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Índice
Introducción.................................................................................................................1
I. Liberación de género vs. derechos de género ........................................................1
II. El enfoque de Farrell sobre el movimiento de liberación de género......................3
III. Dos conceptos íntimamente asociados: “feminismo de género” y “derecho de
género”........................................................................................................................5
IV. El feminismo “de género” y el materialismo histórico............................................8
V. El concepto de “patriarcado” en Marx y Engels....................................................12
VI. El feminismo “de género” es un movimiento burgués y reaccionario.................19
VII. Política de género y desarticulación del feminismo subversivo.........................24
VIII. Para un discernimiento estratégico entre feminismos.......................................27
IX. El significado real del "feminazismo"...................................................................32
X. Cómo se aborda el problema de la prostitución (parte 1)....................................37
XI. Cómo se aborda el problema de la prostitución (parte 2)...................................42
XII. El fetichismo estatal del feminismo "de género".................................................46
Introducción
Entre octubre y noviembre del año pasado estuve trabajando intensivamente en la traducción
de unos extractos de entrevista a Warren Farrell realizada en 1993, coincidiendo con la
publicación de su libro «El mito del poder masculino»1. En este proceso apareció un concepto
difícil de traducir, "gender entitlement" (véase la nota del traductor al final), que me llevó, en
combinación con discusiones políticas previas, a una serie de reflexiones de mayor calado. Aquí
pretendo revisar, sintetizar y desarrollar ampliamente dichas reflexiones, enlazando con lo
referido en la nota del traductor a los extractos de la entrevista a Farrell.
1 Editados y publicadas digitalmente bajo el título "El mito del poder masculino y la liberación de género".
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I. Liberación de género vs. derechos de género
La distinción de Farrell entre "liberación de género" (gender liberation), que él defiende tanto
para las mujeres como para los hombres, y "dación de derechos de género" (gender
entitlement), no sólo planteó un problema de traducción, ya que no hay una traducción del
todo exacta para el término inglés "entitlement" y sí una diversidad de opciones que
introducirían matices ajenos o sesgos interpretativos. (Véase la referida nota de traducción).
Con ese término, finalmente traducido como "dación de derechos de género", Farrell
claramente no alude a que el feminismo haya derivado en una lucha por "privilegios" para las
mujeres, ni tampoco a que, en lugar de una liberación profunda de su situación y roles de
género, se haya limitado a luchar por "derechos" en general y a secas. El concepto "gender
entitlement" vincula claramente los derechos al género, esto es, a una categoría social.
Todo esto quedaría en una anécdota intelectual propia de Farrell si no fuera porque, en las
discusiones políticas grupales en que he venido participado, y ampliamente en el ambiente
político dominante -sobre todo dentro de la izquierda política-, el concepto de "derecho de
género", como noción práctica y finalidad política, ha adquirido una significación real, está
implícitamente presente en algunos discursos y comportamientos, parece afianzarse en el
imaginario colectivo inspirado por el feminismo dominante. En el fondo de este imaginario
subyace un sentimiento de vulnerabilidad y frustración que se proyecta en el deseo de
protección por una instancia superior, el Estado, en forma de derechos o atribuciones
duraderas en razón del género (un ejemplo sencillo -y puede que sólo incipiente- de ello son
algunas formas de discriminación positiva, la definición de la violencia "de género" como
exclusivamente de los hombres hacia las mujeres, la fijación de cuotas de representación
institucional por sexos, etc.).
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roles de género tradicionales, sólo que la funcion general de protección atribuida a los varones
-y su consiguiente estatus social- son desplazados al Estado, que este feminismo trata a su vez
de "feminizar" con cambios en el Derecho, en las leyes, en la representación parlamentaria,
etc.
En este contexto, pues, la percepción de que el feminismo (en abstracto) defiende "privilegios"
para las mujeres tiene cierto sentido, cierta base en la práctica social, política e ideológica, por
mas que en los hechos la situación de parte importante de las mujeres trabajadoras diste de
haber llegado a una equiparación de derechos y libertades efectivos con los hombres
trabajadores. No debería ser difícil captar cómo este contraste radica en los intereses de clase
social que representa ese feminismo, por más que se presente públicamente como un
feminismo "universal", que no tienen nada sustancial en común con los intereses de las
mujeres proletarizadas. La determinación de clase se hace valer, en la práctica, como más
potente, de mayor y más fuerte afectación, frente a la determinación de género que
sobreenfatiza ese discurso ideológico feminista.
No es casual que se halla vuelto normal hablar del género como fundamentalmente
dependiente de la identidad sexual. Esta asociación conlleva, por ejemplo, que por su identidad
biológica las mujeres transexuales puedan ser excluidas de las "políticas de género". Pero
también conlleva que cuestiones que no se consideran comunes a la determinación del género
en base a la identidad sexual, como es el ejercicio de una actividad laboral peculiar
(estigmatizada, además) como la prostitución, sean excluidas de las políticas de género
dominantes -salvo, como ocurre con la prostitución, en tanto pueden ser consideradas
resultantes de la opresión general del sexo femenino y, por tanto, susceptibles de medidas
fundamentalmente negativas, dirigidas exclusivamente a suprimir esa actividad-. Con la misma
lógica identitarista se asocia estrechamente la vida sexo-afectiva y el género, de tal modo que,
por ejemplo, el feminismo predominante no tiene entre sus prioridades defender una política
dirigida a acabar con problemas como la concentración, relativamente alta, de la fuerza de
trabajo femenina en trabajos a tiempo parcial y más precarios, con menos derechos laborales,
etc. De este modo el género social, de categoría analítica, cuyo contenido depende de cada
formación social, es convertido en una categoría identitaria que toma como dado,
acríticamente, la determinación del género que es peculiar a la sociedad contemporánea (que a
su vez es determinada según el modelo interclasista de la “lucha de sexos”).
Volviendo a las ideas de Farrell, quiero hacer notar cómo en ese discurso feminista no hay
nada similar a las nociones farrellianas de "síntesis de género" como finalidad, o "movimiento
de transición de género" como proceso constituyente, para llegar a algún tipo de
transformación cualitativa del sistema de géneros existente. De hecho la cosa no es si yo
asumo o no esos conceptos y nociones que propone Farrell, la cosa es que no veo en ninguna
parte otra propuesta feminista que un amoldamiento de los hombres a las necesidades y
expectativas que hacia ellos planteen las mujeres. Y ello se justifica con la afirmación de que
los hombres son simplemente, debido a su sexo y a la fuerza de la tradición "machista",
individuos privilegiados y opresores, y las mujeres, por su lado, víctimas de su explotación y su
violencia -esto es, se aplica un modelo que asimila la división por roles de género a una
división en clases sociales-.
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Esta polarización y enfrentamiento en función de una diferencia de identidad sexual se
presenta como el único rasgo definitorio de las relaciones entre los géneros, en detrimento de
la cooperación y el buen trato, considerando que el actual sistema de géneros sólo se sostiene
gracias a la pura y simple sumisión de las mujeres por un lado, y la pura y simple opresión de
los hombres por el otro. Que tal representación sesgada y extremista de las relaciones entre
mujeres y hombres sea extraña a la realidad, y por consiguiente, les parezca extraña a gran
parte de las mujeres como a la mayoría de los hombres, no evita que se halla convertido en
una representación políticamente dominante -lo que se explica porque, como siempre han
sostenido l@s marxistas, "las ideas dominantes son siempre las ideas de la clase dominante"-.
El que un modelo de conflicto de clases haya podido presentarse como válido para explicar el
sistema de géneros se explica por la descomposición política e intelectual del movimiento
obrero y de sus organizaciones de clase, de la misma manera y paralelamente a la práctica
extinción del feminismo socialista.
Así es cómo, con las transformaciones y retrocesos de la clase obrera y del mundo laboral, la
izquierda política abandonó o marginó la política de clase, su vínculo con los intereses del
proletariado, y en su lugar desplegó políticas sectoriales y transversales, buscando formar en
base a ellas un bloque popular transformador. Por descontado, si todo ello ocurrió fue porque
las organizaciones de izquierda se transformaron socialmente y ajustaron su actividad a una
estrategia parlamentarista y legalista, claudicante para el proletariado. Y mientras el
proletariado no vuelva a constituirse en clase consciente y organizada, sobre la base de su
relación antagónica con el capital, no existirá otra base para una izquierda organizada, no
existirá otra izquierda organizada, y la que existe asimilará las ideas e intereses dominantes
que, en parte, corresponden a la perspectiva conservadora y conciliadora de la pequeña
burguesía tradicional y de la clase media asalariada.
Además Farrell, al defender una posición igualitarista que no sólo reclama de los hombres la
renuncia a cualquier privilegio relativo, sino que también reclama de las mujeres que asuman
la misma responsabilidad en todos los asuntos de la sociedad, en la práctica plantea una
aproximación democrático-radical basada en la libertad de expresión y el diálogo entre
hombres y mujeres, con lo que diverge de cualquier ideología y práctica polarizadores. Plantea
una crítica al movimiento de mujeres sin culpabilizarlo, pero relativizándolo como una parte del
"movimiento de transición de género" que también habrán de realizar los hombres. Tal enfoque
garantiza una actitud de reconocimiento y apertura hacia las aspiraciones emancipatorias de
las mujeres, pero es incompatible con un feminismo que identifique la realización de esas
aspiraciones con una lucha de poder contra los hombres. Sin embargo, también plantea que el
feminismo que se oponga al movimiento de los hombres, negando que éstos también tengan
un conflicto con el sistema de géneros prevaleciente, es reaccionario de cara al cambio
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liberador de las relaciones entre hombres y mujeres y hace imposible que se erradique el
conflicto de géneros.
Es decir, detrás del fomento de la ideología misándrica que pone a los hombres como
agresores y a las mujeres como sus víctimas está determinada perspectiva política,
determinado proyecto político. No se trata meramente de prejuicios, o del revanchismo de
mujeres "frustradas", se trata de un instrumento de propaganda política que sirve a
determinada capa social de mujeres para escalar social y políticamente y que, obviamente, no
comporta en ningún momento la necesidad de poner en cuestión el carácter capitalista de la
sociedad y del Estado. Al contrario, el "feminismo de género" sólo puede combinarse con una
perspectiva anticapitalista a la manera demagógica de una socialdemocracia radicalizada o del
fascismo clásico. En todo caso rechaza que a las mujeres se las trate como cosas o como
mercancías, pero sólo porque defiende las cualidades femeninas como un capital, su libre
realización como medio para obtener un beneficio egoista, en consonancia con su reclamo de
la plena igualdad de las mujeres en todo lo que respecta al régimen capitalista: la plena
igualdad de las explotadores con los explotadores, de las pequeñoburguesas con los
pequeñoburgueses (propietarios o asalariados), de las proletarias con los proletarios...
Igualdad que no se asocia a un enfoque de clase, sino a la negación de las diferencias de clase
o a su posposición indefinida, porque en realidad esa igualdad reclamada no es otra que la
abstracta igualdad burguesa que se sustenta en el derecho de la propiedad privada de los
medios de producción, en la competencia, en la maximización de la ganancia, etc. El
"feminismo de género" no es otra cosa que el feminismo burgués en su forma radicalizada,
ofensiva, apuntando a la conquista de las posiciones de poder económico, político e ideológico
dentro de la sociedad capitalista, lo que obviamente no sólo no es útil para la mayoría de las
mujeres, tampoco es posible en general para las mujeres trabajadoras, que en este proyecto
sólo existen como resortes instrumentales para esa disputa del poder, en forma de electorado
o de masas movilizadas.
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farrelliana gender entitlement) se estaría consiguiendo el reconocimiento de necesidades
vitales de las mujeres (esto es, común a las mujeres como grupo social). No me parece
redundante insistir en que transiguir con este tipo de formulaciones, nociones implícitas en el
discurso, o siquiera insinuaciones, equivale a una renuncia al enfoque de clase -al menos del
consciente y crítico porque, como ya he señalado, el universalismo de género no es
esencialmente distinto del universalismo burgués, solamente es una forma corporativa del
mismo y esconde como contenido práctico e interés subjetivo la reproducción del orden social
capitalista. Admitir el "derecho de género" supone, pues, admitir la reproducción de la
dominación capitalista en una forma modificada, pero a la vez más enrevesada, sobre la base
de una masa trabajadora con un división reforzada por la vía de la "legitimación" -pues aquí,
en tanto el "derecho de género" se presenta como una reivindicación crítica con lo existente,
no sólo su realización supone un cambio en la legalidad, sino una legitimación en el sentido
político-ideológico.
Pero, además, la idea misma del "derecho de género" tiene dos implicaciones ideológicas
específicas. Primera, naturalizar el género como categoría universal y necesaria para el
desarrollo vital de las mujeres como seres humanos íntegros. Segunda, introducir el género
como fuente de derecho, a modo de derecho natural derivado de las cualidades intrínsecas de
las mujeres, de una naturaleza específica de la feminidad. Esto último trae consigo fijarlo
políticamente en el sistema de Derecho, convertirlo en componente jurídico del Estado. El
único modo de sustentar esta naturalización del género como categoría y, a su vez, convertirlo
en fuente natural de derechos, es considerar el género -y por tanto, el sistema de géneros
(cuya base es la división del trabajo entre sexos)- una forma social imperecedera e imperativa
para la regulación de la vida social, lo que a su vez implica atribuirle un componente biológico
irreductible -o lo que es lo mismo, presuponer que las diferencias sexuales biológicas implican
diferenciaciones sociales y que tales diferenciaciones sociales exigen un reconocimiento legal
como individuos diferentes. Como dije anteriormente, la transexualidad es un fenómeno que
no interesa a este feminismo, porque implica que el género no se construye en base a
diferencias biológicas socialmente evidentes, es un fenómeno que al menos choca con el
identitarismo de género que puede fomentarse en base a la cultura tradicional que identifica
sexo biológico e identidad sexual.
Esa consideración del género como constituido en base a un componente biológico irreductible,
en lugar de concebirlo como una categoría estrictamente social-histórica, propia de ciertas
formas de sociedad, se opone a toda consideración histórico-materialista del sistema de
géneros, que explica el género como construcción de la subjetividad basada en una división del
trabajo entre los sexos. Una división del trabajo asociada, por tanto, a condiciones materiales
históricas de producción y reproducción generales de la vida social, que parte de necesidades
compartidas y se mantiene en base a su satisfacción -o en términos de Farrell, se sustenta en
una "funcionalidad" social racional-; la construcción del género -y por tanto, el sistema de
géneros existente en cada época- no parte de una naturaleza masculina como definitoria de
intereses especiales, o de una racionalidad o imaginario inventados arbitrariamente por el
género masculino (prejuicio que, en primer lugar, contradice los estudios antropológicos y
sociales serios, o sea, sustentados en datos empíricos sobre el modo de vida social de los
individuos, y en segundo lugar es autocontradictorio ya que explica la construcción del género
femenino a partir de la preexistencia del género masculino -autocontradicción que sólo se
"soluciona" atribuyendo a la biología masculina el origen del impulso a la violencia hacia las
mujeres, del deseo de oprimirlas, etc.-).
Llevando la lógica del "derecho de género" hasta el extremo, debe considerarse que no existen
jurídicamente individuos en general, sino sólo individuos masculinos e individuos femeninos;
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por lo tanto, la administración y el gobierno de la sociedad sólo puede hacerse de acuerdo con
criterios de justicia si las mujeres tienen exactamente la misma participación y los mismos
recursos a su disposición. La justicia no se define entonces como "dar a cada uno lo que le
corresponde o pertenece" (equidad), determinando tal correspondencia por criterios culturales
de moralidad (criterios que, por descontado, son a su vez socio-históricamente determinados,
afectados por la posición de los individuos en la sociedad y especialmente por la división en
clases sociales) y sobre la base del individuo como sujeto jurídico, sino que la justicia pasaría a
definirse por "dar a cada uno según su género" (lo que nos remite a la idea según la cual el
género es una categoría social no sólo universal, también uniforme y autoconsistente, por lo
cual el "derecho de género" sería justo por sí solo, independientemente de las demás
circunstancias sociales del individuo). Lo mismo le corresponde, según esto, a una mujer rica
que a una mujer pobre, a una mujer con recursos de poder que a una mujer de una clase
social subyugada, porque tales situaciones diferenciadas no afectarían a sus determinaciones
como género.
Además, si el Derecho moderno se asienta en la idea del ser humano como individuo universal,
en la idea de la equiparabilidad de los individuos como miembros de la especie y de la
sociedad, la idea del "derecho de género" nos hace retroceder a un Derecho de base colectiva,
a la manera del sistema de castas, de tribus, etc., donde el individuo no es el sujeto del
derecho sino una colectividad, o el individuo es sujeto de derecho sólo parcialmente y a través
del ente colectivo. La existencia real de esta concepción del Derecho, aplicado al género, es lo
que explica que muchas feministas se consideren con "derecho" a decirles a otras mujeres lo
que corresponde o no a su realización social y se opongan a que, por ejemplo, las prostitutas
sean reconocidas legalmente como trabajadoras sexuales y se les reconozcan, por tanto,
derechos laborales, una regulación laboral sectorial, derechos sindicales... Pues, siguiendo con
el ejemplo, un cambio en el status legal de la prostitución -si se hace de forma favorable a los
individuos que realizan ese trabajo- permitiría que mejorasen su situación y posición social,
independientemente de si se considera que la prostitución debe (o no) desaparecer, que sea
cual sea su forma degrada (o no) a las mujeres, etc.; la obstinación en el "abolicionismo" por
parte del feminismo que ha conquistado posiciones institucionales sólo se explica porque
admitir que las prostitutas deciden prostituirse mediante su libre voluntad -al menos tan libre
como la de la mayoría de trabajadore/as asalariados en la sociedad capitalista- equivale a
admitir que el derecho individual está por encima de cualquier "derecho de género" y que, en
general, las determinaciones del individuo como individuo social son más significativas a todos
los niveles -también en el jurídico y político- que las determinaciones del individuo como parte
de un grupo social identitario.
