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Texto:

Verónica Ovejero, La revolución rusa de 1917.


Texto elaborado para uso interno de la Cátedra de Historia Social General.
2021

Hubo dos acontecimientos que marcaron el inicio del siglo XX: la Primera
Guerra Mundial (1914-1918) y la Revolución Rusa de 1917. Ambos hechos
representaron el fin de grandes imperios: el de los Habsburgo en Austria-Hungría,
el Hohezollern en Alemania y, fuera de Europa, el Imperio Otomano, todos
derrotados en la Gran Guerra. Por su parte, la caída de la dinastía Romanov en
Rusia como consecuencia de la revolución, significó un hecho decisivo en la
historia, no solamente porque marcó el fin de la autocracia zarista, sino porque
que además representó el comienzo de una experiencia revolucionaria que por
primera vez desafió al sistema capitalista mundial y permitió visibilizar las
aspiraciones emancipatorias de los sectores populares que derivaron en la
construcción de un sistema radicalmente distinto que se identificó como
comunista.
En 1917 nada hacía prever que en Rusia se produciría una revolución que
daría origen a un nuevo régimen político. La participación en la Primera Guerra
Mundial, agudizó la crisis social y política del imperio, acelerando un conjunto de
demandas de sectores campesinos y obreros, pero también de grupos medios de la
sociedad que se habían forjado al calor de las reformas de finales del siglo XIX y
principios del XX. Todo hacía pensar en un proceso de cambio que se encaminaba
hacia un régimen democrático liberal, como en Europa occidental; pero un
conjunto de factores desestimó esta vía y fue imponiendo la concepción más
radical e igualitarista impulsada por los revolucionarios. Es posible rastrear su
origen en las tensiones que generó en el imperio zarista la vinculación con el
mercado mundial capitalista en plena expansión.
El contexto prerrevolucionario
La situación de Rusia presentaba un notable atraso si la comparamos con
los países industrializados. En lo político y en consonancia con el principio del
derecho divino de los reyes, propio del Antiguo Régimen, constituía un Estado
autocrático a partir del cual el zar (Emperador) ejercía el poder absoluto sobre una
sociedad profundamente rural y dividida entre una mayoría de campesinos pobres
y una aristocracia minoritaria que basaba su poder y su riqueza en la explotación
de la tierra.
Hasta 1861, se mantuvo el régimen de servidumbre, característico de la
sociedad feudal, por el cual los siervos estaban obligados a prestaciones en dinero,
especias o servicios laborales para con el noble, mientras éste gozaba del poder de
vida o muerte sobre ellos. Otra suerte corrían quienes trabajaban en tierras de la
casa imperial o de la iglesia cristiana ortodoxa. Sin embargo, la existencia del Mir -
Comuna Rural Rusa-, encargada de la distribución de las dispersas parcelas de
tierra a las familias de campesinos que integraban la comunidad aldeana, les
permitía trabajar de manera independiente para asegurarse la subsistencia de los
hogares. Aunque sí tenían obligaciones para con el Mir, este sistema colectivo de
explotación representaba un respiro frente a las presiones de la nobleza
terrateniente y fue considerado por sectores de la intelectualidad como el elemento
representativo de todas las virtudes místicas de la “Rusia eterna”.
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Un hecho dramático -la derrota en la guerra de Crimea (1853-1856)-
impulsó al zar y su nobleza a buscar alternativas de desarrollo material que les
permitiera compatibilizar su título imperial y su dominio social y político sobre una
sociedad de características feudales. Los esfuerzos por parte del zarismo para
modernizar el imperio comenzaron cuando, en el clima del expansionismo imperial
de los Estados modernos, se puso en evidencia la debilidad de Rusia frente a la
alianza del Reino Unido, Francia y el Imperio Otomano durante la guerra de
Crimea. A ello se sumaron los límites impuestos por Francia y Gran Bretaña para
la expansión rusa en los Balcanes durante la década de 1870. Para paliar tal
situación, dirigieron sus esfuerzos a modernizar el imperio ruso. Esto significaba
seguir el camino de las naciones de Europa occidental en pleno desarrollo
capitalista. La liberación de los campesinos siervos en 1861, resultó la medida más
emblemática para dejar atrás el pasado y modernizar el país.
Como una respuesta a las recurrentes revueltas campesinas, en 1861 el zar
Alejandro II promulgó el edicto de emancipación y fin de la servidumbre. El
campesinado, si bien había dejado atrás su condición servil, quedó subordinado a
pagar indemnización a la nobleza rural para obtener su libertad, lo que le exigió un
esfuerzo extra para conseguir los recursos suficientes a fin de saldar la deuda y
solventarse; de esta manera su condición tendió a empeorar. Para paliar la
situación de pobreza y explotación, recurrió a las antiguas formas de asociación
comunitaria y a resguardarse en la acción colectiva: las deudas fueron atendidas
por la comunidad campesina (el Mir) y no individualmente. En el proceso, los
desplazados del campo se reconvirtieron en obreros en las ciudades, con bajos
salarios y peores condiciones de trabajo, vivienda y salud; de manera tal que
tempranamente tuvieron que recurrir a prácticas asociativas para poder subsistir
y mejorar sus condiciones de vida.
En tanto, el Estado recurrió al capital extranjero –sobre todo francés- para
promover el desarrollo industrial, el tendido de vías férreas y la extracción de
petróleo. El tren Transiberiano, que unió la parte europea con la asiática del
imperio ruso, desde Moscú a Vladivostok, fue la obra más importante y permitió
integrar los vastos territorios de Siberia y tener una salida rápida al océano
Pacífico a partir de 1904. Así fueron surgiendo núcleos industriales (metalurgia y
textiles principalmente) y un sistema bancario dominado por el capital extranjero
que impulsaba las inversiones. El plan modernizador fue avanzando en
determinadas zonas, generando grandes desigualdades regionales; en tanto, la
producción agraria posicionaba al país como el primer exportador mundial de
granos (trigo y centeno), lo que demostraba que a pesar del esfuerzo por remover la
antigua estructura económica-social, persistía aún el perfil de una economía
periférica. El crecimiento de la capacidad estatal resultó notable junto al aumento
de su burocracia y obras de infraestructura, lo que redundó en un fortalecimiento
del poder político de las elites nacionales y una alta dependencia del capital
extranjero. Asimismo, resultó innovador la creación de gobiernos locales o
“ZEMSTVOS”, la apertura de las universidades a nuevos sectores sociales y la
renovación social a que todas estas medidas dieron lugar.
Este proceso de modernización que comenzara en 1860 cobró un nuevo
impulso en la década de 1890. La industrialización rusa presentó una vía original
de crecimiento, en la cual el Estado jugó un papel central que consistió en un
incremento veloz, sobre todo en sectores clave con fuerte inversión en tecnología y
capital, como ser los ferrocarriles, la explotación de yacimientos mineros y la

