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Nueva Antropología

Nueva Antropología, A. C.
nuevaantropologia@hotmail.com
ISSN 0185-0636
MÉXICO

2002

Nelson Minello Martini


MASCULINIDADES: UN CONCEPTO EN CONSTRUCCIÓN
Nueva Antropología, septiembre, vol. XVIII, número 61
Nueva Antropología, A. C.
D. F., México
pp. 11-30

http://redalyc.uaemex.mx
MASCULINIDAD/ES

Un concepto en construcción1

Nelson Minello Martini*

I. INTRODUCCIÓN seminarios y conferencias sobre los varo-


nes (Segal, 1990; Connell, 1995; Peter-

H
ay una evidente exageración sen, 1998).
cuando se afirma que “hoy en Los países anglófonos (en especial
día, si un texto no tiene la pala- Gran Bretaña, los Estados Unidos, Ca-
bra ‘mujeres’ en el título, probablemente nadá, Australia) llevan la delantera en
trate acerca de los hombres” (Kimmel, esta producción. Sin embargo, no son los
1992: 129). Pero esta hipérbole tiene una únicos; también podemos encontrarla en
base real; proliferan los libros, artículos, Alemania, Francia o los países escandi-
navos, así como en Sudáfrica o Japón
1
Una fructífera, agradable y académicamente (Connell, 2000) y en América Latina.2
estimulante relación con Javier Alatorre Rico en el
Seminario “Aproximaciones teóricas a la masculi- * Centro de Estudios Sociológicos, El Colegio
nidad”, organizado en el Programa Universitario de México.
de Estudios de Género (PUEG) de la UNAM —tarea a 2
El interés por estos estudios fue creciente. Una
la que luego se incorporó Lía Rojas Mira—, me per- muestra de ello puede verse en la reunión realiza-
mitió establecer un enriquecedor diálogo sobre las da en 1988 con los auspicios de la Asociación Britá-
ideas que aquí planteo. Las posiciones expuestas y nica de Sociología, donde 45 mujeres y 56 hombres
los errores que puedan deslizarse no comprometen discutieron la temática de la masculinidad con es-
al programa ni a los compañeros mencionados. tudios de Alemania Federal, Australia, China, los
12 Nelson Minello Martini

Desde los años sesenta la ola feminis- parece haber adquirido presencia mun-
ta había producido investigaciones y en- dial organizada, con la fundación de la
sayos sobre la situación de la mujer e Asociación Internacional de Estudios de
impulsaba cursos universitarios (llama- Hombres (IASOM, por sus siglas en inglés),
dos en los Estados Unidos. Women’s stu- con sede en Noruega.4
dies). En la década siguiente, la de 1970, Esquemáticamente, puede decirse que
comienzan a aparecer los Men’s studies; las principales corrientes teóricas que ali-
su particularidad consiste en dejar de lado mentaron estos estudios fueron desde
al hombre como representante general de antes de la década de los setenta la teo-
la humanidad y adoptar el estudio de la ría funcionalista de roles, cuyo texto más
masculinidad y las experiencias de los conocido en este punto es el de Parsons y
hombres como específicas de cada forma- Bales, Family, socialization and interac-
ción socio-histórico-cultural. Tales análi- tion process.5 Posteriormente aparecieron
sis se ocupan más de los hombres comu- trabajos influidos por los enfoques psicoa-
nes y de su vida cotidiana que de los nalistas feministas, de los cuales The re-
políticos, los militares o los héroes (Brod, production of mothering, de Chodorow, es
1987). Pero no sólo la academia se intere- el más citado.6 Ya en los noventa, surge
sa en la masculinidad; surgen movimien- pujante una visión inspirada en la pers-
tos, revistas, boletines, que se mantienen pectiva de género, llamada por algunos
con diverso éxito.3 Al final del siglo XX una revolución teórica en las ciencias so-
ciales (véanse Connell, 1987 y 1995; Ca-
Estados Unidos, Irlanda, Israel y Noruega. En 1982
sólo había podido realizarse una reunión mucho
más pequeña (véase Hearn y Morgan, 1990: 1). sos, no fue más allá de copiar las legítimas deman-
El mundo francófono (fundamentalmente Fran- das feministas); en los ochenta surgieron grupos
cia y Canadá) también tiene una producción im- ligados a los reclamos feministas, al mismo tiempo
portante sobre estos temas, aunque quizás menos que los movimientos mitopoéticos. Véanse Clatter-
conocida. Además de los trabajos de Elisabeth Ba- baugh, 1990; Kimmel, 1998 [1989]; Allen, 1998
dinter hay que recordar los de Maurice Godelier, [1989]; Connell, 2000.
Pierre Bourdieu y de muchos otros y otras, apare- 4
La asociación publica un boletín periódico, lla-
cidos en revistas como Actes de la recherche en scien- mado IASOM Newsletter; puede solicitarse informa-
ces sociales, Nouvelles questions feministes (Fran- ción al Work Research Institute, Box 8171, Dep.
cia), Recherches feministes (Quebec, Canadá), por 0034, Oslo, Noruega.
citar tan sólo algunas. Véase, por ejemplo, la pu- 5
Carrigan, Connell y Lee (1987 [1985]) ubican
blicación conjunta de las dos revistas feministas esta etapa en la “prehistoria” de los estudios de mas-
mencionadas (vol. 19, núms. 2-3-4, y vol. 11, núm. 2, culinidad, con investigaciones previas al surgimien-
1998, respectivamente) de un número sobre los to del movimiento feminista. Aunque en su mayor
hombres con el sugestivo título de “Ils changent, parte está dominada por la teoría de roles, los au-
disent-ils”. tores recuerdan dos textos sociológicos ya clásicos
3
La lista es muy amplia para insertarla aquí; que no se colocan en esta posición: Street Corner
en los últimos años de los setenta aparecieron los Society, de Whyte, en 1943, y mucho antes, en 1927,
grupos de autoconciencia masculinos y también The Gang, de Thraser.
aquellos que reivindicaban los derechos de los hom- 6
Esto no significa que sea la única corriente
bres supuestamente discriminados en las legisla- psicoanalítica. Un estudio detallado del aporte de
ciones sobre divorcio, custodia de los hijos, etc. (la la disciplina puede encontrarse en Connell, 1987
imaginación masculina, por lo menos en estos ca- (cap. 9) y 1994.
Masculinidad/es 13

