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En Ti Confiaré NT
En Ti Confiaré NT
en el Nuevo Testamento
EB-570-D
ISBN 978-1-944839-93-2
Más adelante, en el Sermón del Monte, Jesús anima a sus discípulos a confiar
en el carácter de Dios. No debían preocuparse por el mañana pensando qué
comerían o qué beberían, ya que el Padre muestra su fidelidad al cuidar de las
aves y las flores del campo. Dios te recuerda que vales más que dos pajarillos
del campo y, ¡ni siquiera uno solo de ellos puede caer al suelo sin su consen-
timiento!
Jesús prometió morir para el perdón de pecados y resucitar al tercer día y así
lo hizo. Tres días después de morir, dejó la tumba vacía para dar evidencia de
iv
su victoria sobre el pecado y la muerte. La resurrección tenía el sello de su fi-
delidad. La promesa hecha al inicio de la caída (Gn. 3:15) fue cumplida miles
de años después. Lo que Dios comienza, lo termina. La evidencia de que lo
hará es el simple hecho que él lo ha comenzado (Fil. 1:6).
También, Cristo le hace más de una visita especial a Pablo, dejando destellos
de su fidelidad. Primero lo intercepta camino a Damasco y lo convierte, tra-
yendo a cumplimiento la elección que había hecho de él desde el vientre de su
madre (Gá. 1:15). Luego se le aparece en una prisión y lo anima a permanecer
en su labor porque él tenía mucho pueblo en aquella ciudad (Hch. 18:10).
Así de fiel ha sido Dios desde que inició la Iglesia hasta hoy, y así lo seguirá
siendo. Esa primera iglesia contó con su favor y, siendo una iglesia pobre en
recursos, fue rica en poder de lo alto. Dios, en su fidelidad, puso en los prime-
ros creyentes tanto el querer como el hacer y así los apóstoles llenaron a Jeru-
salén con sus enseñanzas (Hch 5:28) y llenaron a Samaria de regocijo (Hch.
8:8). Más tarde, la predicación del mismo evangelio cambió las costumbres
religiosas de Éfeso hasta afectar su economía (Hch. 19). Todo fue hecho por
el poder del evangelio a través del Espíritu de Dios en respuesta a la promesa
de Jesús de que él estaría con ellos hasta el fin del mundo.
Miguel Núñez
vi
Introducción
D ios es fiel. Él nunca cambia, nunca falla, nunca abandona, nunca olvida
sus promesas, nunca se echa para atrás, nunca hace una falsa promesa,
nunca deja a medias las cosas, nunca deja de ser, nunca deja de amar y nunca
cambia de parecer. Él “es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” (He. 13:8).
Puedes estar seguro de eso.
Hay hombres y mujeres fieles en sus matrimonios, en sus hogares, en sus tra-
bajos y en sus responsabilidades. Verdaderamente hay personas ejemplares en
este mundo. Pero incluso la fidelidad humana no se compara con la fidelidad
de aquel que es “el Amén, el testigo fiel y verdadero” (Ap. 3:14). No hay nadie
como él.
Los hombres fallan, mienten e incumplen lo que han prometido. Probable-
mente alguien te ha fallado en esta vida. Si aún no lo has experimentado,
probablemente lo harás. Alguien, tarde o temprano, te fallará. Sin embargo,
debes confiar que, aunque los hombres sean infieles, “él permanece fiel” (2 Ti.
2:13). Por eso, no debes poner nunca tu mirada y tu confianza en el hombre
( Jer. 17:5), sino en aquel que “es el todo” (Col. 3:11).
La fidelidad de Dios es grande, majestuosa, inagotable, inextinguible, incom-
parable, inamovible e incomprensible. Él es fiel, está siendo fiel y será fiel. Por
eso puedes estar seguro y confiado que “el que comenzó en [ti] la buena obra,
la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Fil. 1:6). Esto debe permanecer
anclado a tu alma y debe sostenerte firme siempre, sabiendo que tu Dios es
un Dios fiel.
Cuando la prueba venga a tu vida, cuando estés atribulado, cuando te embar-
gue el desánimo y estés desconsolado, cuando la incredulidad merodee tus
pensamientos, ve a la fuente inagotable de verdad: su palabra. Su “palabra es
verdad” ( Jn. 17:17) y debe servir de “lumbrera a [tu] camino” (Sal. 119:105)
siempre. En esos momentos difíciles debes aferrarte a la verdad de su palabra
para traer aliento, esperanza, consolación, gozo y paz a tu vida.
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La palabra de Dios te sostendrá firme siempre y recordar la fidelidad de Dios
con base en su palabra, hará que tu vida esté anclada firmemente en él. No
importa el tamaño de tu prueba, no importa lo mucho que estés afanado, no
importa qué tanto te haya pasado, él te ama, es fiel y cuidará de ti. Él te sos-
tendrá hasta el final. No te dejará, no te abandonará, no dejará incompleta la
obra que comenzó en ti. Si eres su hijo, puedes estar confiado de que ninguno
se ha perdido de su mano ( Jn. 17:12).
Si lees esto y no eres hijo de Dios, el Señor “manda a todos los hombres en
todo lugar, que se arrepientan” (Hch. 17:30). No esperes más. Esta confianza y
seguridad aplica exclusivamente “a todos los que le recibieron, a los que creen
en su nombre” ( Jn. 1:12). Cree en el Señor Jesucristo, confiesa tu pecado y
arrepiéntete. Él no te echará fuera ( Jn. 6:37).
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que tu comprensión de la fidelidad de Dios crezca, de tal manera que depen-
das de él cada día más, que confíes en él en toda circunstancia y que adores a
aquel que es “fiel y verdadero” (Ap. 3:14).
ix
x
Mateo
por Santiago Armel
1
La búsqueda del reino de Dios
Cuando Jesús te exhorta a buscar su reino (6:33), te está dando un mandato
que debe ser obedecido continuamente. No puedes distraerte ni un solo día.
Buscar su reino tiene que ver con vivir una vida de obediencia y santidad (Lc.
6:46). El creyente que anhela el reino de Dios es uno que busca estar sujeto
a la autoridad de su gobierno (1 P. 5:6-7) y que ansía hacer la voluntad de su
rey (Mt. 7:21).
El que está fuera del reino de Dios, se afana por las cosas que este mundo
ofrece (6:32). El dinero, la fama y la belleza, entre otras cosas, son ídolos que
gobiernan el corazón de un súbdito del reino de las tinieblas ( Jn. 8:44; Col.
1:13). En Mateo 6:33-34, Jesús te llama a hacer un alto en el camino para
preguntarte: ¿a qué reino estás sirviendo hoy? Las cosas en las que te afanas,
aquellos pensamientos que dominan tu mente, son un reflejo claro de en quién
estás confiando. Debes tener una ambición santa por obedecer a Dios (Sal.
119:40), en contraste con un afán pecaminoso por las cosas de este mundo.
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descanses en él. Él es el único Dios verdadero (Sal. 115:4-11). Es un rey con
control soberano (135:6), que siempre habla la verdad (119:142), que es un
refugio seguro para los que le temen (34:7), que cumple sus pactos (Dt. 4:31),
que es poderoso para ofrecer una salvación completa (Ro. 8:32) y que es abso-
lutamente fiel y fiable (Sal. 36:5; Dt. 7:9). Él es un rey digno de tu confianza.
Para reflexionar
Confía en Dios y su palabra. Sostente en sus promesas, que son verdad. Él no
cambia y es siempre fiel. No te afanes por nada, sino confía en aquel que es tu
rey y pastor.
3
Marcos
por Emanuel Elizondo
La autoridad de Jesús
Primeramente, Jesús tiene autoridad sobre los poderes de las tinieblas. Por
ejemplo, en Marcos 1:21-28 se narra una de las varias confrontaciones que
tiene Jesús con Satanás y los demonios (cp. también Mr. 1:13; 8:33). En este
caso, es un hombre endemoniado. El poder de Jesús sobre Satanás se hace evi-
dente cuando, con un mandato, Jesús expulsa el demonio (1:25). La respuesta
de los que fueron testigos de este evento era de esperarse: asombro y admi-
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ración (1:27-28). Al ver la completa autoridad que Jesucristo tiene sobre los
demonios, puedes confiar en que estás seguro en las manos de Dios. Incluso si
pasaras por una terrible adversidad, como le sucedió a Job, todo sucede bajo el
plan de Dios ( Job 1:21). Pon tu fe en aquel que ha triunfado sobre todos sus
rivales. Deposita tu confianza en aquel que es fuerte. ¡Ten fe en él!
El poder de Jesús
Segundo, Jesús tiene poder sobre toda enfermedad. Inmediatamente después
del endemoniado, Jesús sana a la suegra de Pedro (Mr. 1:31), a muchos que
padecían diversas enfermedades (1:34), a un leproso (1:40-45), a un paralítico
(2:1-12), a un sordo y tartamudo (7:31-37) y a un ciego (10:46-52). Esto ha-
bla de que Jesús tiene absoluta autoridad, incluso sobre las enfermedades. Por
supuesto, eso no quiere decir que siempre sanarás cuando te enfermas. Hay
creyentes fieles que padecen enfermedades crónicas, o incluso mueren debido
a una enfermedad. Dios, en su soberanía, puede permitir que te enfermes, y
que glorifiques a Dios por medio de tu sufrimiento. Pablo claramente habló
de sus sufrimientos en 2 Corintios 11:23-29. Sin embargo, incluso con todas
esas adversidades, el apóstol escribe: “...por amor a Cristo me gozo en las de-
bilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque
cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Co. 12:10). De la misma manera,
por la gracia de Jesucristo tú puedes poner tu fe en el Dios que está en con-
trol de todo, incluso de tus necesidades físicas.
La deidad de Jesús
Tercero, Jesús tiene autoridad para perdonar tus pecados. En el capítulo 2 de
Marcos se cuenta la historia de unos amigos que llevan a un paralítico para
ser sanado por Jesucristo. Cuando el hombre baja por el techo, Jesucristo lo
mira y pronuncia: “Hijo, tus pecados te son perdonados” (2:5). Al escuchar
esto, los religiosos de la época lo acusan de blasfemo en sus pensamientos.
Así que, para demostrar su autoridad no solamente sobre la enfermedad, sino
también para perdonar pecados, Jesucristo sana al paralítico y dice para que
todos oigan: “Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en
la tierra para perdonar pecados (dijo al paralítico): A ti te digo: Levántate,
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toma tu lecho, y vete a tu casa” (2:10-11). Jesús es el único que tiene el po-
der para perdonar tus pecados. Por medio de su obra en la cruz obtienes el
perdón. Cuando pases por una adversidad, recuerda que tu alma está segura
en Jesús. Puedes estar seguro de eso. No debes temer. Él mismo lo prometió
cuando dijo: “y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arre-
batará de mi mano” ( Jn. 10:28). Si tu misma alma está segura en las manos de
Dios, ¿cuánto más lo estarán tus situaciones? Tú puedes confiar en él.
Para reflexionar
No hay nada como confiar en Aquel que es digno de confianza. Él tiene toda
autoridad y es fiel. No dudes ni por un instante. Él está contigo hasta el final.
Que tu fe sea alentada por esta verdad.
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Lucas
por Héctor Salcedo
“¿No se venden cinco pajarillos por dos cuartos? Con todo, ni uno de ellos está
olvidado delante de Dios. Pues aun los cabellos de vuestra cabeza están todos
contados. No temáis, pues; más valéis vosotros que muchos pajarillos” (Lc. 12:6-7).
Hubo días difíciles, en los que todo parecía indicar que el tratamiento no es-
taba dando resultado. Lo más angustiante para nosotros y sobre todo para mi
esposa era que hasta el momento del diagnóstico, su madre no había puesto su
fe en Cristo para la salvación de su alma, y eso era peor que el cáncer mismo.
En momentos como estos, la inclinación natural es el temor y la angustia.
Aunque teníamos la teología correcta, no pudimos evitar sentirnos agobiados
con el dolor de que mi suegra pudiera partir de este mundo sin Cristo. Es pre-
cisamente ahí, donde la enseñanza de Jesús en Lucas 12:6-7 es como “agua
fresca en medio del desierto”.