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instalación de grandes establecimientos fabriles. La contrapartida de este
desarrollo fue la dependencia con el extranjero, tanto de fondos financieros como
de nuevas tecnologías. Esto dio como resultado el rápido aumento de una mano de
obra asalariada con pasado campesino, en grandes empresas concentradas y
cartelizadas.
Junto con este proceso comenzaron también las huelgas y reclamos
característicos de un movimiento obrero en ascenso. Las ciudades más
industrializadas y que presentaban mayor cantidad de obreros fueron San
Petersburgo, Moscú, las regiones del Don, Silesia y los Urales. Además, la
incipiente industrialización tuvo también como protagonista a una burguesía muy
pequeña, pero que con el tiempo fue cobrando mayor fuerza a la vez que
enarbolaba las ideas liberales de occidente. Estos novedosos actores sociales
abrieron el camino a los cuestionamientos a la autocracia zarista y comenzaron a
demandar la necesidad de mayor participación política. Más adelante, de estos
núcleos burgueses, surgió el partido Kadete (Partido Demócrata Constitucional),
que promoverá la implementación de un régimen liberal-constitucional propio de
los Estados europeos.
Asimismo, se fue consolidando una intelligentsia, proveniente de sectores
medios y universitarios, que sin embanderarse detrás de un conjunto coherente de
ideas o de un partido político, comenzaron a plantear salidas a la situación de
atraso, pobreza y falta de libertades por la que atravesaba Rusia. En la segunda
mitad del siglo XIX se difundieron tempranamente ideas que se oponían al
desarrollo capitalista. La influencia del Carlos Marx con su libro El Capital se hizo
cada vez más manifiesta y por consiguiente los debates acerca de la pertinencia de
las propuestas del socialismo empezaron a manifestarse con fuerza teniendo en
cuenta la tradición colectivista de la comuna campesina como una alternativa al
capitalismo. Fueron estos “intelectuales” los que encararon la tarea de promover el
cambio social, planteando la necesidad de “ir al pueblo”, lo que significaba tomar
contacto con el campesinado, considerado el artífice del cambio. Dentro de este
grupo se destacaron los populistas o Narodnik (Amigos del Pueblo), quienes
sostenían que el campesinado era el elemento constitutivo del alma rusa y por ello,
en él radicaba el germen revolucionario. Este grupo cobró fuerza a mediados del
siglo, luego de la derrota en la guerra de Crimea, en un clima de crecientes
disturbios sociales. Se oponían a una salida capitalista ya que consideraban que
las consecuencias de la industrialización postergarían aún más la liberación del
campesinado. Sus objetivos giraron en torno a la necesidad de poner fin a la
autocracia, acompañado de un proceso de igualación social y democracia política
que encontraba sus raíces en la estructura del Mir y los valores de la comuna rural
rusa. Del mismo modo, su objetivo de construir un socialismo en Rusia, los hacía
rechazar un modelo político liberal-burgués y volvían siempre a contraponerlo con
la estructura del Mir. Fueron importantes también los aportes teóricos
revolucionarios de los grupos anarquistas, que postularon la autoorganización y la
democracia directa para superar al capitalismo y la presencia del Estado y de la
Iglesia Cristiana Ortodoxa.
Hacia 1879 los populistas sufrieron una fractura que condujo a una de sus
ramas a adoptar la vía de la acción terrorista -el grupo “Voluntad del Pueblo”- que,
como medio para desestabilizar al zarismo, atentó contra la vida del zar Alejandro
II en 1881. Su asesinato profundizó la represión por parte del régimen contra estos
grupos y muchos de sus miembros fueron apresados y condenados a muerte o