rrigan, Connell y Lee, 1987 [1985]; Pleck, determina al primero y a la vez es deter-
1987, entre otros). Es también el desa- minada por éste. El género, como ya se-
rrollo de lo que Connell llama “momento ñalé, es el hilo teórico que permite esta
etnográfico”, que subraya los problemas difusión (Connell, 1995).
específicos de la masculinidad vistos den- La teoría de roles —dentro del modelo
tro de un contexto determinado —gene- estructural-funcionalista— no reconoce el
ralmente pequeños grupos, espacial y so- conflicto, se plantea fundamentalmente
cialmente delimitados—, contexto del un ámbito individual, es estática, supone
cual se hace una descripción profunda; de diferencias más que relaciones entre los
ahí la invocación a la etnografía (Connell, sexos y, por lo tanto, ámbitos exclusivos
2000).7 Para este autor, el conocimiento para cada uno de ellos. La visión chowdo-
etnográfico profundo permite no sólo pen- riana plantea que la ruptura de la identi-
sar en los individuos concretos, sino tam- ficación primaria del niño con la madre
bién en la masculinidad, como parte de proporciona la clave para entender la di-
una historia global, signada por la lucha námica emocional del varón adulto. Esta
y la transformación (además de recrear corriente propone cambios en la división
el concepto de etnia). Los estudios de mas- sexual del trabajo y una mayor partici-
culinidad aparecen en disciplinas como pación masculina en la crianza y el cui-
la historia (Kimmel, 1987; Filene, 1987; dado de los niños en las primeras etapas
Rotundo, 1993), lo que permite ver el cam- de la vida. En términos generales, se le
bio y la permanencia, las estructuras jun- ha criticado su cercanía a la visión de ro-
to con los hombres y mujeres de carne y les anterior y su planteamiento normati-
hueso, el tiempo y sus ritmos;8 aumen- vo. La perspectiva de género, con el ar-
tan en la sociología, en los estudios de tículo precursor de Gayle Rubin en 1975
organizaciones y el mundo público (Hearn —que recoge los aportes de la sociología,
y Parkin, 1987); estos estudios se expan- la antropología y el psicoanálisis—, plan-
den y se hacen más complejos, e insisten tea el conflicto, el carácter relacional de
en la necesidad de tener en cuenta no sólo la masculinidad, la necesidad de estudiar
al individuo sino también a la sociedad, las relaciones de poder, de analizar el ca-
en un intercambio en el cual la segunda rácter histórico del género y el problema
fundamental de la subordinación de la
7
Conway-Long (1994) presenta un estudio muy mujer.9
interesante sobre la antropología y su relación con Con cierto retraso, los estudios de mas-
los estudios de masculinidad. Véase también la culinidad han surgido también en los paí-
sección “Etnography of the other” en Connell, 1995.
8
Connell señala cómo estos estudios históricos
ses latinoamericanos.10, 11 Aquí, como allá,
pudieron comprobar que la caracterización del hom-
bre como proveedor económico (breadwinner), tan 9
La bibliografía sobre género es muy extensa,
cara a muchos estudiosos, nace en Gran Bretaña pero pueden verse con provecho Rubin, 1986 [1975];
alrededor de la mitad del siglo XIX dentro de un Scott, 1990 [1986]; De Barbieri, 1996 y Hawkes-
amplio reacomodo de las fuerzas sociales del mo- worth (incluidos comentarios y respuesta), 1999
mento (Connell, 1995: 29). Algo similar podría de- [1997]; para masculinidad y género, Connell, 1987.
cirse de la práctica de deportes colectivos (véanse 10
Como en otras regiones, en el ensayo, la lite-
Rotundo, 1993, Connell, 1995; Wheaton, 2000). ratura y, menos, en la investigación, el interés por
14 Nelson Minello Martini

las producciones feministas se desarro- género como enfoque teórico (Valdés y


llaron en las décadas anteriores; en los Olavarría, 1997).13
noventa (con algunos cuantos ejemplos en Aunque es una muestra sesgada y por
los últimos años de 1980), el hombre y la lo tanto estas líneas deben leerse con cui-
masculinidad se expanden como objetos dado, revisando la bibliografía de los tra-
de estudio.12 Una característica distinti- bajos presentados en Valdés y Olavarría
va de la mayoría de los trabajos, coinci- (1997, 1998) puede verse que los temas
dente con el momento histórico en que más tratados tienen relación con la salud
surgen, es adoptar una perspectiva de reproductiva y con la pandemia de SIDA,
la violencia doméstica y la sexual, la iden-
el hombre estuvo presente desde antes. Quizás una tidad masculina, el cuerpo, la sexualidad,
característica que se comparte era la de pensar la masculinidad hegemónica o el machis-
en una imagen única de masculinidad, sin tener en mo. De alguna manera, muchos de estos
cuenta clases o etnias ni, por supuesto, género. temas están relacionados con las políti-
En México pueden citarse desde Fernández de
Lizardi, 1961 [1812] hasta Ramos, 1986 [1934];
cas gubernamentales o las de interven-
Garizurieta, 1949 [1946]; Paz, 1972 [1950]; o Ra- ción planteadas por las ONG, antes que con
mírez, 1977 [1973], y en la novela, entre otros, la elaboración teórica. No digo que esta
Yáñez, 1993 [1947]; Rulfo, 1975 [1953]; Fuentes, última preocupación no esté presente en
1962 [1952]; véanse revisiones críticas de esta los autores y autoras que se ocupan del
creación del “hombre mexicano” en Bartra, 1996
[1987]; y Lomnitz-Adler, 1995. De otros países
tema, sino que noto un énfasis distinto
me vienen a la mente Güiraldes, 1982 [1926] o cuando reviso estos trabajos y los produ-
Martínez Estrada, 1932, en Argentina, y la poe- cidos en Europa o los Estados Unidos (por
sía de Pablo de Rokha en Chile y de Mario Bene- ejemplo, los de Brod, Connell, Kaufman,
detti en Uruguay. La re-lectura de ensayo, nove- Messner, por citar unos cuantos autores).
la, poesía, y la re-visión del cine en clave de
masculinidad proporciona muchos indicadores
Como trataré de mostrar en la sección
para comprender los actuales modelos de “ser hom- siguiente, al igual que sucede con el gé-
bre” en nuestros países. nero (Hawkesworth, 1999 [1997]), la cons-
11
Por lo menos en el caso latinoamericano ha- trucción teórica de la categoría masculi-
bría que tener en cuenta no sólo las motivaciones nidad no ha cuajado todavía.
político-académicas que se señalaron en los paí-
ses centrales, sino también los intereses de los go-
biernos en el crecimiento poblacional y las políti-
cas públicas sucesivamente nombradas como
control de natalidad-planificación familiar-salud docentes (véase Valdés y Olavarría, 1997, núms. 2
reproductiva. Los gobiernos necesitaban un ma- a 5). Surgen asimismo los colectivos masculinos
yor compromiso de los hombres, un actor bastan- contra la violencia en Argentina, México, Nicara-
te desconocido. gua, Puerto Rico, Uruguay y otros países.
12
No he realizado un estudio exhaustivo, pero Por otra parte, en el mundo hispanohablante
encontré publicaciones e investigaciones sobre mas- destaca la difusión que han tenido autores como
culinidad en muchos de los países latinoamerica- Bly o Douglas y Gillette, publicados por editoriales
nos y del Caribe, con calidad diversa. En varios hay de gran tiraje, y la producción autóctona de traba-
asimismo cursos sobre masculinidad (generalmen- jos en esa línea, entre los cuales se hallan los de
te diplomados); los programas de estudios de géne- Nolasco en Brasil o los de Kreimer en Argentina.
ro incluyen, con mayor o menor extensión, semina- 13
Aunque escasos, existen también aquellos que
rios y cursos de masculinidad en sus programas no lo consideran, como los mitopoéticos.
Masculinidad/es 15

