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Tercera parte

LOS ELEMENTOS COMPONENTES


DEL OBJETO MATERIAL DE LA CRIMINOLOGÍA
O DEL FENÓMENO CRIMINAL.
SU PERSPECTIVA CLÍNICO-CRIMINOLÓGICA
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Capítulo décimo

EL DELITO COMO OBJETO DE ANÁLISIS


DESDE LA CRIMINOLOGÍA CLÍNICA
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A. INTRODUCCIÓN

Hasta ahora hemos abordado, junto al concepto de Criminología Clínica


y su necesidad en el campo criminológico, los conceptos centrales en torno
a los que se vertebra y se especifica el concepto de “estado peligroso” y el de
“personalidad criminal”, comprendidos desde un óptica superadora del po-
sitivismo clásico o tradicional. Hemos analizado, asimismo, sus componentes
constitutivos (nucleares y periféricos o complementarios).
Con el presente Capítulo, entramos en otra área de elementos que deben
considerarse los protagonistas en cualquier clase de Criminología: General,
Aplicada o Clínica. Y que deben ser estimados protagonistas, porque, en
cualquiera de ellas, forman su objeto material de estudio. Me refiero, cla-
ro está, al Delito, al Delincuente, a la Víctima y al Control social, que, en la
Criminología Clínica, integran el fenómeno criminal a estudiar o a examinar
de forma singularizada, en el individuo concreto. He aquí la razón de por
qué estos elementos deban ser tratados, también, al elaborar una exposición
sistemática de dicha Criminología, no obstante haber sido ellos ya analizados
en la Criminología General. Pero es procedente subrayar, aquí, algunos mati-
ces propios.
En este Capítulo, el centro de indagación va a ser el DELITO. Y, sobre él,
podemos decir lo que sigue:
Que la Criminología Clínica, desde el punto de vista del concepto de de-
lito, tiene que sintonizar con la Criminología General. Pero, en ella, debe que-
dar aún más claro que deben quedar fuera los denominados delitos artificiales
(que ya veremos cuáles son).
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Que deben quedar fuera tales “delitos”, porque no debemos examinar,


diagnosticar, pronosticar y, por lo tanto, tampoco tratar, a una persona que
hubiese llevado a cabo hechos que, desde criterios morales y sociales, y desde
los principios básicos de un Estado Social y Democrático de Derecho, no han
de incluirse en tipificaciones penales. Porque, aunque se cumpliera el princi-
pio de legalidad, faltaría la legitimidad. Y, desde luego, nos llevaría a conside-
rar delincuente al que no lo es, y todo ello resultaría absurdo y contradictorio,
sobre todo si tenemos presentes las funciones y metas de la Criminología que
es aquí objeto de estudio.

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218 CésaR Herrero Herrero

Que hemos de examinar si, en Criminología Clínica, debemos otorgar al-


guna consideración a las concepciones o enfoques puramente subjetivos del
acto criminal.
De acuerdo con lo que precede, vamos a desarrollar los siguientes apar-
tados, para poder deducir y concluir cuál es el concepto de delito al que debe
acogerse la Criminología y, por tanto, la Criminología Clínica:
— El delito en su concepción puramente legislativa.
— El delito, como institución inmutable, desde una concepción
ético-filosófica.
— El delito desde una visión puramente sociológica.
— El delito desde las criminologías del “paso al acto” y de la “reacción
social”.
— El delito o crimen concebido a la manera de una autodenominada
“nueva penología”.
— Nuestro concepto criminológico de delito.
— Relevancia criminológica de los enfoques subjetivos sobre el
delito.

B. EL DELITO EN SU CONCEPCIÓN PURAMENTE LEGISLATIVA

El delito, desde una perspectiva estrictamente legislativa, hace referencia


a acciones u omisiones que el legislador considera que han de ser, respectiva-
mente, prohibidas o impuestas “ex lege”, conminando con una pena al infrac-
tor. Tipificación legal, absolutamente necesaria para satisfacer el principio de
seguridad jurídica de los ciudadanos, tutelado, por ello, por el principio de
legalidad.
Pero esta noción de delito no puede ser asumida, sin más, por la
Criminología que, como toda ciencia y, sobre todo, las Ciencias del Hombre,
debe estar al servicio y beneficio del ser humano. Aceptar, sin condicio-
nes, ese concepto de delito, expondría a la Criminología (también a la
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Criminología Clínica) a tener que aceptar figuras delictivas consistentes en


infracciones penales artificiales (protectoras de derechos, valores, intereses
ajenos a la comunidad o tutelantes de otros, de escasa o nula trascendencia
para ella).
O, todavía, algo peor para el ciudadano, en el caso (tan frecuente en dic-
taduras y no tan raras veces en Democracias) de tener que abstenerse de ha-
cer o de tener que cumplir leyes penales elaboradas y aprobadas al dictado
del más puro positivismo jurídico o de la arbitrariedad del dictador, cerce-
nante sistemático de derechos humanos fundamentales.

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TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 219

Ni la Criminología General ni la Criminología Clínica podrá considerar


delincuentes, en estos casos, a sus infractores. Si lo hicieran, estaríamos ante
criminologías servilistas del Derecho penal, en vez de estar al acecho, con
conciencia crítica, para denunciar tales desmanes. Si ello fuera así, habría
quedar la razón a autores como Chr. DEBUYST (ampliamente estudiado en
este Trabajo) cuando asegura que la Criminología Clínica, tanto en su plano
fundamental o teórico como en su plano de disciplina aplicada, desconoce
el valor esencial que es el reconocimiento del otro y de sus derechos264. (Más
abajo, volvemos sobre esta versión, al hablar sobre este asunto, con relación a
las criminologías del “paso al acto” y de la “reacción social”).

C. EL DELITO COMO INSTITUCIÓN INMUTABLE DESDE UNA


CONCEPCIÓN ÉTICO-FILOSÓFICA

Es la orientación, sobre todo, de la Escuela Clásica del Derecho Penal,


conducida, de forma preminente, por Francesco CARRARA. Para Carrara, el
Derecho Penal no puede confundirse con el universo de la Ética o de la Moral.
Pero el Derecho Penal ha de tener como punto de referencia a éstas y, por tan-
to, no ha de contradecirlas. El delito, sin tener que extender sus efectos a todo
ese universo, tiene que estar reflejado en él. El delito, elaborado por la Ley
del Estado, ha de converger con lo moralmente reprochable265, cuando esto es
imprescindible para salvaguardar valores humanamente irrenunciables por
ser necesarios para la justa y pacífica convivencia.
Tampoco este concepto, a pesar de su elevadísimo propósito, puede ser-
vir enteramente para la Criminología. El delito que, con frecuencia, se crea,
“ex lege positiva”, para defender bienes y valores imprescindibles para la con-
vivencia social y, por lo mismo, con referencia ética, es también un producto
histórico y cultural y su ámbito protector no tiene por qué extenderse a todos
los contenidos éticos y, en cuanto éticos, inmutables. Además, el delito ha de
pasar a existir a través de actos con visibilidad y efectos en el mundo exterior.
Por eso es conocido, en el campo jurídico, el dicho de que “el pensamiento no
delinque”. O que: “El reo va siempre perseguido por aquello que hace, no por aquello
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que es”.

264
Chr. DEBUYST: “Criminologie et Éthique. Quelques reflexions sur l’oeuvre du
Docteur Étienne de Greeff: Psychanalyse de la violence”, en “Essais de criminologie clinique:
entre psychologie et justice pénale”, Edt. Larcier, 2009. Y, sobre todo, “Modèle éthologique et
criminologie”, Pierre Mardaga Éditeur, Bruxelles, 1985.
265
F. CARRARA define, en efecto, el delito como: “El quebrantamiento de la ley del
Estado, promulgada para tutelar la seguridad de los ciudadanos, derivado de un comporta-
miento externo del hombre, sea negativo o positivo, moralmente imputable y políticamente da-
ñoso” (“Programma del Corso de Diritto Criminale”; Firenze, 1860, en vol. I.

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D. EL DELITO DESDE UNA VISIÓN PURAMENTE SOCIOLÓGICA

Las orientaciones sociológicas sobre el concepto de delito no son nuevas,


aunque ahora proliferan. Surgen con la consolidación de la Sociología como
ciencia empírica en la segunda mitad del siglo XIX. Al igual que los juristas
de la época (de C. Beccaría a F. Carrara), y determinados filósofos, los culti-
vadores de la Sociología se sintieron entonces concernidos por la necesidad
intuida de conseguir una unidad suficiente en los conceptos básicos, regula-
dores de la conducta humana. La “crisis de la conciencia europea” (P. Hasard), el
“Iluminismo racionalista” (Rousseau y Motesquieu), el idealismo alemán (Kant
y Hegel) habían profundizado en la ruptura cultural y, sobre todo moral-an-
tropológica, de Europa. Invadiendo también, inevitablemente, el campo del
Derecho penal y las costumbres, sembrando profusamente el relativismo. Y,
naturalmente, concepto básico, afectado al respecto, era el del delito266.
En este contexto de confusión, se mueven, con dicho propósito, dos de
los grandes estudiosos de su tiempo: E. DURKHEIM y R. GAROFALO.
E. DURKHEIM, pues, con el precitado propósito unificador nos ofrecía
esta definición de delito o de crimen: “Nosotros llamamos crimen todo acto cas-
tigado y nosotros hacemos del crimen definido el objeto de una ciencia especial, la
Criminología”. Pero añadiendo que un acto es criminal (no que tan sólo se le
llama)”cuando ofende los estados fuertes y definidos de la conciencia colectiva”267.
R. GAROFALO, por su parte, afirmaba que ha de entenderse por delito
social o natural: “…La lesión de la parte del sentido moral basado en los sentimien-
tos altruistas fundamentales (piedad y probidad) conforme a la medida en que se ha-
llan en las razas humanas superiores; medida que es necesaria para la adaptación del
individuo en sociedad”268.
Y, naturalmente, no sólo han sido estos dos cultivadores de las Ciencias
del comportamiento los que han intentado el precitado objetivo. Han sido
bastantes los criminólogos (tradicionales) quienes lo han perseguido. R.
GASSIN expone muy bien las razones. Porque, para ellos, “…La noción ju-
rídica de infracción y las cualificaciones fundamentales del derecho penal
(crímenes, delitos, contravenciones; robo, estafa, etc.) son conceptos puramente
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formales desprovistos de toda escientificidad. Se avanzan dos razones en apoyo


de esta afirmación: la extrema variabilidad de las incriminaciones en el tiem-
po y en el espacio, que hace de la infracción penal un fenómeno totalmente

A este respecto, puede verse C. HERRERO HERRERO: “España Penal y Penitenciaria.


266

Historia y Actualidad”, pp-160 y ss.


267
E. DURKHEIM: “Les règles de la méthode sociologique”, Edit. P.U.F., 15ª édition,
Paris, 1963, pp.35 y ss.
268
R. GAROFALO: “Criminologia”; Torino, 1885, p.30.

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relativo. Y el carácter tan incoherente de las incriminaciones contenidas en


una misma legislación, lo que da a la categoría jurídica una gran héterogenei-
dad269 (asesinato, contravenciones a las reglas de estacionamiento, ocupación
de pisos, infracción al permiso de conducir, etc.).
Para salir de esa dificultad, la criminología tradicional ha intentado, pues,
construir una noción material del crimen que sea a la vez universal y perma-
nente y lógicamente coherente.
Para escapar de la relatividad de la noción jurídica, se ha definido crimi-
nológicamente la infracción como una realidad humana y social, anterior a
toda incriminación o penalización, consistente en una agresión dirigida por
uno o varios individuos contra los valores más importantes del grupo social,
valores residentes o en los sentimientos morales elementales (Garofalo), o en
emociones o pasiones colectivas (Durkheim), o en la naturaleza de los medios
empleados para alacanzar los fines (Nuvolone, quien designa la prohibición
del recurso al fraude y a la violencia).”
La doble definición, arriba apuntada, de Durkheim es ambigua. ¿Se con-
tenta sólo para aceptar el concepto de delito o de crimen la mera incrimi-
nación legal ? Entonces, puede decirse, se desentiende de su comprensión
auténticamente criminológica, que exige acción “mala ex se” o por las cir-
cunstancias; pero, en todo caso, dañosa para la comunidad o sus miembros.
¿Requiere la segunda afirmación? Es decir, ¿la ofensa de los estados fuertes
y definidos de la sociedad? Entonces, lo que define a la acción como crimi-
nosa no es “maldad” del hecho, sino el darse por ofendida la sociedad. ¿Qué
ocurre cuando no se da por ofendida aunque la acción o conducta sea extre-
madamente nociva? Como ocurre en una parte de los llamados ahora delitos
“socioeconómicos”, una notable magnitud de sociedades apenas se dan por
enteradas. Además, ¿qué es eso de los estados fuertes y definidos? ¿Son siem-
pre los mismos? ¿Son los mismos en los diversos espacios sociales? ¿Tutelan
siempre los mismos valores y criterios? Se nos pone, aquí, ante una gran am-
bigüedad y confusión.
Es una definición, pues, que nos parece escasamente aprovechable para
la Criminología.
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Menos aprovechable es aún la definición de Garofalo. Porque da a en-


tender que todo el universo criminoso se encierra en los ámbitos de los sen-
timientos de piedad y probidad (delitos fundamentalmente contra las per-
sonas y contra la propiedad). ¿Qué hacer, por ejemplo, entonces, con la hoy
llamada delincuencia no convencional? Además se presenta la definición
como contaminada de discriminación y racismo. Porque, ¿quiénes son esas
“razas superiores? Y, en todo caso, ¿sólo ellas poseen sentimientos altruistas

269
R. GASSIN: “Criminologie”, ya citada, pp.43-44.

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o morales? ¿Esos sentimientos varían en el tiempo y en el espacio? Tampoco


hay definición y sí, desde luego, discriminación racial.
Estas definiciones de delito, pues, que persiguen presentarle como una
entidad natural e inmutable no nos sirven ni para el Derecho ni para la
Criminología. Y menos, para la Clínica.
Viniendo a nuestro tiempo, algunas corrientes sociológicas dan a entender que
conciben el delito, sin más, como conducta desviada. “Desviación social” por
parte del individuo. ¿Qué decir? En primer lugar, que existen muchos grados
y clase de desviaciones sociales. Y, desde luego, no cabe ni mucho menos,
hablar de todas ellas como delictuosas. Por ejemplo: El alcoholismo, la pros-
titución, ciertas orientaciones anómicas…, se las considera desviación social,
pero no se las considera “ex se” delictivas270.
Conducta desviada es lo que se opone a conducta “normal”. Pero, ¿desde
qué criterios cabe hablar de normalidad? ¿Desde los Códigos de conducta de
las mayorías, que esperan que los demás también los sigan? Es decir, ¿desde
criterios puramente estadísticos? Pues no cabe olvidar que, con más frecuencia
de la cuenta, esas pautas sociales mayoritarias no riman con el “bien común”.
Con frecuencia, también, son puramente circunstanciales, no inherentes a va-
lores o bienes relevantes para la comunidad o de sus miembros en general.
Además, hay personas que, estadísticamente, son “desviadísimas”, pero
por sus acciones extraordinariamente positivas para la sociedad. De una so-
ciedad que, como tendencia, no siempre está en sintonía con el verdadero
bien común.. ¿O es que la Madre Teresa de Calcuta, desde este punto de vis-
ta, no era una gran desviada? Luego desviación no es igual a delito. Aunque
el delito puede considerarse una gran desviación (no cualquier desviación)
encarnada en una conducta social irregular, con carácter de disvalor en su
forma más grave, como sintetiza H. GÖPINGER271.