No sobra aquí aludir a la clase social como determinante de la individualidad; las teorías de las
clases sociales no se sustentan en determinaciones naturales de los individuos ni tampoco en
una construcción específica de su identidad social, se sustentan en su relación con la propiedad
de los bienes sociales. Por eso ni en sus versiones conservadoras ni en las progresistas o las
revolucionarias se ha planteado nunca convertir la clase social en fuente de derecho per se,
salvo por la vía de los hechos y transitoriamente con la idea de la "dictadura del proletariado"
como medio para suprimir la división de la sociedad en clases, siempre ligada a un programa
de transformación comunista. Pero, incluso aquí, lo que ocurre es un proceso constituyente por
el cual la mayoría social se dota colectivamente de un nuevo sistema de Derecho en el que es
la mayoría social, directamente, comunitariamente, la que asume la propiedad de los medios
de producción y de los recursos globales de la sociedad. Como ya analizaran Marx y Engels,
todo Derecho es siempre un "derecho de la desigualdad", se sustenta en la desigualdad entre
los individuos, y más específicamente, en las sociedades de clases, es siempre el Derecho que
responde mejor a los intereses de la clase dominante, y a esa existencia subsidiaria del
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Derecho respecto a los intereses de la clase dominante se deben los cambios duraderos en él.
Por otra parte, universalmente se ha reconocido la liberación del individuo de los marcos
colectivos cerrados, gracias al capitalismo, un progreso, una condición para un desarrollo
superior de la productividad del trabajo y de los individuos mismos. Por eso sólo un comunismo
"grosero", un comunismo que se inspira en formas precapitalistas -como podría ser el
despotismo asiático o el absolutismo feudal-, podría pretender que los individuos fuesen
"igualdados" para pertenecer a la comunidad social, lo que jurídicamente equivale a negarles
una entidad independiente de su papel en la comunidad. Paradójicamente ahora es un
feminismo burgués el que defiende una regresión de ese tipo, que en la práctica exige una
política de "igualación" en el comportamiento y mentalidad de las mujeres. Por eso el
feminismo "de la igualdad" en sus formas relativamente conservadoras se ha convertido en
cuasi-idéntico al feminismo liberal, mientras que en sus versiones "anticapitalistas" sólo
subsiste asociado a tendencias socialistas y comunistas revolucionarias -ya que, dentro del
espectro del "progresismo" reformista el feminismo "de género" se ha hecho hegemónico-.
Pero lo más preocupante es el cariz intolerante y misándrico que toma ese feminismo "de
género" en su tendencia militante o activista, y su infiltración en los movimientos sociales de
protesta en torno al problema de la violencia de pareja, o la violencia sexual, de los hombres
hacia las mujeres. Frente a esta forma activista del feminismo "de género", vulgarmente pero
no sin cierto sentido caracterizada con el adjetivo de "feminazi" -debido a sus actitudes y
declaraciones, que por convicción o reactividad psicológica, consciente o inconscientemente,
están próximas a las ideas del Manifiesto SCUM de Valerie Solanas-, la estrategia subversiva
no puede consistir en una vuelta a un feminismo igualitarista pequeñoburgués, reformista, sino
que tiene que fomentar un feminismo proletario revolucionario, socialista/comunista, definido
por una estrategia de clase de las mujeres proletarias, y este feminismo puede apoyarse, eso
sí, en el feminismo "de la igualdad" y en el masculinismo progresista, haciendo un frente de
lucha inmediato en común a la vez contra las desigualdades y opresiones de género, marcadas
por la forma proletarizada, desempoderante, enajenadora, que el sistema de géneros existente
toma mayoritariamente en la problación trabajadora, y contra el actual feminismo burgués,
ideológicamente condensado en torno a una ideologización y politización confrontacional del
género como categoría social, a una estrategia de lucha de sexos por el poder institucional,
con el objetivo de conquistar posiciones en el Estado capitalista -y defenderlas allí donde las ha
conseguido y se sirve de ellas para financiar y amplificar su actividad de propaganda y
movilización- (por lo que, acertadamente, desde la óptica anarquista ese feminismo ha sido
calificado como "feminismo de Estado").
Desde ese punto de vista, quienes se oponen a los reclamos de derechos de género para las
mujeres actúan de forma injusta y ello sólo podría explicarse en razón de su posición de
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privilegio de género. Su oposición a los derechos de género sería simplemente expresión de
unos intereses estructurales de género, lo que nos remite a su vez a los hombres como un
sujeto político unitario contrapuesto a las mujeres, y a la idea de que el derecho existente es,
en realidad, el derecho de género de los hombres y no un sistema de derecho comprehensivo.
Resulta evidente que esto sólo se sustenta en un enfoque ideológico de las cuestiones de
género, tal que es posible abordarlas independientemente de la clase social -es decir, se parte
de la premisa de que el sistema de género y sus determinaciones son equiparables en las
distintas clases sociales, y para justificar esta premisa se apela a una determinación del
sistema de género como condensado en torno al ámbito de la familia y la sexualidad, o sea, de
la reproducción social, lo que en realidad contradice frontalmente la visión marxiana, histórico-
materialista, de la sociedad capitalista (donde las relaciones entre los sexos son
sobredeterminadas siempre y omnimodamente por las relaciones de clase, el ámbito de la
reproducción social por el ámbito de la producción social).
Además, hay que decir que el enfoque ideológico del feminismo "de género" no sólo abstrae el
género del marco social-histórico material en que existe, convirtiendo la problemática de
género en una problemática radicada en la subjetividad (conciencia, psicología, interacciones
personales o psicosocialidad); también intenta, inconsistentemente, extrapolar este enfoque a
la evolución histórica del sistema de géneros, poniendo la forma patriarcal propia de la familia
de las clases dominantes, en la que el estatus masculino es derivado de la acumulación de
propiedades, como modelo general de la familia de todas las clases y modelo interpretativo de
la historia hacia el pasado, obviando que el estatus masculino en las clases productivas
siempre estuvo determinado por el trabajo y no por la propiedad (y debido a ello, el rol
autoritario y excluyente, el carácter rígido de la división del trabajo entre los sexos y su
consiguiente traslación al ámbito de la vida pública, siempre se destacaron más según las
determinaciones de clase, siendo muy distinta entre las clases dominantes, que concentraban
la propiedad de las condiciones y medios de trabajo, y las clases dominadas, parcial o
totalmente desposeidas de los mismos). La mayoría de las mujeres desarrollaron siempre un
trabajo socialmente importante, aunque éste no se presentase directamente como trabajo
social en tanto tenía fundamentalmente fines de subsistencia doméstica -a diferencia del
trabajo social que era explotado por las clases dominantes y, por lo tanto, del que se exigía
siempre la producción de cierto excedente sobre las necesidades de subsistencia reproductiva
(con lo cual el superior estatus de ese trabajo iba directamente asociado a su explotación por
otra clase social)-, y siguieron trabajando así hasta la extensión en el capitalismo de la forma
de la familia burguesa. Esta forma moderna de familia, que desarrolla hasta el extremo la
polarización patriarcal en base al derecho de propiedad -polarización que ya estaba presente
en las anteriores formas de familia de las clases ricas, que dominaban la sociedad- sólo llegó,
no obstante, a tener cierta universalización entre las clases intermedias (pequeños
propietarios, rentistas, funcionarios del capital) y sólo en una parte -la mejor situada- de la
clase obrera. Para el resto de las masas proletarizadas el trabajo productivo "privado" de las
mujeres siguió siendo muy importante como suministrador de valores de uso imprescindibles
para la reproducción social de la fuerza de trabajo -sobre todo cuando persistían en el ámbito
doméstico la pequeña propiedad agraria o los medios de producción artesanales-; y cuando no
había estos medios las mujeres de la clase obrera tenían que desempeñar también trabajos
extradomésticos como asalariadas, semi-autónomas o autónomas.
Sobre este asunto volveré más adelante, para abordar cuál es la perspectiva histórico-
materialista sobre la evolución de la familia, frecuentemente distorsionada por lecturas
unilaterales de los escritos de Marx y Engels -llegando al punto de considerar que la definición
del sistema de géneros (concepto más complejo pero que engloba lo que en Marx y Engels se
entiende por la organización de la reproducción social en base a la división del trabajo entre los
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sexos, con su dimensión política y cultural, con sus afectaciones sociales de clase).
Es evidente que para defender el "derecho de género" se tiene que presuponer que, al menos
para el presente estadio histórico de la sociedad, el género es una categoría uniforme y
estática, por lo cual su contenido social, las necesidades de las mujeres, son igualmente
determinables en términos de género. Si esto parece razonable es debido a las apariencias
formales promovidas por el capitalismo, cuya ideología inmanente y general es la concepción
del individuo abstracto y equivalente, y a que esas apariencias se combinan con la
proletarización de la mayoría de la población trabajadora y con la universalización del trabajo
asalariado como forma del trabajo social (a veces forma estrictamente real, pero otras
encubriendo como "salario" una participación parcial o completa en la plusvalía producida por
otr@s trabajadore/as). Sobre estas bases "empíricas" parece justificable aplicar un enfoque de
género igualmente universal, aunque de hecho tal enfoque abstracto es universal en tanto que
-y porque- no cuestiona en absoluto la constitución de la sociedad capitalista, lo que es lo
universal concreto.
Aquí se plantea, pues, otro problema. La noción feminista de género alude principalmente a
una construcción socio-cultural, no socio-económica. Y esto a pesar de que los estudios
antropológicos feministas mínimamente serios -o sea, en tanto son verdaderos estudios y no
panfletos camuflados- reconocen la ligazón indisoluble de dicha construcción a una división del
trabajo social. Pero el feminismo dominante se obstina en interpretar de modo subjetivista el
orden de determinación, poniendo lo cultural como causa de lo económico, el "machismo"
como causa de las desigualdades económicas que parecen las mujeres. Si esto es posible es
porque, de partida, se niega que toda subjetividad sea ella misma expresión constituida de
intereses sociales determinados por las condiciones de existencia de los individuos,
presuponiendo que todo interés es condicional, que la voluntad es lo decisivo, que, en
resumen, los individuos de la sociedad capitalista son todos individuos libres y que si las
mujeres no lo son es porque no han accedido a las condiciones que posibilitan tal libertad: la
propiedad capitalista o el trabajo asalariado. Aquí vemos, de nuevo, el reflejo de la dominación
ideológica universal del capitalismo y absolutamente ninguna actitud crítica respecto al modo
de producción capitalista; toda crítica se limita a las formas que el capitalismo adopta. Tanto el
feminismo burgués como el feminismo pequeñoburgués tienen en común que sus proyectos
propios son proyectos de reforma del capitalismo, y aquí se incluye una parte de las mujeres
proletarias como furgón de cola. Por su punto de partida, por otra parte, estos proyectos
feministas consisten en reformar el sistema de géneros existente, no en abolir el sistema de
géneros en general considerándolo una forma opresiva que limita el libre desarrollo de los
individuos y reconociendo en el género mismo una forma de restricción de ese libre desarrollo
(aunque, claro está, esto se puede hacer de forma inconsistente, puramente ideológica, con
meras proyecciones en el ámbito de la afirmación cultural de la subjetividad, como el enfoque
queer). Cuando desde ese tipo de feminismo se habla, pues, de "feminizar" la política, las
instituciones, los comporamientos sociales, los valores, etc., no se está haciendo sólo un
énfasis en la necesidad social de valorizar lo que tradicionalmente se han considerado virtudes
o cualidades femeninas (lo que ahora no es lugar para entrar a discutir, pero en algunos casos
tiene un sesgo biologicista injustificado); se está además declarando que el objetivo es
reformar el sistema de género actual sobre todo en su proyección institucional estatal -lo cual,
otra vez, es poner la clave de la transformación en el poder del Estado capitalista-. En lugar de
una política consistente en "degenerizar" (concepto que tomo del ensayo de B. M. Thurén 2) las
relaciones entre hombres y mujeres, un proyecto irrealizable tomando como medio del poder
político concentrado en una superestructura porque exige la acción directa y material en todos
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los ámbitos de la vida social-material, lo que se plantea es una política cuyo objeto primario es
feminizar el Estado capitalista y, una vez conseguido, implementar a través de él un programa
de reforma feminista global. Mientras tanto la estrategia política del feminismo se queda,
necesariamente, en un desarrollo fragmentario de luchas sociales, acopladas como resortes de
la lucha política por el poder estatal, empleando para ello tácticas como la infiltración lobbista
en los partidos políticos organizados y en otro tipo de asociaciones -incluso en los sindicatos-.
Por lo tanto, tenemos que el feminismo "de género" considera que los efectos del sistema de
géneros existente sobre la división capitalista del trabajo social (podríamos especificar, dentro
y fuera de la familia) son causalmente derivados del ámbito ideológico, o bien del acoplamiento
de las relaciones productivas capitalistas como extensiones de las relaciones reproductivas
"patriarcales" -lo que se presenta como una visión "materialista" e "histórica", pero no es más
que una forma "izquierdista" de justificar la preeminencia efectiva de la "lucha de sexos" y se
sustenta sobre la premisa de que la voluntad del sexo masculino como grupo (sin importar sus
recursos productivos, o sea sus propiedades y su clase social) es decisiva en la configuración
del conjunto de la vida social material; en otras palabras, la voluntad opresiva de los varones
es decisiva aunque esté condicionada por el capitalismo. Así, en la práctica, se justifica una
actividad política que gira siempre en torno a la cuestión del "machismo" y, en general, de las
representaciones racionales, simbólicas e imaginales acerca de cómo piensan y se comportan,
y cómo deberían pensar y comportarse desde su punto de vista, los hombres y las mujeres.
Como argumento a favor de ese tipo de actividad política se señala el hecho, indiscutible, de
que el avance en equidad logrado por el movimiento de mujeres en las sociedades
formalmente democráticas no ha tenido suficiente efectividad más allá de la esfera de los
derechos formales (civiles y políticos), en particular la libertad de acceso al ejercicio
profesional. Pero en lugar de ver en la configuración social de la economía capitalista la causa
de esa falta de efectividad, se afirma que tiene que deberse a causas culturales porque las
mujeres pueden desempeñar cualquier actividad. Se obvia que, de hecho, esto es lo que
ocurre ya en general; pero de la forma que en el capitalismo es posible esto, la forma que
conviene a la configuración general del capitalismo, presenta una diferenciación de género que,
en una gran parte, no tiene nada que ver con las preferencias de las mujeres. Esta
diferenciación se explica, en cambio, generalmente porque las construcciones y
comportamientos de género se hallan acoplados y subordinados a la producción capitalista,
que explota la disposición de la fuerza de trabajo femenina a aceptar empleos con ciertas
características porque, entre otros factores, guardan correspondencia, reafirman, la
subjetividad de género previamente formada. Lo mismo ocurre con la fuerza de trabajo
masculina. Los valores y actitudes formados en el sistema de género son funcionales a la
división capitalista del trabajo y a los niveles de explotación capitalista del trabajo (o, en caso
de no ser trabajos productores de plusvalía, se trata de trabajos productores de valores de
uso, mercantilizados o no, que sirven de soporte a la reproducción de la fuerza de trabajo
social). Al no considerar así la relación entre el sistema de género y el sistema de clases en el
régimen capitalista, se cree que las circunstancias asociadas al género pueden ser cambiadas
en base a un cambio en la subjetividad y la voluntad, y que para ello las mujeres pueden
servirse de los derechos y libertades formales. Sin embargo, esto contradice toda la
experiencia histórica de la clase obrera, y vuelve inexplicable su retroceso social y político
durante las últimas cuatro décadas en las sociedades occidentales; no sólo, en este caso, no se
verifica que los derechos y libertades formales permitan modificar por sí mismos las
circunstancias económicas, sino más aún, se verifica que pueden coexistir mientras las
circunstancias económicas se degradan de forma persistente, así como se verifica que el
Estado en ningún caso sirve como medio para defender las posiciones obreras preexistentes
-con lo que mucho menos servira para avanzar, y menos aún cuando se pretenden reformas
11
apoyadas por la parte femenina del proletariado (y en general, sin recurrir, debido a esa
separación de la lucha, a las formas de lucha específicamente proletarias, aquellas en las que
se hace valer la fuerza económica de la clase obrera). Lo que resulta de esta estrategia política
no es otra cosa que la posposición de las reivindicaciones de las mujeres proletarias en favor
de los intereses de conquista de poder e influencia institucional de las mujeres burguesas,
mientras las mujeres pequeñoburguesas se "entretienen" con sus fantasías y empeños
ideológicos por "educar" a los varones en los "valores feministas", así como por abrirse camino
en el escalafón del trabajo asalariado en parte gracias a mecanismos públicos de inserción y
subvención del empleo femeninos.
Voy ahora a comentar un poco las tesis de Engels, apoyadas en apuntes de Marx, que fueran
expuestas en su famosa obra El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado (1884).
Engels, casi al comienzo, critica la perspectiva ideológica burguesa que presenta la familia
como si "no hubiera tenido ningún desarrollo histórico". Además, por tal desarrollo histórico no
entiende simplemente, ni siquiera principalmente, las relaciones entre los sexos, los cambios
en la "condición de la mujer", sino los cambios en las relaciones de propiedad en las que se
basa la familia. Los cambios en la forma de familia se explican así por los cambios en las
relaciones de propiedad y no por cambios relativos a las relaciones entre los sexos. Eso último
sólo ocurrió con la progresiva disolución de las formas de comunismo primitivo, con el proceso
de emergencia de la división de la sociedad de clases, que hizo que la propiedad dejase de ser
compartida por todos los miembros de la comunidad y, en tanto condiciones y medios de
producción, se vinculasen al género masculino, lo que requirió un proceso histórico prolongado,
complejo y que aún hoy no tiene una explicación clara. Aunque ya Engels sitúa como clave
interpretativa cómo el desarrollo de la actividad agrícola fue crecientemente asumida por los
hombres, así como la actividad bélica y sus resultados (bienes y esclav@s) fueron
monopolizados por ellos. Sin embargo, esta línea de interpretación vincula estrechamente el
crecimiento del poder masculino al desarrollo de la propiedad en manos masculinas: sin este
vínculo necesario y motor, por el que la propiedad determina el poder y el poder la hegemonía
de representaciones ideológicas machistas, el asunto es incomprensible; pero precisamente
esto explica también por qué, junto al crecimiento del poder masculino, se produce un
desarrollo de la concentración de dicho poder en un grupo determinado de hombres en
detrimento del resto: la clase de los propietarios.