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El cuidado del Señor
La primera razón para no temer es cuando les dice: “más valéis vosotros
que muchos pajarillos” (12:7) Jesús enseña esta reconfortante verdad mos-
trando la manera minuciosa en que Dios cuida de su creación, específica-
mente de los pajarillos. Dos cuartos por cinco pajarillos (12:6). Ese era su
valor en el mercado. Un cuarto era equivalente a una hora de salario de un obre-
ro. De manera sorprendente, Jesús afirma que “ni uno de ellos está olvidado
delante de Dios” (12:6). Es muy alentador pensar que Dios se ocupa aún de
cosas que para muchos no tienen ninguna importancia.
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decidido dejar pasar el fin de semana para ver si encontraba alguna solución
al problema. Precisamente, al día siguiente, mi esposa llegaba del extranjero
luego de haber estado casi 20 días con su madre, mientras recibía el cuidado
médico que requería.
Mi suegra no está más con nosotros, ¡pero la veremos en gloria! Nuestro bon-
dadoso Señor se ocupó de abrir su mente y corazón y, aunque murió física-
mente de cáncer, tal y como pasó con Lázaro, “[su] enfermedad no fue para
muerte, sino para la gloria de Dios” ( Jn. 11:4).
Para reflexionar
Dios tiene control de cada detalle de tu vida. Confía en él. Nunca te dejará,
ni te abandonará. Puedes creer en su palabra que es verdad, sabiendo que él
te ama y que eres importante para él.
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Juan
por Josué Pineda Dale
“No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí” ( Jn. 14:1).
El mandato
En Juan 14, Jesús consuela a sus discípulos con estas palabras: “No se turbe
vuestro corazón” ( Jn. 14:1). Lo que vendría sería muy duro. Aunque él sufriría
y moriría en la cruz, es Jesús quién los consuela a ellos. Él estaba a punto de
morir (13:1), Judas lo traicionaría (13:26), Pedro lo negaría (13:38) y los discí-
pulos no podrían acompañarlo adonde iba (13:36). Por eso Juan 14:1 comienza
de esa manera. Jesús quiere que sus discípulos piensen correctamente, no en
las circunstancias, sino en la verdad de Dios.
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es verdad y era necesario que él partiera para cumplir el propósito de Dios.
Jesús no dejaría a sus discípulos solos. Él iría “a preparar lugar para [ellos]”
(14:2). Por eso afirmó ante lo siguiente: “A donde yo voy, no me puedes seguir
ahora; mas me seguirás después” (13:36). El hecho de que Jesús subiese al
Padre no cambiaba las cosas, sino que cumplía el plan y propósito de Dios.
Jesús cumplió al pie de la letra la obra que el Padre le encomendó (17:4). Por
eso podían confiar en él. Jesús se fue para preparar lugar para los suyos (14:2),
pero vendrá otra vez (14:3).
La revelación
Los discípulos no entendían a plenitud adónde iba Jesús ni qué quiso decir
cuando afirmó que sabían el camino (14:4). Solo sabían que tenían temor por
lo que vendría. Por eso Tomás le pregunta acerca de cómo llegar a ese lugar
(14:5). Jesús respondió con una frase que millones de personas han escuchado,
proclamado y aún memorizado: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie
viene al Padre, sino por mí” (14:6). Él es el camino. Él es la verdad. Él es la
vida. Fuera de él es imposible tener acceso al Padre y a la vida eterna. Si eso
no era suficiente, Jesús afirma su deidad diciendo que ahora había visto al Pa-
dre también (14:7), porque él y el Padre son uno. Dios mismo estaba en medio
de los discípulos, había habitado en medio de ellos, y estaba mostrándoles el
camino. Por eso debían creer en él y no tener temor.
Jesús es Dios y estaba revelándose claramente a sus discípulos para que cre-
yeran en él, fortaleciendo su fe para lo que vendría. Jesús continúa aclarando
la confusión que tenían. Seguramente era mucho que procesar. Felipe se con-
formaba con ver al Padre (14:8), a lo que Jesús respondió: “El que me ha visto
a mí, ha visto al Padre” (14:9). Jesús no actuaba por su cuenta, sino que, como
afirmó: “...el Padre que mora en mí, él hace las obras” (14:10). Si no creían sus
palabras, Jesús les apunta a sus obras, las cuales daban testimonio de quién
era él en verdad (14:11-12). No actuaba por su cuenta, así como tampoco lo
haría el Consolador que enviaría luego de su partida (14:16). Dios envió a su
Hijo unigénito para cumplir su propósito salvífico para dar esperanza a los
que estaban sin esperanza. Él sería fiel en cumplir al pie de la letra.
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La verdad de Dios revelada en Jesucristo es y debe ser una fuente inagotable
de esperanza y fe. Debe combatir la incredulidad y la desesperanza porque él
es fiel y cumplió su palabra y seguirá cumpliéndola hasta el final. No dudes ni
un instante que él es fiel y te sostendrá. Así como Jesús dio ánimo a sus discí-
pulos, motivándolos a creer y confiar en él, así debe su palabra darte ánimo
hoy. No te turbes, confía en él. Él es fiel y no te dejará. Él estará contigo hasta
el final. Que su palabra te sostenga siempre.
Para reflexionar
Aunque haya pruebas y dificultades en tu vida, no te turbes ni pierdas la es-
peranza. Él es fiel. Cree y confía en él. Aférrate a su palabra, su verdad, y no
mires las circunstancias, sino a Cristo.
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Hechos
por Roberto Sánchez
“Soberano Señor, tú eres el Dios que hiciste el cielo y la tierra, el mar y todo
lo que en ellos hay;... Y ahora, Señor, mira sus amenazas, y concede a tus
siervos que con todo denuedo hablen tu palabra...” (Hch. 4:24b-30).
Lo que sucedió como antesala de esta oración modelo es que Pedro y Juan
sanaron a un cojo (Hch. 3:1-10) y, a continuación, predicaron el evangelio de
Jesucristo (3:11-26). Como consecuencia, muchos creyeron (4:4). Sin embar-
go, la conmoción que causaron hizo que los líderes religiosos arrestaran a los
dos apóstoles (4:1-4). Después de un intenso interrogatorio, los amenazaron
y los dejaron ir (4:23-31). Pedro y Juan regresaron a los creyentes en Jerusalén
y les relataron lo sucedido.
Respondiendo adecuadamente
En lugar de atemorizarse y ceder, la iglesia oró. Esa es la actitud adecuada. Es
lo que Dios desea que todo cristiano haga. Era la voluntad de Dios que pre-
dicaran y cumplieran su misión. No podían dejar de hacerlo, tal como Pedro y
Juan afirmaron a los líderes religiosos (4:19-20). Por eso acudieron en oración
al único que estaba en control.
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La iglesia estaba consciente del peligro de ser encarcelados y castigados. Jesús
acababa de ser crucificado. El riesgo era latente. Realmente se estaban jugan-
do la vida. Sin embargo, la iglesia no respondió con temor o ansiedad, sino
que acudió al Señor en oración.
La base de la oración
Lo primero que la iglesia reconoció en su oración es que Dios es sobe-
rano (4:24). “Soberano Señor” viene de la palabra “déspota” que implica pleno
poder y autoridad. Ellos sabían quién era Dios y quiénes eran ellos. “Déspota”,
cuando se atribuye a un humano, tiene una connotación negativa; sin embar-
go, cuando es dirigida a Dios es positiva, ya que enfatiza el poder ilimitado de
Dios (Lc. 2:29; 2 Ti. 2:21; 2 P. 2:1; Jud. 4; Ap. 6:10).
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La petición
Con base en lo anterior, presentan su caso: “Y ahora, Señor, mira sus amena-
zas, y concede a tus siervos que con todo denuedo hablen tu palabra, mien-
tras extiendes tu mano para que se hagan sanidades y señales y prodigios me-
diante el nombre de tu santo Hijo Jesús” (4:29-30). La iglesia oró sabiendo
que él estaba en control y que era su voluntad que los apóstoles siguieran pre-
dicando la palabra. Por eso pidieron valentía y que Dios estuviese con ellos
validando el mensaje que proclamarían. Dios respondió fielmente: “Cuando
hubieron orado, el lugar en que estaban congregados tembló; y todos fueron
llenos del Espíritu Santo, y hablaban con denuedo la palabra de Dios” (4:31).
Ellos no pidieron ser librados de la hora de la prueba, no pidieron juicio para
sus opositores, sino pidieron valentía para hacer su labor.
Para reflexionar
En el momento de la prueba no permitas que la duda y la incredulidad
asechen tu mente. Busca depender de Dios en oración sabiendo quién es él y
reconociendo que será fiel en cuidar de ti.
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Romanos
por Alberto Solano
“Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables
con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse” (Ro. 8:18).
La gracia de Dios
Pero ¿por qué prometería Dios todas estas cosas siendo como eres? Todo hom-
bre, habiendo nacido con una naturaleza caída y perdida (Ro. 5:12), odia a
Dios, ama el pecado y no puede hacer lo bueno (3:10-18). Por ende, merece
un castigo eterno bajo la eterna ira del Señor (1:18; 3:23; 6:23). Pero, a pesar
de que merecías la muerte y condenación (6:23), Dios, por su gracia y amor,
te redimió del pecado (5:8), te declaró justo delante del Padre (3:24-25) y
te adoptó por gracia mediante la fe (8:15). Ahora no te llama enemigo, sino
“[hijo] de Dios” (8:13, 16, 19, 21), y como hijo, eres heredero, es decir, tienes
derecho a la glorificación futura, cuando se completarán todas las promesas
por las cuales Jesús te dio salvación (8:17, 30). ¡Eso es la gracia de Dios!
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La fidelidad de Dios
Por eso, aunque en medio de los sufrimientos sea difícil pensar en otra
cosa que “las aflicciones del tiempo presente” (8:18), puedes estar seguro de
que Dios es fiel (Dt. 7:9) aun en tu debilidad (2 Ti. 2:13). Puedes, como dice
Pablo, “[tener] por cierto” (Ro. 8:18) que esta esperanza es verdadera e inque-
brantable, aunque el llanto continúe por un momento más. Aun frente al trago
de tristeza más amargo, puedes estar convencido d e que “ni la muerte, ni
la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir,
ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada [te] podrá separar del
amor de Dios, que es en Cristo Jesús [tu] Señor...” (Ro. 8:38-39).
Para reflexionar
Así como puedes estar seguro de que habrá aflicción en tu vida, puedes estar
seguro de la fidelidad de Dios en tu vida. Nada podrá separarte de él. Un día
él hará todo nuevo y estarás con él.
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1 Corintios
por Daniel Puerto
Muchos han tratado de negar que Jesús vivió, pero han quedado avergon-
zados ante la irrefutable evidencia histórica que confirma su vida y muerte
en la cruz. Muchos también, no logrando negar la vida y muerte de Jesús,
han presentado teorías para negar su resurrección, para negar la tumba vacía.
Hay quienes afirman que Cristo no murió realmente en la cruz, sino que se
desmayó. Unos sugieren que hubo personas que tomaron el cuerpo de Jesús
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para deshacerse de él. Otros piensan que quienes visitaron la tumba se equi-
vocaron de lugar. Algunos creen que realmente nadie constató que la tumba
estaba vacía. Mientras que otro grupo de personas alega que nadie vio a Jesús
sino fueron meramente alucinaciones.
La palabra “primicias” significa “primeros frutos”. Esta es una palabra que ha-
cía referencia a los primeros frutos que se obtenían al comienzo de la cosecha.
Los israelitas se presentaban en el templo para traer la ofrenda de las primicias,
la cual garantizaba al pueblo que el resto de la cosecha vendría.
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Cristo es las “primicias”. Él murió y tres días después se levantó, saliendo de la
tumba para nunca más ver la muerte. Su resurrección te garantiza que habrá
una cosecha. Viene un día en el que todo el pueblo de Dios será resucitado
para vida y entrará en el reino de Dios. Para Pablo, la resurrección de Cristo
representó el comienzo de algo grande. Su resurrección solamente es el pun-
to de partida de la resurrección de los redimidos. Cuando Cristo se levantó
de los muertos él garantizó el resto de la cosecha. Un día, todos los que han
puesto su fe en él tendrán cuerpos glorificados y serán como él.
