo necesidad de que estuviesen abiertas sus puertas.
El misterio de la Resurrección se obró en el secreto , y no fué expuesto á los
ojos de los profanos. Los soldados, que nada de ello percibieron, continuaban
en guardar el sepulcro ; y hubieran continuado hasta el fin del dia, como les
estaba mandado , si el ángel no les hubiese separado de allí para dejar libre
el acceso á las santas mujeres, que no debian tardar mucho tiempo en llegar.
Al acercarse el Espíritu celestial extremecióse la t i e r r a : rompió él con a u t o -
ridad los sellos sacrilegos que se habían puesto en el sepulcro , y levantó sin
esfuerzo la enorme piedra que cerraba la entrada. Yiéronle obrar los solda-
dos con aquella fuerza superior á la cual no hay fuerza humana que pueda
resistir ; pero no pudieron por largo tiempo sostener su presencia por la ma-
jestad con que se les mostró. « Su semblante brillaba como un relámpago, y
su vestidura tenia la blancura deslumbradora de la nieve.» Representémonos
á este ángel revestido de una forma humana , tal como le plugo tomar , sen-
tado sobre la piedra del sepulcro, lanzando unas miradas terribles como el
rayo sobre la tropa armada que le rodea. ¿Quién pudiera sostener la llama
de sus ojos centellantes , y el sesgo amenazador que estalla sobre su frente ?
¡Qué pavor inspira una sola vista! «Los guardas huyen heridos de un terror
t a l , que quedaron como muertos. » Venid ahora sacerdotes, escribas , hom-
bres de la ley , miembros de una secta hipócrita , venid , y ved á que estado
se ven reducidos aquellos mismos á quienes armasteis contra un hombre
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muerto ! Finido está ya vuestro triunfo , y el suyo comienza sobre su sepul-
cro para verificar aquella palabra del Profeta: / Y su sepulcro será glorioso!
Nadie ha tocado ni aun hablado á vuestros soldados , y védles á lo que q u e -
dan reducidos solamente por lo que han visto. Si no han muerto ya, si se les
ha permitido levantarse y huir, es solo para que sepáis por ellos mismos vues-
tra derrota y vuestro oprobio , la gloria de Jesús , y lo que tenéis que temer
de los ministros de su venganza.
No por esto se crea que este temblor de tierra sucediese cuando M a g -
dalena y su compañera fueron al sepulcro. Aconteció mucho después y al
terminar la noche ; de manera, no obstante, que los soldados tuviesen tiem-
po de retirarse antes que Magdalena viniese al sepulcro el domingo por
la mañana. «Y partiendo muy de madrugada el domingo ó el primer dia
de la s e m a n a , llegaron al sepulcro , salido ya el sol.» Algunos intérpretes
distinguen aquí dos épocas diferentes, dos visitas distintas al sepulcro del
Salvador: la primera muy de mañana ; la segunda nacido ya el sol. Otros
suponen una misma y sola visita , refiriéndose la primera época á la salida
de la ciudad, muy de mañana , y la llegada al sepulcro salido ya el sol.
Prescindiendo de estas opiniones, todas admisibles, no haremos mas que
seguir el texto evangélico. « El primer dia de la semana , dice S. Juan , al
a m a n e c e r , cuando todavía estaba oscuro , fué María Magdalena al s e p u l -
cro.» La palabra tinieblas de que se vale al Evangelista : cum adhuc tenébrce
esseni , se opone á luz del día que proviene del sol , pero no excluye la luz
apacible de la luna que preside la noche. No significa , pues , que fuese una
negra noche , sino que el dia no habia aun asomado. Y aun esto preciso es
que fuese mucho tiempo antes del dia , pues pasó antes de la llegada de las
demás mujeres al sepulcro , por mas que éstas viniesen á él al rayar el dia.
Mas á esta diligencia que precede á la a u r o r a , ¿quién no reconoce el amor
impaciente de Magdalena? El viernes por la tarde no puede arrancarse del
sepulcro ; el reposo del sábado le sorprende allí; el sábado por la tarde vuel-
ve al sepulcro , y solo lo deja para ir á comprar perfumes, y volver á él el
domingo muy de mañana, y tan de mañana, que aun es de noche; y la luna
en su plenitud derrama su plateada luz sobre la tierra , cuando Magdalena
dispierta á sus compañeras, y les da prisa para ponerse en camino con ella.
Magdalena , pues , no duerme , se adelanta al dja , para ella las horas pasan
con demasiada lentitud. « Y dicen las mujeres entre s í ; ¿quién nos quitará
la piedra que cierra el sepulcro ?» La inquietud que manifiestan aquí estas
santas mujeres es una prueba de que ignoraban lo que habian hecho los j u -
díos para apartarlas del sepulcro ; pero ignoraban también lo que el ángel
del Señor habia hecho para dejarles libre la entrada. Razón tenían para p r e -
guntarse unas á otras ¿ quién nos quitará la piedra? pues no hay apariencias
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de que ellas estuviesen en estado de hacerlo. Sin embargo , hacian muy bien
en seguir su camino á pesar de esta dificultad ; pues cuando el Señor inspira
una obra buena , sabe mejor que nosotros el medio de vencer los obstáculos
que á ella se oponen ; y si por nuestra parte somos fieles en ejecutar lo que
de nosotros depende , estemos seguros que él hará de la suya lo que á n o s -
otros nos seria imposible. « Y habiendo mirado , vieron levantada la piedra,
que era enorme.» Para comprender bien todo esto, menester es recordar la
idea exacta de lo que era el sepulcro. Estaba vaciado en la peña, y tenia la
abertura en la parte superior : era propiamente una cueva artificial a b o v e -
dada , en medio de la que se depositaba el cuerpo sin cubrirlo de tierra , y á
la que se bajaba por una escalera, igualmente formada en la roca. El boque-
ron ó abertura debia ser grande, y la piedra que lo cerraba debia ser grande
á proporción, es decir, mucho mayor que en las tumbas ordinarias. De tales
piedras conservamos muestras todavía en los antiguos sepulcros de los judios,
y una de ellas se conserva , del antiguo cementerio judío , en el museo de
antigüedades de la Academia de Buenas Letras de Barcelona con su inscrip-
ción hebrea. Colocada la piedra sobre la entrada ó abertura , estaba á corta
diferencia á flor de tierra; mas cuando el ángel abrió el sepulcro, como remo-
vió la tierra , se quedó la piedra recta sobre uno de sus lados , por manera
que presentaba toda su longitud á los que venian de Jerusalen. Fácil fué, pues,
á las santas mujeres el ver aquella piedra á causa de su magnitud, y advertir
que no estaba puesta sino levantada , y este espectáculo no podía menos de
causarles un extremo pavor. Solas, en.medio de la noche, fuera de la ciudad,
cerca de un sepulcro abierto , que el silencio general de la naturaleza hace
m a s espantoso, el menor objeto bastaba para turbar la imaginación , sobre
todo en mujeres tan propensas á. asustarse como las dos compañeras de Mag-
dalena , según nos refieren los dos Evangelistas , y veremos mas adelante.
En cuanto á Magdalena , su amor la. vuelve intrépida. Ni.el silencio de la n o -
che , ni la soledad del l u g a r , ni la mansión de los muertos , ni la aparición
de los espíritus , nada la intimida : solo teme no encontrar el cuerpo de su
querido Maestro para tributarle los últimos deberes. Pero por mas que haga
con sus compañeras no puede inspirarles su valor, ni resolverlas á llegar con
ella hasta el sepulcro. Todo lo que de ellas puede conseguir es que la a g u a r -
den hasta que vuelva á hacerles relación de lo que ha visto. El amor de Mag-
dalena , pues , como mas ardiente y generoso, merece los primeros favores.
Al pálido resplandor de la luna Magdalena va derechoal sepulcro , y el p r i -
m e r objeto que se le presenta es la enorme piedra , que se habia sellado por
orden de los pontífices , fuera de su lugar y removida. El ángel que habia
apartado á los soldados no se le dejó ver. Magdalena se adelanta , y habiendo
fijado sus miradas dentro.del sepulcro, vio que el cuerpo de su divino Maes-
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tro no estaba allí. ¡ Qué golpe para su corazón! Sin duda , se dice ella á sí
m i s m a , alguno lo habrá sacado durante la noche : pero ¿ quién es éste? ¿ en
dónde hallarle? ¿ á quién dirigirse? ¿ q u é hacer en tan inesperado lance? El
único recurso que se presenta á su espíritu es ir á encontrar á Pedro y á
Juan , y saber lo que piensan de un suceso tan extraordinario, y que á ella
le parece tan fatal contratiempo. Vuelve al momento á sus compañeras , les
participa en dos palabras su dolor , sus ideas , su designio: propóneles sin
duda volver á su casa y quedarse allí, mientras ella con los Apóstoles hará sus
pesquisas , hasta que les haga saber lo que haya podido descubrir. Tomadas
estas medidas, vuelven á su casa las dos compañeras, y Magdalena corre á la
casa en que Pedro habitaba con Juan. «Magdalena corre, pues, á encontrar á
Simón Pedro , y al otro discípulo que Jesús amaba , y les dice: Han quitado
al Señor de su sepulcro , y no sabemos en donde lo han metido. » Magdalena
habla en plural, porqué se une á sus dos compañeras que estaban en la m i s -
m a persuasión que ella. No cesemos de admirar aquí el amor de Magdalena,
su firmeza, su valor , su prudencia , su ardor, su deferencia y su prontitud.
¡ Oh mujer fuerte ! ¡cuan digna te haces de los favores que Jesús te prepara!
Pedro , dice el evangelista S. Juan , á esta nueva salió con el otro discípulo,
y encamináronse al sepulcro. Corrian ambos á la par , mas este otro discí-
pulo corrió mos aprisa que Pedro , y llegó primero al sepulcro. Y habiéndose
inclinado , vio los lienzos en el suelo , pero no entró dentro. » Pedro y Juan,
movidos por el relato de Magdalena , y tan sorprendidos como ella de aquel
suceso , corren al sepulcro con el mismo ardor con que ella habia venido á
encontrarlos, y ella les sigue de cerca. El mismo interés, el mismo amor ani-
ma á los tres , y sus corazones laten agitados de las mismas zozobras y de
los mismos sentimientos de temor y esperanza. Notemos el respeto y la
deferencia de S. Juan : a u n q u e llegado el primero, aguarda á S. P e d r o , y no
entra sino con él en el sepulcro. ¿Y qué ven en el sepulcro? «Llegó tras él
Simón Pedro y entró en el sepulcro, y vio los lienzos en el suelo, y el s u d a -
rio que habian puesto sobre la cabeza de Jesús, no junto con los demás lien-
zos , sino separadamente doblado en otro lugar. Estos lienzos eran la sábana
ó mortaja y las fajas , el sudario era un pañuelo con que se habia cubierto la
cabeza de Jesús , y que podia haber retenido la marca ó impresión de su
rostro. Quizás por un respeto particular los ángeles habian doblado y puesto á
parte este lienzo , que es , según algunos , lo que se llama el Santo Sudario.
Los Apóstoles no vieron sino esto en el sepulcro; ¿ pero no era esto bastante
para despertar ó revivar su fe?¿Era acaso verosímil lo que les decia Magda-
lena que alguno habia robado ó quitado el cuerpo de Jesús? ¿Quién hubiera
querido quitarle, y á que fin ? ¿Y si alguien lo hubiese sacado, no le hubiera
tomado tal como estaba envuelto en sus lienzos? ¿ Y si no hubiese querido
— 751 —
llevar consigo las envolturas , hubiérase entretenido en plegarlas , en a r r e -
glarlas, en separar unas de otras? Pero nó : ni la vista del sepulcro, ni lo que
en él quedaba les hizo entrar en ninguna reflexión , ni aun los dispertó el
recuerdo de las palabras de Jesús. He aquí los testigos que necesitábamos,
prontos en ver y tardos en creer , á fin de que después tanto su fe como la
nuestra quedase inalterable. ¿ Y cuáles fueron sus sentimientos al volver del
sepulcro? «Entonces el otro discípulo que habia llegado primero al sepulcro,
entró también , y vio y creyó: ( q u e efectivamente le habian quitado); p o r -
qué aun no habian 'entendido de la Escritura que Jesús debia resucitar de
entre los muertos. Con esto los discípulos se volvieron otra vez á su casa. »
Han pensado algunos q u e en esta ocasión S. Juan habia creído el misterio de
la Resurrección por la palabra et credidit de que se vale el Evangelista; pero
lo que sigue del texto y los sucesos mismos nos inducen mas bien á pensar, que
él creyó lo que la Magdalena habia dicho, esto es, que alguno habría quitado
el cuerpo. La vista del sepulcro no hizo sino confirmarlos en esta idea ; y se
volvieron tan inquietos sobre aquel suceso , como lo estaban cuando habian
venido. El Señor entretanto ejecutaba sus designios llenos de sabiduría ; con
ello disponia á sus Apóstoles á recibir las nuevas luces que iba sucesivamente
descubriéndoles, hasta que por fin se hallasen en estado de sostener su vista
y asegurarse de su resurrección. «Entre tanto María estaba fuera llorando
cerca del sepulcro, y con las lágrimas en los ojos se inclinó á mirar en el in-
terior del monumento. » Magdalena no se retira con los Apóstoles , ni vuelve
á sus compañeras : no puede, apartarse del lugar que poseia á su Maestro , y
en el cual esperaba encontrarle. Mas ay ! que no le encuentra ! ¿A quién r e -
currirá a h o r a ? Todo le abandona : no le quedan mas que su dolor y sus lá-
grimas. Y con qué abundancia las d e r r a m a ! Cuántas veces llama á su divino
Maestro ! Cuántas repite su adorable nombre! O corazón desgarrado , ó a l -
m a desolada! porqué permanecéis en un lugar tan triste para vos? ¿por qué
miráis todavía un sepulcro en donde vuestro Maestro no está? Todo lo que
no es Jesús le es indiferente. «Y vio á dos ángeles vestidos de blanco s e n t a -
dos uno á la cabeza y otro á los pies donde estuvo colocado el cuerpo de J e -
s ú s , los cuales le dijeron : Mujer , por qué lloras? Respondióles : Porqué se
han llevado de aquí á mi Señor , y no sé dónde le han puesto. » J^os ángeles,
ministros de Jesús resucitado y deputados para la guarda del sepulcro , se
hacian visibles ó invisibles , según lo juzgaban á propósito y sabían que con-
venia á los designios de su Señor y Maestro. Pero ; ¡ qué mujer Magdalena !
¿Cualquiera otra no hubiera quedado aterrada de ver dos ángeles allí donde
u n momento antes nada habia visto ? Mas Magdalena ni se pasma de su r e -
pentina aparición, ni se deslumhra por su belleza , ni se lisonjea de su con-
versación. Los ve , y los oye , y les responde con tanta tranquilidad como lo
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hubiera hecho con sus dos compañeras. Si les escucha , si les habla es para
saber de ellos en donde está Jesús , pronta á dejar los ángeles por un h o r t e -
lano , si de este puede esperar alguna aclaración para encontrar á Jesús. Y
por qué esto? Porqué ella no busca sino á Jesús , y todo lo demás le es i n d i -
ferente. Solo siente valor para emprenderlo todo , para procurarse su objeto
amado. «Dicho esto , volviéndose hacia atrás , vio á Jesús en pié ; mas no
conocia que fuese Jesús. Dicele Jesús : Mujer , por qué lloras? A quien bus-
cas? Ella , suponiendo que seria el hortelano , le dice : Señor , si tú le has
quitado dime donde le pusiste , y yo me lo llevaré. » Magdalena , al contes-
tar á los ángeles oyó algún ruido detrás de s í : y habiéndose vuelto, vio un
hombre que ella creyó ser , sin reflexionarlo m u c h o , el que tenia á su c u i -
dado el jardin ó huerto en donde estaba el sepulcro ; y suponiendo que este
hombre , estando tan cerca de ella habia oido la causa de su dolor, que a c a -
baba de declarar á los ángeles^ no se la r e p i t e , sino que va derecho á su ob-
jeto : le ruega le indique en donde está su Maestro , y sin atender á su d e b i -
lidad , se ofrece ella misma á llevárselo. Ni aun sospecha tenia de que fuese
Jesús á quien ella hablaba. Buscaba el cuerpo muerto de su Maestro, y aquel
á quien ella hablaba estaba vivo. Y sin embargo era el mismo. Y con que
complacencia aquel divino Salvador veria los sentimientos de Magdalena, sus
deseos , su a m o r , su perseverancia , y el ardor de su intrepidez que le h a -
cia olvidar su propia debilidad , y estar pronta á toda empresa! Con qué pla-
cer va á recompensar su amor , abriéndole los ojos, y llenando su corazón
del gozo mas puro é inefable! Dicele Jesús : «María ! Volvióse ella y le dijo :
Rabboni, esto es , Maestro mió ! » Todo pasa en dos palabras, pero en estas
dos palabras cuantas maravillas! qué de gracias! cuántas luces acompañaron
la primera! qué trasportes de gozo y de amor acompañaron la segunda !
