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INTERSUBJETIVO - JUNIO
HACIA
2003UNA
- Nº PSICOPATOLOGÍA DE LA ACCIÓN c
1, Vo. 5, Pags. 57-76 Y EL
Quipú
“ENTRE
- ISSN
NOSOTROS”
1575-6483

Hacia una Psicopatología de la Acción y el “Entre


Nosotros”
Felipe J. Müller1

El propósito de este trabajo es comenzar a desarrollar las bases de un mode-


lo de psicopatología que permita abordar los trastornos de la personalidad y
otros cuadros psicopatológicos a partir de las dificultades de los sujetos para
generar y mantener espacios públicos y para accionar en ellos. Para ello será
necesario considerar cuatro conceptos o nociones que constituyen las bases
para el desarrollo de este modelo: espacio público o “entre nosotros”, acción,
dialogismo e intersubjetividad. El presente trabajo se centrará en el análisis
de los conceptos de espacio publico y acción, articulando brevemente el
concepto de dialogismo. El de intersubjetividad, por su parte, será presenta-
do pero no desarrollado. El modelo propone tres categorías relacionales:
igualdad, complementariedad y exclusión. Las dificultades relacionadas a la
acción y los conflictos relacionados al reconocimiento propios de los modos
igualitarios son evitados, ante la amenaza de exclusión, mediante giros a
modos complementarios de relación. Las conclusiones, por último, compren-
den un balance de los alcances que el desarrollo e integración de estos
conceptos tiene para la conformación del modelo propuesto y delinean los
aspectos que todavía deben estudiarse para su consolidación.
Palabras clave: espacio público, acción, dialógico, intersubjetividad, reco-
nocimiento, psicopatología.

The present paper intends to propose the basis for a psychopathology model
that would allow to understand personality disorders and other clinical disorders
by considering the difficulties subjects have in generating and maintaining
public spaces where to act. Four concepts are necessary to consider in order
to develop this model: public space or “between us”, action, dialogism and
intersubjectivity. The present paper focuses on the analysis of the concepts of
public space and action and it will briefly articulate the notion of dialogism. The
concept of intersubjectivity is introduced. The model proposes three relational
categories: equality, complementarity and exclusion. The difficulties related to
action and the conflicts related to recognition and proper of the equalitary
modes of relationships are avoided through a switch to complementary modes
of relationships. The conclusion emphasizes the importance of these four
concepts and their integration for the proposed model and presents further
lines of research that can be pursued in order to improve it.
Key Words: public space, action, dialogism, intersubjectivity, recognition,
psychopathology.

Introducción.
El presente trabajo apunta a desarrollar una concepción de la psicopatología
basada en las nociones de espacio público, acción, dialogismo e intersubjetividad.
Las bases del modelo a proponer permitirían rearticular trastornos de la personali-
dad y otros cuadros psicopatológicos en función de estos cuatro conceptos men-
cionados. La integración de los mismos articula, a su vez, un desplazamiento que
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está teniendo lugar actualmente en la psicología y el psicoanálisis: el movimiento


que va de una concepción monológica del self hacia una concepción dialógica.

La secuencia que propone este modelo es la siguiente: se parte de la presencia


de dos sujetos, donde uno de ellos realiza una acción determinada, que lleva al otro a
responder. Esta respuesta del otro, además de constituir la base del reconocimiento a
la acción del primer sujeto, obliga, a su vez, a una respuesta de éste. Antes de esta
segunda acción del primer sujeto se ha sembrado ya la semilla del espacio público, es
decir, se comienza a desarrollar una forma de accionar en conjunto. La intersubjetividad
hace referencia a este proceso, ya que alude a aspectos del “entre nosotros” que dan
cuenta del accionar en conjunto y que tienen incidencia en la acción y sus derivados. El
espacio público, entonces, puede entenderse como un espacio en común, el “entre
nosotros”, donde los sujetos hacen su presentación mediante la acción. Lo que cons-
tituye al sujeto como único —el momento único e irrepetible del ser (Bakhtin, 1993)—
es la acción y sus consecuencias. Por sus acciones y sus consecuencias el sujeto se
presenta, se actualiza y se constituye y es reconocido con una posición dentro del
espacio en desarrollo. Parte de los problemas relacionados con la acción están direc-
tamente vinculados a las dificultades propias del reconocimiento.

El desarrollo de los conceptos de espacio público, acción, dialogismo e


intersubjetividad y su posterior integración permitirá elaborar las bases para un
modelo de psicopatología basado en las dificultades de los sujetos para generar
espacios públicos y accionar sobre ellos. En el presente trabajo se desarrollan
principalmente los conceptos de espacio público y acción, con una breve articula-
ción del concepto de dialogismo y la presentación del concepto de intersubjetividad.

El espacio público o “entre nosotros” es aquel espacio que se genera en la


relación entre sujetos en condiciones de igualdad, libres de necesidades físicas,
psíquicas y obligaciones sociales. Es por ello que, conjuntamente con la igualdad,
otras dos características esenciales de este espacio son la libertad y la pluralidad.
El modo de relación que aquí se establece entre los sujetos se diferencia de las
relaciones complementarias, ya que en éstas cada sujeto ocupa una función o rol
para el otro a partir de algún tipo de necesidad u objetivo común. Las relaciones del
primer caso son sujeto-sujeto mientras que las del segundo son sujeto-objeto2 .

La acción tiene lugar en el “entre nosotros”, donde el sujeto hace su presenta-


ción como único e irrepetible en la historia. Frente a sus iguales y en libertad, su acción
lo posiciona —ante los otros y ante sí mismo— en un lugar determinado dentro de ese
espacio público. Mediante la vía de la acción, el self no solo se actualiza, deviene, se
constituye, sino que también se desarrolla: el sujeto puede responder al “quién soy”. En
este sentido, la acción se diferencia del comportamiento, ya que éste es propio de los
vínculos complementarios. En el terreno de la complementariedad, donde los sujetos
se comportan, respondemos a una pregunta de otro orden: “qué soy”.

El desarrollo del término intersubjetividad requiere la elaboración de algunos


aspectos —por ejemplo, la existencia de un bien común, uno o más textos, una
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historia, potencialidad, excitación, mayores o menores niveles de articulación, cier-


ta afectividad— que extienden al “entre nosotros” más allá de sus características
de libertad, pluralidad e igualdad. Estos aspectos particulares, si bien no definen
exhaustivamente la intersubjetividad, necesitan ser considerados para pensar el
“entre nosotros” en el marco de un modelo de psicopatología.

De acuerdo con el modelo propuesto, es posible pensar, entonces, que una


persona con características fóbicas o evitativas es aquella cuya mayor dificultad
radica en la imposibilidad de generar y/o mantener un espacio público en el cual
accionar. A su vez, esta imposibilidad se ve reflejada en la inhibición, exacerbación
o alteración de su modo dialógico de relación con el mundo, en la que predomina
generalmente la primera de estas modalidades. La acción, en estos casos, se
encuentra teñida por la inhibición. El modo dialógico implica la inclusión de aspec-
tos de la acción del otro en la acción de uno. Por ello, la dificultad para soportar
esta inclusión del otro en uno lleva a un funcionamiento predominantemente
monológico en la relación con los demás.