E. EL DELITO DESDE LAS CRIMINOLOGÍAS DEL PASO AL ACTO Y


DE LA REACCIÓN SOCIAL
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En el curso del presente trabajo, hemos hecho ya referencia a estas dos


corrientes criminológicas, tan distintas en su manera de entender el fenóme-
no delincuencial y, por ende, del delito.

Sobre estas cuestiones, puede verse:Charles H. McCAGHY y Otros: “Deviant


270

Behavior: Crime, Conflict, and Interest Groups”; Pearson Education, Fight edition, 2007. Sobre
todo, los dos capítulos primeros. También: Howard B. KAPLAN: “Self-Referent Processes and
Explanation of Deviant Behavior”, en Vol. Col. “Handbook on Crime and Deviance, edt. By M.
D. KROHN y Otros, Springer, New York-London, 2009. Sobre todo, pp. 140 y ss.
271
H. GÖPPINGER: “Criminología”, Editorial Reus, Madrid, 1975, p.5.

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TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 223

Para la primera de esas corrientes, en efecto, el crimen o el delito, para


serlo, ha de partir de un hecho o de un acto externo, con repercusiones
gravemente dañosas para la sociedad o sus miembros. El delito o el crimen
existe, materialmente hablando, en cuanto el ser humano capaz lleva acabo
una actividad gravemente nociva para el otro o para los otros, para el cuer-
po social. Ello bastaría, pues, para poder hablar de delito desde el punto
de vista criminológico. La declaración legal incriminatoria del hecho o del
acto no entraría a constituir, ontológicamente, la figura delictiva, sino su
simple reconocimiento institucional, con las correspondientes consecuen-
cias punibles.
Para la criminología de la “reacción social”, el delito o crimen no entraña
base ontológica dañosa, es estimado así por el simple hecho de ser así defini-
do por la norma o decisión reglada de los que ejercen el poder. El delito no
es un hecho o un acto, es una simple definición. Como ya hemos adelantado
más arriba, una definición o rótulo proyectados sobre los que están fuera o en
contra de los poderosos.
A. PIRES y F. DIGNEFFE describen perfectamente esa doble orientación
criminológica, al asegurar: “Hoy, se puede dividir, “grosso modo”, la historia
del saber sobre la criminalidad en dos grandes bloques: a) El de los que la han
concebido casi en exclusiva como un hecho social y la han estudiado como
una manera de hacer (o de ser); b)el de aquellos que la han concebido casi
exclusivamente como una definición social y la han estudiado como una ma-
nera de etiquetar ciertas situaciones-problemas y de reaccionar al respecto.
Brevemente, se viene hablando, entonces, de la criminalidad tanto como si
fuera un hecho bruto, como si fuera una definición. Nosotros llamamos al pri-
mer bloque el “paradigma del hecho social”, y al segundo el “paradigma de la defi-
nición social”272.
Nosotros vamos a estar en gran parte de acuerdo con la Criminología
“del paso al acto” en lo que respecta a su versión sobre la necesidad, para la
existencia del delito, de la presencia de un acto o acción (positiva o negativa)
como infracciones graves de los derechos (personales o reales del otro). De lo
contrario, como ya se ha advertido, estaríamos ante la amenaza permanente
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de tener que cargar con delitos artificiales. Pero La definición legal (tipificación
penal) es también imprescindible por razones de eficacia frente al delito y por
razones (lo reiteramos) de seguridad jurídica.
Con la Criminología de la “reacción social” cabe estar en lo que tiene de
positivo para hacer frente a la posible arbitrariedad del Poder en la configura-
ción del Derecho Penal y en cuanto al posible trato desigual de sus destinata-

A. PIRES y F. DIGNEFFE: “Vers un paradigme des inter-relations sociales? Pour une


272

reconstruction du champ criminologique”, ya citado, p.17.

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rios. Pero no en su versión integral sobre la criminalidad o sobre el delito. Al


concluir que la criminalidad (y con ella, cualquier delito) es pura invención del
poderoso (esto es lo que se quiere decir con que el delito es pura definición)
está tomando la parte por el todo. Puede ser (y lo es) que haya creación de fi-
guras delictivas en exceso y penalmente desproporcionadas. Pero es imposi-
ble negar la absoluta necesidad de otras. ¿O es que, por ejemplo, el asesinato
o el homicidio no deben ser protegidos penalmente? ¿Es que las libertades
fundamentales del hombre, tampoco? Esta criminalidad no puede conside-
rarse, de forma alguna, producto de la invención, de la pura definición, o de
la arbitrariedad del poder, por muy “burgués” y “capitalista” que sea. Claro
que, dentro de la Criminología de la “reacción social” hay grados distintos en
sus afirmaciones. En la medida que vayan abandonando extremismos resul-
tarán más útiles y eficaces.

F. EL DELITO O CRIMEN CONCEBIDO A LA MANERA DE UNA


AUNTODENOMINADA “NUEVA CRIMINOLOGÍA”

Siguiendo las pautas de las que vienen denominándose “criminologías


de la vida cotidiana”, se ha empezado a concebir el delito al margen de su
intrínseca especificidad de siempre: de su antijuricidad, de su inmoralidad,
de su antisocialidad. El delito, la delincuencia, según estas corrientes pa-
trocinadas por llamados “economistas del crimen o de la criminalidad”, han de
considerarse, sin más, como un riesgo normal, con similar trascendencia
disfuncional para con la sociedad, como la que se atribuye, por ejemplo, a
la enfermedad, al paro, a los accidentes de tráfico, o a la carestía aguda de
vivienda par determinadas clases sociales. Se trata, en efecto, de un nuevo
discurso sobre cómo abordar el problema del delito y los objetivos de la
penalidad…
No importa definir, pues, si el delito es o no un actividad voluntaria o
intencional, infractora de bienes o valores específicos de gran trascendencia
para la comunidad, ni qué causas puedan estar en su base. El crimen se extrae,
se saca, del ámbito de la “moralidad”. “Se desmoraliza”. Y, en consecuencia, el
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crimen pasa a ser considerado como un “problema técnico” que debe seguir,
para su enfrentamiento, la utilización de los instrumentos actuariales y los
dictados de la prudencia. Todo ello, con el fin de prevenir su surgimiento y
aminorar, en lo posible, sus impactos o repercusiones socialmente negativos.
Entendiendo la negatividad desde criterios prevalentemente pragmáticos.
Referidos a costes. Sobre todo, económicos.
En este sentido, escribe Thibaut SLINGENEYER: “ Cuando Feeley y
Simon indican que el crimen es tratado por una lógica actuarial, indican que
el sistema penal pasa de un lenguaje vertebrado sobre la moralidad del in-

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TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 225

fractor a un leguaje vertebrado sobre la probabilidad y las distribuciones esta-


dísticas en el seno de la población (1992, 452). Sin embargo, los mismos Simon
y Feeley (1992,1994, 2003) no se limitan a decir que los gobiernos tomen en
cuenta el crimen como un riesgo; ellos van a precisar igualmente que los go-
biernos redistribuyan sobre los individuos (víctimas e infractores) y las comu-
nidades la gestión de este riesgo criminal (Pratt, 2001; Robert, 2001). Simon y
Feeley son igualmente sensibles a lo que conviene llamar con O’Malley, una
lógica prudencial.
La nueva penología reenvía a la lógica actuarial para indicar que las
agencias del sistema penal son colonizadas por un lenguaje probabilista para
la gestión del riesgo criminal y reenvía igualmente a la lógica prudencial para
indicar que estas agencias no son ya consideradas como las solas responsa-
bles de la gestión del riesgo criminal”273.
Como puede observarase, no se trata, aquí, de abordar la naturaleza del
delito (en qué consiste), ni sus causas; sino, más bien, esta “nueva” corriente
“criminológica”, es una economicista apuesta de política criminal, adminis-
trable de acuerdo a las políticas empresariales tecnocráticas, destinadas a dis-
minuir los riegos que atentan contra el logro del mayor beneficio.
Se persigue evitar, pues, los efectos disfuncionales del crimen gestionán-
dolo a la manera en que enseñan las teorías de los modernos sistemas an-
tirriesgo. Y, naturalmente, en este sentido debe de ir y aplicarse el sistema
penal.
Naturalmente, es una orientación “criminológica” que no interesa a la
Criminología Clínica. Entre otras cosas, porque desconecta el delito del delin-
cuente. Al menos del delincuente concreto.

G. NUESTRO CONCEPTO CRIMINOLÓGICO DE DELITO

Expuestas las versiones, y las correspondientes objeciones a las mismas,


de las corrientes criminológicas todavía hoy más en boga, ¿cuál es, entonces,
nuestra noción de crimen o delito desde una perspectiva fundamentalmen-
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te relacionada con la Criminología, también con la Criminología Clínica,


para que pueda ser aceptada razonablemente por éstas?
¿Debe estarse de acuerdo, sin más, con las afirmaciones tan extendidas
tradicionalmente, dentro de los penalistas y criminólogos, que han venido
afirmando que no hay otra concepción del delito que la ofrecida por las leyes

273
Th. SLINGENEYER: “La nouvelle pénologie, un grille d’analyse des transformatio-
ns des discours, des techniques et des objectifs dans la pénalité”, en Champ Pénal/Penal Field,
Nouvelle Revue de Criminologie, Vol. IV (En ligne), 15 octobre 2007, p.3.

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226 CésaR Herrero Herrero

penales? O, como decía nuestro JIMÉNEZ DE ASÚA, ¿ que: “…A pesar del
esfuerzo de los criminólgos para hablar de un “delito natural”, es lo cierto que la in-
fracción punible fue siempre un hecho contrario a Derecho”?
¿Lleva razón nuestro ilustre jurista con esta afirmación? No hay duda de
que, en una sociedad jurídica y democráticamente organizada, el delito no se
concibe, si previamente una conducta no está como tal penalmente tipificada
(es sagrado, aquí, el principio de legalidad para salvaguardar, precisamente,
el principio de seguridad jurídica). Nadie podrá ser detenido, ni acusado, ni
procesado, ni enjuiciado ni menos condenado, aunque fuese gravísamente
dañoso su comportamiento para la comunidad o sus miembros, mientras tal
comportamiento no se halle adecuadamente definido como infracción grave,
castigada con la correlativa pena, en una ley “ad hoc”. Si es esto lo que quiere
decir el gran penalista, lleva razón.
Si tratara, no obstante, de aseverar que, para crear delitos y penas,
asumibles sin reparos, basataría con que el legislador los hiciera entrar
en vigor mediante la correspondiente norma legal, no estaría en lo cierto.
¿Por qué? Porque así se estaría observando el principio de legalidad, pero
no el de legitimidad. En los Estados Sociales y Democráticos de Derecho,
en cuyo ámbito está llamado a vivir, desde luego el ser humano, los de-
rechos fundamentales del hombre forman el frontispicio de su filosofía
política y social de base. ¿Qué quiere esto decir? Que estos Estados, para
garantizar, frente a la amenaza de terceros agresores, la seguridad ciuda-
dana y, en lo posible, la de cada ciudadano, así como el libre ejercicio de
tales derechos y libertades, puede y debe hacerlo con las leyes penales
como instrumento, cuando no quede otro remedio. Es decir, utilizándolas
como “ultima ratio”. Y, en todo caso, procurando recortar, lo menos posi-
ble, y de forma ponderada, los derechos de los infractores. Siempre, tam-
bién, sujetos de derechos.
De otra manera. El estado ha de seguir en la creación de delitos y pe-
nas, el principio de proporcionalidad. Teniendo en cuenta la cantidad y ca-
lidad del mal causado para cuantificar y cualificar la pena. Naturalmente,
en los supuestos de no existir valores, bienes o intereses de la sociedad, o de
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sus miembros, que defender a través de esa herramienta jurídico-penal, sea


por estar ante valores, bienes o intereses, no relevantes para la comunidad
(Principio de tutela penal sólo de determinados bienes y valores) no cabe la
creación de delitos. Sobre todo, cuando la pena impuesta hubiera de trascen-
der, desproporcionadamente, la limitación de derechos fundamentales del
culpable. Sería desproporcionado, por ejemplo, crear un delito para castigar,
con pena de privación de libertad grave o menos grave, el tirar los desechos
de plástico en el contenedor “general” de las basuras, en vez de en el desti-

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TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 227

nado para aquéllos. Sería desproporcionado el delito y la pena. Y, por ello,


serían ilegítimos274.
El delito, entonces, tanto para la Criminología como para el Derecho Penal
de un Estado Social Democrático de Derecho, puesto que ambas Disciplinas
deben estar en armonía con los Derechos fundamentales del ser humano
(también, por tanto, del delincuente) ha de concebirse y aplicarse como insti-
tuto destinado a proteger bienes y valores, importantes o muy importantes,
para la comunidad, los imprescindibles para la salvaguarda del ser humano
como tal y como ciudadano y los de adecuada convivencia275.
Se ha de comprender, por ello, que, en la realidad, ambas Disciplinas se
necesitan mutuamente para hacer posible, de forma complementaria, un efi-
caz y humano control social. Sea a escala general, sea en un plano individua-
lizado o personal. La Criminología General y la Clínica están llamadas, en
este campo, por su propia naturaleza empírica, a informar al Derecho sobre
procesos realistas de incriminación y desincriminación. El Derecho (penal),
por su carácter normativo, está advocado a potenciar la eficacia de las infor-
maciones criminológicas. Todo ello, sin dejar de ser distintos y sin perder su
autonomía. La Criminología, desde luego, sin descuidar su obligatoria fun-
ción de crítica constructiva.
Hace ya algunas décadas, escribíamos en nuestra “España Penal y
Penitenciaria”: “… Pertenece al Derecho la iniciativa formal de la defensa so-
cial, armonizada con la del individuo. En el campo de la Política Criminal (en
sentido amplio) es a la Criminología, fundamentalmente, a la que compete
informarla y llenarla de sentido. (…) No ha de afirmarse, a mi modo de ver,
como ha sostenido Tappan, que las definiciones legales del delito son las más
precisas y objetivas entre todas las demás; pero sí que son las que han de ser
tenidas en cuenta a la hora de enfrentarlas con la “seguridad” y “libertad”
del individuo humano. Entendiendo estas dos cualidades desde su vertiente
jurídica. Es decir, cuando el acto antisocial deba ser castigado”, por ser penal-
mente típico276.
Después de todas estas reflexiones, ¿cómo podemos, entonces, definir el
delito desde un punto de vista criminológico?
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274
Sobre estas cuestiones, puede verse C. HERRERO HERRERO: “Los principios jurídi-
co-penales fundamentales (derivados de la Constitución) en el Codigo penal vigente. Especial desarro-
llo del principio de culpabilidad”; en su obra: “Introducción al nuevo Código Penal”, Edit. Dykinson,
Madrid, 1996, pp.23 y ss.
275
Sobre esta orientación, o parecida, puede verse también, Marie Andrée BERTRAND
“Nouveaux courants en Criminologie”. Études sur la justice et zémiologie”, en Criminologie,
Vol. 41, 1 (2008) pp. 177-200.
276
Ver p. 48 de obra señalada en texto, ya citada.

