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Microartículo 53

Al definir a la composición como creación de movimiento expresivo


de sonoridades en el espacio tiempo, definimos también un campo
metodológico, en el cual la búsqueda inventiva tiene su centro en la
exploración instrumental.
Esa intimidad entre imaginar y sonar, que funda al hecho estético,
goza de naturalidad en la plataforma compositiva espacio y tiempo
reales, porque ésta es la matriz del hábitat escénico.
Si la música fuera un pez, la composición sería criar un pez
imaginario en un río imaginario y la escena el pez y el río reales. Si
fuera un pájaro, un pájaro y un cielo imaginarios y luego el pájaro en
el cielo real.
No se trata de peceras o jaulas de distintos tamaños y después la
libertad (se sabe que en arte el adverbio después suele significar
nunca).
Componemos desde la tridimensionalidad del silencio hacia la
tridimensión sonora.
Esta etapa inicial de invención, que contiene al núcleo metafórico de
la obra, requiere un grado de libertad creativa compatible con la
plataforma exploratoria referida, para modelar entre el silencio esa
escultura inmaterial que es la música.
Toda dramática artística es escénica, imaginaria y/o real, por eso su
movimiento es multidireccional.
La música unidireccional temporal de simultaneidades sobre la
linealidad de lo sucesivo, es decir: la longitud principio-fin, implica un
recorte (jaula-pecera) de la expansión creativa espacial, y afecta
esencialmente a la estructura compositiva, reconvertida así en
esquema operacional.
De allí que la diferencia entre esculpir y escupir va mucho más allá
de la letra “L”.

Ricardo Capellano
Agosto de 2015

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