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debieron exiliarse. En ese exilio muchos de ellos se aproximaron a las ideas
marxistas que circulaban en Europa.
Hacia la década de 1890 emergieron nuevos grupos políticos marxistas que
se diferenciaban de los populistas, en tanto rechazaban la vía terrorista y
consideraban que la industrialización era un elemento necesario para consolidar
un proletariado como clase revolucionaria. También discutían con los populistas el
carácter socialista de la comuna rural -Mir-, en tanto ésta había comenzado a
sufrir transformaciones debido al avance de las relaciones capitalistas en el
campo, que iba produciendo la formación de un incipiente sector de propietarios
agrícolas o kulaks, que corrían con mayores ventajas por sobre un campesinado
pobre preocupado por el autoconsumo antes que en el mercado. Este proceso
representó además el comienzo de una paulatina desintegración de la comunidad
rural o Mir. De esa manera, los marxistas ponían en duda el compromiso de
aquellos campesinos propietarios para con un proceso revolucionario. En esa
línea, hacia 1898 se fundó, en un congreso clandestino en la ciudad de Minsk, el
Partido Obrero Socialdemócrata Ruso (POSDR), que aspiraba a constituirse en un
gran partido de masas y organizar la lucha sindical y política de la clase obrera.
En esos años hizo su aparición uno de sus líderes, Vladimir Ilich Uliánov, conocido
como Lenin, quien se encontraba deportado en Siberia. Hacia 1901 editaron el
periódico “La Chispa” con la idea que: “De la chispa surgirá la llama”; y, al año
siguiente, Lenin publicó el libro “Qué Hacer”, donde postulaba la necesidad de
constituir al partido en la vanguardia del proletariado que construyera la nueva
sociedad comunista incluyendo al campesinado y a todos los explotados del
sistema capitalista. En este sentido, se oponía al resto del POSDR, al que acusaba
de “economicista”, por persistir solo en la lucha reivindicativa de los obreros, lo
que implicaba un carácter meramente reformista, que esterilizaba la lucha por una
sociedad igualitaria. Esta diferencia produjo, hacia el interior del partido, la
división entre Bolcheviques (Fracción mayoritaria liderada por Lenin) y
Mencheviques (Fracción minoritaria) y persistió hasta 1912.
La singularidad de este partido estuvo dada por la rigidez en su estructura
organizativa, fuertemente centralizado y disciplinado ya que consideraban que
éstas eran condiciones necesarias para el accionar revolucionario. Debido a la
represión del régimen zarista, estos grupos debieron actuar muchas veces en la
clandestinidad.
Las crecientes luchas obreras que se dieron en la etapa 1890-1914
consolidaron la identidad de un proletariado que evidenciaba un perfil
revolucionario debido, en gran medida, a la intransigencia de los zares que no
dejaban otra alternativa que la confrontación. A partir de allí, los partidos de
izquierda, el Social-Revolucionario (conformado por populistas y nacionalistas) y el
Partido Obrero Socialdemócrata buscaron ganarse la confianza y el apoyo tanto de
obreros como de campesinos.

1905: El paso previo a la revolución


Luego del asesinato del zar Alejandro II, le sucedió en el trono Alejandro III
(1881-1894). Este se propuso frenar el proceso modernizador en marcha, a la vez
que ajustar los principios de la autocracia zarista, combinándolos con un plan de
rusificación del territorio que consistió en la imposición de la lengua rusa como
lengua oficial. Esta medida no contemplaba a los diversos grupos étnicos del
imperio que hablaban diferentes lenguas. Asimismo, comenzaron a generalizarse

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persecuciones (progroms) contra los judíos, a la vez que se impuso la religión
cristiana ortodoxa y se prohibieron otros credos. Estas políticas fueron
continuadas en parte por el zar Nicolás II (1894-1917), sobre todo la referida a
conservar el “poder autocrático supremo”, desconociendo de ese modo las
demandas de ampliación de derechos civiles y políticos que los diferentes grupos
liberales, populistas y socialistas hacían cada vez más evidentes.
El año 1905 resultó clave para los revolucionarios. A principios de enero los
obreros realizaron huelgas y protestas con el objeto de reclamar por mejores
condiciones de vida, la jornada laboral de 8 horas y salarios dignos. El domingo 9
las tropas del zar reprimieron una manifestación obrera en San Petersburgo con
un saldo de doscientos muertos, lo que enervó no tan solo a los trabajadores sino
también a otros sectores sociales excluidos del poder autocrático que requirieron
reformas políticas de orden constitucional surgiendo nuevas formaciones políticas
como el Partido Demócrata Constitucional (Kadete) de orientación liberal en
representación de una emergente burguesía fruto de la modernización capitalista,
que reivindicaba la convocatoria de una asamblea constituyente y una suerte de
monarquía parlamentaria.
La guerra que Rusia sostenía con el imperio japonés (1905/1906), en aras de
la expansión imperial por el control de la península de Corea y la región de
Manchuria en la zona asiática, resultó catastrófica para el ejército ruso, lo que
introdujo gran descontento en las tropas que realizaban el esfuerzo bélico y sufrían
las mayores penurias de la guerra. Una situación que se expresó con fuerza en la
célebre película “El acorazado Potemkin” (del cineasta Sergei Eisenstein en 1925).
La situación obligó al zar Nicolás II a realizar reformas para contener la
crisis. En septiembre convocó a elecciones para elegir un parlamento: la Duma.
Pero al tratarse de un sistema electoral restringido, que dejaba afuera a las clases
populares, provocó un fuerte rechazo que se expresó en una huelga general con
extensas movilizaciones sostenidas por una nueva forma organizativa: los soviets o
consejos obreros que contenían antiguas prácticas comunitarias del mundo rural,
combinadas con acciones democráticas directas. El clima de protesta se extendió
en los medios urbanos, pero terminó impactando en los soldados y campesinos
agraviados por las penurias y la necesidad de tierras. En principio, los soviets
fueron organizaciones propuestas para dirigir las huelgas y movilizaciones, pero, al
persistir los conflictos, derivaron en representación política de los trabajadores en
virtud de su carácter amplio y espontáneo.
El movimiento de protesta comenzó a ser desbaratado hacia octubre de 1905
por el zar, cuando propuso eliminar las limitaciones del voto para las elecciones de
la Duma; que nunca llegó a constituirse en una monarquía constitucional. Los
soviets fueron disueltos tras una dura represión que no escatimó en detenciones y
deportaciones; en tanto los partidos políticos encararon fuertes autocríticas que
acentuaron sus diferencias. En el caso de los Bolcheviques, reivindicaron la
necesidad de construir una dirección centralizada del partido en vías de tomar el
poder ante la debilidad evidente de la burguesía, constituyendo los obreros la
vanguardia en representación de todos los explotados, lo que incluía a los
campesinos. Los Mencheviques, fieles al marxismo, postulaban la necesidad del
desarrollo del capitalismo para ejecutar primero la revolución burguesa y pasar
posteriormente a la proletaria; en tanto, consideraban prioritario instalar la lucha
de clases a través de los sindicatos y soviets a fin de definir el campo