Los actos monológicos son, efectivamente, parte del espacio público, pero
accionar preponderantemente de esta manera atenta contra la esencia y desarrollo
del “entre nosotros”. Esto ocurre porque la dificultad para generar o mantener un
espacio público impide, al mismo tiempo, la posibilidad de accionar, ya que la pre-
sencia de otros es inherente al concepto de acción. Por ende, la intersubjetividad —
aquello que se desarrolla entre sujetos y que sostiene un espacio común en el cual
accionar— no llega a desarrollarse. Pero cuando las personalidades con característi-
cas fóbicas logran accionar se encuentran, a su vez, con otro problema: los conflictos
generados por los significados sobre la acción del sujeto, que gravitan sobre “quién”
es el sujeto agente. Es a este conflicto vinculante en relación con el reconocimiento
a lo que el fóbico más le teme. Por ello, para preservar el vínculo, evitará las ansieda-
des propias de la acción y sus consecuencias por medio de un giro sobre la modali-
dad complementaria de relación con los demás. Uno de los corolarios de este meca-
nismo es una construcción pobre de su self, basada únicamente en vínculos comple-
mentarios y no en vínculos entre iguales. Como mencioné más arriba, las acciones
por fuera del espacio público no son concebibles ya que no tendrían consecuencias
y, por lo tanto, no permitirían la actualización y constitución permanente que facilita la
acción, así como tampoco el crecimiento y desarrollo de este espacio en común que
hace a la intersubjetividad.

En este ejemplo señalé dos modos del self: el dialógico y el monológico.


Esta distinción puede ser tramposa en el sentido de que oculta la característica
más importante del self: su naturaleza dialógica. El modo de relación con el mundo
es de tipo dialógico, pero hay actos de tipo monológico (Taylor, 1991). Hasta el
presente, la modalidad monológica de relación con el mundo (como si explicara la
totalidad del self) es la que ha sido objeto de mayor atención y desarrollo, a expen-
sas de las propiedades dialógicas. Incluso los modelos psicopatológicos preponde-
rantes se han desarrollado sobre la base de esta concepción monológica.
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Lo dialógico responde a un aspecto esencial de la naturaleza del self. Se trata


de un self inserto en prácticas, cuyo accionar en el mundo no se basa inicialmente en
un conjunto de representaciones. El self dialógico no elabora un mapa de acción en un
espacio interno determinado para que luego sea ejecutado por algún sistema motor. Su
naturaleza es responsiva: cursos de acción posibles se incluyen en el entendimiento.

El modelo presentado parte del supuesto de que toda relación oscila entre
momentos de complementariedad y de igualdad. La salud mental quedaría definida
por un cierto equilibrio dado entre estos modos de relación. Anteriormente señalé que
las dificultades para generar y mantener espacios públicos o “entre nosotros” en los
vínculos contribuyen al desarrollo de cuadros psicopatológicos. Al ser únicamente
estos espacios donde la acción tiene lugar, fuera de ellos el sujeto no logra emerger,
devenir o actualizarse y, en consecuencia, no puede responder a la pregunta del
“quién soy”. De acuerdo con este modelo, los trastornos de personalidad están ca-
racterizados por sus formas sistemáticas y habituales de lidiar con las ansiedades
propias de la acción, y los conflictos relacionados con el reconocimiento en el “entre
nosotros”. Estos conflictos, a su vez, se deben a problemas relacionados con la
diferenciación. Si, como dije, una de las consecuencias de la acción es el reconoci-
miento de los otros integrantes del espacio público al sujeto que acciona mediante
una re-acción a su acción, en esta segunda acción hay algún tipo de reconocimiento
de la unicidad del sujeto que acciona. Los significados que surgen con relación al
reconocimiento de la acción son motivos de conflictos y tensiones en este espacio.
Cuando un sujeto no logra generar o mantener estos espacios de acción, queda
entramado únicamente en vínculos complementarios. El desarrollo del self y la cons-
trucción de su identidad es, entonces, incompleto y esto contribuiría al desarrollo de
cuadros psicopatológicos. En los cuadros más severos tampoco se puede sostener
la modalidad vincular complementaria y, por ende, se manifiesta la “exclusión”, que
es vivenciada como “desaparición”; en la “exclusión” se lucha por la subsistencia.

Igualdad, complementariedad y exclusión son las tres categorías utilizadas


para dar cuenta de modalidades del self en relación con el mundo. Al terreno de la
igualdad corresponde la acción y el “reconocimiento fuerte”, que responde a la
pregunta del “quién” soy; al de la complementariedad, por su parte, corresponde el
comportamiento y el “reconocimiento débil”, que responde a la pregunta del “qué”
soy; al terreno de la “exclusión”, finalmente, corresponde la aterradora experiencia
del dejar de existir en tanto self.

El espacio público3 o “entre nosotros”.

Hay dos características centrales del lenguaje. La primera de ellas es que


nos permite representar, designar cosas. Pero además de representar —la caracte-
rística más desarrollada tradicionalmente— el lenguaje tiene capacidad constituti-
va. El lenguaje constituye y genera cosas que son únicamente posibles de lograr
por medio de él (Searle, 1969; Austin, 1971). Taylor (1985) menciona tres funciones
generadas por el lenguaje que son, por lo tanto, únicamente humanas: articula,
genera un espacio público y permite crear estándares que dan lugar a evaluaciones
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de orden moral. En su aspecto constitutivo, el lenguaje pasa de tener una función


secundaria —representar algo que esta ahí— a tener una función primaria: consti-
tuir y producir algo que no existía como tal previamente a la formulación verbal.

Me centraré aquí, en particular, en la segunda función, aquella por la cual el len-


guaje genera un espacio público o un “entre nosotros”4 . Taylor utiliza el siguiente ejemplo:
Estamos en un tren. Hace mucho calor. Tenemos una persona enfrente y le decimos:
“Guau, qué calor”. A esa persona no le estamos diciendo nada nuevo, porque esa persona
sabe que hace calor. También sabe que sufrimos del calor (nos ve transpirando); noso-
tros, además, sabemos que ese otro también sufre del calor (lo vemos transpirando). Lo
que estamos haciendo es generar un espacio público, un rapport, un espacio entre noso-
tros y ante nosotros. Ahora, la circunstancia de que hace calor esta ahí, como un hecho
entre nosotros. Se ha generado un foco común. Se pasa de estar en un espacio ilimitado
con dos sujetos a cierta distancia física, sin un punto de referencia entre ellos más allá de
la presencia del otro, a un espacio que tiene un tema en común, un hecho “ante nosotros”
que hace a una conciencia en común y al desarrollo del “entre nosotros”. Ya no sólo hay
dos sujetos. Éste es el comienzo del espacio público, y todos sus elementos constitu-
yen la denominada intersubjetividad, que desarrollaré en otro trabajo.

En el trabajo de Arendt (1958) encontramos una clara formulación de las


diferencias entre el espacio público y el espacio privado. Si bien este desarrollo se
refiere a la idea de espacio público en su sentido amplio, una revisión de sus carac-
terísticas generales nos permitiría entender la importancia del espacio público en el
sentido que tiene aquí: el de “entre nosotros”.

En tiempos de los griegos, la característica distintiva del ámbito privado con-


sistía en que la convivencia estaba ordenada en función de las necesidades (Arendt,
1958). Para la subsistencia de la especie y el mantenimiento individual es necesa-
ria la compañía de otros. El ejemplo que ofrece Arendt se aplica al orden de lo
doméstico en aquella época. En la casa, donde habitaban el amo y sus esclavos,
se resolvía todo aquello relacionado con las necesidades. Luego era posible acce-
der a la polis, al ámbito público, al encuentro con otros iguales. El encuentro entre
iguales consistía en que todos aquellos que accedían al ámbito de lo público habían
podido librarse de las necesidades que imponían los órdenes de la vida doméstica.
Era condición para la libertad haber realizado dos tipos de desprendimiento: el de
las necesidades y demandas relacionadas con el cuerpo, y el del lugar de amo, ya
que se consideraba no libre no solo a aquel que era dominado, sino también a su
dominador. Es decir, era la complementariedad de una relación con sus roles —en
este caso amo-esclavo— lo que atentaba contra el sentido de libertad.