Así, cuando Engels cita con aprobación a Morgan, vinculando el "poder exclusivo de los
hombres" a la "familia patriarcal" -esto es, la familia consistente en la "organización de cierto
número de individuos, libres y no libres, en una familia sometida al poder paterno del jefe de
ésta"-, está situando esa forma de familia ya en el mundo greco-romano en el que, de hecho,
el término familia "ni siquiera se aplica a la pareja conyugal y a sus hijos, sino tan sólo a los
esclavos. Famulus quiere decir esclavo doméstico, y familia es el conjunto de los esclavos
pertenecientes a un mismo hombre." La familia patriarcal se va configurando sobre esta base,
llegando a ser "un nuevo organismo social, cuyo jefe tenía bajo su poder a la mujer, a los hijos
y a cierto número de esclavos, con la patria potestad romana y el derecho de vida y muerte
sobre todos ellos". Por lo tanto, la familia patriarcal está materialmente vinculada a la
agricultura y la esclavitud y, según Marx (citado por Engels) ya engloba "en miniatura, todos
los antagonismos que se desarrollan más adelante en la sociedad y en su Estado". Pero no los
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engloba porque la opresión de la mujer sea el modelo de la opresión de clase. Más bien ocurre
al revés: lo que se considera como la situación tradicional de opresión de la mujer se origina
en la prolongación de la relación familiar, originada entre amo y esclavos. Por ello los
antagonismos que encierra no se refieren al género, a las relaciones entre mujeres y hombres,
sino, en palabras de Marx, se trata de la esclavitud y la servidumbre como formas generales, a
gran escala. Lo que se en un momento dado parece caracterizar las relaciones opresivas de
género, la organización patriarcal, en realidad las precede y, por otro lado, anticipa las formas
posteriores de relaciones de clase. Y por lo tanto, en ningún momento las relaciones de género
determinan decisivamente las relaciones de clase y el carácter del Estado, lo que ocurre es
justamente lo contrario.
A partir de lo expuesto ya queda claro que el empleo feminista del término "patriarcado" y su
adjetivo "patriarcal" no tiene nada que ver con el enfoque histórico-materialista, es un uso
puramente ideológico y ahistórico. Este uso permite hacer creer que el sistema de relaciones
de género no está causalmente y estructuralmente vinculado a los modos de producción, que
en lugar de constituir una esfera aparte se halla siempre subsumido como función del modo de
producción vigente y se transforma, en consecuencia, para ser funcional al mismo. Por ello no
existe ningun sistema de género que se mantenga relativamente constante y pueda definirse
como "patriarcado". El "patriarcado" es, en primer lugar, una forma histórica de organización
social, no simplemente una forma de organización de lo que hoy se entiende por "familia"; en
segundo lugar, el "patriarcado" tiene como característica general la agrupación, mediante lazos
de consanguineidad (pero no solo, como vimos con los esclavos), en torno a un "jefe"
masculino, pero ello sólo comporta lo que se entiende por dominación de dicho "jefe paterno"
una vez su poder de mando se acopla con la apropiación por él de las condiciones de existencia
colectivas. Es decir, en cualquier caso, incluso usando el término "patriarcado" de forma
abstracta y vaga, en cuanto categoría histórico-material no deja de referirse a un acoplamiento
de mando y propiedad en manos de un individuo, no es en ningún caso una mera relación de
género ni basada en el género, y además está constitutivamente ligada a la división en clases
sociales (o al menos, a la génesis del proceso que lleva a tal división sobre la base de una
concentración de poder económico -no sobre una base de poder político e ideológico, no sobre
la base de una voluntad organizada-).
Pero el "patriarcado" también comportaba una situación para la mujer en tanto que esposa del
"jefe" masculino. No sólo es "madre", también "gobierna la casa y vigila a las esclavas". Es
decir, ya aquí tenemos, evidenciada, que la posición de la mujer considerada hoy típica del
patriarcado no es otra cosa que una reproducción, relativamente idéntica, de la relación que
mantenían las mujeres de la clase propietaria de esclavos en la antigüedad greco-romana, esto
es, de facto como esclavistas pasivas. Para las mujeres no pertenecientes a la clase esclavista,
la situación era necesariamente diferente y debido a su participación en las tareas agrarias o
artesanales tenían un estatus social que, aunque como estatus de clase, esto es, público,
pudiera ser muy bajo, dentro de la propia clase social a la que pertenecían no podía ser tal, si
partimos de la base de que el estatus no es un atributo imaginario sino derivado de la
contribución sensible que los individuos hacen a la comunidad.
"A consecuencia del desarrollo de todos los ramos de la producción -ganadería, agricultura, oficios
manuales domésticos-, la fuerza de trabajo del hombre iba haciéndose capaz de crear más productos que
los necesarios para su sostenimiento. También aumentó la suma de trabajo que correspondía
diariamente a cada miembro de la gens, de la comunidad doméstica o de la familia aislada. Era ya
conveniente conseguir más fuerza de trabajo, y la guerra la suministró: los prisioneros fueron
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transformados en esclavos. Dadas todas las condiciones históricas de aquel entonces, la primera gran
división social del trabajo, al aumentar la productividad del trabajo, y por consiguiente la riqueza, y al
extender el campo de la actividad productora, tenía que traer consigo necesariamente la esclavitud."
Desde este punto de vista, cuando se idealiza la familia burguesa como realización universal
del dominio masculino, se olvida que, para el proletariado masculino, mantener con su salario
a su mujer e hijos es una carga que, literalmente, es propia de esclavos. El poder que esta
posición económica le proporciona sobre la mujer y los hijos es la contrapartida de trabajar
como un esclavo, aunque sea en las condiciones de la esclavitud moderna, la esclavitud
asalariada. Por ello esa dominación sólo puede ser fuente de satisfacción ilusoria, una
compensación fútil por trabajar largas e intensas jornadas. Por eso el feminismo "anti-
patriarcal" no fue una perspectiva emanada de la clase obrera sino de la pequeña burguesía,
de las pugnas de las mujeres pequeñoburguesas por el acceso a la propiedad y al excedente
económico del que disponían sus maridos. La mujer proletaria que quedaba reducida a la
condición de "ama de casa", que era una minoría, obviamente carecía de la autonomía
económica que proporciona un ingreso propio, pero al mismo tiempo podía dedicarse a una
forma de trabajo ajena al disciplinamiento fabril, a la subordinación a la máquina, al
despotismo de los patronos, y sus propias tareas le permitían una relación íntima más amplia
con sus hij@s. La consideración feminista de la reducción o concentración de las mujeres en el
trabajo doméstico de "amas de casa" como algo intrínsecamente negativo, opresivo,
degradante incluso, no es más que el resultado de una interiorización de la ideología de las
mujeres burguesas, de mujeres movidas por el deseo egoista de enriquecimiento que es propio
de su clase social. En realidad tanto el trabajo asalariado como el trabajo doméstico tienen, en
lo que respecta a la clase obrera, claramente sus lados positivos y negativos, sus formas de
alienación características, mostrando la realidad de un sistema de géneros en el que la
distinción entre un género opresor y un género oprimido no puede trazarse fácil ni
unívocamente. En cierto modo la figura del obrero que es padre de familia y mantiene con su
salario a mujer e hijos es la figura que personifica la máxima opresión social, a pesar de que
su personalidad -precisamente por ello, como mecanismo compensatorio imprescindible- se
construya sobre la base de una estructura psicológica muy rígida y reprimida, correspondiente
al estereotipo del varón "autoritario", cuyas necesidades sexo-afectivas necesitan de un
correlato inverso por parte de la mujer -una psicología flexible, más afectuosa (por tanto,
menos reprimida), sumisa...-. Esto es lo que explica que, con la descomposición de esa forma
burguesa de familia, haya desaparecido para siempre el deseo masculino de encarnar esa
figura tradicional, reconociendo en ella una realidad opresiva que no tiene compensación
razonable, una forma de esclavitud.
"La industria había sido siempre asunto del hombre; los medios necesarios para ella eran producidos por
él y propiedad suya. Los rebaños constituían la nueva industria; su domesticación al principio y su
cuidado después, eran obra del hombre. Por eso el ganado le pertenecía, así como las mercancías y los
esclavos que obtenía a cambio de él. Todo el excedente que dejaba ahora la producción pertenecía al
hombre; la mujer participaba en su consumo, pero no tenía ninguna participación en su propiedad."
Los hombres con pequeña o ninguna propiedad no tenían, por consiguiente, más que si acaso
un poder proporcional a ella sobre las mujeres. En su mayoría y la mayor parte del tiempo, por
consiguiente, no hacían, en el ejercicio de ese poder de género, otra cosa obedecer las órdenes
y cumplir las exigencias emanadas de la clase dominante, o si se quiere, de los hombres de la
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clase dominante. Sus "privilegios" dependían casi exclusivamente del reparto de los bienes de
subsistencia dentro de la familia, mientras el orden social y político establecido por la clase
dominante se servía de ese sistema de género propio de las clases explotadas para cimentar
su dominación. Los "privilegios" masculinos han servido, así, para mantener una población
trabajadora relativamente sumisa, formada en relaciones familiares autoritarias (esclavitud,
servidumbre o explotación capitalista), mientras proporcionan una satisfacción pobre y efímera
a los "privilegiados", y en realidad actuaban en su vida privada como representantes de
intereses (de clase) ajenos. A su vez, el orden dominante también ha puesto siempre límites a
tales "privilegios", precisamente por la necesidad de garantizarse el trabajo de las mujeres y
su provisión de descendencia explotable. Mientras los regímenes de clase han valorizado
tradicionalmente más al género masculino en cuanto al estatus social, como proveedor del
excedente que las clases dominantes se apropian, también han valorizado más al género
femenino como objeto de protección, como proveedor de valores de uso que reproducen la
fuerza de trabajo y de nueva fuerza de trabajo futura. Esto, pues, lejos de ser una
"interpretación" interesada en relativizar los "privilegios" del varón y la "opresión" de la mujer,
no es nada más que el resultado evidente de cualquier interpretación del sistema de géneros
vigente en las clases trabajadoras desde el prisma de la sociedad de clases y, en especial,
desde el punto de vista de la clase dominante.
Los "privilegios" del género masculino y el sistema de género están, en la población explotada,
siempre ligados a la mayor productividad del trabajo masculino:
"El «salvaje», guerrero y cazador, se había conformado con ocupar en la casa el segundo lugar, después de
la mujer; el pastor, «más dulce», engreído de su riqueza, se puso en primer lugar y relegó al segundo a la
mujer. Y ella no podía quejarse. La división del trabajo en la familia había sido la base para distribuir la
propiedad entre el hombre y la mujer. Esta división del trabajo en la familia continuaba siendo la misma,
pero ahora trastornaba por completo las relaciones domésticas existentes por la mera razón de que la
división del trabajo fuera de la familia había cambiado. La misma causa que había asegurado a la mujer
su anterior supremacía en la casa -su ocupación exclusiva en las labores domésticas-, aseguraba ahora la
preponderancia del hombre en el hogar: el trabajo doméstico de la mujer perdía ahora su importancia
comparado con el trabajo productivo del hombre"
Esta situación trajo consigo un cambio en el Derecho, pero no olvidemos que, por más que en
la esfera del Derecho prevalecieran los "privilegios" masculinos, éstos sólo existían como tales
en forma subalterna a los intereses de la clase dominante, o de los hombres de la clase
dominante. La "supremacía" jurídica de los hombres explotados sobre las mujeres de su clase,
tenía como condición y correlato la dominación política y económica de los hombres de la clase
explotadora, a la que servía como instrumento de regulación social y política del
comportamiento general de la clase explotada. Esto es lo que explica que, cuando esos
explotados se rebelaban, sus esposas les apoyasen activamente, y no, como dicen algunas
feministas, que esas mujeres tuvieran su voluntad anulada por el "patriarcado" y por ello
vieran en los intereses de sus maridos la única forma de realizar los suyos -como si la forma
que adoptan los intereses de clase pudiera, además, ser elegida libremente por los individuos,
e incluso por la clase como tal-. Supuesto el caso de que una clase social sea capaz de actuar
como sujeto unitario, aun en esa situación la premisa de la autodeterminación, de la libre
elección, respecto a las formas de objetivar sus necesidades de clase, contradice por principio
la propia constitución de cualquier clase explotada: sólo es pensable como expresión histórico-
material de la autosuperación de esa condición de clase en el curso de una revolución social, o
bien, si se piensa a la manera idealista, se imagina una voluntad libre que sólo necesita de un
saber, de una orientación ideológica, para comenzar a realizarse.
15
Pero sigamos. Engels expone cómo, con el desarrollo histórico de las fuerzas productivas se
desarrolla la polarización entre ricos y pobres y que este proceso supuso, ya en las antiguas
sociedades esclavistas, el surgimiento de una "nueva escisión" en el interior del patriarcado:
"La desproporción de los distintos cabezas de familia destruyó las antiguas comunidades comunistas
domésticas en todas partes donde se habían mantenido hasta entonces; (...) el paso a la propiedad
privada completa se realizó poco a poco (...). La familia individual empezó a convertirse en la unidad
económica de la sociedad."
Así se lleva a cabo la transición del patriarcado propiamente dicho, inicialmente basado en
formas de propiedad colectiva por la gens o la tribu, a una sociedad agrícola mercantil en la
que la forma patriarcal de la familia es sólo una función de la propiedad privada de la tierra y
el derecho patriarcal un medio para proteger y regular la herencia. Pero ahora esas formas
patriarcales sólo persistían en cuanto vehículos de un proceso de desarrollo, ya caracterizado
por la división general de la gens en clases, que se sumaba a la más antigua división entre
individuos libres y esclavos:
"Así, junto a la extensión del comercio, junto al dinero y la usura, junto a la propiedad territorial y la
hipoteca progresaron rápidamente la concentración y la centralización de la fortuna en manos de una
clase poco numerosa, lo que fue acompañado del empobrecimiento de las masas y del aumento numérico
de los pobres."
En tanto esta sociedad, dividida en explotadores y explotados, "no sólo no podía conciliar estos
antagonismos, sino que, por el contrario, se veía obligada a llevarlos a sus límites extremos",
surgió la necesidad de "un tercer poder que, puesto aparentemente por encima de las clases
en lucha, suprimiera sus conflictos abiertos y no permitiera la lucha de clases más que en el
terreno económico, bajo la forma llamada legal. El régimen gentilicio era ya algo caduco. Fue
destruido por la división del trabajo, que dividió la sociedad en clases, y remplazado por el
Estado."
Así pues, el patriarcado, formado sobre la base de la comunidad primitiva, deja de ser la forma
dominante de organización social tan pronto el desarrollo del modo de producción esclavista
eleva la productividad del trabajo, agrícola y artesanal, y produce con ello una diferenciación
creciente entre los cabezas de familia patriarcales. Seguidamente esta diferenciación prosigue
hasta que las formas de la comunidad primitiva, reconvertidas en bases del patriarcado, se
desmoronan por completo y, en palabras de Engels, "el Estado se alza sobre las ruinas de la
gens". Así, pues, el desarrollo histórico de la sociedad de clases es comprendido como un
proceso en el que se desarrolla la disociación entre comunidad social y comunidad política,
comenzando por destruir las formas institucionales de la comunidad y desarrollando en su
lugar instituciones políticas autonomizadas y enfrentadas a la comunidad social, que llegan a
su máximo desarrollo con la completa separación burguesa del Estado respecto a la sociedad
civil, una sociedad burguesa (pues sólo la sociedad burguesa adopta una forma civil por
oposición al Estado como sociedad política) en la que la polarización entre una muy reducida
clase rica y una ampliamente mayoritaria clase pobre no deja de crecer aceleradamente -y por
consiguiente, necesita el fortalecimiento y la mayor independencia del Estado frente a la
comunidad social-.
El desarrollo del Estado es, por consiguiente, la expresión misma de la descomposición del
patriarcado, la muestra evidente de que la dominación de los jefes de familia (primeramente
los "padres", sobre la base de la explotación de esclav@s) ha sido reemplazada por la
dominación de cierta clase social, ya no ligada entre sí por ninguna consanguineidad sino sólo
16
por intereses de explotación del trabajo ajeno. En estas condiciones pueden persistir las
formas patriarcarles como residuo arcaico, mientras pueden amoldarse a las exigencias de la
nueva forma social; pero cuando la nueva forma social se expande, como ocurrió con el
capitalismo, desarrollando las fuerzas productivas de la sociedad a una escala general y
mundial, comienza a necesitar cada vez más fuerza de trabajo disponible y, con ello, liquida
definitivamente lo que quedaba de la forma patriarcal de la familia y pone a las mujeres en
general en igualdad con los hombres en tanto que fuerza de trabajo libre. Si se quiere expresar
en la forma ideológica del feminismo prevaleciente, diríamos que la familia patriarcal
desaparece o pasa a una posición subalterna dentro del marco de un Estado neopatriarcal.
Obviamente, incluso expresado en estos términos, se hace evidente que ninguna estrategia
emancipatoria para las mujeres trabajadoras puede basarse en la consecución de reformas y
cuotas de poder por medio del Estado existente. Al igual que la familia, el Estado puede
reformarse para que pierda los rasgos patriarcales remanentes, pero no por ello deja de ser el
representante de los intereses económicos dominantes, tal y como estos están conformados a
través del sistema de género dentro de la clase capitalista. Por ello ningún programa feminista
realmente fiel a los intereses de las mujeres proletarias puede llegar a aplicarse a través del
Estado, no importa cuán reformado esté ese último en su forma, en términos democráticos y
de feminización. Las mujeres de la clase dominante están tan interesadas en impedirlo como
los hombres de la clase dominante.
Como el Estado es el "patriarca" general, esto es, abstracto, lleva a efecto los imperativos de
género establecidos por la clase dominante, pero lo hace de forma impersonal. Se trata de la
misma apariencia de existir como un poder independiente de las relaciones de la sociedad.