« Dícele Jesús : No me toques , porqué no he subido todavía á mi Padre. »
Al momento que Magdalena reconoció á su Maestro , se arrojó á sus rodillas
para abrazarle. Nó , le dijo J e s ú s , no me t o q u e s , no he subido todavía al
cielo junto á rni Padre , aguarda otro tiempo para d a r m e señales sensibles de
tu respeto y veneración. La razón que tenia el Señor para despedirse p r o n -
to de Magdalena era que sus discípulos estaban agobiados de dolor , y le
creian muerto y robado del sepulcro. Quiso , pues, que Magdalena , que les
habia sugerido el primer e r r o r , fuese á sacarles de ambos errores anuncián-
doles su Resurrección. Y aun puede añadirse otra razón para despedirá Mag-
dalena. Iba á despuntar el dia , y presto debia llegar al sepulcro una segunda
banda de mujeres galileas , á las que no quería mostrarse , y cuya fe quería
ejercitar. Y en seguida le da esta orden : «Anda , pues , vé á mis hermanos
y díles de mi parte : Yo me subo al Padre mió y al Padre vuestro, á mi Dios
y á Dios vuestro.» Es decir, dentro de poco subiré hacia mi Padre. Pero n ó -
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tese que Jesús llama hermanos á sus discípulos y Apóstoles, y no servidores,
ni aun amigos , sino hermanos , á pesar de haberse mostrado amigos c o b a r -
des y servidores infieles. Id , p u e s , Magdalena , id á anunciar tan dichosa
nueva! La primera fuisteis en venir al sepulcro ; la primera en haber visto á
Jesús resucitado ; la primera seréis en anunciar su Resurrección. Esta gloria
os es propia , y con nadie la compartís. «Pues Jesús habiendo resucitado el
domingo por la mañana , apareció primeramente á María Magdalena, de la
cual había echado siete demonios. » Magdalena se apresura á cumplir con lo
que Jesús le habia mandado. « Fué , pues , María Magdalena á dar parte á los
discípulos que ella habia visto al Señor, y de lo que el Señor le habia dicho.»
Cumplió exactamente su misión: nada omitió délo que el Señor le habia man-
dado y empleó todas sus fuerzas para persuadirá los Apóstoles lo mismo que
decia. Mas ¡ cuál fué su dolor al ver que todos sus esfuerzos eran inútiles! La
que les habia convencido cuando solo les habia indicado una sospecha acerca
de un hecho que ella misma se habia imaginado, no puede convencerles ahora
cuando les refiere lo que ha visto con sus propios ojos y oido con sus orejas.
Y nótese el estado en que se hallaban los Apóstoles cuando fué á hablarles
Magdalena. «Y ella fué á dar la noticia á los que habían estado con é l , y que
no cesaban de gemir y de llorar. » El primer aviso que habia dado Magda-
lena á Pedro y á Juan , y la prisa que se dieron estos dos Apóstoles para ir al
sepulcro, no habia podido hacerse sin que los demás tuviesen de ello conoci-
miento. Según parece estaban reunidos en la casa de Pedro , que era tal vez
la del Cenáculo , para saber de él á su vuelta lo que habia de nuevo. Mas
cuando ella les hubo participado lo que habia visto y lo que conjeturaba, este
relato renovó todo su dolor,' y se entregaron otra vez á la aflicción y á las
lágrimas. Tanto lo pasado como lo presente les anunciaba el mas funesto
porvenir. El furor y encarnizamiento con que se habia dado la muerte á su
Maestro y la malicia con q u e , en su concepto, habia sido robado su cuerpo,
les hacia creer que presto descargaría sobre ellos la tempestad , y que estaba
próxima la persecución. Consolaos empero , afligidos Apóstoles : gente t í m i -
da , cobrad aliento. Ahí tenéis una nueva bien distinta de la primera. E s c u -
chad á Magdalena : vuestro Maestro.ha salido triunfante y glorioso del sepul-
cro : él ha vencido la muerte y el infierno , y su triunfo es vuestro triunfo.
Nada temáis: vuestros enemigos, y no vosotros, son los que han de temblar.
Mas, ¿cómo se encuentran los Apóstoles después de haberles hablado Magda-
lena ? ¿ q u é sensación les han hecho sus palabras? «Y al oirle decir ellos que
vivia y que ella le habia visto, no la creyeron.» ¿Y por qué no creerla ? ¿ les
es acaso sospechosa Magdalena ? ¿ querrá tal vez engañarles ? ¿ no tiene causa
común con ellos ? Ellos' han tocado la verdad de su primer relato: ellos la
han visto deshacerse en llanto y tan afligida como ellos. Y ahora que la ven
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trasportada de júbilo y de contento ¿por qué no creerla también ? ¿ se h a -
brá Magdalena engañado á sí misma? ¿la habrá alucinado su imaginación? Lo
que mas puede hacer la imaginación es representarnos lo que con ardor se
desea ; pero Magdalena lejos de desear , ni siquiera pensaba en ver á Jesús
resucitado. No pedia sino su cuerpo exánime: esta idea la llenaba ú n i c a -
mente , y de tal manera la llenaba , que al principio ni aun conocia á Jesús
que le estaba hablando : pero después le ha conocido, le ha visto , le ha
hablado, y lo que de él refiere es enteramente conforme á lo que dijo él
mismo durante su vida. ¿ C ó m o , p u e s , no se le da crédito? ¿ q u é razones
tiene para ello la increduliad ? ¿ no es , y no ha sido siempre la incredulidad
una flaqueza de espíritu , que sujeta al incrédulo al imperio de su imagina-
ción ? ¿ con cuan poca justicia se llama, p u e s , á los incrédulos espíritus fuer-
tes , cuando esta falta de fe es una tenaz resistencia á las pruebas claras é
infalibles de la verdad ? ¿ quién dirá que en tal ocasión pueda llamarse á los
Apóstoles espíritus fuertes? Con todo, este testimonio de la Magdalena, a u n -
que no creido enteramente , no deja de calmar algún tanto aquellos ánimos
atribulados, y de producir en ellos alguna esperanza, disponiéndoles á recibir
los nuevos testimonios que Jesús , siguiendo los consejos de su sabiduría
divina , iba á enviarles. Veamos ahora la piedad , la recompensa y la fideli-
dad de Juana y de sus compañeras , que «al amanecer el dia del domingo,
vinieron al sepulcro , llevando los perfumes que habian preparado. » Las
santas mujeres , de que habla aquí S. Lúeas, son las mismas de que a c a -
ba de hablarse en el último versículo del artículo precedente , y que habian
preparado sus perfumes desde el viernes por la tarde , diferentes por consi-
guientede Magdalena y de sus compañeras, que no habian comprado los suyos
hasta la tarde del sábado, después del repose*prescrito por la ley. Juana e s -
taba al frente de esta banda ó comitiva , como vamos á verlo. Admiremos la
diligencia y exactitud de estas santas mujeres, que parten al rayar el dia
y á la hora convenida para reunirse. No se dice de Magdalena y sus c o m p a -
ñeras yendo al sepulcro que hubiesen llevado perfumes, ni aun que los h u -
biesen preparado, sino tan solo que ellas los compraron. Lo cual induce á
creer que , después de comprados, los llevarían á Juana y á sus compañeras
para que los preparasen, ó porqué éstas tenian mejor proporción de hacerlo,
por ser en mayor n ú m e r o , ó porqué la mezcla de todos estos perfumes fuese
mas n a t u r a l , elaborada por unas mismas manos. «Y encontraron la piedra
levantada sobre el sepulcro. » Este primer objeto , que no esperaban , no les
infundió espanto ; pues se atrevieron á bajar hasta el sepulcro para buscar á
Jesús, y habiendo entrado, no hallaron el cuerpo sagrado, que buscaban : así
es como su valor sufrió aquí una prueba. ¿Qué pensar de un suceso tan poco
esperado ? ¿ quién ha levantado esta piedra ? ¿ qué se hizo el cuerpo de Jesús?
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¿en dónde está Magdalena? ¿qué se hicieron sus compañeras? ¿cómo no p a r e -
cen? ¿ qué sospechar , qué pensar de esto ? Su espíritu se pierde, sus pensa-
mientos se confunden , y se hallan en una extrema consternación. ¡ Mas qué
recompensa las aguardaba ! Nada menos que el oir de boca de los ángeles la
Resurrección de Jesús. «Y estando muy consternadas con este motivo , he
aquí que se aparecieron de repente junto á ellas dos personajes con vestidu-
ras resplandecientes;» Y quedando llenas de espanto , y teniendo inclinado el
rostro hacia tierra , les dijeron los ángeles : «¿ Por qué andáis buscando e n -
tre los muertos al que está vivo ?'No está a q u í , resucitó. » Eslas santas m u -
jeres conocieron muy bien que aquellos dos jóvenes eran ángeles bajo forma
h u m a n a . No es de extrañar que su súbita aparición y el deslumbrante fulgor
de sus vestidos causasen á estas santas mujeres algún movimiento de pavor,
que no llegó á turbarlas , ni las hizo huir : tan solo las obligó á bajar los ojos
sin que osasen mirar. ¡ Cuál fué la alegría de su corazón al oir que su Maes-
tro estaba vivo , y que el no ver su cuerpo era porqué habia resucitado! Y
para prueba de su Resurrección, les añadieron : «Acordaos de lo que os pre-
vino cuando estaba todavía en Galilea , diciendo : Conviene que el Hijo del
Hombre sea entregado en manos de hombres pecadores y crucificado , y
que al tercer dia resucite. » ¡ Cuántas veces habia dicho el Señor que r e s u -
taria al dia tercero! ¡ cómo perder el recuerdo de una promesa tan m a g n í -
fica y consoladora ! ¿ No debía renovarse esta memoria desde que se vio á Je-
sús , según su palabra, espirar sobre la cruz? Muy bien se acordaron de ello
los fariseos así que le vieron encerrado en el sepulcro ; y sus discípulos y
las santas mujeres que le son afectos y leales no se acuerdan de ello , ni aun
cuando tienen su cumplimiento delante de los ojos, cuando al tercer dia ven su
sepulcro abierto y vacío , y necesitan que los ángeles se lo hagan recordar.
Nótese que el Señor, antes y después de su Resurrección, se ha servido de la
palabra conviene-o/)oríe/-para mostrarnos que los misterios de Jesucristo de-
ben considerarse como la ejecución de los decretos eternos de la sabiduría de
Dios. Las santas mujeres se mostraron fieles en creer lo que les dijeron los
ángeles. Creyeron sin vacilar, y salieron del sepulcro llenas de consuelo, é
impacientes de llevar á los Apóstoles una nueva tan feliz. «Y se acordaron
en efecto de las palabras de Jesús,» y se mostraron fieles en referir á los Após-
toles lo que habia sucedido. «Y volviendo del sepulcro, anunciaron todas estas
cosas á los once y á todos los demás. Estas santas mujeres nada consideraron
mas urgente que el ir á dar cuenta á los Apóstoles de lo que habian visto y
oido. Si no les cupo la dicha de no ver aquel dia á Jesús resucitado, tuvieron
á lo menos el consuelo de encontrar á Magdalena, á la cual no solo los once
Apóstoles sino también muchos de los discípulos se habian reunido. La r e l a -
ción de Magdalena se concillaba perfectamente con lo que éstas decían. Aque-
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Ha habia visto los dos ángeles de que éstas habian hablado , y ademas habia
visto al Señor mismo. María , madre de J a i m e , y su compañera «vienen al
sepulcro , ya levantado el sol» y la vista de los ángeles las llena de pavor.
« Y entrando en el sepulcro , se hallaron con un joven sentado al lado d e r e -
cho , vestido de un blanco ropaje, y se quedaron atónitas.» María, madre de
Jaime , y Salomé su compañera , aguardaban en vano la vuelta de Magdale-
na , ocupada con Juana en persuadir á los Apóstoles la Resurrección de su
Maestro. Viendo que no comparecia, que el dia estaba ya muy entrado , y
era alto ya el s o l , se atrevieron á ir hasta el sepulcro. Y llegaron á é l , como
por la mañana , cuando la piedra estaba alzada y el sepulcro abierto. Tuvie-
ron valor para bajar á él ; pero al mismo instante vieron á la derecha un
ángel sentado, bajo la figura de un gallardo joven, y vestido con ropaje blan-
co. Tuvieron miedo , y no se necesitaba tanto para azorarlas. Este joven era
el mismo ángel que habia levantado la piedra , que se habia sentado encima,
y que con una sola de sus miradas habia derribado y disipado las guardias.
Si se les hubiese aparecido desde un principio sentado sobre la piedra, nunca
estas santas mujeres hubieran avanzado hasta el sepulcro ; pero él las aguar-
daba en el sepulcro mismo , para que habiendo entrado en él pudiesen ver el
lugar en donde habia sido colocado el cuerpo de Jesús , y escuchar lo que
quería decirles. Y aunque se hubiese despojado de aquel aspecto terrible que
habia mostrado á los soldados , y que se manifestase á ellas con todos los en-
cantos de la belleza y con todos los atractivos de una majestuosa dulzura,
quedaron sin embargo tan llenas de t e r r o r , que permanecieron inmóviles,
sin atreverse á adelantar un solo paso ¡ tanto es lo que estos celestes espíri-
tus saben acomodarse á nuestra debilidad! Y para tranquilizarlas Jes habló.
«Mas el ángel dirigiéndose á las mujeres les dijo: Vosotras no tenéis que
temer : ya sé que venís en busca de Jesús de Nazareth que fué crucificado :
pero no está a q u í , porqué ha resucitado según predijo: Venid y ved el lugar
donde estaba sepultado el Señor. » Y en seguida les prescribe lo que debian
decir á los Apóstoles. «Ahora bien, id prontamente á decir á sus discípulos y
á Pedro : Él ha resucitado , y he aquí que irá delante de vosotros en Galilea :
allí le veréis , como os lo ha dicho. Ya os lo prevengo de antemano. » La or-
den de retirarse con prontitud estaba muy conforme con los deseos de las
santas mujeres, penetradas á la vez de placer y de turbación. La mención
expresa que el ángel hace de S. Pedro , debió ser muy consoladora para
aquel Apóstol que habia renegado de su Maestro. Las palabras que el ángel
prescribe á las santas mujeres referir á los Apóstoles, eran muy capaces
de impresionarles vivamente y de vencer su obstinación ; pues el Señor las
habia dicho á los Apóstoles en la noche de la Cena, y de ellas no podían tener
aquellas mujeres el menor conocimiento. No solamente se les da la orden de
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trasladar aquellas palabras á los Apóstoles , sino también de hacerles notar
que eran el cumplimiento de lo que el Señor les habia prometido y p r e d i -
cho. Si el Señor promete á los Apóstoles que le verán en Galilea , esto no
significa que no le vean antes de pasar allá, sino únicamente que allá le verán
mas á su placer, y que los instruirá mas largamente sobre lo que concierne
al reino de Dios, que es su Iglesia. Mas á pesar de todo esto, el pavor no aban-
dona á estás mujeres aun al salir del sepulcro , pues salen de él huyendo.