El ámbito de lo público era el de la libertad. La característica más importante


aquí es que, una vez resueltas las necesidades del cuerpo y ante la presencia de
otros en esa misma condición, la acción tiene lugar. Cuando el hombre libre accio-
na —siempre es libre de necesidades y de relaciones complementarias—, esa
acción, verbal5 o física, dice algo sobre quién es uno ante los demás6 . A aquél que
no podía acceder a lo público o a aquellos que decidían no participar en él, no se los
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consideraba humanos en su totalidad. En su análisis sobre los espacios público y


privado, Arendt sostiene que la relación entre ambos radicaba en que la condición
para la libertad de la polis era el dominio de las necesidades de la vida en el ámbito
doméstico7 . A las características de igualdad y libertad del espacio público debe
sumársele la de pluralidad. La igualdad hace referencia a las condiciones en las
que se encuentran los sujetos en el espacio público. La pluralidad alude a los
principios, convicciones y creencias de cada uno de ellos. De allí que la palabra
libertad tenga algún sentido. Es la diversidad, lo heterogéneo, la multiplicidad de
voces, de principios y de marcos de referencia lo que compone la riqueza del espa-
cio público. Las diferencias se muestran únicamente en condiciones igualitarias.
Es en el ámbito público donde la diversidad entra en contacto (Sennett, 1974).

El ámbito público se diferenciaba del ámbito privado en que estaba com-


puesto sólo por sujetos en condiciones de igualdad, individuos que habían resuelto
el problema de las necesidades y demandas corporales, así como el de sus rela-
ciones complementarias. El ámbito de lo privado correspondía al terreno de la
complementariedad. Allí la libertad no tenía lugar. El amo gobernaba y los demás
obedecían. Unos y otros se comportaban según sus roles y funciones. Era el terre-
no de las tipificaciones y del proceder pautado.

Sobre la base de esta distinción entre ámbito público y privado es posible


diferenciar dos modos de relación8 : una basada en la necesidad y otra basada en el
encuentro y la igualdad. Una relación fundada en la necesidad es de carácter
complementario. El otro tiene un rol, y el vínculo entre un sujeto y otro —que siem-
pre cumple alguna función— está encaminado hacia cierto fin u objetivo. Nunca es
una relación en sí misma. Esta es la característica de las relaciones sujeto-objeto.

Una relación constituida a partir del encuentro y la igualdad es una relación


en sí misma. No tiene otra finalidad que la del encuentro entre dos sujetos. En este
tipo de relación el sujeto se constituye como tal. El espacio público se conforma a
partir de estas relaciones y, a su vez, es este espacio el que permite que tal en-
cuentro tenga lugar. Este tipo de relación es sujeto-sujeto, y constituye el núcleo
central a desarrollar en el presente modelo.

Estos dos modos de relación se suceden en los vínculos que establecen las
personas entre sí. Una relación de amistad o de pareja alterna entre uno y otro
modo. También es posible pensar a estos vínculos como relacionados dialécticamente,
en la que ambos tienen lugar en forma paralela y sostenida. El punto central del
modelo ilustra la predominancia del modo complementario de relación sobre el
modo igualitario. En la base de esta predominancia en los vínculos subyacen ansie-
dades asociadas a la acción y sus consecuencias.

En resumen, el lenguaje genera “cosas”, y una de ellas es el espacio públi-


co. Al hablar de espacio público estamos ante una relación entre sujetos. En este
espacio ellos accionan y se constituyen como individuos únicos. En la acción, el
sujeto deviene, se constituye, se actualiza. La paradoja del espacio público es que
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es un terreno común, desarrollado en relación con un otro que presta el marco en el


cual los sujetos, por medio de la acción, se constituyen como individuos únicos.

La acción.

En la presente sección se analizan cinco propiedades de la acción. El desa-


rrollo de estas propiedades permitirá clarificar distintos modos de entender el con-
cepto de acción. La acción se caracteriza por introducir algo nuevo en el espacio
publico, por ser impredecible y, por lo tanto, incalculable en su alcance, y por su
capacidad de generar historias. La acción no es consciente en sus comienzos y a
medida que uno acciona logra mayores niveles de conciencia sobre la misma. Otra
característica de la misma es que es de tipo dialógica.

Uno de los puntos más importantes en relación con la acción es su diferencia-


ción del comportamiento. En el comportamiento el sujeto actúa en función de normas
implícitas o explícitas. Esto es lo social por excelencia, el terreno donde los psicólo-
gos cognitivos hablan de reglas implícitas y los sociólogos de tipificaciones recípro-
cas (Berger y Luckmann, 1989). El terreno del comportamiento no es el de la espon-
taneidad y autenticidad, sino más bien el de lo predecible y lo anticipable. El compor-
tamiento es el aspecto observable de los vínculos complementarios. En ellos, uno
actúa desde un rol determinado; se orienta hacia la satisfacción de necesidades
biológicas y psicológicas, así como también hacia los fines y objetivos propios de las
instituciones que componen lo social. Tanto las normas que guían el comportamiento
como los fines hacia los cuales éste está encaminado pueden ser explícitos o implí-
citos. El comportamiento no pertenece a la esfera del espacio público. En la
complementariedad, la pluralidad y la igualdad no tienen razón de ser.

Las relaciones complementarias son aquellas en las cuales el comporta-


miento tiene lugar. Las relaciones padre-hijo, madre-bebé, profesor-alumno, jefe-
empleado son algunos de estos tipos de vínculos. En cada uno de estos casos las
relaciones están tipificadas recíprocamente (Berger y Luckmann, 1989). La identifi-
cación de este modo de relación se advierte cuando es posible predecir el proceder
de cada uno de los participantes, o cuando es posible entender que el otro no es
tanto un “alguien” como un “algo”; es decir, es más objeto que sujeto.

Al terreno de la complementariedad pertenece la pregunta “¿qué soy?”. A ésta,


uno responde: “soy padre, psicólogo, deportista, empresario, empleado”, etc. En la
construcción de la identidad, el tipo de articulación que permite el comportamiento es
limitado. Uno puede ser padre y profesor, bueno o malo, sofisticado o bruto, cariñoso
o poco expresivo, etc. El tipo de construcción que tiene lugar no permite dar respues-
ta a la pregunta fundamental del hombre. Esta limitación pasa por no decir nada
sobre “quién soy”. La articulación del comportamiento tiene, evidentemente, un papel
en la construcción de la identidad, pero no es suficiente por sí misma.

Como señalé, la acción presenta una serie de características9 . En primer


lugar, introduce algo nuevo en el espacio donde acontece (Arendt, 1958; 1995). Esto
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nuevo tiene que ver con la distinción; la introducción de algo nuevo en este espacio
dice algo del sujeto que acciona. Este nuevo elemento posiciona al sujeto en un lugar
determinado de ese espacio, en un determinado punto frente al bien común al que
tiende la acción y frente al otro. Mientras que la acción tiende a un bien, el comporta-
miento se dirige a objetivos. Tanto el bien como los demás integrantes del espacio
público hacen de puntos de referencia al posicionamiento del sujeto que acciona.
Todo este aspecto de la acción dice algo de la unicidad del sujeto.

La introducción de algo nuevo en el espacio público se relaciona con otras dos


características de la acción. Por un lado, sus consecuencias son impredecibles, incal-
culables e irreversibles. Cada acción provoca una reacción, que es a la vez una nueva
acción y que, a su vez, provoca una nueva reacción. La novedad que cada acción
introduce vuelve a sus consecuencias impredecibles e incalculables10 . Las promesas
se relacionan con este aspecto impredecible de la acción. Mediante la misma el sujeto
trae algún tipo de seguridad al espacio público. La acción no sólo es impredecible sino
que también sus consecuencias son irreversibles. De ahí que el perdón se relacione
directamente con la acción. Por otro lado, la acción es generadora de historias y, en
consecuencia, innegable11 (Arendt, 1958; Ricoeur, 2001). Para Ricoeur la acción es
una obra abierta hasta que se la signifique. Las historias que surgen a partir de la
acción pueden ser variadas, ya que son susceptibles de ser resignificadas a través del
tiempo. Esto forma parte, también, de su impredectibilidad e ilimitación.