Hereda de la forma mercantil la apariencia real de la intercambiabilidad o equiparabilidad
universal del ser, que en el capitalismo se extiende de las cosas a las personas. Los
componentes del Estado parecen siempre reemplazables por otros, pero con ello se olvida que,
detrás de ello, está la determinación de esos componentes como personificaciones de las
relaciones de producción dominantes, esto es, del capital. Cada vez que los reformistas, entre
los cuales están las feministas "de género", rechazan la "mercantilización" de bienes,
actividades, cualidades humanas, etc., están obviando el contenido fundamental que todos
ellos tienen, en la sociedad existente, como objetivaciones de la relación de producción
dominante, del capital, al margen de si se presentan o se realizan plenamente como entes
intercambiable y equiparables. El feminismo que rechaza la "meritocracia" machista que
presenta todavía el Estado, la rechaza, así mismo, defendiendo el principio mercantil,
olvidando que sobre él prevalece el principio capitalista, y siendo fundamentalmente acrítico
cuando se opone al criterio de la "idoneidad" para ocupar puestos y cargos en el sistema
político del Estado o en otras instituciones de poder económico o cultural. La "idoneidad" se
cuestiona en nombre de la intercambiabilidad y haciendo abstracción de cuáles relaciones de
producción son personificadas por el individuo, que este feminismo define meramente a partir
de su identidad sexual y su posición en el sistema de género. No es capaz de captar cómo,
dado que el modo de producción capitalista es el que determina "en última instancia" el
sistema de género, la "idoneidad" se refiere fundamentalmente a la cualidad de los individuos
como representantes adecuados de los intereses generales del capital y, en segundo lugar, de
los intereses de ciertas fracciones del capital. No es una "idoneidad" personal, sino sobre todo
social. Por lo que, igual que ocurre en las organizaciones de las clases subalternas, la
"idoneidad" siempre va a determinarse objetivamente por los intereses que se personifican y
no por cualificaciones intelectuales y prácticas formales. Por esa razón la política de cupos o
cuotas, en general la política de paridad representativa, entre mujeres y hombres, carece de
sentido sin un criterio de praxis de clase. Sin ese criterio constituye, en realidad, una
mistificación del carácter de clase del Estado y de la función social integracionista del régimen
democrático-burgués, una defensa del individuo abstracto como sujeto político -aunque bajo
17
una forma limitada por la identidad sexual-. Dado que el Estado personifica las relaciones de
propiedad, el poder económico constituido, sólo puede representar los intereses de las mujeres
en cuanto propietarias, capitalistas, y por lo tanto, la feminización de los componentes
humanos del aparato estatal -e incluso de las disposiciones jurídicas, reglamentarias,
"concretas" del régimen político respecto al género-, no va a traducirse en una transformación
del Estado en favor de las mujeres trabajadoras sino, en todo caso, en una transformación del
Estado en favor de las mujeres capitalistas y sus representantes -conscientes o no-
intelectuales y políticas. Sobre este punto volveré en el apartado siguiente.
"el hombre también podía servir de mercancía, de que la fuerza de trabajo del hombre podía llegar a ser
un objeto de cambio y de consumo si se hacía del hombre un esclavo. Apenas comenzaron los hombres a
practicar el cambio, ellos mismos se vieron cambiados. La voz activa se convirtió en voz pasiva,
independientemente de la voluntad de los hombres."
"Con la esclavitud, que alcanzó su desarrollo máximo bajo la civilización, se realizó la primera gran
escisión de la sociedad en una clase explotadora y una clase explotada. Esta escisión se ha sostenido
durante todo el período civilizado. La esclavitud es la primera forma de la explotación, la forma propia del
mundo antiguo; le suceden la servidumbre, en la Edad Media, y el trabajo asalariado en los tiempos
modernos. Estas son las tres grandes formas del avasallamiento, que caracterizan las tres grandes épocas
de la civilización; ésta va siempre acompañada de la esclavitud, franca al principio, más o menos
disfrazada después."
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VI. El feminismo “de género” es un movimiento burgués y
reaccionario
Lo que está en juego, en la actualidad política del "problema de la mujer", es una lucha
ideológica entre el feminismo "de género" y el partido general de la clase obrera -la clase
obrera en tanto constituida en clase, esto es, fuerza consciente e independiente que se dota de
un programa general en correspondencia con sus intereses como clase-. Para captar la realidad
de esta lucha, y sus consecuencias sobre la desarticulación política de la clase obrera como
partido, no es necesario partir de posiciones comunistas revolucionarias, basta con tener una
visión general histórico-materialista de la sociedad capitalista y de la lucha de clases que se da
en ella. Hoy es evidente que el partido de la clase obrera, como fuerza que se define por tomar
partido por los intereses de clase de l@s proletari@s, no puede articularse o agruparse en
torno a la bandera de la revolución anticapitalista; pero esto no es necesario para entender
que toda corriente política e ideológica de constitución interclasista 3 es un obstáculo para la
articulación de las fuerzas del proletariado y el desarrollo de su productividad política en
términos de producción de lucha, organización y subjetividad.
El feminismo "de género" se apoya en una noción ideológica del "patriarcado" como una
especie de organismo social donde todo lo que tenga que ver con las mujeres es objeto de
opresión y objeto de explotación en beneficio de los hombres. De ello se deriva, como una
consecuencia inevitable, la victimización universal de las mujeres. Pero más allá del discurso
polarizante y unidimensional, que culpabiliza a los hombres como grupo definiéndolos como
agresores/opresores, mientras victimiza a las mujeres como grupo definiéndolas como
agredidas/oprimidas, el feminismo de "género" tiene un programa político que ya está implícito
en esa visión de la realidad. Un programa que desde hace tiempo ha comenzado a
implementarse fragmentariamente.
3 Conviene diferenciar entre lo que es interclasista a raiz de sus determinaciones constituyentes y lo que
lo es a raiz de una forma limitada, alienada, de ver las necesidades de la clase obrera y/o sus
posibilidades de realización; en otras palabras, una cosa es un movimiento de constitución interclasista y
otra un movimiento obrero que practica la colaboración de clases.
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negativa -la libertad como cualidad inherente a la acción individual cuya condición de
realización es simplemente la no-intervención de poderes ajenos, no altera la centralidad del
individuo, su prevalencia como condición de toda actividad y desarrollo colectivos. En el
feminismo "de género", así como en la noción implícita en él, el "derecho de género", subyace
una concepción de la libertad de tipo organicista. La libertad de las mujeres como individuos es
concebida como determinada por su posición social y política como género, siendo el género
una categoría permanente. (Aquí se transparenta su verdadera mentalidad de clase, pues
efectivamente como fracción de la clase burguesa el partido del feminismo "de género" concibe
su libertad como dependiente de una diferenciación y reunión frente a un otro, y proyecta su
realización en la organización no de una nueva forma de sociedad que supere los -supuestos o
reales- antagonismos, sino en la reorganización del poder político frente a ese otro). Por lo
tanto, el feminismo "de género" defiende que el género sea reconocido y pase a operar como
condición constituyente del régimen político y jurídico, de la composición y forma de las
instituciones, etc., lo que implica una concepción corporativista u organicista de la democracia
y del derecho democrático. (Según una lógica organicista, la clase obrera, en lugar de reclamar
derechos individuales en función del trabajo y la ciudadanía, reclamaría ser reconocida
jurídicamente como "clase" y que ello tuviera su expresión orgánica en el Estado.) Pero, en
realidad, este tipo de concepción del régimen político y jurídico no pertenece al ámbito de la
democracia burguesa, sino que tiene sus orígenes en la organización estamental feudal y fue
actualizada por el fascismo clásico, renombrándola como "democracia orgánica". 4
En los regímenes fascistas también las clases sociales tienen reconocimiento en la forma
conciliadora de la "corporación" que agrupa a trabajadores y patronos de una misma empresa,
rama, región... De hecho, cualquier planteamiento político organicista recurre a fórmulas
conciliadoras para implementar sus principios orgánicos, sean la unión de trabajo y capital y de
sociedad civil y Estado, o sea una constitución de los géneros como sujetos de derecho y su
articulación y posterior unión basada en una igualdad orgánica -para garantizar así, mediante
la ley y la distribución del poder público, que el género femenino tenga todos los derechos que
le corresponden (según lo que se consideran sus necesidades, su situación) y el poder efectivo
para ejercerlos y desplegar su acción libre-. El carácter reaccionario y utópico de estas
concepciones no es esencialmente diferente del que tenía el fascismo. Tampoco el fascismo
consiguió, salvo mediante dictaduras abiertas, establecer ninguna democracia orgánica, ni
consiguió eliminar los antagonismos de clase. Por eso la cuestión no es si esas aspiraciones
que giran en torno a la idea misma del "derecho de género" son plenamente o coherentemente
realizables, sino en qué medida tienen influencia cultural y efectividad política, en especial, en
este caso, en los movimientos de mujeres, pero también en organizaciones sindicales, partidos
políticos parlamentarios y otros. La cuestión es entender la estrategia del feminismo "de
género", que no es sino la forma contemporánea dominante del feminismo burgués y
4 En versiones totalitarias del "comunismo" se podrá hallar también este tipo de noción, remitiendo
supuestamente a las clases (proletariado, campesinado, pequeña burguesía...), que tendrían
respectivamente instituciones especiales mientras el desarrollo social no permitiera la disolución de todas
las formas de propiedad privada de los medios de producción y el desarrollo a gran escala de las formas
de producción modernas, en forma de propiedad común concentrada que permitiría, en teoría, la
maximización de la productividad del trabajo. Claro está, en la práctica estos regímenes eran formas de
capitalismo de Estado y la administración y apropiación de la plusvalía por el Estado no alteraba el
carácter capitalista de la relación entre l@s trabajadore/as y las condiciones y medios de trabajo; su
trabajo seguía sometido a las exigencias de acumulación decididas por la burocracia estatal y a cambio
recibían un salario. Y esta misma forma burocrático-monopolista de organización de la producción se
demostró altamente ineficaz para el desarrollo industrial intensivo y diversificado, que requiere un alto
dinamismo innovador y participativo (razón por la cual ya Marx diera cuenta de que la competencia es
una forma superior al monopolio, y por la cual hoy el capitalismo, con un nivel de productividad y
diversificación enorme, necesita fomentar ese dinamismo innovador y participativo en la sociedad).
20
pequeñoburgués, y así poder combatirlo de forma efectiva desde posiciones de clase
proletarias, oponiéndole en el planteamiento estratégico y en cada punto, en cada acción, las
concepciones y propuestas de un feminismo proletario y, en general, los intereses del
proletariado como clase -y entre ellos, los intereses del proletariado masculino que es
despreciado por ese feminismo-.
Como explicaba Engels, el Estado es el representante histórico del sistema de género que
corresponde a los intereses de la clase dominante. Es a la luz de estos intereses como hay que
explicar el carácter "patriarcal" de la composición y acciones del Estado. Pero para llegar a esto
hay que entender algo fundamental, que también es un postulado general del materialismo
histórico: que al desarrollar su actividad los individuos no sólo producen sus condiciones de
existencia exteriores, también reproducen sus relaciones entre sí y su mentalidad. La
modificación de uno de estos tres términos -entorno, relaciones, conciencia- implica
necesariamente la modificación de los otros dos. Así pues, lo mismo que el modo de
producción capitalista, el sistema de género acoplado a él cumple una función social general
que no se limita a co-reproducir -gracias al acoplamiento de las instituciones sociales,
básicamente de familia-empresa-Estado- biológicamente a los individuos, ni siquiera a co-
reproducirlos como individuos socializados en general. El sistema de género, en cada clase
social, reproduce la adecuación, en la naturaleza misma de los individuos, de sus formas de
actividad, de relación y de pensamiento. Lo que define, pues, el género, no es una
"construcción cultural" abstracta basada en la identidad sexual (al margen del problema de si
esa identidad se concibe como identidad biológica, genital), sino una función práctica histórico-
social basada en las relaciones sociales dominantes, la función de reproducir a los individuos
sociales de acuerdo a ellas. En coherencia con ello, el feminismo dominante tiene que ser, en
principio, la expresión de esa función histórico-social práctica, que dicho llanamente es la
función de la dominación capitalista sobre la producción de subjetividad y el comportamiento
sociopolítico de los individuos.
Ese Estado semi-"matriarcal" que es el programa del feminismo burgués podría, en teoría,
hacer lo inverso que el Estado "patriarcal", pero dada la función de clase del Estado, tendrá, en
primer lugar, que mantener la sobreprotección de las mujeres trabajadoras en cuanto son los
"pilares" de la reproducción de la masa de fuerza de trabajo abstracta, autoalienada, sumisa.
Esta prioridad fundamental de clase, presente en las "políticas de género" existentes, va
acompañada, apoyada materialmente, de la claudicación frente al programa capitalista general
de incrementar la explotación de clase y economizar los gastos del Estado, con lo cual este
feminismo se coloca en contradicción con sus propias premisas y por ello no es capaz más que
21
de una "feminización" puramente aparente de la "política", de la composición y actividad del
Estado. Es por ello que, en la práctica, no conduce a más que a un Estado "neo-patriarcal",
esto es, a un Estado en el que los rasgos patriarcales arcaicos se eliminan en favor de un
igualitarismo y libertad abstractos, pero que gracias a ello es más efectivo para destruir o
cooptar los movimientos de las mujeres trabajadoras, para inhibir su toma de conciencia
política como tales -mujeres y trabajadoras-, y las "políticas de género" son aquí el sustrato
material efímero que apoya esos procesos de integración sociopolítica, de subalternización de
clase.
Nada de esto cambia si lo que se "feminiza" es el capital, que es el objetivo general de las
políticas de género dirigidas a romper el "techo de cristal". La "feminización" del cuerpo de
mando capitalista y de la personificación de la propiedad del capital no altera en absoluto la
naturaleza y exigencias del capital como relación-proceso. Otro tanto ocurre con la mayor
absorción universal de la fuerza de trabajo femenina por el capital. También aquí estas políticas
de género meramente hacen presentable la mayor sumisión de las mujeres capitalistas al
capitalismo, precisamente en una época en la que éste desarrolla unas políticas laborales y
22
económicas dirigidas a incrementar la producción de plusvalía absoluta -esto es, a hacer
retroceder el nivel normal del salario medio sin compensarlo mediante un abaratamiento de las
mercancías del consumo obrero (por lo tanto, constriñendo las necesidades sociales del sujeto
proletario, empobreciéndolo espiritualmente, degradándolo como individuo social productivo),
y a extender la jornada laboral hasta el máximo-.
De lo expuesto quedan claras las razones últimas por las cuales el feminismo "de género" ha
conseguido abrirse camino y colonizar las instituciones sociales y políticas dominantes, sin que
paralelamente haya supuesto un cambio sustancial en pro de la liberación femenina general.
Las mujeres trabajadoras siguen sometidas, en gran parte, todavía a los rasgos arcaicos y
opresivos de la familia patriarcal burguesa y su moral sexual, porque el ascenso de ese
feminismo ha ido acompañado de una intensificación de la dominación de clase de la
burguesía, no al revés. Esto, por su lado, ha sido favorecido por las políticas estatistas y
polarizantes del feminismo "de género", de manera similar a las políticas del reformismo
pequeñoburgués. En el extremo, por sus consecuencias prácticas, coinciden también sus
"resonancias" socio-políticas en el largo plazo: una progresión en la desidentificación -y hasta
desafección- general, en las sociedades capitalistas avanzadas desde los años 80, de las
mujeres y hombres del proletariado respecto del feminismo prevaleciente, respecto del
sindicalismo concertacionista y respecto de la socialdemocracia.
Ante esa desvinculación política, las fracciones "combativas" de esas corrientes ideológicas,
lideradas por la clase media, intentan recomponer el vínculo mediante una acentuación
voluntarista, subjetivista, meramente formal, de los rasgos "proletarios" o "universalistas" de
sus proyectos de reforma. Es en este contexto donde se desarrollan, a modo de un "giro a la
izquierda", los rasgos más "extremistas" de la ideología del feminismo "de género". Y a la vez,
ello coincide con una situación sociopolítica de alta descomposición y desarticulación del
proletariado como clase, con lo cual la crítica de esas ideologías remozadas -el feminismo "de
género" que radicaliza su dialéctica ideológica polarizante, el sindicalismo "combativo" o la
socialdemocracia más nacionalista-populista- aparece monopolizada por fracciones de la
burguesía que ven en esos proyectos una amenaza a sus intereses particulares, esto es,
aparece en la forma de una crítica más o menos reaccionaria y/o "de derecha". Sin embargo,
ello ni el rechazo es absoluto, ni los argumentos empleados resultan absolutamente invalidados
por ser emitidos y empleados para defender un programa reaccionario "machista" o un
programa conservador "igualitarista" liberal (lo que ha dado nuevas alas al feminismo "de la
igualdad" entre la derecha política, que ha llegado a hacer de él su bandera frente al
feminismo "de género" apoyado por la izquierda política, una izquierda puramente burguesa y
pequeñoburguesa para la cual la clase obrera sólo existe como resorte electoral o bien como
enemigo potencial cuando rechaza el "progresismo" abstracto e insustancial de esa izquierda 5)
23
excluyentes de la vida familiar -o sea, reforzando la desechabilidad masculina-. En este
contexto de dominación ideológica y social, no es extraño que quienes diverjan sean calificados
de cómplices o defensores del "machismo", lo que no significa otra cosa hoy que cuestionar el
sistema de género ya prevaleciente pero que sigue en proceso de reforma; la conversión del
término "machismo" como categoría normativa negativa, obra de la "izquierda cultural", sirve
de coartada para permitir que este proceso de reforma sea sometido a debate y,
especialmente, para permitir que entre las masas trabajadoras, donde esa izquierda política
"progresista" mantiene una relativa hegemonía sobre sus secciones más dispuestas a la lucha
contra el orden dominante, se desarrollen posiciones políticas propias, en lo cual la propaganda
polarizadora, tendente a culpabilizar a los hombres como grupo de la situación todavía
opresiva de las mujeres, tiene una función decisiva al bloquear los intentos de articular
espacios comunes de discusión.
