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LA ALIMENTACIÓN DE LOS POBLADORES PREHISPÁNICOS DE

NUESTRO SUELO

Federico Pérgola1

Estuvimos tentados de cambiar -en el título- la palabra nuestro por vuestro, pero la
patria se conformó de tal manera que no se entendería el sentido.
El paisaje, o lo que ponía al alcance de las tribus nómades o de cosechadores que
poblaban lo que hoy es el territorio argentino, establecieron las diferencias -algunas
sutiles- en la alimentación de las distintas etnias. No obstante, las del noroeste del
territorio recibieron directamente la influencia del Imperio Incaico y tuvieron como base
de su alimentación al maíz, que merece un párrafo especial.
Pese a afirmaciones contrarias, todo parece indicar que el maíz tuvo su origen en
América y, como expresa Molinari, “la situación se ha aclarado mucho, gracias al
descubrimiento de polen, en muestras de suelos obtenidas en sondeos en el valle de
México, a profundidades de más de 60 metros”2. Pero las dudas surgieron por un
dibujo de esta planta en China, en forma casi simultánea con la llegada de Cristóbal
Colón a América. Si la investigación científica demostrara algún día que la primera
aseveración está equivocada, nadie podrá quitarle a nuestro continente y a las
grandes civilizaciones -maya, azteca e incaica- que la habitaron, el merecimiento de

1
Doctor en Medicina. Prof Consulto Adjunto (FM/UBA). Académico Titular de las academias Nacional
de Ciencias de Buenos Aires y Argentina de la Historia,
2
Molinari, José Luis, “El origen americano del maíz”, en: Boletín de la Academia Nacional de la
Historia. Bs As, 1965.
haber sido ellas las que, tal vez al influjo del cultivo del maíz, se hicieron sedentarias y
sembraron gran número de variedades de este grano (se calcula que fueron 150 razas
diferentes de maíz).
Los cereales han sido los grandes hallazgos de las civilizaciones y con los que el
hombre adquirió el equilibrio del sedentarismo. Por la agricultura o por un sentido
gregario del hombre mismo, surgen la agrupación, la diversificación de labores, el
conocimiento transmitido en forma oral o escrita, etc. Todo ese acervo etnológico
cimentó la evolución de la especie.
Cada raza humana se ha caracterizado por el cultivo de un cereal: la blanca el trigo, la
amarilla el arroz, la negra el kafir o zahína -quizá sin la misma importancia que las
demás- y la indoamericana el maíz. [Mantenemos la definición de raza (aunque tal vez
puede ser criticada) porque los colores de la piel y ciertas características morfológicas
tienen base genética]. La ingestión directa del cereal, como en el caso del arroz, o el
pan o la torta formada con su harina, como ocurrió con el maíz o el trigo, fueron la
base de la alimentación de casi la totalidad de los pueblos. Las tribus nómades no
tuvieron este privilegio y, curiosamente, no conformaron civilizaciones.
La planta del maíz está reproducida en China en el Pen-táo-kang-mu de Li-Shih-Chen,
en 1573, y fue después del descubrimiento de América que se extendió por el mundo
entero, lo que abona un argumento más para su origen americano.
Como base de la alimentación de distintos pueblos del orbe, recibió múltiples
denominaciones: grano turco (Fuchs la dibujó por primera vez en 1542 con el nombre
de turcium frumentum), abati, panizo de Indias, borona, sara (Incas), etc.
No existen datos concretos de cuándo el maíz comenzó a ser utilizado como alimento
de los pueblos americanos. Hallazgos realizados en Arizona, que se suponen de una
antigüedad de 2.500 años aC, muestran morteros de una cultura denominada
“californiana de recolectores”, junto con la variedad de maíz que hoy se considera la
más antigua, el maíz de cápsula o perfolla (husk corn), donde cada grano lleva su
correspondiente envoltura.
En principio se investigó el origen del maíz en Centroamérica, considerándolo una
variedad de una hierba llamada teosinte (Euchleane mexicana), que crece en estado
silvestre en Guatemala, pero pronto se descartó esta idea para considerar al maíz de
perfolla como la variedad más antigua. Una variedad de América del Norte se cree que
está cruzada con una hierba silvestre (Tirpsacum), que dejó unos gránulos entre los
cromosomas del maíz de perfolla, originariamente sin ellos, y que se pretendió asimilar
a un resabio genético.
Probablemente originado en Sudamérica, pasó luego este cereal a Centroamérica y
arribó a México. Otros sostienen exactamente lo contrario, considerándolo un
elemento ligado a la posterior región de la cultura maya. Allí apareció y desde ese
lugar se extendió hacia el sur.
Gallekamp3 dice que “hace quizás unos cinco mil años la agricultura extendió por
primera vez su estímulo vital entre los indios. En algún lugar de las tierras altas de
América Central o del Sur los hombres de las tribus experimentaron -no sabemos con
qué medios- con la polinización cruzada de plantas silvestres y descubrieron el gran
elemento de la vida: el maíz. Una vez logrado, ese conocimiento se extendió con
rapidez hacia el norte y condujo a muchos otros hallazgos, hasta que los indios
contaron con tomates, aguacates, habas, melones, calabazas, algodón, papas,
mandioca y una docena de otros cultivos que podían ser obtenidos a voluntad. Ya no
era necesario depender de la caza y la recolección; ahora había tiempo para
empresas menos prosaicas”. Interesante descripción no exenta de imaginería.