La cuarta característica de la acción es que ésta no es consciente en su


comienzo (Taylor, 1985). La conciencia sobre la acción se produce a medida que se
van articulando sus propósitos. Esta articulación, a su vez, tiene un impacto en el
curso de la acción, ya que la transforma. Las representaciones participan de la
acción en un segundo momento, una vez que ésta se ha iniciado.

Esta concepción de la acción como esencialmente no consciente en su


origen corresponde al abordaje cualitativo de la misma. Taylor contrapone el abor-
daje cualitativo de la acción al abordaje causal12 . En el abordaje cualitativo, la ac-
ción está intrínsecamente ligada a su propósito. No es posible entender la acción
sobre la base de algo separado y discriminado, tal como serían los deseos, las
creencias y las intenciones del sujeto. El propósito es inseparable de la acción y se
lo conoce a medida que ésta se articula. En este abordaje, agente y acción son
conceptos correlativos. El agente es el responsable de la dirección de la acción;
tiene, por más leve que sea, algún sentido de su dirección. Al comienzo, éste
puede ser extremadamente leve y vago, pero siempre hay algún sentido de lo que
se está haciendo; luego, a medida que se va articulando la acción y formulando sus
propósitos, el sentido se va aclarando. En este proceso se generan mayores nive-
les de conciencia que, a su vez, modifican el curso de la acción.

Para el abordaje causal, la acción obedece a deseos, intenciones o a una


combinación entre deseos y creencias. En el rastreo de la acción nos dirigimos a
las causas psicológicas que le dan origen. Mi acción, aquí, es un evento externo
como cualquier otro. Lo único que lo diferencia del resto de los eventos son las
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causas que lo originan. La causa la encontramos en estos deseos o intenciones


que dan lugar a la acción. Si no se encuentran formulados de manera consciente, lo
pueden estar de manera inconsciente. Este abordaje no da lugar a la consideración
de un sentido vago, que gana precisión a medida que se articula. La causa de la
acción es el deseo X, la intención X o la combinación del deseo X con la creencia Y.

La concepción de la acción de tipo causal es la que más ha predominado en


el desarrollo de los modelos psicológicos. El self que subyace a este abordaje es
de tipo no comprometido, atomista y de funcionamiento monológico. La concep-
ción cualitativa de la acción se alinea con desarrollos en los que el self —cuya
naturaleza es dialógica— está siempre participando en prácticas y comprometido
en ellas. Esto se relaciona con la quinta característica de la acción que deseo
explorar en este trabajo, esta es, su cualidad esencialmente dialógica.

No hay acción que tenga lugar en un espacio neutro. La acción siempre se


relaciona con acontecimientos que tienen lugar en el espacio público y, por ello,
genera una reacción en otro, que es, a su vez, una acción en sí misma. Esta
segunda acción contiene, incluye13 , algo de la acción a la cual reacciona. La última
acción generará una nueva acción, que incluye aspectos y elementos de la anterior.
No hay acción que se origine a partir de un estado de inacción del espacio público.
Este aspecto de la acción es lo que tiene que ver con lo dialógico.

Self Dialógico, Self Monológico y Acción.

Si bien hay distintos tipos de acción14 , la clasificación en acciones de moda-


lidad dialógica y acciones de modalidad monológica permitirá aclarar otras dos
características de la misma. La modalidad monológica de la acción ha sido objeto
de atención por ser la concepción del self monológico la que predomina en los
circuitos académicos. La concepción dialógica del self recién ha comenzado a
hacer su presentación en la psicología (Wertsch, 1991; Hermans, Kempen et al.
1992), en la psicopatología (Lysaker y Lysaker, 2001) y en el psicoanálisis (Renik,
1993; Aron, 1996). En general, el término dialógico aparece ligado directamente al
desarrollo de Bakhtin (1981; 1986).

El self monológico está compuesto primariamente de representaciones. Este


self contiene representaciones del mundo y de los otros, y tiene también represen-
taciones de fines deseados, temidos y anhelados (Taylor, 1991). El contacto con el
mundo y con los demás se da por medio de estas representaciones que lo compo-
nen. Este self arma un mapa de la situación en función de las representaciones que
posee y luego ejecuta un plan en función de los deseos, temores o necesidades
que a su vez se representen. Esto ocurre en un espacio interno, donde el conjunto
de representaciones se proyectan. Por medio de ellas el sujeto arma un cuadro de
situación independientemente de la influencia de los demás (Shotter, 1996).

La acción monológica es, en consecuencia, una acción de tipo estratégica.


Predomina el análisis y el distanciamiento del contexto. Si bien este es un aspecto
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de la experiencia del self, un modo de accionar, no es su modalidad de acción


predominante. En el espacio público este tipo de acción tiene lugar luego de que
interviene la inhibición de la respuesta a la acción anterior15 . Esta inhibición permite
reformular un plan de acción posible.

No hay una sola manera de definir y describir al self dialógico. Esto se debe
en parte a los distintos significados de la palabra “dialógico” (Todorov, 1984; Wertsch,
1998). Lo dialógico hace referencia a un self participando en prácticas donde el otro
tiene un lugar fundamental. El proceso básico en relación con lo dialógico implica
que la acción es siempre una re-acción a una acción anterior. En la acción el sujeto
incluye algo del otro; no solo su acción anterior, sino también la anticipación de su
respuesta. Esto último constituye la esencia de lo dialógico.

Consideremos la siguiente secuencia: el sujeto “A” acciona. Esta acción respon-


de a una acción anterior de sujeto “B”, por lo tanto incluye elementos de la misma. Al
reaccionar “A”, “B” es reconocido como sujeto, y a la vez provee el material necesario que
permite articular el significado de la acción de “B”. A su vez, la acción de “A” incluye, a
medida que se formula, la posible reacción siguiente de “B”. Debido a que la acción es en
su origen poco articulada y mayormente irreflexiva, a medida que “A” acciona le va otor-
gando dirección y va logrando mayores niveles de conciencia sobre la misma. En este
proceso, “B” es también considerado, ya que su posible respuesta comienza también a
ser parte de la acción de “A”. En ningún momento es posible decir “acá está ‘A’ absolu-
tamente libre de ‘B’” y viceversa16 . Allí radica la naturaleza dialógica del self.

El self dialógico está más inserto en prácticas y acciona menos sobre la


base de representaciones y planes. Las representaciones intervienen en un segun-
do momento redireccionando la acción. Uno es más uno mismo cuando está inmer-
so en estas prácticas en el mundo que cuando actúa sobre la base de las represen-
taciones y del conocimiento teórico (Richarson, Rogers et al. 1998).

Una de las características centrales de lo dialógico es que hay un entendimiento


responsivo (Bakhtin, 1986). Bakhtin desarrolla este concepto con relación al enunciado.
En el entendimiento del enunciado ya hay una respuesta involucrada. El entendimiento
incluye algún tipo de respuesta. Esta no se desarrolla a posteriori, sino que es parte del
entender. No hay entendimiento neutro17 . Esta es otra de las características de la acción
—la sexta— cuya articulación resulta de considerar la naturaleza dialógica del self.

El modo de accionar dialógico es el que predomina en el “entre nosotros”.


Pero lo dialógico alterna con modos de acción monológica18 Este último modo
tiene lugar cuando la acción inherente al entendimiento es inhibida. En el momento
de la inhibición podemos formular posibles cursos de acción alternativos y luego
desinhibir, accionar. Esto sería un logro posterior en el desarrollo mental. Este fue
mayormente el modo de acción que la psicología hizo su objeto de estudio.