Llegados aquí podemos volver sobre la problemática derivada del término "gender
entitlement", que Warren Farrell contraponía a "gender liberation". Políticamente esta
contraposición se ha desarrollado como una relación contradictoria entre "liberación de
género", conquista de derechos y poder "de género". El cambio en los roles de género supone
una liberación formal de las mujeres en general, pero se ha mantenido como un proceso
políticamente subalterno e inconsistente. Pues por una parte la política de género no es más
que una política de género capitalista. Pero por otra parte los intereses generales del capital no
se corresponden, para nada, con la aspiración del verdadero feminismo radical a una
"subversión de la comunidad", sino que requieren que las transformaciones en el sistema de
género en favor de la igualdad y libertad formales de las mujeres se lleven a cabo sin poner en
peligro la función de clase del sistema de género, la cual no radica en la forma sexuada rígida
de la división del trabajo sino en el carácter autoritario y represivo del proceso de formación
cultural y de socialización de los individuos. Para el capitalismo es perfectamente admisible, e
incluso mucho más eficaz, flexibilizar ese proceso de producción y reproducción de la fuerza de
trabajo social y aumentar, en general, el control, la regulación, la judicialización, de las
relaciones personales entre los sexos y entre progenitores y descendientes. Además, como la
liberación de género tiene unas condiciones materiales necesarias que, en la fase actual, el
capitalismo no tiene interés en satisfacer, justo lo contrario, las políticas de género dominantes
no van a potenciar la independencia económica de las mujeres a nivel del cuerpo general de la
fuerza de trabajo social, van a seguir manteniéndolas en sectores y situaciones laborales y
socio-laborales inferiorizantes, permitiendo que persista la competitividad salarial y profesional
entre hombres y mujeres que es uno de los mecanismos importantes del mercado de trabajo
capitalista, de la constricción de los salarios y en general de la aceptación de ritmos,
condiciones y jornadas de trabajo más duros.
Las incoherencias de la política de género capitalista son las que explican, en combinación con
la paralela desarticulación política del feminismo independiente por el "feminismo de Estado",
que la liberación de género de las mujeres progrese muy lentamente, se estaque e incluso
muestre un retroceso en las nuevas generaciones. Esto no se debe fundamentalmente a
causas ideológicas o a la propaganda sexista de los medios de masas, se debe a que el sistema
de género no puede transformarse masivamente sin alterar la situación social-material de las
mujeres trabajadoras a escala general. Pero esto, como otras muchas reformas sociales
24
amplias y que parecen tan racionales y deseables para el género humano, no son realizables
en un capitalismo que da muestras de un carácter social "progresivamente" más regresivo a
pesar de las reformas superficiales que se acometen en algunos períodos. Si muchas mujeres
trabajadoras creen que la estrategia del feminismo de género sigue siendo válida para ellas,
ello se tiene que explicar por el hecho de que el proletariado haya quedado mayoritariamente
reducido a una masa inarticulada por la ofensiva capitalista permanente de las últimas cuatro
décadas, ahora intensificada desde la última crisis mundial; porque todavía en sus grandes
secciones no ha surgido un proceso de recomposición y rearticulación política de clase. En
consecuencia, tampoco ese proceso se ha manifestado en el área de las luchas, el programa,
las ideas, de la política de género, y la "liberación de género" se muestra como un proceso casi
nulo, obligando a las feministas ideológicas a remitirse a las conquistas del pasado y a confluir
en el optimismo de la perspectiva del feminismo "de género" en lo relativo a la conquista de
posiciones políticas, derechos, cambios legislativos, etc., para intentar así legitimar
ideológicamente, en el plano de la propaganda, lo que no pueden legitimar prácticamente, en
el terreno de la práctica social. Consecuentemente, las feministas pequeñoburguesas,
incapaces (como todo el estrato intermedio de la pequeña propiedad, del trabajo autónomo o
del trabajo asalariado de mando o improductivo) de rearticular el movimiento feminista
militante, se vuelcan en la lucha ideológica como si fuese la clave del progreso real. Es otro
tanto de lo que ocurre con el reformismo socialdemócrata y, como éste, tiene como resultado
general la inefectividad y el reforzamiento irracional de la integración socio-política del
proletariado y las masas trabajadoras subalternas.
El Estado sale de esta situación muy fortalecido. Su función respecto a la propiedad, o sea, el
sistema de clases, y respecto al orden sexual, o sea, el sistema de género, es prácticamente
mejor articulada e ideológicamente mejor mistificada. Ahora la lucha intelectual proletaria no
sólo tiene que dirigirse contra el proyecto socialdemócrata en sus distintas variantes, tiene que
dirigirse también contra el proyecto feminista del progresismo burgués que, en gran medida,
("por arriba") se acopla a aquel y lo refuerza ideológicamente mientras, socialmente, ("por
abajo") ataca la articulación de la cooperación intelectual y política necesaria para combatirlo y
construir un proyecto comunista-proletario. El Estado, el poder político abstracto,
despersonalizado, que puede por ello adoptar todo tipo de formas personales según los
intereses del momento, es el representante del capital frente a la gran masa de mujeres y
hombres pobres y explotados, la masa humano bajo el mando general del capital, oprimidos
por él porque representa los intereses de los hombres y mujeres de la clase dominante. En
torno a él como "patriarca" o "matriarca", se agrupa la estirpe del capital, la étile de l@s
explotadore/as, cuya consanguineidad ya es sólo metafórica, abstracta, pero no por ello menos
efectiva -la sangre de mercancías y dinero. Es respecto a ello que vindican, sin vergüenza, el
paternalismo y el maternalismo del Estado, su masculinidad exterminadora y su feminidad
asistencial. En oposición a ello aparecen l@s proletari@s y la capa más pobre como sus
víctimas universales, no sólo adyacentes y coyunturales -como la lacra de la violencia
interpersonal entre las masas, en el marco de la pareja un correlato "patriarcal", "neo-
patriarcal" o "post-patriarcal", de la "plaga emocional" ya diagnosticada hace tanto por Reich
como signo de una sociedad en creciente fascistización político-ideológica, aunque en el
feminismo "de género" se olvida convenientemente que esta violencia es ejercida
independientemente del sexo por l@s progenitores sobre sus hij@s, de diferentes maneras,
para encerrarlos en roles de género y de clase-.
Una de las características más importantes de la política de género es la negación de las clases
sociales, que en lo relativo a la noción histórico-materialista de "clase social" se ha llevado a
cabo apoyándose en la idea de que la "clase social" se determina por el trabajo (y las mujeres,
como tradicionales trabajadoras domésticas o como parcialmente integradas en el mercado del
25
trabajo asalariado, no tendrían entonces la misma condición de clase), no por la propiedad de
los medios de producción (que no es lo mismo que la propiedad sobre los medios de
subsistencia, como ocurre con los recursos y propiedades personales "privadas" de la familia).
Las mujeres proletarias, en tanto siguen estando marcadas por una relación específica con el
trabajo doméstico, son no obstante dependientes estructuralmente del trabajo asalariado de
los hombres de su familia y tienen con el capital una relación negativa, aunque a la vez estén
determinadas diferentemente por su género. En este punto es evidente que la noción histórico-
materialista del "género" no puede coincidir con la noción burguesa del "constructo socio-
cultural", porque en el materialismo histórico todo "constructo" mental es el correlato de una
praxis social -de una relación práctica con el entorno, con los otros y con un@ mism@-. El
género es, para las mujeres proletarias, una modificación específica de su condición de clase
que sólo se hace inteligible como función de esa última, mientras, para las mujeres burguesas,
se hace inteligible como función de la acumulación de capital (que en la fase de la propiedad
capitalista aún relativamente poco concentrada podía ser más progresivo que se concentrase
sólo en manos de un sexo y se transmitiese mediante derecho paterno, pero en la fase actual
del capitalismo eso es indiferente y un anacronismo).
Si esto es así, debemos ver en la política del feminismo "de género" una corriente del proceso
de fascistización creciente de la vida política burguesa, que gracias a las ideas feministas ha
amparado una fascistización de "lo personal" al reconocerlo, a veces con razón, otras no, como
26
"político". Así la consigna de "lo personal es político" ha llegado a traducirse como "lo que me
causa conflicto emocional es políticamente opresivo y tiene que combatirse mediante la acción
política", empleando abusivamente la categoría de "violencia simbólica" como medio de
justificación de la censura de creaciones simbólicas, de teorías o de opiniones, individuales y
colectivas, en nombre de la "lucha contra la violencia de género". Esta penetración reaccionaria
en la mentalidad y el comportamiento político de las masas trabajadoras, que ha colocado otra
vez en ella nociones "sagradas" que parecían haberse desvanecido desde la época del
fanatismo religioso feudal, no es sólo relevante en materia de género, es sobre todo relevante
porque introduce como valor incondicional e irracional respeto acrítico a la subjetividad ajena.
El individuo burgués, con su personalidad rígida, débil, ideológicamente fabricada, es así
encumbrado a ídolo religioso, y si esto comienza con contenidos relativos a la cuestión de
género ello se debe a que esa es la cuestión social que conecta directamente lo personal-
íntimo con lo político-estatal. Con esto las ideas emancipadoras del feminismo han sido
convertidas en su contrario y llevan a la paradoja de que los crecientes esfuerzos y luchas
contra los "feminicidios" reales hayan ido acompañados de un proceso de "feminicidio" político
de las mujeres subversivas, que las ha vuelto incapaces de articular un movimiento
independiente y progresivo y las ha conducido a la claudicación e integración en el movimiento
feminista "de género". En otras palabras, como el proyecto socialdemócrata, el proyecto
feminista reformista ha ido deviniendo en proyecto socio-históricamente reaccionario, aunque
políticamente todavía tenga fuerzas y objetivos que aportar. Su decadencia se manifiesta en un
aferramiento general a la línea política organicista-estatista, intentando ganar o mantener las
posiciones políticas, legales, ideológico-normativas, de décadas anteriores.
Habría que distinguir políticamente dentro del feminismo, qué corrientes ven en el derecho: 1)
un mero medio para avanzar en la liberación, 2) un fin en sí (un logro de empoderamiento); 3)
las que lo quieren convertir en una fuente de poder en nombre del género (en este caso la
interpretación del concepto de "gender entitlement" como "prerrogativa", derecho derivado de
un cargo o función institucional, tiene su máximo sentido), y 4) por último lo que sería
"hembrismo", que propiamente defiende "privilegios" de género (y un atisbo de esto lo
tenemos en las posiciones que, amparadas en el feminismo, defienden un estatus político y
jurídico desigual, o medidas económicas, políticas y jurídicas permanentes y desiguales para
mujeres y hombres, en beneficio de las mujeres). Para discernir todo esto hay que basarse en
el análisis de su praxis real y no perderse en las declaraciones de intenciones o las
declaraciones de fe -al progresismo le gusta reivindicar la definición oficial y dominante del
feminismo como movimiento que persigue la igualdad de mujeres y hombres; pero ese mismo
progresismo es el que (ante una izquierda anticapitalista claudicante) reivindica también la
definición oficial y dominante del comunismo y del marxismo como, respectivamente,
programa totalitario y doctrina utópica-.
27
defendiendo ya el género como fuente de derechos, aunque no sobre una base naturalista. La
única diferencia con el hembrismo es que este último defiende tales prerrogativas
exclusivamente para el sexo femenino y en perjuicio de la igualdad con el sexo masculino;
además, en tanto hembrismo, lleva al extremo el identitarismo sexual y por ello es el germen
sistemático de un discurso y una praxis política misándricas. Se suele decir entre la izquierda
política y el feminismo organizado que las políticas feministas discriminatorias no existen
porque están siempre justificadas y que el hembrismo es tan marginal que resulta
insignificante. Pero los grupos masculinistas han evidenciado que esto no es así y ello incluso a
pesar de ser grupos de importancia política e intelectual puramente marginal, o ni siquiera más
que asociaciones específicas (como padres en defensa de la custodia compartida); la hostilidad
abierta de gran parte del feminismo existente hacia el masculinismo es una evidencia tanto del
carácter unilateral de ese feminismo en sus pretensiones de igualdad y libertad universales,
como de su debilidad como fuerza política que le obliga a presentarse siempre asociado con la
izquierda política -y viceversa, desde que esa izquierda ha dejado de lado a la clase obrera-.
En última instancia, toda esta polémica contra el feminismo "de género" nos conduce a abordar
la distinción, ya implícita en la contraposición de conceptos de Farrell, entre el feminismo cuya
praxis se basa en la "reivindicación de derechos" y aquél cuya praxis se basa en la
"autoatribución de derechos" (que, en caso de disponer del poder del Estado, se convierte en
"autoadjudicación de derechos"). En sentido estricto, "reivindicar" es defender o reclamar que
algo te pertenece, pero sólo porque así lo crees (consideras que es lo "justo") o porque así lo
establece la legislación vigente: no por alguna condición inherente a tu persona (por el hecho
de tu actividad, situación o función institucional). Por ejemplo, las reivindicaciones del
movimiento obrero se originan en la consideración de que, como productor/a social, cada
trabajador o trabajadora debe recibir una mayor parte del producto social global que
contribuye a producir, en forma de dinero, bienes o servicios. A esto se le denomina entonces,
al formalizarse en regulaciones y disposiciones jurídico-normativas, "justicia social". Pero tal
reivindicación obrera se entiende como afirmación de unos intereses de clase,
sobreentendiendo que los patronos tienen otros intereses y otros criterios sobre la justicia -si
esto último no fuera así, la lucha obrera por derechos no sería necesaria-. Por lo tanto, los
"derechos" reivindicados sólo pueden adquirir realidad mediante la lucha de clases y
mantenerse gracias a la amenaza de una fuerza obrera organizada. De modo que el
movimiento obrero, al menos una vez superada la fase de las sectas socialistas y comunistas
enraizadas en el artesanado proletarizado o semi-proletarizado, como movimiento moderno no
parte de la base de que existan para la clase obrera o sus miembros individuales derechos
intrínsecos, naturales, sino que parte de que todo derecho es un constructo social y resultante
de una lucha entre fuerzas sociales. El feminismo "de género" es, pues, antagónico a esta
concepción obrera de la justicia y del derecho y asienta sus reivindicaciones en las fórmulas
autoatributivas del derecho natural, el mismo que aun hoy santifica la propiedad privada como
valor inviolable.
***
Este feminismo es una corriente de pensamiento burguesa, que se origina en mujeres cuyas
circunstancias socioeconómicas les permitirían, acompañadas de las libertades y derechos
universales conquistados previamente, conseguir avances ulteriores en su situación social,
28
tanto en términos de estatus cultural como de estatus económico. Como no lo consiguen,
explican esto en base a aquello que funda inmediatamente el derecho y la regulación de la
sociedad: el poder. Efectivamente, tales mujeres no progresan según sus deseos porque no
tienen el poder necesario. La cuestión es, entonces, por qué no lo tienen. Y aquí entra la
culpabilización a los hombres. ¿Por qué sólo a los hombres, cuando la sociedad en un régimen
político democrático es regulada por las elecciones políticas de mujeres y hombres? Por una
razón estratégica: todo poder se constituye en base a un sujeto potencial, y esas mujeres
necesitan de la potencia de la multitud femenina para generar el poder necesario para alterar a
su favor todo el régimen político y desarrollar un programa de medidas dirigidas a suprimir los
obstáculos a su búsqueda de mayor estatus cultural y económico. De aquí nace una hipocresía
radical o antihumanista. Por un lado, las ideólogas de este feminismo y sus representantes
políticas no pueden reconocer, por intereses inconfesos, la responsabilidad de la multitud
femenina en el matenimiento de esos obstáculos, por dos razones: porque ello originaría un
autocuestionamiento de las mujeres en la reproducción de su propia opresión y distraería la
atención hacia lo que se considera el enemigo, los hombres, y segunda razón, porque saben
que esos obstáculos son algo secundario para la mayor parte de las mujeres en las sociedades
occidentales, porque éstas estan muy lejos de plantearse similares objetivos político-culturales
de estatus y sus intereses prioritarios se ubican, además, en el entorno de lo socioeconómico y
de la vida cotidiana. Por ello, también, es estratégicamente importante para este feminismo
resaltar aquellos problemas de ese entorno mayoritario que son comunes y primarios, pero a
la vez están vinculados a la determinación de género; luego exagera su importancia vital para
todas las mujeres sin tener en cuenta su clase social y propomiendo una interpretación
ideológica interesada, de forma que la causalidad de género es sobredimensionada y elevada a
causa principal o única de la situación de la mayoría de las mujeres y la opresión de género
femenina es así señalada como principal obstáculo a derribar también para las mujeres
trabajadoras pobres. Esto es lo que explica por qué el tema de la brecha salarial de género y
de la violencia de género se han colocado como principales intereses del actual movimiento
feminista, hegemonizado por ese feminismo burgués y convertido en un apéndice de masas de
la izquierda institucional. Con esto se está omitiendo interesadamente el hecho de que:
1) la brecha salarial se concentra en los segmentos de los salarios más altos, mientras que
entre los salarios bajos es pequeña,
2) Tampoco se plantea ninguna política efectiva dirigida a equiparar ni elevar los salarios de las
mujeres que están en los segmentos más bajos.
29
de las mujeres, porque ello supondría relegar la búsqueda de estatus en favor de una lucha de
clases; supondría de hecho reconocer que el poder efectivo de las mujeres como grupo social
sólo podría constituirse y articularse sobre la base de la movilización de esa masa de mujeres
en torno a sus intereses vitales, sin posibilidad, al promover dicha movilización, de inhibir
aquellos intereses que son contrarios al capitalismo o a la fracción capitalista dominante, y
aquellos comportamientos contrarios al orden político capitalista. Las feministas burguesas no
quieren desatar la furia de las proletarias porque ello iría en perjuicio de su programa social y
político de clase.
6) Como no se quieren reconocer las diferencias de clase, tiene que definirse el "poder
masculino" (y por tanto la causa de la "opresión de las mujeres" por ese poder) como poder
detentado por los hombres como grupo social y convertir el "prisma de género" feminista en
único modo de ver englobador que permite comprender la sociedad existente y la situación de
las mujeres en ella. Con esto sólo se verifica definitivamente el carácter burgués de este
feminismo: no reconoce la existencia de clases, y si se ve obligado a hacerlo, no reconoce su
existencia antagónica; no reconoce tampoco la lucha de clases, o si se ve obligado a hacerlo, la
considera un resultado pasajero de desequilibrios sociales que se resolverán gracias al
progreso del capitalismo y respecto de los cuales se deben adoptar medidas amortiguadoras
mientras tanto.