«Ellas salieron al instante del sepulcro con grande miedo y con gozo inexpli-
ble , y fueron corriendo á dar la nueva á los discípulos. » La causa de la a l e -
gría extraordinaria nos es muy fácil de comprender : nosotros debemos p a r -
ticipar de ella: es el Salvador resucitado. Pero la causa del grande temor solo
se puede hallar en el carácter y en el natural de aquellas piadosas mujeres:
carácter que no es posible rectificar, que es fuerza compadecer, y que jamas
es permitido insultar. En realidad «ellas corren á llevar la nueva á los discí-
pulos. » El gozo de llevar á los discípulos tan feliz nueva les hacia sin duda
apresurar el paso ; pero parece que el temor tenia también su parte. Estas
santas mujeres no sabían aun todo lo que tendrían que contar, pues su
alegría va luego á crecer , y su nfiedo á disminuir; y esto sucede cuando
no se tiene otro objeto que Jesús, y no se obra sino por él. «Y á nadie dijeron
nada en el camino : tal era su pasmo. » Parece imposible que á la hora avan-
zada en que se hallaban no encontrasen por el camino algunas personas co-
nocidas de su país: pero estaban tan poseídas de pasmo y de temor, que no se
detuvieron con ninguna, ni osaron retardar su viaje para hablar á nadie, como
modelo de diligencia y de prontitud. Si aquellas mujeres se hubiesen deteni-
do á hablar con alguno, se hubieran quizás visto privadas de la visita que les
hizo el Señor ; pues Jesús se les presentó inesperadamente. «Cuando he aquí
que Jesús les sale al encuentro diciendo : Dios os guarde. Y acercándose ellas
abrazaron sus pies y le adoraron.» Estas santas mujeres eran dos madres de
Apóstoles. María, madre de Jaime , era hermana política de la Santa Virgen,
Salomé era madre del discípulo favorito , y las dos eran compañeras de Mag-
dalena. No quiso Jesús por mas tiempo dejarlas presa de su temor. No les dijo
como á Magdalena : no me toques , pues tenian mas necesidad de ser alenta-
das que intimidadas. La bondad de Jesús conoce siempre nuestros males y
sabe aplicarles el remedio. En efecto , las alienta como el ángel: « Entonces
Jesús les dice: No temáis. » ¿Temian todavía estando con Jesús ? Fuerza es
creerlo así, pues Jesús las conforta con aquellas palabras. Mas después de
esta palabra consoladora cesó todo temor ; el amor triunfó, y apoderóse
de sus corazones una purísima alegría. Y Jesús les da la misma orden que
les habia dado el ángel : «Id , avisad á mis hermanos que vayan á Galilea, y
allí me verán.» El Señor emplea aquí la palabra misma de hermanos , como
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habia hecho hablando á Magdalena: « Que vayan á Galilea. » No es esta una
orden particular que él manda dar á los Apóstoles; es tan solo una promesa
de que le verán cuando hayan regresado á Galilea. Es como si les hubiese
dicho : Con solo que vayan á Galilea , que regresen á su país después que
hayan concluido , como de costumbre, el celebrar aquí la fiesta de la P a s -
cua , y allá me verán. Y efectivamente así se verificó.
CAPITULO XCVI.
CAPITULO XCVII.
CAPITULO XCVIII,
los Salmos. Entonces les abrió el entendimiento para que entendiesen las
Escrituras..» El testimonio que dan las Escrituras queda consignado en los
libros escritos largo tiempo antes de los sucesos , diferentes y distantes unos
de otros de muchos siglos: libros que están en manos de los judíos y se con-
servan cuidadosamente por estos enemigos declarados del nombre cristiano.
Y aun cuando los Apóstoles hubiesen escrito á su sabor , ¿ cómo hubieran
podido tocar á la ley de Moisés , á los libros de los Profetas , á los Salmos de
David? Y todos estos libros predicen de mil maneras por figuras sensibles,
por minuciosos detalles y por expresiones precisas la pasión , la muerte y la
resurrección de Jesucristo. Estos misterios están ademas ordenados por la sa-
biduría de Dios. «Y les dijo : Así estaba ya escrito, y así era necesario que el
Cristo padeciese, y que resucitase de entre los muertos el tercer dia. » Este
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orden y este encadenamiento merecen ser observados. Cumpliéronse los suce-
sos, porqué así estaba escrito ; y estaba escrito así, porqué era necesario que
esto sucediese , y esta necesidad estaba ordenada por Dios. Así la suprema
Sabiduría, que todo lo regula, hace entrar en la ejecución de sus designios la
malicia de los perversos, la imperfección de los débiles y la virtud de los b u e -
nos , sin coartar á los unos ni á los otros su libertad. «Y era menester que
se predicase en su nombre la penitencia y el perdón de los pecados á todas
las naciones empezando por Jerusalen. » ¡ Cuánto se encierra en estas solas
palabras! El santo Precursor empezó por predicar la penitencia : Jesús d u -
rante el curso de su misión la predicó; y Jesús resucitado mandó á sus Após-
toles que la predicasen. Sin esta penitencia el misterio de la Resurrección nos
seria inútil, y de nada nos serviría el Evangelio. La Iglesia católica, única
depositaría de la doctrina de Jesucristo, la predica todavía y Ta predicará hasta
la fin del mundo , y este es otro carácter de la verdad del catolicismo. Y la
remisión de los pecados : tan solo la Iglesia católica posee la verdadera clave
de esta remisión, fruto precioso de la sangre de Jesucristo. Esta remisión, que
nunca fué ofrecida ni á los ángeles rebeldes,, ni á los hombres muertos en pe-
cado, es la que desarma la diestra indignada del Eterno contra el hombre d e -
lincuente , y le convierte de un Dios ofendido é irritado en un Dios reconci-
liado y amigo, y en el mas tierno de los padres. Esta creencia y esperanza á
la vez es la que distingue principalmente el catolicismo de las demás sectas,
en las que , alterado el dogma católico, entra siempre una mayor ó menor
dosis de absurdo ó de impiedad. Los impíos quieren un Dios de una bondad
estúpida , á quien puedan ofender impunemente , y que quiera aun después
de esto recompensar sus crímenes ó sus blasfemias ; y gran número de p e -
cadores , á quienes la penitencia espanta, se mantienen también en la misma
ilusión. Mas otros son los designios del Señor : preciso fué que el Cristo s u -
friese y que se predicase en su nombre la penitencia y la remisión de los pe-
cados. He aquí la regla inmutable, fuera de la cual no hay remisión y solo hay
que esperar una reprobación eterna. Por lo demás empero, el Evangelio fué
anunciado á todas las naciones , aun se continua anunciándolo , y se c o n t i -
nuará hasta que de él estén instruidos todos los pueblos hasta la c o n s u m a -
ción de los siglos. La Religión cristiana no es la Religión de una nación ó de un
pueblo, sino la Religión de todos los pueblos y de todas las naciones, y en este
sentido se llama católica, lo cual la distingue esencialmente de toda otra secta
y de toda otra religión de invención humana. Empezóse á anunciar en J e -
rusalen á fin de que , así como en el orden de los tiempos tenia una época
segura y fija bajo el imperio de los primeros Césares , á la cual pudiese r e -
correrse para confrontar los sucesos , asimismo en el orden de los lugares
tuviese una ciudad fija y célebre , en la que hubiesen pasado los primeros
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hechos, y desde donde el judío y el gentil pudiesen sacar luz para asegurarse
de la verdad de lo que se les anunciaba , muy diferente en esta parte de las
fábulas del paganismo , de las que no se conocen ni el principio ni el origen.
Jerusalen fué la cuna de la Iglesia: allj nació esta casta Esposa , allí se formó
y creció hasta que , llegada á su edad adulta , colocó su primera silla en la
capital del mundo , en medio de la gentilidad , á fin de que , así como J e r u -
salen habia sido la cuna de esta Iglesia, Roma fuese después el centro. Desde
aquella capital del imperio , de aquel emporio de las impostoras divinidades,
los milagros posteriores y los hechos heroicos de los mártires arrojaron u n
resplandor que ilustró al universo y lo hizo cristiano. Así lo habia Dios o r d e -
nado , así lo había dispuesto Jesucristo: esto ha sucedido y era menester que
así sucediese. Admiremos y respetemos este grandioso rasgo de la P r o v i d e n -
cia. «Vosotros sois testigos de estas cosas» añade á sus Apóstoles el resucitado
Jesús. Aquí se trata de la verdad de la Resurrección, de la verdad del funda-
mento de la Religión cristiana. Convienen los mas incrédulos en que nadie pue-
de dispensarse de creer en sus dogmas, si el que nos los ha dado es verdade-
ramente el Hijo de Dios, enviado para revelárnoslos, y en que Jesús es verda-
deramente el Hijo de Dios , si ha obrado los milagros referidos en el E v a n -
gelio , y sobre todo si es cierto que resucitó lres,dias después de su muerte,
como habia prometido. De todos estos hechos , pues, son los Apóstoles testi-
gos oculares , y sobre el hecho de la Resurrección en particular, los Apóstoles
no pudieron engañarse : resta el afirmar que no nos han engañado, y tan
imposible es lo uno como lo otro. Los Apóstoles son unos testigos desintere-
sados. Nadie obra sin un motivo , sin algún interés, de cualquiera n a t u r a -
leza que sea. ¿ Y qué interés lenian los Apóstoles en presentarnos un tejido
de hechos supuestos tan solo para engañarnos ? ¿ A qué fin hubieran ido p u -
blicando por todas partes que Jesús habia resucitado , si hubiesen estado s e -
guros de que esto no era verdad ? ¿ Qué esperaban con esto por parte de los
hombres en este m u n d o ? Nada : mas por parte de Dios y en el otro mundo
no tenían que aguardar sino castigos terribles cuales merecían unos imposto-
res infames , impíos y sacrilegos. Si es inconcebible que hayan podido soste-
ner la mentira sin interés ¿ cómo se concebirá que la hayan sostenido á costa
de sus bienes y de su reposo", de su felicidad y de su vida , á pesar de las
prohibiciones , de las a m e n a z a s , de los suplicios y de la misma muerte ? Los
testigos de aquel prodigio fueron innumerables. Si hallarse puede un hombre
asaz interesado ó insensato para asegurar en medio de los suplicios y á la
vista de la muerte un hecho que sabe ser falso, no es posible persuadirse que
doce hombres convengan en abandonarse juntos á semejante delirio , y que
se abandonen á él en efecto , sin que ninguno de ellos se desmienta. Mas, no
son solo doce testigos los que nos confirman el milagro de la Resurrección
• — 793 —
ele Jesucristo, y que sellan su testimonio con su sangre; á los doce Apóstoles
se deben añadir setenta y dos discípulos, y muchos otros á quienes se a p a -
reció el Señor. S. Pablo cuenta mas de quinientos en una sola aparición. Si á
los milagros de Jesucristo y de su Resurrección añadimos los milagros de los
Apóstoles y los de Pentecostés, no es posible ya contar ni calcular los testigos.
Preguntemos á Jerusalen. La ciudad y la Judea entera , y hombres de todas
las regiones entonces conocidas que se hallaban en la Judea , dan testimonio.
Y este testimonio es el que el universo ha consultado y atendido : y este tes-
timonio , que no podia engañar á n a d i e , ha convertido al universo.
Tales son las apariciones que verificó Jesucristo en el dia mismo de su Re-
surrección. Pero pasados ocho dias volvió á aparecerse á los Apóstoles , h a -
llándose entre éstos Sto. T o m a s , cuya incredulidad pasaba ya los límites de
la razón. « Tomas, empero, uno de los doce, llamado Dydimo, no estaba con
ellos cuando vino Jesús. Dijéronle , pues , los otros discípulos : Hemos visto
al Señor. » ¿ Q u é razón plausible tenia Tomas para no c r e e r ? Ninguna por
cierto , sino que su imaginación no podia avenirse con esta idea, y que él c e -
día á esta imaginación en lugar de escuchar á su razón. El testimonio de los
diez Apóstoles , de los dos discípulos , de las tres mujeres, las circunstancias
notables de cuatro apariciones, las palabras mismas de Jesús, que se le refe-
rían , todo esto junto dejaba sin excusa su incredulidad. Obstinado en ella, se
resistió á cuanto pudo decírsele y hacérsele presente ; apuró la paciencia y el
celo de los Apóstoles y de los discípulos , y persistió en su terquedad hasta el
octavo dia , hasta que el Señor se dignó venir por sí mismo para curarle de
ella. ¡ Qué presunción en la incredulidad de este Apóstol! «Mas él les respon-
dió : Si yo no veo en sus manos la hendidura de los clavos, y no meto mi dedo
en el agujero que en ellas hicieron , y mi mano en la llaga de su costado , no
lo creeré. » ¿ P u e d e darse mas presuntuosa incredulidad, ni obstinación mas
temeraria ? ¡ Así un hombre mortal se atreve á regular las miras de Dios y
prescribirle leyes ! Él marca por sí mismo las condiciones de su fe , y no se
contenta con las que el Señor le ofrece. Declara altamente que no creerá , si
el Señor no se rinde á su voluntad y no llena las condiciones que él le s e ñ a -
la. Este lenguaje debia ser renovado por los incrédulos de lodos los siglos,
que sin haber ni aun pesado las pruebas de la Religión en la balanza de su
criterio, imponen á Dios condiciones nuevas para someter á él su espíritu y
prestar fe á su palabra divina. El Señor para curarlos á lodos, quiso c o n -
descender con los deseos temerarios de aquel Apóstol incrédulo , y si esta
condescendencia no les satisface , ¡ cuál será su crimen , y cuál será su c a s -
tigo ! La fe de Sto. Tomas ha de arrastrar la nuestra , pues en ella encontra-
mos nuestra mayor seguridad, nuestra instrucción y nuestro consuelo. «Ocho
dias después, estaban otra vez los discípulos en el mismo lugar , y Tomas
100 *
— 794 —
con ellos. Vino J e s ú s , estando cerradas las p u e r t a s , y poniéndoseles en m e -
dio dijo: La paz sea con vosoti'os.» ¡A este aspecto, á esta voz, ¡qué pasmo
y qué sorpresa la de Tomas ! « Después dice á Tomas : Mete aquí tu dedo, y
registra mis manos ; y trae tu mano , y métela en mi costado, y no seas i n -
crédulo sino fiel.» ¡ Oh Tomas! ¿ reconocéis ahora vuestro Maestro, su gran-
deza , su poder , sus luces , su bondad infinita , su dulzura inefable ? ¿ C o -
nocéis la falta q u e habéis hecho , el crimen que habéis cometido , el castigo
de q u e sois digno ? ¿ Y cómo no morís á sus pies de confusión , de dolor y de
amor ? ¿ Y q u é duda puede quedarnos al ver á ese discípulo , el mas i n c r é -
dulo q u e pudo haber jamas , convencido , penetrado, confuso, aterrado á los
pies de Jesús? «Tomas respondió entonces, y le dijo: ¡Señor mió y Dios mió!»
¿ Quién bastará á concebir cuales fueron los sentimientos de Tomas al p r o -
nunciar aquellas grandes palabras ? Su fe fué perfecta , fué viva , fué c o m -
pleta : vio la santa humanidad de su Maestro, y creyó en su divinidad. Tomas
creyó la divinidad de Jesús por lo que el mismo Jesús habia dicho de ella,
porqué veia todas las palabras de Jesús atestiguadas por el prodigio de la Re-
surrección. « Y le dijo Jesús : Tú has creido , Tomas , porqué m e has visto :
bienaventurados aquellos que sin haberme visto han creido. » ¡Qué lección
para los hombres de poca fe! ¡y qué consuelo para el creyente, cuya felicidad
exalta Jesús s ó b r e l a del mismo Apóstol! Pregunlaráse tal vez : ¿ P o r q u é
Jesús se apareció á los Apóstoles incrédulos, y no se aparece á los incrédulos
de nuestros tiempos? A esto se contesta con razones tomadas de su sabidu-
r í a , que proporciona los socorros á las necesidades. «Muchos otros milagros
hizo también Jesús en presencia de sus discípulos , q u e no están escritos en
este libro. » ¿ P o r q u é tantas apariciones á los Apóstoles , y tantos milagros
á su presencia ? Porqué después del escándalo de la cruz , q u e ellos habían
presenciado , tenían necesidad de este socorro. Ellos habian visto á Jesús
atado , conducido por los ministros de la justicia ; le habian visto en manos
de los verdugos, clavado en la cruz , levantado entre dos criminales ; le h a -
bian visto sin fuerza , sin defensa , sucumbiendo bajo el peso de los t o r m e n -
tos y de la muerte en el oprobio. Semejante vista habia producido en ellos
una impresión terrible , y necesitaban nada menos que la vista de Jesús r e -
sucitado para creer que lo era. Al incrédulo , empero educado en la R e -
ligión no se le habla de la muerte de Jesucristo , sino recordándole la historia
de su Resurrección gloriosa, y se le instruye de los motivos de la u n a y de
la otra. Este conjunto'sublime q u e á sus ojos se desplega , le da una idea de
las grandezas , de la bondad y del poder de Jesucristo. Si este es para él u n
escándalo, lo debe á sus lecturas impías , á su comunicación con los incrédu-
los , á su desprecio de las cosas santas , no á la falta de pruebas y de m i l a -
gros. Contéstase asimismo á esta pregunta con razones tomadas de la P r o v i -
— 795 —
ciencia , que dirige los medios á su fin. « Pero esto se ha escrito á fin de que
creáis que Jesús es el Cristo , el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis
vida en su n o m b r e . » Los Apóstoles estaban destinados á ser los predica-
dores del Evangelio , y los primeros testigos de la Resurrección : menester
era que ellos viesen á Jesucristo resucitado ; su misma incredulidad , a u n -
que culpable, se convierte en ventaja para nosotros. La Providencia nos
h a dado testigos tales como podíamos desearlos , y que no podemos r e h u -
sar. Para nosotros dudaron , vieron , creyeron , hablaron , escribieron y
dieron su propia vida en defensa de lo que habian dicho y escrito. Nosotros,
p u e s , estamos destinados á creer sobre tan firme testimonio , y si no c r e e -
m o s , no nos queda pretexto alguno para no creer. Si n o v e m o s , como
los Apóstoles , por nuestros propios ojos ,' es porqué no estamos destina-
dos á las mismas funciones que ellos; pues ni aun el mismo apostolado de
los que predican hoy chano exige que ellos hayan visto , sino que crean á
los que han visto. Estamos destinados por la Providencia á creer sin haber
visto para ser dignos déla dicha inmortal que el Señor nos promete hablando
con el Apóstol que creyó, porqué vio. Si la incredulidad de los Apóstoles s i r -
vió para la edificación de la Iglesia , la nuestra no podia servir sino para su
escándalo ; porqué supondría una razón tenazmente rebelde á las leyes mis-
mas del raciocinio. Permítasenos la última observación. Si Jesús se mostró á
los Apóstoles que no creian, y no se muestra á los que hoy no quieren creer,
hay razones tomadas de la bondad de Aquel, que atiende y toma en cuenta
las buenas disposiciones del corazón, aunque imperfectas. Los Apóstoles a m a -
ban al Señor con toda su alma , estaban adictos á su doctrina , practicaban
su ley y vivian en la inocencia. Deseaban que fuese una verdad el haber r e -
sucitado. Si persistieron tan largo tiempo en no creerlo, es porqué no podían ó
no sabían persuadirse de un hecho al que miraban como su felicidad suprema.