3
Gallenkamp, Charles. Los mayas. Bs As, Hermes, 1960.
Lo real, sin embargo, es que por este cereal el indígena aprendió las artes del cultivo,
trocando sus armas de caza por las rudimentarias herramientas con que sembró el
maíz4. En el caso de los mayas, por ejemplo, el cultivo del maíz fue motivo de
desarraigo. Morley3 expone esta teoría: “Los repetidos talados y rozados de zonas
cada vez más amplias de selvas para utilizarlas como tierras de maíz convirtió al
bosque primitivo, de modo gradual, en pastizales creados por el hombre, en sabanas
artificiales. Cuando este proceso se completó, cuando el bosque fue derribado en gran
parte y reemplazado, con el tiempo, por esos pastizales artificiales, entonces la
agricultura, tal como la practicaban los antiguos mayas, llegó a su fin, ya que no
poseían implementos para roturar la tierra: ni azadas, ni picos, ni palas, ni arados”.
Esto explicaría la ignota decadencia de la civilización maya que alcanzó su máximo
esplendor en el siglo VII de nuestra era, y mostró a la posteridad sus templos
abandonados, sus casas vacías, sus huertos invadidos por la maleza, sin ejército
conquistador a la vista ni muchos elementos para suponer que una epidemia hubiera
tronchado esta civilización. Esta aseveración es válida si se la compara con la
desertización de la época moderna con la tala indiscriminada de los árboles. Una
suposición similar existe con la escasa vegetación que muestran las islas del mar
Egeo, también sometido a la deforestación.
La técnica de la “milpa”, o sea del cultivo del maíz tal como lo hacían estos pobladores
del Yucatán y que permaneció invariable por espacio de tres mil años, puede explicar
el agotamiento de los campos. En primer lugar es curioso la distancia que separaba
estos predios de la zona de residencia: habitualmente entre tres y 25 kilómetros. Un
año antes del cultivo se talaban los árboles, si los había, con un hacha de piedra y se

4
Morley, Sylvanus Grisword. The Ancient Maya. California, Standford University Press, 1956.
incendiaban sus hojas secas y los arbustos. La tierra floja y feraz que estaba debajo
de la selva se convertía en el futuro campo de cultivo. Luego, con un palo de punta
afilada se hacía un hoyo donde se dejaban caer las semillas del maíz.
Con el maíz se hacía un pan sin levadura, después de mezclar el grano con cal y
hervirlo para que se desprendiera el tegumento. Ya ablandado, era triturado con una
piedra en forma de mortero. Este pan tenía forma de una torta chata, de unos treinta
centímetros de diámetro. A los tres años un niño maya tenía derecho a media tortilla
diaria, a los trece a dos, como los adultos.
Esa no era la única preparación del grano que se podía ingerir crudo, tostado (pororó),
hervido, como humita o tamales, mazamorra o ulipo (harinas de maíz y algarrobos
mezcladas), torta o aun constituyendo una bebida alcohólica por fermentación: la
chicha5.
Tanto ha significado el maíz para América que hoy día no podemos dejar de evocar
todo nuestro pasado precolombino sin dejar de recordar la rojiza mazorca que le dio
color a la raza6.
El valor proteico del maíz es menor con respecto a otros cereales, sobre todo, el trigo.
A pesar de ello fue adoptado por diversos grupos lingüístico culturales europeos,
habituado al trigo. Hace aproximadamente dos décadas, mirificando su alto valor
proteico, con 18 por ciento de la misma, frente al 11 por ciento del trigo y el 3,5 del
maíz, y su gran resistencia a la sequía, se encontró que, en épocas anteriores a la
conquista del hombre europeo de las tierras americanas, la quinua era un vegetal
apreciado para su cultivo en el Imperio Incaico. Tal era su importancia que el
comienzo de la temporada anual de la quinua se iniciaba con una curiosa ceremonia:

