Que se encuentra en las aguas de la vida, representa, en primera
instancia, el sepulcro de cristal, símbolo maravilloso que señala, exactamente, que antes de poder pasar por la resurrección, hay que estar bien muerto en todos los niveles de la mente. La muerte, según el Gnosticismo Universal, “tiene muchos significados, tanto positivos como negativos”. Existe la muerte del cuerpo físico, hay la muerte del ego o “muerte mística”, la “muerte segunda” o destrucción del ego en los mundos infiernos, y está la de aquellos que, aun existiendo sobre la faz de la Tierra, están “muertos” para todo posible desarrollo interior, tal como lo expresa aquella magnífica observación de Jesús, el Gran Kabir, que a la letra dice: “Dejad que los muertos entierren a sus muertos.” Muy ciertamente, en su libro “La Gran Rebelión”, el Maestro Samael asegura que: “La llave de laboratorio de la Naturaleza la tiene, en su mano diestra, el Ángel de la Muerte”, (Orifiel, en este caso, regente de Saturno), y que “muy poco podemos aprender del fenómeno del nacimiento, más de la muerte podemos aprenderlo todo”. Esta es la resurrección iniciática; en todo proceso de transformación hay muerte y renacimiento, o muerte y resurrección.