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228 CésaR Herrero Herrero

Ha de entenderse por delito: Aquella conducta o conductas que, siendo


gravemente lesivas de valores, intereses o bienes importantes o muy im-
portantes para la comunidad (y, por consiguiente, para sus miembros) están
penalmente castigadas por una ley en sentido estricto.
Creemos que con esta noción de delito no se277 trata de defender una
orientación esencialista del mismo, ni ofrecer, tampoco, una concepción pu-
ramente cultural o historicista. Para mí, una concepción sostenible de delito
debe dejar a salvo: una dimensión de valores perennes (vida humana, inte-
gridad física, libertad y libertades fundamentales, derecho al menos a una mí-
nima propiedad de cosas…), afectados con todos los matices transitorios que
se quiera y, a la vez, un área o ámbito de valores que, en virtud de su entidad
puramente cultural y circunstancial, han de ser objeto de alta consideración y
protección si así lo estima la comunidad. Así, v.gr., ahora no se considera, por
las comunidades democráticas occidentales, castigar el adulterio, pero sí las
infracciones graves contra el medio-ambiente.
Con ello quiero decir que la precedente noción de delito en sentido crimi-
nológico no ha de entenderse en el significado naturalista de R. GAROFALO;
pero, tampoco, en el sentido del denominado, actualmente, “constructivis-
mo criminológico”, caracterizado por su absoluto relativismo, en virtud del
cual se sostiene que el fenómeno criminal debe explicarse desde exclusivos
voluntarismos sociales y culturales de moda278. Y es que todas las sociedades
(salvo algunas absolutamente pervertidas) han percibido siempre que existe
un núcleo, mínimo al menos, como afirma R. BOUDON, de “verdad y jus-
ticia”, que ha de protegerse si las sociedades pretenden sobrevivir. Es decir,
ha de afirmarse un mínimo de lo verdadero y de lo justo como equivalente a
valores objetivos.
En el precedente sentido hace reflexionar R. GASSIN: “La observación
global del contenido de los sistemas penales en su desarrollo histórico y en su
dimensión comparativa pone de manifiesto dos datos esenciales. El prime-

Sobre esta custión, R. BOUDON: Le Juste et le vrai. Études sur l’objectivité des valeurs et
277

de la connaissance”, edit. Fayard, París, 1995, pp. 23 y ss.


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278
Así, por ejemplo, y en dirección de lo apuntado en texto sobre el constructivismo
criminológico, Antonella BETTI, después de exponer que la Criminología es la ciencia que es-
tudia los delitos, los autores, las víctimas, los tipos de conducta criminal y la consecuente reac-
ción social y las formas posibles de control y prevención, asegura que “el objeto fundamental
de estudio es el delito, cuya definición es exclusivamente social”. Que se han hecho, en el pa-
sado, tentativas de llegar a definir delitos naturales, al margen, como tales, de toda la cultura,
pero no se ha llegado, de hecho, a nada efectivo” pues el delito “no es un hecho biológico o
absoluto sino el fruto de alguna definción social que varía en función del tiempo (historia) y
del espacio (geografía), o sea que varía de cultura a cultura. Crimen, derecho y cultura son por
tanto conceptos profundamente interrelacionados entre sí.” (Ver su artículo “Criminologia &
Devianza Sociale”; texto, en www. servizisocialionline.it/articolo%20criminolog).

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TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 229

ro es el de la gran diversidad de los textos incriminadores con relación a las


distintas épocas así como de un país a otro. Ello parece dar a entender que la
infracción penal es un fenómeno relativo. El segundo, por el contrario, si se
descarta esas patologías de los códigos penales, que vienen llamándose deli-
tos artificiales, es la existencia de algunas grandes constantes que se encuen-
tra, más allá de la variedad de infracciones, en todos los Códigos Penales”279.
Hoy se viene hablando, dentro de la denominada ética civil, propuesta
como guía de las sociedades pluralistas y democráticas, de una “ética de mí-
nimos” (por contraposición a las morales religiosas o “ética de máximos”)
cuyos valores y bienes han de ser preservados para poder respetar mínima-
mente al prójimo y poder convivir. El mismo T. W. ADORNO en alguno de
sus escritos ha venido sosteniendo que o se vive con un nivel determinado
de moralidad, o por debajo de él, lo que acampa es la inmoralidad, aunque
lo acepte todo el mundo280. Aunque nuestro Ortega y Gasset dijera aquello
de que “el hombre no tiene naturaleza, sino que tiene…historia,” él mismo
venía a interpretar que se refiere a naturaleza como concepto fijo, inmóvil, al
modo del “ser” de Parménides de Elea, como la que tienen las “cosas” inertes
o las intrínsecamene sumisas a la biología. Y que tener “historia” consiste en
que cada uno tiene que hacer su propia vida, pero determinando o eligien-
do lo que va a ser, habiéndo de orientar su libertad (“sin poner límites a lo
que el hombre es capaz de ser”) desde “una línea fija, preestablecida y dada:
el pasado. Las experiencias de vida hechas estrechan el futuro del hombre.
Si no sabemos lo que va a ser, sabemos lo que no va a ser. Se vive en vista
del pasado”281. La razón singularizada, aunque universal, debe buscar la vida
(habita en un ser histórico) y la vida debe buscar la razón (el hombre es un ser
racional).
En concreto, que, al fin y al cabo, si el hombre no quiere destruirse, ha de
ejercer su libertad de acuerdo a la sana razón que, a pesar de todo, es la que
ha hecho reaccionar para bien a los mejores hombres de las mejores socieda-
des de todos los tiempos. Y en esta sintonía está el acoger la Historia como
maestra de la vida. Desechando, de ella, la sinrazón.
La acción del hombre no puede caer (sin desfigurarle en lo más profun-
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do) en presuntuosa arbitrariedad. Lo que le sucede cuando piensa que es la

279
R. GASSIN: “De la peau de chagrin au noyau dur: Réponse a Jean-Paul Brodeur”; en Revue
Internationale de Criminologie et Police Technique et Scientifique, 1 (1998) pp. 65-66.
280
Concretamente, el trabajo de T. W. ADORNO, al que se sugieren en texto, es su
opúsculo “Minima Moralia”, publicado por el autor en 1951.
281
J. ORTEGA y GASSET: “Historia como sistema”, texto en “Los Filósofo modernos.
Selección de textos”, de Clemente FERNÁNDEZ, B.A.C., Tomo II, Madrid, 1976, pp.495-496.
“La filosofía de J. F. Herbart.IV. Ética”, en su obra “Ideas y creencias”, Colección Austral, Edit.
Espasa-Calpe, octava edición, Madrid, 1976, pp. 133 y ss.

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230 CésaR Herrero Herrero

medida de todas las cosas282. El hombre no explica su ser desde sí mimo y, por
lo tanto, tampoco puede arrogarse capacidad para crear “ex novo” los bienes
y valores paradigmáticos. Ellos le preexisten. Sólo, peregrino del espacio y
del tiempo, tiene posibilidad de seleccionarlos y revestirlos de distintas for-
mas para tratar de vivirlos, a no ser que decida, alienándose, recusarlos. Lo
demás es desfondarse en puro relativismo. Es precisamente el mensaje de las
modernas Declaraciones “universales” de Derechos y de tantos filósofos de tan
diversas “ideologías.”
En la actualidad, serían las tablas supranacionales de “Derechos
Humanos” la fuente de esa moral de mínimos. Sería ésta, sobre todo, el núcleo
inviolable a proteger por el Derecho Penal y destinado a formar el contenido
de los delitos no artificiales283.

Agustín de Tagaste (el gran Obispo de Hipona) encarecía, para llegar a conocer la
282

realidad (objetiva) empezar conociéndose a uno mismo, entrando en la propia intimidad (en el
hombre interior), donde se nos revela la verdad de lo que somos, seres finitos y, por lo mismo,
mudables, contingentes. Lo que intelectualmente nos exige trascendernos a nosotros mismos en
busca del Ser Absoluto, fundante de los verdaderos conceptos de bien y de valor. (Es muy conoci-
da esa invitación agustiniana: “Noli foras ire, in te ipsum redi; in interiori homine habitat veritas;
et si animam mutabilem inveneris, transcende te ipsum”; in “De vera religione, 39,72). El mismo E.
KANT concluía que una ley para valer moralmente o ser el fundamento de una obligación debe
conllevar una necesidad absoluta de obedecerla. Que, por ejemplo, el mandato: “No debes men-
tir, no tiene validez limitada a los hombres, como si otros seres racionales pudieran desentender-
se de él, y asimismo las demás leyes propiamente morales.” Y ello es así porque el fundamento
de la obligación no está en la naturaleza del hombre o en las circunstancias del universo en que
habita, sino, “a priori”, exclusivamente en conceptos de la razón pura, no en fundamentos empí-
ricos, que es algo sin consistencia y coyuntural. Y de aquí concluía: “Obra de tal modo que uses
la humanidad tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre como un fin al
mismo tiempo y nunca solamente como un medio. (…) Siendo el sujeto fin en sí mismo, los fines
de éste deben ser también, en lo posible, mis fines… (…) Este principio de humanidad y de toda
naturaleza racional como fin en sí mismo, principio que es la condición suprema limitativa de
la libertad de las acciones de todo hombre, no se deriva de la experiencia…” (“Fundamentación
para la Metafísica de las costumbres”, trad. de M. GARCÍA MORENTE. Espasa-Calpe, Madrid,
1919, texto recogido en Clemente Fernández: “Los Filósofos modernos, Tomo I, B.A.C. Madrid,
1976, pp. 569 y ss). Y nuestro mismo A. MACHADO, desde su intuición poética, hacía mención a
la objetividad de la verdad (y, por tanto de la realidad como bien y valor) expresando: “La verdad
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es lo que es/ y sigue siendo verdad/si la piensas al revés”; y también: “¿Tu verdad? No, la Verdad,/ y ven
conmigo a buscarla, / la tuya, guárdatela.” En “Canciones”, “Obras Completas”, Col. Austral, Espasa-
Calpe, Duodécima edición, Madrid, 1968, p. 208 Madrid).
283
En texto me refiero, sobre todo, a la “Declaración Universal de Derechos Humanos”
(10 de diciembre de 1948). Aprobado y proclamado por la O.N.U. Los hechos que precipitaron
el acuerdo de esta Declaración fueron, sobre todo, los macabros abusos contra el hombre, per-
petrados durante las dos guerras mundiales. El “Preámbulo” de la “Declaración” es explícita
a este respecto. Por ello, sus primeros “Considerandos” hacen hincapié en que “la libertad, la
justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de
los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana”. Y que, preci-
samente, ha sido este desconocimiento y menosprecio los que han originado “actos de barba-

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TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 231

H. RELEVANCIA CRIMINOLÓGICA DE LOS ENFOQUES MERAMENTE


SUBJETIVOS SOBRE ELDELITO

Ya conocemos que toda persona se desenvuelve en un espacio vital cir-


cundante, profundamente mediatizado por la propia percepción de cada in-
dividuo. Por eso, los hechos que coexisten en el espacio vital, aunque son tan-
to exógenos (espacio físico) como endógenos (espacio psicológico), son éstos
los que influyen, de manera trascendente, en la interpretación de ese mundo
y, por lo mismo, los que influyen decisivamente en la decisión. El ser humano
“normal” no sólo “siente” (sensación) el contexto que le envuelve, sino que
también lo percibe (percepción). Es decir, no sólo tiene noticia experimental
del mismo, sino que lo interpreta, proyectándose él mismo tal como es en esa
interpretación. Y la respuesta a eso que está presente e interpela, depende, en
principio, del propio intérprete. Ello quiere decir que, a estos efectos, es más
importante la dimensión subjetiva que la objetiva.
En conexión con tal realidad, se ha hablado, y se sigue hablando, del
denominado “Teorema de Thomas” (“profecía” que se autoincumple). Ella tie-
ne su base, efectivamente, en el aserto del sociólogo norteamericano, W. I.
THOMAS, que, en las primeras décadas del pasado siglo, había enunciado:
“Cuando los hombres estiman algunas situaciones como reales, éstas son reales en sus
consecuencias”284.
Es decir, la percepción “subjetiva” de cada situación (en virtud de las
creencias, ideología, experiencias vitales, motivación, estado de humor, cap-
tación de la opinión social sobre el asunto…) influyen de manera relevante
en la orientación y sentido de la respuesta.

rie ultrajantes para la conciencia de la humanidad.” (Considerandos primero y segundo).Tan


importante como lo que acaba de exponerse son las aseveraciones que la misma “Declaración”
efectúa al considerar que tal dignidad y tales derechos, emanantes de la misma, son previos
a cualquier reconocimiento jurídico positivo porque: “Todos los seres humanos nacen libres e
iguales en dignidad y derechos, y dotados como están de razón y de conciencia, deben com-
portarse fraternalmente los unos con los otros” (Art.1. del Documento). Por lo demás, dado que
esa dignidad y derechos se poseen por el hecho de ser seres humanos, sin distinción alguna de
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raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra condición, los mismos no
han de considerarse creados o constituidos por ordenamiento positivo alguno, sino que son
del todo preexistentes a éste y, por lo mismo, han de ser respetados siempre por él. Su misión
ha de ser únicamente de protección. La “Declaración”, en efecto, considera esencial que los
derechos humanos sean protegidos (sólo protegidos, no creados) por un régimen de derecho,
“a fin de que el hombre no sea vea compelido al supremo recurso de la rebelión contra la tira-
nía y la opresión”. (Considerando tercero).
284
W. I. THOMAS: “The Unadjusted girl”; Little, Brown, Boston, 1923. El enunciado en
ingles está formulado así: “If men define things as real, they are real in their consequences”; el autor
introduce el enunciado en el apartado de su obra: “Definition of the situation”. Hay reimpre-
sión de dicha obra en New York, 1967.