Considerando lo monológico desde esta perspectiva, este tipo de acción no


se halla libre de aspectos dialógicos. Si bien la inhibición tiene lugar previamente a
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la acción de tipo monológica, ésta incorpora elementos de la acción previa y, en


este sentido, no está libre de dialogismo. Se podría decir que una acción monológica
pura sería una primera acción19 , basada exclusivamente en una razonamiento lógi-
co que se apoya en proposiciones universales.

Otra característica asociada a la acción que resta mencionar —la séptima


que considero— es su irrepetibilidad. Debido a que la acción es una reacción a una
acción anterior y que, a su vez, considera las posibles respuestas de los otros
integrantes del espacio público, cada acción es única en la historia. Una reacción
idéntica a otra anterior no es una copia sino una respuesta a ésta y, por lo tanto, es
distinta. En la acción, el sujeto no sólo trae algo nuevo al espacio público, sino
también algo único e irrepetible. Por eso, en la acción el sujeto emerge, deviene y
se constituye como único e irrepetible.

La actividad mental no muestra características muy distintas a este proce-


so. Todo aquello que es intramental fue primeramente intermental (Vygotsky, 1978;
Wertsch, 1991; Wertsch, 1998). Si bien la internalización de estas acciones sufre
algún tipo de modificación, lo mental es, originariamente, básicamente, acción
dialógica. En el pensar participamos de un diálogo abreviado y destilado (Richarson,
Rogers et al. 1998). En el pensamiento es como si internalizáramos el diálogo entre
dos personas y omitiéramos los enunciados de uno de los participantes de una
manera en que no se viole el sentido general del mismo (Bakhtin, citado en Richarson,
Rogers et al. 1998). El otro está presente de manera invisible. En lo mental como
acción vamos de un estado difuso a uno de formulación20 .

Intersubjetividad.

Denomino “intersubjetividad” a un conjunto de elementos, propios de cual-


quier “entre nosotros”. El uso de este concepto difiere del modo en que es utilizado
por otros autores. Por ejemplo, en Werstch (1998) “intersubjetividad” hace referen-
cia al punto de encuentro entre las diferentes perspectivas de los participantes de
cualquier interacción. En el presente trabajo, “intersubjetividad” remite a lo que sur-
ge del encuentro entre subjetividades y que alcanza cierta estabilidad en el tiempo.
Esta estabilidad es justamente lo que permite el reconocimiento de algunas de sus
características.

Algunas de las características asociadas al espacio público son: a) un bien


común, b) diversidad de narrativas o textos, c) objetos de atención, d) dos o más
individuos en condiciones de igualdad, e) potencialidad, f) cierta afectividad, g) una
historia, h) niveles medios de excitación, i) distintos niveles de articulación de la
acción. Estas características no representan todos los elementos que intervienen
en el espacio público. Tampoco es posible establecer una demarcación precisa
entre ellas; bien y texto, por ejemplo, están directamente asociados.

El conjunto de estas características no determina el curso de la acción.


Cuando algo comienza a determinar el proceder en el “entre nosotros”, estamos por
FELIPE J. MÜLLER Pag. 68

fuera del terreno de la acción y nos comenzamos a situar en la complementariedad


y la instrumentalidad. Si bien nada está determinado, el bien, el texto, la potencia-
lidad y las demás características mencionadas hacen que la acción y sus significa-
dos se articulen más en una dirección que en otra. A esto me refiero con
“intersubjetividad”, que deberá ser estudiada teniendo en cuenta los “estilos de
intersubjetividad” más característicos en los “entre nosotros” de nuestra cultura.

La concepción dialógica nos enseña que las personas no actúan a partir de


planes internos sino sobre la base de su entrelazamiento con las actividades de
otros (Shotter, 1996). Pensar algo del orden de lo intersubjetivo es pensar diferentes
aspectos y estilos que hacen a este entrelazamiento, así como a otros aspectos
del espacio donde se encuentran los sujetos y marcan sus diferencias.

Bases para una Psicopatología de la Acción y el “Entre Nosotros”.

Las nociones de espacio público, acción, dialogismo e intersubjetividad per-


miten articular aspectos aún no considerados en los trastornos de personalidad y
cuadros psicopatológicos, que trabajamos diariamente en nuestra práctica clínica.
A continuación, intentaré articular las bases del modelo, presentando, a su vez, dos
ejemplos que permitirían pensar dichos trastornos en función del mismo.

El modelo hace hincapié en la dificultad de los pacientes para generar y man-


tener un espacio público, un “entre nosotros”. Las causas de esta limitación se en-
contrarían en dificultades de distinta índole, relacionadas con la acción y su recono-
cimiento. Una de las mayores dificultades está vinculada con lo que podría denomi-
narse “ansiedad de presentación”21 . Estas ansiedades están siempre relacionadas a
la pregunta del “quién”, y se originarían a partir de las características y consecuen-
cias del accionar. Surgen ante lo nuevo que trae la acción, conjuntamente con sus
posibles articulaciones y sus consecuencias para el self. Uno de los elementos más
ansiógenos de la acción radica en el tipo de re-acción que tendrá lugar en los demás
integrantes del espacio publico. Esta reacción contiene, implícita o explícitamente,
algún tipo de reconocimiento hacia el sujeto. Este reconocimiento presente en la re-
acción de los otros a la acción de uno es un “reconocimiento fuerte”22 . La acción,
innegable ya que obliga a desarrollar significados, e impredecible, deja su marca. El
reconocimiento que hacen los demás de esta marca tiene que ver con la diferencia-
ción del sujeto frente a los demás. Esta diferencia habla de la identidad de uno,
específicamente del “quién” es uno. La manera en que se significa esa diferencia
puede acarrear conflictos entre los presentes. Diferencias en torno a cómo se signifi-
ca la acción por parte del sujeto accionante y los otros dan lugar a diferentes luchas
y conflictos relacionados al “reconocimiento fuerte”.

El “reconocimiento fuerte” es aquel que tiene lugar entre iguales. El “reco-


nocimiento débil” es el que tiene lugar en los vínculos de tipo complementarios. En
la complementariedad el reconocimiento está asociado a la función o al rol, y posi-
bilita el desarrollo del sentido de pertenencia a algún grupo. La “exclusión” da cuen-
ta de la falta de todo tipo de vínculo. Esta falta se asocia a la “des-aparición”, cuya
Pag. 69 HACIA UNA PSICOPATOLOGÍA DE LA ACCIÓN Y EL “ENTRE NOSOTROS”

experiencia más radical, según Arendt, es la muerte. Así como la aparición median-
te la presentación genera ansiedad, su contrario también. “Reconocimiento fuerte”,
“reconocimiento débil” y “exclusión” constituyen diferentes respuestas de los otros
que dan lugar a experiencias del self cualitativamente distintas.

La “ansiedad de presentación” surge ante todos los aspectos del accionar desa-
rrollados y los conflictos resultantes del “reconocimiento fuerte”. Las formas habituales
de lidiar con estas “ansiedades de presentación” conformarían en gran medida lo que
denominamos personalidad. Los trastornos de la personalidad consistirían en formas
sistemáticas de evitar esta “ansiedad de presentación”, relacionada directamente a la
acción y el “reconocimiento fuerte”. Lo que comparten todos estos cuadros es la evita-
ción de encontrarse entre iguales y marcar sus diferencias mediante la acción.

La amenaza en los conflictos de “reconocimiento fuerte” es la pérdida del


vínculo, la “exclusión”. La acción puede comenzar a significarse una vez que sus
consecuencias comienzan a materializarse. Uno de los elementos centrales en la
articulación de la misma es la re-acción del otro. El sujeto articula su acción, le da
un significado, y este no necesariamente coincide con el significado que surge de
la articulación del otro. En la medida en que el sujeto se presenta en su acción, las
diferencias sobre el significado de ésta implican diferencias sobre “quién” es el
sujeto. En ese momento aparece la lucha por el “reconocimiento fuerte”23 . Las
características de este conflicto toman distintos matices en función de la capaci-
dad de los sujetos para tolerar diferencias entre ellos. Cuando la capacidad de
tolerar diferencias es mínima, el “entre nosotros” se convierte en un lugar donde
predomina el conflicto, y no en aquel espacio donde los sujetos se enriquecen en
base a la pluralidad del mismo. En estos casos, la “exclusión” como amenaza al
self (la des-aparición psíquica) se acrecienta. El giro a la complementariedad se
entiende entonces como la manera más conveniente de relación24 .