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revolucionario, poniendo en duda la participación de las masas campesinas por su
origen feudal.
De este modo, la “primera revolución rusa” de 1905 -como la denominan
algunos historiadores- dio como resultado la aparición de un elemento central
para comprender el camino hacia la revolución de 1917: la constitución de los
primeros soviets, que canalizaron las demandas de los trabajadores frente al
Estado. El primero fue el soviet de diputados obreros de San Petersburgo. Como
vimos, ante las presiones de sectores liberales y la profundización de la protesta
social, el zar tuvo que hacer concesiones entre las que se destacó la conformación
de la Duma o Asamblea Legislativa. Su composición, luego de la primera elección
de representantes demostró la brecha entre la autocracia zarista y la sociedad (179
representantes del partido Kadete, 94 representantes campesinos, 18 del partido
socialdemócrata y solamente 15 fieles al zarismo). Al margen de esta
representación partidaria, en el seno de esta revolución liberal surgieron dos alas:
los “octubristas”, conformes con las concesiones del zar y los “Kadetes”,
disconformes ya que aspiraban a obtener mayores reformas. Esto condujo a que el
movimiento revolucionario pronto pierda fuerza y la Duma sea fácilmente
neutralizada por el zar, quien contaba con la prerrogativa de disolverla siempre
que fijara la fecha de nuevas elecciones y de convocatoria de la Asamblea.
Asimismo, en los meses sucesivos, el zar se encargó de reprimir y disolver los
soviets de San Petersburgo y Moscú.
Frente a este panorama convulsionado, el zar Nicolás II, a la par de que
intentó sistemáticamente boicotear el incipiente Estado de derecho, buscó la forma
de frenar el descontento social a través de una reforma en el campo. Hacia 1906,
en consonancia con la necesidad de promover el mercado capitalista, uno de los
ministros del zar, Stolypin, dio impulso a un proyecto de dislocación del Mir, como
modo de terminar con la lógica de la redistribución de tierras y trabajo colectivo
entre los campesinos. Esto benefició a una pequeña minoría de campesinos
(kulaks) que, con algunas ventajas, como contar con ganado de tiro y capital, tuvo
la posibilidad de encarar la compra de tierras y el cultivo de extensiones mayores
cuyos excedentes comenzaron a comercializar. De esta manera, se fomentaba un
capitalismo agrario y un sentimiento de individualismo rural y se profundizaba el
proceso de diferenciación entre campesinos pobres y ricos.

1917: Guerra y Revolución


El inicio de la Primera Guerra Mundial en junio de 1914, expresó la crisis de
un mundo en expansión que conjugó las tensiones imperialistas de los viejos y
nuevos imperios con los crecientes conflictos sociales y laborales que planteaba
una “sociedad de masas”; además, se necesitaban respuestas políticas a los
cuestionamientos a la democracia y al creciente nacionalismo xenófobo. El imperio
ruso intervino en la “Gran Guerra” en alianza con el imperio británico y francés, en
contra de los imperios centrales de Austria-Hungría, Alemania y Turquía.
La participación de Rusia en el conflicto bélico es fundamental para
comprender el estallido de la revolución en 1917. Puso en evidencia una vez más la
debilidad del imperio, tanto en el aspecto económico como en el militar y agudizó el
descontento y la conflictividad social. Asimismo, las políticas reformistas habían
sufrido un duro revés con el asesinato del ministro Stolypin en 1911. Por su parte,
la experiencia constitucional inaugurada en 1905 había fracasado. Sin embargo,