II. ¿DE QUÉ HABLAMOS CUANDO creación social y es posible cambiar la


DECIMOS MASCULINIDAD? actual situación de dominación);15 c) el
movimiento de derechos de los varones
O, en otras palabras, ¿cuál es el objeto de (los hombres están sujetos a injusticias
estudio? La respuesta no es sencilla, y hay legales, sociales, etc., y deben luchar para
varias posiciones respecto de qué se en- recuperar aquello que consideran sus de-
tiende por masculinidad; los intentos de rechos);16 d) las del desarrollo espiritual,
clasificación parten de enfoques que pri- o mitopoéticas (la masculinidad provie-
vilegian lo político o lo académico, y son ne de patrones inconscientes profundos,
varios los modelos explicativos utilizados; los arquetipos planteados por Carl Jung;
por último, muchos autores señalan la la característica más marcada es la po-
baja calidad de la ya muy extensa biblio- sición, por lo menos para Bly, de que las
grafía. Veamos por partes. mujeres no desempeñan un papel pre-
ponderante en la construcción de la
hombría y que desde el varón y entre
Los intentos de clasificación
15
Aquí también Clatterbaugh señala dos alas,
El enfoque desde el cual se clasifican o la liberal y la radical (en el sentido estadounidense
conceptualizan las distintas produccio- del término). La lista podría ser muy extensa, por-
que la mayoría de los autores que se ocupan de la
nes académicas tampoco es único. Clat- masculinidad podrían integrar esta categoría. Clat-
terbaugh (1990) elige destacar el aspec- terbaugh sugiere Jon Snodgrass (comp.), A book of
to sociopolítico y propone dividirlas en readings for men against sexism (1977) y Joseph
seis perspectivas principales: a) las con- Pleck y Jack Sawyer (comps.), Men and masculini-
servadoras (la dominación de los varo- ty (1974). Yo agrego las compilaciones de Harry Brod
(1987); Michael Kimmel y Michael Messner (1998
nes es natural, como también lo es su [1989]), Jeff Hearn y David H. Morgan (1990); Ha-
papel protector y de proveedor económi- rry Brod y Michael Kaufman (1994); Andrea Cor-
co [en contrario, véase nota 8]);14 b) las nwall y Nancy Lindisfarne (1994), así como las
profeministas (la masculinidad es una obras de Robert Connell (especialmente 1995), para
citar sólo las más importantes.
16
En este plano hay que distinguir tres subco-
14
Clatterbaugh distingue entre los conserva- rrientes: la que niega la existencia de privilegios
dores morales y los biologicistas. De los primeros masculinos y sostiene que tanto hombres como
sugiere la lectura de George Gilder, Sexual suici- mujeres sufren igualmente los papeles de género;
de (1973), y William R. Harbour, The foundation una segunda que postula la existencia de un poder
of conservative though (1982); de los segundos, bio- erótico femenino que sojuzga a los varones; por úl-
logicistas, señala no sólo las obras de Edward Wil- timo, la que sostiene que las mujeres usurparon el
son sino también Pierre van den Berghe, Human legítimo mayor poder masculino y es tarea de los
family system. An evolutionary view (1979), y Da- hombres recuperarlo.
vid Barash, Sociobiology and behavior (1982). Véa- En cuanto a sus obras, Clatterbaugh menciona
se asimismo Sthephen Jay Gould, The mismeasu- Herb Goldberg, The hazard of being male (1976),
re of man (1981). En cuanto a la crítica a la posición The new male (1979) y The inner male. Overcoming
sociobiológica, véanse Anne Fausto-Sterling, roadblocks to intimacy (1987). Véase también Ber-
Myths of gender (1985) y Philip Kitcher, Vaulting toia y Drakich (1998 [1989]) para Canadá y su bi-
ambition. Sociobiology and the quest for human bliografía para Australia, Holanda y los Estados
nature (1985). Unidos.
16 Nelson Minello Martini

varones es como debe construirse la Desde la antropología —pero puede


masculinidad);17 e) las planteadas por los extenderse a otras ciencias sociales—,
enfoques socialistas (la masculinidad tie- Gutmann sostiene la existencia de cua-
ne sus raíces en la estructura de clases tro fórmulas para entender la masculini-
de la sociedad; el costo de la masculini- dad: todo lo que hacen o piensan los hom-
dad es la alienación), 18 f) las de grupos bres; todo aquello que hagan o piensen
específicos (de los que Clatterbaugh des- para ser hombres; lo que piensan o hacen
taca a los varones homosexuales y los de algunos hombres considerados paradig-
color), aplicables a grupos étnicos o reli- máticos; y, en cuarto término, la masculi-
giosos u otras minorías.19, 20 nidad se encuentra dentro de las relacio-
nes femenino-masculinas, es decir, el
17
Aquí también podrían verse dos vertientes, la género (Gutmann, 1998 [1997]: 49). El
de Bly y sus seguidores, más difundida, y la de primer modelo, empirista y con cierta
Rowan, más humanista, menos freudiana. dosis de ingenuidad, confunde género con
En lo que respecta a libros de la primera posi-
ción mencionada, véanse Robert Bly, Hombres de
sexo; el segundo es un poco más elabora-
hierro, El libro de la nueva masculinidad, 1992 (en do, pero también se limita a 49% de la
inglés, 1990); Keith Thompson, New men, new humanidad; ambos son ciegos a la cir-
minds, 1987 (hay traducción al castellano); Douglas cunstancia, comprobable empíricamente,
y Gillette (1993). que las mujeres también pueden tener
En América Latina puede verse Kreimer, 1991,
así como la revista Uno mismo, que dirige el propio
prácticas y conductas masculinas. El ter-
Kreimer; en el XXII Congreso de la Asociación La- cero establece una normatividad que,
tinoamericana de Sociología (octubre de 1999), como recojo de Connell más adelante, no
Francisco Álvarez presentó una ponencia inscrip- parece tener en cuenta que la mayoría de
ta en la visión de Bly. los hombres no se acercan ni lejanamen-
Análisis críticos del movimiento mitopoético
pueden encontrarse en Kimmel y Kaufman, 1994;
te al paradigma; además, se vincula con
Connell (1995 especialmente el cap. 9); Ferber, la teoría de los roles, acarreando todas
2000; Schwalbe (1998 [1989]). las cegueras (a la historia, al conflicto) de
18
Clatterbaugh señala como una posición clási- ésta. En cambio, el cuarto plantea un
ca a Tony Cliff, Class struggle and women’s libera- modelo relacional que hace posible un co-
tion. 1640 to the present day (1984); véase también
Andrew Tolson, The limits of masculinity (1977);
nocimiento profundo de qué es masculi-
Barbara Ehrenreich, The hearts of men (1983). nidad y también femineidad; en otras pa-
19
De acuerdo con Clatterbaugh, la revista Chan- labras, permite una mayor comprensión
ging Men dedicó el número de invierno de 1986 a de la totalidad social (en el sentido de
la masculinidad negra y el de primavera-verano Karel Kósic).
de 1987 a la judía; para esta última véase también,
Harry Brod, “Some thoughts on some histories of
Kimmel y Messner (1998 [1989]) plan-
some masculinities: Jews and other others”, 1994. tean la existencia de tres modelos princi-
Para la comunidad negra véase también Franklin, pales: el biológico (diferencias innatas,
1987; Mairtin Mac An Ghaill, 1994. Sobre los gru- basadas en la biología y la genética, ex-
pos gay, cf. Mark Thompson (comp.), Gay spirit: plican las distintas conductas de cada uno
myth and meaning, 1987.
20
Nótese el salto lógico del autor, que de pers-
pectivas políticas globales pasa a grupos particu- de colocarlos en un plano teórico distinto del de las
lares, con el peligro —como señala Kimmel, 1992— otras posiciones analizadas.
Masculinidad/es 17