La predominancia de la complementariedad en la relación indicaría dificultades


relacionadas a la diferenciación, a la posibilidad de presentarse como único entre
iguales, y al manejo del conflicto que surge frente a las diferencias. Cuando presen-
tarse como único e irrepetible por medio de la acción y ser reconocido genera conflic-
to y amenaza la preservación del vínculo, lo que lo aseguraría sería la modalidad
complementaria de relación. Esto ocurre porque el conflicto propio del “reconocimien-
to fuerte” que se asocia a la acción no tiene lugar. Como en la complementariedad
tiene lugar el comportamiento, el tipo de reconocimiento que se produce es aquél que
denominé “débil”. Lo que se reconoce es el self en tanto función, rol u objeto orientado
hacia un objetivo, pero no en tanto sujeto orientado a un bien.

La lucha y el conflicto relacionados al “reconocimiento débil” no son tan


problemáticos en sí, ya que lo que se reconoce no es a uno en tanto uno, sino a uno
según su desempeño en una función o rol. El comportamiento, dirigido a un objetivo
o fin compartido, y el proceder pautado correspondiente aseguran la vinculación. En
este modo de relación, a su vez, también se producen tensiones, que pueden,
incluso, tornarse “intolerables”. Esto puede ocurrir por lo menos de dos maneras.
FELIPE J. MÜLLER Pag. 70

Una de ellas se da cuando la identidad del sujeto está constituida en su totalidad en


torno a su función o rol. Aquí el reconocimiento en la complementariedad es vital. El
otro conflicto que tiene lugar en esta modalidad vincular resulta de forzar el vínculo
complementario en la provisión de experiencias propias del “entre nosotros”. La
tensión es “intolerable” en este espacio cuando se esperan los nutrientes propios
del “reconocimiento fuerte” desde el área del comportamiento. La respuesta ante la
tensión de tipo “intolerable” en los vínculos complementarios es el desarrollo de
sintomatología.

En otras palabras, cuando desde un vínculo complementario se espera ser


reconocido como un “quién” y no como un “qué”, se generan tensiones “intolera-
bles”. El “reconocimiento débil” responde al “qué” soy (psicólogo, empresario, amante)
y siempre se acompaña de un adjetivo (bueno, competente, capaz). El conflicto
aquí gira en torno a la aceptación de este “qué” soy, y de qué manera soy ese “qué”.
Como esto está relacionado a la construcción y desarrollo de la identidad, nos
encontramos ante uno de los conflictos dentro de la complementariedad. Pero el
conflicto central en este modo de relación obedece a las frustraciones que generan
las limitaciones propias de construir un self desde un modo complementario de
relación; libertad, pluralidad e igualdad no son propias de este modo.

La lucha por obtener más de lo que el vínculo complementario es capaz de


proveer pone en riesgo el vínculo mismo. Lo que surge también aquí es la amenaza
de “exclusión”, de manera que los participantes de estos vínculos pueden estable-
cer puntos medios de satisfacción de sus necesidades y mantener el vínculo. Así
se encuentran puntos de equilibrio y regulación mutua entre los participantes del
sistema complementario. Cuando persisten tensiones “intolerables” en este modo,
se produce el desarrollo de sintomatología.

Toda relación entre personas alterna entre modos complementarios y modos


igualitarios. En los trastornos de personalidad asistimos a un desbalance sistemá-
tico de estos modos sobre el complementario. Estos sujetos han encontrado ma-
neras diversas de lidiar con la “ansiedad de presentación” que conlleva la acción y
los conflictos del “reconocimiento fuerte” volcándose predominantemente al modo
complementario de relación. Pero el resultado es la deprivación total o parcial de la
experiencia más humana de todas: la de accionar en el espacio público.

Los modos complementarios de relación contribuyen de diversas maneras


en la construcción del self. Una de ellas es la construcción del self como concepto.
En estos vínculos se desarrolla algún tipo de representación de lo “que” soy, y esto
conforma parte de mi identidad y contribuye al desarrollo de una historia sobre mí.
De hecho, muchas teorías han tomado esto como el modelo de hombre y desarro-
llaron sus modelos psicoterapéuticos en función del mismo25 . La psicopatología en
general ha considerado de manera confusa la relación entre patología y vínculos, al
no establecer la distinción básica entre modos complementarios de relación (suje-
to-objeto) y modos igualitarios (sujeto-sujeto).
Pag. 71 HACIA UNA PSICOPATOLOGÍA DE LA ACCIÓN Y EL “ENTRE NOSOTROS”

La relación igualitaria constituye el ámbito necesario para el desarrollo de as-


pectos específicamente humanos del self. Por medio de la acción, el sujeto hace su
presentación como único e irrepetible y es a la vez innegable en la medida que tiene
sus consecuencias26 . Por lo tanto, la acción, que presenta al sujeto, lo hace “apare-
cer”, emerger y devenir como innegable, se convierte en la base sólida (“el concreto”)
de cualquier construcción del mismo. De allí también la ansiedad que la acompaña.
Innegable, la acción con sus consecuencias debe ser incluida en la historia de uno,
contribuyendo a la idea de quién es uno. Esta historia —y la identidad que se va
gestando en ella— es rica en contenidos y sólida en estructura. La acción es siempre
el concreto con la propia firma y no la fabricación en serie que deviene de una vida
inmersa en el comportamiento. En la construcción y desarrollo del self, el material
proveniente de la acción y del comportamiento son de distinto orden.

En resumen, tanto en el modo igualitario como en el complementario se


presentan conflictos o tensiones relacionados al reconocimiento. Los conflictos y
luchas que surgen ante diferencias en los significados articulados frente a la acción
de uno ante iguales pueden ser motivo de tensiones “intolerables” entre el sujeto
accionante y los demás miembros. Los significados relacionados al reconocimien-
to de comportamiento generan también tensión: lo que se debe negociar son as-
pectos del “qué” y no del “quién” soy. Pero estas tensiones también pueden devenir
en “intolerables” cuando se esperan obtener significados correspondientes al “reco-
nocimiento fuerte” en el ámbito del comportamiento y el “reconocimiento débil”.

En lo que sigue trataré de ilustrar con dos ejemplos el tipo de dificultades


que presentan en el ámbito del “entre nosotros” las personalidades histéricas y las
obsesivas. En las personalidades histéricas se trata de suavizar, por medio de la
ilusión, el conflicto que surge al lidiar con las diferencias. En el caso de las perso-
nalidades obsesivas se evita el conflicto mediante el control.

A partir de este modelo, la personalidad histérica quedaría entendida como la


“gran ilusionista” del espacio público. Esto se debe a su capacidad para seudo-accio-
nar, en forma tal que el otro responda con una acción que siempre será nuevamente
respondida con la mayor naturalidad y aparente espontaneidad. Hay una inter-acción
finamente coordinada, aparentemente espontánea y genuina. Con las personalidades
histéricas, la acción en su modo dialógico alcanzaría el punto máximo. Tiene lugar un
accionar donde el sujeto está más inmerso que nunca en una relación. Las acciones de
uno y las seudoacciones de la histeria —que convierten en seudoacciones las de
uno— se suceden unas a otras con una suavidad y naturalidad que no requieren el
esfuerzo de la articulación y formulación para la redireccionalidad de la acción. Lo que
hay es un aparente “reconocimiento fuerte” sin conflicto o tensión alguna. En la presen-
cia de la histeria uno acciona, se constituye en un individuo único, irrepetible y especial,
en un proceso armonioso, suave, natural, donde la espontaneidad es la característica
esencial. Este es el fenómeno de la seducción de las personalidades histéricas.