El Señor tuvo en consideración estas bellas disposiciones de su espíritu , y es
tan bueno que no pudo dejarlos por largo tiempo en la ansiedad ; y a u n q u e
por otros respetos no lo mereciesen, vino por sí mismo á consolarles y poner
el colmo á su alegría. Mas ¿son estas las disposiciones del incrédulo de ahora?
Si tales fuesen , ciertamente que sometería su razón á la fe, sin exigencia de
ninguna especie. Sus disposiciones , fuerza es confesarlo, son enteramente
contrarias. Olvidando lo que indica Pascal , de que las verdades de la R e l i -
gión para ser creídas han de ser antes amadas , aborrece á Jesucristo y á su
doctrina , como los escribas y doctores judíos , la pureza de su ley le ofende,
y tal vez vive en el desorden y en la infamia. Lejos de desear la verdad del
misterio , la teme y procura confirmarse en su incredulidad, apelando á la
impostura y al sofisma , y haciéndose ilusiones que lisonjeen su orgullo, y
favorezcan su oscilación y su duda. Si algo le da pena , es no poder hacerse
— 796 —
superior á sus temores : es no poder arrancar de su corazón hasta las últi
mas raíces de la f e , que quizás en él sembró algún dia. ¿ Y osará después
de esto pedir el ver á Jesús resucitado? ¡ Yana ilusión por cierto! La fe no
se comunica sino á los humildes de corazón. Jesucristo no revela sus m i s
terios sino á los que le quieren.
CAPITULO XCIX,
Quiere Jesucristo que los ministros de su Iglesia trabajen para salvarse ellos
y para salvar álos demás, y con trabajo incesante, oportuno, y muchas v e -
ces infructuoso , pero si esta esterilidad es por mala disposición de los otros,
no son responsables de ella. El buen éxito de la predicación evangélica dima-
na de la presencia de Jesús. liemos visto ya que al venir la mañana a p a r e -
cióse Jesús en la orilla. Sin s u presencia, sin el socorro de su gracia nada útil
puede hacerse para la salud. En el mar sombrío y borrascoso de este mundo
perecemos sin un socorro , y los que querrán salvar á los demás perecerán
igualmente con ellos. Mas Jesús está sobre la orilla y en la estabilidad de su
gloria, desde donde manda á toda la naturaleza , disipa las tinieblas y robus-
tece la debilidad. Dimana asimismo aquel buen éxito de la pronta obediencia.
«Díceles Jesús : Echad la red al lado derecho del barco y encontrareis. Echá-
ronla, pues, y ya no podian sacarla por la multitud de peces que habia.» Tal
es el efecto de la pronta obediencia. No se metieron los Apóstoles á racioci-
nar acerca de la preferencia del lado derecho sobre el izquierdo : obedecieron
con sencillez : hicieron lo que se les decia , y el éxito coronó su obediencia.
¡ Lección sublime no solo para los ministros del Evangelio, sino también para
todas las condiciones ! La rectitud de intención finalmente, dará feliz cima á
los afanes evangélicos , y esta rectitud se halla como simbolizada en a q u e -
lla palabra de Jesucristo: echad la red por el lado derecho ; pues aunque
el resultado de la predicación sea en sí mismo independiente de las dispo-
siciones del ministro , con todo es muy cierto que quien no ejerce este s a n -
to ministerio con una rectitud de intención , no solo se pierde á sí mismo,
sino que produce poco ó ningún bien en los demás. El primer consuelo
que proporciona Jesús en la predicación evangélica es el conocerle y a p r o x i -
marse á él. « Entonces el discípulo, á quien Jesús amaba, dijo á P e d r o : Es el
Señor. Simón P e d r o , apenas oyó : Es el Señor, vistióse la túnica , pues e s -
taba desnudo , y se echó al m a r . Los demás discípulos vinieron en la barca,
tirando la red llena de peces, pues no estaban lejos de tierra sino unos d o s -
cientos codos.» No sabian por de pronto los discípulos que fuese Jesús quien
les hablaba; mas cuando del primer golpe sintieron llenas sus redes, r e c o -
nocieron al Señor. Los frutos que la gracia de Jesús opera en las almas
da á conocer su presencia, y este reconocimiento llena á los operarios e v a n -
gélicos de aliento , de consuelo y de amor. San Juan fué el primero en r e c o -
nocer á Jesús , S. Pedro el primero que llegó junto á Jesús. El tierno amor
de Juan le hizo conocer al Señor; el ardiente amor de Pedro le hizo echarse
á nado para llegar al Señor. El segundo consuelo es el ver los milagros de
su Providencia, ya en favor de los mismos obreros evangélicos, ya en favor
de las almas, ya en favor de su Iglesia. Lo primero se echa de ver en aquel
pasaje: «Al saltar en tierra vieron preparadas brasas encendidas, y un
401
— 802 —
pez puesto encima , y pan.» Este milagro servia para confirmar lo que J e -
sucristo habia dicho á sus Apóstoles , que en el ejercicio de sus funciones
no debian embarazarse de las cosas necesarias á la vida , pues á ellas aten-
dería la Providencia, y nada les faltaría ; y este milagro se está perpetuando
aun entre nosotros. «Lo segundóse significa en aquel otro pasaje: Jesús
les dijo : Traedme acá de los peces que acabáis de coger. » Y esto les p r o -
porcionó el contemplar la pesca que habian hecho. « Subió al barco Simón
P e d r o , y sacó á tierra la red llena de ciento cincuenta y tres peces g r a n -
des.» ¡Ved pueblos todos de la tierra en esta pesca prodigiosa la imagen
de vuestra conversión á la fe ! Lo tercero se representa en aquella c i r c u n s -
tancia , aplicable á la inalterable firmeza de la fe y de la Iglesia , que es su
depositarla: « Y á pesar de ser tantos , no se rompió la red.» A pesar de la
multiplicación y de la diversidad de los pueblos que han entrado en la Igle-
sia , la fe no ha variado, ni ha cambiado en un ápice : en todos los tiempos y
entre tantos pueblos diversos la fe es una y entera. Si algunas naciones han
salido de la Iglesia por la herejía ó por el cisma , gran desgracia ha sido para
ellas; pero no por esto se ha roto la red que está en la mano de Pedro. La
fe de Pedro es todavía la misma , y la misma subsistirá hasta el fin de los
siglos , así como el orden que Jesucristo estableció en su Iglesia para la con-
servación de la fe, de la gerarquía y de la disciplina. El tercer consuelo de
la predicación evangélica es el comer con Jesucristo. «Díceles J e s ú s : V e -
nid, y comed. Y ninguno de los que estaban comiendo osaba preguntarle:
¿Quién eres tú ? sabiendo que era el Señor. Acércase, pues , Jesús , y toma
el p a n , y se lo distribuye , y lo mismo hace del pez. Esta fué la tercera vez
que Jesús apareció á sus discípulos, después que resucitó de entre los muer-
tos. » La primera vez el dia de la Resurrección y ocho dias después , lo cual
S. Pablo no cuenta sino por una sola aparición ; la segunda vez sobre la mon-
taña de Galilea. Jesús y sus Apóstoles se alimentaban deliciosamente de la
conversión de las almas y de su adelantamiento en la piedad, y esto es lo que
significa el pez de su pesca que Jesús les mandó traer. Pero á mas del feliz
resultado de sus trabajos, Jesús les tiene preparadas delicias infalibles, que
sabrá hacerles gustar, y esto es lo que representa el pescado preparado sobre
la orilla.
En esta aparición de Jesús sobre la orilla del m a r de Tiberíades Jesús
constituye á S. Pedro jefe visible de toda la Iglesia , pues encuentra en este
grande Apóstol un amor tal como él deseaba para confiarle tan grandioso
cargo. El amor de Pedro es un amor humilde. « Acabada la comida , dice
Jesús á Simón Pedro : ¿ Simón hijo de Juan , me amas tú mas que éstos? es
decir, ¿ me amas mas de lo que me aman éstos ? » « Respóndele: Sí, Señor,
vos sabéis que os amo. Y le dice Jesús: Apacienta mis corderos.» Observa
— 803 —
S. Agustin que S. Pedro no le dice : os amo mas que éstos ; y la afirmación
de la palabra sí recae sobre la cuestión del amor, rio sobre la comparación :
S í , sabéis que yo os amo. Si el Señor le hubiese hecho esta pregunta en el
Cenáculo, no hubiera vacilado en responder que le amaba mas de lo que
todos los otros le amaban. Lo mismo dijo muy aproximadamente sin ser
preguntado; pero su experiencia, su caida le habian enseñado á ser mas cir-
cunspecto , á desconfiar siempre de sí propio , y á no preferirse jamas á n a -
die. Y á un amor tan humilde comenzó Jesús á fiar el cuidado de su rebaño.
F u é ademas el amor de Pedro un amor perseverante. « Segunda vez le dice:
¿ Simón , hijo de Juan , me amas ? » Jesús deja ya la comparación que habia
puesto en la primera pregunta solo para p r o b a r l a humildad de su discípulo.
Y éste , como la primera vez «le responde : S í , Señor , vos sabéis que os
amo. Jesús le dice : Apacienta mis corderos.» Esta segunda pregunta es para
hacernos ver que el amor á Jesús debe ser firme , constante , perseverante :
que no basta decir en un momento de fervor : Mi Dios , yo os amo : sino que
es preciso que este amor arda sin cesar en nuestro corazón. Este acto de
amor, con tanto ardor repetido, mereció que el Señor renovase á S. Pedro la
orden de apacentar sus corderos , y que le confirmase así en el cargo que le
daba de extender sus cuidados á todos los fieles de la Iglesia. El amor de San
Pedro fué , por último , un amor penitente. «Dícele tercera v e z : Simón,
hijo de J u a n , me amas ? Pedro se contristó de que por tercera vez le p r e -
guntase si le amaba. » Acostumbrado Pedro después de su caida á desconfiar
de sí mismo , llegó á desconfiar en aquel momento de su propio corazón.
Mas acordóse ante todo que habia negado por tres veces á su Maestro, y este
recuerdo llenó su corazón de amargura ; y aquella triple negación quiso real-
mente el Señor que expiase por aquel acto de amor tres veces repetido. Este
fué todo el cargo que Jesús le hizo de su crimen , todo lo que por él le echó
en cara , toda la penitencia que le impuso. ¿Hubo nunca una bondad igual á
la de Jesús ? « Y así Pedro le respondió: Señor , vos sabéis todas las cosas »
esto es , lo presente , lo pasado y.lo porvenir « y sabéis bien que yo os amo.
Díjole Jesús : Apacienta mis ovejas. » Después de aquel momento de m o r t i -
ficación, Jesús colma al discípulo penitente de sus mas singulares favores. No
son ya sus corderos solamente los que le recomienda , sino también sus ove-
jas , las madres de sus corderos: no son ya los simples fieles los que somete
á su cuidado , sino también los pastores mismos sobre los que debe extender
su vigilancia pastoral. Así es como Jesús cumple la promesa que le habia
hecho de darle las llaves del reino de los cielos , esto es , la administración
general de toda su Iglesia, y le constituye jefe visible de esta Iglesia para
ocupar en ella su lugar , y ser en ella su Vicario sobre la tierra. Así es como
le pone en estado de ejecutar la orden que le dio cuando le dijo: Cuando serás
— 804 —
convertido , confirma á tus hermanos. El cargo que Jesús confia á Pedro es
la recompensa de su amor ; y el cuidado que tomará Pedro para desempe-
ñar este cargo , será una nueva prueba de su amor. No es al amor inocente
de S. Juan sino al amor penitente de S. Pedro á quien se confia este g r a n -
dioso encargo ; y aun no se le confia sino en el tiempo de su penitencia y de
su conversión , á fin de que lo ejerza con la dulzura que semejante circuns-
tancia y semejante recuerdo deben inspirarle. ¡ Cuántos rasgos se encierran
de bondad y de sabiduría en este solo acto de Jesús! Entonces , como otra
recompensa digna de su amor, anuncia Jesucristo á S. Pedro la muerte de la
cruz. « En verdad, en verdad te digo , que cuando eras mas joven tú mismo
te cenias el vestido, é ibas á donde querías ; mas en siendo viejo, extenderás
tus manos , y otro te ceñirá y te conducirá á donde tú no gustes. Esto lo dijo
para indicar con que género de muerte habia Pedro de glorificar á Dios. »
Este ceñidor que debian ponerle, significaba los lazos con que seria atado :
aquella violencia que debian hacerle, indicaba la repugnancia de la naturaleza
que no deja siempre de sentirse, aun por una muerte que se desea, y que el
mismo Señor habia querido también sentir ; en fin , sus manos que debia
extender , designaban la cruz en que debia ser clavado. He aquí al dichoso
Apóstol sabedor de tres cosas que ignoramos todos: del tiempo de su muerte,
que seria en la vejez , del género de su muerte , que seria la cruz , y de su
perseverancia hasta la m u e r t e , pues habrá de morir por la fe y por la gloria
de Dios. Y en efecto , murió S. Pedro en c r u z , cual convenia al Vicario de
Jesucristo. Pero el humilde discípulo , juzgándose indigno de morir como su
Maestro, pidió que le crucificasen de cabeza abajo , lo cual le fué concedido.
« Y después de esto dijo (particularmente) á S. Pedro : Sigúeme. » Toda la
conversación que Jesús acababa de tener con S. Pedro habia sido pública y á
presencia de siete discípulos. Concluida aquella , Jesús se puso á andar y dijo
á Pedro que le siguiese , como una persona que tiene que comunicar algo á
otra en particular. Obedeció Pedro, y se puso á seguir á su Maestro. Pero
«volviéndose Pedro á m i r a r , vio venir detras al discípulo amado de Jesús,
aquel que en la cena se reclinara sobre su pecho y habia preguntado: S e -
ñor , ¿quién es el que te hará traición ? Pedro, pues , habiéndole visto , dijo
á Jesús: ¿ S e ñ o r , que será de éste ?» Recordará el lector que durante la
Cena S. Pedro fué quien hizo señas á S. Juan para que preguntase al Señor
quien el traidor fuese. Y S. Pedro quiere ahora hacer sus investigaciones con
respecto á S. J u a n , y volverle la misma merced que éste le hizo. Repara á
este discípulo en una especie de perplexidad , y se figura que le complacerá
preguntando á Jesús sobre su futuro destino. La pregunta que hace S. Pedro
puede recaer ó sobre lo que Jesús le habia dicho de su muerte , ó sobre lo
que le habia manifestado de seguirle. En el primer caso , S. Pedro p r e g u n -
— 805 —
ta ría: ¿ Y éste por cual muerte glorificará á Dios ? En el segundo caso su
pregunta sería : ¿Este quedará con los otros , ó nos seguirá? Jesús habia
varías veces separado de los demás y tomado en particular á P e d r o , á Juan
y á Jaime, pero nunca á solo Pedro. Esto es quizás lo que admira á San
Pedro y al mismo S. Juan , y lo que da ocasión á la pregunta. Pero n o s -
otros podemos considerarla como una muestra particular de distinción , y
como privilegio de la suprema dignidad que el Señor acaba de conceder á San
Pedro , á quien en lo sucesivo tenia muchas cosas particulares que c o m u n i -
car para el bien general de toda la Iglesia. Respuesta de Jesús á la pregunta
de S. Pedro : «Respondióle Jesús : Asi quiero que se quede hasta mi venida:
¿ á tí qué te importa ? Tú sigúeme á mí. » ¡ Qué lección tan oportuna para
todos los que quieren saber lo que atañe á los otros, y lo que no les importa
saber ! ¡ Con qué viveza condena aquí Jesús toda vana curiosidad ! « Y de
aquí se originó la voz que corrió entre los hermanos , de que este discípulo
no moriría. ¿Mas no le dijo Jesús : No morirás , sino : Yo quiero que así se
quede hasta mi venida , ¿ á tí que te importa? Este es aquel discípulo que da
testimonio de todas estas cosas , y las ha escrito ; y estamos ciertos de que su
testimonio es verdadero. Muchas otras cosas hay que hizo Jesus ; que si se
escribieran una por una, me parece que no cabrían en el mundo los libros que
se habrían de escribir.» S. Juan refuta aquí por sí mismo el falso rumor que
se esparció entre los cristianos. Sufrió S. Juan el martirio en Roma , donde
fué metido en una caldera de aceite hirviendo, de la cual salió lleno de vida
y de fortaleza. Murió en Efeso en edad muy decrépita, y su autoridad y
sus años le dieron derecho para autorizar por sí mismo su testimonio y a s e -
-
CAPITULO C,
Jesucristo Nuestro Señor, terminada j a su misión sobre la tierra, sube á los ciclos.
