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HABRÍA QUE…

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Sentado en su isla, el niño miraba el mundo y pensaba.

El niño vio las guerras. Pensó que habría que pintar los uniformes de los soldados.

Que habría que transformar sus cañones y sus fusiles en percheros para los pájaros

y flautas para los pastores.

Vio las hambrunas.

Pensó que habría que lazar las nubes y hacerlas llorar sobre los desiertos.

Que habría que surcar ríos de agua y leche.

Vio la miseria.

Pensó que habría que aprender a sumar, restar y multiplicar, y después a dividir.

Que habría que aprender a compartir el dinero, el pan, el aire y la tierra.

Vio a los poderosos llenos de arrogancia, ordenar, exigir y decretar.

Pensó que habría que abrirles los ojos o desterrarlos.

Vio el océano.

Pensó que habría que lavarlo. Y después sentarse a la orilla, sólo para soñar.

Vio los bosques.

Se dijo que sería bueno pasear por ahí y aventurarse para escribir historias y perderse,

y después acostarse sobre el pasto a escucharlas.

Vio las lágrimas.

Pensó que habría que aprender a abrazarse. No tener miedo de los besos.

Habría que enseñar a decir “te quiero” incluso si nunca antes se hubiera oído.

Levantó la cabeza.

Vio la luna y una bandera clavada al frente, ¡qué ofensa!

Pensó que habría que quitársela y pedirle perdón.

El niño mira el mundo por última vez desde su isla.


Después se decide… a nacer.

Al sol solito

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