5
Canals Frau, Salvador. Prehistoria de América. Bs As, Sudamericana, 1959; también: Poblaciones
indígenas de la Argentina. Bs As, Sudamericana, 1953.

6
Pérgola, Federico, “El maíz en la alimentación de la América primitiva”, en: Revista Argentina de
Medicina Interna. Bs As, vol 2, nº 7 y 8, set/octubre 1971, p 295-8.
el inca plantaba personalmente la primera hilera de simientes con una azada de oro.
“Los incas llamaban a la quinua „el grano madre‟ … Poco después de la conquista,
en el siglo XVII, el cereal fue poco menos que descartado. Los españoles se negaban
a comerlo, y su aceptación no comenzó sino hasta hace muy poco. Incluso encuentra
todavía cierta resistencia”7. En realidad, la quinua no es un cereal sino una
quenopodiácea, planta herbácea de la misma familia que la espinaca y la remolacha.
La Organización para la Agricultura y Alimentación de las Naciones Unidas (FAO)
considera, a la semilla de la quinua, uno de los cultivos destinados a ofrecer seguridad
en la alimentación en el siglo XXI. La docente universitaria e investigadora de la
Comisión de Investigaciones Científicas de la provincia de Buenos Aires (CIC), doctora
María Lucía Pollio, señaló en una entrevista que “el bajo contenido de gluten de la
harina de quinoa hace que sea un alimento dietético, ideal para personas con
problemas de sobrepeso o para celíacos” 8. Nótese que emplea -en ese trabajo- la
palabra quinoa, cuando en realidad el Diccionario de la Lengua Española acepta
solamente quinua. No obstante, la Academia Argentina de Letras reconoce el término
quinoa. No estamos anoticiados que este vegetal haya sido parte de la nutrición de
nuestros primitivos habitantes, aunque es probable que lo cultivaran en las regiones
andinas.
Otra comida típica es la denominada en la actualidad -quién sabe por qué analogía- “la
Machorra”. Realizaban y realizan esta preparación culinaria machacando con una

7
Mc Farren, Peter, “La quinua, el cereal de los incas”, en: (diario) La Nación. Bs As, 17 de junio de
1985.

8
Draghi, Cecilia, “La ciencia redescubre cultivos olvidados”, en: (diario) La Nación. Bs As, 2 de
noviembre de 2003.
piedra carne de llama, a la que luego hierven y le agregan harina de maíz. Luego
calientan en las brasas unas piedras blancas y redondas, que buscan afanosamente
por los alrededores, que incorporan al amasijo e, incluso, al plato cuando sirven la
comida.
En esa zona también habitaban los atacamas que, con azadones de piedra “y
característicos cuchillones de madera”, cosechaban -en especial- maíz, papas y
quinua, que guardaban en trojes naturales constituidos por cavidades en cerros y
barrancos9.
Schmidl10, primer cronista del Río de la Plata, dejó testimonios que lo tuvieron como
observador participante, aunque tal vez lo haya traicionado su imaginación y sus
pobres conocimientos botánicos y zoológicos. En algunos pasajes de sus recuerdos
menciona la alimentación de las tribus que habitaban a la vera del Río de la Plata y
sus afluentes: “Junto a dicho río Paraguay viven los Carios, que tienen trigo turco o
maíz y una raíz que se llama mandioca y otras buenas raíces más que se llaman
batatas y mandioca-poporí y mandioca-pepirá. La raíz de batata se parece a la
manzana y tiene el mismo gusto; la mandioca-poporí sabe a castañas. De la
mandioca-pepirá se hace un vino que beben los indios. Los Carios tienen pescado y
ovejas grandes, del tamaño que en esta tierra tienen las mulas; también tienen
puercos salvajes, avestruces y otros animales de caza; también gallinas y gansos en
abundancia”.
Con respecto a los que Schmidl llama Mbayas (probablemente llame así a los
mbeguá), así dice: “Tienen gran provisión de maíz, mandiotín, mandioca-pepirá,
mandeporí, batatas, maní, bocaja y tantas otras raíces que no son como para ser aquí
descritas. También tienen, para proveerse de carne, muchos venados, ovejas indias