de los sexos); el basado en los estudios an- tigación científica. Sostiene, correctamen-
tropológicos (los análisis transculturales te, que la Ilustración identificó masculi-
demostrarían una universalidad de ras- nidad con racionalidad; sostiene que es
gos comunes en el “ser varón”, ya sea por necesario introducir una nueva metodo-
específicas adaptaciones al medio, ya por logía de investigación que recoja los as-
la organización cultural), mientras el ter- pectos emocionales que la visión clásica
cero sería de raíz sociológica (habría acti- dejó de lado.
tudes, conductas, prácticas, consideradas Este autor, filósofo de profesión, habla
socialmente aptas para hombres y otras de tres modelos surgidos a partir del de-
para mujeres). Como señalan los mismos safío planteado por el feminismo. Uno de
autores, aunque estas perspectivas ayu- ellos sería el integrado por los hombres
dan a comprender tanto la masculinidad (caracterizados por Clatterbaugh como
como la femineidad, resultan limitadas a “pro feministas”) que reconocen su ma-
la hora de explicar el género y su acción lestar ante la posición de la masculini-
específica en distintas culturas (Kimmel dad heterosexual dominante y desarro-
y Messner, 1998 [1989]: xv). Esta afirma- llan una línea de estudios antisexista,
ción era correcta en la fecha en que se contra la violencia masculina, el acoso
escribió el libro (1989), pero algo incom- sexual, la violación; una segunda, contra-
pleta en nuestro tiempo; en este sentido, puesta, cuyo objetivo es la liberación mas-
agregaría yo, el primero es un modelo culina (men’s liberation), que se acerca a
esencialista, ahistórico y ciego al género, la posición de la teoría de roles y postula
mientras que el segundo sólo refleja una que también los hombres están limitados,
de las posiciones en la antropología (el constreñidos (y sufren por ello) por los
abundantemente criticado Gilmore, por papeles que la sociedad patriarcal les
ejemplo) y olvida otras obras antropoló- impone. Por último, plantea un tercer
gicas (entre las que habría que citar las modelo, que rechaza la interpretación de
de Cornwall y Lindisfarne); el tercero la masculinidad sólo como una relación
también parece recoger una de las vi- de poder e insiste en considerar las con-
siones de la sociología y deja de lado tradicciones a las que se ven enfrentados
—por las razones cronológicas citadas— los propios hombres en relación con la
los enfoques más actuales de esta disci- masculinidad dominante. Dice Seidler:
plina.21 “necesitamos tomar en cuenta seriamen-
En otra línea, Seidler (1994 y 1997) es te lo que los hombres piensan y sienten
más radical y cuestiona la posibilidad de acerca de sí mismos”, es decir, “escuchar
estudiar la masculinidad a partir de las a los hombres y permitirles expresar su
perspectivas teóricas clásicas de la inves- propia experiencia” o, en otras palabras,
sus propias emociones (Seidler, 1997: 3).
La introducción de los aspectos emo-
21
En lo que respecta a la tan criticada visión cionales es importante; durante mucho
biológica, véase la posición —atendible, desde mi
punto de vista— de Treadwell, 1987; para la antro- tiempo éstos se habían dejado de lado. Sin
pología véase Cornwall y Lindisfarne, 1994; para embargo, rechazar los métodos clásicos
la sociología, Carrigan, Connell y Lee, 1987 [1985]. (por así llamarlos) de las ciencias socia-
18 Nelson Minello Martini

les conlleva el riesgo de arrojar el agua Connell (1995, cap. 3) ofrece una cate-
del baño con todo y niño. No discuto que gorización basada más en las posiciones
Descartes, Bacon, Rousseau y los filóso- filosófico-teóricas de los autores. Así, ten-
fos de la Ilustración fueron sexistas y eli- dríamos: a) las corrientes esencialistas,
tistas, pero sostengo, con otros, que el li- según las cuales habría un rasgo univer-
beralismo del siglo XVIII es una de las más sal, el “núcleo duro” en cada individuo,
fuertes bases de los movimientos libera- que sería la masculinidad. Lamentable-
dores, comenzando por el feminista y con- mente, no hay acuerdo en ese “núcleo
tinuando por los de las distintas mino- duro” y la elección del mismo es bastante
rías (Coltrane, 1998 [1994]). arbitraria.22 b) Las posiciones cercanas a
Por otra parte, pensando no tanto en la ciencia social empirista (que Connell
Seidler, sino más bien en muchos de sus llama “positivista),23 donde la primacía está
seguidores —quienes, quizás para aho- en los rasgos y conductas de los hombres.
rrarse el tedioso trabajo de la investiga- Los ejemplos son las escalas de masculi-
ción, basan sus conclusiones en la expe- nidad/femineidad o las etnografías que
riencia personal—, coincido con la postura describen el patrón de vida masculino en
de Coltrane cuando señala: una cultura dada y lo llaman masculini-
dad.24 El sociólogo australiano señala que
No estoy sugiriendo una aceptación sim-
plista de material emocional o autobiográ- 22
Connell ejemplifica con el texto de Lionel Tiger
fico como discurso epistemológicamente
(Men in groups, 1969), un sociobiólogo que plantea
privilegiado. Muchos escritos en los estu- una teoría de la masculinidad basada en la biología,
dios de los hombres son autobiográficos o del que dice que algunos pasajes de su texto pueden
confesionales, pero rara vez van más allá ser leídos como ejemplos notables “sobre el pensamien-
de la idea de que a los hombres se les ense- to embrollado, confuso, que la cuestión de la masculi-
ña a ser competitivos y de que tienen pro- nidad parece provocar, en este caso condimentado por
blemas para expresar sus emociones. Uno lo que C. Wright Mills una vez denominó ‘el realismo
se debe proteger contra la tendencia en los alocado’ ” (Connell, 1995, cap. 3, n. 2).
escritos de algunos estudiosos a aceptar las
23
No participo de la visión comtiana, pero tam-
poco coincido con la adscripción, corriente en mu-
propias emociones o sensaciones corpora-
chos ambientes sociológicos, que identifica al positi-
les, sentidas como de alguna manera su-
vismo y a Comte con un crudo empirismo. Considero
periores o más auténticas que otras formas que su posición es mucho más compleja y en ella la
de conocimiento, pues las emociones y sen- teoría tiene mayor lugar del que se le quiere otor-
saciones corporales son también socialmen- gar. Véanse Elias, 1982 [1970] y Bunge, 1996.
te construidas, con frecuencia al servicio 24
Revísense Sandra Bem (1974) o Alfredo Mi-
del poder y la dominación. Opino que los randé, 1997. Para una crítica a las escalas F/M véa-
investigadores deberían concentrarse en la se Anne Constantinople, “Masculinity-feminity: an
emotividad de los hombres, no porque exception to a famous dictum?”, Psychological Bu-
ésta sea epistemológicamente privilegia- lletin, núm. 80, 1973.
Paradigmático en este tipo de etnografía es cla-
da, sino porque puede ser una línea divi-
ramente David Gilmore, Hacerse hombre. Concep-
soria ilustrativa para los hombres entre lo
ciones culturales de la masculinidad, 1994 (1a. ed.
que es y lo que debería ser [Coltrane, 1998 en inglés, 1990). Han criticado su enfoque, entre
(1994): 40]. otros, Cornwall y Lindisfarne, 1994; Conway-Long,
1994; Connell, 1995.
Masculinidad/es 19