— 810 —
adoremos los encumbrados designios del Altísimo en la mas grande de sus
obras; Hagamos un paralelo entre lo que pasó en el pesebre y en la m o n -
taña de los Olivos, entre Belén y Bethania. En la primera , aparece el N i -
ño Dios envuelto, al p a r e c e r , en el ropaje de cautivo , cubierto con un
cuerpo , si bien purísimo é inmaculado , pero de dolor y de muerte , con
todas las formas á que la culpa , de q u e él estaba exento , habia condenado
á la triste y proscrita humanidad. En la segunda , el cuerpo humano que
reviste al Verbo de Dios resplandece ya con la luz de la gloria. Habien-
do vencido á la muerte por la primera vez , presenta el triunfante Redentor
la bella imagen de la naturaleza humana glorificada, y es la cabeza y el
tipo de todos los hombres redimidos y justos , que resucitarán después de él
p a r a la feliz inmortalidad á que estaban destinados desde un principio. En
Belén el cielo descendió á la tierra , anunciando la llegada del Reparador sus-
pirado con himnos de gloria y de paz ; pero el Salvador del mundo recien
nacido solo se reveló á algunas almas humildes entre los pequeños , y d e s -
pués entre los grandes de la tierra : en Bethania el cielo descendido también
á la tierra , está aguardando al Triunfador divino que va á remontarse por
las alturas para sentarse á la diestra del Padre. En Belén el frió, las tinieblas,
la soledad , la indigencia y el dolor, mísera herencia del pecado que venia á
destruir : en Bethania la l u z , la publicidad , la majestad , la gloria : en Belén
todo es propio de un Dios que viene á vencer con el voluntario abatimiento
el orgullo sacrilego de su criatura : en Bethania todo es digno de un Dios
triunfador de la culpa y de la muerte , q u e se prepara para subir al trono
inmortal, destinado á lo infinito d e s ú s méritos y de su grandeza. En Belén ha-
bia suspirado el harpa del Profeta coronado, que esperaba con ansia al Repa-
rador prometido : en Bethania resonaba todavía la voz de Lázaro salido del
sepulcro , cuando le llamó de sus abismos la palabra omnipotente del que
ahora va á subir á los cielos. Vedle a l l í , reunido por última vez visiblemente
con sus discípulos y en medio de ellos, á la faz de toda la tierra, dándoles las
últimas instrucciones con toda la dignidad y autoridad de un Dios. Allí les
confirma el supremo poder que le habia sido dado en el cielo y en la tierra :
desde allí les envia á todo el mundo para instruir á los pueblos , lavándoles
con el agua regeneradora en el nombre de las tres personas divinas, y e n s e -
ñándoles la observancia de su ley : les anuncia por premio de la felá salud y
el poder sobre los espíritus tenebrosos: les promete la ciencia de todas las
lenguas, así como se la habia negado á los atrevidos de Babel: les asegura su
dominio sobre las serpientes , los venenos, y las enfermedades : les manda
predicar en su nombre la penitencia y el perdón ; y les ratifica la promesa
del Padre en enviarles el Espíritu Consolador, prometiéndoles él mismo estar
con ellos hasta el fin de los tiempos. ¡ Preciosos momentos los que pasa aun
— 814 —
el divino Salvador sobre la tierra ! « Después de haberles así hablado, l e v a n -
tando las manos les echó la bendición. » Esta bendición divina fué su último
adiós. No sabemos si los Apóstoles así lo comprendieron ; pues tampoco p a -
rece que estuviesen advertidos del designio para el cual Jesús les habia con-
ducido sobre aquella montaña. Tampoco se sabe de que palabras se sirvió
Jesús , ni que movimientos hizo con sus manos para bendecirles ; pues solo
lo sabian los Apóstoles. Tal vez á imitación de su Maestro bendecian después
ellos mismos , y quizás la forma de bendecir que han dejado á la Iglesia , es
la misma que empleó Jesucristo. Sea como fuere , esta bendición fué el últi-
mo testimonio de su ternura , y los llenó de dulzura , de alegría y de c o n s o -
lación. «Y mientras les bendecía se separó de ellos, y fué elevándose hasta el
cielo. » ¡ Qué espectáculo ! ¡ qué sorpresa ! La montaña estaba á la vista de
t o d o s : el día era claro y s e r e n o : la estación risueña y agradable : todo es
bello y grande en esta escena magnífica, que corona dignamente la obra a u -
gusta del Verbo-Dios sobre la tierra. Grande y divino le habian visto varias
veces los Apóstoles antes y después de su Resurrección, pero nunca tan gran-
de , tan imponente , tan dominador. Ellos le habian visto antes de su muerte
mandar á la naturaleza , caminar sobre las aguas , trasfigurarse rodeado de
los resplandores del cielo , y después de su triunfo le habian visto en medio
de ellos en el Cenáculo, estando cerradas las puertas : pero aquí todo es mas
prodigioso. Jesús está en medio de ellos , le hablan, él habla con ellos, y les
deja , y elévase suavemente del globo de la tierra , como un Dios que vuelve
á su solio. Le ven todavía mientras se va alejando , pero no le poseen ya y
presto le perderán de vista. No ignoran ellos á donde se dirige : mil veces se
lo ha dicho : sube al cielo de donde habia descendido : vuelve é su Padre que
le habia enviado : va á donde ellos no pueden ir ahora , pero á donde irán
un dia : va á ocupar el lugar que le es debido, y á prepararles los puestos
que él les ha conquistado con sus méritos infinitos : va á parar en el seno de
su Padre hasta que nos llame á todos á la misma morada para hacernos sen-
tar y reposar con él. El corazón mas estúpido se trasporta á vista de seme-
jante espectáculo y con el encanto irresistible de tan bella esperanza. Jesús
va á desaparecer de la vista de los hombres. « F u é elevándose á vista de ellos
por los aires , hasta que una nube le encubrió á sus ojos. » Esta nube la t o -
m a n algunos intérpretes por un globo de luz y resplandor que acompañaba
su cuerpo glorioso. Esta nube diáfana lo encubre á los ojos fijos y absortos
en el cielo , y robándole , por decirlo a s í , á las miradas del tiempo , lo e n -
vuelve en los albores de la eternidad. Dejad de mirar, encantados discípulos:
lo que pasa mas allá de la nube no puede ser expuesto á los ojos de los
mortales. El Dios que ha entrado en su inmensidad inaccesible, no se halla ya
á vuestro alcance : aquella gloria pertenece ya á los siglos eternos. Las p o -
— 812 —
tencias celestes , los justos, muertos desde el principio del mundo , todos los
que resucitaron con Jesucristo, grey numerosa de cautivos ilustres que r o m -
pieron ya sus cadenas , van cantando á su Criador y Libertador himnos de
gratitud y de gloria, que no están al alcance de los hombres mortales: acom-
pañan al Rey que avanza hacia su trono : mas allá de la nube ni pueden ya
ver nuestros ojos, ni tiene expresión nuestro lenguaje, ni alcanza nuestro
pensamiento. ¿Quién podrá hablar de aquel cortejo de bienaventurados es-
píritus que acompañan al divino Libertador en su triunfo expléndido ? La
carne habia sido arrojada del jardin t e r r e n a l ; pero en la persona del Verbo
hecho carne se eleva al cielo y viene como á divinizarse para siempre la na-
turaleza h u m a n a . Abrios , ó puertas eternales al Rey de la eternidad que
bajó á redimir á la tierra. «Y estando atentos á mirar como iba subiéndose á
los cielos , he aquí que aparecieron cerca de ellos dos personajes con vesti-
duras blancas , los cuales les dijeron : Varones de Galilea, ¿ por qué estáis
mirando al cielo?» Aunque los Apóstoles no viesen á J e s ú s , y que la nube
se lo ocultase á sus ojos, no dejaban por esto de mirar siempre hacia el cielo.
La vista de este cielo , en cuya inmensidad acababan de ver entrar á su Maes-
tro, los tenia de tal manera arrobados, que no podían apartar de él sus mira-
das. Pero los Apóstoles no estaban destinados á estar siempre en contempla-
ción ó en éxtasis : deberes tenían que cumplir mucho mas importantes y
perentorios : debían regresar á Jerusalen, prepararse allí para recibir al Es-
píritu Santo , y desde allá derramarse por todo el universo para anunciar el
Evangelio de Jesucristo. Los dos espíritus angélicos han desaparecido : los
coros llenan los espacios etéreos con los triunfales himnos al Vencedor de la
muerte : los cielos se preparan para la entrada del Hombre-Dios Mas
atendamos á las últimas palabras que dejaron escapar los celestiales paranin-
fos al cerrar los últimos la marcha triunfante del divino Resucitado : « Este
Jesús, que separándose de vosotros se ha subido al cielo , vendrá de la m i s -
ma suerte que le acabáis de ver subir allá.» ¡ Terribles palabras , espantoso
prenuncio con que termina en la tierra la grande obra de la misericordia !
La contemplación de los misterios de dulzura ha de concluirse con la m e d i -
tación de los misterios de terror. ¡Ay, que la nube que envolvió á Jesuscomo
un manto de gloria en su ascensión á los cielos , ha de volverle á traer en el
último dia de los tiempos para juzgar la especie humana ! ¡ Entonces la h u -
manidad presente de Jesucristo , que reina en el cielo, aparecerá f o r m i -
dable contra los que han degradado en sí mismos á fuerza de iniquidad
la imagen del Hombre-Dios, la naturaleza rescatada con sus humillaciones
y con su sangre! ¡Entonces sonará la trompeta de las venganzas , y el fuego
de la justicia alentado con el soplo de Dios reducirá á pavesas las m a q u i n a -
ciones de los hombres , y hasta el globo que les sirvió de peana para insultar
— 813 —
al cielo! La Ascensión, pues , se enlaza con el futuro descenso ; la despedida
con la vuelta : el dia apacible y postrero de la obra de la Redención con el
dia terrible de la satisfacción y de la vindicta : la nube en que se eleva el Se-
ñor derramando bendiciones sobre el mundo recien redimido , con la nube
que ha de traerle para juzgar á los siglos con la llama de su poder. Los á n -
geles , que anunciaron en Belén la gloria y la paz , anuncian en Bethania la
bendición y la venganza. Vuelve á su trono el Rey de la eternidad , que bajó
como un cordero para redimir á la tierra ; pero no volverá á bajar visible-
mente de aquel trono , hasta el dia en que , terrible como un león , pedirá á
sus criaturas cuenta de su sangre divina : dia en que los justos resucitados
con gloria, volverán á subir con él al cielo con sus cuerpos resplandecientes;
y dia en que los reprobos , resucitados con ignominia , antes de hundirse en
su eterna desventura , pedirán á los montes desquiciados que los sepulten
debajo de sus ruinas. ¡Cuántos abusos , cuántas ilusiones disiparía la m e m o -
ria de esta lección terrible, que pone el sello á la historia de Jesucristo sobre
la tierra ! No hemos de entregarnos con demasía al espanto que infunden es-
tos objetos de terror , pero tampoco debemos perderlos de vista. Aliéntenos
el amor para que no haya de estremecernos el castigo : pueda mas en n o s -
otros la esperanza del premio, que el temor de la amenaza. Antes de concluir
este capítulo toquemos algunas curiosas investigaciones. ¿Jesucristo al subir
al cielo , dejó realmente en la tierra los vestigios de sus pies ? Lo atestigua en
primer lugar el autor del libro De locis hebraicis citado por S. Gerónimo, libro
que merece la aprobación de Escalígero y Erasmo. «El monte Olivete , dice;
sito al Oriente de Jerusalen , mediando el torrente Cedrón , es el paraje en
donde se muestran todavía las últimas huellas del Señor impresas en la tierra;
Y aunque aquella tierra se ve removida ó quitada todos los dias por los fieles,
con todo aquellos santos vestigios recobran de continuo su primer estado.» Lo
mismo afirma Sulpicio en su Historia sacra , asegurando que en medio del
suntuoso templo que allí mandó construir la piadosa madre de Constantino,
á pesar de la innumerable concurrencia de fieles que visitan aquella basílica,
las pisadas de los hombres no han podido borrar la señal que en la arena
dejaron las plantas augustas del Salvador. Lo propio escribe Paulino, obispo
de Ñola, en su carta 3 1 , á Severino. San Aguslin al tratar de este pasage dice
así: «Allí se ven todavía sus vestigios; allí se adoran donde estuvo por última
vez , y desde donde subió al cielo. » Y lo mismo que Agustino en los siglos
IV y V , dijo el autor de los Sagrados Lugares , bien sea Beda , ó cualquier
otro. Casaubono en su Ejercttaáon 46, confirma el mismo prodigio , como un
milagro perenne de que las santas huellas del Señor conservan siempre su
primer estado á pesar de todas las maquinaciones de los hombres , a p o y á n -
dolo en el testimonio de tantos escritores y en la autoridad de S. Gerónimo,
— 814 —
que fué testigo ocular de aquel portento , y que no puede ser mas fidedigno.
Escribe Eusebio en la Vida de Constantino , que el lugar de la ascensión de
Jesucristo fué en la cima ó vértice del monte, y añade que una tradición verda-
dera señala alli una cueva á la cual condujo Jesucristo á sus discípulos para
iniciarlos en profundísimos misterios. El Compendiador de los Críticos hace
observar que Jesucristo quiso subir al cielo en el lugar mismo en que empezó
su Pasión, sudando, vendido por Júdás, y preso por la turba: que quiso ascen-
der gloriosamente á presencia de la impia Jerusalen ; pues era tan alto aquel
m o n t e , que se descubría de todas las plazas de la ciudad. Y aunque dice el
texto que los llevó á Bethania, desde donde se elevó hacia el cielo , no hay en
esto discrepancia ; porqué Bethania estaba situada en el descenso del monte
y formaba parte de él. Refieren los que han recorrido la Tierra Santa , que
los sagrados vestigios de Jesús miran hacia el Occidente, y que Cristo al subir
al cielo estaba de cara al Occidente. En el grande misterio de la Ascensión
del Salvador , por último , cumplióse literalmente el vaticinio de Zacarías :
«Pondrá él en aquel dia sus pies sobre el monte de los Olivos , que está en
frente de Jerusalen al Oriente. »
Por lo que hace á los espectadores de la Ascensión de Jesús al cielo,
S. Marcos no menciona mas que los once Apóstoles ; no repugna , empero,
la opinión de los que añaden otros , y en especial la Madre del Salvador
María Virgen , por mas que ni en las Sagradas Letras , ni en los Santos
Padres se haga mención de otros testigos. Engáñanse, e m p e r o , los que
al comentar el libro I de los Hechos apostólicos escriben , que los testigos
presenciales de la Ascensión de Cristo fueron ciento y veinte , apoyándose
en aquellas palabras : « Y la multitud de los hombres era como de ciento
y veinte; » por cuanto en este pasaje se habla de aquellos que fueron c o n -
vocados para la elección de S. Matias en lugar de Judas el traidor. La
Ascención de Jesucristo al cielo , dice el autor de los Principios déla fe cris-
tiana , es una consecuencia necesaria de su Resurrección. Porqué el lugar,
que naturalmente corresponde á un cuerpo revestido de gloria y de inmorta-
dad es el cielo. Y aun puede conjeturarse que , á no haber sido por el amor
que Jesucristo tuvo á sus Apóstoles , cuya fe queria afirmar , y á su naciente
Iglesia , cuyos fundamentos y disciplina queria establecer y arreglar , hubie-
ra dejado la tierra en el momento mismo de salir del sepulcro. Mas como n o
quiso que su Ascensión fuese secreta, nos interesa recogerlas pruebas de ella,
que añaden un nuevo grado de evidencia y de certeza á las de su R e s u r r e c -
ción. Antes que Jesucristo se elevase hacia el cielo en presencia de sus d i s -
cípulos , como hemos visto ya , se mostró á ellos por última vez en J e r u s a -
len , en el paraje donde se hallaban reunidos , y en tiempo que estaban á
la mesa. Quiso ponerse entre ellos para persuadirles mas y mas de la verdad
— 813 —
de su Resurrección , y darles pruebas convincentes para aquellos á quienes
habian de instruir de este misterio , á los cuales pudiesen decir con verdad
que ellos habian comido y bebido con é l , después que hubo resucitado. D u -
rante la comida les habló de varias materias de la mayor importancia ; pero
que verosímilmente fueron en el mismo lugar desde donde se subió al cielo,
según se puede inferir de lo que dice S. Lúeas en el cap. I de los Actos. Cuan-
do allí hubieron llegado, que era la montaña de los Olivos junto á la aldea de
Belhania, hemos visto como les confirmó lo que acababa de decirles. Exami-
nadas , p u e s , todas las principales circunstancias de este misterio , que a c a -
ba de ver el lector , ¿ puede preguntársele si hubiera deseado una cosa mas
sensible y mas convincente ? Los discípulos han visto muchas veces á Jesús
después de su Resurrección : ellos le han tocado con sus manos , le han visto
comer , y han comido con él. Pero en esta última comida han tenido lodo el
espacio y tiempo necesario para examinarle , porqué era en medio del dia.