El estilo cognitivo de este tipo de personalidad contribuye a esto. Su pensa-


miento vago y difuso, su conocimiento general y carente de detalles y el detenimiento
FELIPE J. MÜLLER Pag. 72

del pensar ante lo obvio (Shapiro, 1988) contribuyen a que la sucesión de acciones y
seudo-acciones se produzcan de la manera descrita. Una de las características del
espacio público es justamente la pluralidad, basada en la presencia de individuos en
condiciones de igualdad, con su propia perspectiva, principios y voz. Todos estos
aspectos son motivo de conflicto cuando el “reconocimiento fuerte” tiene lugar y se
generan discrepancias con respecto a los significados que surgen de la articulación
de la acción. Estos conflictos atentan justamente contra esta “danza” y naturalidad
que el sujeto experiencia en la interacción con la histeria. Debido a estos aspectos
generales, difusos y vagos de su estructura cognitiva la histeria puede “acomodarse”
al otro en su “perspectiva” y “principios.” Es por ello que la personalidad histérica
como “ilusionista” del “entre nosotros” genera espacios que no pueden sostenerse en
el tiempo. El final conocido es el derrumbe del “entre nosotros”. El otro no puede
constituirse como sujeto mediante su acción ya que uno de los requisitos es que
ésta tenga alguna consecuencia en el otro para poder articular el significado de su
acción. Para eso hace falta otro sujeto que en la articulación actúe como punto de
referencia de la posición del sujeto que acciona en el espacio público. Si el otro es
difuso, vago y muy general, el punto de referencia no es claro y la acción como
constitutiva se hace vaga, difusa y general. Esto atenta contra un posicionamiento
que permita que el “reconocimiento fuerte” tenga lugar.

Las personalidades obsesivas, por su parte, son generalmente reflejadas


como rígidas, controladoras e inflexibles. Si bien estas características pueden pro-
ducir grandes dificultades en los vínculos complementarios, no impiden que estos
vínculos se mantengan en el tiempo. En la generación y el mantenimiento del ám-
bito del “entre nosotros” la personalidad obsesiva enfrenta sus mayores dificulta-
des. El control del obsesivo atenta contra la esencia misma del “entre nosotros”: la
pluralidad y la libertad. La pluralidad queda reflejada en la diversidad de principios
posibles que van redireccionando la acción a medida que ésta tiene lugar. El obse-
sivo elimina esta diversidad mediante la conversión de sus principios en premisas
generales para la acción de todos los miembros27 . De esta manera, su proceder se
hace lógico y previsible. Cuando este modo de obrar está instaurado en un vínculo,
estamos en el terreno de lo complementario.

La preocupación por la limpieza y la contaminación los lleva a modos


monológicos de acción. El aspecto dialógico de la acción implica que la acción
propia está “contaminada” de elementos ajenos. La inclusión de estos elementos
es algo intolerable para las personalidades obsesivas. De manera tal que su accio-
nar es básicamente monológico, en el que se tiende a un razonamiento claro y el
uso exagerado de representaciones en el accionar.

La acción acarrea la brisa de lo espontáneo. Una de las consecuencias de la


introducción de un nuevo elemento es su carácter impredecible. Esta característica
genera tensión y da lugar a historias que nutren al “entre nosotros” y a sus miembros.
La personalidad obsesiva logra controlar este elemento mediante la imposición de
sus recetas para la acción. En ese acto comienza a minar el espacio público y sus
vínculos pasan inevitablemente a un modo complementario de relación. La inflexibili-
Pag. 73 HACIA UNA PSICOPATOLOGÍA DE LA ACCIÓN Y EL “ENTRE NOSOTROS”

dad propia de los rasgos obsesivos no colabora en el enfrentamiento de los conflictos


que surgen de las discrepancias del “reconocimiento fuerte”. Cuando se articulan
distintos significados sobre la acción de uno, surgen conflictos que requieren flexibi-
lidad para que sean resueltos. Se debe llegar a puntos de encuentro sobre los signi-
ficados de la acción. La falta de flexibilidad facilita el incremento de las tensiones,
dando lugar a tensiones “intolerables”. Ante las tensiones intolerables surge la ame-
naza de “exclusión”. En estos momentos el giro hacia lo complementario aseguraría
el mantenimiento del vínculo, evitando los conflictos propios del “entre nosotros”.

Conclusión.

A partir del desarrollo de los conceptos de acción y espacio público es posible


comenzar a articular un modelo que permita pensar aspectos de la psicopatología que no
han sido considerados en toda su magnitud. Comprendiendo las implicancias y la dimen-
sión de la acción para el self, es posible entender los trastornos de la personalidad en
función de formas de lidiar con la ansiedad ligada a la presentación ante los otros y ante
sí en el espacio público, y el tipo de conflicto que tendrá lugar en torno al reconocimiento.

En este sentido es útil considerar dos modos de relación presentes en cual-


quier vínculo: el complementario y el igualitario. Una pareja se relaciona
complementariamente a la hora de atender aspectos de la familia —cuidado del
hijo— y alterna con modos igualitarios. En este caso, los sujetos se encuentran
frente a frente, como iguales. En el “entre nosotros” accionan y en esa acción se
presentan como diferentes, devienen, se actualizan, aparecen frente a sí y frente al
otro. Este es el momento único e irrepetible del ser. La acción es un elemento vital
en la vida del self, ya que esta genera, entre otras cosas, significados e historias
que enriquecen al sujeto en su construcción.

Pero esta presentación aparece asociada a la ansiedad. La acción deja su


huella, que es material e innegable, aunque el significado de la acción puede no ser
el mismo para el sujeto que acciona y los demás integrantes del espacio publico.
Esto da lugar a tensiones y conflictos. Cuando la tensión es elevada y constante,
aumenta la ansiedad ligada a la pérdida del vínculo (“exclusión”). Esta tensión es de
tipo “intolerable”. La “ansiedad de presentación” ligada a la acción y al reconoci-
miento de la misma, y las formas de lidiar con la misma —defensas— pueden ser
diversas. Hay ciertas formas reconocidas y preponderantes de evitar esta ansiedad
que dan lugar a estilos de personalidad. El modelo planteado permitiría rearticular
los estilos de personalidad más estudiados en función de esta relación de los suje-
tos con el “entre nosotros” y la acción.

Debe entenderse que lo esbozado hasta este punto representa las bases de
un modelo sobre el cual se debe seguir elaborando e integrando la riqueza de los
distintos conceptos que lo componen. El trazado aquí es uno de los caminos a
seguir en esta primera etapa de desarrollo del modelo. En primer lugar, es necesa-
rio profundizar en el análisis del concepto de intersubjetividad que he presentado,
desarrollando los conceptos de bien común, texto y potencialidad, entre otros.
FELIPE J. MÜLLER Pag. 74

El problema del reconocimiento y las distintas formas y detalles de este pro-


ceso merecen también un desarrollo más extenso. La distinción entre reconocimien-
to “fuerte” y “débil” ha quedado precisada, pero no me he extendido en el desarrollo de
la relación entre tensiones “intolerables”, conflicto y amenaza de “exclusión”.