9
Serrano, Antonio, “Los atacamas”, en: (diario) La Prensa. Bs As, 22 de setiembre de 1940.

10
Schmidl, Ulrico. Viaje al Río de la Plata. Bs As, Emecé, 1945.
domésticas y salvajes, avestruces, antas, gansos, gallinas, y otras aves que tampoco
podría describir ahora. También en los bosques hay mucha miel, que usan para hacer
vino. Cuanto más se interna en el país, más fértil es. Durante todo el año se encuentra
cosechas de los granos y raíces que antes he mencionado. Las ovejas son grandes
como un muleto y los indios las usan para llevar pequeñas cargas; también cabalgan
sobre ellas si es que se enferman durante el viaje. En una ocasión, no en este viaje
sino en otra parte, yo mismo he cabalgado sobre una de ellas más de cuarenta leguas,
cuando estuve con un pie enfermo. En Perú se llevan sobre ellas las mercancías,
como aquí en Alemania se hace con los caballos de carga”. Es evidente que estaba
confundiendo a las ovejas con alguno de los tipos de los camélidos sudamericanos.
Los españoles, siguiendo el curso del río Paraguay, hallaron en sus márgenes una
etnia que denominan Surucusis, y Schmidl relata lo siguiente: “Las mujeres son muy
hermosas y no se tapan parte alguna de su cuerpo, pues andan desnudas tal como su
madre las echó al mundo. Tienen maíz, mandioca, maní, batatas y otras raíces,
pescado y carne, todo en abundancia. Permanecimos entre ellos durante catorce días,
y entonces nuestro capitán les preguntó sobre otra nación que se llama Carcará, pero
sobre estos nada pudieron decir los dichos Surucusis, aunque dijeron que estaban en
sus aldeas: pero todo era mentido”. Los Carcará eran los querandíes, que habitaron la
pampa húmeda, entre el Salado y el Río de la Plata, y así refiere sus experiencias con
un atisbo antropológico: “Cuando caminan en verano (que suele ser a más de 30
leguas), sino hallan agua, o la raíz de los cardos, que comida quita la sed, matan el
ciervo o la fiera que encuentran, y beben la sangre; y sino lo hicieran, acaso murieran
de sed. Catorce días trajeron peces y carne al real … En el pueblo hallamos pieles de
nutrias, mucho pescado, harina y manteca de peces”.
Sobre los querandíes señala Quiroga Micheo11: “Con referencia a los alimentos, el
primer cronista que se ocupó del tema fue Luis Ramírez que escribió: „mantiénense de
la caza que matan, y es matándola cualquiera que sea le beben la sangre, porque su
principal mantenimiento es, a causa de ser la tierra muy falta de agua‟.
“Los alimentos de los Querandíes eran en su mayor parte animales: carne de ciervo,
guanaco, peludo, mulita, nutria, macaco, avestruz, etc; pero comían asimismo el maíz,
aunque no se sabe cómo lo preparaban. También aprovechaban el pescado de los
ríos, en forma curiosa, pues extraída la grasa, reducían luego la carne al estado de
harina. Sólo se sabe que fabricaron bebidas fermentadas”12.
“Los recursos económicos de los querandíes emanaban de la caza, de la pesca y
recolección de frutos -expresa Serrano-. Con el pescado fabricaban harina y grasa.
Para la pesca poseían redes. La caza les proveía de nutrias, ñandúes y ciervos. En
sus andanzas por el interior del país apagaban su sed con ciertas batatitas de una
planta a la que Schmidl llama cardo y bebían también para este fin la sangre de los
animales que cazaban … Los querandíes se acercan más a los pueblos de la región
déltica que a los de las pampas. Su alimentación a base de pescado, la
industrialización de este para hacer harina y extraer grasa, las redes de pesca, nos lo
está diciendo”13.