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las demandas para restituir a la Duma no se habían agotado e iban a volver con
mayor fuerza ante la mínima muestra de debilidad del zar.
Dos posturas se contraponen a la hora de analizar la situación del imperio
ruso hacia 1917. Por un lado, una línea de explicación que se asienta en la idea de
que, si bien persistían problemas, tanto de índole política como de índole
económica, el imperio zarista se encontraba en un momento de expansión del
proceso modernizador que se frustró a causa de la Gran Guerra. Otros, en cambio,
sostienen que el periodo 1905-1914 marcó el fracaso de la vía liberal, ahogada por
la autocracia, como de la opción “prusiana” (gobierno conservador con algunas
reformas sociales), saboteada también por el zarismo, al no hacer concesiones a
los sectores populares. Por lo que, en vísperas de la guerra, la posibilidad del
retorno de los movimientos revolucionarios era muy amplia. De un modo o de otro,
en palabras de sus contemporáneos, el contexto de la guerra, generó la creciente
sensación de que Rusia “vivía sobre un volcán”.
En 1915, los grupos políticos con representación en la Duma volvieron a
fracasar frente a la negativa del zar de designar un gobierno responsable ante la
nación debido a la ausencia del zar por ir al frente de guerra. En el seno de la
Duma y en el conjunto de los partidos políticos, la participación en la guerra había
sido un tema controversial. Mientras los diputados de la izquierda presionaban a
la Asamblea para que se pronunciara en contra de la guerra, otros apoyaron la
iniciativa (el anarquista Piotr Kropotkin y George V. Plejánov). Por su parte Lenin,
cabeza de los bolcheviques, sostenía una posición “derrotista”, al plantear que el
fracaso militar de Rusia en la guerra, brindaría la posibilidad de desencadenar la
revolución.
La guerra agudizó las críticas al zarismo: la falta de preparación y de
equipamiento de su ejército; la prolongación del conflicto bélico en el tiempo y el
enfrentamiento y derrota frente al ejército alemán produjo un rotundo rechazo de
la sociedad. El descontento de los trabajadores se plasmó en un incremento de
huelgas y movilizaciones, que denunciaban la incapacidad del zar para controlar la
situación de hambre y miseria existente a raíz del esfuerzo bélico.

El proceso revolucionario de febrero a octubre de 1917


Hacia febrero de 1917, la situación se volvió insostenible. El descontento
generalizado de la población, sumado a la negativa de los soldados a reprimir las
manifestaciones obreras, culminó finalmente con la caída del régimen zarista. La
revolución fue protagonizada por los trabajadores y soldados y representó un
movimiento espontáneo que ninguna fuerza política alcanzó a coordinar. El zar
abdicó y se constituyó un Gobierno Provisional, basado en la autoridad de la
Duma, encabezado por el príncipe Alexei Lvov, conformado en su mayoría por
grupos liberales. Los socialistas estaban ausentes del nuevo órgano, salvo por la
participación de Alexander Kerenski, quien asumió la cartera de justicia. Como
contrapartida, los protagonistas de la revolución, encontraron representación en la
conformación del soviet de obreros, campesinos y soldados de Petrogrado. La
existencia de ambas esferas de representación fue entendida como el comienzo de
una situación de “doble poder”, en el cual el Gobierno Provisional defendía los
intereses de las clases medias liberales, mientras que los soviets representaban a
la clase obrera, armada y radicalizada. A pesar de que los soviets no contaban con
la legalidad en la cual apoyar su autoridad, la fuerza de las masas movilizadas a
las que representaban, les posibilitó ejercer presión sobre las decisiones del

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gobierno provisional. La tensión entre ambos espacios de poder fue la
característica principal del periodo que abarca desde febrero a octubre de 1917.
Los principales problemas que debió enfrentar el nuevo gobierno oficial, se
podían sintetizar en el lema de “pan, paz y tierra”, que representaban las
necesidades elementales de la sociedad. La guerra continuaba aumentando su
impopularidad; sin embargo, el gobierno provisional no estaba dispuesto a
abandonar el campo de batalla. Por su parte, las demandas de mejoras
económicas de obreros y campesinos experimentaban un acelerado proceso de
politización y probada capacidad de movilización y lucha.
Los partidos de la izquierda coincidían en general en apoyar al gobierno
provisional para consolidar una democracia burguesa. Asimismo, durante estos
primeros meses del año 1917 se produjo el regreso de muchos revolucionarios
exilados -en su mayoría mencheviques y bolcheviques del Partido Obrero
Socialdemócrata y del Partido Socialista Revolucionario- que anteriormente se
encontraban proscriptos por el zarismo, entre ellos Lenin, quien en abril retornó a
Petrogrado. Los miembros delos soviets, con pocas excepciones, se contentaban en
reconocer en los acontecimientos de febrero la revolución burguesa que
establecería un régimen democrático-burgués, según el modelo occidental, y
posponían la revolución socialista a una fecha futura aún indeterminada. Por ello,
miembros bolcheviques, como Kamenev o Stalin, se mostraban partidarios de
cooperar con el Gobierno Provisional. Sin embargo el regreso de Lenin modificó
esta situación. En lo que se dio a conocer como las “Tesis de Abril”, postulaba el
lema de “todo el poder a los soviets”, es decir, la necesidad de tomar el poder para
iniciar la transición al socialismo, descartando de ese modo la vía de la “revolución
burguesa”. A la vez que planteaba la consigna de comenzar el reparto de tierras de
la nobleza a los campesinos y el negociar una inmediata paz “sin anexiones ni
indemnizaciones”, que les permita salir del flagelo de la guerra. Si bien, en un
primer momento este programa no fue considerado como viable, incluso dentro del
partido bolchevique, el agravamiento de la situación y la creciente desconfianza
hacia el Gobierno Provisional, sumado al temor de que los zaristas diesen un
golpe, condujeron paulatinamente a considerar dichos postulados como una
alternativa posible.
A la incapacidad del Gobierno Provisional de resolver el tema de la guerra,
debe agregarse los problemas de la política interior, especialmente frente a dos
cuestiones que requerían inmediata resolución: por un lado, la postergación de
convocar a una Asamblea Constituyente que, sobre la base del sufragio universal,
organizara institucionalmente el país; por otra parte, la no resolucióndel problema
agrario con el argumento de que una política de reparto de tierras podía provocar
una deserción masiva en el frente, agravando la situación de un ejército que se
componía casi en su totalidad por campesinos.
En ese clima, en julio, se produjo un episodio protagonizado por obreros que,
confiados en la posibilidad de tomar el poder ante el débil gobierno, dieron un paso
en falso ya que terminaron siendo reprimidos bajo la acusación de haber
pretendido dar un golpe. Si bien se discute el rol jugado por los bolcheviques en
esta intentona, el partido fue proscripto y muchos de sus integrantes debieron
huir nuevamente al exilio, entre ellos Lenin. Pero este hecho tampoco fortaleció a
la Duma, que desde julio se encontraba encabezada por Kerenski, sino que lo que
siguió fue la profundización de su crisis frente a un fortalecimiento de los soviets.

