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Eric hobsbawn la era de las revoluciones.

1. El mundo. 1780-1790
I. La consecuencia más importante de la doble revolución (francesa, de carácter político, e
inglesa, de carácter industrial), fue el establecimiento del dominio del globo por parte de
unos cuantos regímenes occidentales sin paralelo en la historia. Los viejos imperio y
civilizaciones del mundo se derrumbaba y capitulaban. La India se convirtió en una provincia
administrada por procónsules británicos, los estados islámicos fueron sacudidos por
terribles crisis, África quedó abierta a la conquista directa. Incluso el gran Imperio chino se
vio obligado, en 1839-1842,a abrir sus fronteras a la explotación occidental. En 1848 nada
se oponía a la conquista occidental de los territorios. El progreso de la empresa capitalista
occidental sólo era cuestión de tiempo. Pero en el seno de la sociedad burguesa nace una
nueva ideología, contradicción de la doble revolución. La sociedad comunista que comenzó
como un fantasma, recorrió Europa y se apoderó de gran parte de ella tiempo después.

El mundo cambió “demasiado rápido”. Entre 1760 y final de siglos, el viaje entre Glasgow y
Londres se acortó de diez días a 62 horas… aunque esto solo sucedía en zonas contadas.
El resto del globo estaba masivamente incomunicado. Las carretas eran usadas tanto para
el transporte de personas como para el de mercancías (especialmente los correos). Vivir
cerca del mar era vivir cerca del mundo: Sevilla era más accesible desde Vera Cruz que
desde Valladolid. De todos los empleados del Estado, quizá sólo los militares de carrera
podían esperar vivir una vida un poco errante, de la que sólo les consolaba la variedad de
vinos, mujeres y caballos de su país.

II. El problema agrario era por eso fundamental en el mundo de 1789, y es fácil
comprender por qué los fisiócratas consideraron indiscutible que la tierra, y la renta de la
tierra, eran la única fuente de ingresos. Y que el eje del problema agrario era la relación
entre quienes poseen la tierra y quienes la cultivan, entre los que producen su riqueza y los
que la acumulan.
Las relaciones de la propiedad se pueden dividir dependiendo la zona del globo donde
estemos.
-América: destaca la importación de minerales y otras extracciones, así como esclavos,
mucho más que productos agrarios. En este período el algodón es más preciado, en
detrimento del azúcar.
-Al este del Elba, el cultivador típico no era libre, sino que realmente estaba ahogado en la
marea de la servidumbre, creciente casi sin interrupción desde finales del siglo XV o
principios del XVI. La zona de los Balcanes surgió como países campesinos, pero en ellos
no había una propiedad agrícola concentrada. Muchos estaban sometidos a límites
cercanos a la esclavitud o eran criados domésticos. En el ámbito de la producción, eran casi
independientes de Europa, en todo tipo de alimentos y materias prima En general esto
hacía que los aristócratas explotaran cada vez más su posición económica inalienable y los
privilegios de su nacimiento y condición. Solo unas pocas comarcas habían impulsado el
desarrollo agrario dando un paso adelante hacia una agricultura puramente capitalista,
principalmente en Inglaterra. La gran propiedad estaba muy concentrada, pero el típico
cultivador era un comerciante de tipo medio, granjero-arrendatario que operaba con trabajo
alquilado. Una gran cantidad de pequeños propietarios, habitantes en chozas, embrollaba la
situación. Con el cambio, entre 1760-1830, lo que surgió fue una agricultura de empresarios
agrícolas –granjeros- y un gran proletariado agrario.
El siglo XVIII no supuso un estancamiento agrícola. Por el contrario, si bien seguía siendo
regional, una gran era de expansión demográfica, de aumento de urbanización, comercio y
manufactura, impulsó y hasta exigió el desarrollo agrario. La segunda mitad del siglo vio el
principio del tremendo aumento de población.

III. La clase media de abogados, administradores de grandes fincas, cerveceros, tenderos e


incluso el industrial parecía poco más que un pariente pobre. Era el mercader el verdadero
director del desarrollo (en tanto el señor feudal lo era en Europa oriental). Por eso el sistema
más conocido era el putting-out system, por el cual un mercader compraba todos los
productos del artesano o del trabajo no agrícola de los campesinos para venderlo luego en
los grandes mercados; temprano capitalismo industrial.

El siglo XVIII debió toda su fuerza de desarrollo al progreso de la producción y el comercio,


y al racionalismo económico y científico, que se creía asociado a ellos de manera inevitable.
Las logias masónicas, donde no existía una diferencia de clases propagaron las ideas
inglesas bajo un tupido velo francés: la igualdad y la libertad (después la fraternidad) fueron
la bandera de su revolución. El objetivo principal de los ilustrados no fue el capitalismo, sino,
a través del humanismo y las ideas racionalistas-progresistas, la libertad de todos los
ciudadanos. Las monarquías absolutas del despotismo ilustrado encendieron la llama de la
revolución intelectual y luego de la revolución práctica.

IV. Los reyes que se llamaron “ilustrados” lo hicieron movidos menos por un interés en las
ideas generales que para la sociedad suponía la “ilustración” o la “planificación”, que por las
ventajas prácticas que la adopción de tales métodos suponía para el aumento de sus
ingresos y bienestar. La monarquía absoluta pertenecía a la feudalidad, que estaba
dispuesta a utilizar todos los recursos posibles para reforzar su autoridad y sus rentas
dentro de sus fronteras. Las únicas liberaciones del campesinado, anteriores a 1789, fueron
en pequeños países como Dinamarca y Saboya, a pesar de que todos los grandes ministros
tenían en su mente, como única solución, la abolición de la servidumbre. Las colonias
rompieron el hielo, en este caso Irlanda y Estados Unidos, por vía pacífica o revolucionaria.

El enfrentamiento entre Francia e Inglaterra significó la confrontación de dos sistemas


políticos antagónicos. Los ingleses no sólo vencieron más o menos decisivamente en todas
esas guerras excepto en una, sino que soportaron el esfuerzo de su organización,
sostenimiento y consecuencias con relativa facilidad. La doble revolución iba a hacer
irresistible la expansión europea, aunque también iba a proporcionar al mundo no europeo
las condiciones y el equipo para lanzarse al contraataque.