11
Quiroga Micheo, Ernesto, “¿Por qué desaparecieron los querandíes?”, en: (revista) Todo es Historia.
Bs As, nº 435, octubre 2001, p 52-66.
12
Outes, Félix Faustino y Carlos Bruch. Los aborígenes de la República Argentina, Bs As, Ángel
Estrada, 1910.
13
Serrano, Antonio, “Los querandíes”, en (diario): La Prensa. Bs As, 12 de mayo de 1940.
El aporte nutritivo de esta etnia parece haber sido importante y no diferiría
mayormente de lo que ocurre en la actualidad. “Los querandí (sic) -dice Krickeberg14-
pescan principalmente para conseguir aceite y porque el pescado, triturado y
mezclado con grasa, da un pemmican nutritivo, análogo a carne del guanaco en el sur.
Las tribus pampeanas y los patagones extraen harina de raíces, semillas (quinua y
algarrobo) y almendras de la araucaria. Grasa e intestinos se comen crudos, la carne
se prepara a medio cocer sobre cenizas calientes o en hornos subterráneos después
de haber sacado lumbre con el taladro (en vez de hacerlo con dos piedras, como en
Tierra del Fuego) …”.
Sánchez15 refiere lo siguiente sobre los tobas: “La alimentación se basa en la carne
de los animales silvestres, entre otras variedades: tatú, mulita (grande y chiquito),
guazuncho, ciervo, tapir, avestruz, etc. Estos están clasificados en dos categorías:
buenos y malos, limpios e inmundos. Los frutos que se comen son: mistol, chañar,
tala, algarrobo, chauchas y porotos de ciertos árboles, chaguar, variedades de raíces y
cogollos de palmas y palmito, papa y batata, etcétera; raíces como la mandioca que
quita el apetito durante el día y papa excavada de la tierra, que sirve para quitar la sed
en los desiertos donde no hay agua. Además, se come huevos y miel en abundancia.
La elaboración de las bebidas se obtiene mediante la harina de las chauchas del
algarrobo y miel fermentada, que motivan las fiestas colectivas en agradecimiento a la
naturaleza por la cosecha de la misma. Allí danzan y beben al ritmo del baile
tradicional. En esas festividades se destacan cantores, sonajeros y el que canta con
un bombo. También se conoce una clase de tabaco muy estimulante en los momentos
de agotamiento físico y mental”.

14
Krickeberg, Walter. Etnología de América. México, FCE, 1974.
15
Sánchez, Orlando. Los tobas. Bs As, Búsqueda-Yuchán, 1986.
Entre los hábitos de esta etnia se observan aspectos comunitarios singulares y la
presencia del animismo. El mismo autor citado agrega: “generalmente la pesca y la
caza se realizan en forma conjunta, algunas veces se realizaban en forma individual
pero el código de los tobas es compartir el alimento para la subsistencia de todos los
integrantes. La persona que cumple muy bien este código siempre es elogiada y
apreciada; en cambio, la persona o mujer que es mezquina es odiada por su grupo.
Cuando la caza y la pesca son mayores se come en abundancia; cuando no hay éxito
en ello, en ese día, no hay por qué preocuparse pues, seguramente, alguien del grupo
tendrá éxito, así el alimento está asegurado. Cuando no se consiguen piezas de caza
o pesca siempre es atribuido al descuido de las mujeres en su estado de período
menstrual, por lo tanto las reglas generales impiden al varón salir a pescar o cazar
mientras dure el período de su mujer o su hija, para evitar la furia de los animales
terrestres o acuáticos”.
La alimentación de los primitivos habitantes de la pampa, zona desértica, de pastos
duros y lluvias escasas, a los que Serrano denomina pampas-het (con esta última
palabra indígena el autor agrega el gentilicio gente), difería ligeramente de las que
hemos citado. “Los recursos económicos de los pampas-het residieron en la caza y
recolección de frutos y raíces silvestres. Con el fruto del algarrobo fabricaban,
especialmente los taluhet, bebidas fermentadas y hacían harina. Ovalle nos informa
del aprovechamiento de la langosta tucura, para lo cual incendiaban los pastizales
donde se asentaban y luego las recogían, ya tostadas. Reducidas a harina fabricaban
con ella una especie de pan”16.
Hemos mencionado que la técnica de la milpa terminaba con la feracidad de la tierra,