Tu esperanza
Mientras algunos ponen su esperanza en el avance de la ciencia y en la crió-
nica, ¿dónde está tu esperanza? Ante el dolor y la adversidad, ante la enferme-
dad y la traición de amigos, ante la corrupción de las autoridades y la pérdida
de empleo, ante el sufrimiento y la muerte, tú puedes poner tu esperanza en
el Salvador, Jesucristo, quien sufrió, se enfrentó a la muerte y la venció para
siempre.
Para reflexionar
¡Qué gran esperanza tienes en Jesús! Así como él resucitó, resucitarás para
vivir eternamente con él. Confía en que él será fiel en cumplir su palabra, sos-
tenerte hasta el final y llevarte a la gloria.
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2 Corintios
por Heber Torres
En su segunda carta a los corintios, Pablo relata cómo había sido maltrata-
do por causa del evangelio, siendo azotado, encarcelado y perseguido hasta el
punto de huir para salvar la vida (1:8; 6:4-5; 11:24-27). Pero este no fue el
único desafío que el apóstol tuvo que enfrentar. Los mismos creyentes a los
que se había dedicado de manera abnegada son los que ahora cuestionan su
llamado, rechazan su enseñanza e incluso lo desprecian por su apariencia física
(11:5-7; 12:11-12; 10:10). Y si los ataques enemigos y las descalificaciones
de sus propios “hijos espirituales” no fueran suficiente carga, Pablo confiesa
estar preocupado también por la salud espiritual de las demás iglesias (11:28).
Pablo hace pública su profunda tristeza (2:4, 10, 13). En cuestión de meses se
quedó prácticamente solo y tenía que defender su apostolado ante aquellos que
se habían convertido como resultado de su predicación. Pero lo que estaba
en juego no era simplemente su reputación o bienestar personal, sino el
nombre del Dios que lo había comisionado. Sin embargo, la actitud del após-
tol resulta tremendamente ejemplarizante. ¿Qué es lo que permitió a Pablo
perseverar en la adversidad? Una de las grandes lecciones que aprendemos en
esta epístola es que la capacidad de resistir tiempos difíciles no se encuentra
en nosotros, ni tampoco en otros, sino únicamente en Dios. A pesar de contar
con una trayectoria única en su haber, en el día de la prueba el apóstol no apeló
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a sus logros, ni tampoco a sus habilidades. La suficiencia de Pablo estaba en
Dios (3:5), manifestada particularmente por su palabra, su persona y su poder.
Su palabra
Casi al principio de su discurso, el apóstol realiza una afirmación categórica:
“Dios es fiel” (1:18). Muchos creyentes de Corinto le habían fallado. Varios
de sus compañeros de ministerio lo habían abandonado. Algunos de los após-
toles lo habían decepcionado. Incluso él mismo reconocía tener razones para
avergonzarse. Pablo es consciente de su propia fragilidad. ¡Sólo era un vaso de
barro! (4:7). Sin embargo, Pablo confirma que hay uno del que sí se puede
fiar. Y esta confianza encuentra su razón de ser en la Palabra de Dios. Dios es
fiel, y siempre cumple con sus compromisos (Nm. 23:19). Dios es fiel, y nun-
ca yerra en sus propósitos (He. 6:17-18). Dios es fiel, y su palabra también lo
es (1 P. 1:24-25). Meditar en las promesas de Dios te ayudará a enfrentar el
presente con esperanza y valor (4:16-18).
Su persona
La Biblia enseña que la fidelidad es un rasgo distintivo del carácter de Dios.
Y este sería argumento suficiente para que deposites en él toda tu confianza.
Pero el mismo apóstol aclara que la fidelidad de Dios se ve ratificada de ma-
nera singular en la persona de Jesucristo (1:21). Cristo confirma la fidelidad
de Dios de forma visible y cuantificable (4:4, 6). En la persona de Cristo se
observa a un Dios dispuesto a sacrificar a su amado Hijo, castigándole a él para
reconciliar consigo mismo a rebeldes pecadores como tú y como yo (5:14-21).
En la persona de Cristo contemplas la gloria de Dios, y eres progresivamente
transformado a su imagen (3:18). Y en la persona de Cristo anticipas lo que
Dios hará el día en que también seas resucitado (4:14). Pablo afirma que
los creyentes están “atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas
no desesperados; perseguidos, mas no desamparados; derribados, pero no des-
truidos; llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús,
para que también la vida de Jesús se manifieste en [sus] cuerpos” (4:8-10).
Recordar lo que Dios ha hecho por medio de Cristo elevará tu mirada hacia lo
eterno y te mantendrá firme y seguro en el temor del Señor (7:1).
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Su poder
Dios promete cuidar de los suyos, pero además tiene el poder para hacerlo.
Sin embargo, igual que Pablo, solo en la medida que reconozcas tu vulnerabi-
lidad llegarás a experimentarlo (12:9). Así como la luz brilla más fuerte cuan-
to más oscura sea la noche, el poder de Dios se hace más visible cuanto más
evidentes son tus flaquezas (11:30). Tu gloria está en tu Señor. Y del mismo
modo que los triunfos del pasado no garantizan las victorias del presente, tus
vivencias del ayer resultarán poco ventajosas hoy sin el poder capacitador de
Dios, un poder concedido únicamente por gracia a los que se apoyan sola-
mente en él. Aquel que se refugia en el Señor reconoce su fragilidad, pero
afronta cada situación asentado en la roca inamovible, sabiendo que no existe
tormenta capaz de dañarla, ni viento alguno lo suficientemente fuerte como
para desplazarla.
Para reflexionar
Agradece a Dios por su fidelidad revelando su Palabra y a Cristo, tu salvador.
Él es fiel y poderoso para sostenerte firme a pesar de las tormentas que azoten
tu vida. ¡Aférrate a él!
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Gálatas
por Michel Galeano
“Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de
mujer y nacido bajo la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de
que recibiésemos la adopción de hijos. Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros
corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre!” (Gá. 4:4-6).
Por años las promesas de Dios han sostenido a miles de creyentes en toda
circunstancia y a pesar de las circunstancias. Pero ¿por qué son confiables las
promesas de Dios? Porque todo lo que Dios promete está relacionado con
quién es él. Entonces, solo será posible confiar en las promesas de Dios si
conoces quién es Dios. No hay atajos. Solo haciendo eso podrás soltar toda
falsa esperanza y deleite fuera de Dios, para aferrarte a toda verdadera pro-
mesa de Dios que te llevará a confiar en Dios.
La verdad
El apóstol Pablo escribe su carta “a las iglesias de Galacia” (Gá. 1:1) —lo
que hoy se conoce como Turquía—, en donde se encontraban las ciudades
que él visitó en su primer viaje misionero (Hch. 13–14). Estas iglesias, al
pasar del tiempo, se vieron afectadas por falsas enseñanzas. Por eso Pablo
considera necesario recordarles el corazón del evangelio, la obra perfecta de
25
Cristo. Pablo hace esto entendiendo que la Biblia presenta el plan de Dios
para que su nombre sea glorificado trayendo salvación por medio de su Hijo
y adoptando a muchas personas para que sean perdonadas y llenas del amor
de Dios a través del Espíritu Santo (Ro. 5:5).
Al leer la Biblia aprendes acerca de cómo Dios es fiel y poderoso para cum-
plir lo prometido. Él nunca faltó a su palabra y siempre cumplió todo
lo que prometió. Esto es muy importante para ti, en especial cuando te
encuentres en situaciones de aflicción. En esos momentos, debes recordar
que tu Dios es fiel a sus promesas. No dudes nunca de la verdad de su palabra.
La confianza
Quizás alguien se pregunte si Dios puede cambiar o alterar sus promesas.
Eso sucedió en el tiempo en que Pablo escribió Gálatas. Las iglesias de Ga-
lacia estaban siendo estorbadas en su carrera (Gá. 5:7) porque estaban siendo
enseñadas que tenían que circuncidarse y mantener la ley para ser hijos de
Dios. Por eso Pablo buscaba aclarar que estaban ahora bajo un nuevo pacto.
Dios no había cambiado o alterado su plan. No podían ni debían volver atrás
porque Dios no lo había hecho tampoco. Las promesas de Dios son fieles por-
que Dios es fiel. A diferencia de los hombres, él nunca rompe sus promesas.
Nunca se da por vencido ni necesita ayuda para cumplir. Nunca abandonará
sus pactos ni a las personas con las que ha pactado.
Por esa razón, Pablo afirmó lo siguiente: “Pero cuando vino el cumplimiento
del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, para
que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que [recibieras] la adop-
ción de [hijo]” (4:4-5). Este es el cumplimiento de Dios a su promesa de
Génesis 3:15. Dios levantaría y cuidaría al descendiente de Eva que haría
guerra con la serpiente y la vencería. Dios revelaría a la simiente (3:16) que
vendría para asegurar el cumplimiento y disfrute de las promesas que traería
el nuevo pacto ( Jer. 31:31-34). Fue Cristo quien trajo ese nuevo pacto y sus
bendiciones. Él da a sus hijos un nuevo corazón, perdonándolos una vez y
para siempre por la obra sustitutiva de Cristo. Por eso, Dios no se acordará
más de tus pecados. ¡Qué Dios más glorioso y qué promesas más gloriosas!
26
La certeza y garantía
Eres heredero de Dios en Cristo. Por eso Pablo dice lo siguiente en 2 Co-
rintios 1:20: “Porque todas las promesas de Dios son en él Sí, y en él Amén,
por medio de nosotros, para la gloria de Dios. Y el que nos confirma con
vosotros en Cristo, y el que nos ungió, es Dios, el cual también nos ha sellado,
y nos ha dado las arras del Espíritu en nuestros corazones”. Esta es la razón
por la que puedes aferrarte al Dios de promesas: Cristo te compró para hacerte
cada vez más como él para su gloria. Además, te ha sellado con su Espíritu
como garantía de lo que hará.
Para reflexionar
Puedes confiar en Dios. Él nunca ha fallado ni ha cambiado de opinión. Él
envió a su Hijo para darte vida, haciéndote su heredero y poniendo su Espí-
ritu en ti como garantía de tu redención.
27
Efesios
por Henry Tolopilo
Los políticos prometen cosas que no cumplen. Parece difícil imaginar a al-
guien que siempre haya cumplido su palabra al pie de la letra. Pero a dife-
rencia del hombre, Dios sí cumple sus promesas. Él nunca promete algo que
no pueda cumplir (Ro. 4:21), tiene el poder para garantizar que se cumpla y,
además, es fiel (Heb. 10:23).
La herencia
Dios promete una herencia eterna con Cristo en gloria para el creyente: “En
él asimismo tuvimos herencia” (Ef. 1:11). El fundamento de tu herencia es él,
Jesucristo. Fuera de él, lo único que puedes esperar en el futuro es condena-
ción eterna ( Jn. 3:17-18; Hch. 4:12). Dios derrama bendiciones temporales
sobre todas sus criaturas, “justos e injustos” (Mt. 5:45), pero bendice espiritual
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y eternamente solo a los suyos, a los que están “en Cristo” (Ef. 1:1, 3, 4, 6-7,
10, 11-14).
Para Pablo, estar “en Cristo” describe la unión espiritual que existe entre Cris-
to y aquellos que le pertenecen. Es una unión real y milagrosa. Fuiste iden-
tificado con Cristo en su muerte y resurrección (Ro. 6:3-6). Moriste con él
y tu pecado fue pagado (6:7). Por esa identificación es que el apóstol dice
que tienes una herencia (Ef. 1:11, 14). Aunque no has alcanzado la gloria y,
aunque la herencia final es todavía futura, Dios lo considera una realidad tal
que afirma que ya la obtuviste. Es un hecho incontrovertible. Tu unión con
Cristo es tal que, aunque no hayas experimentado el cielo, ya eres parte de esa
realidad (2:6).
La elección
La herencia que tienes en él es porque fuiste “[predestinado] conforme al
propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad... para
alabanza de su gloria” (Ef. 1:11-12). Esto no fue un accidente. No lo escogiste
tú. Dios te escogió desde “antes de la fundación del mundo” (1:4). Dios lleva
a cabo sus planes de acuerdo con su propósito soberano en todos los aconteci-
mientos pasados, presentes y futuros (Is. 46:9-11). Por eso puedes vivir seguro
y confiado, independientemente de las circunstancias.