2. La Revolución Industrial
I. Si bien este acontecimiento da sus primeros pasos a principios del siglo XVIII, no será
hasta 1830 cuando la literatura de Balzac y los manifiestos de Engels y Marx se hagan
cargo del proletario y la clase trabajadora hija del capitalismo. La Revolución Industrial
supone que un día entre 1780-1790, y por primera vez en la historia humana, se liberó de
sus cadenas al poder productivo de las sociedades humanas, que desde entonces se
hicieron capaces de una constante, rápida y hasta el presente ilimitada multiplicación de
hombres, bienes y servicios. Esto es lo que ahora se denomina técnicamente por los
economistas take-off, el crecimiento autosostenida. Ninguna sociedad anterior había sido
capaz de romper los muros de una estructura en la que el hambre y la muerte se imponían
periódicamente. Preguntar cuándo se completó es absurdo, pues su esencia era que, en
adelante, nuevos cambios revolucionarios constituyeran su norma. Y así sigue siendo.

Que el estallido se diera en Inglaterra no quiere decir que fuese superior científica y
técnicamente hablando. En las ciencias naturales Francia era, con mucho, el baluarte de
Europa. Las lecturas de los economistas ingleses eran tanto Adam Smith como Dupont,
Quenay Turgot, Lavoisier y los italianos. La educación palmaria no estaba en Oxford o
Cambridge, sino en Escocia, de donde surgieron los genios de esta revolución, como Watt,
Telford, McAdam, James Mill. Hasta que Lancaster impusiera sus medidas, la educación
inglesa no despegó. Además, los inventos de estos no requerían más conocimiento que el
que se tenía a principio de siglo (excepto en química), y su aplicación fue muy posterior
(unos 40 años).
Las condiciones legales eran la gran ventaja. Un puñado de terratenientes de mentalidad
comercial monopolizaba casi la tierra, que era cultivada por arrendatarios que a su vez
empleaban a gentes sin tierras o propietarios de pequeñísimas parcelas. La agricultura
estaba preparada para cumplir sus cuatro funciones fundamentales en una era de
industrialización:

-aumentar la producción y la productividad para alimentar a una población no agraria


-proporcionar un vasto y ascendente cupo de potenciales reclutas para las ciudades
– suministrar un mecanismo para la acumulación de capital utilizable por los sectores más
modernos de la economía
-así como la creación de excedente para exportar material e importar capital.

El dinero no solo hablaba, sino que gobernaba. Pero hay zonas que, aunque en 1850
producían mucho más que en 1750 no habían disfrutado del salto cualitativo de Manchester
o Birmingham. Empresarios e inversores cruzaron sus actividades. Había algo que alzaba a
Gran Bretaña sobre el resto de naciones, que además tras las guerras napoleónicas
quedaron sometidas: la industria algodonera y la expansión colonial.

II. Las condiciones legales eran la gran ventaja. Un puñado de terratenientes de


mentalidad comercial monopolizaba casi la tierra, que era cultivada por arrendatarios que a
su vez empleaban a gentes sin tierras o propietarios de pequeñísimas parcelas. La
agricultura estaba preparada para cumplir sus cuatro funciones fundamentales en una era
de industrialización:

-aumentar la producción y la productividad para alimentar a una población no agraria


-proporcionar un vasto y ascendente cupo de potenciales reclutas para las ciudades
– suministrar un mecanismo para la acumulación de capital utilizable por los sectores más
modernos de la economía
-así como la creación de excedente para exportar material e importar capital.
El dinero no solo hablaba, sino que gobernaba. Pero hay zonas que, aunque en 1850
producían mucho más que en 1750 no habían disfrutado del salto cualitativo de Manchester
o Birmingham. Empresarios e inversores cruzaron sus actividades. Había algo que alzaba a
Gran Bretaña sobre el resto de naciones, que además tras las guerras napoleónicas
quedaron sometidas: la industria algodonera y la expansión colonial.

La gran industria del algodón se llevó por delante el trabajo manufacturero, de gran
antigüedad. Muchos se rebelaron ante la pérdida de sus puestos de trabajo cuando y la
industria no los necesitaba para nada. Comenzaba la tiranía de las máquinas.

III. La industria como tal tiene su nacimiento en base al algodón. El textil es posterior y el
vapor no se usaba mucho fuera de la minería. Con ella arrastró a otros sectores; por eso
influyó en el progreso económico de Gran Bretaña. Se pasó de importar 11 millones de
libras de algodón bruto en 1780 a 588 millones en 1850 (su producción suponía casi el 50%
del total). La pequeña crisis entre 1830-1840 sacudió levemente el mercado del algodón y
tambaleó toda la economía británica: queremos con esto mostrar lo importante que era el
algodón para su estabilidad.

La desviación de las rentas hacia el arrendatario, supuso levantamientos cartistas y otros


en 1848 contra las máquinas, vistas como la raíz de los problemas. No solo proletariado,
sino granjeros fueron los protagonistas. Por eso los pequeños burgueses y los obreros se
unieron a los radicales ingleses, republicanos franceses o jacksonianos norteamericanos,
dependiendo la localización.

A los capitalistas sólo les preocupaba el cómputo de sus ganancias; mientras tanto les
daba igual las acciones proletarias. Los tres fallos del sistema fueron: el ciclo comercial de
alza-baja, la tendencia de la ganancia a declinar y la disminución de las oportunidades de
inversiones provechosas. Inicialmente la industria del algodón tenía muchas ventajas. Su
mecanización aumentó mucho la productividad de los trabajadores, muy mal pagados en
todo caso, y en gran parte mujeres y niños. La inflación que suponía la diferencia entre el
coste de la materia prima y el beneficio que suponía la venta de la manufactura, quedó
neutralizada (e incluso en descenso) en 1815.