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232 CésaR Herrero Herrero

Por ello, al comentar el “teorema” de Thomas (sostenido también por R.


K. MERTON), R. GASSIN observa que: “Esta teoría, que vale para todas las
acciones humanas por anodinas que ellas sean, es particularmente útil para
comprender la acción criminal. La influencia de la situación precriminal so-
bre el paso al acto delictivo depende a menudo menos de la situación objeti-
va que de la manera en que esta situación es percibida y vivida por el futuro
delincuente”285.
Por tanto, ni la percepción subjetivada (en exceso o no) del delito, o su
motivación, hacen cambiar la gravedad objetiva de la infracción, siempre que
persista la antisocialidad-antijuricidad de la misma, el conocimiento ordina-
rio de ésta (elemento intelectual) y la intencionalidad libre (elemento volitivo
del dolo), en su perpetración. Pero, desde el punto de vista criminológico,
tanto esa percepción subjetivada, como dicha motivación, tienen notable re-
levancia. No para disminuir la objetividad del daño, sino para los fines de
prevención y, si es posible, de recuperación del delincuente para sí mismo
y para la sociedad. El criminólogo clínico, en efecto, no ha de descuidar el
conocerlas.
¿Por qué? Entre otras cosas, porque conociéndolas puede tratar de neu-
tralizarlas. O reorientarlas hacia la normalidad social de la convivencia, cuan-
do se entienda que, en el entramado de la subjetivación, o en el impulso mo-
tivante, existen elementos positivos que pudieran ser reconducidos a formar
parte de los factores protectores o contrafactores. Es importante saber, por
ejemplo si, en el caso concreto de la infracción o de las infracciones delicti-
vas, existe o no inteligibilidad o finalidad constructiva, aunque sea errada. Es
importante, pues, buscar también el sentido del comportamiento. Para E. De
GREEFF, por ejemplo, esto era central. Sobre todo, en los casos de los delitos
más graves. Como los de asesinato286. (Pero ampliar y profundizar en esto ha de
dejarse para el Capítulo siguiente, donde vamos a abordar el concepto de delincuente y
su paso al acto criminoso).
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R. GASSIN: “Criminología”, ya citada, pp. 511-512.


285

A este respecto, E. De GREEFF, en su estudio “La psychologie de l’assassinat”, Revue de


286

Droit Pénal et de Criminologie, vol.15, 2 (1935) pp. 153 y ss. viene a decir, a este respecto, que
la cuestión consiste en saber cómo un individuo normal puede llegar a quitarse de en medio
a una persona a la que vive como obstáculo. También, por ejemplo, Chr. DEBUYST: “Les diffe-
rents types de “constellations psychologiques” liées à l’acte commis”, en su trabajo “La clinique crimi-
nologique à la croisée des chemins”, en Déviance et Societé, 1 (2010)pp. 71 y ss.

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Capítulo once

EL DELINCUENTE
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A. INTRODUCCIÓN

Acabamos de desarrollar, en el Capítulo anterior, el concepto de delito.


Sobre todo, desde el punto de vista criminológico. Y, dentro de éste, orientado,
con prevalencia, hacia la comprensión y quehacer de la Criminología Clínica.
Entramos a examinar, ahora, el concepto de delincuente bajo similar
perspectiva que la de aquél. Del concepto de delincuente, que quede claro,
desde el principio, que nos referimos, en este Capítulo, a una persona consi-
derada estadísticamente normal. Será en el Capítulo siguiente cuando abor-
demos los tipos delincuenciales psiquiátricamente definidos.
Pues bien. Como punto de partida, podemos hacer observar lo siguiente:
Que esos dos conceptos (Delincuente y Delito), a semejanza de lo que ocurre
(ya dejamos constancia de ello) con los conceptos de temperamento y carác-
ter, son nociones distintas, pero absolutamente complementarias, recíproca-
mente complementarias. Hasta tal punto que, en el ámbito de la realidad,
no serían comprensibles la una sin la otra. Tan sólo, pues, cabe, además de la
conceptual, la simple separación metodológiga.
Esas dos realidades forman, indisolublemente, la relación de causa-efecto.
Tanto es así que, para un Derecho penal democrático (o vigente en un Estado
Social y Democrático de Derecho) y para una Criminología respetuosa con su
carácter de ciencia y con el contexto en que debe activarse (el del respeto a los
Derechos Humanos) no sería lícito hablar de delincuentes sin delito y, por su-
puesto, referirse a delitos sin delincuente. Desde luego, ha de estar totalmente
prohibido poner en vigencia cualquier categoría de “Derecho Penal de Autor”,
“santo y seña” de específicos regímenes políticos totalitarios. (Recuérdese, a
este respecto, el seguimiento de la Escuela de Kíel, bajo la conducción de G.
Dahm y Fiedrich Schaffstein, durante el totalitarismo nazi)287.
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Pero lo anterior no basta, obviamente, para poder aseverar que, desde una
óptica criminológica, sea suficiente sostener que el delincuente queda defini-

287
Sobre esta corriente totalitaria, “decisionista”, de Derecho penal, puede verse una
apretada síntesis, muy bien hecha, de J. Mª RODRÍGUEZ DEVESA –A. SERRANO GÓMEZ,
en su texto “Derecho penal español. Parte general”, Edit. Dykinson, Décimoquinta edición,
Madrid, 1992, pp.333-335. También, E. CUELLO CALÓN: “El futuro Derecho Penal Alemán”
(texto, en www.deredin.mec.es/documentos/00820073000061 pdf). Publicado por el autor en la dé-
cada de los curenta. Puede verse, asimismo:Andreas HOYER: “Ciencia del Derecho penal y
Nacionalsocialismo; en Revista Penal, 23 (2009) pp. 41 y ss.

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236 CésaR Herrero Herrero

do diciendo que lo es la persona que comete algún delito. A la Criminología


le es de suma trascendencia conocer las causas del delito y una de las fuentes
de éstas (la más inmediata e insustituible), se encuentra, en todo caso, como
acabamos de advertir, en el delincuente mismo. A quien, por ello, hay que
examinar para tratar de saber el porqué de su comportamiento antisocial o
ilícito.
Desde el punto de vista criminológico, por tanto, nos interesa, sobre todo,
indagar: Por qué determinadas personas (en criminología clínica, esta o estas perso-
nas) cometen delitos. O lo que es lo mismo: ¿Por qué esta persona es delincuente?
¿Qué es lo que hace que esta persona reitere conductas delictivas, en el sentido en
que, aquí, se ha otorgado a esa clase de comportamientos? ¿Es el delincuente
(este delincuente) alguien cualitativamente distinto del no delincuente? ¿Lo
es sólo en grado?
Para esclarecer, en lo posible, tales interrogantes, vamos a abordar, ahora,
las siguientes cuestiones, siempre (volvemos a repetirlo) con enfoque preva-
lentemente criminológico:
— Algunas nociones de delicuente, acordes con las orientaciones doctrinales,
seguidas para el concepto complementario, el de delito.
— Nuestra visión del delincuente desde el punto de vista de la Criminología,
sobre todo clínica.

B. ALGUNAS NOCIONES DE DELINCUENTE, ACORDES CON


LAS ORIENTACIONES DOCTRINALES SEGUIDAS PARA EL
CONCEPTO COMPLEMENTARIO, EL DELITO

Recuérdese, sobre este particular. que hemos hecho referencia, con rela-
ción a una posible noción criminológica de delito, a criterios: legislativo, éti-
co-filosófico, sociológico, desde la visión de las criminologías del “paso al acto”
y de la “reacción social”, desde la óptica de la llamada por algunos “nueva peno-
logía, terminando con el concepto desde nuestra propia perspectiva.
Siguiendo, pues, esa misma senda para la noción del delincuente, ten-
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dríamos, en consecuencia, que decir lo que sigue:


1º Aplicando un criterio puramente legislativo. Sería delincuente: La
persona,, jurídicamente capaz, que llevase a cabo, en forma consumada o en gra-
do de tentativa, una acción (en su caso, omisión) típica, antijurídica, culpable y
punible.
Esta definición no es suficiente para la Criminología. Sobre todo, para
la Criminología Clínica. ¿Por qué? Porque, en esta definición, cabe afirmar
también como delincuentes a sujetos activos de los que hemos denominado
delitos artificiales, fruto de un arbitrario proceso de criminalización.

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TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 237

Además, desde el punto de vista criminológico, creemos que no debe atri-


buirse la cualidad de delincuente a quien ha llevado a cabo un comporta-
miento criminoso (penalmente típico) por razones puramente circunstancia-
les, o de situación no buscada, al haberse visto superado, excepcionalmente,
por aquéllas o por ésta. Es el caso del llamado delincuente ocasional en sentido
estricto (tampoco es, por ejemplo, un mentiroso el que en su vida ha dicho
una sola mentira) o el “delincuente por crisis”… O, en la delincuencia juvenil,
las conductas antisociales o desviadas, cometidas por aquellos menores que
Marc LE BLANC ha situado entre los infractores relacionados con las “con-
ductas de ocasión” o las “conductas de transición”. (Más arriba, hemos hecho ya
mención sobre las mismas).
Se trataría, en efecto, de personas que, por sólo tales hechos, no estarían
demostrando presdisposición delictiva superior a la media de la ciudadanía
considerada no delincuente. (No puede olvidarse, por lo demás y en con-
secuencia, que cualquier persona, potencialmente, puede llegar a delinquir
desde parámetros estrictamente penales). Son personas, por tanto, a las que
se podrá o se deberá perseguir penalmente, pero no denominarlas criminales
o delincuentes desde los criterios esenciales ejercitables por la Criminología
Clínica: Tratar de neutralizar los rasgos y correlativos factores de la persona-
lidad criminal (Criminologías personalistas o del paso al acto) o de reorientar los
hábitos desviados de reacción (teorías interaccionistas moderadas).
2º Aplicando un criterio ético-filosófico de base, con pretensiones de
inmutabilidad. Para estas concepciones, sería delincuente todo infractor de
la ley del Estado, dirigida a proteger la seguridad de los ciudadanos, cuan-
do ese comportamiento fuese moralmente imputable y políticamente daño-
so. (Definición acorde con la de delito, como ya hemos visto, ofrecida por
F. Carrara).
Esta visión sobre el delincuente tampoco sirve. Ni para el Derecho penal
ni para la Criminología (ni General ni Clínica). Para el Derecho penal, no,
porque, si la conducta no estuviese penalmente tipificada no cabría hablar
de autores o sujetos activos penalmente responsables. Para la Criminología,
tampoco, porque ésta no pretende, aunque sea su misión esclarecer y hacer
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frente a los elementos reales de la conducta gravemente antisocial, confun-


dir al inmoral con el delincuente y al delincuente con el inmoral.
Y, por supuesto, no todo lo políticamente dañoso es individual y social-
mente dañoso (tratar de ejercer, por ejemplo, los derechos humanos de mani-
festación o asociación en contra de las limitaciones inasumibles del poder po-
lítico, no es ni antiético, ni inmoral, ni individual ni socialmente dañoso). Sería
absurdo, criminológicamente hablando (desde una Criminología respetuosa
con los Derechos del hombre), hablar aquí de delincuente respecto de quien
llevase a cabo tales actos, por muy ilegales que se reputasen desde el Poder.