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Dios, desde el comienzo hasta el fin, lleva a cabo su poderosa obra de salva-
ción. No puedes jactarte. La obra es de Dios y la gloria es suya (Ef. 1:12). Dios
no comparte su gloria con nadie. Él es el único digno de recibir gloria.
La garantía
Finalmente, el apóstol afirma que tienes otra certeza: “En él también voso-
tros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y
habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa”
(1:13). En él, recibiste el sello del Espíritu Santo, el Consolador prometido
por Jesús. El Espíritu Santo morando en ti es la garantía de tu redención
futura (1:14). ¡Qué glorioso y qué esperanza! Dios es fiel y tiene cuidado de
cada detalle de tu salvación. Solo debes responder en fe y creer.
En línea con lo que dijo en el versículo 12, Pablo afirmó a los romanos que “la
fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios” (Ro. 10:17). La fe viene como
una respuesta positiva al mensaje del evangelio de Jesucristo. La fe es la res-
puesta del hombre al propósito de Dios. La elección de Dios de los suyos se
observa en la respuesta de ellos por medio de la fe. Tú creíste el evangelio —
las buenas nuevas— de salvación después de escuchar la verdad de su Palabra.
Por eso ahora vives por fe, y no por obras, aunque las obras son pruebas de tu
fe: “Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las
cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas” (Ef. 2:10).
Para reflexionar
Dios es fiel en salvar a los suyos para sí mismo. En él tienes una herencia
incorruptible. Habrá pruebas y dificultades, pero debes confiar en él y tener
esperanza de la herencia que ganó para ti.
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Filipenses
por Roberto Sánchez
“Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios
en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo
entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos
en Cristo Jesús” (Fil. 4:6-7).
La paradoja
El libro de Filipenses es fascinante en su carácter paradójico respecto del
sufrimiento y el gozo. Existe una tensión entre el sufrimiento y el gozo que
se ve en la vida de Pablo, sus asociados y en Cristo. Por eso Pablo afirmó ca-
tegóricamente lo siguiente: “Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo:
¡Regocijaos!” (Fil. 4:4). Sin embargo, en la cultura actual, el sufrimiento y el
gozo son antagónicos, son polos opuestos que no se relacionan en lo absoluto.
El sufrimiento se ve con pesimismo y el gozo no es más que una experiencia
alegre en la vida de una persona. Como el sufrimiento no es algo alegre, es
impensable que el sufrimiento y el gozo vayan de la mano. Sin embargo, para
Pablo, el gozo y la estabilidad espiritual no es circunstancial sino un asunto
de convicción.
31
El problema
Pablo manda a los filipenses a no “[estar] afanosos” (Fil. 4:6) por nada. El afán
tiene que ver con la ansiedad. La ansiedad surge cuando tu fe y confianza en
Dios es mermada. El afán distrae tu mente de las cosas que son importantes
e implica estar intranquilo, preocupado y nervioso hasta un punto tal que te
controla. Es paradójico que a medida que nuestra sociedad occidental crece
económicamente, crece también la ansiedad. Hoy hay más pánico, más inse-
guridad, más dolores de cabeza, entre otras cosas. Por eso, a la ansiedad se la
ha llamado “el matador silencioso”.
El antídoto
La cura para la ansiedad no es medicina, tampoco es tener toda tu vida en
orden. La respuesta para la ansiedad es la oración. La preocupación y la an-
siedad se enfocan en las circunstancias; sin embargo, la oración se enfoca
en Dios. La ansiedad no alcanza nada, pero la oración “puede mucho” (Stg.
5:16). En lugar de afanarte, Pablo te invita a tomar el antídoto a la ansiedad:
la oración.
El antídoto paulino para el afán es el siguiente: “sino sean conocidas [tus] pe-
ticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias” (Fil.
4:6). La idea es que en toda oportunidad y circunstancia vengas ante Dios
en oración. Pablo habla de la importancia de la oración usando tres palabras
clave: peticiones, oración y ruego. Esto tiene que ver con una insistencia en la
oración, con orar siempre y no desmayar (Lc. 18:1-8; 1 Ts. 5:17). La respuesta
no está en el psicólogo, sino en el Dios soberano que tiene el control del cielo
y de la tierra. Orar es aceptar la soberanía de Dios en tu vida; es agradecerle
por lo que permite en tu vida. Jesús dijo: “Estas cosas os he hablado para que
en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido
al mundo” ( Jn. 16:33). Debes confiar en él y no preguntar tanto que termines
confundido. Depende de él.
Además, parte del antídoto es no solo acercarte a Dios en oración, sino ha-
cerlo “con acción de gracias” (Fil. 4:6) Esta dimensión acentúa la soberanía
de Dios. Tu convicción debe ser: “[Dar] gracias en todo, porque esta es la
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voluntad de Dios para [ti] en Cristo Jesús” (1 Ts. 5:18). Esta actitud de agra-
decimiento es aceptar la soberanía de Dios en tu vida. El resultado no será
otra cosa, sino “la paz de Dios” (Fil. 4:7) en tu vida. Lo que necesitas en el
momento de la prueba no es que tus problemas desaparezcan, sino que la paz
de Dios se haga presente en tu vida. La característica de la paz de Dios es “que
sobrepasa todo entendimiento” (4:7) humano. Esta paz no es fabricada por el
hombre, no es un tratado firmado por dos partes en contienda, ni tampoco
la ausencia de conflicto. La verdadera paz es una provisión divina. Esa paz se
encuentra solamente delante de Dios en oración constante, con un corazón
agradecido. La paz de Dios “guardará [tu corazón] y [tus] pensamientos en
Cristo Jesús” (4:7). Gózate en él.
Para reflexionar
Pon tu mirada en Jesús y no en las circunstancias. En el momento de la prue-
ba, aférrate a él y clama a él que te sostenga y que traiga paz y gozo a tu vida.
Huye de la ansiedad y confía en él.
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Colosenses
por Aaron Gibson
La suficiencia de Jesús
Cuando los autores del Nuevo Testamento apuntan hacia lo que Dios te ha
dado, te están recordando la fidelidad de Dios hacia ti. Todas las buenas dá-
divas de Dios son expresiones de su compromiso eterno para contigo. Cada
regalo que te da es un testimonio de su implacable fidelidad al cumplir cada
promesa que ha hecho. Y, por supuesto, nunca se hace más clara esa fidelidad
que en el cumplimiento de su mayor promesa y su mayor regalo: su Hijo
Jesucristo.
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La carta de Pablo a los colosenses es una celebración de la fidelidad de Dios al
darte un Salvador todo suficiente. De hecho, el tema de Colosenses se puede
resumir así: Jesús es suficiente. En Colosenses, Pablo expone esa suficiencia con
dos enfoques. Primero, lo que Jesús es y ha hecho, y segundo, lo que eso im-
plica para ti. Esos dos enfoques se resumen en Colosenses 2:9-10.
Completo en él
Y ¿qué implica esa plenitud de Jesús para ti? Pablo termina su declaración
de la plenitud de Cristo en Colosenses 2:9-10 con estas palabras: “y vosotros
estáis completos en él”. La mayor expresión de la fidelidad de Dios es que te
ha dado un Salvador todo suficiente. No solamente agradó al Padre que en él
habitase toda plenitud (1:19). También agradó al Padre darte a Cristo para
que compartieras de su plenitud. Todo lo que Jesús es, te ha sido regalado.
Cuando Pablo dice que estás completo en él (2:10), está diciendo que toda la
plenitud de Jesús está disponible para ti.
Estas son las mejores noticias posibles. Cuando Adán pecó en el huerto de
Edén, la raza humana “descendió” a una existencia de pecaminosidad e iniqui-
dad, eternamente separados de Dios y de su vida. Sin Cristo el ser humano es
incapaz de salvarse a sí mismo y está en una condición de pobreza y conde-
35
nación. El ser humano pecaminoso no tiene suficiencia propia, solo un vacío
espiritual. Está en bancarrota, total y completamente arruinado en cuanto a
su vida espiritual y su posición delante de Dios.
¿Qué implicaciones prácticas tiene lo anterior? Implica que tu vida está es-
condida con Cristo en Dios (3:3). No existe ningún peligro o amenaza que te
pueda destruir. Cualquiera que sea tu situación, estás seguro y completo en él.
En él “están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento”
(2:3) y en él esos tesoros son tuyos. No existe ningún recurso espiritual que
no esté disponible para ti en Cristo. En él tienes todo lo que necesitas para
la vida y la piedad (2 P. 1:3). Tu vida y tu destino eterno están firmes. Él es la
expresión máxima de la fidelidad de Dios hacia su pueblo.
Para reflexionar
En Cristo tienes todo y estás completo. Él es fiel y suficiente para tu vida.
Puedes y debes confiar en él. Tu seguridad, satisfacción, esperanza y gozo
deben estar puestas en Cristo siempre.
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1 Tesalonicenses
por David González
“
Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu,
alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor
Jesucristo. Fiel es el que os llama, el cual también lo hará” (1 Ts. 5:23-24).
Algo similar sucede en la vida cristiana. En breve tendrás que “estrechar las
manos” del Rey de reyes y ¿cómo lo vas a hacer? Esta es la preocupación de
Pablo en 1 Tesalonicenses 5:23-24. El apóstol concluye su carta intercedien-
do por la santificación de sus hermanos. Su anhelo es que los creyentes sean
hallados santos en la venida de Cristo, y por eso ora por su santificación com-
pleta enfatizando tres verdades.
El autor de la santificación
En primer lugar, el autor de la santificación es Dios. El versículo 23 enfatiza
que la acción de santificar pertenece al Dios de paz. Es el mismo Dios que
proveyó tu reconciliación con él por medio de Cristo quien ahora hace la obra
de santificación en tu vida. Y el apóstol ora para que Dios santifique a los
tesalonicenses.
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La Escritura te exhorta a la santidad. La voluntad de Dios es tu santificación
y ésta implica ciertas acciones en tu vida para que te apartes del pecado y
obedezcas a Dios (1 Ts. 4:3-8). Dios te llama a la santificación y no debes des-
echarlo, sino que como aquel que nos llamó es santo, debes también ser santos
en toda tu manera de vivir (1 P. 1:14-16). Pero esta santificación es producida
por Dios. Él es el autor (Fil. 2:12-13). Dios obra en tu vida, produce el que-
rer y el hacer, para que te apartes del pecado y le obedezcas a fin de que seas
conformado a la imagen de Cristo (2 Co. 3:18). Eres transformado por Dios.
El alcance de la santificación
En segundo lugar, el alcance de la santificación es total, de todo tu ser por
completo. Nota que el versículo 23 dice “por completo” indicando que el pro-
pósito es alcanzar la madurez completa al final del proceso, cuando llegues a
la meta. Y el apóstol añade “todo [tu] ser” (5:23) para indicar que la santifica-
ción afecta a todo íntegramente, sin falta, completamente. Tu santificación no
solo es completa por alcanzar la meta en ese día glorioso, sino que también es
completa porque abarca todo tu ser.
Y Pablo, en su deseo de orar por la completitud de la santificación, menciona
la tríada “espíritu, alma y cuerpo” (5:23), no con la intención de hacer una
partición del ser humano, sino con el propósito de enfatizar nuevamente que
todo será santificado. Se observa la misma idea de completo en muchos otros
pasajes de la Escritura (Dt. 6:4-5; Mt. 22:37; Mr. 12:30). El apóstol Pablo
no está distinguiendo las partes del ser humano, sino mostrando que la san-
tificación será completa. De hecho, el espíritu y el alma se usan de manera
intercambiable en muchos pasajes de la Escritura para referirse a lo inmate-
rial del ser humano en contraste con lo material. Dios no solo santificará lo
inmaterial sino también lo material, nuestro cuerpo. Por eso, el apóstol Pablo
dice que esperamos al Señor Jesucristo, “el cual transformará el cuerpo de la
humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya” (Fil.
3:21). La santificación que Dios hace y va a hacer contigo es completa, lo
abarca todo.
La seguridad de la santificación
En tercer lugar, la seguridad de tu santificación radica en el mismo carácter de
Dios. Es su fidelidad la que asegura nuestra santidad completa. El versículo
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24 afirma que Dios es fiel y por lo tanto él lo hará. El hecho de que Dios sea
“fiel” (1 Ts. 5:24) indica que es alguien digno de confianza, alguien en cuya
palabra se puede creer y confiar.