En los momentos de crisis se ajustaba el presupuesto reduciendo los salarios de los


trabajadores: se podía comprimir directamente los jornales, sustituir los caros obreros
expertos por mecánicos más baratos o introducir máquinas en el lugar de un grupo. La
medida más racional era introducir maquinaria. Entre 1800-1820 hubo 39 patentes nuevas,
51 entre 1820-1830, 86 en 1830-1840 y 156 en 1840-1850. Si bien la industria se estabilizó
tecnológicamente en 1830, no sería hasta la 2/2 de siglo cuando la producción tuviera un
aumento revolucionario.

IV. El problema de las producciones masivas es que necesitan un buen mercado de


consumo. La industria militar, tras Waterloo, entró en decadencia y la de productos
primarios no era excesivamente grande. Nunca falló, sin embargo, la industria del carbón:
10 millones de toneladas (90% de producción mundial) frente a 1 millón de los franceses) en
1800. El ferrocarril es el hijo de las minas del norte de Inglaterra: una gran producción
requería una excelente movilización de producto.

El ferrocarril constituía el triunfo del hombre mediante la técnica. Que requiriese de una
gran inversión en hierro, acero, carbón y maquinaria pesado, de trabajo e inversión de
capital, supuso que el ferrocarril impulsó, como ningún otro invento, el desarrollo de la
segunda industrialización. Carbón y acero triplicaron su producción. La sociedad inglesa
invertía sus riquezas y obtenía beneficios, la aristocracia y la sociedad feudal se lanzó a
malgastar una gran parte de sus rentas en actividades improductivas. Esa fue la diferencia.

Cuando el capital acumulado fue tanto que no lo pudo absorber el propio país, se decidió
invertir en el extranjero, especialmente desde la década de 1820. Pero solían ser empresas
fracasadas porque no se cumplían las expectativas: o terminaban por cobrar menos interés
o el pago de este se retrasaba unos 40 años (como el caso de los griegos).

V. El factor más crucial que hubo de movilizarse y desplegarse, fue el trabajo, pues una
economía industrial significa menos población agrícola, más urbana y un aumento general
de la población, luego también se necesita mayor suministro de alimentos: una revolución
agrícola. Para eso se hubo de terminar con los comunales medievales y las caducas
actitudes comerciales del feudalismo. En 1846 se abolieron las Corn laws que retrasaban la
entrada del capitalismo en el campo.

Para que la industrialización urbana triunfara, había que hacer dos cosas: mecanizar el
campo para liberar a muchos campesinos de su actividad tradicional y tentarlos a la
industria y, después, formarlos para que estuviesen capacitados en sus puestos. En un
principio, se contrataron mayoritariamente niños y mujeres (que resultaban más rentables).

Si bien sus ciudades pronto se contaminaron y llenaron de niebla (recordar Oliver Twist!),
los ingleses supieron utilizar muy bien sus recursos. A la altura de 1780 su consumo de
algodón era dos veces el de los EE.UU y cuatro el de Francia; producía más de la mitad de
lingotes de hierro del mundo; recibía dividendos de todas sus inversiones por el mundo.
Gran Bretaña era el taller del mundo.

3. La revolución francesa
I. Si Inglaterra proporcionó la base de la Rev. Industrial, Francia lo hizo en la política. Entre
1789-1917, las políticas de todo el mundo lucharon ardorosamente en pro o en contra de
los principios de 1789 o los más radicales de 1793. Proporcionó los programas de los
partidos liberales, radicales y democráticos de la mayor parte del globo.

Ya entre 1776 y 1790 se produjo una serie de revoluciones democráticas, en EE.UU.


Bélgica, Holanda; pero fue la francesa la que más consecuencias tuvo. Fue la única
verdadera revolución de masas (hemos de saber que 1/5 europeos era francés…) y radical
(tanto que los extranjeros revolucionarios que se le unieron fueron luego moderados en
Francia). Al contrario que la Revolución americana, la francesa influyó en ámbitos
geográficos muy distantes: afectó en Sudamérica y fue el primer gran movimiento de ideas
en la cristiandad occidental que produjo algún efecto real sobre el mundo islámico –caso de
la India y Turquía-.

En Francia, al contrario que en Inglaterra, el conflicto entre los intereses de antiguo


régimen y la ascensión de las nuevas fuerzas sociales era peligrosamente agudo. Una
monarquía absoluta, como la de Luis XVI, no aceptaría pequeñas dosis reformistas como
las propuestas de Turgot. Hacía falta un gran cambio. La monarquía absoluta, no obstante,
introdujo, por iniciativa propia a una serie de financieros y administrativos en la alta
aristocracia, quienes fundían los descontentos de nobles y burgueses en los tribunales.

La nobleza se granjeó numerosos enemigos: no solo ocupaba los puestos más


importantes del Estado, sino que tenía una creciente inclinación a apoderarse de la
administración central y provincial. La mayoría de la gente eran gentes pobres o con
recursos insuficientes, deficiencia ésta aumentada por el atraso técnico reinante. La miseria
general se intensificaba por el aumento de la población. Diezmos y gabelas también
contribuían a ello.

La revolución americana terminó con victoria para Francia, pero el precio fue demasiado
alto: una bancarrota total. Aunque muchas veces se ha echado la culpa de la crisis a las
extravagancias de Versalles, hay que decir que los gastos de la corte sólo suponían el 6%
del presupuesto total en 1788. La guerra, la escuadra y la diplomacia consumían un 25% y
la deuda existente un 50%. Guerra y deuda –la guerra norteamericana y su deuda-
rompieron el espinazo de la monarquía.

La Revolución comenzó con la “Asamblea de notables” de 1787 y la convocatoria a


Estados Generales de 1789. Todo comenzó como un intento aristocrático de retomar el
control, pero fue un error subestimar al “tercer estado” con una crisis económica tan
profunda, dejándolo a un lado en los órganos representativos. La Declaración de derechos
del hombre y del ciudadano es un manifiesto contra la sociedad jerárquica y los privilegios,
pero no a favor de una sociedad democrática. No se pedía el fin de los reyes ni la
conformación de una asamblea representativa (podía haber intermediarios. Pero eso sí: la
soberanía residiría en la “Nación” (vocablo importante). Esta identificación iba más allá del
programa burgués, tenía un acento mucho más radical y peligroso para el orden social.