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238 CésaR Herrero Herrero

3º Aplicando un criterio puramente sociológico. Tampoco nos sirve, cri-


minológicamente, la noción de delincuente relacionada, de forma lógica, con
el correlativo concepto de delito, abordando la cuestión desde criterios natura-
listas. Ni refiriéndola a la lesión del sentido moral de los sentimientos altruistas
fundamentasles (de piedad y probidad) conectados con las razas superiores, al
modo de R. GAROFALO. Ni si la enfocamos (dentro ya del campo de algunos
sectores de la Sociología actual) desde un concepto de desviación social, fundada
en criterios puramente cuantitativos o estadísticos. ¿Por qué? Porque el com-
portamiento de un ser humano no es, sin más, gravemente antisocial por no
coincidir con sentimientos (los que sean) tal como se hallen en determinados
estratos sociales o por el hecho de no seguir los códigos de la mayoría social o
de la mayoría dominante. Aquellos sentimientos pueden estar pervertidos y
los Códigos ir contra el verdadero bien común de la sociedad.
4º Aplicando los criterios de las criminologías del “paso al acto” o de la
“reacción social”. Más arriba, al tratar el concepto de delito en ambas corrien-
tes criminológicas, terminábamos diciendo que ninguna de ellas es cerrada-
mente monolítica.
En la Criminología del “paso al acto”, que conecta, en algunos extremos, con
la criminología tradicional, es claro que hay orientaciones (las menos) inclinadas,
de forma clara, a concebir al delincuente, como conformado, casi en exclusiva,
por factores endógenos. Y, al contrario, en la Criminología de la “reacción social”,
una gran parte de sus cultivadores están por el extremo de convertir, siempre, al
que ha venido y se viene denominado delincuente, como puro invento de la cla-
se poderosa. Pura “etiqueta”, fruto de un proceso de incriminación arbitraria.
Es necesario, sin embargo, recalcar (ver supra) que la mayoría de los más
acreditados defensores actuales, o recién desaparecidos, de la Criminología
“del paso al acto” y que ya hemos mencionado, tienen posturas eclécticas al
hablar de los factores conformantes de los rasgos de la personalidad criminal
(factores endógenos y exógenos en constelación). Insisten, además, en que
el delincuente no es, sin más, un producto inventado, sino real (gravemente
damnificante de bienes y valores de la comunidad). Sin ignorar que existen
bienes y valores sociales relevantes, que no están penalmente protegidos, y
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otros, que lo están y no debieran estarlo (Delitos artificiales y, en consecuencia,


existencia de delincuentes de la misma naturaleza).
Por tanto, a la hora de describir al delincuente, habrá que tener en consi-
deración, esos distintos planos.
Por otra parte, dentro de la Criminología de la “reacción social”, desde fina-
les de la década de los ochenta del pasado siglo, claros simpatizantes de la mis-
ma han iniciado la mitigación de las posturas más extremas, tratando de acercar,
incluso, las respectivas fronteras más cercanas entre sí, habitadas por los tratadis-
tas más “ambiguos” de las precitadas dos corrientes. El mismo Chr. DEBUYST,

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TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 239

al tratar de definir al delincuente como “actor social” (acteur situé), parece mo-
verse dentro de esa visión un tanto sincrética, cuando expresa estar más cerca
de la concepción de los sociólogos de la Escuela de Chicago que de la visión
clínica positivista, centrada en la investigación de una diferencia cualitativa en-
tre delincuentes y no delincuentes. Advirtiendo, por ello, que no hay que caer
en el llamado por los psicosociólgos “error fundamental de atribución”. ¿Por qué?
Porque, en virtud de él, frente a un problema por complejo que sea, se achaca,
en exclusiva, al individuo concreto un conjunto de características, siempre ne-
gativas, como integradoras de su personalidad, como si tal individuo estuviera
y pudiera ser separado de su medio o de su grupo social, también responsable,
y también, por ello, revestido de variantes negativas y perturbadoras288.
“Hoy –escriben A. PIRES y F. DIGNEFFE– es sobre todo en la Escuela de
Lovaina en donde asistimos al desarrollo de una criminología clínica alterna-
tiva que toma muy en serio la contribución hecha por el paradigma de la defi-
nición social. Es más, esta escuela participa activamente en el trabajo de cons-
trucción de un tercer paradigma orientado a superar los dos precedentes. Éste
nuevo muestra que el paradigma de la definición no es enteramente inútil, como
se ha pretendido, desde un punto de vista práctico y clínico. Inversamente, se
puede percibir que la criminología clínica contribuye activamente a la reflexión
sociológica sobre los paradigmas.” Añadiendo en nota de la misma página, que
existen otros lugares en los que también se desarrolla una nueva perspectiva
clínica. Haciéndose referencia a los trabajos de LODE WALGRAVE, en Bélgica,
y de Humberto GATTI, en Italia, o de LAPLANTE en Québec289.
En todo caso, el delincuente, para esta corriente criminológica, es casi,
en monopolio, su circunstancia y, para los menos extremistas, mucho más su
circunstancia que cualquiera dimensión personal endógena.
5º Aplicando criterios de la autodenominada “nueva penología”. Esta teoría
criminológica sigue, a la hora de delimitar el concepto de delincuente, el mismo
camino que el andado para el delito. Si el crimen o el delito es, para ella, un fenó-
meno de riesgo nomal, detectable a través de instrumentos actuariales y la lógica
de la prudencia; gestionable, para prevenirlo en lo posible, como cualquiera otra
clase de riesgo social, el delincuente ha de ser concebido, más que como persona
racional y moralmente responsable, como individuo caracterizado por ser foco
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de riesgo, relacionable con un subgrupo de referencia, casi siempre de clase mar-


ginada y, desde luego, poseedor colectivo de idéntico perfil.
Se pasa por alto el concepto de estado peligroso para calificarle. Lo que
interesa es poder determinar o prever qué peligro social (a través de su com-

288
Chr. DEBUYST: “Les paradigmes du droit pénal et les criminologies cliniques”; en
Criminologie, Vol.25, 2 (1992) pp. 49 y ss.
289
Autores precitados, en su estudio: “Vers un paradigme des inter-relations socia-
les?...”, ya citado, p. 23.

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240 CésaR Herrero Herrero

portamiento) podría llevar a cabo, en el futuro, ese individuo que delinquió


en el pasado. Apenas si interesa su propensión criminal. No atiende a con-
ceptos de predisposición criminal o personalidad criminal.
“Centrándose sobre la identificación de perfiles de riesgo –comenta
Th. SLINGENEYER– la nueva penología desprecia la producción de re-
presentaciones de la subjetividad de los criminales. Hay reemplazamien-
to de una “identidad criminal” por un sujeto fraccionado en una serie
de factores de riesgo (Quirino,2006, 157).Para llamar la atención sobre
este reemplazamiento, algunos autores van a preferir la noción de “ries-
go de violencia” (Pratt, 201, 116), de “perfil de riesgo” (Mary, 1999, 6;
2001, 35) o “la combinación de factores susceptibles de producir riesgo”
(Castel, 1983,123), a esta de estado peligroso, muy ligada a un atributo
del individuo. La sola reconstrucción del individuo posible es una re-
construcción probabilista en la cual las cifras encasillan directamente al
sujeto, sirviéndose de los calificativos de “delincuente de alto riesgo” o
de “criminal de carrera” (Simon,1988,786 y 790-792; Feeley y Simon,
1992, 466; 2003, 107; Robert,2001,77)”290.

C. NUESTRA VISIÓN DEL DELINCUENTE DESDE LA PERSPECTIVA


DE LA CRIMINOLOGÍA. SOBRE TODO, CLÍNICA

El concepto de delito, en abstracto, posee, al menos en parte, una dimen-


sión necesariamente referible a su construcción desde criterios ético-filosófi-
cos. ¿Por qué? Porque, como ya hemos expuesto, el delito, en un Estado Social
y Democrático de Derecho y concebido desde una Criminología respetuo-
sa con los Derechos Humanos, debe tutelar, con amenaza de castigo, bienes
o valores relevantes o muy relevantes, para la existencia y convivencia en
paz de la sociedad. Pero el determinar esos bienes o valores no cabe hacerlo
de forma empírica, sino a través de los recursos intelectuales que propicia la
Ética racional (Axiología) y la Filosofía del Derecho. Y menos aún (aunque se
dé con más frecuencia de la cuenta) podrá confiarse tal tarea a los caprichos
de la voluntad de la Institución legiferante. (Porque ha de ser repudiado tan-
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to el puro positivismo jurídico, como el puro costructivismo criminológico).


Los valores y bienes fundamentales para el hombre deben ser descubiertos
desde la reflexión de la ética filosófica. Y no desde fuente empírica291. Por ello, pre-

Th. SLINGENEYER: “La nouvelle pénologie, une grille d’analyse…”, ya citado, p.5
290

del estudio. Sobre esta orientación, ve, también, C. HERRERO HERRERO: “Política criminal
integradora”, Editorial Dykinson, Madrid, 2007, pp. 145 y ss.
291
En este sentido, Max SCHELER, el filósofo del “mundo de los valores y la persona”,
afirma que el mundo de los valores es un mundo objetivo, independiente del acto o del hecho
de su captación y que, por ello, por ser mundo objetivo, posee, a priori, sus propias leyes. Lo

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TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 241

cisamente, dicha reflexión es la metodología que está a la base de las Declaraciones


supranacionales o internacionales de Derechos del Hombre. Una muestra de
lo que ahora decimos está, V. gr., en el primer párrafo del “Preámbulo” de la ya
mencionada “Declaración Universal de Derechos Humanos” (de la O.N.U., 10-
XII-1948): “Considerando que la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen
por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales
e inalienables de todos los miembros de la familia humana…”
Lo que no quiere decir que tales valores, bienes y derechos no estén afec-
tados de algún modo, en la manera de jerarquizarlos, de hacerlos más o me-
nos prevalentes, en su vivencia concreta…, por la Historia y la Cultura. Por
cada historia y por cada cultura. Y el delito, en sus figuras concretas, lo mani-
fiesta continuamente a través del espacio y del tiempo.
El concepto de delincuente, por su parte, ha de formularse a partir del
concepto de delito (es delincuente quien comete delitos). Pero una vez for-
mulado abstracta y conceptualmente, la constatación de si una persona es
o no delincuente, desde el prisma criminológico, ha de llevarse a cabo por
vía de indagación empírica. Es la forma gnoseológica aceptable para poder
responder, con alguna solvencia científica, a la demanda de por qué alguien
concreto pasa reiteradamente al acto delincuencial (al delito tal como aquí
viene siendo concebido).
Por tanto, para tener una visión satisfactoria sobre la noción de delin-
cuente, al menos desde una óptica criminológico-clínica, parece menester, en
primer término, definirlo a partir del concepto asumido de delito. Y, en segundo
lugar, investigar empíricamente, con método y sistema adecuados, en el así ya califi-
cado, cuáles son los elementos específicos actuantes en él, que son suficientes para
impulsarle al paso al acto criminal. Describiendo a continuación, asimismo,
las fases efectivas del precitado paso.
Entonces, tenemos:

1º Definición del delincuente a partir del concepto de delito.


A la vista de la complejidad doctrinal, en torno a la noción de delito, ob-
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servada en la amplia exposición precedente, y las no escasas nociones de


delincuente, ofrecidas en el apartado anterior, con el empeño de fijar los
“presupuestos” individualizadores del criminal, nos preguntarnos: ¿Con qué
definición de delincuente (reiteramos que desde el punto de vista crimino-
lógico) podemos quedarnos?

que afecta, también, a la modalidad de los valores espirituales, donde estarían los valores jurí-
dicos como tales y los éticos. (“El formalismo en la ética y la ética material de los valores”; trad. de H.
Rodríguez Sanz, Madrid, 1941).

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242 CésaR Herrero Herrero

Si hemos entendido por delito, también en sentido criminológico: “Aquella


conducta o conductas que, siendo gravemente lesivas de valores, intereses o bie-
nes importantes para la comunidad (y, por lo mismo, para sus miembros), están
castigadas penalmente por una ley en sentido estricto”, decimos, sin cambiar de
plano, que por delincuente ha de entenderse: La persona jurídicamente capacitada
que, con reiteración o habitualidad, realiza, con conocimiento de causa, comporta-
mientos gravemente lesivos de valores, intereses legítimos o bienes importantes, o
trascendentes, para la comunidad, o de algunos de sus miembros, estando tales con-
ductas legalmente castigadas con penas proporcionadas al mal causado.

2º Los elementos específicos actuantes en el criminal, que le impul-


san hasta serlo
Pues bien. Si ésa es la noción que puede hacernos comprender quién es
susceptible de ser tenido como delincuente, la pregunta lógica, derivada de
esa misma noción, sería: Pero, ¿por qué una persona es capaz de cometer delitos,
más allá de lo ocasional, lesionando grave e ilegítimamente los derechos y bienes del
prójimo? ¿Cuáles son los elementos específicos, actuantes en el criminal, que
le impulsan hasta serlo?
Antes de nada, afirmar que somos conscientes (lo hemos insinuado ya
más arriba) de que, desde un punto de vista teórico, puede ofrecerse razona-
blemente, una explicación criminológica del delincuente no sólo desde una
única teoría. Pero hemos señalado también ya que la versión teórico-doctri-
nal, que nos parece criminológicamente más sólida, es la teoría del paso al
acto, vertebrada en torno al concepto de personalidad criminal en sentido
moderno. En enfoque no positivista, teniendo en cuenta, además, otros ele-
mentos conexos que vamos a ver.
Si ello es así, podemos decir que:
Una persona, que comete reiterada o habitualmente delitos, ha llegado a
ser delincuente por poseer, en grado superior a la “media”, los siguientes ras-
gos afectantes a su personalidad y operantes en constelación: Egocentrismo
(tanto intelectual como afectivo). Labilidad (o refractariedad a la fijación de
sentimientos, de propósitos, de dolorosas experiencias. De dificultad para re-
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flexionar, medir las consecuencias de sus actos, para morar en su propio inte-
rior. Le resbala todo lo que considera negativo para él a la hora de idear, deci-
dir y de llevar a cabo sus acciones criminosas). Agresividad negativa (o estar
dotado de la capacidad física y psíquica suficiente para llevar a ejecución sus
proyectos delictivos haciendo frente a los obstáculos que le salgan en el cami-
no de su resolución). Indiferencia afectiva (escasez o ausencia de “empatía”
y “simpatía” para con el prójimo [víctimas] al que va a dañar).
No olvidamos que los rasgos precedentes se vienen presentando (lo he-
mos advertido ya) como paradigmas constituyentes de la personalidad cri-

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TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 243

minal, a raíz de las aportaciones, en este sentido, de Jean Pinatel. Pero, en la


literatura científica del género, se nombran también otros aunque, general-
mente, reductibles, más o menos, a aquéllos. (Lo hemos visto ya también).
Se ha de recalcar, por lo demás, que los precitados rasgos de personalidad
se hacen presentes a través de factores psicobiológicos, psicomorales o psico-
sociales. O lo que suele ser más frecuente, por la intervención convergente de
todos ellos.
El que luego va a ser delincuente, además de esos rasgos nucleares, com-
ponentes centrales, de su personalidad criminal, está, asimismo, dotado de la
suficiente “adaptabilidad social”. O sea, habilitado para moverse con eficacia en
la sociedad o círculo de la sociedad donde vive y actúa. Habilitación que ahora,
en vez de utilizarla en beneficio del común, la aplica a realizar su actividad de-
lictiva. (De esto, como se recordará, hemos hablado ya extensamente. Ver más arriba).
No obstante, antes de terminar este apartado, quisiera subrayar algo so-
bre esa estructura de rasgos, constituyente de la predisposición criminal (nece-
saria para el paso real al acto delictivo, que veremos en el Capítulo siguiente) y
sobre esa habilidad adaptativa al medio (necesaria para la elección de uno u otro
registro delictivo y del concreto “modus operandi”). Vertientes y elementos
sobre los que (lo reiteramos), además de lo estudios empíricos, ya consigna-
dos, que los avalan, hay, en la actualidad, otros trabajos confirmantes. Se tra-
ta, en efecto, de investigaciones en torno a delincuentes de uno u otro sexo,
relacionados con actividades criminales específicas, que también apuntan,
con suficiente claridad, a la existencia de ese dual entramado criminológico.
En el precedente sentido, M. CUSSON, en algunos de sus estudios recien-
tes, al describir a un sector amplio de delincuentes, deja translucir la influencia,
en ellos, de un conjunto de características muy próximas a los rasgos de refe-
rencia. Se trata de delincuentes que, no obstante aparecer como individuos que
delinquen utilizando maneras de elección y selección racionales con las corres-
pondientes estrategias, se les nota poseer una personalidad al menos similar a
la ya aquí descrita. Concretamente, que se distinguen de los no-delincuentes
por una vida de francachelas y de prodigalidad, relacionadas íntimamente con
su actividad criminosa. Salen tarde casi todos las noches de la semana; con-
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sumen alcohol y droga, gastan grandes sumas de dinero, dejando acumular


sus deudas. Estos delincuentes eligen este estilo de vida por los placeres que
les produce y de los que les es muy difícil prescindir. No soportan una exis-
tencia gris y tranquila, y se lanzan a un modo de vida peligroso y ostentoso.
Naturalmente, ello les conduce a derrochar más dinero que ganan. En su vir-
tud, se sienten impulsados a robar y a dedicarse a tráficos ilícitos292.