esta posición es criticable en tres aspec- se queda en el discurso, ignora que hay
tos: en toda selección hay ya un punto de mucho más que decir en el análisis social.26
vista previo, no neutral; al elaborar un e) Por último, la del propio autor, un mo-
listado de lo que hacen hombres y muje- delo de estructura de género, donde éste
res se introducen, sin reconocerlo, cate- —y por lo tanto la masculinidad— se or-
gorías de género; si habláramos sólo de ganiza a través de cuatro dimensiones: las
diferencias entre hombres y mujeres, no relaciones de poder, las de producción,
requeriríamos el uso de masculino o fe- las de cathexis o deseo y las de simboliza-
menino (introduciendo el género, otra ción.27 La llama sociología política del va-
vez sin reconocerlo). c) Las visiones nor- rón (Connell, 1993: 601), para estudiar los
mativas ofrecen, como su nombre lo indi- espacios y las prácticas de los varones.
ca, una “norma” de cómo debe ser un hom- Al situar la masculinidad dentro del
bre. Enfoque frecuente en los estudios género, Connell plantea que es una cons-
sobre comunicación, es también la base trucción social, histórica; por ende, cam-
de la teoría de roles sexuales. Tales defi- biante de una cultura a otra, dentro de
niciones plantean algunas dificultades, en cada cultura en distintos momentos his-
tanto pocos hombres reales se adecuan a tóricos, a lo largo del curso de vida de cada
la norma; si ello es así, ¿qué utilidad tie- individuo y entre diferentes grupos de
ne la definición normativa? Por otra par- hombres de acuerdo con su clase social,
te, no considera el plano de la personali- raza o etnia. Al mismo tiempo, en tanto
dad, que nunca puede corresponderse con género, toda vez que estudiamos mascu-
rol social.25 d) El cuarto enfoque se basa linidad debemos tener en cuenta las re-
en la lingüística estructural y define la laciones de poder.
masculinidad a partir de un sistema de Dicho de otro modo, el sociólogo aus-
diferencia simbólica, vista como no-femi- traliano definiría masculinidad a partir
neidad, el lugar del poder, del falo, pre- del carácter multidimensional y de varios
sente pero a la vez inadvertido, la conoci- planos del género, descartando toda no-
da “invisibilidad” del hombre. Esta ción singular de un “núcleo” o “verdade-
postura es parcialmente positiva, al so- ra” masculinidad (Connell, 1998: 475).
brepasar el plano de la individualidad Tal “sociología política del varón” con-
para colocarse de lleno en la estructura. sideraría tanto los aportes de las investi-
Supera las dificultades de las posiciones gaciones sobre las representaciones —al
esencialistas (no es arbitrario), positivis- reconocer que están construidas simbó-
tas y normativas. Sin embargo, en tanto
26
Connell (1995) establece que no es común
25
En Masculinities, Connell señala a Robert encontrar textos de esta posición en la bibliografía
Brannon, “The male sex-role. Our culture’s blue- sobre masculinidad, pero señala la compilación de
print of manhood and what it’s done for us lately”, Steve Craig, Men, masculinity, and the media, 1992,
en D. David y R. Brannon (comps.), The forty-nine en especial el trabajo de Diana Saco, “Masculinity
per cent majority. The male sex role, 1976. as signs. Poststructuralist feminist approaches to
Críticas al enfoque de roles pueden verse en Ca- the study of gender”.
rrigan, Connell y Lee 1987 [1985]; Pleck, 1987; Con- 27
Connell plantea las tres primeras dimensio-
nell, 1995. nes en 1995 y agrega la tercera en 1998.
20 Nelson Minello Martini

licamente—, como las de roles sexuales y yores obstáculos para todo progreso real
personalidad —al aceptar que las prácti- (Connell, 1993: 603).28
cas se organizan a partir de un proceso de Todo esto es, a la vez, una solución in-
negociación. Pero, a diferencia de ambas novadora y teóricamente avanzada y, al
posturas, Connell sostiene que espacios y mismo tiempo, un problema, pues géne-
prácticas sólo pueden entenderse dentro ro también es una categoría en construc-
de un conjunto de premisas que deben, ción, como lo señala claramente Hawkes-
necesaria y sistemáticamente, integrarse worth (1999 [1997]).
a cada investigación. Destaco dos de ellas.
Primero, que la masculinidad no pue-
de desligarse del contexto institucional en La calidad de los estudios
que se desarrolla. Hay, según Connell,
tres instituciones particularmente impor- Al decir de Segal (1990: ix), aunque asis-
tantes en la producción institucional de timos a una explosión de escritos sobre el
la masculinidad: el Estado, el mercado punto, la categoría sigue siendo muy poco
de trabajo, la familia. clara. Gutmann (1998 [1997]: 49) habla
En segundo lugar, Connell subraya de la “lamentable falta de rigor teórico”;
que, en tanto formas o productos cultu- Cornwall y Lindisfarne (1994: 29) seña-
rales, las masculinidades no pueden ser lan que muchos trabajos aportan impor-
vistas separadamente de la sexualidad, tantes etnografías pero escasas contribu-
una dimensión esencial en la construc- ciones teóricas; Carrigan, Connell y Lee
ción del género. En tanto la sexualidad (1987 [1985]: 64) lamentan que la canti-
supone la existencia de un cuerpo, es en dad de investigaciones en masculinidad
sí misma una práctica social. Por ello, no no se traduzca en calidad;29 Clatterbaugh
habría ninguna brecha lógica entre la
sexualidad y la mencionada vida en las 28
Kimmel, entre otros, comparte esta posición
organizaciones (Connell, 1993: 601-602). al señalar que la masculinidad está construida so-
A estos señalamientos agrega los plan- cialmente, y por lo tanto varía no sólo entre distin-
tas culturas sino también en distintas épocas his-
teamientos de la historicidad de la vida
tóricas en una misma formación cultural, durante
social, la existencia de una inequidad de la vida de cada individuo y entre diferentes grupos
género, el carácter político de la masculi- de hombres atendiendo a su clase, raza o grupo ét-
nidad (por el uso del poder para lograr nico y preferencia sexual (Kimmel, 1992: 135). Col-
intereses particulares) y la existencia de trane (1998 [1994]: 38) sugiere investigaciones que
integren el enfoque de género en por lo menos tres
varias masculinidades en una sociedad y
formas: “a) enfocándose en las emociones de los
un momento dados. hombres, b) estudiando a los hombres en grupos, y
La construcción de este enfoque supo- c) poniendo las experiencias de los hombres en un
ne también el compromiso con la igual- contexto estructural”.
dad entre los seres humanos. Tal respon- 29
Ciertamente, los autores se refieren a la épo-
ca en que dominaba la teoría de los roles, y del tex-
sabilidad es vista por Connell como el
to se puede inferir que la suponen una etapa supe-
comienzo axiológico de toda investigación rada. Creo que, por lo menos en el ámbito
en masculinidad, en tanto la innegable latinoamericano, podría ser todavía una visión de-
supremacía masculina es uno de los ma- masiado optimista.
Masculinidad/es 21