8) Sobre la base de esta ideología y programa político, se promueve, como lo hicieron los
movimientos fascistas, una corriente política de masas que aglutina a mujeres pobres
desclasadas y a pequeñoburguesas agraviadas por la situación económica, y las incita a la
acción en base a una ideología e imaginario que legitiman su comportamiento hostil, agresivo,
intolerante, hacia los hombres, y cuyo discurso se basa en la generalización abusiva de los
comportamientos discriminatorios y violentos hacia las mujeres por parte de los hombres en
general, vinculándola a algún tipo de naturaleza masculina bien biológica, bien sociológica,
bien ambas cosas -pero una naturaleza masculina que tendrían una existencia universal,
uniforme y estable. Esta ideología cumple así dos funciones políticas: 1) impedir que las
mujeres proletarizadas se unan a los hombres en una lucha común contra el capitalismo y 2)
forzar de manera engañosa su cohesión en un movimiento único de mujeres dirigido por las
mujeres burguesas y pequeñoburguesas pudientes (o sea, las mujeres de clase alta y de clase
30
media-alta). No es casual que el avance institucional del feminismo burgués haya ido
acompañado de la construcción de un enorme aparato de propaganda que monopoliza el
discurso feminista y que silencia cualquier disidencia feminista, por no hablar de los hombres
que plantean una crítica de ese discurso, sin discriminar entre los reaccionarios y los
progresistas. Otra vez, los aparatos de propaganda totalitaristas son un elemento
indispensable para el avance y consolidación de los movimientos fascistas.
***
Como observación, debemos tener en cuenta que el fascismo clásico europeo no fracasó, en
general, más que por su vinculación a la II Guerra Mundial y su derrota en esa guerra. En los
países en los que no convergieron esas circunstancias, como el caso del Estado español, o en
otros regímenes considerados semi-fascistas, bonapartistas o totalitarios (europeos y
sudamericanos), este tipo de articulaciones políticas totalitarias y ultrajerárquicas pudieron
permanecer durante largo tiempo mientras no padecieron los efectos perturbadores de las
crisis capitalistas combinadas con una lucha de clases ascendente. Así que no hay razones para
pensar que el feminismo burgués vaya a retroceder fácilmente y con él su dinámica política e
ideológica que ya impregna las sociedades occidentales y, en particular, a las mujeres
proletarias en medida importante.
31
IX. El significado real del "feminazismo"
El término "feminazi", que claramente tiene un sentido insultante, parece haber surgido de un
ambiente refractario a la sensibilidad feminista, alimentado por las contradicciones del propio
feminismo entre su discurso político, formalmente igualitarista, y su praxis con sesgo de
género. Este sesgo de género del feminismo se ha objetivado en medidas como la legislación
contra la violencia hacia las mujeres o de discriminación positiva, pero, mucho antes, ya podía
percibirse en el discurso y el comportamiento de algunas feministas, que adquiría un tono
reactivo, normativo y autoritario respecto a las conductas y pensamientos de los hombres que
les disgustaban. La traslación a la legislación y las medidas políticas de ese sesgo de género,
desencadenó, por una parte, una realimentación y amplificación de esas actitudes en el
ambiente feminista, y por otra parte una transformación de la actitud pasivo-reactiva de los
hombres discordantes en actitud activa de defensa y rechazo abierto -lo cual, a su vez,
realimentó la reactividad y el afán normativo de un feminismo que, por su debilidad como
movimiento, se inclinó a un discurso todavía más moralista e ideologizado, cuando lo necesario
habría sido expandir la actividad sociopolítica del movimiento e incluir cada vez a más varones
en ella-. En nada benefició el hecho de que la izquierda política hiciese suya la causa de la
política de género, porque al aceptar el sesgo feminista convirtió las divergencias entre los
varones -que en parte eran justificadas o, desde luego, aceptables como términos de un
debate político y social desde la pluralidad- en un territorio de la derecha política y un sustrato
para enraizar y extender ideologías antifeministas.
Vista la relación entre feminismo "de género" e izquierda política desde otro ángulo, ambos
coinciden en el sesgo autoritario y estatista de su modo de pensar y actuar, que a su vez se
sustenta en una relación heteronómica con las masas trabajadoras, que sólo cuentan como
resortes electorales, bases movilizables por sus jefes para presionar a poderes fácticos,
32
sistema de repetidores que se hace eco y difunde sus consignas y argumentos. La síntesis
entre feminismo "de género" e izquierda política tiene lugar con la aceleración de la
descomposición política del movimiento obrero tradicional, después del ciclo de derrotas de los
años 80, con la caída de la URSS y el bloque del Este. La clase obrera ya no era, en esas
condiciones, una base de apoyo suficientemente fiable para las aspiraciones de un movimiento
reformista liderado por la clase media y sustentado por las capas mejor situadas de la clase
obrera. Sin la ataduda de la clase obrera sólo fue necesario un paso adelante para ir del
reformismo colaboracionista al interclasismo abierto, al frentepopulismo, ahora reformulado
mistificadoramente como "unidad de la izquierda" en torno a un programa socialdemócrata,
feminista y ecologista. Bajo la apariencia de una representación de los intereses de la clase
obrera se esconde, aquí, una alianza interclasista por la "reforma social" (el "socialismo de
Estado" o "socialismo burgués" de toda la vida) que es antagónica al movimiento
independiente de la clase obrera. Por eso lo que aquí estamos discutiendo no afecta sólo a la
cuestión de género, afecta a la totalidad de los intereses de la clase obrera y a la concepción
de la política de clase del proletariado. Y hay que concluir y tener claro que no es posible
discutir seriamente estas cuestiones con gentes que, para empezar, sustentan su política en la
negación de la centralidad de la clase obrera, que es lo mismo que decir negar la centralidad
de la explotación capitalista en la configuración de la sociedad actual. Mi finalidad con estas
reflexiones y análisis es contribuir a la confluencia antagonista y la autonomía programática del
proletariado.
***
Es paradójico que quienes consideran esa terminología un simple insulto, una estupidez, fruto
de machistas ignorantes o de ideólogos reaccionarios, suelen ell@s mism@s reaccionar
planteando que no cabe abrir debate, ni sobre las ideas ni sobre las prácticas sociales que se
adjetivan feministas pero son criticadas por supremacistas, desigualitarias, etc. Banalizar un
problema sólo sirve para perpetuarlo y decir simplemente que existe un feminismo "radical" o
"extremista" me parece un error de conceptualización -porque ignora lo que mayoritariamente
ha sido el programa del feminismo a lo largo de la historia (la plena igualdad y libertad de las
mujeres) y lo mezcla con una corriente particular del feminismo, la que evidencia con más
claridad rasgos misándricos, supremacistas y fomenta un clima de intolerancia política y
censura/autocensura. Esta corriente, la versión más agresiva del "feminismo de género",
representa los intereses de mujeres burguesas y sus lacayas de clase media-alta; se sirve de
33
la frustración de las mujeres trabajadoras por la persistencia del machismo para alimentar y
propagar ese clima de intolerancia y censura en los movimientos y en las redes sociales. Si se
reconoce este problema no caben, por lo tanto, las bromas e indiferencia política al respecto.
Rechazar el término "feminazismo" sin analizarlo es no entender qué es una categoría política
efectiva y qué es una simple idea, una elucubración de algunos individuos aislados. El
"feminazismo" es una categoría política real porque representa una praxis política igualmente
real, a diferencia del "feminismo" como categoría representativa de los movimientos o praxis
en favor de la igualdad entre los sexos, porque como ya han demostrado suficientemente las
críticas masculinistas, esto simplemente no es cierto y, además, es perfectamente
comprensible. No tiene sentido atribuir a las mujeres, a las protagonistas del movimiento
feminista, la capacidad de representar los intereses de los hombres, ni tiene sentido creer que
los hombres que, en materia de género, se adhieren a ese movimiento hegemonizado por las
mujeres y dedicado a sus intereses, vayan a compensar esa deficiencia congénita. No hay
praxis sin el correspondiente sujeto. De la misma manera el carácter pequeñoburgués que, en
general, ha caracterizado históricamente al movimiento feminista, es incompatible con la
pretensión de que la mayor parte de las teorizaciones y enfoques feministas respondan a los
intereses de las mujeres proletarias. Claro está, todo esto es fácil de entender si se parte de
las premisas básicas del materialismo histórico, pero una izquierda política que comparte con
el feminismo su modo de ver pequeñoburgués, filo-capitalista, es imposible que comparta
dichas premisas.
A pesar de lo que deseen las feministas y los pro-feministas, que están bajo la hegemonía de
una izquierda socialdemócrata interclasista aliada con el feminismo burgués, el debate sobre el
"feminazismo" ya existe y no puede eludirse. Está planteado por sectores que lo han definido
de forma rudimentaria y difusa pero dándole un sentido político-práctico bastante claro. Sólo si
se considera que estos sectores son despreciables, sea moral o políticamente, o ambas cosas a
la vez, se puede sostener que el debate es irreal. Por supuesto, la mayoría de la izquierda
aburguesada considera que el debate es irreal y que no debe ni siquiera plantearse en serio;
para eludir afrontar el debate plantean argumentos condenatorios de tipo ético-moral, incluso
argumentos irracionalistas acerca de no herir la sensibilidad de las mujeres: pero detrás de
todo ello no hay nada más que el desprecio por quienes rechazan manifiestamente el
feminismo predominante. El debate, así puesto, se reduce a un punto: si quienes son críticos
merecen ser tenidos en cuenta o se les puede considerar "basura" (por razones de sexo, de
clase, de cualificación intelectual...). Quienes opten por lo último deberían hoy, si son
mínimamente razonables, dar por perdida ya la "guerra cultural" -porque una gran parte de la
sociedad trabajadora se obstina en rechazar su sexismo y su hipocresía de clase-, o de otro
modo tendrán que apelar, cada vez más abiertamente, a la autonomía del Estado y a un
gobierno fuertemente autoritario para que impleme una política que "barra" a toda esa
"basura". Lo que much@s ingenu@s no han comprendido todavía es que esa es la elección a
hacer; no se han dado cuenta de que su inacción o pasividad resultan en esa pérdida de la
"guerra cultural" para el proletariado en materia de género, mientras quienes dirigen
realmente el movimiento feminista organizado están claramente comprometid@s con la
estrategia de mayor autonomía del Estado y con una política de género sexista y despótica.
Los hechos hablan por sí mismos. Los progresos del feminismo por la vía estatista se han
sustentado en esa capacidad del Estado para prescindir de la voluntad de los sectores
opuestos, con el punto sumamente importante de que aquí esos sectores son sectores de las
masas trabajadoras, que esa política anula y reprime. En nombre del avance reformista se ha
atacado así la capacidad autoconstituyente de la clase obrera, porque desde el principio no se
confiaba en la clase obrera ni se ha trabajado para efectizar su potencial antagonista. El
34
feminismo ha impulsado decisivamente esa desconfianza hacia la clase obrera al introducir su
prisma de género no para complementar, sino para competir, con el prisma de clase. Las
teorías que culpabilizan al proletariado masculino de la opresión de las mujeres trabajadoras,
sobre todo apoyándose en la cuestión del trabajo doméstico 6, sin ver el asunto desde la
perspectiva histórica de totalidad, si ver el trabajo doméstico como una forma condicional de
articulación del proceso del capital -proceso en el que el proletariado masculino no es más que
un elemento subordinado-, sirven de cuña para impedir una verdadera confluencia de las
mujeres proletarias y el movimiento obrero. Y el feminismo socialista sale derrotado, porque la
fuerza política de las mujeres proletarias radica, tanto si participan directamente de él como si
no, en su vínculo con el trabajo asalariado productor de capital. Sin hacer valer este vínculo
-que conduce espontáneamente a buscar la confluencia con las luchas obreras en general- las
mujeres proletarias no tenían ni cohesión social ni programática, simplemente no podían
articularse autónomamente dentro del movimiento feminista y luchar por su hegemonía. Al
aceptar las teorías feministas burguesas o pequeñoburguesas aceptaron, al mismo tiempo, el
programa político correspondiente.
***
Hoy nuestra actividad política en materia de género tiene que hacer frente al clima de
intolerancia política y censura promovido por el "feminismo de Estado". Cualquier crítica
contundente al feminismo dominante va a ser recibida con hostilidad. Ante las acusaciones de
Por lo tanto las realidades actuales de gran parte de los hombres y las mujeres trabajadoras muestran
que tenían, ya bajo la forma "patriarcal" de la familia y tras las deformaciones ideológicas "patriarcales",
un interés objetivo común en emanciparse de esa forma del sistema de género. Pero en lugar de enfocar
la lucha sobre esa base, se enfocó como una lucha de género de las mujeres contra "los hombres" y
como resultado no supuso un cambio sustancial en la situación general de las mujeres: por sí solo
meramente cambió su relación con el capital, eliminando la mediación de la forma "patriarcal" de la
familia. Solamente una minoría de mujeres trabajadoras se benefició sustancialmente, aunque con
contrapartidas, al acceder a empleos con condiciones y remuneraciones por encima de la media de la
clase obrera y son estas mujeres las que idealizan los resultados de ese proceso y los exponen como
frutos de la lucha independiente de las mujeres, cuando en realidad se trató de una convergencia de
intereses entre capitalismo y feminismo pequeñoburgués. De ahí los verdaderos resultados. Pero estos
hechos, que exigen una perspectiva histórico-materialista para explicarse, son omitidos, junto con el
papel político de ese feminismo, por la corriente feminista dominante, porque de facto demuestran la
contradicción entre los intereses de las mujeres trabajadoras y la estrategia generizante del feminismo
burgués y pequeñoburgués, revelan el carácter traicionero y filo-capitalista de su política.
35
"machismo" o defensa del "machismo" hay que conducir la discusión hacia las cuestiones clave
y empezar por determinar, en cada problema concreto, qué es más importante o cuál es la
base a modificar para resolverlo, si las determinaciones de clase o las determinaciones de
género. En otras palabras, hay que poner a prueba la racionalidad teórica y la racionalidad
política práctica de las posiciones enfrentadas. Se requiere un replanteamiento global de la
problemática de género tras décadas de hegemonía del feminismo burgués y pequeñoburgués.
Se requieren también análisis empíricos para sustentarlo y aunque existen bastantes fuentes
(estadísticas, investigaciones, análisis) hay pocos o ninguno que no tengan un sesgo de
género, a veces evidente y otras veces encubierto; por ello es importante contrastar las
fuentes y en este punto es imprescindible tomar en consideración las aportaciones que
provienen del ámbito masculinista 7 e incluso del antifeminismo. A la vez necesitamos
restablecer y actualizar la metodología del materialismo histórico, para lo cual son tan
importantes los aportes de la antropología y los estudios científicos sobre el comportamiento
de los sexos, como retomar y desarrollar con mayor coherencia y profundidad las teorizaciones
marx-engelianas y las teorizaciones del feminismo socialista.
Necesitamos aunar los distintos enfoques que, desde problemáticas particulares -como los
derechos de l@s trabajadore/as sexuales, que entran en conflicto con el "abolicionismo" común
al feminismo burgués- o desde una visión global, ponga en evidencia las distorsiones
interclasistas de la realidad y de los intereses de las mujeres trabajadoras por parte del
feminismo "de género". El conflicto entre la posición de las trabajadoras sexuales y el
feminismo que sólo ve en la prostitución y en el trabajo en la industria del sexo una forma de
degradación universal e inaceptable de las mujeres -llegando a asimilarla demagógicamente a
la "trata de personas"-, no involucra solamente una diferencia de percepción moral sino que
ésta tiene detrás un enfoque de clase y toda una teoría acerca de la mercantilización del
cuerpo femenino, teoría que además se sintetiza en axiomas normativos de un programa
político que se opone al reconocimiento de derechos laborales a las personas que se
prostituyen -pero que, en contraste, no exige que se haga ninguna política seria para abolir la
prostitución, ni siquiera conlleva la movilización para intensificar la lucha contra la trata de
personas con fines de explotación sexual-.8
7 Especial mención aquí requiere el blog masculinista en castellano "Quién se beneficia de tu hombría" y
su página de facebook, por el cuidado y la seriedad con que tratan la información y exponen opiniones en
materia de género. No aporta una perspectiva de clase propiamente dicha, pero su línea editorial es
abiertamente contraria al antifeminismo y al machismo.
https://quiensebeneficiadetuhombria.wordpress.com/
https://es-es.facebook.com/quiensebeneficiadetuhombriaweb/
Por otro lado, en el Blog de facebook "Inter-Comunistas", que yo dirijo, estamos haciendo una labor de
recuperación de la bibliografía feminista o profeminista de filiación marxista, o en mi página de fácebook
"De género subversivo" estoy tratando de reunir distintos enfoques que, desde el feminismo crítico, el
masculinismo progresista, el pensamiento comunista, o simplemente el pensamiento "científico",
contribuyen al replanteamiento y reenfoque de las cuestiones de género, considerando que la naturaleza
humana y la situación de clase nos hace, a las mujeres y hombres del proletariado, los representantes
complementarios de lo que en realidad es el único "género" natural, el género humano.
8 A este respecto es importante tomar en consideración la labor crítica realizada por asociaciones como el
Colectivo Hetaira.
http://www.colectivohetaira.org/WordPress/
https://www.facebook.com/colectivohetaira
36
X. Cómo se aborda el problema de la prostitución (parte 1)
Por su importancia, teórica y política, para la evaluación crítica del feminismo hoy dominante,
voy a dedicar aquí un amplio apartado al problema de la prostitución.