Para reflexionar
Regocíjate en la verdad de su palabra. Fiel es quién te ha llamado y quién te
va a sostener hasta el final. ¡Qué hermosa verdad! En los momentos difíciles,
recuerda que él te sostiene fielmente.
39
2 Tesalonicenses
por Evis Carballosa
“Así que, hermanos, estad firmes, y retened la doctrina que habéis aprendido,
sea por palabra, o por carta nuestra. Y el mismo Jesucristo Señor nuestro,
y Dios nuestro Padre, el cual nos amó y nos dio consolación eterna y buena
esperanza por gracia, conforte vuestros corazones, y os confirme en toda buena
palabra y obra” (2 Ts. 2:15-17).
El problema
Después de que Pablo salió de Tesalónica, comenzó una gran persecución de
los creyentes. Muchos eran asesinados por sus perseguidores (2 Ts. 1:4), por
eso Pablo señala que Dios juzgará a los que persiguen a los creyentes (1:9-10).
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Los creyentes en Tesalónica estaban preocupados porque pensaban que ya
estaban dentro de la Gran Tribulación. Pensaban que el arrebatamiento había
ocurrido y que ellos habían sido dejados en la tierra y, por lo tanto, tendrían
que pasar por esa “hora de la prueba” (Ap. 3:10). Con esa excusa, otros ya no
querían trabajar y estaban siendo carga para la iglesia.
Esa es la razón por la que Pablo advierte a los tesalonicenses que no están
en el día del Señor (2 Ts. 2:1-17). El día del Señor, tal como aparece en el
Nuevo Testamento, equivale al “día de Jehová”, mencionado por primera vez
en Amos 5:18. Dicha designación se repite decenas de veces en el Antiguo
Testamento. Incluye los juicios de la Gran Tribulación, la venida en gloria del
Mesías, el juicio final y la creación de los nuevos cielos y la nueva tierra.
La aclaración
Pablo pide lo siguiente a sus lectores “respecto a la venida [del] Señor Jesu-
cristo” y a la reunión de los santos con él (2 Ts. 2:1-2): “No [se dejen] mover
fácilmente” (2:2) por ningún medio. El apóstol, de manera enfática, les dice
que no estaban viviendo dentro de ese período de tiempo. No debían ser
engañados (2:3) y debían ceñirse a lo que él les había enseñado desde el prin-
cipio (1 Ts. 5:1-11).
Luego Pablo dice que el “[día del Señor] no vendrá sin que antes venga la
apostasía, y se manifieste el hombre de pecado, el hijo de perdición” (2 Ts.
2:3). Ese “hombre de pecado” o “el hombre sin ley” tiene que ver con “el an-
ticristo” (1 Jn. 2:18), que será el representante de Satanás en la tierra en los
postreros días. Intentará usurpar el lugar del verdadero Cristo, proclamando
que es Dios y que tiene derecho a sentarse en “el templo de Dios como Dios,
haciéndose pasar por Dios” (2 Ts. 2:4). Estas cosas aún no habían pasado, pero
Dios sería fiel en cumplir su palabra y no los dejaría solos.
41
debían desmayar. Debían perseverar y permanecer fieles. Dios sería fiel en
cumplir su palabra. Un día, él traerá “retribución a los que no conocieron a
Dios, ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo” (1:8), así como
reposo a los suyos, “cuando se manifieste el Señor Jesús desde el cielo con los
ángeles de su poder” (1:7).
La esperanza
Pablo termina con una sobria exhortación a los tesalonicenses (2:13-17), re-
cordándoles que Dios los había elegido para salvación mediante el Espíritu
Santo y “la fe en la verdad” (2:13). Dios los llamó por el evangelio de la gra-
cia que escucharon a través de Pablo (2:14). Por eso, los exhorta a retener la
doctrina que les había enseñado (2:15). No debían desviarse, sino que debían
permanecer firmes en la verdad de su Palabra.
Además, el apóstol les recuerda que el Señor es fiel a todas sus promesas y que
cumplirá todo lo que ha prometido (2:16-17). Él los amaba y les había dado
“consolación eterna y buena esperanza por gracia” (2:16). Su esperanza estaba
en él, por eso en el versículo anterior les manda a estar firmes en la verdad.
Aún en medio de la aflicción y la desesperanza, debían confiar en él y esperar
en él. Jesucristo confortaría sus corazones y los confirmaría “en toda buena
palabra y obra” (2:17).
Para reflexionar
Es el momento de la aflicción donde se prueba tu fe. Confía en Dios y aférrate
a su palabra, sabiendo que en él estás completo y seguro. No temas, y confía
en aquel que es fiel para siempre.
42
1 Timoteo
por Mateo Bixby
“Palabra fiel es esta, y digna de ser recibida por todos” (1 Ti. 4:9).
¿Alguna vez has intentado servir a Dios y te has encontrado con pro-
blema tras problema? Eso puede desanimarte mucho. Seguramente
—como muchos— das por sentado que los problemas son de esperar cuando
alguien está alejado de Dios. No imaginas que si estás sirviendo a Dios pueda
haber problemas. Por eso, cuando las cosas van mal, puedes sentirte agraviado.
En esas ocasiones, parece no haber explicación e incluso puedes verte tentado
a pensar que Dios no está siendo fiel a sus promesas.
Cuando el apóstol Pablo lo dejó en Éfeso para pastorear la iglesia (1 Ti. 1:3),
Timoteo probablemente pensó que su sueño se hacía realidad. Sin embargo,
de inmediato se tornó en pesadilla ya que tuvo que enfrentarse a una serie in-
terminable de problemas: había personas que enseñaban falsa doctrina (1:3);
la iglesia estaba llena de divisiones y disputas (1:4); había problemas con las
viudas en la iglesia (5:3-16); además, tenía que lidiar con los ancianos y diáco-
43
nos de la iglesia, ya que algunos no estaban actuando de acuerdo a su posición
(3:1-13). Timoteo encontraba esta última tarea particularmente complicada
porque muchos lo menospreciaban por su timidez y juventud (4:12). Los pro-
blemas habían crecido a tal grado que Timoteo tenía problemas de salud a
pesar de su juventud (5:23). Seguramente pensarás que esto no debía ser así;
es decir, ¡servir a Dios debería ser más fácil!
La palabra fiel
Ante esta situación difícil, la ayuda para Timoteo llegaría en forma de una
carta que Pablo le escribió. El apóstol no solo quería instruirle sobre cómo
actuar en esa situación tan complicada, sino que también quería animarle
en medio de las dificultades. Hay una pequeña frase que se repite tres veces
en esta carta, que seguramente fue de ánimo para Timoteo, y oro que sea de
ánimo para ti también: “Palabra fiel” (1:15; 3:1; 4:9).
44
No tuvo nada que ver con tu mérito personal. Esa realidad sigue vigente en
tu vida después de la salvación, incluso cuando te encuentras en medio de
las pruebas. Dios no te escogió soberanamente para que luego tuvieras que
ganarte su favor y que pudiera extenderte misericordia. Él no te salvó para
luego abandonarte si no das la talla. Dios te salva por su misericordia y sigue
tratándote de esa manera. Eso nunca cambiará. Es una “palabra fiel”, una pa-
labra digna de tu confianza.
Para reflexionar
Qué bendito eres al tener la Palabra fiel de Dios que está disponible para ti.
Cuando tengas duda, acude a su palabra. Cuanto tengas temor e incredulidad,
acude a la fuente para fortalecer tu fe.
45
2 Timoteo
por Bruce Burkholder
47
Éste es uno de sus atributos primarios. Dios no puede responder de alguna
otra manera. Así que, en los momentos de gran temor, cuando respondas sin
fe, como creyente inmaduro, Dios no cambia su posición hacia ti. Estás seguro
en tu relación personal con él y sus promesas de protección y provisión. Dios
es fiel. Esto debe animarte a ti también.
Eres humano, así que, con toda seguridad, habrá momentos de temor. Lo
importante es cómo responderás a las circunstancias que el Señor te permita
enfrentar. Tal como Pablo dirigió la mirada de Timoteo a la fidelidad de Dios,
de la misma forma debes poner tu mirada en el Dios fiel.
Para reflexionar
Anímate a recordar continuamente ejemplos de la fidelidad de Dios a ti en
el pasado. Además, aférrate a textos de apoyo de la Palabra de Dios que te
recuerden su fidelidad y descansa en él.
48
Tito
por Moisés Gómez
“en la esperanza de la vida eterna, la cual Dios, que no miente, prometió desde
antes del principio de los siglos, y a su debido tiempo manifestó su palabra por
medio de la predicación que me fue encomendada por mandato de Dios nuestro
Salvador” (Tit. 1:2-3).
49
Dios es veraz
El fundamento de su promesa radica en su carácter: Dios es veraz. Por eso
Pablo se basa en “Dios, que no miente” (Tit. 1:2). El apóstol quiere fijar en
la mente de Tito —y Dios en la tuya— un aspecto del carácter de Dios que
muchas veces se olvida con facilidad. Dios no miente, Dios es veraz, todo lo
que él ha dicho es verdadero y todo lo que prometió se cumplirá.
El apóstol también quiere recordarle a Tito que esta esperanza fue revelada
en la predicación del evangelio que fue encomendado a Pablo: “y a su debido
tiempo manifestó su palabra por medio de la predicación que me fue enco-
mendada”. Es en el evangelio donde ves, de forma tangible, la verdad de quién
es Dios y la garantía de la vida eterna. El evangelio cambia tu manera de ver
50
y vivir el presente, y te transforma, dándote ojos para atesorar a Cristo y su
Palabra.
Para reflexionar
Saber que Dios es veraz te ayudará a atravesar cualquier dificultad, atesorar
la verdad de la palabra de Dios te ayudará a confiar en él, y el evangelio te
ayudará a combatir el desánimo y el dolor.
51
Filemón
por José Alcívar
“Porque quizá para esto se apartó de ti por algún tiempo, para que le recibieses
para siempre; no ya como esclavo, sino como más que esclavo, como hermano
amado, mayormente para mí, pero cuánto más para ti, tanto en la carne como en
el Señor. Así que, si me tienes por compañero, recíbele como a mí mismo”
(Flm. 15-17).
Quizás piensas que esta es una historia única e irrepetible. Casi parece sacada
de un cuento. Pero, si piensas más detenidamente, encontrarás que en realidad
esto sucede más a menudo de lo que se cree. ¿No es esto lo que le sucede a
cada creyente? El creyente pasa de un estado de muerte espiritual a ser here-
dero de un reino inconmovible. Esto es mucho mejor que lo que le sucedió al
joven holandés. La salvación es una historia única, increíble y milagrosa.
Un cambio radical
Un día, tú estabas muerto en delitos y pecados (Ef. 2:1). Sin Cristo, estabas
sin esperanza, totalmente desprovisto (2:12-13). No eras más que un men-
digo espiritual (Mt. 5:3), condenado a un terrible destino eterno (Ro. 3:23;
6:23a). Un día eras enemigo de Dios y al día siguiente, tienes libre acceso al
Padre, sentándote a su mesa, habiendo sido elevado a la categoría de hijo (Gá.
52
3:24). En un abrir y cerrar de ojos, gozas de una vida abundante y eterna ( Jn.
17:3). Este es un milagro que solo Dios puede hacer. Él te salvó, abriendo
un camino para un destino glorioso junto a él, haciéndote heredero de un
reino eterno. En él tienes garantizado un lugar en la casa del Padre (14:2), un
cuerpo glorificado sin padecimientos y la promesa de que toda lágrima será
enjugada (Ap. 21:4).