M. CUSSON: “La délinquance, une vie choisie. Entre plaisir et crime”, Edt. Cahiers
292

du Québec, Vol. 143, Hurtubise HMH, Québec, 2005. Ve, sobre todo, Introducción y el Capítulo

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244 CésaR Herrero Herrero

Otros trabajos dicen poner de manifiesto que, por ejemplo, las disfun-
ciones familiares influyen en la formación de la personalidad del adolescen-
te poniéndole en riesgo de desviación y que, por ello, es un error descuidar
las implicaciones, en el desarrollo de la delincuencia juvenil, de la conducta
de los padres. Porque puede verse cómo, bajo la influencia de los grupos de
factores disfuncionales familiares –dice O. KOUDOU– se van desarrollando
progresivamente “un conjunto de trazos o rasgos de la personalidad con ries-
go de desviación…”293.
Por lo demás, tampoco parece que la mujer delincuente se aparte, en
sustancia, de este esquema trazado respecto de la personalidad criminal que
venimos describiendo. En este sentido, por ejemplo, R. CARIO sostiene, des-
pués de ratificar el valor operativo y heurístico de la teoría de la personalidad
criminal básicamente tal como la ha concebido Pinatel, que no hay diferen-
cias de naturaleza entre el delincuente y la delincuente, que las mujeres no
difieren, de manera fundamental, de los criminales masculinos294.
Ana Mª FAVARD y Otros, comentando la posición, en este campo, del
precedente autor escriben: “Aún más, él indica que las mujeres se caracterizan
bien por trazos psicológicos que forman el núcleo central de la “personalidad
criminal”. Nos dice que “la importancia del aprendizaje en la formación y en
la consolidación de estos trazos psicológicos… es incontestable (…) Que la
emergencia y la persistencia de los rasgos psicológicos suponen carencias en el
aprendizaje y en la educación recibida… (…) carencias en los planos educativo,
afectivo, profesional, cultural.” Así, las mujeres están menos presentes en la cri-
minalidad porque los roles sociales atribuidos les imponen tareas domésticas y
educativas y determinan en ellas “la consolidación de una personalidad espe-
cífica, de una manera tal que ellas se hallan alejadas positivamente de la crimi-
nalidad”. Que, finalmente, la criminalidad se explica no por la presencia de un
carácter inherente de trazos psicológicos específicos del criminal, sino más bien
por la diferencia de grado de los rasgos psicológicos (egocentrismo, labilidad,
agresividad, indiferencia afectiva) entre delincuentes y no delincuentes”295.
Y, en fin, sobre la incidencia de la adaptabilidad social del que va a pasar
al acto delictivo, en la elección del registro criminoso y en el modo de lle-
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segundo de la obra. Misma orientación, en “La délinquance, une vie choisie”, en Revue
Internationale de Crimiminologie et Police Technique et Scientifique, 2 (2006) pp. 131 y ss.
293
O. KOUDOU: “Dyfonctionnements familaux et formation de la personnalité à ris-
qué deviant chez l´adolescent”, en Revue Internationale de Criminologie et de Police Tecnique
et Scientifique, 3 (2008)p.264.
294
R. CARIO: “Les femmes résistent au crime”, Edit. Harmattan, Paris, 2001.
295
Sonia HARRATI, David VAVASSORI y Ana Mª FAVARD: “La criminalité des fe-
mmes: données théoriques”, en Revue Internationale de Criminologie et Police Tecnique et
Scientifique, 3 (2001) p.344.

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TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 245

varse cabo el delito concreto, es un hecho que tampoco está ausente en los
comentaristas del presente siglo. Así, ello se efectúa, por ejemplo, al tratar
del vínculo inteligencia-crimen. Es el caso de estudios como el realizado por
J. P. GUAY, J. PROULX y M. OUIMET, quienes, luego de exponer la larga con-
tienda doctrinal en torno a este problema, vienen a sostener que, en nuestro
tiempo, trabajos de naturaleza más fenomenológica nos ofrecen, sobre todo,
percibir la posibilidad de que los diferentes tipos de crímenes reclamen dife-
rentes cualidades cognitivas. Por ejemplo –exponen– “las competencias cog-
nitivas requeridas por los nuevos tipos de crímenes, como los delitos econó-
micos e informáticos, se distinguen fácilmente de las exigidas para pequeños
hurtos”296. Al simple “ratero”, en efecto, no le será posible cometer un delito
de ingeniería financiera. Ya hemos insistido, a este respecto, que, tampoco en
este campo, nadie da lo que no tiene, porque el actuar es fruto del ser297.
** Antes de terminar este apartado, una observación muy relevante: Lo que
acabamos de exponer, en este apartado, forma la dimensión subjetiva, interna, del
que probablemente más pronto que tarde delinca. Pero, todavía, esa estructura psí-
quica que forma la personalidad criminal (lo hemos reiterado ya) no convierte a su
poseedor en delincuente. Para poder atribuírsele tal calificación, ha de llevar a cabo,
DE FORMA EXTERNA, MATERIAL, el paso al acto delictivo. Por ello, hemos
de indagar (lo haremos en el Capítulo siguiente) en qué consiste y cómo se
produce el paso al acto criminal del que está dotado de esa predisposición
al delito.
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Jean –Pierre GUAY y Otros: “Le lien intelligence-crime”; en Revue Internationale de


296

Criminologie et Police Technique et Scientifique, 2 (2002) p. 151.


297
Sobre toda esta cuestión puede verse, también, Gianluigi PONTI e Isabella
MERZAGORA BETSOS: “Compendio di Criminologia”, Cortina Raffaelo Editore, 5ª edizione,
2008; sobre todo, en el apartado: “Profilo criminale, la metodica investigativa basata sulla deci-
frazione delle dinamiche psiclogiche e comportamentali dell’autore di reato”.

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Capítulo doce

EL PASO AL ACTO CRIMINAL.


SUS ELEMENTOS FUNDAMENTALES.
LAS FASES MÁS CARACTERÍSTICAS
DE ESTE PROCESO
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A. REFLEXIONES PREVIAS

La relevancia criminológica del paso al acto delictivo no parece estar


en discusión para los que creen en las posibilidades irrenunciables de la
Criminología Clínica. Precisamente, desde este punto de vista, son muy acer-
tadas las reflexiones de dos de los grandes penalistas franceses, R. MERLE
y A. VITU: “Si es verdadero, como lo aseguraba E. DE Greeff, que nosotros
somos todos delincuentes virtuales, sólo el paso al acto permite diferenciar al
delincuente del no-delincuente. Esta anotación es, por lo demás, válida des-
de todas las perspectivas criminológicas, porque, asimismo, si solamente cier-
tos individuos están predispuestos a la criminalidad, no todos ellos devienen
efectivamente criminales. Delincuente es aquel que pasa al acto. ¿Por qué y
cómo franquea este umbral temible ante el cual los otros guardan serenidad
o ni siquiera son tentados? Nosotros estamos aquí en el corazón del proble-
ma de la criminogénesis, y su importancia es capital. Porque si se consigue
descubrir las condiciones del paso al acto, será posible recensar los síndromes
del estado peligroso, esos conjuntos de síntomas que alertan al criminólogo
sobre la probabilidad de un desenlace criminoso. Y si, yendo aún más lejos,
se alcanza a demostrar el mecanismo que transforma este estado peligroso
en estado criminal, se podrá intervenir más eficazmente para impedir su
funcionamiento”298.
Lo hemos venido diciendo, hasta aquí, con machacona reiteración. Que
la dotación de personalidad criminal propicia el impulso criminógeno y la
puesta en movimiento de la predisposición a delinquir. Pero, como es mani-
fiesto, para que el delito se produzca, el delito ha de concretarse o individua-
lizarse, primero, en el mundo interior (ideación, planificación, programación,
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decisión de cometer tal delito) y corporizarse, después, en el mundo exterior. ¿Qué


quiere decir esto? Que a la existencia de la personalidad y a sus efectos pu-
ramente subjetivos, o psíquicamente interiores (presencia de impulsividad
criminógena) han de suceder dos momentos diversos, pero concatenados a
ella: a) La aceptación operativa ante la representación del delito concreto a

298
R. MERLE y A. VITU: “Traitè de Droit Criminal”, Tomo I (”Problèmes généraux de
la science criminelle”), édition Cujas, 7ª édition, Paris, 1997, en “Introduction Génerale” de la
Obra, n. 40.

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250 CésaR Herrero Herrero

cometer y regular su ejecución y b) la puesta en marcha (inmediata o no) de


pasar a ejecutar materialmente, en el mundo exterior, lo previamente resuel-
to. Para ello, el individuo necesita otros elementos distintos a los integrantes
del núcleo de la personalidad criminal. Además de los elementos referibles
a la adaptabilidad social, que pongan al individuo en aptitud y actitud efi-
ciente hacia el mundo exterior, ha de estar presente una adecuada situación
(en principio criminógena). Factores situacionales que hagan posible y, tal
vez, atrayente, la ejecución del hecho. Si bien, la situación no siempre sale
al encuentro, sino que puede ser buscada por el que quiere ser delincuente.
No obstante, en virtud de todas estas complejidades, ha de tenerse siempre
en cuenta las palabras de Pinatel cuando dice que: “La personalidad debe ser
estudiada en el movimiento del paso al acto”299. Y también que, al fin y al cabo, el
delito “constituye la respuesta de una personalidad a una situación particular en la
que aquélla se encuentra implicada.”
Sin poder dejar de considerar, además, que el paso al acto tampoco se
daría si el individuo con dicha predisposición criminógena, estuviera dotado
de los llamados factores protectores, de resistencia o antifactores, si tuvieran
capacidad para neutralizar el impulso de los rasgos y factores criminógenos y
pusieran en marcha su activación. Aunque es lo cierto que, en los delincuen-
tes habituales o de “carrera”, tales factores, como muy bien puede compren-
derse, brillan por su ausencia, o están muy debilitados o desdibujados.
Es obvio, no obstante, por lo que acaba de decirse, que hay que otorgar
a la situación y los factores de resistencia una gran relevancia a la hora de
examinar el proceso del paso al acto criminal. Precisamente, porque se trata
de dos acontecimientos que pueden impedir ese paso al acto y, sin este paso, lo
hemos reiterado muchas veces, no existe delincuente.
Entonces, si esas dos realidades poseen tanta importancia en “el paso al
acto”, una vez que ya hayamos examinado los elementos integrantes de la
personalidad criminal (plataforma fundamental de impulsión al delito) es
forzoso tratar, aquí, de exponer qué son o en qué consisten.

B. EL CONCEPTO DE SITUACIÓN CRIMINÓGENA


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El concepto de situación podemos definirlo como la circunstancia o con-


junto de circunstancias (universo exterior de la persona) en cuyo ámbito y
con cuyo concurso el individuo ha de llevar a cabo su propósito o proyecto
(sea lícito o ilícito). Naturalmente, la virtual víctima, en el caso de tratarse de

J. PINATEL: “La criminologie d’aujourd’hui”, en Déviance et Societé, Vol. 1, 1 (1977)


299

p.90. MERLE Y VITU: “Traité de Droit Criminel”, ya citado, en mismo lugar.

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TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 251

un comportamiento ilícito, tiene, dentro de tal ámbito, un papel propio como


elemento de la situación misma300.
La situación, como contexto operativo, puede ser favorable, desfavorable
o mixto. Dependiendo en esto, también, del plan o proyecto del que ha de
actuar con él y en él. Y es claro, en este sentido, que no podrá ser considerado
de la misma manera por un delincuente que por quien no lo es. El juicio valo-
rativo, por ejemplo, sobre la situación que ofrece un banco con mucho dinero
en caja, sin poseer mecanismos de seguridad especial alguna (ni activa ni pa-
siva) será favorable para el que ha decidido atracarle. Desfavorable, para sus
clientes y depositarios.
Pues bien, cuando la situación descrita es calificada como favorable por
el virtual delincuente, podemos afirmar que se está ante una situación cri-
minógena. Calificación que, obviamente, admite diversidad de grados. Pero,
¿por qué puede decirse que es favorable y criminógena para el virtual de-
lincuente? Porque se le representa como posible, favorable y rentable para
actuar301.
Hace ya bastantes años, E. SEELIG nos advertía que un delito no puede
ser llevado a cabo sin que alguien proyecte las idóneas predisposiciones para
delinquir y sin una situación específica, capaz de estimular, provocar o indu-
cir a la acción302.
De todas formas, sin desdecirnos de lo anterior, es conveniente aquilatar
o precisarlo en la manera que lo hacen los precitados autores R. MERLE y A.
VITU. Según ellos: “El paso al acto exige, pues, en principio, que una “per-
sonalidad criminal” esté colocada ante una situación criminógena. Es nece-
sario, sin embargo, no generalizar. La reunión de estas dos condiciones no
es siempre imprescindible. Acontece con frecuencia que la ocasión sola hace
al ladrón: por ejemplo, el delincuente primerizo que, a consecuencia de cir-
cunstancias particulares, comete una infracción, no puede poseer una verda-
dera mentalidad criminal. Inversamente, hay casos en que una personalidad

En este sentido R. GASSIN afirma que: “Entre los diversos elementos de la situación
300

precriminal, la víctima ha llamado particularmente la atención de la criminología moderna. El


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estudio de las relaciones de la víctima y del autor del acto delictivo ha dado lugar, asimismo,
a la creación de una rama especial de la Criminología: la victimología. Esta concepción de la
victimología que se inscribe en el estudio de la explicación del acto criminal no debe ser con-
fundida con la criminología victimológica que estudia las víctimas en tanto que ellas constituyen
uno de los aspectos de la reacción social y centra su objeto alrededor de la satisfacción de rei-
vindicaciones de dichas víctimas.” (“Criminologie”, ya citada, pp. 509-510).
301
Sobre estas cuestiones puede verse A. CRAWFORD: “Crime prevention and
Community Safety. Politics, Policies and Practices”, Ed. Longman, Harlow, 1998. Sobre todo, en
pp. 88 y ss.
302
E. SEELIG: “Tratado de Criminología”, trad. de J. Mª RODRÍGUEZ DEVESA,
Instituto de Estudios políticos, Madrid, 1958, pp. 240 y ss.