critica el carácter anecdótico de muchos nidad. Político, porque supone contribuir


trabajos y que desde la experiencia indi- a la lucha feminista en la construcción
vidual se generalice hacia todos los hom- de una sociedad más equitativa o propi-
bres, al tiempo que denuncia la parciali- ciar —posición que rechazo— el reforza-
dad y deficiente conceptualización de las miento de la dominación masculina (por
teorías científicas (sugerentemente, en- vía de las posiciones de los “derechos de
trecomilla esta palabra) sobre masculini- los hombres” o de los mitopoéticos, por
dad (Clatterbaugh, 1990: 159); en un tra- ejemplo).
bajo posterior este mismo autor reitera Pensar en la masculinidad como con-
que las definiciones de masculinidad son, cepto en construcción significa, como
a su juicio, vagas, circulares, inconsisten- dije, que no conocemos bien a bien las
tes, poco satisfactorias (Clatterbaugh, dimensiones, variables e indicadores
“What is problematic about masculi- que lo componen. Es necesario enton-
nities?”, Men and masculinities, vol. 1, ces mayor investigación antropológica
núm. 1, citado por Connell, 2000); Hearn e histórica, psicológica, sociológica, me-
y Collinson (1994: 94) sostienen que ca- diante trabajo de campo que compren-
tegorías como varón o mujer son pensa- da los aspectos materiales y simbólicos,
das como algo dado, sin elaboración teó- el cuerpo y sus significados, el proceso
rica y muchas veces ubicadas en un histórico y los tiempos (largos y cortos),
entorno naturalístico más que cultural.30 las estructuras y los hombres y muje-
res concretos, las condicionantes indi-
viduales psicológicas, etc., en una visión
III. CONCEPTO EN CONSTRUCCIÓN. multidimensional y multicausal. La
PRECAUCIONES elección de objetivos locales y con fron-
teras claramente determinadas podría
Las líneas anteriores sobre la calidad de ser más fructífera que grandes estudios
los estudios de masculinidad son un de- más o menos abstractos o reflexiones
safío intelectual, y político. Intelectual, filosóficas sobre la estructura social
porque hay que construir una categoría (Connell, 2000 y 1996; Foucault (1979
analítica, heurística, esto es, que permi- [1969]; 1979 [1972]; 1991 [1984]).
ta proponer definiciones, dimensiones, Reflexionar sobre la masculinidad
conceptos, variables e indicadores que como una categoría heurística (y no sim-
den cuenta de los elementos que hagan plemente empírica) permitirá asimismo
posible observar las diferencias entre un mayor y más profundo conocimiento
cuerpos sexuados y plantear la masculi- de la masculinidad. Hawkesworth se-
ñala que “el género como herramienta
analítica identifica rompecabezas o pro-
30
La referencia a las ciencias sociales en ge- blemas que es necesario explorar y acla-
neral no es retórica; Hearn y Collinson (1994) rar, y ofrece conceptos, definiciones e hi-
mencionan específicamente las versiones domi-
nantes de la sociología, economía, ciencia políti- pótesis para guiar la investigación”, y
ca, antropología, psicología, psicología social y psi- líneas más adelante sostiene: “El empleo
coanálisis. del género como una categoría analítica
22 Nelson Minello Martini

estaría entonces estrechamente ligado Connell y Lee, 1987 [1985]: 92). 31 Tal
con desafíos a la actitud natural” (ambas modelo constituiría la masculinidad he-
citas en Hawkesworth, 1999 [1997]: 11). gemónica, cuyas características, por de-
Leer estas líneas sustituyendo “género” finición, cumplen una pequeña parte de
por “masculinidad” ejemplifica claramen- los varones.
te las tareas a las que nos enfrentamos Posteriormente, en Gender and power
los hombres y mujeres que queremos es- (p. 185), Connell la define claramente en
tudiar la masculinidad. términos de género, y en Masculinities
establece que la masculinidad hegemóni-
ca es
IV. NO TODO ESTÁ HECHO
...la configuración de prácticas de género
Permanecen, sin embargo, muchas pre- que encarna la respuesta corrientemente
guntas. Es imposible contestarlas o si- aceptada al problema de la legitimación de
quiera señalarlas todas, por la doble cir- la patriarquía que garantiza (o busca ga-
rantizar) la posición dominante de los hom-
cunstancia de mi propia capacidad, finita
bres y la subordinación de las mujeres
por definición, y la tiranía del espacio. Sin
[Connell, 1995: 77].
embargo, me gustaría reflexionar sobre
alguna de ellas, sobre todo porque apare- Tal modelo de masculinidad supone
ce recurrentemente en la bibliografía y la persuasión (a partir de los medios, de
su uso es, muchas veces, acrítico. Elegí la la escuela, de la familia, etc.), en tanto es
masculinidad hegemónica. un fenómeno cultural e ideológico; una
división sexual del trabajo (tareas mas-
culinas o femeninas); la participación del
Masculinidad hegemónica Estado (por medio de la legislación, pero
también de recursos más sutiles, como las
Como se ha señalado, los estudios empí- dificultades para hombres o mujeres gay
ricos han mostrado la existencia de va- de contraer matrimonio, adoptar, obtener
rias masculinidades; a veces se suceden ciertos trabajos como maestros/as de es-
unas a otras, a veces coexisten (Brod, cuela, etc.). 32 La hegemonía no supone
1994; Mac An Ghaill, 1994; Rotundo,
1993; Kimmel, 1992 y 1987; Bly, 1992
[1990]). No pueden estar todas en el mis- 31
Aunque la hegemonía supone persuasión y
mo plano y existe una jerarquía, un or- no violencia, el uso de ésta no se descarta en algu-
nas situaciones; Connell (1987: 184) refiere como
den entre ellas. La observación más so- ejemplos la violencia contra los “perversos” o la ideo-
mera permite comprobar que unas son logía de la “ley y el orden” (que, recuerdo, da su
más aceptadas que otras. Carrigan, Con- nombre a una conocida serie de televisión) o, en
nell y Lee postulan la existencia de un Connell (2000: 5), la violencia homofóbica.
grupo de hombres poderosos y ricos, con
32
Esto está cambiando en algunos países, por
ejemplo en Holanda, donde la legislación permite a
capacidad para legitimar y reproducir un las parejas gay unirse en matrimonio y adoptar.
modelo de masculinidad, que será segui- Será necesario un mayor estudio para revisar el
do por el resto de la sociedad (Carrigan, estatuto de la hegemonía en estos casos.
Masculinidad/es 23