Por lo tanto, lo que tenemos detrás del rechazo feminista de la prostitución, en cuanto tiene un
fundamento racional más allá de la moralidad hipócrita del feminismo puramente burgués, no
es otra cosa que una teoría crítica socialdemócrata -pequeñóburguesa- del capitalismo, que no
sólo se opone al reconocimiento de plenos derechos y a la desestigmatización social de l@s
trabajadore/as sexuales, también se opone a una crítica de clase y radical al capitalismo. De la
misma manera que el resto de la fuerza de trabajo social, las personas que se prostituyen
pueden vender su "trabajo" cuando éste asume la forma de servicio que como trabajadore/as
independientes cambian con compradore/as que lo van a "consumir" directamente. Esta es una
forma de producción meramente mercantil, no capitalista, aunque sí pueda ser explotada
indirectamente detrayendo una parte de su precio a título de pago por usar unas instalaciones
(espacios de ocio, habitaciones y servicios higiénicos, protección privada). Esta relación no es
la misma que la que establecerían al vender su fuerza de trabajo (como factor de producción)
a un capitalista (explotación directa) y no sólo su trabajo (como actividad).
37
colectiva por la comunidad.
Desde el punto de vista de la teoría marxiana, de todos modos, incluso en una relación
capitalista el trabajo de la prostitución no implica vender "el cuerpo", como no lo implica para
la clase obrera. Los cuerpos sólo constituyen mercancías como tales en un régimen de
esclavitud, donde pueden pasar a ser propiedad ajena y, con ello, la voluntad de los individuos
queda completamente anulada y reemplazada por la voluntad de un "amo". La esclavitud
asalariada no implica este tipo de cosificación más que en forma temporal, durante la jornada
laboral, y por ello se dice que la fuerza de trabajo se "alquila" al capitalista. El término
"alquilar" no aparece por casualidad en la teoría marxiana de la relación entre proletariado y
capital. Supone, pues, que lo que se enajena bajo el trabajo asalariado que produce capital, lo
que bajo esa forma social pasa a ser mero medio para la acumulación de capital, no es la
fuerza de trabajo como tal sino el trabajo como actividad, el trabajo vivo -que pasa a ser así
trabajo alienado-. La fuerza de trabajo es, en este proceso, cosificada en cuanto se niega su
libre voluntad, lo que se acentúa en la medida en que se convierte en mero componente del
sistema de maquinaria (hasta el punto, ya entrevisto por Marx, de que la inteligencia del
trabajo pasa a ser incorporada a la máquina y con ello la subordinación maquinal del trabajo
vivo alcanza un desarrollo cualitativamente superior). Pero esta cosificación es, pues, en tanto
elemento del capital y no en tanto simple mercancía (esto es, bien o servicio que se cambia
por dinero). La cosificación mercantil y la cosificación capitalista no son idénticas y por ello los
intentos de emplear la teoría marxiana del capital para fundamentar el rechazo feminista de la
mercantilización del trabajo sexual son espúreos y distorsionan el pensamiento de Marx
-aunque estas distorsiones las lleven a cabo feministas supuestamente versadas en las teorías
de Marx (como ocurre con las "lecturas" socialdemócratas de Marx)-.
9 La única racionalidad intrínseca de esto sería proteger la capacidad reproductiva de la especie; pero no
es el caso una vez que la natalidad global no se ve afectada significativamente -y hoy día, ni siquiera la
salud reproductiva de l@s trabajadore/as sexuales, siempre y cuando dispongan de condiciones laborales,
protección social y formación laboral suficientes.
38
intrínsecamente degradante y fomentadora de la cultura machista, no tiene en cuenta que si
hay mujeres que se prostituyen libremente es porque ese trabajo no sólo sirve para satisfacer
puntualmente necesidades que no pueden realizar gracias a otras formas de trabajo, sino que
cumple esa función duraderamente y esto sólo es comprensible si ese trabajo conlleva
mayores beneficios (económicos y/o personales) que otros 10. Pero esta realidad es
simplemente negada por la ideología cegadora que reproduce la estigmatización patriarcal
tradicional del "oficio", porque no por casualidad esa estigmatización es mucho más acentuada
en las mujeres que se prostituyen que en los hombres que también lo hacen.
Por lo tanto, desde convicciones humanistas puede rechazarse que el intercambio sexual
adopte una forma monetaria y desprendida de la afectividad, pero estas mismas convicciones
implican, lógicamente, un rechazo incluso mayor de la explotación del trabajo asalariado. Esta
sería una posición comunista, cuya realización coherente sería posible en una sociedad en la
que todo intercambio mercantil se volviese superfluo, porque en tal sociedad cada individuo
podría obtener libremente de la colectividad los medios que necesite para vivir y para
desarrollarse plenamente como ser humano. Pero las razones del feminismo abolicionista
suelen ser completamente ajenas a esta visión crítica y superadora de la forma capitalista de
sociedad y, en general, de todas las formas de sociedad de clases; en cambio, el feminismo
abolicionista toma sus argumentos de la ideología burguesa que identifica la sexualidad
privada con la integridad moral natural del género femenino, o sea, se remonta a una primitiva
construcción social "patriarcal" del "género" -demostrando con ello, de paso, que si ese
feminismo tuviera el poder necesario para realizar su programa abolicionista, lo que
tendríamos no sería un régimen de mayor libertad para las mujeres sino un "matriarcado"
estatalmente organizado-.
Es más, el hecho de no reconocer el trabajo sexual como trabajo social impide que la
prostitución sea valorizada socioculturalmente como servicio socialmente necesario en la
sociedad existente, que sea no sólo desestigmatizada sino objeto de estimación. Pero esto
pone en cuestión el orden sexual característico de la familia burguesa y que no rechaza el
feminismo dominante. El control autoritario de la vida sexual -para mantenerla circunscrita al
objetivo de producir nueva fuerza de trabajo, en cantidad suficiente para que se mantenga un
"ejército de reserva" tal que la concurrencia interproletaria impida que los salarios puedan
llegar a su límite máximo (poniendo en peligro la tasa de beneficio capitalista)- implica, entre
10 Puede decirse que en todo trabajo a cambio de dinero puede haber implícita una degradación, en
forma de subordinación al poder del dinero. Pero incluso entonces esa degradación no se debe al cambio
como tal, al trámite de la compra-venta, porque, propiamente hablando, este acto no cosifica aquello que
se vende cuando esto es una actividad o servicio, sino que meramente lo cuantifica a través de una
mediatización, haciendo que el intercambio se realice bajo la forma de una relación social especial (el
valor) que existe independientemente de la actividad (tomada ésta aisladamente) y que se presenta
frente a compradore/as y vendedore/as sueltos como una imposición externa. En contraste con el
moralismo sexual hipócrita fomentado por las clases dominantes, hay muchos trabajos sociales altamente
degradantes, física y psicológicamente, debido a cómo están configurados dentro del sistema de trabajo
industrial, como trabajos para el capital. Pero de esto el feminismo burgués no dice nada y afirma que
porque en el trabajo sexual se usen los órganos sexuales ello implica necesariamente mayor perjuicio
para quien lo realiza. En cambio, si los hombres se desloman y lesionan trabajando en la industria
pesada, en las minas o como esclavos de la máquina (y no sólo los hombres, también muchas mujeres,
esclavizadas por la producción en masa), por poner los casos más evidentes, eso se considera "trabajo
digno". En resumen, si una mujer se prostituye, eso es degradar el valor de su sexualidad, esto es, de su
cuerpo como fuente de valor incondicional para la sociedad... lo que tomado independientemente de las
condiciones en que se realiza la actividad sexual sólo puede entenderse como posición normativa
(subyacente en forma de prejuicio) propia de una sociedad que se caracteriza por la combinación de una
alta necesidad de incrementar la fuerza de trabajo disponible en el futuro y una pobre disposición de
recursos para la salud reproductiva de la comunidad.
39
otras cosas, considerar despreciables, desvalorizar sistemáticamente en términos morales y
éticos, todas las formas de actividad sexual que subviertan ese orden sexual, el cual,
articulado por la familia y el Estado, mantiene una normativización represiva del
comportamiento sexual a través del premio de ciertas conductas y el castigo de otras. En el
ámbito "privado" esto se realiza con preceptos sobre la dignidad que premian la monogamia
reproductiva11 y que, por otra parte, podrían coincidir con principios inconscientes de
"economía sexual".12 Por esa razón la reivindicación de la legalización y desestigmatización del
trabajo sexual no es sólo una cuestión de derechos sectoriales de l@s trabajadore/as sexuales,
es una cuestión política e ideológica de alcance general.
La posición de no reconocer el trabajo sexual como trabajo entra en la misma lógica que lleva
a negarse a reconocer el trabajo doméstico no remunerado como trabajo. Aquí "trabajo" se
refiere, de facto, a "trabajo social" y, claro está, decir que una actividad productiva, como es el
trabajo, es "social", implica reconocer que satisface determinadas necesidades sociales, que
tiene valor para la sociedad. Y también implica, políticamente, que ese trabajo tiene que ser
objeto de una regulación social, de una forma u otra, o más bien, que de hecho sus
condiciones, su proceso, sus resultados, son determinados por la sociedad. La diferencia está
en si la sociedad admite o no su responsabilidad al respecto. En esto radica la hipocresía del
puritanismo burgués: tal hipocresía responde a un interés de clase, que es mantener a la
sociedad civil ajena a las actividades económicas, que son monopolio de la "iniciativa privada"
(o sea, dominadas por la clase capitalista o puestas a su servicio como actividades auxiliares,
por ejemplo como reguladoras del comportamiento de la fuerza de trabajo proletarizada).
Las ideologías políticas burguesas se caracterizan por no poner nunca en cuestión la división
global del trabajo entre las instituciones de la esfera "civil" y de la esfera "política". Traducido a
palabras simples, la situación general de la prostitución en la sociedad capitalista responde al
interés en disponer de un medio de satisfacción libidinal barato y adecuado a una subjetividad
sexo-afectivamente poco desarrollada y sometida a una frustración permanente -asunto
perfectamente comprendido y criticado por W. Reich-. Si la prostitución se reconociera
legalmente como trabajo social, fuente de derechos y deberes, se obstaculizaría esa función
sublimadora de la frustración libidinal engendrada por el sistema capitalista de trabajo
asalariado y, más en general, por el modo de vida que tiene gran parte del proletariado en la
sociedad capitalista. Aunque, hasta hoy, la mayor parte del consumo de prostitución sea por
11 Erróneamente identificada con la heterosexualidad, porque puede realizarse también entre parejas
homosexuales y hoy día es cada vez más normalizada la homosexualidad y, consiguientemente, incluida
en el orden sexual común previamente normativizado).
12 Las propias mujeres tienden a considerar despectivamente a aquellas que tienen relaciones con
muchas parejas sexuales, lo que puede explicarse por la percepción de ellas como adversarias sexuales;
los hombres en cambio enaltecen la promiscuidad y sólo la condenan cuando interfiere con la
identificación de la descendencia o la fidelidad de su pareja como fuente de placer sexo-afectivo y
protectora de su descendencia. Si estos comportamientos son meramente un producto de la cultura o
tienen alguna base biológica, está por precisar mediante investigación científica. Lo que sí me parece
claro es que la promiscuidad masculina no debe identificarse como derivada de la creencia en la
inferioridad del sexo femenino o en su cosificación, porque ambas cosas pueden coincidir pero no tienen
una relación causa-efecto (como sí les atribuye la mentalidad "puritana"). Tampoco las reservas
femeninas frente a este comportamiento masculino pueden desligarse de las expectativas de formar una
determinada forma de familia, no necesariamente "patriarcal" pero sí que reproduce un orden sexual
rígido, con lo cual deberían ser consideradas críticamente más allá de si -en algunos casos, ciertamente,
en otros seguramente no- esas expectativas son el fruto de condicionamientos culturales "machistas".
Como ya he señalado el feminismo burgués lleva en su "adn" ideológico ver con buenos ojos las
relaciones "matriarcales" en sentido estricto, que también conllevan relaciones de cosificación y
dominación sobre l@s hij@s y las parejas sexuales.
40
parte del proletariado masculino, ello no obsta para la validez de ese análisis sobre su función
social y política.
Además, una adecuada legalización de la prostitución -pues existen diferentes fórmulas para
llevarla a cabo- conllevaría fomentar un cambio de mentalidad, que alcanzaría al propio
feminismo.13 Pues si las prostitutas ya no pueden ser consideradas como esclavas sexuales,
porque objetivamente su posición como trabajadoras libres se ha fortalecido jurídica y
moralmente, y la sociedad reconoce (con gusto o con disgusto) el valor del trabajo sexual,
mucho menos el proletariado en general podrá ser tratado como una masa esclava por los
patronos y por el Estado. La valorización social y política de las "putas" implica, en el cuadro
cultural existente, reforzar la valorización social y política del proletariado en general, animar la
lucha contra las formas más duras de explotación del trabajo asalariado, porque precisamente
en esas condiciones el proletariado es ampliamente "puteado", esto es, reducido virtualmente
a la situación comunmente atribuida a las "putas". Por otro lado, la valorización social y política
de la prostitución ataca frontalmente los prejuicios y el autoritarismo inherentes al orden
sexual dominante, lo que en realidad favorece la liberación de género de las mujeres aunque,
desde la perspectiva del feminismo "de género", ello ponga en peligro su política de progreso
mediante la conquista de "derechos de género".
13 Una cosa es que el trabajo sexual sea objeto de compra-venta y otra que sea considerado sólo desde
ese ángulo economicista. El economicismo al tratar el problema de la prostitución sí implica, realmente,
una cultura en la que la prostitución se convierte imaginariamente en mercantilización del cuerpo mismo
del individuo que se prostituye. El cuerpo, en esta visión socio-cultural, es sólo un soporte de valores de
cambio, su valor de uso es meramente instrumental a la obtención de valor de cambio. Tal visión sólo se
generaliza en una sociedad en la que todos los bienes y servicios adoptan la forma de mercancías, son
producidos para el cambio, y más aún, con fines de acumulación de valores de cambio. Es decir, el
feminismo que rechaza la prostitución en base a la teorización de la mercantilización del cuerpo
prostituido está, de hecho, investido de una visión capitalista en la que el cuerpo se enajena de su
actividad y los fines de la actividad se determinan, así mismo, de forma enajenada por el poder del
mercado que se impone a la voluntad de los individuos que realizan la actividad. Esta visión corresponde
sólo perfectamente a la situación del trabajo asalariado, pero en el capitalismo se extrapola
inconscientemente a todas las formas de trabajo social.
Si tengo razón, es fácil entender por qué mucha gente que adopta posturas abolicionistas en la práctica
trata a las personas que se prostituyen como mercancías en sí, como si fuesen parte de otro "mercado"
más, que el Estado debería "regular", en este caso para prohibir la actividad económica, con el mismo
procedimiento que emplea para prohibir o restringir otras actividades económicas (por ejemplo, por ser
perjudiciales para la salud humana, para el medioambiente o por perturbar la convivencia social). El
economicismo subyacente a este modo de ver las actividades productivas humano-sociales puede ser
machista o feminista, de derecha o de izquierda: es el espíritu del capitalismo que no reconoce barreras.
41
XI. Cómo se aborda el problema de la prostitución (parte 2)
Así que defender la legalización de la prostitución es mucho más que una cuestión de
coherencia (si luchamos por derechos y libertades universales para l@s trabajadore/as, estos
tienen que extenderse también a l@s trabajadore/as sexuales). Además, desde la perspectiva
proletaria la política respecto a la prostitución no puede consistir en un programa que garantice
que las personas puedan libremente decidir si se dedican o no a esa profesión, simplemente
porque el proletariado carece de tal poder y porque el capital -y como su representante, el
Estado- no está en absoluto interesado en financiar tal garantismo y mucho menos cuando
crearía un precedente político: que la sociedad, por medio del poder público, puede decidir qué
formas de trabajo son admisibles y cuales no y, en consecuencia, puede abolirlas.
Por otro lado, desde la perspectiva social del proletariado lo que debe cuestionarse es el
significado mismo del "trabajo". El que una forma de actividad productiva social pueda
definirse como "trabajo" implica unas características vinculadas al sacrificio en pro de la
necesidad exterior (algo que se ha explicado también por la etimología de "trabajo" como
proveniente del latín "tripalium", que designaba un instrumento de tortura, y que está
vinculado sociohistóricamente al hecho de que el "trabajo" fuese una forma de actividad
rechazada por la mayoría de las clases dominantes de la historia). Esta característica general
del "trabajo" adquiere, en la economía industrial de tipo capitalista, una intensificación notable
y una prolongación sistemática en forma de atrofia masiva del "crecimiento personal" de l@s
trabajadore/as en contraste con el "crecimiento económico" de la producción de mercancías. El
trabajo, pues, se basa en el ejercicio de funciones corporales humanas, pero a la vez conlleva
un desgaste forzado de las mismas. Desde esta óptica, crítica con el trabajo en cuanto forma
de actividad material, los argumentos abolicionistas sobre los efectos degradantes de la
prostitución sobre el cuerpo, en la medida en que son reales, son extensibles a todas las
formas de trabajo y especialmente a las formas de trabajo que tiene que asumir forzadamente
el proletariado. Es más, desde esta reinterpretación se hace visible que la supuesta "libertad
de trabajo" no existe en el capitalismo salvo para las clases "pudientes". Si, aun encima, el
trabajo de prostitución cae, en gran parte, bajo la presión del capitalismo que reduce los
salarios y así obliga a las personas que se prostituyen a reducir el precio de su trabajo,
tenemos una razón objetiva para vincular estructuralmente la economía de la prostitución a la
economía general del capitalismo y las bases para una alianza entre ese sector del trabajo
mercantil con la clase obrera, para mejorar la situación de ambos y para combatir el
esclavismo laboral en todas sus formas.
42
legalizar su actividad, lo que implica establecer para ella derechos y deberes, tanto comunes a
otras ramas de actividad como específicos, determinados por las características peculiares de
esa rama de actividad. Por eso mismo la legalización puede realizarse de distintas formas, que
afectan a cómo se determinan concretamente los derechos laborales y sociales de las
personas. En particular afecta al régimen o formas de trabajo que se legalizan, porque tal
legalización debería, para ser coherente, implicar la ilegalización de otras formas de trabajo. A
este respecto la mayoría de las personas que se prostituyen defienden la forma del trabajo
autónomo porque es la que mayor libertad les permite individualmente, y colectivamente
permite a su vez que se combata como ilegal cualquier forma de explotación capitalista del
trabajo -que es lo que constituye el fin general de la trata de personas para prostituirlas-. En
otras palabras, las personas que se prostituyen están en una situación general de
proletarización, que rechazan, y ven en el régimen de trabajo asalariado una forma de
opresión: todo ello común a la clase obrera con conciencia de su propio ser. Y cuando eligen
esa profesión en contra de sus preferencias personales, o en razón de que les posibilita
obtener unos ingresos que no podrían conseguir mediante el trabajo asalariado (al menos no
mediante el trabajo asalariado en las ramas en las que podrían encontrar empleo), su interés
se halla en conflicto con la economía capitalista.