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252 CésaR Herrero Herrero

estructurada para el crimen busca y suscita la ocasión que no se le presenta.


Pero sea lo que fuere, tomadas en conjunto o separado, la personalidad cri-
minal y las situación criminógena son generadoras de lo que se llama estado
peligroso”303. Pero recalcamos nosotros, el encuentro de ambas (espontáneo o
buscado) es necesario para el acaecimiento del paso al acto criminal.
Insistimos, pues, una vez más, que han de quedar ya superados los tiempos
iniciales de los estudios psicosociales en que se partía, casi “a priori”, de un enco-
nado debate entre si el comportamiento de los seres humanos y, por lo mismo,
el delito y el delincuente, son fruto de predisposiciones endógenas (de origen
genético o biológico…) o son producto de la situación o del medio ambiente.
Hoy, los estudios antropológicos serios y los elaborados desde la metodología
del resto de las ciencias de la conducta, cuando están alejados de excesivas con-
taminaciones ideológicas, ofrecen, con la suficiente certeza, la persuasión de
que ambas dimensiones actúan, en relación con las acciones y reacciones del
ser humano,sobre un continuum y en mutua confluencia. Naturalmente, la cantidad
y calidad de la “cooperación” dependerá de cada individuo, según la orientación en la
visión de sí mismo, de los demás y de su mundo. Y, por tanto, de su interpretación.

C. EL CONCEPTO DE FACTORES DE PROTECCIÓN O DE


RESISTENCIA

G. STEFANI, G. LEVASSEUR y R. JAMBU-MERLIN explican muy bien en


qué consisten estos factores. Y, así, manifiestan: “En la investigación y evolu-
ción de los factores criminógenos, no debe omitirse tener en cuenta el hecho
de que el peso de éstos se halla siempre contrabalanceado por la existencia de
ciertos factores favorables, que pueden ser extraídos tanto del medio como
de los “caracteres” innatos. (…) La criminología moderna, que, por una parte,
desea penetrar en el complejo juego de la interacción de los factores y, de
otra, intenta descubrir los remedios prácticos de los estados peligrosos, ha
sido exhortada a buscar los factores favorables sobre los que se puedan apo-
yar el desistimiento del individuo en el camino de la delincuencia, o favore-
cer su readaptación en el camino social normal.
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La importancia de estos factores ha salido ya a la luz bajo indagación em-


pírica. Una encuesta del Dr. HUYER indicaba que entre los factores favorables
a la buena adaptación (o readaptación) social del adolescente, examinado por
dificultades (“troubles”) de carácter, hacían acto de presencia algunas estruc-
turas. Así, por ejemplo, la estructura morfológica de tipo atlético o pícnico, la
referente a una familia unida, con buena educación familiar, ciertos mecanis-
mos fisiológicos inhibidores (emotividad, timidez), la creación de un hogar, la

303
MERLE y VITU: Obra citada, mismo lugar.

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TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 253

relacionada con práctica de actividades sociales. (…) Se puede, pues, explotar


los factores de resistencia, combatir los factores desfavorables y, a veces, ha-
cer tomar a los primeros el lugar de los segundos, con el fin de prevenir las
infracciones o de prevenir la reincidencia”304.
Es conocida la clasificación tripartita de HOWELL en torno a estos facto-
res protectores. Habla, concretamente, de tres grupos: El grupo de factores
individuales (como el género femenino, control interior, habilidades socia-
les, inteligencia sobresaliente, fuerte sentimiento moral y formación religiosa
sólida…); grupo de factores vínculados con relaciones sociales sanas (bue-
nas relaciones parentales, contactos continuados con personas de referencia
constructivas, y dispuestas al apoyo afectivo y emocional…). En fin, el grupo
de factores conectados con creencias estimulantes y equilibradas, con mo-
delos coherentes de solidaridad, de auxilio social…305
Por lo demás, no hay que decir que lo mejor es trabajar contra los factores
criminógenos y tratar de fomentar los de resistencia. ¿Por qué? Porque sería
tanto como recortar la eficacia de los factores criminógenos y aumentar la in-
fluencia, en dirección contraria, de los factores de protección.

D. POSIBLES CLASIFICACIONES DE LA SITUACIÓN CRIMINÓGENA

Son variadísimas. Tantas como criterios desde los cuales se trate de verte-
brar la clasificación criminógena.
A nosotros nos interesa señalar la clasificación elaborada a partir de la
forma de llegada de tal situación al virtual delincuente. Y, desde este punto
de vista, cabe hablar de: Situación espontánea: La que se presenta por coin-
cidencia o sin buscarla. Situación provocada: La que se hace presente en vir-
tud de la búsqueda o provocación del virtual delincuente. La primera suele
ser “compañera” (única) del delincuente pasivo. La segunda, producto del
delincuente activo, quien puede aprovecharse también de la primera.
E interesante es, desde luego, la clasificación ofrecida por O. KINBERG,
tomando como referencia la intesidad criminógena de la situación en relación
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con el delincuente virtual. Concretamente, el criminólogo sueco distingue:

G. STEFANI y Otros: “Criminologie et Science Pénitentiaire”, Edit. Dalloz, Paris,


304

p.140-141.
305
J. C. HOWELL: “Moving Risk actors into development of gang Membership; en Youth
Violence and Juvenile Justice, vol 3, 4 (2005). J.C. HOWELL and J. David HAWKINS: “Prevention
of Youth Violence”, en Crime and Justice, Vol. 24 (Youth Violence), 1998, pp. 263-315. D. D.
McDaniel: “Risk and protective factors associated with gang affiliation among high youth: a public
health Approach”, BMA House, London 2012. Puede verse también: C. VÁZQUEZ GONZÁLEZ:
“Predicción y prevención de la delincuencia juvenil según las teorías del desarrollo social (“Social
Development Theories)”, en Revista de Derecho, Vol. XIV, julio (2003) pp. 135 y ss.

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254 CésaR Herrero Herrero

— La situación específica. Llamada también “peligrosa”, es incentiva-


dora continuadamente del paso al acto y no es necesario que sea
buscada, porque está siempre intensamente latente. Se trata de una
situación que sintoniza con el registro de delito concreto a cometer y al
que se orienta el impulso criminal del virtual delincuente. (Por ejemplo,la si-
tuación permanente de rencor o de odio al extraño, la situación del violador
en serie…)
— Situación no específica (o amorfa). Se caracteriza porque no existe,
aquí y ahora, ocasión propicia para cometer un delito cualquiera, el
que sea. Para poder cometerlo ha de irse, por tanto, a buscar tal oca-
sión incentivadora. Con lo que ello supone de preparción de plan,
medios; buscar escenarios u horas oportunos… (V. gr.., planear una
estafa. Un robo a mano armada, o hurto al descuido…)
— Situación mixta. Es aquella en la que el virtual delincuente se en-
cuentra con la ocasión de cometer el delito, pero sin que exista, nece-
sariamente, sintonía o afinidad específica entre el impulso criminal
de aquél y la estimulación de la ocasión o situación. (Así, por ejem-
plo, los miembros materialmente ejecutores dentro de los grupos de
delincuencia organizada)306.

E. EL PROCESO, GLOBALMENTE CONSIDERADO, DEL PASO AL


ACTO

Son muy numerosas las proposiciones referentes a cómo se desarrolla, de


forma integrada, el proceso del paso al acto delictivo. Son muy conocidas las
elaboradas por criminólogos tan insignes como B. Di Tullio, E. H. Sutherland,
E. De Greeff o J. Pinatel.
B. Di Tullio, refiriéndose a la criminodinámica (por oposición a la crimi-
nogénesis) distingue, como integrantes de la misma, tres clases de grupos de
factores que actúan, cada uno, en su momento, pero en continuidad y coor-
dinación: la presencia de factores predisponentes (V.gr., de origen constitucio-
nalista sobre todo), de factores preparatorios (por ejemplo,estados pasionales,
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intoxicación por drogas o alcohol, estados sugestivos…) y de factores desenca-


denantes (Así, recepción de insultos, aparición del damnificante contra el que
se ha jurado venganza…)307.
E. H. Sutherland ha propuesto, como constantes explicativas del por qué
el delincuente virtual se ha convertido en delincuente en acto, las conteni-

O. KINBERG: “Problèmes fondametaux de la Criminologie”, ya citada, pp. 155 y ss.


306

B. Di TULLIO. Puede verse su obra “Principios de Criminología Clínica y Psiquiatría


307

Forense”, ya citada.

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TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 255

das en el por él denominado “proceso de maduración criminal” que, en realidad,


precede al paso del acto mismo. Esta maduración se da en el momento (“edad
criminal”) en el que el individuo ha asimilado una actitud claramente proclive
hacia la delincuencia y ha conseguido el conocimiento sobre cómo manejar
las técnicas de ejecución relacionadas con el acto o actos criminales (al menos,
los de los registros criminales por él elegidos)308.
E. De Greeff, por su parte, refiriéndose al paso al acto de los delicuen-
tes homicidas señala un conjunto de fases integradoras del paso al acto
delictivo:
— La fase de aquiescencia o asentimiento ineficaz. Representada por el he-
cho y momento en que el delincuente virtual se deshace del temor
a la vergüenza que podría causarle el oprobio social conexo a la eti-
queta de delicuente (aquí, de homicida). Se lleva a cabo mediante la
desvalorización consciente de las leyes, opiniones sociales y la impu-
tación generalizada de hipocresía a los propios conciudadanos.
— La fase de aquiescencia o de asentimiento formulado. Aquí ya se acepta
explícitamente la acción criminal, resbalándole los posibles castigos
que puedieren sobrevenirle. Piensa que ello no llegará.
— La fase de la crisis precedente al acto criminal. Se produce ante la repre-
sentación, en él, del conjunto de obstáculos que habrá de salvar para
ejecutar la acción. Pero se sobrepone a aquélla, en virtud de su se-
guridad en el éxito, al estar convencido de su capacidad para hacer
frente a los mismos.
— Fase de iniciación efectiva del paso al acto. Que se hace definitivamente
posible por la carencia de empatía suficiente para compadecerse de
la víctima309.
“El paso al acto –escriben A. PIRES y F. DIGNEFFE refiriéndose a De
Greeff– es concebido, como regla general, como el resultado de un pro-
ceso normal y complejo de adaptación del individuo a una situación de
vida. Desde aquí, “el delito no presenta en sí un producto patológico”.
El mismo expresa la relación del individuo con su biografía y su medio
y se presenta frecuentemente, para el individuo, como la mejor forma de
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adaptación que él es capaz de contemplar (De Greeff, 1956, p.14; 1935).


De Greeff muestra que se puede comprender el proceso sin hacer apela-
ción a una “criminología de factores”. Su estudio sobre “La Psicología

308
E. H. SUTHERLAND: “Principles of Criminology”; J. B. Lippincott, Philadelphia,
1947.
E. De GREEFF: “La Psychologie de l’assassinat”, en Revue de Droit Pénal et de
309

Criminologie, 3 partes, Vol. 15, 2 (1935)pp. 153 y ss.

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256 CésaR Herrero Herrero

del Asesinato en el marco de “casos normales” (De Greeff, 1935, p.153)


constituye la prueba de ello”310.
Todo lo que acaba de exponerse es asumido, e incluso ampliado, por
J. Pinatel, quien sobre este particular explica:
“Desde un punto de vista objetivo, se da el paso al acto cuando la pulsión
que apremia hacia el crimen es superior a la resistencia que encuentra.
Esta pulsión, por la cual es determinado el paso al acto es la agresividad,
que puede ser fisiológica (agredir en el sentido de ir hacia adelante) o
patológica (agredir en el sentido de atacar). Ella viene neutralizada en la
mayor parte de los hombres por alguna resistencia (temor de la desapro-
bación social, gravedad de la amenaza penal, la piedad hacia la víctima).
Ahora bien, los criminales de profesión y los grandes criminales care-
cen de estas inhibiciones: no corren el riesgo de juzgar un problema mo-
ral desde el punto de vista distinto al juicio personal, son egocéntricos,
lábiles, incapaces de evitar aquello que puede producir su propio daño,
indiferentes afectivamente, privados de emociones e inclinaciones de ca-
rácter altruista. Junto a estos factores de la personalidad que determinan
el paso al acto existen también los que regulan la ejecución. Por tanto la
dirección de la conducta criminal está en función del temperamento, su
resultado depende de la aptitudes físicas, intelectuales y profesionales, su
motivación depende de las necesidades alimentarias y sexuales.
Los procesos del paso al acto se desarrollan a partir de las situaciones
que están en la base. En la situación no específica prevalece el proceso
de maduración criminal, descrito por Sutherland, en el cual se combi-
nan la posesión de técnicas criminales y una tendencia general hacia la
criminalidad que hace así que el sujeto se considere, en cierto sentido,
embarcado en una carrera criminal. Un homicidio de carácter utilita-
rio, por su parte, debe ser encuadrado en una situación específica que
determina el proceso del acto grave. Este proceso se compone –como ha
mostrado De Greeff– de fases sucesivas (consenso moderado, consenso
manifiesto, crisis) y se coloca bajo el signo de la inhibición afectiva. Una
variedad del proceso del acto grave es el homicidio pasional, aunque pasa
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también a través de los tres estadios del homicidio de carácter utilitario.