una dominación absoluta, que inhiba toda ca, generaron cierta tensión entre dos mo-
práctica alternativa (Carrigan, Connell y delos: el basado en la dominación inter-
Lee, 1987 [1985]: 94-95); en el mismo personal y el fundado en el conocimiento
sentido, Connell la caracteriza como un especializado (expertise), tensión que se
balance de fuerzas, un juego constante en- mantiene todavía. Las últimas décadas
tre distintos grupos de hombres (Con- del siglo XX parecían anunciar el sur-
nell, 1987). En el terreno metodológico, gimiento de una nueva masculinidad
Carrigan, Connell y Lee proponen el aná- hegemónica, marcada por su impronta
lisis de las prácticas de los varones (que tecnocrática, menos violenta pero tan mi-
llaman las técnicas políticas del orden so- sógina como los modelos anteriores. Se le-
cial patriarcal) para estudiar los cambios gitima mediante una ideología económi-
en la hegemonía masculina. ca que niega el valor del trabajo doméstico
Renacimiento, Reforma, Contrarrefor- femenino (Connell, 1993: 615).
ma, guerras de religión, desarrollo de los Hasta ahora, los ejemplos correspon-
ejércitos profesionales, fortalecimiento del den a los grupos dominantes. Pero el
Estado, surgimiento del capitalismo co- fenómeno también puede darse, según
mercial, desarrollo de las ciudades, pri- Connell, en los grupos subordinados. Re-
mera revolución industrial, significaron cordando el estudio de Cockburn sobre los
cambios decisivos en la construcción eu- obreros gráficos londinenses, el sociólogo
ropea de regímenes de género. australiano habla de la hegemonía de los
En el siglo XVIII la masculinidad hege- obreros mayores sobre los jóvenes y las
mónica corresponde a los hombres de la mujeres, a través de un ritual de inicia-
gentry (los terratenientes), “la clase polí- ción en el trabajo y en la masculinidad,
ticamente dominante en la mayoría de los que comprende el trabajo pesado y la hu-
países europeos y los Estados Unidos”. La millación; una vez pasado el ritual, todos
industrialización, el crecimiento de los los obreros son “hermanos” (Connell,
aparatos burocráticos, la transformación 1987: 186).
política, desplazaron aquel modelo de Además de revisar ejemplos de mas-
masculinidad y lo sustituyeron por otro culinidad hegemónica en grupos domi-
más racional, regulado y calculador; los nantes y en subordinados, podemos en-
ejemplos fueron ahora el hombre de ne- contrar otros en individuos concretos, que
gocios y el burócrata (Connell, 1993: 608 no tienen que ser necesariamente, dice
y 609). 33 Posteriormente, el desarrollo Connell, ni los más ricos ni los más pode-
educativo universitario, los avances de la rosos. Así, en Masculinities nos habla de
tecnología y su mayor importancia políti- actores cinematográficos e incluso de los
personajes que esos actores interpretan
33
En los años veinte surgió con el fascismo un (Connell, 1995: 77) y también ejemplifica
modelo de masculinidad hegemónica marcado por como una lucha por distintos proyectos
la violencia y la irracionalidad, vencido por la caí- de masculinidad hegemónica el conflicto
da de Italia y Alemania en la Segunda Guerra Mun-
dial pero persistente en la importancia de los ejér- entre la policía y los motociclistas en una
citos y otros aparatos burocráticos de la violencia competencia deportiva en Australia (Con-
(Connell, 1993: 609). nell, 1995: 215). Kimmel escribe que la
24 Nelson Minello Martini

masculinidad hegemónica actual estaría mún de que “en términos generales, las
encarnada en “el hombre de negocios opiniones y conductas femeninas se su-
internacional de la CNN, con su celular, bordinan a las masculinas”. De aquí, “La
computador portátil y viajes en clase eje- legitimación social de la autoridad del
cutiva, un hombre que se siente cómodo hombre por encima de la mujer conduce
en las principales ciudades del mundo” a la construcción cultural de identidades
(Kimmel, 1998: 217). masculinas hegemónicas (Hernández,
Connell (1998) reconoce que “el térmi- 1998: 219; las cursivas son del original).
no masculinidad hegemónica ha llegado Además de que esa subordinación feme-
a tener más de un significado”, y agrega nina no es específica de los grupos estu-
que con Carrigan y Lee pensaban “en la diados, considero que la autora reduce la
hegemonía como una circunstancia [si- hegemonía (cultural, educativa, que bus-
tuation]” que surge en un momento de- ca el consenso y no la imposición) a una
terminado y puede cambiar (como lo de- situación de relaciones de poder (solamen-
muestra con los ejemplos del siglo XVIII al te una de las facetas de la hegemonía).
XX, que se señalaron arriba). Sin embar- Por otra parte, de sus líneas podría des-
go, lamenta que algunos usos la han con- prenderse, según mi lectura, que la mascu-
vertido en un tipo estable, cristalizado. linidad hegemónica estaría compuesta, en
Coincido con el autor, pero creo que su esos grupos sociales, por todos los varo-
preocupación es todavía incompleta. nes. Dentro de mi escaso conocimiento del
La inquietud connelliana no es gratui- mundo indígena, creo que hay jerarquías
ta. El concepto ha sido utilizado con ab- entre los varones y que, de desearse, se-
soluta liberalidad por muchos autores ría posible encontrar un grupo (los ancia-
y autoras y se ha convertido prácticamen- nos, los más ricos, los bilingües, los co-
te en una apelación al sentido común. merciantes, los maestros, según las
Algunos/as parecen fundir la hegemo- situaciones) que ejerce una dirección cul-
nía en el estereotipo: “Esta ponencia tural bastante clara.
presenta, en primer lugar, la construcción Confieso que el uso prácticamente in-
social del ‘ser hombre’ en su versión hege- discriminado de la fórmula “masculinidad
mónica, estereotipada y cómo los entre- hegemónica” me preocupa y me plantea
vistados se identifican y diferencian en muchas preguntas. Parto de la base de
relación con ella” (Valdés y Olavarría, que es importante conocer la masculini-
1998: 13; las cursivas son mías). Otros dad dominante para luchar contra ella,
más, como Isabel Hernández, parecen para lograr un nuevo esquema de género
hablar de hegemonía de toda una etnia de mayor equidad entre hombres y muje-
dentro de la misma etnia. Esta autora res (y entre cada uno de los géneros).
escribe sobre los grupos indígenas y afro- Cuando se habla de los terratenientes,
americanos en América Latina y sostie- el propietario de empresas, el burócrata
ne “que ambas formaciones sociales [...] o el obrero gráfico, la masculinidad hege-
no son de estratificación homogénea”, mónica parece vincularse a la clase o capa
pues dentro de ellas hay marcadas jerar- social de pertenencia; es una expresión
quías y subordinaciones, con el rasgo co- de género parcialmente determinada por
Masculinidad/es 25

