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ANUNCIO PARA TODOS LOS PERIÓDICOS DEL MUNDO

Advierto al público que he perdido mi joya más preciada: la Alegría. La he perdido en el trayecto
comprendido entre mis treinta y cuatro y mis cuarenta años. A quienquiera que la encuentre, le ruego que la
devuelva a su legítimo dueño: José María Gironella, de nacionalidad española. Actualmente me encuentro
en una clínica de la ciudad alemana de Bonn; pero pronto seguiré de viaje. Así que, lo más práctico, si hay
noticia que comunicar, será dirigirse al que será mi domicilio hasta la primavera: Lahnaruohontie, 1 - Helsinki
- Finlandia.
A nadie le será difícil reconocer mi Alegría. Media 1.74 metros, como yo. Era de color azul claro, pero con
barras amarillas que la cruzaban como si fuese una bandera. Este detalle es inconfundible. no hay otra igual.
Su forma se parecía mucho a la de un corazón humano adulto. Y no estaba nunca quieta. Era una Alegría
móvil, que daba saltos, pegaba brincos. Semejaba, en suma, un corazón vivo, como lo era el mio hasta que,
en el trayecto comprendido entre los treinta y cuatro y los cuarenta años, de pronto, sin saber cómo -todo
empezó con un mazazo en la nuca la Nochebuena de 1952-, todo lo perdí.
Ruego a quienquiera que la encuentre, sea hombre, mujer, casado, soltero, niño, esté sano o esté enfermo,
que me la devuelva. Prestar atención: no es reloj, ni bolso, ni cartera con documentación. Es mucho más que
todo esto: es la Alegría de un hombre, estrictamente personal. En efecto, nadie sino yo puede servirse de
ella. No encajaría en otro cerebro. Le produciría mil pequeñas descargas, sin fruto. (Color azul con barras
amarillas, 1.74 metros de talla, pegando saltos) ¡No olvidarlo! Semejante a un corazón.
Se gratificará, se gratificará a quien la devuelva, sea hombre o mujer, esté sano o enfermo. No sé cómo se
hará, pero una acción tan útil no puede quedar sin premio. A quien me devuelva la Alegría -¡suplico que no
haya error, que sea la mía!- le dará un abrazo como el que le dí a mi madre al terminar la guerra. Si es
persona rica, nada más; si pobre, todo cuanto hay en casa y cuanto mi mujer y yo tenemos en el banco.
Hago esta promesa formalmente en la ciudad de Bonn -en un lecho de la Clínica del Venusberg- en una
noche de insomnio, sin luna y sin estrellas.
Repetiré las señas. Antes de una semana: Lahnaruohontie, 1 - Helsinki - Finlandia. Para llegar allí habrá que
cruzar cielo tormentoso, o mar helado. Pero ¿qué importa? ¡La alegría de un hombre! Si no hay posibilidad
de desplazarse, avisen por telegrama y yo bajaré a recogerla. Bajaré desde el Báltico al meridiano que sea
preciso -a la Tierra de Fuego-, salvando montañas, zonas tórridas, ríos con cocodrilos, o serpientes, puesto
que no hay serpiente más venenosa que la Tristeza. ¡Publico esto en todos los periódicos del mundo, en el
día de hoy, para general conocimiento! Un hombre ha perdido la Alegría y ello es más importante que los
resultados deportivos, que la política e incluso que una esquela mortuoria. (Color básicamente azul, 1.74
metros)
Por favor, yo estaba acostumbrado a la Alegría. Me acompañaba a todas partes: en tren, en bicicleta, a pie.
Tan pronto la llevaba en la punta de la nariz, como en el fuego del cigarrillo. A menudo, en el fondo de los
ojos. Había en el fondo de mis ojos -y en mi voz, y en mi manera de contar las cosas y en mis palabras- tanta
alegría que muchas veces la contagiaba a mis vecinos e incluso a desconocidos. Y esto era un bien. Era
bueno para todos. ¡Por favor, no es reloj, ni bolso, ni cartera con documentación!
Lectores de anuncios, lectores de periódicos, escuchad esto. Yo he estado muy enfermo -depresión
nerviosa- pero ya me voy curando. Ya miro a Dios con más confianza (desde hace unos meses). Mi nuca me
duele mucho menos. Mi cerebro, empieza a descansar...
Amo de nuevo a mis padres, ¡cómo los amo!; a mis hermanos -¡oh, sí!-; a mucha gente, especialmente a los
depresivos y a los que sufren por cualquier motivo. Y amo mucho a esos mis dos compañeros de habitación
de esta clínica, que en estos momentos están dormidos, porque ya es muy tarde. (No hay lunas ni estrellas)
¡He salido del pozo de la Angustia...! Ahora sólo me falta por recuperar la Alegría. Con ello, volvería a ser
normal (al cabo de cinco años). Podría salir de aquí e irme a Finlandia y allí escribir, entre lagos y nieve y
gente tranquila. (Tengo mucho que decir.)
¡Abandonad, lectores, por unos minutos, vuestros quehaceres! Mañana por la mañana, abandonad vuestro
trabajo, vuestros libros de contabilidad, vuestra propia alegría, el billar, los esquís o las barcas, lo que tengáis
en la mano y salid un momento a la puerta de vuestra casa. Levantad incluso una piedra, o dos; o mirad
entre los matorrales, o entre la hierba. Ved si encontráis mi alegría. ¡Puede estar en cualquier lugar!
¡Brincaba tan ágilmente! Puede haberse caído en un buzón de Correos; tal vez, en una cloaca... ¡Oh, si todos
los habitantes del mundo salieran mañana un minuto a la puerta de su casa...! ¡La encontraríamos! Y ello
sería por parte de todos vosotros, del mundo, un acto de solidaridad. Un acto maravilloso y único. Lo
agradecería mi mujer, e incluso lo agradecerían los astros.
No quiero alargarme más. No quiero describiros lo que soy, cómo soy, cómo me encuentro, en esta noche
de la ciudad alemana de Bonn, si mi Alegría, sabiendo que mi mujer duerme en un hotel cercano a la
estación, esperado ver el resultado de este anuncio y sabiendo que mis padre y mis hermanos esperan
también mi carta de buenas noticias. No quiero describiros como sufro, porque vosotros no sois culpables
de ello y tenéis también vuestras preocupaciones. Únicamente quiero deciros... que al otro lado de la
ventana (estoy en una clínica) no veo sino la confusa silueta de una grúa que durante el día unos albañiles -
¡alegres...!- utilizan para construir un nuevo pabellón. Nada más. Estoy solo... ¡Con esta grúa, traedme hasta
mi habitación -número 201- la Alegría, en caso de que la encontréis mañana mismo o pasado...! Si tardáis
más..., llevádmela, por favor, a Helsinki (Lahnaruohontie, 1), o mandad a estas señas y a mi nombre un
telegrama. Yo, José María Gironella, de cuarenta años, casado, de profesión escritor, os prometo que lo
abandonaré todo -lagos, nieve, melancolía de luz eterna- e iré donde sea para recuperarla. Porque, sin mi
Alegría -1.74, colores azul y amarillo, forma de corazón- no puedo vivir. (Estaba acostumbrado a ella, la
llevaba conmigo siempre.)*

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