La crisis del trigo, que el pan duplicara su precio, el bandolerismo y los motines, hicieron
de la Asamblea “del juego de pelota”, algo más revolucionario y crítico de lo que cabría
esperar. La contrarrevolución hizo a las masas de París una potencia efectiva de choque.
La toma de la Bastilla fue el símbolo del final del Antiguo Régimen en Francia: 14-7-1789.

La revolución fue burguesa y liberal-conservadora. El tercer estado fue liberal-radical.


Por momentos esta dicotomía oscilaba hasta que finalmente quebró. Algunos burgueses
dieron un paso más hacia el conservadurismo, al ver que los “jacobinos” llevaron la
revolución demasiado lejos para sus ideales. El tercer estado no quería una sociedad
burguesa, que progresivamente adquiría tintes aristocráticos.

De los jacobinos, solo los sans-culottes tenían cierta iniciativa política. El resto,
desarrapados y hambrientos eran incultos y seguían a líderes bien formados. Marta y
Hébert defendían los intereses de la gran masa de proletarios, el trabajo, la igualdad social
y la seguridad del pobre: igualdad, y libertad directa. Pero su utopía fue irrealizable y más
fruto de la desesperación que de un plan bien trazado. Su memoria queda unida al
jacobinismo, del que no siempre fue partidario.

II. Entre 1789 pocas concesiones se hicieron a la plebe, pero sus reformas fueron las más
duraderas. Desde el punto de vista económico, las perspectivas de la Asamblea
Constituyente eran completamente liberales: su política respecto al campesinado fue el
cercado de las tierras comunales y el estímulo a los empresarios rurales; respecto a la clase
trabajadora, la proscripción de los gremios; respecto a los artesanos, la abolición de las
corporaciones.

La Constitución Civil del clero fue un mal intento, no de destruir el clero, sino de alejarlo
del absolutismo romano.

El rey sabía que la única opción de reconquistar el absolutismo sería con una
intervención desde el exterior, pero esto sería difícil debido a la buena situación del resto de
países. Pero Europa se dio cuenta de que corría peligro su derecho al trono y se pusieron
en marcha. La Asamblea Legislativa pronosticaba la guerra y así fue desde 4-1792. Sin
embargo fueron derrotados y las masas se radicalizaron. Los altos mandos fueron
encarcelados, incluido el rey y la República fue instaurada.

La Convención Girondina se percató de que o vencían rotundamente o eran eliminados


del tablero de juego. Para ello movilizó el país como nunca se había hecho: economía de
guerra, reclutamiento en masa, racionamiento, y abolición virtual de la distinción entre
soldados y civiles. Por último, reclamaba sus fronteras naturales con dos propósitos: tumbar
la contrarrevolución y conseguir más territorios con los que hacer la guerra económica a
Gran Bretaña. En este clima, los jacobinos fueron ganando terreno palmo a palmo. Esto
derivó en la toma de poder por los sans-culottes el 2-6-1793.

III. La Convención jacobina se recuerda por el almidonado Robespierre, el gigante Danton,


el elegante Saint-Just, el tosco Marat y el Comité de Salud Pública –Comité de guerra-, el
tribunal revolucionario y la guillotina. Hubo 17.000 ejecuciones en 14 meses. El terror, a
pesar de lo que se dice, fue mucho menor que el de las matanzas contra la Comuna de
París en 1871 o las del siglo XX. Pero el caso es que tras ese tiempo de muerte, Francia se
estaba desintegrando por los ataque extranjeros en todos los frentes. El resultado: la
contrarrevolución vencida, un ejército mejor formado y más barato una moneda más estable
(ya casi toda en papel) y un gobierno estable (aunque con otro color) que iba a comenzar
una racha de casi veinte años de victorias militares ininterrumpidas.

El fin del programa jacobino era un Estado fuerte y centralizado –le grande nation-, las
levas en masa y una Constitución radical que prometía el sufragio universal, alimento,
trabajo y derecho a la rebelión. Se procuraría el bien común con unos derechos operantes
para el pueblo (lo que implicaba el fin total de todo lo concerniente al sistema y los
privilegios feudales).

El rígido Robespierre venció al pícaro Danton, que acaudilló a numerosos delincuentes,


especuladores, estraperlistas y otros elementos viciosos y amorales de la sociedad. La
guillotina recordaba que nadie estaba seguro. Los procesos de descristianización
disgustaron a algunos. El 27-7-1794, con la victoria en Fleurus y la ocupación de Bélgica, se
dio paso a una revolución termidoriana que terminó con los andrajosos sans-culottes y los
gorros frigios. Robespierre, Saint Just y Couthon, junto con otros 87 miembros, fueron
ejecutados.

IV. Termidor se encontraba con el problema de enfrentarse la clase media francesa para la
permanencia de lo que técnicamente se llama período revolucionario (1794-1799). Tenían
que conseguir una estabilidad política y un progreso económico sobre las bases del
programa liberal original de 1789-1791. Los sucesivos regímenes hasta 1870 (Directorio,
Consulado, Imperio, monarquía borbónica restaurada, monarquía constitucional, República
e Imperio de Napoleón III, no fueron más que el intento de mantener una sociedad
burguesa intermedia entre dos sistemas antagónicos: la república democrática jacobina y
del antiguo régimen.

El régimen civil era débil. Su constitución no fructificó como se esperaba. Precariamente,


los políticos oscilaron entre la derecha y la izquierda y tenían que hacer uso frecuente del
ejército tanto contra los agentes exteriores como contra las rebeliones internas. En este
contexto, es normal que Napoleón brotara en este clima de ambigüedad en el que los
militares tenían más poder que los gobernadores. Poco a poco el ejército fue abandonando
su carácter revolucionario y adquirió tintes de ejército tradicional y nacional, propiamente
bonapartista.