la clase.34 Sin embargo, cuando se men- la hegemonía y de disputa de ese domi-


cionan los actores de cine o sus persona- nio en la lucha popular, que podríamos
jes, pasamos a figuras individuales; ¿es llamar contra-hegemonía.
ello posible? ¿No debería pensarse, más Si nos referimos a la clase, conocemos
que en los artistas o sus personajes, en la el mecanismo de investigación que nos
industria cinematográfica y el grupo o permite afirmar que tal clase o capa es la
capa social que la domina? Hablaríamos dirigente. En términos de género, ¿qué
entonces de una masculinidad hegemó- investigación debemos llevar a cabo para
nica de un grupo especial de industriales postular que tal grupo de hombres cons-
(que podríamos distinguir de los indus- tituye la masculinidad hegemónica?
triales en general), cuyo referente empí- Antes que especular o simplemente
rico es el actor o el personaje. repetir el concepto, vaciándolo de conte-
No se trata de ser fiel a Gramsci, cosa nido, me parece necesario —y más sano
que podría no tener mayor interés, sino intelectualmente— realizar investigación
de utilizarlo como guía heurística, que nos empírica para poder afirmar qué grupo
permita inventar conceptos útiles para el de hombres detenta la masculinidad he-
tema en estudio. Pero sí conviene recor- gemónica, en la sociedad que estudiamos
dar que cuando Gramsci habla de hege- y en el momento en que lo hacemos. De
monía los actores son grupos sociales, y otra manera, perderemos la historicidad
el único personaje individual, el partido de la categoría y sólo utilizaremos un
político —el “príncipe moderno” en sus marbete.
palabras—, es un sujeto colectivo. Por otra Otro de los problemas que me preocu-
parte, la hegemonía conlleva una acción pan en este tema es la, aparentemente,
consciente: obtener el dominio sin uso de coexistencia de distintas masculinidades
la violencia (por lo menos en primera ins- hegemónicas en un mismo momento. ¿Es
tancia). Para Gramsci, este proceso de posible pensar en varias hegemonías?
dirección surge en la especial configura- ¿Cómo estableceríamos las jerarquías
ción de los estados occidentales, donde la entre los distintos modelos de masculini-
fuerza y cohesión de la burguesía exigía dad si hay varias que, por definición, nom-
una “guerra de posiciones”, lenta, que bramos como dirigentes?
va captando voluntades hasta formar una Convendría, asimismo, no confundir
masa crítica (intelectuales progresistas, masculinidad hegemónica con el estereo-
campesinado, otras capas sociales domi- tipo. Este último tiene un sentido com-
nadas, dirigidas [hegemonizadas] por el pletamente distinto y desde él no parece
proletariado y su partido) que permitiera posible fundar ni una política de equidad
tomar el poder. Todo esto supone una in- de género ni nuevo conocimiento.
tención de dominio de clase en el caso de

V. A MODO DE CONCLUSIONES
34
Digo parcialmente determinada porque pien-
so, como lo establezco más adelante, que el género
tiene una autonomía relativa de los otros sistemas En tanto categoría en construcción, las
de diferenciación social. conclusiones que podríamos plantear en
26 Nelson Minello Martini

lo que respecta a la masculinidad son únicos. Habría que agregar, por ejemplo,
abiertas, sujetas a la crítica y la reformu- la legislación, el aparato judicial); esto
lación de acuerdo con los resultados de significa, por otra parte, no olvidar los
actuales y futuras investigaciones. Que- aparatos ideológicos, en el sentido que
rría reflexionar sobre dos órdenes, el teó- les dieron Gramsci y, posteriormente, Al-
rico y el metodológico. thusser.
Hay distintas aproximaciones teóricas En el caso especial de algunos países
al estudio de la masculinidad, pero el ca- latinoamericanos, con presencia de civi-
mino considerado más fructífero es verla lizaciones prehispánicas (México, Perú,
como parte de las relaciones de género. Guatemala, Bolivia, Ecuador) o de origen
También se ha planteado que considera- africano (Brasil), aunque la masculinidad
mos ambas —género y masculinidad— estará marcada por la impronta occiden-
categorías teóricas, heurísticas. tal, habrá que investigar los cambios que
Las ventajas de tal posición son: pudo sufrir al chocar con la organización
de género presente con anterioridad.
1) Nos permite comprender tanto los 5) El enfoque teórico más adecuado,
planos individual como social, la historia entonces, será aquel que permita expli-
y las estructuras; el cuerpo, las normas, car los sistemas sociales en términos de
las prácticas sociales y sus significados las acciones individuales (incluidas las
culturales. emociones) y colectivas y a ambas refe-
2) Supone también el reconocimiento rirlas al contexto social (en otras palabras,
de que el género se organiza en el encuen- que no explique exclusivamente la rela-
tro, conflictivo o no, con otros sistemas de ción micro-macro como lo hace el indivi-
diferenciación social, como la clase, la et- dualismo, o la macro-micro como sucede
nia/raza, la generación. con el holismo), según lo plantea Bunge.
3) La masculinidad, como el género,
tiene una autonomía relativa que debe con- Relacionada con lo anterior se encuen-
siderarse en las investigaciones. Dicho de tra la necesidad del trabajo empírico, de
otra manera, cuando vemos —como se la investigación de campo, que permita
dijo— que la masculinidad de la clase comprobar, corregir, reformular las hipó-
obrera es distinta de la expresada por un tesis planteadas o plantear unas nuevas,
individuo de la burguesía, por decir algo, de acuerdo con las realidades concre-
ello se debe a que cada una de esas clases tas de la sociedad y el momento histórico
tiene una organización de género especí- que elijamos estudiar. Convendría eva-
fica (aunque compartan la dominación luar cuidadosamente la capacidad de
masculina). conocimiento que pueden arrojar, supues-
4) Al situarlo en la sociedad, destaca tamente, las especulaciones sin funda-
la importancia de las estructuras en la mento empírico en trabajo de campo o
construcción de esa masculinidad (el basadas en la experiencia individual o de
mundo del trabajo, de la escuela, de la sujetos cercanos.
familia [y el parentesco], serían posible- En lo que respecta al campo metodoló-
mente los más importantes pero no los gico, está muy bien estudiado el uso de
Masculinidad/es 27

enfoques cualitativos, con técnicas como En suma, un objeto de estudio con fron-
la historia de vida (completa, o en episo- teras todavía no totalmente definidas nos
dios seleccionados) a partir de la entre- obliga —más que en otras investigacio-
vista en profundidad. Sin embargo, y por nes— a saber leer los datos producidos
una errónea aunque difundida visión por las distintas disciplinas además de la
de una oposición teórico-metodológica propia, llegar a las mismas con un espíri-
entre métodos cualitativos y cuantitati- tu libre de preconcepciones (o luchar con-
vos, no se aprovechan los datos censales tra las mismas), profundizar en el análi-
o de encuesta que, utilizados con las pre- sis crítico, no quedarse en la superficie
cauciones debidas, pueden dar perfiles de los datos, sino buscar las contradiccio-
globales de la masculinidad. Tampoco son nes posiblemente existentes, saber inte-
muy aprovechados los documentos, que rrogar tanto a los entrevistados y las en-
pueden ser periódicos o revistas, testa- trevistadas como a los documentos y las
mentos, juicios de divorcio, juicios pena- instituciones, tener siempre presente que
les por violencia (acoso sexual, violación, el estudio de la masculinidad es multidi-
violencia doméstica, etc.), incesto, juicios mensional y en varios planos (del indivi-
de trabajo u otros, procesos eclesiásticos, dual al social). Una tarea compleja pero
manuales de confesión, así como informes estimulante.
institucionales. La riqueza de documen-
tos es inmensa; sólo hay que asomarse a
ella. Asimismo, puede dar informaciones BIBLIOGRAFÍA
muy valiosas el estudio de los periodos
históricos específicos de cada sociedad ALLEN, Robert L. (1998 [1989]), “Racism, sex-
estudiada, de los cambios políticos o del ism, and a million men”, en M. S. KIMMEL y
desarrollo de las instituciones (en este M. A. MESSNER, Men’s lives, Boston, Allyn
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dolas en toda su complejidad y no de ma-
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nera estereotipada), sin olvidar los datos BEM, Sandra (1974), “The measurement of
que pueden proporcionar la literatura (no- psychological androginy”, Journal of Con-
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grante de una perspectiva de género, nos Aires, Planeta.
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