Le han oido hablar de su propia Ascensión y de los resultados que p r o d u -
cir debia. Flan recibido orden suya de reunirse en la montaña de los Olivos,
y detenerse en el lugar mas cercano á Bethania , á donde les ha conducido
él mismo. Estos lugares tan conocidos y tan frecuentados durante la vida de
Jesucristo ¡ cuan propios eran para refrescar la memoria de sus acciones , de
sus milagros y de sus sufrimientos! ¿Podia ser olvidada en Belhania la resur-
rección de Lázaro , que sin duda estaria presente ? ¿María y Marta, h e r m a -
nas suyas, podían equivocarse en cuanto á la persona que le habia resucitado?
¿ P e d r o , Jaime y Juan no reconocerían en la montaña de los Olivos el lugar
mismo en que Jesucristo estuvo por tan largo tiempo prosternado delante de
su Padre , aquel lugar en donde se habia voluntariamente entregado á sus
enemigos? ¿ Y no contemplarían llenos de admiración ser aquel paraje el
mismo escogido por Jesucristo para subir á la diestra de su P a d r e ? Á no h a -
ber él conocido nuestra flaqueza , podia haberse elevado rápidamente por los
aires , y subir al cielo como un relámpago. Mas é l , como vimos , habla por
largo tiempo á sus discípulos reunidos , responde á sus preguntas, y los ben-
dice con las manos levantadas sobre sus cabezas, encomendándoles á su
Padre , en términos'á corta diferencia semejantes á los que leemos en el ca-
pítulo VII de S. Juan. Y mientras les está bendiciendo, se eleva insensible-
mente hacia el cielo, y atrae sus miradas de un modo que les hace mas aten-
tos y mas adheridos á é l : una nube diáfana por fin, que le sirve de carro , le
cubre y le oculta á sus ojos; pero esta misma nube, elevándose, queda algún
tiempo visible; y los Apóstoles , permaneciendo como inmobles á semejante
espectáculo , hubieran tenido sus ojos siempre fijos en el cielo , si los dos á n -
geles no les hubiesen sacado de esta especie de éxtasis ó arrobamiento , d i -
ciéndoles, que Jesucristo vendría como habia subido , y que no se haria mas
— 816 —
visible á los hombres sino para venir á juzgarlos. Mas , aun prescindiendo de
todas estas circunstancias, que forman un foco de evidencia ¿ acaso no d e -
muestra por sí solo la realidad de la Ascensión el puntual cumplimiento de .
las predicciones de Jesucristo antes de subir al cielo? El tiempo anterior y el
tiempo posterior dan testimonio de Jesucristo: este fué prenunciado y p r e -
nunció , y la verdad brilla como un sol radiante antes y después de él. Si este
triunfo de Jesucristo fué vaticinado por David y por Zacarías, preguntemos
á los discípulos de aquel si tuvieron efecto todas sus promesas. Les prometió
el Espíritu Santo. ¿Le recibieron en realidad? ¿Fueron bautizados en el fue-
go , según su predicción ? ¿ Predicaron públicamente la penitencia y la remi-
sión de los pecados en su nombre , empezando por Jerusalen , continuando
en la Judea , pasando después por Samaría , y al fin hasta las extremidades
del mundo , como se lo habia él mandado? ¿Lo hicieron con buen éxito?
¿ Lograron persuadir á los judíos y á los gentiles su doctrina y su moral ?
¿ Experimentaron los socorros que les habia prometido , y ha justificado la
experiencia lo que les habia dicho de su poder sin límites en el cielo y en la
tierra ? ¿ Obraron ellos los milagros que debían ser los signos y las pruebas
de la fe ? ¿ Comunicaron el poder de hacerlos á los que con docilidad les e s -
cuchaban ? ¿ La Iglesia que fundaron ha quedado vencida por el poder de los
hombres ó de los demonios ? ¿ Se ha olvidado Jesucristo de ser su protector?
Si todo esto no ha tenido mas existencia que en la imaginación de los A p ó s -
toles, convendremos en que la Ascensión de Jesucristo , esencialmente e n l a -
zada con todos estos extremos , se considere como incierta ó como falsa. Mas
si todo ha sucedido como él habia predicho y prometido al subir al cielo , tan
imposible se hace dudar de la Ascensión de Jesucristo , como de la predica-
ción de los Apóstoles, y del éxito prodigioso que esta ha tenido; y semejante
duda es tan ridicula, como la que se afectara tener de la Iglesia cristiana.
Sigamos en el reíalo de S. Lúeas : «Después de esto, (estoes, de la apa-
rición de los dos ángeles) se volvieron (los discípulos) á- Jerusalen desde el
monte llamado de los Olivos, que dista de Jerusalen el espacio de camino que
puede andarse en sábado.» Los Apóstoles obedecieron la indicación de los án-
geles. Sobre la montaña de los Olivos subió Jesús al cielo, y al pié de esta mis-
m a montaña habia entrado en la amarga senda de su Pasión. Sobre aquella
montaña se postraron sus Apóstoles y le adoraron cuando se elevó hacia el
cielo , y al pié de esta misma montaña le habian visto postrado , agonizando,
y después maniatado y conducido como un criminal. Los Apóstoles volvieron
á Jerusalen , tristes por haberse separado de Jesucristo, pero llenos por otra
parte de una santa alegría por haber presenciado su triunfo , y haber q u e d a -
do encargados de continuar su misión. «Entrados en la ciudad, subieron á
una habitación elevada ó Cenáculo, en donde tenian su morada Pedro y
— 817 —
Juan , Santiago y Andrés, Felipe y Tomas, Bartolomé y Mateo, Santiago hijo
de Alfeo , y Simón el Zelador , y Judas hermano de Santiago. » Los Apósto-
les comenzaron por observar puntualmente lo que les habia recomendado
Jesús. No solo no salieron de la ciudad , pero ni aun del Cenáculo, en donde
tomaban su comida , sino para ir al Templo. Este retiro tan severo , tan e x -
presamente recomendado por Jesucristo , tan puntualmente observado pol-
los Apóstoles, enseña á todo cristiano el recogimiento que debe observar para
prepararse á recibir el Espíritu Santo. «Y todos , animados de un mismo e s -
píritu, perseveraron juntos en la oración con las mujeres y con María, madre
de Jesús , y con los hermanos ( ó parientes) de Jesús. ; Cuan férvida debía
ser esta oración, por el recuerdo de cuanto habia pasado desde que los Após-
toles habian entrado por la primera vez en aquel augusto Cenáculo ! ¡ Cuan
unánime por la unión de los corazones y de los espíritus , por el reconoci-
miento de los mismos beneficios , por el deseo de los mismos bienes , por la
fe en las mismas promesas , por la esperanza de los mismos favores y g r a -
cias ! ¡ Qué humilde y respetuosa por el sentimiento que cada cual tenia de
su indignidad, y de la majestad de Dios á quien se rogaba: de Dios por cuyos
mérito se pedia: de Dios, cuyo descenso se aguardaba! María, la excelsa Ma-
ría, perseveraba con ellos en la oración: María, cuya humildad igualaba á su
fe , á su candor , á sus grandezas. Nosotros acabamos de verla al pié de la
cruz : la encontramos aquí en el recogimiento y la plegaria , y no la hallare-
mos ya mas en otra parte. Esta súplica perseveró hasta que recibieron el
Espíritu Santo , el cual hizo que su vida y la de los cristianos no fuese mas
que una súplica continua, una vida de oración!
Concluyamos por las últimas palabras del Evangelio de S. L ú e a s , por
el cual empezamos nuestra historia. «Y estaban de continuo en el Templo
alabando y bendiciendo á Dios. » Tanto el tiempo que se hallaban en el C e -
náculo , como el que pasaban en el Templo , lo emplearon en alabanzas y
bendiciones de Dios. El cielo estaba atento sobre aquella escogida y santa
sociedad , que contenia el germen de la naciente Iglesia de Jesucristo , y
aquella familia privilegiada, presidida por la Madre misma del Salvador era
la Iglesia misma , que acababa de fecundar Jesucristo con su sangre y que
estaba aguardando al divino Consolador. Terminemos este capítulo con a l -
gunas rápidas aspiraciones consagradas á un Consolador divino, que com-
pletó la obra de la redención consumada por Jesucristo. ¡ Generaciones fu-
turas ! Dios , la tercera Persona de la Trinidad divina , desciende al mundo
sobre él Cenáculo para dar la última mano á la obra de la Redención
humana. En otro tiempo , rodeado Dios, Jehová , con la formidable m a -
jestad del legislador del hombre proscrito , y de un pueblo duro y tenaz,
descendió sobre el Siná , haciendo retemblar el monte hasta en sus cimi-
403
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entos : su voz era de trueno, sus ojos despedian llamas de terror : la m u l t i -
tud aterrada no osaba acercarse, y temia morir al ver su faz : splo el h o m -
bre inspirado , el escogido entre los fuertes, osó con pies desnudos penetrar
temblando en la sagrada niebla que ocultaba la cara de Dios. Sobre tablas de
dura piedra se escribieron los severos preceptos de la ley, fundamento de la
legislación de todo el género humano , en la cual se leia con frecuencia para
el transgresor la palabra terrible : morte rnoriatur. Comparad empero á Siná
con el Cenáculo , al desierto con Jerusalen, á Dios Jehová con Dios el E s p í -
ritu Santo, el mismo en su esencia. El descenso es también impetuoso, pero
sin espanto: lo que era la voz del trueno no es mas que el ruido de un s o -
plo divino : los rayos fulminadores no son mas que lenguas de un puro y v i -
vo fuego : lo que era prodigio de terror , es ahora prodigio de amor. La ley
es dulce , s u a v e , consoladora : allí se le decia al hombre : ama á tu Dios :
aquí se le dice : ama á tu Redentor : entonces era tu Juez , ahora es tu P a -
dre , y en cierto modo tu hermano. De la montaña humeante baja un Legis-
lador que solo ha de conducir á un pueblo hasta las fronteras de su futura
patria : del luminoso Cenáculo descienden doce legisladores que han de con-
ducir la humanidad entera por el desierto de la vida , y la han de p r e c e -
der ellos mismos en la patria inmortal de lia felicidad. En Siná empieza la
era de la ley de las figuras y de la esperanza: en el Cenáculo se p r o -
nuncia solemnemente la ley instalada ya por Jesucristo , ley de c u m p l i -
miento y de realidad, ley de gracia y de salvación. Trasfórmase en Siná el
caudillo hebreo en un hombre celeste , de cuya frente irradian dos rayos
como dos relámpagos : la sacra llama del Espíritu Santo centellea como un
globo de fuego sobre cada uno de los héroes del Cenáculo que , trasforma-
dos repentinamente con la infusión de todos los dones divinos , aparecen co-
mo hombres nuevos, espíritus iluminados de lo alto , animados con el espí-
ritu de Dios , corazones ardientes é intrépidos , inteligencias que penetran y
hablan todas las lenguas de la tierra , con cuya diversidad confundió en otro
tiempo Jehová á los temerarios de Babel. No habia aun visto la tierra almas
tan grandes, que abarcasen repentinamente á todo el universo en la esperanza
de conquistarlo y trasformarlo con la sola fuerza de la palabra de Dios. No
habia presenciado pechos tan magnánimos , que arrancasen en un discurso
solo á millares de hombres de sus antiguos hábitos y creencias para r e d u -
cirlos á seguir la gloria de la Cruz por el amor del que acababa de morir en
ella : no habia sorprendido sus miradas atónitas corazones tan íntimamente
unidos con el cielo , que proclamasen en alta voz el triunfo eterno del que
habia espirado en un patíbulo , que desafiasen á todo el poder de la tierra, y
q u e se repartiesen entre sí la redondez del globo para hacerle abrazar una fe
nueva, una moral de sacrificio y una esperanza viva de inmortalidad. Este era
— 849 —
u n espectáculo nuevo para el mundo; pero en este espectáculo, que inauguró
sus primeros prodigios en la ciudad santa , estaban vinculados todos los d e s -
tinos de la humanidad redimida ; allí empezaron á levantarse las primeras
piedras que debian fundar aquel edificio eterno al que llamó Jesucristo la
Iglesia de Dios, mi Iglesia. La ciudad deicida no era digna de tan augusto m o -
numento : su piedra angular debia colocarse en la ciudad de los Césares , en
la señora del mundo. El Asia debia ceder á la Europa esta primacía augusta,
p o r q u é á la Europa estaba reservado el porvenir de la civilización , y Pedro,
el pescador de hombres, el q u e recibió para la humanidad resucitada las l l a -
ves que abren la puerta del Paraiso inmortal, debia sentar su silla sobre las
siete colinas que veian el mundo postrado á su presencia. El Espíritu Santo,
pues, descendió en raudo vuelo á instalar entre los hombres la Iglesia que ha-
bla fundado el Verbo-Dios humanado , animándola con el soplo vivificante
de su poder , de su sabiduría y de su amor : de su p o d e r , dándole la p e r p e -
tuidad de existencia, y la superioridad sobre todos los esfuerzos del abismo,
que no prevalecerán contra ella: de su sabiduría, concediéndole el don de la
infalibilidad , cual correspondía al órgano visible en la tierra de la palabra de
Dios : del amor , infundiéndole á ella y á todos sus hijos aquellos dones d i -
vinos q u e , como una llama purísima , despegan el alma de todo lo inmundo
del barro que la e n v u e l v e , y la acrisolan para el cielo.