La escala se configuraba por las dotes personales y la capacidad de mando. La rigidez


castrense aún no estaba definida. El ejército no contaba con un abundante armamento,
respaldado por una industria pesada efectiva. Contaba más la efectividad de actuación. Con
estos Napoleón conquistó Europa, no solo porque pudo, sino porque tenía que hacerlo. Con
él el mundo tuvo su primer mito secular: de cónsul pasó a Emperador, estableció un código
civil, un concordato con la Iglesia y hasta un Banco nacional. El Corso hizo de la revolución
liberal un régimen liberal asentado.

Napoleón fue mito y realidad. Era el hombre civilizado del siglo XVIII, racionalista,
curioso, ilustrado, pero lo suficientemente discípulo de Rousseau para ser también el
hombre romántico del XIX. Si bien construyó las estructuras de la universidad, la legislación,
el gobierno, la economía, destruyó el sueño jacobino de la libertad, igualdad y fraternidad:
ascensión del pueblo para sacudir el yugo de la opresión… Este mito revolucionario
sobreviviría a la muerte de Napoleón.

4. Guerra

I. Entre 1792 y 1815 los enfrentamientos en el mundo, ya entre Estados, ya entre


sistemas sociales, fueron continuos. Casi todos los intelectuales del momento –poetas,
músicos, filósofos- apoyaron el movimiento, al menos antes y después del terror y antes del
Imperio napoleónico. El jacobinismo solo contó con apoyo en Inglaterra –a través de los
escritos de Tomas Paine, como Los derechos del hombre-; pero en el resto de lugares solo
unos cuantos jóvenes ardorosos o iluministas utópicos apoyaron esta rebelión. En los
lugares donde la nobleza era fuerte el ideal jacobino impregnó a las clases medias, pero no
se pudo llevar a cabo acciones contra la fuerte nobleza, al contrario que en Irlanda, donde el
malestar del país, más las ideas masónicas de los United Irishmen empujaron a la gente.
No porque les gustaran los franceses, sino para buscar aliados contra los ingleses.

En realidad, PP.BB. Alemania, Suiza y algunos estados italianos creyeron en el triunfo


del proyecto jacobino (por particularidades de política exterior y economía).La tendencia del
era convertir las zonas con fuerza jacobina local, en repúblicas satélites que, más tarde,
cuando conviniera, se anexionarían a Francia (como el caso de Bélgica en 1795). Fue tal el
crecimiento que experimentaron los ramales de la revolución que, en 1798, Inglaterra era el
único beligerante… no podemos especular sobre una bien organizada actuación
francoirlandesa; pero acaso hubieran forzado un tratado de paz-subordinación para los
ingleses.

En otro orden, paradójicamente, la importancia militar de la guerra de guerrillas fue


mayor para los antifranceses que la estrategia militar del jacobinismo extranjero para los
franceses. Socialmente hablando, no es descabellado afirmar que estas guerras fueron
sostenidas por Francia y sus territorios fronterizos contra el resto de Europa (Austria, Rusia,
España…). Gran Bretaña, por su parte, solo quería preponderancia económica y que en el
continente unas fuerzas quedaran sometidas por las otras mientras ellos se expandían. Su
objetivo no era de expansión territorial por Europa. Este conflicto se ganó la comparación
con el romano-cartaginés: destrucción total el enemigo, que nunca pudo ser porque ninguno
de los dos podía invadir con garantías las tierras del otro.

Quienes se enfrentaron a Francia lo hicieron de modo intermitente, pues no tenían reales


motivos políticos para chocar con ella. Los aliados franceses eran los sometidos por los
antirrevolucionarios: la enemistad de A implica la simpatía de anti-A. En este caso los
príncipes alemanes contra el emperador –Austria en este caso-, que crearon la
Confederación Alemana y Sajonia –por el contra a Prusia-. Francia no tenía militares bien
formados en marina, pero donde primaba la improvisación, la movilidad y la flexibilidad,
enfrentamiento en tierra, no tenían rival: los altos mandos rusos rondaban los sesenta años
de media… los franceses no más de treinta tres años. Esto es fruto de la revolución.

II. En 1802 se consolidó la supremacía de las zonas conquistadas en 1794-1798. Los


ataques que recibió Francia entre 1805-1807 le granjearon muchas victorias que llevaron
sus dominios aliados hasta las fronteras con Rusia. Sin embargo, Trafalgar fue el punto y
final en la carrera hacia una posible invasión a través del estrecho o el establecimiento de
contactos ultramarinos.

Tras la derrota de Leipzig, las fuerzas invadieron el imperio y sometieron a Napoleón


desde todos los puntos geodésicos. El agónico intento de Waterloo terminó con todas las
esperanzas de Napoleón.

III. Debemos centrarnos en los cambios fronterizos que sobrevivieron a Napoleón: en


esencia se terminó la Edad Media y Alemania e Italia quedaban pre-configuradas. Los
principados episcopales de Colonia, Maguncia, Tréveris desaparecieron, así como las
ciudades libres. Solo los Estados Pontificios persistieron. Antes de estos cambios había
Estados dentro de Estados o regiones bajo soberanía dual, aduanas entre territorios de un
mismo gobierno… “fronteras”.

El afán revolucionario de unificación y la codicia que asolaba a los pequeños condados,


señoríos y demás, favoreció el acercamiento y conformación de naciones con más
posibilidades de competencia. Pero más que las fronteras debemos destacar la constancia,
el eco que tuvieron los códigos napoleónicos en las posteriores leyes y sistemas legislativos
de Bélica, Renania e Italia. El feudalismo había sido vencido al oeste de Rusia y el Imperio
Otomano.

El congreso de Viena anduvo con ojo. Ya se sabía que una simple revolución podía
saltar las fronteras, que la revolución social era posible, que las naciones existían al margen
de los estados y los pueblos independientemente de sus dirigentes. La Revolución
Francesa abrió los ojos al mundo para hacerles ver sus posibilidades. Una fuerza universal
había cambiado el rumbo de la historia.