Otra paradoja que merece atención es que, desde las asociaciones pro-derechos del trabajo
sexual, ese conflicto con el capitalismo se haga más evidente a pesar de tratarse de
organizaciones que defienden una forma de producción mercantil independiente. Es decir, se
oponen al capitalismo desde una posición pre-capitalista. Sin embargo el feminismo
dominante, que dice luchar por los derechos de las mujeres, elude ese conflicto a pesar de
contar, para teorizarlo y posicionarse políticamente, con un circuito institucional, unas bases
activistas, un "ejército" de intelectuales profesionales y aficionadas. De manera que juzgar el
feminismo que defiende la legalización de la prostitución en beneficio de l@s trabajadore/as
sexuales independientes, como un feminismo pequeñoburgués, es por lo menos muy
desacertado. La explicación la tenemos en la teoría de la "fábrica social". A pesar de sus
formas pequeñoburguesas, el trabajo de la prostitución está sistémicamente integrado en el
circuito de reproducción del capital como un trabajo necesario. En cambio el trabajo de la clase
media intelectual, de donde proceden la mayor parte de las teóricas del feminismo
predominante, tiene lugar principalmente en el sector público, donde la conexión con la
reproducción del capital es mucho menos evidente y estructuralmente indirecta, porque se
trata de un sector externo a la circulación mercantil que es, precisamente, lo que entrelaza las
diversas formas de trabajo y ramas de producción que constituyen económico-materialmente
la "fábrica social".
subjetividades sumisas, como decía W. Reich? ¿Se puede valorizar políticamente la lucha en torno al
problema de la prostitución de cara a la emancipación del proletariado y, en especial, de las mujeres
proletarias? ¿Qué papel cumple la prostitución (especialmente el que sea mantenida en un estado de
alegalidad o ilegalidad, y de estigmatización y desprecio) en la reproducción de la dominación del capital
sobre el trabajo?
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sin pareja de las clases subalternas la necesidad de recurrir, de forma ocasional o duradera, a
la prostitución femenina para cubrir sus necesidades de subsistencia. También es falsa la idea
de que la prostitución existe debido a que hay clientes que pagan por ella. Esto no es una
explicación histórico-material, es meramente una descripción de la relación económica desde el
prisma de la circulación mercantil. Las causas de la existencia de la prostitución hay que
buscarlas principalmente en el orden sexual de la familia y su conexión con el modo de
producción vigente. El problema con este enfoque, para las feministas vulgares, es que desde
ese punto de vista la prostitución existe porque ese orden sexual familiar es perjudicial para
los varones mientras que protege a las mujeres limitando la "infidelidad" mediante las leyes
sobre la herencia, la infidelidad o el divorcio. Con esto no quiero decir, obviamente, que ese
orden sexual no sea también perjudicial y restrictivo para las mujeres: al revés, aquí se revela
la naturaleza opresiva, para ambos sexos, de la forma familiar dominante, lo que sólo se
explica porque esa forma social de familia es el resultado de fuerzas de clase externas, es una
forma moldeada por el acoplamiento a un modo de producción ajeno a los intereses de los
miembros de la familia. La prostitución, por consiguiente, existe a consecuencia de las
restricciones que, sobre hombres y mujeres y como progenitore/as o hij@s, ponen las formas
de familia derivadas de los modos de producción basados en la explotación del trabajo ajeno, o
sea, las formas de familia propias de las sociedades de clases. A su vez, esta explicación coloca
otra vez el acento en el orden sexual de la familia y no, como le gusta a las ideólogas
feministas, en las relaciones entre progenitores; supone que la "construcción social del género"
es, ante todo, un proceso en el que necesariamente colaboran activamente ambos
progenitores y que, además, sólo se perpetúa históricamente debido a que ambos progenitores
están sometidos a presiones de clase externas. La supuesta dominación masculina en el
interior de la familia como causa efectiva de esa forma de familia se evapora en esta
explicación; en ella el progenitor masculino sólo existe como mediación, agente,
personificación, de intereses ajenos, por tanto siempre en contradicción consigo mismo, con
sus propias necesidades. De manera que no hay que esperar al proceso, relativamente
reciente, de incorporación masiva de las mujeres al trabajo asalariado para poder hablar del
"mito del poder masculino" en la sociedad capitalista, sino que mucho antes ese poder del
cabeza de familia había ido decayendo a medida que la familia dejaba de ser una institución
asociada a la propiedad de sus propios medios de subsistencia, o sea, lo que podemos llamar
el proceso histórico de proletarización de la familia.
En todas las épocas la valoración moral dominante de las formas del trabajo siempre se ha
determinado según la perspectiva ideológica de la clase dominante. Esto es, cuanto más el
trabajo se disocia de la acumulación de propiedad, más desvalorizado es moralmente en la
mentalidad dominante. Como el trabajo de la prostitución generalmente no permite
acumulación de propiedad y, a la vez, presenta directamente, en la forma más "grosera", el
cuerpo del trabajador como su única propiedad y la alienación de sus funciones corporales
biológicas como el único medio de subsistir, es considerado el más inmoral de los trabajos (el
que, por tanto, ni siquiera merece ser reconocido como "trabajo"). Cuando las feministas
rechazan la prostitución recurriendo a este tipo de argumentos sobre la "dignidad", no están
más que demostrando su enraizamiento subjetivo en la mentalidad burguesa y que el mismo
es tan fuerte que les incapacita para desarrollar una función política en favor del proletariado.
Si a esto añaden características adicionales que presenta el trabajo de prostitución al realizarse
en condiciones de pobreza y marginación, entonces muestran que esas condiciones les
preocupan diferentemente cuando afectan a las mujeres (o a ciertas mujeres, las que se
prostituyen) y cuando afectan a los hombres (o también a las mujeres que no se prostituyen).
Esto ejemplifica un tipo de sexismo asociado habitualmente a la noción de las capacidades
reproductivas de las mujeres como objeto de especial proyección social, lo que aplicado a las
clases pobres conduce precisamente a valorizar a las mujeres pobres en base a su condición
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de reproductoras de la fuerza de trabajo social, esto es, a una valorización cosificadora
burguesa, una valorización de sus cualidades sexuales desde el prisma general específicamente
capitalista.
La combinación corriente del feminismo abolicionista con una ausencia de praxis política
coherente tiene mucho que ver con que los prejuicios estigmatizantes contra la prostitución
provengan de sectores de la burguesía y la clase media, donde tradicionalmente prevalece una
tolerancia "machista", hipócrita, respecto a las relaciones extraconyugales, permitiendo el
recurso frecuente al sexo de pago sin llegar a considerarlo "infidelidad". La razón es
relativamente simple: son las clases sociales que pueden pagarlo con relativa frecuencia. Las
mujeres y los hombres de estas clases comparten esa tolerancia porque se dan cuenta de que
el orden sexual familiar propio de la forma represiva de la familia sólo puede mantenerse
gracias a esa vía de escape sin poner en peligro la institución. En todo caso, ocurre es que las
mujeres de estas clases han estado tradicionalmente limitadas en su acceso a la prostitución
por la dependencia de sus maridos y mientras desprecian a las mujeres que se prostituyen, en
su mayoría proletarias, ven con buenos ojos a los "gigolós" de lujo y están cada vez más
abiertas a recurrir a sus servicios. De la misma manera, debido a su "construcción de género",
la liberación sexual de las mujeres ha sido más tardía y más limitada aún que la de los
hombres -aunque más abierta a la experimentación homosexual porque ésta, al ser sexo no
reproductivo, no contradice esa "construcción de género" vinculada al sexo reproductivo-. Por
lo tanto, en mi opinión hay una buena dosis de verdad en la visión "machista" de que las
feministas rechazan la prostitución porque ven en ella una amenaza y sienten una envidia
inconfesa; en cambio, en los hechos la prostitución nunca ha constituido tal amenaza y verla
así sólo es una proyección del miedo femenino a "ser puta". Que el feminismo no haya
convertido en bandera la dignificación de las "putas", invirtiendo la valoración moral negativa
que prevalece, es un signo de la persistente alienación sexual femenina y, desde la perspectiva
psicológica, apunta a límites que afectan a su capacidad combativa -aquí de nuevo tengo que
aludir al pensamiento de Reich, porque la persistencia de una represión sexual indica una
estructura psicológica tendencialmente pasiva y sumisa ante el mandato externo, lo que
supone la autoinhibición de la lucha contra la explotación y la opresión y deja, como única
salida política, la esperanza en otras formas de autoritarismo como medio de liberar (irracional
y perversamente) esa energía libidinal reprimida (véase al respecto La psicología de masas del
fascismo); pero esto no ocurre solamente bajo las formas del fascismo, en general ocurre en
forma de adhesión ciega al Estado-.
Al final el "abolicionismo" se reduce a que a la "gente de bien" le dan pena las putas porque, a
priori, comparten la misma cultura dominante que, en su versión tradicional, que asigna roles
muy rígidos a las mujeres, desprecia a las mujeres que usan sus capacidades sexuales para
fines ajenos a la reproducción. Que esto se justifique con argumentos cristianos o feministas,
por ejemplo, es irrelevante. Y en todo caso esta hipocresía demuestra hasta qué punto ese
feminismo abolicionista está atado nada menos que a la ideología patriarcal más retrógrada,
solo que rechaza de ella lo que considera una explotación y violencia contra las mujeres y
abraza de ella lo que considera una protección y una valorización social de las mujeres. Es otro
ejemplo de cómo la ideología dominante encorseta al feminismo corriente.
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además, confundiendo el trabajo asalariado con la esclavitud antigüa, aunque todo esto no es
explicita- tiene una finalidad práctica: si se presupone que clientes y prostituyas se relacionan,
respectivamente, como persona y cosa, obviamente no cabe dar "derechos" a las "cosas" por
su actividad. La concepción totalmente grosera y abstracta de la cosificación, identificando la
supuesta cosificación ideológica, subjetiva, de las mujeres como mero objeto de placer
(presuponiendo ignorantemente que, en general, las personas que consumen los servicios de
la prostitución se relacionan con l@s trabajadore/as sexuales como con objetos, cosas,
esclav@s), con una cosificación real, objetiva, no es nada más que la proyección de un
desprecio de clase hacia las mujeres que se prostituyen, vinculado al imaginario tradicional de
las clases altas para las cuales la prostitución está asociada a los estratos más pobres y a
situaciones de marginalidad y degradación tales que promueven la "inmoralidad". Que el
feminismo "progresista" siga mezclándose con esa visión reaccionaria no puede más que
considerarse una vergüenza y tal feminismo no puede coexistir con el pensamiento social
subversivo de un comunismo coherente.
Además, dado que toda cosa social es propiedad de alguien, si a quienes venden su capacidad
de trabajo sexual se les dice que su trabajo supone literalmente "vender su cuerpo", que su
cuerpo deja de ser suyo durante el trabajo (o sea, que se convierte realmente en cosa, por lo
que renuncia a cualquier decisión durante el trabajo, renuncia a su personalidad, es mera
esclava), con ese discurso no sólo se desincentiva cualquier lucha de las personas que se
prostituyen, también se coloca a esas personas en una situación virtual de incapacidad, tal que
sólo pueden ser reconocidas como propiedad del cliente o, si no, gracias a las políticas
abolicionistas -en tanto existen en forma de ayudas para abandonar la prostitución- pasan a
ser tratadas como propiedad del Estado "benefactor". Y con esto último, al colocar al Estado
como salvador de las putas, se cierra el círculo "crítico" del feminismo burgués. Así llegamos a
la "conclusión" de que, para rechazar la libertad de trabajo en el campo de la sexualidad, se
defiende que el Estado se haga cargo de las trabajadoras del sexo como su propiedad (hasta
que decidan abandonarlo y, entonces, el mismo Estado les reconocerá y garantizará el mismo
rango de derechos que al resto por ser ciudadan@s y trabajadore/as). Y además,
coherentemente, si las prostitutas se convierten en cosas, como tales no pueden ser objeto de
las políticas de igualdad con los hombres o con otras mujeres, esto es, quedan excluidas o
marginadas en los programas de "políticas de género" (si exceptuamos cuestiones de "salud
pública", que en este caso tienen que ver tanto con la salud real de las personas que se
prostituyen como con la "salud pública" en el sentido fascista de prohibir, perseguir, marginar,
estigmatizar, todo aquello que ponga en peligro la "salud" ideológica del régimen de clase en
su forma vigente). También, siguiendo esta lógica, l@s trabajadore/as sexuales son excluidos
del reconocimiento como agentes sociopolíticos y se convierten en una suerte de amenaza en
la sombra a la coherencia del igualitarismo democrático burgués -un poco como en la
economía el mercado negro puede amenazar la efectividad de las políticas económicas del
gobierno- (lo que conduce a mayores esfuerzos por mantener enterrada la cuestión de la
prostitución).
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Cuando el feminismo "de género" defiende que el Estado debe garantizar una igualdad formal
por mecanismos autoritarios, porque la sociedad -o sea, los individuos, grupos, organizándose
y dotándose de programas políticos- no pueden hacerlo por sí mismos, está defendiendo una
concepción del Estado como un poder autónomo y arbitrario, que está por encima de los
intereses de las clases, que no está determinado por el modo de producción dominante, que en
definitiva puede ser determinado mediante los mecanismos de la democracia burguesa. Sobre
estas bases el feminismo "de género" se fusiona con el partido de la democracia "social" -de la
"reforma social", que se decía en el siglo XIX-, formulando un programa estatista dirigido a
compensar los desequilibrios y desigualdades estructurales de la sociedad capitalista mediante
medidas superestructurales (medidas de un tipo que ya forma parte del recetario tradicional de
la burguesía: keynesianismo, welfarismo, capitalismo de Estado).
Frente a las críticas "de izquierda" a este frente "progresista", se responde desde las premisas
del fetichismo de Estado. Así, por ejemplo, entramos en una lógica política distorsionadora, en
la que, una vez encerrados, sólo cabe ser "progresista" posicionándose a favor de las políticas
de cuotas y discriminación positiva (sin consideración de su duración y de criterios más
complejos), defendiendo la democracia burguesa como medio estratégico imprescindible para
avanzar y dejando en manos del Estado la implementación y garantía sobre la igualdad y la
libertad de los individuos. Como el fetichismo de Estado es corriente y compartido por la mayor
parte de las corrientes político-ideológicas existentes -salvo por el liberalismo radical, el
anarquismo y algunas corrientes marxistas muy minoritarias-, nos encontramos con que la
oposición política a este frente "progresista" es tremendamente difícil y encuentra una
hostilidad general. Pero en cambio contamos con dos factores a nuestro favor: 1) que ese
fetichismo es la clave estratégica unificadora de tal frente antiproletario y que, precisamente
por ser un fetichismo, se presenta desligado de cualquier determinación de clase y de género;
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2) que reiteradamente esas políticas tienen que defraudar las expectativas de las masas y que,
de hecho, ya han defraudado ampliamente a grandes sectores del proletariado aunque las
sigan apoyando electoralmente como "mal menor".
De manera que no cabe, desde la perspectiva comunista, ninguna concesión a las ilusiones
reformistas sobre la redistribución y la fiscalidad progresiva gracias al crecimiento de la
representación parlamentaria; igualmente esto se aplica a los intereses de género de las
mujeres proletarias, porque aunque algunas puedan beneficiarse de políticas de género
burguesas, ello ocurrirá a costa de pérdidas en otros aspectos. De manera que, para el
conjunto de las mujeres proletarias, los beneficios se compensarán con los perjuicios. Y lo que
es más importante, el desarrollo de la conflictividad interna dentro del proletariado mismo, la
decepción con el progresismo reformista, conducirán, a falta de una alternativa de clase, al
mantenimiento de la mayoría del proletariado en un estado de sumisión, incluyendo por
supuesto a las mujeres proletarias. Si esta división y desactivación de las masas proletarias se
vuelve demasiado grande, conduce a la caída de la izquierda política y el descontento hace a
las masas volver la vista a la derecha política, sobre todo a la derecha que exhibe un discurso
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"nacional-popular". Esto queda muy bien ejemplificado con el triunfo electoral de Trump en
EE.UU., gracias al apoyo de la clase obrera blanca pero, conviene señalarlo, gracias a una
pérdida general de apoyos del partido demócrata entre la población femenina o las minorías
raciales (o bien -según los estados- a que fue incapaz de alterar la correlación preexistente a
su favor y compensar así el desplazamiento del voto en la clase obrera blanca). El fracaso del
partido demócrata de EE.UU. se explica por la alta inefectividad (en cuanto a las expectativas
generadas, claro está) de sus políticas de sesgo identitario, lo mismo que de sus políticas
dirigidas a la clase obrera. La coincidencia de ambos factores se debe a que, en realidad, la
inefectividad de las políticas identitarias, considerada globalmente, es un efecto secundario de
la inefectividad de las políticas laborales e industriales, sin lo cual ni mujeres ni minorías
raciales pueden contar con unas condiciones generales más progresivas y ello no puede ser
compensado por políticas especiales en clave de género, raza, procedencia...
Las discusiones sobre las políticas de cuotas y las posiciones adoptadas dependen, a nivel de
principios, de si se considera que la igualdad es un principio social-material, o si se deriva de la
voluntad política -con lo que sería una principio jurídico-normativo-. Si se considera la igualdad
como principio material, se vincula directamente a la acción efectiva de los individuos en el
campo de la producción de la materialidad social. O sea, la constitución de la estructura social
se pone como lo fundamental y decisivo para las políticas igualitaristas. Si se considera la
igualdad como principio ideológico, dependiente de la voluntad política, se pone como
fundamental el cambio en la composición y las decisiones de la superestructura política e
ideológica de la sociedad, esto es, el cambio en el Estado y en los aparatos ideológicos.
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