La Iglesia santa se apresta á prepararnos para el gran dia de la d e s -
censión del Espíritu S a n t o , después que se ha ocupado en la Ascensión
del Verbo-Dios. Las augustas personas de la Divinidad contribuyen como
á porfía en la regeneración del mundo. El Padre envió ya al Hijo p r o m e -
tido : el Hijo consumó ya su misión redentora : el Espíritu—Dios vendrá á
inflamar al mundo con su sagrada llama : el poder y la sabiduría se han de
completar con el amor. Todavía es Jesús en la víspera del dolor quien d e s -
corre á sus discípulos , antes de morir , el velo de los mas profundos m i s -
terios. Insiste notablemente en q u e serán aborrecidos del mundo como una
predicción de precaución antes del suceso. «Todo esto os he dicho para
preservaros de los escándalos y de las caidas.» El odio del mundo á los
discípulos de la Cruz debia llegar á un tal exceso , que realmente hubiera
venido á ser un escándalo , una ocasión de caida , un motivo de dudar de
la divinidad de Jesucristo , si este exceso no hubiese sido predicho con sus
efectos , sus motivos y sus causas , aun las mas secretas. Por esto añade
Jesucristo : « Os arrojarán de las sinagogas, y hasta vendrá tiempo en que
cualquiera que os haga morir creerá hacer un sacrificio á Dios. » Arrojar
á los Apóstoles y discípulos de Jesucristo de las sinagogas y hacerlos morir
como enemigos de la ley y de la nación , ved ahí hasta que punto llegará el
odio implacable é insensato del mundo. Creer que se hace en esto un acto
agradable á Dios , he aquí el error y el prestigio de la Pasión, y ved ahí la
causa secreta. «Y os tratarán de este modo, porqué no conocen ni á mi Padre
ni á mí. » Esta predicción comprende no solo los Apóstoles, sino también sus
sucesores y los discípulos de Jesucristo de lodos los siglos. Los discípulos
de Jesucristo debian resignarse á verse ultrajados , expulsos, c a l u m n i a -
dos , envilecidos , condenados al último suplicio. Debian resignarse á que u n
pueblo seducido , prevenido , frenético se imaginara en su ceguedad e x t e r -
minar impíos , malvados , enemigos de Dios y de las potestades establecidas
por Dios , azotes de los pueblos , autores de todos los males públicos. Hase
creído en su exterminio dar un impulso á los progresos de la razón y al
emancipamienlo de la inteligencia humana : así se lo persuadieron los gran-
des de la tierra antes que esta idea cundiese en las masas populares. Sin
embargo , ni los fieles, testigos de la persecución , ni los mismos persegui-
dos no se escandalizaron por ese trastorno tan horrible , como sacrilego de
la razón humana, porqué todo estaba predicho; y todo esto proviene de que,
faltando la fe y la religión , no se conoce ni á Dios , ni á Jesucristo , ni á su
Iglesia. La fe es tan divina , que saca , por decirlo a s í , de sus mismos s a -
cudimientos la fuerza de su divinidad. Cuanto mas terrible es la p e r s e c u -
ción , cuanto mas general y decisiva parece, mas literalmente se cumple
la predicción divina. Entonces es c u a n d o , contra todo el curso ordinario
de los acontecimientos humanos , saca de su mismo abatimiento una f u e r -
za desconocida ; cuando la redención, este misterio de la fuerza de Dios,
obra ocultamente como dirigido por el poder invisible de su palabra divina ;
y cuando la reacción que se verifica en los espíritus , que tienen hambre de
amor y de verdad , aparece con súbito ó inesperado esplendor, descollando
asombrosamente sobre todos los miserables esfuerzos de la impotencia h u -
mana.
CAPITULO CI.
y un bosquejo de su carácter.
105
— 834 —
no, Suetonio, Tranquilo, Cornelio Tácito y Elio Lampridio. Suetoniom Claudio
dice: « Roma expulsó á los judíos que de continuo promovían tumultos impul-
sándoles Cresto» que asi nombraban á Cristo los Étnicos ó gentiles, llamando á
los discípulos de Cristo cristianos, según testimonio de Tertuliano y de Lactan-
cío. Tácito en el libro XV, cap. XXIV, de sus Anales, dice a s í : «Para destruir
la novedad Nerón sujetó y castigó con exquisitos tormentos á los culpables, á
quienes el vulgo aborrecía por sus maldades y llamaba cristianos. Cristo, de
quien proviene este nombre , imperando Tiberio , fué condenado al último
suplicio por el procurador Poncio Pilátos. » Lampridio, en la Vida de Alejan-
dro Severo , se expresa en estos términos : « Su tenor de vida era el siguien-
te : Ante todo , siempre que podia , se acostaba solo, y por la mañana p r a c -
ticaba los actos de religión en su oratorio ó retrete sagrado, en el cual tenia
los principales dioses , los númenes escogidos , y venerados manes , y según
afirma un escritor de su tiempo, conservaba entre otras la estatua de Apolo,
de Cristo , de Abraham y de Orfeo, y entre las otras divinidades las efigies ó
retratos de sus mayores.» Y en el cap. XL1II, dice el mismo autor : « Quiso
erigir un templo á Cristo , y admitirle entre los dioses. » Felipe Carnerario en
la Centuria I de sus Horas de solaz ó Meditaciones históricas , cap. XCVIII,
dice a s í : « Es fama que aquel dicho ó máxima de Cristo nuestro Salvador :
Haced á los hombres todo lo que quisierais que ellos os hiciesen , agradó
tanto á Marco Aurelio Severo Alejandro , hijo de Julia Mamea Augusta , ó
cristiana , ó protectora de los cristianos, que mandó fuese prescrito y o b -
servado en su palacio y en todas las empresas públicas. » Lampridio , d e s -
pués de haber indicado que Alejandro Severo quiso dar á Jesucristo un culto
de divinidad , levantando un templo en honor s u y o , a ñ a d e : « También se
dice, que Adriano intentó lo mismo, el cual habia ordenado en todas las c i u -
dades levantar templos , pero sin simulacros , cuyos templos hoy , como no
tienen numen particular, son llamados Adrianos, y era voz pública que
Adriano los preparaba para dedicarlos á Cristo; pero se lo impidieron a q u e -
llos que, consultando sus libros sagrados, encontraron que si se accedía á los
deseos del Emperador todos se harían cristianos , y los demás templos q u e -
darían desiertos. Pero con antelación á todos estos autores de la profana a n -
tigüedad , consta que Tiberio César supo de Pilátos por medio de cartas las
obras de Jesucristo. Pues como diceEusebio, en su libro II. «Como era anti-
gua costumbre en los gobernadores de las provincias dar parte al Emperador.
de todas las novedades que aconteciesen , para que nada ignorase de lo q u e
pasaba en su imperio , Pilátos notició á Tiberio la Resurrección de Nuestro
Salvador Jesucristo, cuya fama era célebre por toda la Palestina , añadiendo
muchos milagros obrados por é l , que habia oido referir, y c o m o , después
de haber vuelto á la vida , era ya por muchos tenido como Dios. Aseguran
— 835 —
que Tiberio reportó al Senado esta noticia; pero que el Senado despreció esta
relación, fundado en que no se habia aguardado para ello su autoridad,
habiendo una antigua ley entre los romanos, que nadie sin el decreto del S e -
nado pudiese ser tenido por Dios : y esto era una verdad , porqué la divina
predicación de la doctrina de salud no necesitaba de la autoridad ni del auxi-
lio de los hombres. Y como el Senado así repudiase la relación que de los h e -
chos del Salvador se le daba , Tiberio con todo fué consecuente en su primera
resolución, y es fama que no tomó providencia alguna de rigor contra la d o c -
trina de Cristo. Tertuliano , varón muy versado en la legislación romana y
célebre entre los escritores latinos, en la Apología que escribió en latin y des-
pués fué al griego trasladada, expone lo mismo con estas palabras : « Existia
un antiguo decreto que nadie podia ser consagrado como Dios por el E m p e -
rador sin previa aprobación del Senado. Así le sucedió á M. Emilio con su
Dios Alburno. Y esto favorece nuestra causa , pues entre vosotros la divini-
dad está sujeta y depende del arbitrio humano. Si Dios no agrada al hombre,
ya no será Dios , así el hombre deberá tener siempre á Dios de su parte.
Tiberio , pues , en cuyo tiempo entró en el mundo el nombre cristiano , h a -
biéndosele noticiado desde Siria de Palestina las señales que revelaban la
divinidad de Jesucristo , lo participó al Senado , con la prerogativa de su
propio voto. El Senado , como no lo habia aprobado por si mismo , lo d e s e -
chó. El César quedó en su primer dictamen, conteniendo con amenazas á los
acusadores de los cristianos. » El mismo Tertuliano da la razón por la cual el
Senado rehusó.admitir á Cristo en el número de los dioses ; á saber, por h a -
ber Tiberio rehusado la divinidad que se le habia ofrecido. Otra razón aduce
S. Agustin en el Iib. I de la Concordancia de los Evangelistas. «¿Cómo no
aceptaron los romanos el culto de Jesucristo , al modo de los dioses de otras
naciones sujetas á su imperio , en especial siendo su tema que el sabio ha de
dar culto á todos los númenes ? ¿ Por qué rechaza á éste del número de aque-
llos? No queda para aquellos otra razón plausible por la cual se negasen á
admitir la adoración de este Dios , nuevo para ellos , sino el haber este Dios
querido ser adorado solo , y haber prohibido el dar culto á los dioses de las
naciones que ellos ya adoraban pues es sentencia de Sócrates que cada
Dios debe ser adorado del modo que él mismo haya prescrito. De ahí nace la
imposibilidad en que se hallaron de dar culto al Dios de los hebreos ; pues si
se lo hubiesen dado de un modo diferente de que él mismo prescribió , no le
hubieran dado un verdadero culto sino el que ellos se habrian forjado , y si
se lo hubiesen dado tal cual él lo habia dicho , no podrían darlo á los demás
á quienes prohibía él el adorar. Y por esta razón desecharon el culto del ver-
dadero Dios, para que no descubriese la falsedad de los otros. » El propio
Tertuliano en el cap. XXI, en donde trató de la Pasión , Resurrección y A s -
— 836 —
cension de Cristo , de los discípulos por él enseñados y de su doctrina , a ñ a -
dió lo siguiente : «Todas estas noticias sobre Jesucristo trasladó entonces á
César Tiberio Pilátos que en su conciencia venia á ser ya cristiano ; y los
Césares hubieran creido en Cristo , si ó los Césares no hubiesen sido necesa-
rios al siglo , ó si los cristianos hubiesen podido ser Césares. » Prueba e v i -
dente de que Tertuliano habia visto y examinado la relación enviada por
Pilátos á Tiberio. No fué solo la carta de Pilátos la que puso á Tiberio en c o -
nocimiento de cuanto obró y padeció Cristo en la Judea , sino también las
Actas ó Registros que se formaron en el gobierno de Pilátos , á las que llama
la atención de los R o m a n o s S . Justino en su Apología I: «También podéis
certificaros de la verdad de todos estos hechos por las Actas que se formaron
durante el gobierno de Poncio Pilátos.» Ni tampoco disiente de esta opinion San
Juan Crisóstomo ; pues en su Homilía XXVI á la Carta II á los de Corinto,
dice así : «El Senado de Roma tenia la facultad de crear y de conscribir á los
dioses. Pues cuando el presidente de la nación judía envió á Roma la noticia
de todo cuanto habia obrado Jesucristo , preguntando á los Romanos si seria
de su agrado el admitirle por Dios, se denegaron á ello , porqué recibieron
con enojo é indignación que antes de anunciar su beneplácito con un decreto
el poder supremo del Crucificado hubiese atraido á todo el orbe á su culto y
veneración. » Del mismo sentir son Orosio , Gregorio de Tours, Cedreno y
Nicéforo Calixto en sus respectivas historias. El mismo Crisóstomo en otro
pasaje posterior de la referida Homilía , añade : « Mas por fin , á pesar de
todos ellos ( los romanos), la Providencia permitia que la divinidad de J e s u -
cristo no fuese promulgada por la voluntad ni por las leyes de los hombres,
y que no pudiesen considerar á Jesucristo como uno de tantos dioses que ellos
mismos se forjaban y designaban. La verdadera y genuina carta de Pilátos á
Tiberio no existe, porqué tanto la que cita Baronio, tomada de Hegesipo Ana-
céfalo, déla destrucción de Jerusalen, como la que aduce Sixto Senense, cuyo
original supone encontrado en los antiguos monumentos de la biblioteca Vati-
cana, como la que publicó Florentino en su Martirologio Geronimiano, como
finalmente la que menciona Juan Alberto Fabricio, sacada del Códice Colber-
tino, son consideradas en el número de documentos falsos ó figurados; puesto
que los doctos críticos descubren en cada una de ellas manifiestos indicios de
falsedad. En cuanto á las Actas de Pilátos, fueron corrompidas ó alteradas ya
por los herejes, ya por los gentiles, ó bien forjaron otras á imitación de a q u e -
llas. Declara S. Epifanio que los herejes quartadecimanos manifestaron unas
Actas supuestas de Pilátos. Eusebio asegura en su Historia Eclesiástica , que
los Étnicos ó gentiles , en tiempo de Diocleciano , forjaron unas Actas con el
nombre de Pilátos , que después Maximino , por estar zurcidas de c o n t u m e -
lias y de injurias contra Cristo, las publicó y mandó que los maestros de pri—
— 837 —
mera educación las entregasen á los niños y procurasen hacérselas aprender
de memoria. Es evidente, pues , que serian muy distintas de éstas las Acias
de Pilátos, á cuyo testimonio apela mas de una vez S. Justino , y cuan e r r a -
do anduvo Tanáquilo Fabro, ministro Salmuriense , al afirmar que Justino y
Tertuliano tomaron lo que dicen de las Actas apócrifas. Guillermo—Cave en
su Historia literaria del primer siglo admite las Actas de Pilátos y en sentir
de Casaubono no deben ser atendidos los que niegan la fe en aquellos d o c u -
mentos históricos. Juan Pecorsonio impugna como falsas, ó frivolas y de nin-
gún momento las razones en que se apoya Tanáquilo Fabro. El sabio y e r u -
dito Calmet, en sus Comentarios Hiérales al Viejo y al Nuevo Testamento,
consagra una docta disertación á las Actas que Pilátos envió al emperador
Tiberio sobre la muerte de Jesucristo. Y después de haber hecho la exposi-
ción de los varios pareceres, y de haber trasladado literalmente lo que sobre
aquellos refieren S. Justino mártir , S. Ignacio de Antioquía , Tertuliano,
S. Epifanio , Paulo Orosio , Gregorio Turonense , y algunos otros autores de
los primeros siglos y otros criticos posteriores; después de reconocer como
verdadera la existencia de tales Actas , por estar asegurada por autores tan
graves como S. Justino mártir , Tertuliano y Eusebio de Cesárea , halla muy
de admirar que este último no las traslade en su Historia , á lo menos en
compendio , como documentos de sumo interés histórico , de lo cual infiere,
que ó bien en su tiempo no existían ya estas Actas , ó que en su concepto no
eran bastante auténticas las que corrian con este nombre. Los fragmentos
que de ellas se han conservado hasta nosotros , inclusos los que nos ha c o n -
servado Tertuliano, no dejan de ofrecer motivos para sospechar de su since-
ridad. De todo lo que infiere , en su delicado criterio , que la carta remitida
por Pilátos al Emperador , de la cual tendrían noticia los primeros cristianos
por los familiares mismos de aquel principe, fué alterada ó añadida en gracia
quizás de la Religión misma , cuyas alteraciones confundieron con el tiempo
su texto genuino y literal, por cuya razón Eusebio no encontró en su época
carta alguna bastante auténtica para ser trasmitida á la posteridad. Pasemos
al famoso testimonio del historiador de los judíos Flavio Josefo. He aquí las
palabras con que este célebre escritor consigna la virtud de Jesucristo, sus
prodigios , su muerte , su vuelta á la vida , los vaticinios que de él hicieron
los profetas, y la constante piedad y fidelidad que hacia él conservaron los
cristianos. « Hubo en aquel tiempo Jesús , sabio varón , si es que varón p u e -
da llamarse. Obraba cosas sorprendentes : era Maestro de los hombres , y de
aquellos que acogian con gusto la verdad. Y" así como atrajo á muchos judíos,
atrajo también á sí muchos griegos. Este era aquel Cristo. Y aun cuando, des-
pués de haberle acusado nuestros primeros magnates , Pilátos le hubo c o n -
denado á la muerte de c r u z , los que primero le habian amado , no dejaron
— 838 —
de consagrarle su amor. Volviendo á la vida pasados tres dias , se les apa-
reció , después que los profetas de Dios habia n predicho de él esta y otras
mil maravillas : y hasta el dia, no ha faltado la gente de los cristianos , así
llamados de aquel n o m b r e . » La misma versión da á corta diferencia á las
palabras de Josefo S. Gerónimo en su Catálogo de escritores eclesiásticos. En
cuanto á la autenticidad de este testimonio del historiador hebreo , la a d m i -
tieron sin la menor duda los escritores eclesiásticos hasta el siglo XVI. Blon-
del fué el primero que lo creyó supuesto ó añadido , y á él siguieron T a n á -
quilo Fabro , Luís Capello , Osiander, Montacusio , Gifanio y otros de la
misma secta. Pero en contra sostienen la veracidad del pasaje de Josefo y
refutan á sus adversarios el doctísimo Huetio, Valesio, Natal Alejandro, Lam-
becio , Pugio , Baronio, Belarmino, Tillemont, Remigio, Ceiller, Lambertino,
Honorato Tournely y otros m u c h o s , á los cuales deben añadirse de entre los
escritores heterodoxos, Carlos Danbuz en sus dos libros impresos en Londres
A 706 , Guillermo Cave en su Historia literaria , Userio en los Anales al
Nuevo Testamento , y muchos otros que seria largo enumerar. Debe , pues,
en sana crítica y recto criterio admitirse la opinión que declara por legítimo
y verdadero el testimonio de Josefo; porqué se halla consignado en todos los
Códices, así manuscritos como tipográficos; lo admite Eusebio tanto en su De-
mostración Evangélica, como en su Historia Eclesiástica ; S. Gerónimo la t r a s -
ladó en latin y la aprobó en su Catálogo, como hemos dicho; la admitió en sus
libros epistolares Isidoro Pelusiota, y en su Cronicón Freculfo ; y lo c o m p r o -
baron en sus Historias Sozonemo, Cedreno , Nicéforo Calixto , Suidas en su
Lexicón i palabra Josefo , y ademas , (como dice S. Águslin) «su noticia está
continuada por tantos y tantos autores, y está apoyada en tan lata y no i n -
terrumpida serie de autoridades , hasta nuestros dias» que es mas q u e s u -
ficiente para probar la autenticidad de cualquier escrito. Y aun prescindimos
de aducir aquí aquel pasaje de S. Juan Crisóstomo, tomado de su Homilía!).*
en los Actos de los Apóstoles, en donde es evidente que el santo Doctor trata,
no de este peculiar testimonio de Josefo, sino de toda la Historia de la ruina
de Jerusalen.