IV. Prácticamente ningún país sufrió una gran variación de sus cifras de población más
allá de la merma que el ritmo de una guerra poco cruenta y las pocas epidemias y
hambrunas que hubo podía ocasionar. No más del 7% de la población francesa fue llamada
a filas (en la I G.M. fue el 21%). Los costes de la guerra no impidieron el crecimiento de
Francia, pues los cubría con el dinero saqueado de los territorios dominados; pero perdió el
comercio de ultramar. Inglaterra, por su parte, al no expandirse, sufrió más los efectos de
las campañas porque, además, debía subvencionar a sus aliados en el continente. Pero
Inglaterra salió como vencedora y estuvo a la cabeza de todos los estados, aún más de lo
que lo estuvo en 1789.

5. La Paz

I. Tras veinte años de guerras las naciones se enfrentaban con la problemática de mantener
la paz. Los reyes no eran más inteligentes ni más pacifistas, pero estaban asustados ante
un nuevo brote social. Desde 1815 a 1914 no hubo en Europa (excepto la guerra de
Crimea) una guerra en Europa que enfrentara a más de dos potencias. Para que esto fuera
posible la diplomacia francesa, inglesa y rusa estuvo a la orden del día. Digamos que existió
una tensa calma entre grandes potencias por zonas no-europeas.

Francia reingresó en el concierto internacional de las monarquías. Los Borbones


regresaron, pero ya nada volvería a ser como antes de 1789. En este caso se debieron
respetar los cambios más importantes y se concedió una (moderadííiiisima) Constitución,
Carta “libremente otorgada”. La idea de legitimismo que reafirmaba el origen divino del
poder de los reyes. En virtud de este principio Talleyrand logró reponer en Francia a los
Borbones en la figura de Luis XVIII. Éste sería considerado un monarca revestido de lícita
autoridad frente a los que habían alcanzado el poder por el uso de la fuerza, caso de los
revolucionarios franceses y Napoleón.
El principal objetivo de la Confederación de Estados alemanes era mantener a los
pequeños estados occidentales alejados de la órbita francesa. En tanto Austria haría de
equilibradora de las fuerzas en Centroeuropa (no le interesaba la inestabilidad). Rusia se
expandió hacia Finlandia, Polonia y Besarabia.

Para mantener el orden reestablecido, se crearon los Congresos de las potencias, que
solo se convocaron entre 1818-1822. No resistieron el posterior embiste. Inglaterra no
apoyó la Santa Alianza porque de este modo el absolutismo hubiera impregnado
Sudamérica, y precisamente los ingleses querían lo contrario. De hecho firmaron la
Declaración Monroe de 1823 que tenía carácter profético. La independencia de sus estados
estaba cercana.

Las revoluciones de 1830 alejaron todas las tierras al oeste del Rin de las operaciones
políticas de la Santa Alianza. Entretanto, la “cuestión de Oriente” alteraba el ritmo normal de
la vida en los Balcanes. Rusia quería un acceso al Mediterráneo. G.Bretaña pugnaba por
evitarlo. El tratado de “protectorado” entre rusos y turcos en 1833 fue visto como una afrenta
por los ingleses. Desde 1840 Rusia ya estaba pensando en el fraccionamiento del Imperio
islámico. Esta cuestión y la imposible alianza con los turcos frente a los rusos, llevó a la
guerra de Crimea en 1854-1856 (único gran conflicto antes de la I G.M.).

Aparte de este capítulo bélico, el resto de crisis fueron solo diplomáticas (Egipto
profrancés, Imperio Otomano que tenía influencia sobre Egipto, Rusia que no quería guerra
por Constantinopla…). Además, ninguna de las potencias tenía motivos para entablar lucha:
todas estaban más o menos satisfechas tras 1815, excepto Francia, que no tenía aún
fuerza para “quejarse” en alta voz. Entre 1815-1848 ningún gobierno francés arriesgaría la
paz general por los interesas de su país. Solo Argelia fue la excepción en 1847.

Inglaterra solo buscaba mantener sus colonias –sobre todo la India- y establecer puntos
comerciales de esclavos en las cosas de África. Con las guerras del Opio (1839-1842)
contra China, Inglaterra llegó a controlar 2/3 del subcontinente asiático.

Más importante es la definitiva abolición de la esclavitud, por humanitarismo y por


intereses comerciales: Inglaterra y Francia la abolieron entre 1834 y 1848.

6. Las Revoluciones

I. El objetivo principal de las potencias tras 1815 era evitar una segunda Revolución
francesa, o la catástrofe todavía peor de una revolución europea general según el modelo
de la francesa.

La primera oleada revolucionaria tuvo carácter mediterráneo: Grecia, España y Nápoles,


entre 1820 y 1821. La segunda reavivó los ánimos de independencia sudamericana.
Bolívar, San Martín y O’Higgins liberaron la Gran Colombia, Perú y Argentina. Iturbe hizo lo
propio con México y Brasil se separó sin más problemas de Portugal. Las grandes potencias
las reconocieron rápidamente, pero Inglaterra, además, concertando tratados económicos.
La segunda oleada fue más amplia aún. Todas las tierras al oeste de Rusia sufrieron
alzamientos. Bélgica se independizó de Holanda en 1830, Polonia fue reprimida, pero en
Italia y Alemania hubo graves convulsiones, el liberalismo triunfó en Suiza, España y
Portugal padecieron guerras civiles e Inglaterra tuvo que aceptar la secesión religiosa de
Irlanda: el catolicismo había sido legalizado. Esto derivó en la definitiva derrota de la
aristocracia para dar paso a una clase dirigente de “gran burguesía” con instituciones
liberales bajo una monarquía constitucional al estilo de 1791, pero con privilegios más
restringidos. El EE.UU. de Jackson fue más allá: extendió el voto a los pequeños granjeros
y los pobres de las ciudades. Pero hubo consecuencias aún más graves: los movimientos
nacionalistas y de la clase trabajadora.

