Al definir a la composición como creación de movimiento expresivo
de sonoridades en el espacio tiempo, definimos también un campo metodológico, en el cual la búsqueda inventiva tiene su centro en la exploración instrumental. Esa intimidad entre imaginar y sonar, que funda al hecho estético, goza de naturalidad en la plataforma compositiva espacio y tiempo reales, porque ésta es la matriz del hábitat escénico. Si la música fuera un pez, la composición sería criar un pez imaginario en un río imaginario y la escena el pez y el río reales. Si fuera un pájaro, un pájaro y un cielo imaginarios y luego el pájaro en el cielo real. No se trata de peceras o jaulas de distintos tamaños y después la libertad (se sabe que en arte el adverbio después suele significar nunca). Componemos desde la tridimensionalidad del silencio hacia la tridimensión sonora. Esta etapa inicial de invención, que contiene al núcleo metafórico de la obra, requiere un grado de libertad creativa compatible con la plataforma exploratoria referida, para modelar entre el silencio esa escultura inmaterial que es la música. Toda dramática artística es escénica, imaginaria y/o real, por eso su movimiento es multidireccional. La música unidireccional temporal de simultaneidades sobre la linealidad de lo sucesivo, es decir: la longitud principio-fin, implica un recorte (jaula-pecera) de la expansión creativa espacial, y afecta esencialmente a la estructura compositiva, reconvertida así en esquema operacional. De allí que la diferencia entre esculpir y escupir va mucho más allá de la letra “L”.