De esclavo a libre
Este contraste se resalta de una forma particular en la carta de Pablo a File-
món, cuando Onésimo, por la absoluta gracia de Dios, pasa de ser un esclavo
fugitivo a ser un valioso y estimado hermano en la fe. Filemón era un creyente
reconocido por su amor sacrificial hacia otros (Flm. 7). De hecho, la iglesia
de Colosas se reunía en su casa, en donde Onésimo, después de haber servido
como esclavo, había traicionado a su amo y había huido —muy probable-
mente robando y ofendiendo no solo a Filemón, sino a la iglesia que se reunía
en aquel lugar—. En la providencia de Dios, Onésimo conoce a Pablo y, por
medio de él, escucha el evangelio de la gracia salvadora de Dios por medio de
su hijo Jesucristo. Posteriormente, Pablo lo envía a Colosas de regreso, ante
Filemón y ante todos aquellos a los que había ofendido anteriormente. Pero
ahora hay una gran diferencia, puesto que Onésimo ya no debe ser visto como
un fugitivo y alguien indigno de confianza. En palabras del apóstol, debían
verlo “no ya como esclavo, sino como más que esclavo, como hermano amado”
(16). A pesar de lo que había hecho, en el momento en que Dios, en su infini-
ta gracia, salvó a este atribulado hombre, su vida cambió radicalmente. Pablo
lo amaba y anima a la iglesia en Colosas a hacer lo mismo.
De inútil a útil
Onésimo había pasado de ser un hombre a quién nadie le daría ninguna res-
ponsabilidad, a ser un entrañable hermano a quien Pablo trata con profundo
amor (13, 17-18, 20). El nombre Onésimo significa “útil” y en su escape había
demostrado ser todo lo opuesto. Pero ahora es considerado como un hermano
muy “útil” (11). Onésimo pasó de la situación más lamentable, a la posición
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más elevada a que un hombre podría aspirar. Pasó de ser esclavo y prófugo, a
ser heredero del reino de Dios y embajador de Cristo (2 Co. 5:20).
Pablo solicita que este hombre no sea tratado como un traidor, ni siquiera que
sea tratado como antes de salir de la casa, sino que reciba una estima mucho
más elevada: “recíbele como a mí mismo” (Flm. 12). La base de Pablo para
dicha solicitud es que si bien Onésimo había destruido la relación que había
tenido con Filemón, ahora este hombre había nacido de nuevo. No era el
mismo. El hombre que se fugó de Colosas con rumbo a Roma, no era aquel
que había vuelto (10-11). El poder transformador del evangelio lo había al-
canzado y ahora era un nuevo hombre, con nuevos afectos y nuevos deseos.
Había pasado de muerte a vida espiritual, y por eso debía ser tratado como un
coheredero de la salvación comprada por Cristo.
Dios es fiel
Meditar en las promesas eternas que has recibido por parte del Señor deben
fortalecen tu fe. Comprender que estas promesas son seguras debido a aquel
que es fiel, debe traer ánimo a tu vida. Escudriñar la constancia y firmeza
del carácter de Dios, debe llenar tu vida de profunda certeza, estando seguro
que aquel a quién Dios ha ofrecido salvación no podrá ser jamás separado
del amor infinito de Dios. El que es suyo, recibirá todas aquellas promesas
que Dios ha determinado para los que le aman (Ro. 8:38-39). Recuerda tu
herencia en Cristo a diario. Que esta verdad te fortalezca y te brinde valor y
confianza para enfrentar el breve sufrimiento que estás experimentando o que
experimentarás tarde o temprano en medio de esta vida ( Jn. 16:33), sabiendo
que la vida “es neblina” (Stg. 4:14).
Para reflexionar
No hay milagro más grande y glorioso que el corazón de un pecador transfor-
mado. Estás completo en Jesús. Estás seguro en él. Él va a cumplir su propó-
sito soberano en tu vida. Confía en tu Dios fiel.
54
Hebreos
por Josías Grauman
“para que... tengamos un fortísimo consuelo los que hemos acudido para asirnos
de la esperanza puesta delante de nosotros. La cual tenemos como segura y firme
ancla del alma, y que penetra hasta dentro del velo, donde Jesús entró por nosotros
como precursor, hecho sumo sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec”
(He. 6:17-20).
Un barco, al ser azotado por el viento y las olas del mar, fácilmente pierde su
rumbo; sin embargo, si está anclado, jamás puede moverse de ese lugar. Puede
que las olas golpeen fuertemente a los lados del barco. Puede que el viento rasgue
las velas. Pero jamás será movido. Esto hace que las palabras de Hebreos sean
aún más lindas. Tu ancla, en vez de ser echada al fondo del mar, fue llevada al
tabernáculo celestial, dentro del lugar santísimo, en la misma presencia de Dios
(6:19b)
Además, si tu ancla fue llevada dentro del velo, es porque alguien llegó al pro-
piciatorio. Cristo Jesús, tu precursor —el cordero inmaculado—, se ofreció a
sí mismo para pagar la deuda de todo tu pecado y ganar tu acceso permanen-
te. Un precursor es alguien que corre delante de otro grupo. En un contexto
náutico, esto da la imagen de alguien que lleva el ancla a la cabeza del embar-
cadero, en este caso, el lugar santísimo.
Cuando Cristo murió en la cruz, se rasgó el velo, dándote acceso a Dios. Pero
no sólo te dio libertad de entrar en la presencia de Dios, sino que lo garantizó.
Jesús, amarrado a los suyos, llegó al lugar santísimo y te ancló allí. Ningún viento
ni ola puede separarte de él.
A veces parece que nunca vas a llegar. La vida es difícil y parece que en ocasiones
te encuentras remando contra la corriente. Parece imposible, porque realmente
lo es. Nadie puede hacerlo en sus propias fuerzas. Por eso, Cristo, tu precursor,
se hizo hombre, entró en un barco, lo lanzó en tu río, remó contra corriente y,
siendo perfeccionado por la aflicción, llegó al lugar santísimo, anclando tu espe-
ranza firmemente allí.
¡Qué consuelo! ¡Qué confirmación más fuerte de que Dios cumplirá su pa-
labra! Confía en él puesto que él es fiel y cumple sus promesas. En él estás
seguro para siempre.
Para reflexionar
No quites nunca tu mirada del Señor. Él es y debe ser tu esperanza y sostén. En
él estás firme, anclado y seguro. Él abrió brecha, abrió el camino y su fidelidad
es incomparable. No temas.
57
Santiago
por Lucas Alemán
“Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas,
sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. Mas tenga la paciencia su
obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna”
(Stg. 1:2-4).
El gozo
La epístola de Santiago tiene mucho que decir sobre esto. Desde el principio,
Santiago “sacude” a sus lectores con un imperativo que es fácil de leer, pero difícil
de aceptar. Los exhorta a tener “sumo gozo” (Stg. 1:2) en medio de “la disper-
sión” como resultado de su identificación con Cristo (Stg. 1:1). En esencia,
los introduce a la gran paradoja de la vida cristiana: el gozo en el sufrimiento.
Nadie decide si va a pasar o no por pruebas y dificultades. Ni tampoco se pue-
den anticipar. Esto queda claro por la palabra “halléis” (Stg. 1:2) que conlleva
la idea de “caer en medio de” o “caer de modo que al hacerlo uno está rodeado
de algo”. Es decir, Cristo no te exime del sufrimiento y del dolor (1 P. 4:12-14).
Tarde o temprano serás emboscado como lo fue el hombre que iba de Jerusalén
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a Jericó (Lc. 10:30) y chocarás de frente como la nave en la que viajaba Pablo
(Hch. 27:41) con “diversas pruebas” (Stg. 1:2). Y por eso Santiago te exhorta a
reflexionar en lo más íntimo de tu corazón y a adoptar una actitud paradójica
de gozo genuino como resultado de esa reflexión. No te ordena a nunca entris-
tecerte por las dificultades de las pruebas, sino a tener una actitud no adulterada
con incredulidad. Pues, al fin y al cabo, Dios usa las pruebas y las dificultades
de la vida para tu beneficio.
La paciencia
El primer beneficio de las pruebas es la “paciencia” o perseverancia (Stg. 1:3). Esta
palabra se usa para ilustrar el caso de alguien que lleva una carga pesada durante
mucho tiempo y, aunque a medida que avanza la tarea se hace más difícil, esa
persona no se deja vencer. Lejos de ser una actitud pasiva, la perseverancia se
aferra tenazmente a la verdad de Dios ante cualquier circunstancia. Es una vir-
tud de la fe —no para la fe— que se obtiene de manera gradual y dolorosa. Los
muchos libros no la producen. Solo Dios a través de “la prueba de [tu] fe” es capaz
de producir dicha perseverancia. Por lo que es necesario que todos caminen por
la senda del sufrimiento y del dolor (Ro. 5:3-5; 1 P. 1:6-9). De hecho, Cristo
mismo caminó por esta senda durante su tiempo en la tierra. Hebreos 5:7 dice
que ofreció “ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas”. En ese momento de
inexplicable agonía física, emocional y espiritual, Cristo esperó en Dios activa-
mente mientras su fe se extendía al máximo (He. 12:2) a pesar de que ya sabía
que venía al mundo “para dar su vida en rescate por muchos” (Mr. 10:45). En
esto consiste la perseverancia que las pruebas producen.
La piedad
Si bien la perseverancia es un beneficio muy valioso, no es el propósito final de
las pruebas y las dificultadas de la vida. Este tipo de actitud que espera activa-
mente en Dios en medio de la batalla del sufrimiento mientras tu fe es extendida
al máximo, conduce a un segundo beneficio que es mucho más importante: la
piedad (Stg. 1:4). Para alcanzar esa piedad, la perseverancia debe tener “su obra
completa” (Stg. 1:4). No basta con permanecer debajo de las pruebas todo el
tiempo que tú lo consideres necesario. De lo contrario, la perseverancia ya no es
59
perseverancia porque tu fe no es extendida al máximo. Es imperativo dejar que
la perseverancia obre sin interrupciones y que cumpla con lo que se pretende
realizar. Pues sin perseverancia nunca serás totalmente transformado a la imagen
de Cristo. Dios está utilizando cada una de las pruebas de tu vida para hacerte
crecer en conformidad con Cristo. Este es el propósito final del sufrimiento que
ya está determinado para ti “cuando él se manifieste” en su gloria porque el Espí-
ritu Santo te está haciendo “semejante” a Cristo desde ahora (1 Jn. 3:2). Por lo
tanto, esfuérzate por vivir una vida “semejante” a Cristo (Fil. 2:12-13), incluso
durante las “diversas pruebas” (Stg. 1:2), hasta el día en que seas finalmente per-
fecto “sin que [te haga falta] cosa alguna” (Stg. 1:4).
Para reflexionar
Gózate en el Señor por medio de las pruebas que envía a tu vida. Él cumplirá
su propósito en ti porque él es fiel. Aférrate a él y busca crecer en paciencia y
piedad para su gloria y tu bien.
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1 Pedro
por Luis Zepeda
“para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual
aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra
cuando sea manifestado Jesucristo” (1 P. 1:7).
“Micorría
padre no me ama”, fueron las palabras de un pequeño niño que
por la calle de su vecindario. Un buen hombre se acercó y le
preguntó: “Niño, ¿por qué crees eso?”. El pequeño respondió: “Mi padre me
disciplina y me duele cuando lo hace”. Este ejemplo es una simple ilustración
de cómo, para muchos hoy, el amor no tiene relación alguna con el sufrimien-
to. Parece que son conceptos opuestos que jamás se relacionan entre sí. Sin
embargo, son en realidad una paradoja.
La epístola de 1 Pedro fue escrito por el apóstol Pedro desde Roma y estaba
dirigida a creyentes de Asia Menor que estaban siendo perseguidos (1 P. 2:12;
3:16; 4:16). En medio de dificultades como esas, el creyente es más suscep-
tible a la tentación. Por tanto, el sufrimiento puede ser el catalizador de la fe
en el creyente genuino o el pantano que ahogue la falsa fe de otros. Con lo
anterior en mente, Pedro recuerda una gran verdad para sostener y catalizar
la fe de estos hermanos: los creyentes, en medio de la adversidad, arraigan su
confianza en su nueva identidad.
61
Tu identidad es solamente por gracia
Los creyentes de Asia habían recibido un trato hostil por parte del imperio roma-
no. Sus derechos básicos habían sido pisoteados. En medio de este sufrimiento,
Dios les habla a sus corazones angustiados y les recuerda que ellos ahora son
llamados hijos de Dios porque fueron elegidos por el Padre (1:2), según su gran
misericordia (1:3) y que, por esa razón, tenían la garantía de una herencia perfec-
ta y eterna (1:4). En medio del dolor, ellos debían recordar estas verdades: “Mas
vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por
Dios” (2:9).