La tercera “gran ola” fue la “primavera de los pueblos” de 1848, cuando la revolución
mundial soñada por los rebeldes estuvo más cerca que nunca. Estalló y triunfo en casi toda
Europa.

II. Las revoluciones, dependiendo de su origen:

-Liberales (franco-española): con su modelo en la revolución y el sistema de 1791. La


monarquía sería parlamentaria y sus votantes restringidos por sus ganancias.

– Radicales (inglesa): cuya inspiración encuentra eco en la revolución de 1792-1793,


jacobina, cuyo ideal es una república democrática hacia el “estado de bienestar”.

-Socialista (anglo-francesa): toman las directrices de las revoluciones postermidorianas,


entre las que cabe destacar la protagonizada por Babeuf en 1796, con un carácter
comunista, en la línea de Sant-Just.

Pero todas tenían algo en común: la lucha contra la monarquía absoluta, la Iglesia y la
aristocracia… o dicho de otro modo, aborrecían los regímenes de 1815 y lucharon contra
ellos por distintas vías, como hemos visto.

III. Entre 1815 y 1830 aún no existía una clase trabajadora como tal. Solo las personas
reunidas en torno a las ideas owenistas o “Los seis puntos de la Carta del pueblo” (Sufragio
universal, voto por papeleta, igualdad de distritos electorales, pago a los miembros del
Parlamento, Parlamentos anuales, abolición de la condición de propietarios para los
candidatos) empezaban a mostrarse algo más radicales. Los discursos de Paine aún
insuflaban aliento y también los escritos de Bentham.

El deseo de luchar conjuntamente contra el zar y las naciones organizadas bajo su


amparo contra las posibles insurrecciones, favoreció la creación de grupos organizados de
reacción liberal. Todas tendían a adoptar el mismo tipo de organización revolucionaria o
incluso la misma organización: la hermandad insurreccional secreta. La más conocida es la
de los carbonarios, que actuaron sobre todo entre 1820-1821 y la de los decembristas.
Desde 1806, de un modo latente, se reforzaron hasta que se presentó el momento
apropiado: 1820. Muchas fueron destruidas en 1823, pero una triunfó: Grecia 1821, la cual
sirvió de inspiración en los años siguientes.
Las revoluciones de 1830 mostraron abiertamente el desasosiego económico y social.
Los revolucionarios se ciñeron a los modelos de 1789 y no tanto a las sociedades secretas.
Además, el capitalismo empobrecía a los trabajadores que se comenzaron a sentir
miembros integrantes de una clase: la clase trabajadora. Un movimiento revolucionario
proletario-socialista empezó su existencia. En estas fechas los liberales habían pasado de
ser oposición al Antiguo Régimen a ocupar un escalafón en la política de sus países o, al
menos, a presionar a los moderados. Esta fue la lucha que se siguió en adelante.

Como en Inglaterra y Francia los liberales se fueron moderando e incluso reprimieron a


algunos trabajadores, estos vieron en el Republicanismo social y demócrata una salida más
afín a sus peticiones… y así sería como el movimiento obrero se radicalizó. Unos soñaban
en las barricadas, otros en los príncipes convertidos al liberalismo, pero esta última apuesta
era muy complicada. En 1834 se crea la Unión aduanera alemana, con Prusia al frente.

La falta de perspectiva de una revolución europea hacía necesario, como pensó Marx,
en una Inglaterra intervencionista o una nueva Francia jacobina y eso era imposible.
Románticos o no, los radicales rechazaban la confianza de los moderados en los príncipes y
los potentados, por razones prácticas e ideológicas. Los pueblos debían prepararse para
ganar su libertad por sí mismos, por la “acción directa”, algo aún muy carbonario. Tomar la
iniciativa planteaba la duda de si estaban o no preparados para hacerlo al precio de una
revolución social.

IV. En Europa y América latina este espíritu revolucionario no se consumó. En Europa el


descontento de los pobres y el proletario era creciente. El descontento urbano era universal
en Occidente. Que la política estratégica y directiva, así como las sistemáticas ofensivas de
los patronos y el gobierno, no triunfara redujo a los socialistas a grupos propagandísticos y
educativos un poco al margen de la principal corriente de agitación.

En Francia los grupos revolucionarios no eran tan proletarios como “patronos


desengañados”. Saint-Simon, Fourier, Cabet y Blanqui protagonizaron las agitaciones
políticas de las clases trabajadores al alborear la revolución de 1848. La debilidad del
blanquismo era la debilidad de la clase trabajadora francesa. Su objetivo era instaurar “la
dictadura del proletariado”.

La división de simpatías entre la extrema izquierda y los radicales de la clase media los
llenaba de dudas y vacilaciones acerca de la conveniencia de un gran cambio político.
Llegado el momento se mostrarían jacobinos, republicanos y demócratas.

V. Donde el núcleo del radicalismo lo conformaban las clases bajas y los intelectuales, el
problema era mucho más grave. El levantamiento de los campesinos en Galitzia en 1846
fue el mayor de los movimientos campesinos desde 1789. Pero donde aún había reyes
legítimos o emperadores, estos tenían la ventaja táctica de que los campesinos
tradicionalistas confiaban en ellos más que en los señores. Por eso los monarcas aún
estaban dispuestos a usar a los campesinos contra la clase media.
Los radicales se dividieron en demócratas (que buscaban cierta armonía entre el
campesinado y la nobleza/monarquía) y la extrema izquierda (que concebía la lucha
revolucionaria como una lucha de las masas simultáneamente contra los gobiernos
extranjeros y los explotadores domésticos. Anticipándose a los revolucionarios nacional-
socialistas de nuestro siglo, dudaban de la capacidad de la nobleza y la clase media, cuyos
intereses estaban fuertemente ligados al gobierno.

En la Europa subdesarrollada la revolución de 1848 no triunfó bien por inmadurez


política de los campesinos o por medidas demasiado férreas de los señores y monarcas,
quienes odiaban hacer concesiones adecuadas u oportunas.

