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- Evolución de las declaraciones de los derechos

Se pueden diferenciar tres fases en este proceso.


La declaración de derechos nace, por regla general, como un conjunto de teorías filosóficas.

Son universales por lo que al contenido respecta y porque se refieren a cualquier hombre,
abstracción hecha de tiempo y lugar; son sobre todo muy limitadas en lo que a
eficacia se refiere, al ser (como mucho) propuestas para futuras e hipotéticas
leyes.

Más tarde y en algunas ocasiones, las declaraciones de derechos llegan a plasmarse en las
constituciones, con lo cual ganan en concreción lo que pierden en universalidad, quedando
protegidos como verdaderos derechos subjetivos, pero sólo en el ámbito del Estado que los
reconoce de forma efectiva. No son así, en consecuencia, derechos del hombre, sino del
ciudadano, es decir, derechos del hombre en cuanto que derechos del ciudadano de un Estado
concreto.

Con la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948 comenzó una tercera fase donde
la afirmación de los citados derechos se quiere a un tiempo universal y positiva

Universal, porque los destinatarios son todos los hombres y no tan sólo los ciudadanos de uno u
otro Estado.

Positiva, porque se entiende que emprende un proceso, concluido el cual los derechos humanos
no sólo serán proclamados, sino protegidos de un modo material, incluso contra el propio. Estado
que los viole.

Los derechos humanos están constituidos por las exigencias fundamentales de las personas,
«naturales e inalienables», entre las que destacan
 el derecho a la vida,
 a la integridad física
 a la libertad de opinión y de fe,
 a las libertades políticas,
 económicas y - sociales.

Relacionados con la idea de «derecho natural» o bien, modernamente, con la idea de libertad,
los derechos humanos han sido objeto a lo largo de la historia de algunas famosas
«declaraciones» que se proponían acabar con sus frecuentes violaciones. Entre los precedentes
históricos de las modernas «declaraciones de los derechos humanos» hay que recordar: la magna
charta libertatum del 15 de junio de 1215 (concesión de libertades feudales obtenidas por los
feudatarios ingleses); el "Bill of Rights" de 1689, inspirado por Locke, que extiende los derechos
de la libertad a la burguesía naciente.

En estos textos se afirma siempre una «libertad de», que subraya la prioridad del
individuo frente a la afirmación progresiva del Estado moderno y de sus
intrusiones progresivas en la vida política y económica.

En la «Declaración de independencia de los Estados Unidos» (4 de julio de 1776)


se proclaman por primera vez los «derechos inalienables" de las personas, ante
todo el derecho a la vida, a la libertad y a la «búsqueda de la felicidad".

En el continente europeo los derechos humanos encuentran una solemne formulación


en la « Declaración universal de los derechos del hombre y del ciudadano" de la
Revolución francesa en 1789 y 1793. Se inspira en las ideas de Montesquieu y
de Rousseau, en las que el hombre extraño al Estado se opone al ciudadano, sometido
fundamentalmente a él. Los derechos primarios son el derecho a la vida, a la libertad y a la
propiedad (en vez de «la búsqueda de la felicidad» ).
La «Declaración» más reciente y famosa es la que firmó la Asamblea de la ONU el 10 de
diciembre de 1948, poco después del segundo conflicto mundial, en el que los derechos
humanos se habían visto profundamente conculcados. Le siguieron otras proclamaciones
relativas a los derechos (de justicia y de solidaridad) y los deberes correlativos de los pueblos de
solidaridad en el terreno económico, social y cultural, así como los derechos de las categorías de
personas más expuestas a los riesgos de la opresión y de la marginación (enfermos, ancianos,
niños).

En la Declaración de la ONU de 1948 se inspiraron las constituciones de muchos Estados, entre


ellas la del Estado español de 1978.

Así pues, en la actualidad la expresión «derechos humanos» pone de relieve una doble serie de
derechos: los derechos de libertad (libertad de y libertad para), tanto de los individuos como de
los pueblos, para que ningún tercero ponga obstáculos a los mismos, y los derechos de
solidaridad, es decir, el derecho de los individuos y de las comunidades a verse ayudados por el
propio Estado o por otros Estados en caso de necesidad.

En relación con la justificación teórica de los derechos humanos no reina el acuerdo entre los
diversos pensadores. El consenso universal en el plano práctico y operativo no va acompañado
de una univocidad doctrinal análoga. Las antiguas declaraciones de inspiración ilustrada se
referían a una antropología individualista y a una fundamentación de la sociedad de tipo
contractual,

Hoy, en un clima de pensamiento débil, se adoptan justificaciones neocontractualistas y


utilitaristas. Pero no faltan pensadores, sobre todo de inspiración cristiana, que para fundamentar
adecuadamente los derechos (y los deberes correlativos) apelan a la persona vista en su finalidad
(telos) y considerada en todas sus dimensiones, sin reduccionismo de ningún tipo.

La actitud de la Iglesia ante las modernas declaraciones de los derechos no siempre ha sido la
misma. En un primer momento prevaleció el recelo o la perplejidad por el carácter individualista
de los derechos que se proclamaban y por el humus cultural en que se alimentaban e inspiraban
las diversas declaraciones. Posteriormente, la Iglesia ha demostrado un interés creciente por estas
declaraciones, liberadas de ambiguas incrustaciones ideológicas. En la imposibilidad de exponer
la larga y compleja historia en que se desarrolló la presencia doctrinal práctica de la Iglesia en el
tema de los derechos humanos,
nos limitaremos a recordar algunos datos más cercanos a nosotros: pío XI, en
una serie de encíclicas por los años 30, reivindicó los derechos humanos contra
los Estados y regímenes totalitarios, seguido en esta valiente defensa por pío
XII, saludado justamente por esta razón como «defensor personae et civitatis».
A su vez, Juan XXIII, en la Pacem in terris (1963), ha trazado una lista, no cerrada
y estática, sino abierta a ulteriores desarrollos, de los derechos humanos:
 derecho a la existencia,
 a un tenor digno de vida,
 a seguir la propia vocación,
etc. En los textos conciliares encontramos una amplia afirmación de los derechos
de las personas y de los pueblos. Se le ha concedido 1in especial relieve a la
libertad religiosa en una «Declaración» cuya aprobación tropezó con no pocas
desconfianzas.
En 1967 la encíclica Populorum progressio de Pablo VI reivindica el derecho de
todos los pueblos a un desarrollo integral que actualmente, a su juicio, es «el
nuevo nombre de la paz».
El papa Juan XXIII, además del derecho a la libertad religiosa, considerado como
fundamento y medida de todos los demás derechos, ha subrayado los derechos
de los trabajadores dentro de las profundas modificaciones tecnológicas que
caracterizan a la producción y a las empresas, en la Laborem exercens (horno}
de 1981.
El derecho de todos los pueblos, y especialmente el de los subdesarrollados, a
un desarrollo integral y a la solidaridad universal ha encontrado una decidida
reivindicación teológica en la Sollicitudo rei socialis ( 1987). Finalmente, el
derecho de los individuos y de las comunidades a la libre iniciativa económica,
dentro de un marco éticojurídico que indique su sentido y sus límites, ha sido
especialmente expuesto en la Centesimus annuS de 1991, con ocasión del
primer centenario de la Rerum Novarum de León XIII.

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