Concluyamos nuestro trabajo con un cuadro sucinto sobre el carácter dé
Jesucristo , que publicamos pocos años hace. Dice así :
Si se prueba la misión de Jesucristo por el testimonio de todos los t i e m -
pos que le han precedido, y si la historia del antiguo mundo nos conduce á
él por una tradición no interrumpida desde el primer poblador de la tierra
después del diluvio , fuerza es detener la vista en la época misma que vio
al Deseado de los pueblos , y en-ella encontraremos testimonios mas positi-
vos aun , si cabe , de la verdad de su misión y de la divinidad de su p e r -
sona y de su doctrina.
— 839 —
Cualquier otro que Jesucristo hubiera podido llamarse este Salvador que
la tierra aguardaba. Por esto el Hombre-Dios no debia presentarse al mundo
sino con señales infalibles , y que el error no puede imitar. Jesucristo no r a -
ciocina ni dispula , sino que para convencer á los hombres de que es el Hijo
de Dios les da la única prueba que no podia engañarlos atendida la grosería
de aquel pueblo : hizo obras divinas : mandó á la naturaleza que , como o b -
serva Rousseau, no obedece á los impostores. Mas para acreditar al mundo
y á las generaciones que no debían verle , presentóse ademas con dos otras
señales no menos grandes que sus prodigios : su carácter y su doctrina. Su
doctrina la hemos visto ya en el decurso de esta historia. Réstanos decir una
palabra de su carácter.
En la imposibilidad de describir el carácter de la única persona d i -
vina que se ha presentado sobre la tierra revestida de la naturaleza h u -
4
107
— 850 —
nito de su -voluntad, que es el centro de todas las fuerzas creadas y creables,
puede sacar bastantes elementos para obrar súbitamente en este grado. Si le
place detener el s o l , sirviéndonos de la expresión vulgar , opone á su fuerza
de proyección una fuerza que la contrabalance, y que en virtud dé la misma
ley matemática , produce el reposo. Y no le es mas difícil detener el m o v i -
miento total del universo. Así sucede con todos los demás milagros : es una
cuestión de fuerza, cuyo uso , lejos de herir el orden físico , lo cual seria
muy poco, entra en él de si, y ademas mantiene sobre la tierra el orden mo-
ral y religioso , sin los cuales el orden físico dejaría de existir!»
«La otra objeción. Se nos dice que el milagro nada p r u e b a , porqué todas
las doctrinas han tenido milagros en su favor , y que , á la ayuda de una
cierta ciencia oculta , es fácil obrarlos. »
«Negamos absolutamente que ninguna doctrina histórica , es decir, fun-
dada á la llena luz de la historia , por hombres auténticamente conocidos,
posea por base hechos milagrosos. En cuanto á los tiempos presentes, no
tenemos de ello ejemplo: nadie á nuestra vista , entre tantos institutores del
género humano que hemos presenciado, ha osado prometernos el ejercicio de
un poder superior al poder vulgar de que disponemos. Nadie de nuestros con-
temporáneos ha parecido sobre las plazas públicas para curar ciegos y r e s u -
citar muertos. La extravagancia no se ha mostrado sino en las ideas y en el
estilo; no ha pasado de aquí. Y pasando del siglo último hasta Jesucristo, nadie
tampoco en la innumerable multitud de heresiarcas famosos ha podido glo-
riarse de mandar á la naturaleza, y poner bajo la protección del milagro las
inspiraciones del orgullo rebelado. Mahoma, hereje é infiel á la vez, tampoco
lo ha probado mas que los otros, como ya digimos, y el Coran lo dirá mejor á
quien querrá lomarse la pena de leer este plagio de la Biblia, hecho por un e s -
tudiante de retórica de la Meca. Mas allá de Jesucristo en los siglos revindi-
cadospor la historia , qué queda , dejando á un lado á Moisés y los profetas ,
esto e s , los propios antecesores de Jesucristo ? Referiremos algunos hechos
singulares de Grecia y Roma ? Hablaremos de aquel augur, q u e , según Tito
Livio, corló una piedra con una navaja; ó bien de aquella vestal que h i -
zo andar un navio tirándolo con su ceñidor; ó bien del ciego curado por
Vespasiano, subiendo al imperio? Estos hechos, sean cuales fueren, son
hechos aislados , y nada tienen que ver con ninguna doctrina : no han p r o -
vocado debate alguno en el m u n d o , y nada han en él establecido : no son
hechos doctrinales ; pues aquí tratamos de milagros fundadores de doctrinas
religiosas, los solos de que tenemos que ocuparnos; pues es claro que si
Dios se manifiesta por actos de soberanía , ha de ser una grande causa digna
de él y digna de nosotros; es decir, por una causa en que se trate de los
destinos eternos de la humanidad. Esto es lo que pone fuera de discusión
todos los hechos ailados, tales como los que se refieren en la vida de Apolo-
nio de Tyana. Este personaje es del primer siglo de la era cristiana, y su V i -
da fué escrita mucho mas tarde por un filósofo alejandrino, llamado Filostra-
to , que quiso hacer de ella el remedo del Evangelio , y del mismo Ápolonio
la copia de Jesucristo. Y salió de este dibujo una fisonomía muy singular, y á
cual mas curiosa : pero esto es todo. ¿Qué ha hecho doctrinalmente Ápolonio
de Tyana? ¿ E n dónde están sus escritos, sus obras sociales, las trazas de su
paso sobre la tierra? Murió el clia siguiente de su vida. Aun cuando en vez
de algunos hechos equívocos hubiese removido las montañas en su vida , es^-
to no pasaría de una curiosidad literaria, un accidente , un hombre, nada.
¿ En dónde están, pues, las doctrinas fundadas al sol de la historia sobre h e -
chos milagrosos ? ¿ Dónde está en el mundo histórico otra omnipotencia como
la de Jesucristo, otros milagros como los suyos y los de los santos que le t o -
maron por Maestro , y han tomado de sus cenizas la fuerza de continuar lo
que él habia comenzado? Nada aparece en el horizonte: Jesucristo, queda solo
y sus enemigos, rodeándole con un ataque inmortal, no pueden oponerle sino
dudas , no un hecho igual á él, ni siquiera análogo á él. ¿Pero al m e n o s , no
existen en la naturaleza fuerzas ocultas que nos han sido reveladas después,
y de que Jesucristo se hubiera apoderado en otro tiempo? Nombrémoslas sin
t e m o r : se las llama fuerzas magnéticas. Y fácil seria deshacerse de ellas, pues
que la ciencia no las recononce aun y hasta las proscribe. Con lodo preferi-
remos obedecer á la conciencia que á la ciencia. ¿Invocáis las fuerzas magné-
ticas ? Pues bien, concediendo sinceramente que sus efectos han sido c o n s -
tantes , aunque de una manera todavía incompleta, y que lo será p r o b a b l e -
mente siempre por hombres instruidos , sinceros y hasta cristianos, creemos
que estos efectos, en la grande generalidad de las cosas son puramente natu-
rales, que su secreto nunca se ha perdido en la tierra, que se ha trasmitido
de edad en edad, que ha dado lugar á una multitud de actos misteriosos, cuya
traza es fácil de reconocer , y que hoy ha dejado tan solo la forma de las
trasmisiones s u b t e r r á n e a s , porqué este siglo lleva en su frente la marca de
la publicidad. Sí, por una preparación divina contra el orgullo del m a t e r i a -
lismo , por un insulto á la ciencia , que data de mas allá donde podemos r e -
montarnos , ha querido Dios que hubiese en la naturaleza fuerzas i r r e g u l a -
res , irreductibles á fórmulas precisas , casi incontextables por los p r o c e d i -
mientos científicos. Ha querido , á fin de probar á los hombres tranquilos en
las tinieblas de los sentidos , que fuera aun de la Religión quedaban en n o s -
otros vislumbres de un orden superior , albores pavorosos sobre el mundo
invisible , una especie de cráter por donde nuestra alma , escapada un m o -
mento de los lazos terribles del cuerpo , vuela por espacios que ella no p u e -
de sondear, de los cuales no le queda el menor r e c u e r d o , pero que le a d -
— 852 —
vierten lo bastante que el orden presente oculta un orden futuro, ante el cual
el nuestro es un puro nada. Todo esto es verdad , y así lo creemos ; pero
también es verdad que estas fuerzas oscuras están encerradas en límites, que
no atestiguan ninguna soberanía sobre el orden natural. Hundido en un s u e -
ño ficticio , vé el hombre al través de cuerpos opacos á ciertas distancias ;
indica remedios propios para aliviar y hasta curar las enfermedades del
cuerpo ; parece saber cosas que no sabia , y que olvida al momento de d i s -
pertar ; ejerce por su voluntad un grande imperio sobre aquellos con los
cuales está en comunicación magnética : todo esto es penoso , laborioso,
mezclado de incerlidumbres y abatimientos. Es un fenómeno de visión mas
bien que de operación : un fenómeno que pertenece al orden profético y no
al orden milagroso. En parte alguna se ha visto una curación súbita, un acto
evidente de soberanía. Aun en el orden profético no se ha visto cosa mas m i -
serable. Parece que esta visión de un género extraordinario debería á lo me-
nos revelarnos algo de este porvenir, que pudiéramos llamar el porvenir p r e -
sente. Pero nada menos que esto. ¿ Q u é ha predicho el magnetismo de c i n -
cuenta años acá ? Que nos diga no lo que será dentro de mil años , ni aun lo
que será pasado mañana, sino lo que será mañana por la mañana? Todos los
que disponen de nuestros destinos viven , hablan , escriben, remueven r e -
sortes sensibles. Pues bien : que se nos diga el resultado cierto de su acción
para un solo negocio público. Ah! el magnetismo, que debia cambiar el m u n -
do, no ha podido ser ni un instrumento de policía: él confunde la imaginación
tanto por su esterilidad, como por su estrañeza : lejos de ser un principio, es
una ruina. Así sobre las orillas desoladas del Eufrates , en el lugar en que
fué Babilonia y en donde se levantó aquel monumento famoso que debia lle-
var hasta el cielo, según la expresión de Bossuet, el testimonio del antiguo
poder de los hombres , el viajero encuentra escombros heridos por el rayo
y al parecer sobrehumanos por su grandeza. Inclínase y toma en sus ávidas
manos un ladrillo mutilado ; descubre en él caracteres que fueron sin duda
la escritura primitiva del género h u m a n o ; pero hace vanos esfuerzos para
leerla : el resto sagrado vuelve á caer de sus manos sobre el coloso calcinado
por el fuego : no es mas que una teja cascada, á la cual la curiosidad misma
desprecia. »
« Yo miro , pues , y nada veo fuera de Jesucristo. Mas diréis tal vez : Si
Jesucristo obró milagros durante su vida y hasta en los primeros tiempos de
su Iglesia , ¿por qué no obra ya m a s ? Ah! aun los obra todos los días , p e -
ro vosotros no los veis. Los obra con menos prodigalidad, porqué el milagro
moral y social, el milagro que exigia tiempo, está ya cumplido , y á vuestros
ojos. Cuando Jesucristo ponia los fundamentos de su Iglesia, le era preciso ob-
tener fe en una obra que estaba aun en sus comienzos : hoy dia está hecha,
— 853 —
aun que no acabada todavía ; vosotros la veis, la tocáis, la comparáis, la me-
dís, juzgáis si es una obra humana. ¿Por qué, pues, Dios prodigaria el milagro
á quien no vé el milagro? ¿ P o r qué os llevarla y o , por ejemplo, á las monta-
ñas del Tirol para ver allí prodigios, que cien mil de nuestros contemporá-
neos están viendo quince años hace? ¿ P o r qué recogerla yo una piedra en la
carrera, cuando la Iglesia está ya edificada? El monumento de Dios está en
pié : toda fuerza á ella ha tocado, toda ciencia la ha escudriñado, toda blas-
femia la ha maldecido: miradlo , allí está. Suspenso está hace diez y ocho
siglos entre el cielo y la tierra , como dice el conde de Maistre ; si no le veis,
¿ qué es lo que veríais? En una parábola célebre habla Jesucristo de un mal
rico que decía á Ábrahan : «Enviad á mis Hermanos alguno de los muertos.»
Y Ábrahan responde: «Si ellos no creen en Moisés, ni en los profetas, no cree-
rán á uno que vuelva de los muertos. » La Iglesia es Moisés, la Iglesia es t o -
dos los profetas , la Iglesia es el milagro viviente. El que no ve á los vivos,
¿ cómo veria á los muertos ? »
«Xa preexistencia de Jesucristo. Jesucristo era el alma de la nación j u -
día , y preexistia en ella por una vida constante y singular. La idea mesiá-
nicá circulaba por las venas de aquel pueblo como su sangre mas pura , y
sin la cual es imposible explicar ni su fe , ni sus destinos. La idea mesiánicá
se componia de cuatro elementos. Bajo su influencia el pueblo judío creia,
primero que un dia el Dios uno y criador, adorado por é l , vendría á ser el
Dios de toda la tierra. Creia a d e m a s , que esta revolución se cumpliría
por un solo hombre , llamado el Mesías , el Santo , el Justo , el Salvador , el
Deseado de las naciones. Creía que este hombre serla judío , de la tribu de
Judá y de la casa de David. Creia , en fin , que este hombre predestinado s u -
friría y moriría para cumplir la obra de trasformacion, que la Providencia le
habla encargado. »
«Vocación de Ábrahan , veinte siglos antes de Jesucristo , en cuya b e n -
dición empezó la idea mesiánicá. Sacrificio de Ábrahan, detenido por el
ángel , segunda palabra de la idea mesiánicá , mas distinta que la p r i m e -
ra. Profecía de Jacob : anuncia al Mesías con mas precisión , indicando la
rama ( J u d á ) y la circunstancia non auferetur etc. Fórmase el pueblo h e -
breo : llega Moisés. Profecía de Balaam , de un extranjero. David y Salomón
Psalm. 2 1 . Isaías , cap. L1I. La profecía de Daniel , cap. IX. Ageo , cap. II.
La idea mesiánicá no se limita al pueblo judío , pasa el Jordán, el Eufrates,
el Indus , el Mediterráneo , todos los Océanos, y penetra hasta los pueblos
mas lejanos. Confucio á la extremidad oriental del Asia habla de un Santo,
q u e era el verdadero Santo, y que debia venir del Occidente. Virgilio, Tácito,
etc. Hasta el racionalismo del sigloXVIII confiesa esta espectacion mesiánicá:
Voltaire, Volney , Boulanger.»
— 854 —
PÁGINAS.
CAPÍTULO I. Observaciones generales sobre los Evangelios, en los
cuales se halla canónicamente consignada la vida
de Jesucristo 1
CAP. II. De los Evangelios apócrifos 13
CAP. III. La vida de Jesucristo desfigurada pcyr algunas moder-
nas escuelas ' 22
CAP. IV. Autores ortodoxos que han escrito sobre la historia de
la vida de Jesucristo . 37
CAP. V. Ojeada sobre la espectacion, los sacrificios y las pro-
fecías que anunciaron á Jesucristo. . . . . 51
CAP. VI. Estado del mundo al venir Jesucristo 65
CAP. VIL Estado del mundo romano al venir Jesucristo. . . 74
CAP. VIII. Estado político, religioso y moral del pueblo israelita. 94
CAP. IX. Los judíos fuera de Palestina , y sectas principales
en que se dividieron en su país 4 09
CAP. X. Concepción de S. Juan Bautista y genealogía de los
padres de la Virgen Madre 4 24
CAP. XI. Algunas investigaciones históricas sobre los ascen-
dientes de María 4 28
CAP. XII. Desposorios de María con José, y primer período de
su unión. . ..........4 42
PÁG.