Cuando estés en medio del dolor y la aflicción, ten cuidado de no buscar refugio
en ídolos que te dan un falso valor y que, por lo tanto, olvides que tu verdadero
valor está en tu nueva identidad. No debes buscar más. Eres hijo de Dios, no
por mérito propio, sino por la gran misericordia del Padre que te amó en Cristo,
cuando estabas muerto en tus delitos y pecados. No hay poder visible o invisible
que pueda separarte de la gloriosa relación con Dios, ya que él es “Dios de toda
gracia, que [te] llamó a su gloria eterna en Jesucristo” (5:10).
Recuerda que tú ahora tienes una posesión que jamás te será quitada. Tu mayor
posesión es Cristo Jesús. Él es tuyo y tú eres de él. No hay consuelo más grande
que ese. Por lo tanto, si él te lleva por el “valle de sombra de muerte” (Sal. 23:4a),
no debes temer. Él hará que te acerques más a él y que le conozcas más. Él sabe
mejor y su voluntad será lo mejor para ti (Ro. 8:28). Puedes estar seguro de
esto. No temas, porque ahora llevas su nombre y eres su posesión adquirida a
precio de su sangre preciosa.
62
para ti será indispensable para tu santificación y para la proclamación de su
gloria. El Padre controla la temperatura del horno de prueba. Eso es bueno,
ya que él no permitirá que el fuego lastime su obra en tu vida. Él te cuidará
“como a la niña de [sus] ojos” (Sal. 17:8). Saber que lo que pasa en tu vida
viene de un Padre amoroso, te sostendrá aun cuando la prueba se intensifique.
El sufrimiento en tu vida es uno de los medios que Dios utiliza para tu propia
seguridad. Él te pasa por el fuego para que tú mismo puedas evaluar tu fe
(2 Co. 13:5). Pedro ilustra lo importante que son las pruebas para dar evi-
dencia de una fe genuina, y la figura que usa es el oro (1 P. 1:7). Hay muchos
objetos que parecen de oro, pero la única forma de saber que lo son es por
medio del fuego. Sin la prueba de tu fe, jamás tendrás la certeza de que tu fe
es genuina. En medio de la adversidad y el dolor, debes saber que no está bajo
prueba tu salud, ni tus finanzas, ni tus hijos, sino tu fe. El Padre celestial, que
te ama, te está perfeccionando.
Para reflexionar
Confía en que Dios te ama y que tiene un propósito para ti. No estás al azar.
Si eres suyo es porque Dios lo quiso así y nunca te dejará. Él estará contigo en
medio de las pruebas y cuidará de ti.
63
2 Pedro
por Josué Ortiz
“Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido
dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó
por su gloria y excelencia” (2 P. 1:3).
64
chamente relacionada con el conocimiento del Dios santo. Eso es lo que Pe-
dro escribe en 2 Pedro 1:3. Dios se ha dado a conocer porque solo el conoci-
miento de un Dios santo traerá una vida de plena estabilidad. Dios quiere que
sepas que él es fiel, y para saber que él es fiel necesitas conocerle cercanamente.
Porque eres hijo de Dios, tu presente y futuro están conectados a sus prome-
sas, su poder y su amor, porque Dios es fiel. Mientras estés en esta tierra, su
poder te protegerá en las dificultades y pruebas, y a diferencia de Satanás y sus
seguidores, tu futuro está fielmente asegurado en el reino de Dios por siempre
65
y para siempre. Esto no quiere decir que no vendrán aflicciones, sino que él
cuidará de ti en medio de ellas.
Para reflexionar
Ten ánimo de saber que Dios es fiel y te ha salvado para él. Esta vida es
temporal y él cuidará de ti. Él te ama y vendrá a reinar y a hacer todo nuevo,
porque lo ha prometido y porque te ama.
66
1 Juan
por Eduardo Izquierdo
“Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para
que sepáis que tenéis vida eterna, y para que creáis en el nombre del Hijo de Dios”
(1 Jn. 5:13).
E n su libro “El progreso del peregrino”, Juan Bunyan narra la travesía que
Cristiano realiza con el fin de llegar a la Ciudad Celestial. Pero justo al
inicio de su aventura, una vez que Evangelista le muestra el camino que debe
seguir, él se apresura a salir de casa en pos de ese camino, gritando: “¡Vida,
vida, vida eterna!”, sin mirar atrás. El peregrino tenía su mirada fija en la meta:
la vida eterna. Sentía una carga muy pesada, de la cual no podía encontrar
descanso. Él se había propuesto encontrar a aquel que podría darle reposo
a su alma para siempre. Así que, de esta manera, sin importar las voces a su
alrededor, emprendió su viaje.
El apóstol Juan habló bastante acerca de la vida eterna. En Juan 20:31 dice
que el propósito de su escrito es que puedas “[creer] que Jesús es el Cristo, el
Hijo de Dios y para que creyendo, [tengas] vida en su nombre”. Años después,
al escribir 1 Juan, su tesis es muy similar: la vida eterna se encuentra en creer
y obedecer al Hijo de Dios (1 Jn. 5:2, 13). Lejos de verlo como algo repetitivo,
es indispensable que medites, a la luz de 1 de Juan, dos realidades con respecto
a la vida eterna para fortalecer tu fe.
67
(5:1). Al depositar tu fe en Cristo, confías en la obra redentora divina más
gloriosa que pueda existir. Cristo “es la propiciación por tus pecados” (2:2); es
decir, la venida de Jesús a esta tierra tenía un propósito. El amor de Dios hacia
ti radica en que “envió a su Hijo en propiciación por [tus] pecados” (4:10).
No hay necesidad de otro sacrificio. “¡Consumado es!”, fueron las palabras de
Jesús en la cruz antes de expirar y, sin duda, deben traer aliento a tu vida ( Jn.
19:30).
El pago fue completo, justo y perfecto. Pedro recuerda esta misma verdad en
su primera carta: “Porque también Cristo padeció una sola vez por los peca-
dos, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios” (1 P. 3:18a). El autor de
Hebreos también lo expresa cuando escribe acerca de la suficiencia del sacrifi-
cio de Jesús (He. 10:10). Por la gracia de Dios, como creyente estás limpio, ya
que la sangre de Cristo fue derramada por cada una de tus transgresiones (Is.
53:5). Por la obra de Jesucristo, hoy puedes gozar de su justicia a tu favor (Ro.
8:34). No hay un mayor motivo de gozo y paz para el hombre que el perdón
de sus pecados.
Juan sabía lo importante que es el amor ( Jn. 13:35; 1 Jn. 5:2). La realidad de
la vida eterna no debe producir pasividad en tu vida. La certeza de la vida
eterna produce fruto y este tiene su raíz en el amor (1 Co. 13:13). El objeto de
nuestro amor no está en lo que este mundo ofrece (1 Jn. 2:15). El amor que
debe caracterizarte es aquel que busca amar a tu hermano de la misma manera
que Dios te ama a ti (3:23). Es precisamente este amor expresado de manera
práctica el que da testimonio de tu amor hacia Dios (5:3). Este amor da tes-
68
timonio de la vida eterna. En otras palabras, si no amas, estarás demostrando
que no conoces a Dios (2:11; 3:10).
De la misma manera que Peregrino se marchó deprisa al son de: “¡Vida, vida,
vida eterna!”, te animo a que tu corazón palpite de emoción al reflexionar en
la vida eterna que tienes en Cristo y su perfecto amor hacia ti. Gózate de la
vida eterna que Dios fielmente te dio en su gracia, ama a tu Señor con todo
tu corazón, tu alma y tus fuerzas, y ama incondicionalmente a tu hermano.
Para reflexionar
Que la verdad de la palabra de Dios te anime a diario. Gózate en las bendi-
ciones que tienes en Cristo. Fortalece tu fe recordando cuánto él te ama. Sirve
y ama a tu hermano sin condición.
69
2 Juan
por Heber Torres
Esta epístola enseña que Dios usa su verdad para modelar tus convicciones como
cristiano, pero también tus actos. Su instrucción te dirige hacia la senda más
segura, y encamina tu vida a una obediencia gozosa. La verdad te hace libre (Jn.
8:32), pero el error y la ignorancia te privan de sus bendiciones, y te alejan de él
(2 Jn. 9-10).
La afirmación
La verdad de Dios refleja con admirable nitidez la grandeza del Creador. Y
su vigencia responde, precisamente, al carácter inmutable de su autor. De la
misma forma que Dios es siempre el mismo, su palabra también lo es. Del
mismo modo que Dios es siempre pertinente, su verdad también lo es. Al
contrario de lo que muchos piensan, la verdad no es relativa ni maleable.
Por naturaleza permanece en un estado de constante estabilidad. El versículo
2 habla de “la verdad que permanece en nosotros, y estará para siempre con
nosotros”. En un acto incomparable de bondad, el Señor te ha provisto de una
fuente inagotable de recursos gloriosos que no caducan ni pierden su eficacia
en función de lo que ocurre a tu alrededor (3).
70
Pensar en la verdad de Dios alienta el corazón del cristiano y lo equipa para
enfrentar cada situación con plena confianza, por muy oscura que parezca.
Dios muestra su fidelidad al informar tus pensamientos, y custodiar de conti-
nuo tu alma. Todo ello lo lleva a cabo por medio de su verdad revelada.
La apelación
En los versículos del 4 al 6, el autor de esta epístola menciona hasta tres veces
el verbo andar. Juan habla de andar “en la verdad”, de andar “según sus man-
damientos” y de andar “en amor”. El apóstol no está pensando en salir a dar un
paseo. En este contexto, la idea de andar tiene que ver con moverse y mantenerse
dentro de una misma esfera: La esfera de la obediencia. Otras tres veces utiliza la
palabra “mandamiento” ¿Cuál es ese mandamiento? “Que nos amemos unos a
otros” (5). Entender la verdad de Dios te impulsa a guardar su palabra, y lo haces
cuando amas a tu prójimo. El apóstol insiste tres veces más en el hecho de
que esta es una prescripción “recibida” directamente del Padre “desde el prin-
cipio” (6). No se trata de un encargo nuevo. Juan apela a lo que Moisés, Cristo y
él mismo habían enfatizado anteriormente (Lv. 19:18; Mt. 22:37-40; 1 Jn. 4:7).
La advertencia
Cuando te alejas de la verdad de Dios pierdes toda referencia objetiva. Das
rienda suelta a razonamientos propios o ajenos, y confirmas que tus preferen-
cias son distintas a las suyas. Esto te sitúa en una posición inaceptable delante
del Señor. Juan advierte que esta actitud rebelde y desafiante es propia del
anticristo. Asimismo, malogra lo edificado hasta entonces despojándote de un
“galardón completo” (2 Jn. 8).
71
Necesitas conocer la verdad. Todo lo que sabes acerca de Dios se revela por
medio de ella. Necesitas practicar la verdad. No hay mejor forma de probar
que la has entendido. Pero, necesitas también proclamar la verdad. Y esto
supone, en ocasiones, separarte de aquellos que difunden el error de manera
engañosa y obstinada (10-11).
La aspiración
El apóstol excluye algunos temas de su carta, pero no lo hace por cuestión
de espacio: ¡2 de Juan es el libro más breve de toda la Biblia! Sin embargo,
entiende que hay cuestiones que deben ser tratadas en un encuentro personal
(12). Vives en una época única en lo que a tecnología se refiere. Gracias a Dios
por los medios que te permiten mantener contacto con aquellos a los que amas,
especialmente cuando están lejos los unos de los otros. Sin embargo, es evi-
dente que la separación no es el escenario ideal para manifestar ese amor mutuo
que estás llamado a ejercitar. Juan aspira a estar físicamente con sus hermanos en
Cristo porque, entonces, el gozo será completo. Quien ha probado la benignidad
del Señor se deleita en la comunión con aquellos que aman su ley y guardan sus
mandamientos. El creyente genuino anhela la compañía de los justos. Pero si
el apóstol anhela reunirse, y no se conforma con mantener una correspondencia
esporádica, tampoco deberías hacerlo tú.
El único Dios verdadero ha sido realmente generoso con sus hijos. Por medio de
su verdad encarnada ha sido fiel en otorgarte el perdón de tus pecados y la salva-
ción eterna. Y a través de su verdad revelada es fiel en consolarte y capacitarte
para la vida y la piedad. La verdad de Dios te proporciona todo lo que tu alma
necesita. ¡No existe un tesoro mayor! ¿Te dedicarás a algo menor?