16
Serrano, Antonio, “Los primitivos habitantes de la pampa o pampas-het”, en (diario): La Prensa. Bs
As, 11 de febrero de 1940.
Jankilevich17, al referirse a los guaraníes señala lo siguiente: “Cultivaron la mandioca,
el zapallo, la batata y el maíz en pequeñas extensiones de bosque preparadas con
ese objeto mediante el corte de la maleza y de los árboles menores y finalmente por el
fuego en la época de sequía. Las milpas, los terrenos así preparados, eran sembrados
y estaban al cuidado de las mujeres que también se ocupaban de la cosecha. „Los
campos de cultivo no duraban más de cinco o seis años, porque la lluvia arrastraba la
parte fértil del suelo y este dejaba de ser productivo. Cuando la tierra se “cansaba” los
guaraníes abandonan la parcela y abrían otra, de ese modo los terrenos de cultivo
quedaban cada vez más lejos de la aldea y se hacía difícil protegerlos. Era el
momento de partir. Dejaban atrás casas y aldea y se mudaban a otra zona que tuviera
buenas tierras‟.
Los patagones, que poblaban nuestro extremo sur, de acuerdo con su
nomadismo, se basaban en la caza y en la recolección de frutos y raíces silvestres.
Además, como señala Serrano18, “la presencia de conchales (kiokemoedingos) en la
costa patagónica, a partir del Cabo Blanco, denunciaría la existencia en el territorio
que estudiamos de núcleos patagónicos pescadores con arpones y cuya alimentación
era especialmente de moluscos. Tales conchales, por la ergología de su instrumental
óseo pertenecen a los onas, los cuales, en época no muy lejana, compartirían con los
aóniken o patagones dichos el dominio de la Patagonia austral”. Los yámanas comían
focas.

17
Jankilevich, Ángel, Paleolítico. Historia cultural y social de la salud en la Argentina. Bs As, Hospital y
Comunidad, 2006.
18
Serrano, Antonio, “Los patagones o tzónecas”, en (diario): La Prensa. Bs As, 30 de junio de 1940.
Chapman19 resalta la variedad de alimentos que, como recursos naturales, el paisaje
le ofrecía a los onas: “Una fauna marina extraordinariamente rica, en particular de
mamíferos y moluscos, y en la región atlántica, pese al rigor del clima, abundaban
guanacos, zorros, roedores y una gran variedad de aves”.
De Palma20 agrega otra modalidad de alimentación ya que “tostaban sobre piedras
calientes y molían una semilla parecida a la de la alfalfa pero más pequeña, que
llamaban Tay, mezcladas con agua o grasa de lobo marino les permitía obtener una
masa que por cocción, se transforma en una suerte de pan de color terroso, aceitoso y
muy nutritivo”.
Los asentamientos indígenas aprovechaban al máximo los recursos de la naturaleza.
Los mapuches, de la zona cordillerana de Neuquén, por ejemplo, obtenían alimentos,
además de sombra, protección y leña, del pehuén (Araucaria imbricata). Comían sus
piñones crudos, hervidos o asados, o los enhebraban en cordones para guardarlos
deshidratados. Una vez secos, se los tostaba o se los molía para preparar harina:
gruesa, apta para una cocción, o fina, en forma de pan. Asimismo, los piñones eran
parte corriente de una especie de guiso21.
Las etnias que estaban asentadas en nuestras actuales provincias de Córdoba y San
Luis, los comechingones y los sanavirones, también fueron estudiados por Serrano.
“Los recursos económicos de este pueblo eran proporcionados por la agricultura, con
el cultivo especialmente de maíz y porotos, la cría de camélidos; por la caza, pues
Córdoba era según Sotelo Narváez „tierra de gran caza de guanacos, liebres,