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Un mes después se produjo otro confuso episodio que tuvo como
protagonista a al general Lavr Kornilov, quien llevó adelante un ambiguo intento
de golpe contra el gobierno provisional. La resistencia a este movimiento por parte
de los sectores obreros y los partidos de izquierda, le permitió a los bolcheviques
volver a ocupar un lugar destacado en el escenario político y ampliar su radio de
influencia en los soviets de obreros, en tanto, en otros espacios, como en el medio
rural, los socialistas revolucionarios tenían mayor popularidad.
Hacia octubre, ante la inestabilidad y aguda crisis económica, Lenin
consideró que había llegado el momento de organizar una insurrección para tomar
el poder. Para ello contó con el apoyo de Trotsky, antiguo menchevique, quien
desde junio se había acercado al líder bolchevique y ejercía control sobre el soviet
de Petrogrado. La propuesta fue rechazada por otros camaradas, que consideraban
prematura la acción (Grigori Zinoviev y Sergi Kamenev), quienes denunciaron el
plan ante la prensa. La debilidad del gobierno de Kerenski no le permitió tomar
cartas en el asunto y el plan de Lenin pudo ser llevado a cabo. Los días 24 y 25 de
octubre, la Guardia Roja (Trabajadores armados) se hizo fácilmente con el poder.
La toma del Palacio de Invierno, sede del gobierno de la Duma, representó el
triunfo bolchevique. Kerenski había partido al frente de batalla en búsqueda de
refuerzos militares para impedir el golpe, pero sus esfuerzos resultaron
infructuosos.
El día 25 de octubre se reunió el II Congreso Nacional de los Soviets, que
aprobó la destitución del Gobierno Provisional luego de un debate intenso entre
mencheviques y parte de los social-revolucionarios, que cuestionaban el accionar
bolchevique. De ese modo, la revolución de octubre se llevó a cabo con éxito, pero
esta vez con una tibia y reducida participación de las masas. Con ella se cerraba
toda posibilidad para implementar un gobierno democrático liberal en Rusia y los
bolcheviques, liderados por Lenin, se hicieron con el gobierno.

El gobierno de octubre
Luego de los sucesos de octubre el poder quedó en manos del Consejo de
Comisarios del Pueblo (Sovnarkom), liderado por Lenin e integrado en su mayoría
por bolcheviques y algunos representantes del socialismo revolucionario. Entre las
primeras medidas, se procedió al reparto de tierras entre los campesinos, una
práctica que, de manera informal, ya se había generalizado durante todo 1917.
También se estableció el control obrero de la producción; además, se emprendieron
negociaciones de paz con Alemania, que implicó el abandono de la guerra hacia
marzo de 1918, con la firma de la paz de Brest-Litovsk.
Estas medidas brindaron gran popularidad al gobierno, que se vio reflejada,
en parte, en las elecciones para la Asamblea Constitucional de comienzos de 1918,
cuyos resultados volvieron a mostrar que los socialistas revolucionarios seguían
predominando por sobre los bolcheviques. Sin embargo, la permanencia de la
Asamblea, tan ansiada por diferentes sectores de la izquierda, se volvió un tema
decisivo para el nuevo gobierno ya que, desde la perspectiva de Lenin su existencia
podía poner en riesgo el nuevo poder de los soviets. Por lo que concluyó que
carecía de sentido darle continuidad a la misma y la disolvió. Este gesto fue una de
las primeras manifestaciones de concentración de poder por parte del partido
bolchevique que se profundizaría en lo sucesivo.