VI. La revolución de 1830 y 1848 tenían cosas en común: estaban organizadas por
intelectuales y gente de clase media a los que, una vez el estallido, se unían los
campesinos y demás gente. Además, siguieron patrones tácticos de la revolución de 1789.
Pero mientras hubo un conato de política democrática las actividades fundamentales de una
política de masas (campañas públicas, peticiones, oratoria ambulante- apenas eran
posibles.

La liga alemana de los Proscritos (que más adelante se convertiría en la Liga de los
Justos y en la Liga Comunista de Marx y Engels), cuya médula la formaban jornaleros
alemanes expatriados, era una de esas sociedades ilegales. El credo general que se
extendía era el que rezaba que los aristócratas y reyes eran usurpadores de las libertades y
que el gobierno debía ser elegido por el pueblo y responsable ante él. Veían la instalación
de la república demoburguesa como un preliminar indispensable para el ulterior avance del
socialismo.

En el proyecto de la “Joven Europa” de Mazzini ya reflejaba el deseo de crear una


sociedad internacional masónico-carbonaria. Respecto al exilio de los militantes de
izquierdas, Francia y Suiza acogieron a gran parte de ellos. No es extraño que la I
Internacional tuviera su génesis en la ciudad de “la gran revolución”

7. El nacionalismo

I. Desde 1830 el movimiento general a favor de la revolución se escindió. Un producto de


esa escisión merece especial atención: los movimientos nacionalistas. Los movimientos que
mejor simbolizan estas actividades fueron los llamados “Jóvenes”, fundados o inspirados
por Giuseppe Mazzini. Este apelativo (“Joven Alemania”, “Joven Turquía”) señalaba la
desintegración del movimiento revolucionario europeo en segmentos nacionales. Cada uno
de esos segmentos nacionales tenía los mismos programas políticos, estrategia y táctica
que los otros, en incluso una bandera tricolor. Aspiraban a la hermandad de todas,
simultaneada con la propia liberación.

La vanguardia de la clase media nacionalista libraba su batalla a lo largo de la línea que


señalaba el progreso educativo de gran número de “hombres nuevos” dentro de zonas
ocupadas antaño por una pequeña elite. Sin embargo, la importancia de los estudiantes en
las revueltas de 1848 nos hacen olvidar que eran poco más de 40.000 en todo el
continente.

Otro factor que ayuda a comprender el nacionalismo es la adopción en documentos


oficiales y libros universitarios, del idioma nacional como preferente. El latín y el griego, si
bien continuaban enseñándose, quedaron relegados en la Dieta húngara y en Rumanía.
Entre 1820 y 1840 se triplicó la publicación de libros en Alemania, lo cual nos habla de una
evolución estratosférica en Centroeuropa. Por su parte, Francia y Bélgica tenían un 50% de
analfabetos, España y Portugal llegaban al 80%. En síntesis, solo aquellos países que se
habían asimilado la doble revolución tenían buenos índices de alfabetización y progreso:
escandinavos, Irlanda, Inglaterra y EE.UU. sobre todo.

Identificar el nacionalismo con la clase letrada no es decir que las masas, por ejemplo
rusas, no se consideraran “rusas” cuando se enfrentaban con alguien de fuera. El hecho de
que el nacionalismo estuviera representado por la clases medias y acomodadas, era
suficiente para hacerlo sospechoso a los hombres pobres (si bien trataban de atraerlos con
el señuelo de una reforma agraria). Para las masas, en general, la prueba de la
nacionalidad era todavía la religión: los españoles se definían por ser católicos, los rusos
por ser ortodoxos.

II. Fuera del área del moderno mundo burgués existían también algunos movimientos de
rebelión popular contra los gobiernos extranjeros (entendiendo por éstos más bien los de
diferente religión que los de nacionalidad diferente) que algunas veces parecen anticiparse
a otros posteriores de índole nacional. No podemos considerar nacionales los movimientos
de sij frente a los ingleses, la de los bereberes contra los pachás (el nacionalismo islámico
está acuñado en el siglo XX) o la de los albaneses (que no solo luchaban contra sus
gobernadores provinciales, sino que reclamaban mayor autoridad del sultán turco).

El caso de Grecia es especial. Todas las clases educadas y mercantiles de los Balcanes
y el área del mar Negro y Levante, estaban helenizadas por la naturaleza de sus
actividades. Durante el siglo XVIII esta helenización prosiguió con más fuerza que antes,
debiéndose, en gran parte, a la expansión económica en el floreciente Mar Negro. El
nacionalismo griego fue comparable a los movimientos de elites de Occidente, lo que
explica el proyecto de promover una rebelión por la independencia en los principados
danubianos bajo el mando de magnates locales griegos. La philiké Hetairía –sociedad
secreta y patriótica, protagonista de la revuelta de 1821- consiguió la afiliación de sectores
más bajos.

La independencia griega fue la condición esencial preliminar para la evolución de otros


nacionalismos balcánicos en tanto que concentró en la Hélade a la dispersa clase ortodoxa,
balcánica y culta que se repartía por el resto de territorios bajo el Imperio turco,
intensificando el nacionalismo de los demás pueblos balcánicos.

Los ideales de “panbalcanismo” o “panamericanismo” no eran viables, primeramente por


la variedad de pequeñas repúblicas y segundo por la variedad de culturas e ideas. Sólo
México, bajo la bandera de la Virgen de Guadalupe, inició un movimiento popular agrario,
indio. El resto tan solo son embriones de una “conciencia nacional”.
En ninguna parte se descubre nada que se asemeje al nacionalismo, pues las
condiciones sociales para ello no existen. El intelectual, el comerciante de turno tendría
difícil luchar contra un gobierno tradicional si los tradicionales gobernados no recogían sus
ideas. Por eso, aunque se tiene a simplificar el nacionalismo como resistencia anti
extranjera, en Asia, los países islámicos e incluso África, la unión entre intelectuales y
nacionalismos, y entre ambos y las masas, no se efectuaría hasta el siglo XX. Esto es
porque el nacionalismo, como tantas otras cosas del mundo moderno, es hijo de la doble
revolución.

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