Para reflexionar
Busca conocer la verdad que Dios fielmente reveló en su palabra para entonces
atesorarla y obedecerla. Busca atesorar a Cristo como lo más grande y vive de
acuerdo con su verdad.
72
3 Juan
por Joe Owen
“El anciano a Gayo, el amado, a quien amo en la verdad. Amado, yo deseo que tú
seas prosperado en todas las cosas, y que tengas salud, así como prospera tu alma.
Pues mucho me regocijé cuando vinieron los hermanos y dieron testimonio de tu
verdad, de cómo andas en la verdad. No tengo yo mayor gozo que este, el oír que
mis hijos andan en la verdad” (3 Jn. 1-4).
E sta carta, escrita por el apóstol Juan —el anciano—, no goza de mucho
renombre tradicionalmente, debido en parte a su brevedad. Sin embargo,
lo que Dios revela en ella es inestimable no solo para la audiencia original,
sino para todo cristiano. El hecho de que el nombre de Jesús no aparece en
esta epístola carece de mayor consecuencia debido a que su gloria y señorío
son implícitos en la suma de su contenido. Por eso, cuando Juan menciona “el
nombre de él” (3 Jn. 7) se entiende que es el mismo “Nombre” por cuya causa
Pedro y Juan son “tenidos por dignos de padecer afrenta” (Hch. 5:41). Pa-
blo también habría de “padecer por [su] nombre” (9:16), ya que no hay “otro
nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (4:12).
Ama a tu hermano
El amor que se cultiva y fomenta en las iglesias, es un amor que tiene un funda-
mento: la verdad. Por supuesto, también debes amar a los perdidos también y a
las personas que creen y viven una falsa doctrina, de tal manera que te desesperes
73
por compartirles la verdad. Sin embargo, el amor que tienes hacia tus herma-
nos en la fe es más íntimo ya que se expresa en la comunión, en el servicio y
en la adoración corporativa. A pesar de la presión social actual —hundida en el
posmodernismo— donde cada uno tiene “su verdad”, la Biblia presenta a Jesús
como “la verdad”. Todo fuera de él es encontrado falto. Nada ni nadie puede
compartir ese título tan absoluto. El amor se basa en la verdad y cualquier con-
vivencia fuera de esa verdad, no puede ser un amor piadoso.
El amor del que Juan habla no es estéril. Esto es evidente al ver cómo Gayo había
impactado la vida del apóstol. Juan muestra su amor al orar por el bienestar de
su amado hermano (2a), por su salud física (2b), y su salud espiritual (2c). ¡Qué
gran ejemplo a seguir! El amor por tus hermanos ha de colocar todo aspecto de
sus vidas en lo profundo de tu corazón, de tal manera que puedas orar por ellos
de la misma manera que Juan ora por Gayo.
74
Cuidado con el “amor” egoísta
Más adelante, Juan habla de Diótrefes y de cómo él rechazó la posición apos-
tólica de Juan, habló mal de él y rechazó a los maestros, prohibiendo que les
recibieran e incluso expulsando a los que lo hicieron (9-10). Diótrefes exhi-
bía un testimonio radicalmente opuesto al de Gayo. Es un contraste entre el
amor verdadero y el “amor” egoísta. A Diótrefes “le [gustaba] tener el primer
lugar” (9b) y rechazaba la autoridad eclesiástica. Ya que su servicio era por in-
terés personal, no pudo regocijarse en los dones que Dios había dado a otros,
sino que los consideraba como una amenaza. Este es el meollo del asunto:
Diótrefes quería ponerse a sí mismo primero. Sin embargo, Juan, Gayo y los
otros maestros querían predicar la verdad, poniendo a Dios en primer lugar.
Ten cuidado, ya que la idolatría te roba del infinito gozo en Cristo. Una de
las muchas maneras en que lo hace es evitando que te regocijes en la obra de
Dios a través de otros.
Imita lo bueno
Finalmente, Juan concluye la carta recordándole a Gayo que el que imita lo
bueno es de Dios y el que imita lo malo no conoce a Dios (11). La diferencia
entre Gayo y Diótrefes era su relación con Dios. Si tu conoces a Dios y eres
suyo, ama a tu hermano, gózate con tu hermano, ten cuidado del “amor” egoís-
ta e imita lo bueno. En todo momento, sé testimonio vivo de lo que Cristo ha
hecho en ti. Nunca es tarde para arrepentirte, pedir perdón y cambiar el rum-
bo. Que tu vida sea un reflejo fiel de un Dios fiel que nunca abandona a los
suyos, que se dio a sí mismo por amor y que cuidará de los suyos hasta el final.
Para reflexionar
“Amado”, sostente firmemente en tu Dios en el momento de la prueba. Sos-
tén también a otros y ámalos profundamente, dando testimonio del amor con
el que has sido amado. Imita lo bueno.
75
Judas
por Bruce Burkholder
“ Y a aquel que es poderoso para guardaros sin caída, y presentaros sin mancha
delante de su gloria con gran alegría, al único y sabio Dios, nuestro Salvador,
sea gloria y majestad, imperio y potencia, ahora y por todos los siglos. Amén”
( Jud. 24-25).
La triste verdad es que los cristianos no son tan fieles como Canelo. Todos
los creyentes son pecadores, y con frecuencia desobedecen los mandamientos
de Cristo, pero desobediencia no es lo mismo que abandonar la fe. Algunos
que han profesado fe en Cristo se alejan de esa fe. Este abandono se llama
apostasía. La apostasía implica un repudio de la fe. Es una renuncia de lo que
uno previamente había declarado creer, y a menudo incluye la propagación de
creencias y conductas alternas. En la parábola del sembrador, Cristo predice
que algo de la semilla brotará de inmediato, aparentemente con vida, pero de-
bido a que no tiene raíz, el sol la quemará y se secará (Mt. 13:5-6). La impli-
cación es que algunos que profesan fe en Cristo dan la apariencia de vida; sin
embargo, las pruebas de la vida demuestran que carecen de fe verdadera. En
una ilustración impresionante incluso uno de los doce discípulos de Cristo,
Judas Iscariote, abandonó su fe y vendió a Cristo por treinta piezas de plata
(Mt. 26:14-15, 47-51).
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El apóstol Judas escribió su breve carta para atender este tema de la aposta-
sía. Empieza diciendo que va a escribir “acerca de nuestra común salvación”
( Jud. 3), pero luego parece modificar su enfoque. Probablemente consideró
necesario alentar a los creyentes en las promesas de Dios (24) y exhortarles a
“[contender] ardientemente por la fe” (3).
Cabe preguntar: Si Caín, los israelitas del éxodo, los ángeles y los hijos de Coré
no pudieron aferrarse a sus creencias hasta el fin, ¿cómo puedo evitar caer en el
mismo error y ser fiel? Esa es la gran pregunta que Judas considera en esta carta,
y termina con una doxología que es una de las declaraciones más hermosas y
poderosas de todas las Escrituras respecto a la perseverancia de los santos. Esta
doctrina afirma la seguridad eterna y la santificación progresiva a todos los que
verdaderamente son salvos por gracia a través de la fe. La promesa de Dios en-
cuentra su base, no en tu propia fortaleza espiritual, sino en la fidelidad de Dios
para preservar a los suyos hasta el fin. Dice que eres “[guardado] en Jesucristo”
(1).
77
La esperanza de la fidelidad de Dios
Te invito a leer de nuevo esta doxología (24-25). Judas se regocija en la fide-
lidad de Dios para guardar a sus hijos hasta que lleguen al cielo, y emplea dos
figuras para ilustrar esta promesa.
Primero, Dios te guardará “sin caída” (24). Imagínate que eres un alpinista sin
experiencia, yendo por un sendero peligroso con peñas y grietas por todos
lados. La posibilidad de caída es alta. Pero supón que contigo va otro alpinista
fuerte y con experiencia. Ha recorrido el sendero muchas veces. Conoce todo
peligro y sabe cómo evitarlo. Tú estás atado a él, y bajo su protección llegas
seguro a tu destino. Esta es la metáfora que Judas usa aquí. Aunque en el sen-
dero a la gloria hay muchos peligros espirituales, Cristo promete estar contigo
para guardarte sin caída en el camino.
Segundo, Dios promete presentarte ante sí mismo “sin mancha” (24) y sin cul-
pa. La expresión “sin mancha” lleva la idea de lo santo, lo puro y justo. ¿Cómo
es eso posible? Ya mencioné que todos los cristianos son pecadores que con
frecuencia desobedecen al Señor. Por ti mismo no eres puro, ni santo. Como
cristiano, has sido declarado justo en Cristo. Pablo lo confirma en 2 Corintios
5:21: “Al que no conoció pecado, por [ti] lo hizo pecado, para que [tú fueses
hecho] justicia de Dios en él”. Por la obra sustitutiva de Cristo en la cruz, todo
el que verdaderamente cree será presentado sin mancha cuando comparezca
delante de Dios.
Para reflexionar
Cuando sientes temor, tiendes a confiar en tus propias fuerzas. Confía en el
único que es fiel y que tiene el poder para mantenerte firme en él. Dirige tu
mirada y tus pasos a él. Él te guiará en amor.
78
Apocalipsis
por Jonathan Willoughby
“Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos; porque tú fuiste inmolado, y con
tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación;
y nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra”
(Ap. 5:9-10).
L a letra y la historia detrás del himno “Estoy bien”, compuesto por Hora-
cio Spafford, es la razón por la que tantos cristianos acuden a este himno
en tiempos de tristeza. El sufrimiento de Spafford al perder sus posesiones y
al experimentar la muerte trágica de sus hijos retumba en el corazón de cada
creyente que navega las tormentas de esta vida. Como Spafford, tú tienes la
capacidad de ser consolado por la fidelidad y la suficiencia de tu Señor en las
buenas y en las malas (estrofa uno), en los momentos que Satanás acecha y el
pecado aflige (estrofa dos), y todo gracias a la suficiencia de la expiación de
Cristo para cubrir tu pecado (estrofa tres). Pero al experimentar las primicias
del amor de Cristo y la suficiencia de su gracia, indudablemente anhelas el día
en que tu fe se “torne en feliz realidad”.
Esta visión central desata los eventos de juicio que deberán tomar lugar para
que todo el mundo llegue a reconocer al Cordero como rey (5:13–6:1; cf. cap.
6–19). Todo esto anticipará el cumplimiento final de la coronación de Cristo
cuando conquiste a sus enemigos (19:11-21), y reine perfecta y justamente
sobre la tierra (20:1-6), lo cual celebrarás para siempre sobre la tierra nueva
(cap. 21–22).
Para reflexionar
Dios es fiel desde la eternidad y hasta la eternidad. Desde siempre y hasta siempre
él es fiel. Pon tu mirada en sus promesas porque él cumplirá. Ora que él cumpla
su voluntad en ti siempre.
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Acerca de los autores
José Alcívar (M.Div., The Master´s Seminary) es profesor en La Academia
de Predicación Expositiva. Además, es pastor de la Iglesia Comunidad de Be-
rea en Guayaquil, Ecuador. Él es uno de los contribuidores de Declaring His
Glory among the Nations. José está casado con Francesca y tienen una hija, Na-
talia.
Moisés Gómez (M.Div.) es uno de los pastores de First Baptist Church of Ir-
ving en el área de Dallas, Texas, y es además pastor de la congregación hispana en
esta iglesia, First Irving Español. Escribe regularmente en su blog y dirige junto a
esposa el Podcast de los Gómez. Está casado con Betsy y tienen tres hijos, Josué,
Samuel y Grace.
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ministerio hispano de Grace Community Church en Sun Valley, California. Él
es autor de Griego para pastores y Hebreo para pastores y uno de los autores de La
hermenéutica de Cristo. Josiah y su esposa, Crystal, tienen tres hijos.
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Roberto Sánchez (M.Div.; Th.M.; D.Min.) es decano de estudiantes de edu-
cación en español y profesor asistente de ministerio pastoral de The Master’s Se-
minary. Además, sirve como pastor-maestro de la Iglesia Bíblica Berea en North
Hollywood, California. Él es uno de los autores de La hermenéutica de Cristo.
Roberto está casado con Enza.
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