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Por su parte, el armisticio logrado con Alemania, implicó la pérdida de
grandes territorios, como la región Báltica, Finlandia, Ucrania, zonas de
Transcaucasia. Esto fue entendido por algunos grupos -como los socialistas
revolucionarios- como un tratado humillante para Rusia.
Inmediatamente después de octubre, comenzó a aparecer el peligro
contrarrevolucionario con la formación del “ejército blanco”, organizado por
antiguos zaristas que se proponían recuperar el poder con apoyo extranjero. De
este modo, el comienzo de una cruenta guerra civil marcaría todo el periodo desde
1918 hasta 1921. Esta situación, condujo al gobierno a tomar medidas
extraordinarias para poder controlar el vasto territorio que se encontraba
amenazado: se constituyó el “Ejército Rojo”, se creó la policía política (cheka) y se
prohibieron los partidos burgueses. También comenzaron a actuar grupos que
planteaban sus reivindicaciones en términos nacionalistas en algunas regiones no
rusas que habían pertenecido al imperio. El censo de 1897 había revelado que,
excluyendo el Gran ducado de Finlandia, sólo el 44,32% de la población era de
lengua rusa (la lengua materna fue el criterio adoptado para definir la
nacionalidad). El resto se distribuía en 85 grupos lingüísticos diferentes.
Durante esta etapa los problemas se agudizaron. Las medidas adoptadas a
favor del reparto de tierras no consiguieron generar mayor producción, a la vez que
la industria bajo control de los soviets también sufrió un estancamiento. De ese
modo, frente a la crisis política y económica, Lenin llevó adelante la
implementación del “comunismo de guerra”; una política que consistió en el
control de la vida económica por parte del Estado, que incluía las requisas sobre la
producción campesina y la nacionalización de la industria. Asimismo, se puso en
marcha el “terror rojo”, que significó la represión de toda la oposición interna y el
afianzamiento de un régimen de partido único.
Hasta 1921, el poder bolchevique defendió estas medidas argumentando la
defensa de la revolución frente al peligro contrarrevolucionario. En ese lapso, el
Ejército Rojo, comandado por Trotsky creció de tal modo que llegó a sumar cinco
millones de efectivos. El comunismo de guerra comenzó a volverse impopular en la
población, sobre todo en el campo, que rechazaba la expropiación de los
excedentes agrarios. El “Ejército Blanco”, apoyado por las potencias europeas,
nunca pudo capitalizar estos descontentos y paulatinamente la guerra civil
comenzó a ser controlada por los bolcheviques. Estos éxitos parciales condujeron a
Lenin en abril de 1920 a plantear la opción de invadir el territorio del recién
constituido Estado polaco, con el fin de encender la llama de la revolución allí. Sin
embargo, esta experiencia fracasó y el Ejército Rojo derrotado debió firmar la paz
con Polonia. A partir de allí, los bolcheviques buscaron consolidar el triunfo en su
territorio.
Con respecto a la situación de las múltiples nacionalidades existentes en la
Rusia de la revolución (Bielorrusia, Ucrania, Transcaucasia, Finlandia, países de la
zona del Báltico y territorios de Asia central), Lenin supo abordarlas postulando el
“derecho a la autodeterminación”, es decir, la garantía de que toda nación podía
separarse de Rusia y proclamarse un Estado independiente. Esta estrategia sirvió
para que muchos consideraran posible combinar la integración de la lucha
revolucionaria de los trabajadores en conjunto con la lucha por la
autodeterminación. Aunque el grado de adhesión fue diferente según el territorio.
Hacia 1921, ya en la agonía de la guerra civil, controlada por el Ejército Rojo,
decantaron las trágicas consecuencias del comunismo de guerra en la sociedad

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rusa. La burocratización y centralización de la industria postergaron la
autogestión obrera en pos de las necesidades de la guerra civil. Asimismo, la
guerra tuvo como consecuencia la disminución de la población proletaria. Los
soviets comenzaron a ser depurados de todos aquellos elementos considerados no
bolcheviques. Opositores, tanto reaccionarios como revolucionarios, fueron
enviados a campos de deportación y granjas penitenciarias, anticipando así la
práctica que será moneda corriente durante el stalinismo. En ese sentido, la Rusia
soviética presentaba unos rasgos característicos que perdurarán hasta su
desmoronamiento en 1991: una militarización total de la economía y la sociedad,
un control ideológico tal que el ejército no pudo ser un contrapoder y una
glorificación hipernacionalista de la patria de los soviets. Estas condiciones
condujeron a la “dictadura del partido bolchevique”.
Una serie de hechos fueron clave para desestabilizar, por un momento, la
hegemonía bolchevique: sucesivas denuncias de la llamada Oposición Obrera
sobre la burocratización del partido, que reclamaban el retorno del principio
electivo para los cargos de responsabilidad de los soviets, seguidas por el suceso
del amotinamiento de los marineros de Kronstadt en marzo 1921 en el puerto
Báltico, y por una declaración de huelga de obreros en Petrogrado, que sumados al
movimiento de campesinos descontentos que exigían el fin de las requisas y de la
coerción del Estado, alertaron a la dirección del partido acerca de la necesidad
imperiosa de realizar un giro en su política social y económica. Por lo tanto Lenin
tuvo que rediseñar su plan y postular una nueva forma de organización de la
economía que se denominó Nueva Política Económica (NEP).