19
Chapman, Anne. Los selk’ nam. La vida de los onas,. Bs As, Emecé, 1986.
20
De Palma, Donato. La pediatría en las culturas aborígenes argentinas. Bs As, Fundasap, 2000.
21
Pérez Bugallo, Rubén, “Los alimentos sagrados en el territorio argentino”, en (revista) Todo es
Historia. Bs As, nº 380, marzo de 1999, p 43-8.
venados, ciervos y lo demás que en los llanos de Santiago‟. Completaban estos
recursos la recolección de algarrobo y frutos del chañar.
“Fabricaban bebidas fermentadas y absorbían por la nariz, como excitante, el polvo del
cebil. En la práctica de este servicio hacían uso de pequeñas bandejas de piedra, las
llamadas „tabletas de ofrenda‟ que hoy la arqueología pone al descubierto”22.
Diferenciándolos de los tobá (así los llama), Krickeberg23 expresa que “los chiriguano y
chañé siembran en primer lugar maíz del que hacen una cerveza. Practican la pesca
con arco, dardos multifurcados, anzuelos y mediante el envenenamiento del agua”,
que no debe ser muy diferente de lo que practicaron en la antigüedad.
Al noroeste, los matacos, con sus diversos grupos que distintos autores agrupan en
forma diferente, integrados con el medio que los rodeaba, sembraron zapallos, maíz,
sandías y algo de tabaco. “De los frutos silvestres el que desempeña mayor
importancia en su economía -sostiene Serrano24- es la algarroba. Y precisamente en
la época de su maduración, para apresurar esta cosecha y protegerla de los malos
espíritus los indios ejecutan cantos y bailes a los cuales algunos autores reconocen
carácter mágico”.
Muy cerca de ellos, “los mocovíes, comían langostas y miel. Las técnicas de caza eran
similares a los de los tehuelches septentrionales: incendios de praderas, uso de
señuelos, etc. Usaban arcos, flechas y redes „tijera‟. Todos eran cazadores-
recolectores pero las comunidades que estaban en contacto con los tupís guaraníes

22
Serrano, Antonio, “Los comechingones y sanavirones”, en (diario): La Prensa. Bs As, 29 de
diciembre de 1940.
23
Krickeber, Walter. Etnología de …
24
Serrano, Antonio, “Los matacos”, en (diario) La Prensa. Bs As, 22 de junio de 1941.
del sur del Brasil y del otro lado del río Paraguay comenzaron a practicar una
horticultura incipiente”25.
“Los apatamás de la Puna -dice Jankilevich26- eran de origen atacameño, sembraban
la papa, el maíz, la quinua y utilizaban para ello palas y azadones de piedra y grandes
cuchillos de madera que se encuentran en abundancia en la región. Criaban llamas
que utilizaban para el transporte y explotaban sus grandes salares abasteciendo de
sal a las regiones vecinas …”.
Es nuestra suposición que el asentamiento de las tribus nómades, con la horticultura
que, tarde o temprano, desembocarían en la agricultura, debe haber sido casi una
necesidad ante el aumento del número de sus componentes. El alimento a base de
moluscos y pescados, casi una constante, dimana de la cercanía indispensable del
hombre con las fuentes acuíferas.
Dividiendo el territorio en regiones, Torres y Santoni27 caracterizan una extensa lista
de alimentos prehispánicos. Señalaremos algunos de ellos: 1. Cultivados: ají, maíz,
maní, papa, poroto, quinoa, tomate, zapallo, sandía, melón, calabaza, habas,
mandioca, arvejas, batata, pimentón; 2. De recolección: tunas, nuez, mora, algarroba,
yuca, ají quitucho, moras; Animales domesticados: llama, pato, cuis, ñandú, perro; 3.
Animales de caza: vizcacha, palomas, ciervo, guanacos, conejos, armadillo, loros,
comadreja, yaguareté, nutrias, liebre, iguana, rana.
Panorama alimenticio variado pero que no siempre estaba al alcance de la mano.

25
Lobato, Mirta Zaida y Juan Suriano. Atlas histórico. Nueva Historia Argentina. Bs As,
Sudamericana, 2000.
26
Jankilevich, Ángel. Paleolítico. Historia cultural y social de la …
27
Torres, Graciela F y Mirta Elsa Santoni, “Los efectos de la conquista: modificaciones en los patrones
alimentarios de la región del NOA, siglos XVI a XVIII”, en: Procesos socioculturales y alimentación. Bs
As, Del Sol, 1997.

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