El análisis del “entre nosotros” se debe seguir desarrollando28 . Una de las mayo-
res dificultades con las que uno se encuentra en este terreno, es la falta de un lenguaje
adecuado para el mismo. Hemos sido educados en una perspectiva tan atomista del
self que hoy en día carecemos del lenguaje necesario para pensar aspectos de la
acción y lo dialógico. Hemos aceptado, por ejemplo, que la ansiedad tiene una cualidad
contagiosa. Si alguien está ansioso, esto pone ansiosas a otras personas. La concep-
ción dialógica permite entender cómo la acción de alguien ansioso se incorpora a la
reacción de otro de los miembros del entre nosotros. Su acción no está libre de ansie-
dad. Lo mismo puede pensarse en lo que respecta a los afectos depresivos. Es muy
distinto hablar de “contagio” o de “proyección” que de la inclusión natural e inevitable en
la respuesta-acción de uno de los aspectos internos del otro.

En una segunda etapa, será necesaria una rearticulación sistemática de


cada uno de los cuadros psicopatológicos. En la medida en que el modelo vaya
cobrando mayor consistencia y solidez, los pasos a seguir serían redefinir cada
uno de los estilos de personalidad en función del mismo. Los “estilos de
intersubjetividad” propios de cada personalidad constituyen una de las grandes áreas
posibles de investigación.

Una vez lograda esta segunda etapa de desarrollo del modelo, será posible
comenzar a pensar formas de intervención psicoterapéuticas o psicoanalíticas, ten-
diendo a resolver el tipo de dificultad que los pacientes pueden experimentar en el
ámbito de las relaciones igualitarias y la acción.

Considero que uno de los aciertos de este trabajo radica en su abordaje


interdisciplinario. Desarrollos en psicoanálisis, psicología cognitiva, psicología clínica,
filosofía, sociología, lingüística y antropología han contribuido a articular varios de sus
aspectos. Entiendo que éste es el camino a seguir en el estudio del self y sus avatares.

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Notas
1
Lic. en Psicología. MA en la New School for Social Research en Nueva York. Está finalizando su
Ph.D. en la misma institución. Docente e investigador en la Universidad de Belgrano, Buenos Aires.
Dicta el curso “Psicología de la Interacción Social y de los Pequeños Grupos” en la Universidad del
Salvador, Buenos Aires, República Argentina.
2
Jessica Benjamin (1990) representa a un grupo de autores psicoanalíticos que redefinen los
objetivos del psicoanálisis. En sus comienzos se sostenía que “donde hay Ello, Yo debe haber”.
Posteriormente, la psicología del self y la escuela inglesa se inclinaron por el “donde hay Yo,
objetos debe haber”. En la actualidad, algunos autores, como Benjamín, sostienen que “donde hay
objetos,
3
sujetos debe haber”.
Esta noción de espacio público difiere del modo en que es concebido tradicionalmente. Según esta
concepción, espacio público es el conformado por el conjunto de las instituciones. En la manera
en que aquí se presenta, espacio público es el terreno del “entre nosotros”, que permite generar
un foco en común. El espacio público institucional y el ámbito de lo público donde la acción política
tiene lugar no son más que un caso especial de esta capacidad general para generar algo en
común (Taylor, 1985).
4
De todas maneras, no se puede hacer un corte definido entre las tres funciones que genera el
lenguaje, ya que están interrelacionadas.
FELIPE J. MÜLLER Pag. 76

5
Por medio del enunciado accionamos verbalmente; éste puede ser una palabra, una oración o
varias oraciones. En el presente trabajo, el análisis de la acción se basa fundamentalmente en los
desarrollos
6
sobre el enunciado como unidad de análisis de la comunicación (Bakhtin, 1986).
7
Más adelante desarrollaré en detalle la importancia de la acción en relación con el sujeto.
Para los filósofos griegos, la libertad siempre correspondía al ámbito de la polis y la necesidad era
un fenómeno pre-político, perteneciente al orden y la organización domésticos. La violencia se
justifica en el ámbito doméstico, ya que tiende al dominio de las necesidades. Para estudiar detalles
de
8
esta relación, ver Arendt (1958, Cap.2).
Para una diferencia entre la relación sujeto-sujeto y la relación sujeto-objeto, ver Benjamin (1990).
Para una diferencia entre la relación de objeto y uso de objeto, ver Winnicott (1989). Para la relación
Yo-Tú,
9
Yo-Ello, ver Buber (1994).
El desarrollo de la acción está basado en los trabajos de Arendt, Taylor y Bakhtin.
10
“El acto más pequeño, en las circunstancias más limitadas lleva la semilla de la misma ilimitación e
imprevisibilidad; un acto, un gesto, una palabra bastan para cambiar cualquier constelación.” (Arendt,
1995,
11
p.106.)
La formación de historias es un proceso complejo, así como el impacto de las mismas en la identidad
de
12
los sujetos. Estas serán desarrolladas en un próximo artículo.
13
Taylor desarrolla esta idea en el contexto de la filosofía de la mente de Hegel.
En la construcción de un enunciado no tomamos las palabras de un diccionario, sino más bien de
enunciados
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previos (Bakhtin 1986).
Habermas (1984), por ejemplo, agrega a la clasificación de acción social entre acción estratégica,
normativa
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y dramatúrgica lo que denomina acción comunicativa.
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El lóbulo frontal tiene un rol fundamental en esta capacidad del hombre.
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Esta es la manera en que el momento único e irrepetible del ser tiene lugar.
Clark (2001) desarrolla esta misma idea considerando la relación entre los sistemas de percepción
y acción. Así como para Bakhtin entendimiento y respuesta están vinculados, percepción y acción
forman una unidad profundamente interanimada para Clark. Para este autor, la idea de un sistema
perceptual que envía información a un sistema independiente de acción es errónea. El procesamien-
to perceptual no da lugar a una representación interna rica en imágenes, que habilita procesos de
pensamiento y razonamiento ligados a posibles cursos de acción que luego serían ejecutados. Se
percibe
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en función de los posibles cursos de acción.
Los dos modos de acción coinciden con dos modos del pensamiento propuestos por Bruner
(1986): éstos son el lógico formal —la acción monológica— y el narrativo —accionar de tipo dialógico.
James (1983) establece la relación entre pensamiento y acción; para él, el pensamiento es acción
congelada
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(frozen action).
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Bakhtin (1986) habla del primer Adán.
Wittgenstein se preguntaba por el pensamiento. “¿Por qué no debería este orden proceder, diga-
mos,
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del caos?” (en Shotter, 1996).
El termino “ansiedad de aparición” podría ser incluso mas apropiado para denominar a la ansiedad
ligada
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a la acción. Esto deberá ser objeto de mayor atención en futuros trabajos.
El concepto complementaría parcialmente la diferenciación propuesta por Taylor (1985) entre “eva-
luaciones
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fuertes” y “evaluaciones débiles” en relación con lo que es ser una persona.
El self transaccional que propone Bruner (1986) hace referencia al tipo de negociación de signifi-
cados
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que tienen lugar frente a discrepancias sobre las experiencias del self.
Benjamin (1995) ha desarrollado desde el psicoanálisis este giro hacia lo complementario y la
problemática
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asociada a la diferenciación.
Para estos modelos, la patología es consecuencia de una rigidización en los roles que asume un
paciente. La intervención apunta a la asunción de nuevos roles, que siempre son complementarios,
para que de esa manera desarrolle nuevas representaciones de sí —siempre en el ámbito del
“qué”— y así dar lugar al cambio. Nuevos roles permiten nuevas representaciones de sí y esto
mismo da lugar al cambio. Este cambio de rol también podría definirse como un cambio en el tipo de
relación que tiene el sujeto con su objeto. Una manera más madura de relación entre sujeto y objeto
lleva
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también el germen del cambio.
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Que por ser acción, siempre las tiene.
La conversión de principios en premisas es desarrollada por Plot (2002) en relación con su
concepto
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de “política ideológica”.
Por ejemplo, se deberían desarrollar bien las diferencias de la noción de espacio público entre
Arendt y Taylor, y dar cuenta de los problemas de esta noción en la concepción arendtiana con
respecto a la existencia de un espacio libre de toda necesidad.

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