La NEP y el ascenso de Stalin


La NEP consistió en reintroducir un “capitalismo de Estado”. Se asentó
entonces en tres criterios básicos: resistir el aislamiento internacional; restablecer
el vínculo entre el Estado y los campesinos resentidos por el comunismo de guerra;
y, fomentar el crecimiento económico a partir del desarrollo agrícola.
Para conseguir estos objetivos se otorgó la libertad de producir y participar
en el mercado-de acuerdo a la oferta y la demanda- lo que incentivó a la
producción, en particular la del campesino medio, los kulaks. El Estado solo
mantuvo el control de algunos sectores estratégicos de la economía, como ser los
medios de transporte, los bancos y el comercio exterior. Asimismo, surgió un
grupo de hombres, los nepmen, vinculados a transacciones especulativas que
generaron algunas sospechas dentro del partido.
La industria por su parte buscó incrementar su capacidad de producción a
través de la venta de máquinas, herramientas y bienes de consumo para los
campesinos. El objetivo era desarrollar, de manera gradual en base a un pacto
entre el Estado revolucionario y los campesinos, una industria pesada que se
sostenga además en un control estatal parcial de la economía y en la pequeña
propiedad.
Luego de tres años el plan se mostró exitoso. Creció la producción agrícola y
la industrial. Sin embargo una de las consecuencias sociales fue la profundización
de las diferencias entre los campesinos propietarios, principales beneficiarios de
esta nueva política, y aquellos que solo podían alcanzar un nivel de subsistencia.
En materia política, la NEP estuvo acompañada por la apertura a un pluralismo
que contrastaba con el periodo previo: el Estado descansó por unos años de

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mantener el férreo control de la vida pública y privada, lo que posibilitó un
florecimiento cultural e intelectual durante el periodo.
Además, esta experiencia significó para el partido discutir cuál era el mejor
camino para llevar adelante un proceso de industrialización. Algunos de sus
miembros defendieron esta vía; mientras otros se opusieron, ya que consideraban
que el desarrollo agrícola debía estar subordinado al desarrollo industrial y que el
Estado debía ocupar un papel central en dicho procesopara lograr una
industrialización lo más rápida posible. Este debate cobraría mayor fuerza luego de
la muerte de Lenin en 1924.
Otro eje de debate estuvo dado por la cuestión de la “revolución mundial”. Si
en un comienzo la revolución bolchevique fijó entre sus objetivos expandir la
revolución a otros países del mundo, la situación internacional hizo replantearse
esta meta y replegarse para preservar la revolución en Rusia. Con el tiempo se
abandonó la propaganda comunista en Occidente e incluso Lenin, luego de la
fallida experiencia del comunismo de guerra, buscó a través de la NEP mantener
relaciones comerciales con algunos países capitalistas.
Como parte de los debates en torno a la sucesión de Lenín, surgieron dos
posiciones enfrentadas en el seno del partido en relación a qué hacer con la
revolución: por un lado la postura de la “revolución permanente” de Trotsky, quien
sostenía que la revolución en Rusia debía ser inspiradora para encender la llama
de nuevas revoluciones proletarias en otras partes del mundo; por otro lado,
Stalin, adhería a la postura de que los compromisos con la revolución mundial
debían postergarse temporalmente para consolidar el socialismo dentro de la
URSS.
El desplazamiento que hizo Stalin de sus contrincantes en la lucha por la
sucesión, representó el triunfo de la idea de consolidar el comunismo en un solo
país. Una vez en el poder Stalin puso fin a la NEP como experiencia alternativa a la
construcción del socialismo, por lo que el Estado volvió a ocupar un papel central
en el espacio público y privado, imponiendo la idea de acabar con la propiedad
privada y la agricultura mercantil en pos de un proceso de colectivización forzado
férreamente controlado. La consecuencia resultó la constitución de una fuerte
burocracia del partido y la exclusión de todos los que no adhirieran a esta política.
Se generalizaron así las persecuciones a la oposición, pero además comenzó un
proceso de purgas hacia adentro del mismo partido bolchevique, que fue
duramente cuestionado por diversos sectores. Estas fueron algunas de las bases
sobre las que se asentó el stalinismo a partir de 1927 y que perdurarán hasta su
muerte en 1953.

A modo de conclusión
La revolución rusa tuvo un fuerte impacto mundial al proponerse como un
modelo alternativo a la hegemonía del capitalismo y aspirar a una sociedad más
igualitaria, tal como socialistas y anarquistas lo postulaban desde el siglo XIX. Si
bien, la revolución se realizó para superar un estado de atraso, pobreza y falta de
libertad en la Rusia de 1917, ésta tuvo un carácter mundial al alentar, a lo largo
del siglo XX, a los trabajadores de todos los países a enfrentar al sistema
hegemónico provocando graves tensiones sociales y políticas en el mundo. Las
críticas a las injusticias del sistema capitalista representaron una opción para
luchar por una sociedad más justa y afirmaron el carácter solidario e
internacionalista de la revolución. Esta procuró convertirse en la conciencia crítica

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de los oprimidos y en ejemplo y modelo de los movimientos y partidos
revolucionarios, que pronto empezaron a ser controlados por la Internacional
Comunista desde su sede en Moscú. Asimismo, demostró que era posible hacer la
revolución y creó la figura del militante sedicioso y conspirador histórico con una
mística profunda.

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