La aproximación al proceso del paso al acto está todavía hoy al nivel se-
ñalado por Sutherland para el proceso de maduración criminal y por De
Greeff para el proceso del acto grave. Todavía en este momento los instru-
mentos metodológicos necesarios para este tipo de investigación no han
sido perfeccionados después de los trabajos de estos ilustres criminólogos.

A. PIRES y F. DIGNEFFE: “Vers un paradigme des inter-relation sociales…”, ya cita-


310

do, p. 24.

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TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 257

Se está aún al lado de la entrevista clínica y del método documental, que


son instrumentos insuficientes para afrontar una nueva dimensión de la
invetigación: la de la microcriminología”311. (Ya veremos este proble-
ma metodológico al abordar, en momento oportuno, el Método o
los métodos de la Criminología Clínica).
Los autores actuales, seguidores de la Criminología del paso al acto, si-
guen esta orientación, intensificando, sobre todo, las aportaciones sociológi-
cas, aunque sin caer en la tentación de renunciar al análisis de la realidad por
razones de moda de superestructuras ideológicas. Así, por ejemplo, Fréderic
MILLAUD viene a insistir, también, en que el ser humano posee, por el hecho
de serlo, un potencial de violencia cuyo empleo está en unión con la estructu-
ración de su personalidad. Lo que quiere decir que ha de ser a través del exa-
men de su comportamiento (sobre todo de la naturaleza de sus actos), de su
estructura de la personalidad subyacente, así como de sus conflictos, presen-
tes en su subconsciente, como podrán conocerse los motores de su conducta,
y comprenderse el porqué de su paso al acto. Aquí, al acto delincuencial312.
No se descartan los factores sociales y son irrenunciables los factores psico-
morales para poder explicar, de forma fundamentada, el mencionado paso al
acto.

F. REFLEXIONES FINALES

Sólo se puede hacer referencia al paso al acto delincuencial cuando se ad-


mite que alguien puede delinquir. Y es congruente, desde este punto de vis-
ta, con el concepto de ciencia que nosotros venimos manteniendo, explicar el
comportamiento de una persona (que al fin no deja de ser algo producido; es
decir, un efecto o conjunto de efectos) por sus causas o factores (tanto endó-
genos como exógenos. Es, por lo demás, la única manera de estar en la reali-
dad y así poder hacerla frente cuando haya de ser neutralizada, como ocurre
con acciones o conductas gravemente nocivas para la comunidad. Centrarse,
de forma exclusiva, como lo hace la Criminología radical y afines, en que la
delicuencia, toda clase de delincuencia, es un puro rótulo con que se estig-
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matiza al que, por ello, se le imputa el atributo de delincuente, es insostenible


desde una óptica realista y de sentido común. Y, desde luego, como acaba de
decirse, desde una perspectiva científica.

J. PINATEL: “Criminologia”; en “Enciclopedia delle Science Sociali”, p. 8 del estudio.


311

Así, por ejemplo, F. MILLAUD: “Le passage à l’acte: Aspects cliniques et psychodinami-
312

ques”; Edts. Elsevier Masson, Paris, 2011. Sobre el paso al acto, puede verse, asimismo, Henri
Nhi BARTE y G. OSTAPTZEFF: “Le pasage à l’acte criminel”, en su obra “Criminologie Clinique”,
Edt. Eselvier-Masson, 1992, p. 13 y ss.

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258 CésaR Herrero Herrero

Si el delincuente y la delincuencia no fueran más que el reflejo de la capri-


chosa interpretación de los mecanismos de la reacción social no existirían,”ex
se”, comportamientos gravemente antisociales (deconstrucción ontológica de la
criminalidad), sino tan sólo un puro nominalismo, acuñado por los que de-
tentan el poder (sociopolítico, económico, cultural, ideológico…) en toda su
extensión. Pero así, ¿cómo construir un orden de convivencia razonablemte
consensuado, si estamos ante la paradoja del relativismo absoluto?
¿Cómo no vamos a estimar, por ejemplo, el asesinato de un inocente, con-
ducta criminosa? El tratar de convencernos de que la calificación altamente
criminosa de tales conductas es debida a puras invenciones sociales de los
grupos poderosos, a las estructuras sociopolíticas, económicas…, del que tie-
ne y ejerce el poder, está fuera de sintonía con lo razonable. Naturalmente que
hay abusos de poder (y más cuanto menos democrático es éste) y que, efecti-
vamente, subsisten leyes penales que crean “delitos artificiales” y, en conse-
cuencia, delincuentes de la misma naturaleza. Pero no puede sostenerse en
serio que sean estas sociedades en su totalidad, las que, precisamente, creen
en auténticos postulados democráticos (con defectos notables, sin duda, en
su práctica) las que dan significación postiza y absolutamente discriminatoria
al fenómeno criminal. De aquí que, en virtud de tal denuncia y acusación, se
pretenda ir, entre otras cosas, por parte de estos doctrinarios, al abolicionis-
mo de toda clase derecho sancionador o penal. Pero, prevalentemente o sólo,
en las premencionadas sociedades. Pero, como advierte Guy HOUCHON313,
ante esta postura superestructural, superideológica, aunque se diga que se
parte de una estrategia sobre lo real, ¿cómo saber la vía a elegir para impri-
mir eficacia a la tesis del abolicionismo? Y es que, aunque la Criminología
es una ciencia multidisciplinar, que no rehúye el diálogo con las “ciencias de
las ideas”, es, sobre todo, empírica, y debe situarse al margen de las ideologías.
Sobre todo, las que tratan de suplantar la realidad en vez de tenerla como
punto de referencia. Y esto es, en no pequeña parte, lo que empezó a suceder
en las décadas de los setenta-ochenta. Tanto con los marxismos y neomarxis-
mos, como con las orientaciones postmodernistas314.
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313
Guy HOUCHON: “Évolution du concept de dangerosité en criminologie européenne”, en
Criminologie, vol. 17, 2 (1984) p.87.
314
D. SZABO describe perfectamente la evocación del texto cuando escribe: “Llegaron
entonces tiempos de turbulencias en el curso del decenio 70-80. Sus efectos fueron gravemente
perturbadores. Importantes obras resultaron de los movimientos de ideas y sociales radica-
les tardoseptentistas, denominados también “post-modernos”. Los intelectuales favorecidos,
llevados por el espíritu del tiempo, veían la puesta en cuestión radical los fundamentos mis-
mos del orden social. Sus escritos fueron amplificados por los mas-media. Autores, tales como
Michel Foucault, Pierre Bourdieu, Gilles Deleuze, Jean Lapassade o Félix Guattari, por no men-
cionar sino a los más conocidos, ocuparon las delanteras de la escena. Ellos sembraron graves
perturbaciones en el espíritu de muchos investigadores en las ciencias del comportamiento.

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TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 259

No es admisible tratar de reducir al ser humano a un pructo puramente


biológico o psicológico. Pero es, aún, más inadmisible intentar convencernos
de que el hombre es, antes que nada, pura sociología. Una auténtica antro-
pología (lo hemos argumentado ya) que parte de la observación en sistema,
tanto externa como interna (introspección) asegura que el hombre se cons-
truye desde una triple vertiente: psicobiológica, psico-moral y psicosociológi-
ca. Naturalmente, no descarta ninguna de las tres dimensiones. Y no está mal
subrayar (por haber estado un tanto descuidada para algunos) la vertiente
sociológica; pero sin detrimento de las otras.
Desde luego, ningún criminólogo serio la soslaya. D. SZABO insta, por
ello, al criminólogo de hoy a luchar en torno a dos frentes: el frente de la jus-
ticia social y el frente específico de combatir el fenómeno delincuencial me-
diante el empleo continuo y constante de métodos complementarios entre sí:
preventivos, represivos y curativos, puestos al día en virtud de las conclu-
siones más sólidas de la Criminología Teórica o Sintética y las Criminologías
Aplicadas315. Por tanto, mediante la Criminología General y, por supuesto,
mediante las aportaciones, soportes y metodología de la Criminología Clínica
(claramente, aceptando sin dogmatismos, los conceptos de estado peligroso,
personalidad criminal, el paso al acto delicuencial y sus procesos…). Por supuesto,,
estando abiertos, de par en par, a los posibles logros, en este campo, adquiri-
dos a través de vías más verdaderamente científicas. Las ideologías cerradas
(no confundir con la genuina Filosofía) no son ciencia.

Ellos intentaban también deslegitimar la criminología. Según ellos, “pseudo-sciencia” subor-


dinada a los poderes, simples subproductos pegados al proceso penal, responsables de definir,
de “construir” el crimen y al “criminal”. Los epígonos heideggerianos, lacanianos y marxistas,
ayudaban a la propagación de las ideas, provocando debates contradictorios, lanzando desa-
fíos y, sobre todo, excomuniones, sembrando así una gran confusión tanto en los medios tera-
péuticos como criminológicos. (…) Las bases de legitimidad democrática de los poderes públi-
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cos (legislativos, judiciales) fueron asimismo puestos en cuestión. Las bases del conocimiento
del hombre (la medicina psicosomática) fueron severamente contestados. El hombre resultaba
de una construcción a partir de relaciones sociales comandadas por relaciones de poder. (…)
El Estado de derecho democrático, vigente en sus dimensiones bio-psicosociales, fue someti-
do a críticas radicales y devastadoras. Se trató la redefinición del hombre, de la sociedad, de
todos sus atributos y funciones. El poder proceder a esta operación fue colocada en el centro
de la mayoría, si no de todos los intereses de la investigación intelectual, en las universida-
des, en los ministerios, en Organismos como Naciones Unidas o la UNESCO.” (“Criminologie
et Psychiatrie”, en Revue Internationale de Criminologie et Police Technique et Scientifique, 2
(2000) pp. 174-175).
315
D. SZABO: Trabajo de nota precedente, pp.176 y ss.

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Capítulo trece

EL DELINCUENTE
PSIQUIÁTRICAMENTE DEFINIDO,
DESDE LA CRIMINOLOGÍA CLÍNICA
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A. INTRODUCCIÓN

La Fenomenología de la Delincuencia nos inicia, con no escasa frecuen-


cia, en la percepción, “prima facie”, de la existencia de personas que cometen
delitos, a veces muy graves, bajo el impulso, o en el contexto propio, de algu-
na o algunas psicopatologías. Nos estamos refiriendo, efectivamente, a tipos
de delincuentes que, al menos los criminólogos clínicos (empezando por J.
Pinatel) han venido y vienen denominando “psiquiátricamente definidos”.
¿Tienen algo que ver y decir, desde su especialidad científica, tales crimi-
nólogos en torno a dichos delincuentes?
Desde luego, no perece razonable que el criminólogo “generalista”
o el criminólogo especialista (v. gr., el jurista criminólogo), no documenta-
dos, de suyo, de forma específica, en las Ciencias de la Psicología Patológica
Diferencial, ni en Psiquiatría, sean los llamados, profesionalmente, a diagnos-
ticar, pronosticar y tratar a esos infractores cuando éstos se hallen, de manera
directa y plena, bajo el influjo de las referidas psicopatologías o de anomalías
mentalmente nosológicas.
Sí deben, sin embargo, conocer los efectos que tales enfermedades o si-
tuaciones psicológicas anómalas pueden estar produciendo en alguno de
los tres sectores componentes (psicológico, psicomoral y psicosocial) del ser
humano. Deben estar al tanto del alcance criminológico de las conclusiones
básicas de los expertos en estas materias. ¿Por qué? Porque el criminólogo
(sobre todo, el criminólogo clínico) no ha de ser ajeno a nada tocante al fenó-
meno criminal. Y ello, en primer lugar, porque existen individuos afectados
por las referidas psicopatologías, o anomalías afines, que delinquen fuera del
círculo directo e inmediato de la posible influencia morbosa. Es decir, que son
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enfermos, pero son también delincuentes al margen de su estado patológico.


O sea, que pueden cometer este o el otro delito sin influencia decisiva de su
enfermedad.
En sergundo término, porque, si hubieran delinquido en virtud de la ano-
malía patológica, el criminólogo habrá, al menos, de estar orientado para poner
a su examinado en manos del adecuado especialista. El criminólogo debe aban-
donar su protagonismo con respecto al infractor cuando éste sea de verdad un
enfermo que delinque, o ha delinquido, en virtud directa e inmediata de su en-

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264 CésaR Herrero Herrero

fermedad. No estamos entonces, pues, ante un delincuente, sino ante un enfer-


mo y, por lo mismo, el actor que cuide de él debe ser otra persona competente,
profesionalmente encuadrada dentro del espacio psíquico-sanitario y con sufi-
ciente visión científico-criminológica. Lo que no quiere decir (a la vista de lo que
hace unos instantes comentábamos) que, muchas veces, el criminólogo clínico
no tenga que colaborar con el sanitario especialista de referencia. En este senti-
do, por ejemplo, se ha expresado claramente la “IV Conferencia Internacional
del Observatorio Internacional de Justicia Juvenil (OIJJ)”, sobre “Desarrollo de
Sistemas de Justicia Juvenil integradores. Enfoques en trastornos mentales y
abuso de Drogas”, de 9-10 de noviembre, Roma, 2010. Una de sus líneas prin-
cipales versó, efectivamente, sobre sistemas de justicia juvenil y de la salud, ha-
ciendo hincapié en “una necesaria colaboración multidisciplinar integradora”.
Es, en el precedente sentido, como parece que hay que entender las re-
flexiones de F. MILLAUD y J. L. DUBREUCQ, prestigiosos psiquiatras y pro-
fesores de la Dsciplina de su especialidad en la Universidad de Montreal: “La
peligrosidad, estando definida como el estado en el que una persona es sus-
ceptible de cometer un acto violento, los clínicos, pero también los juristas,
y de manera más amplia el conjunto de la sociedad, están preocupados por
la evaluación de esta peligrosidad, la predictibilidad de la violencia y por los
medios de prevención posibles. Estas cuestiones están en el corazón de la
Criminología Clínica, que abarca a la población delincuente en general, sin
restricción de los enfermos mentales”316.
Si esto es así, vamos a desarrollar ESTA MATERIA a través de un triple
Capítulo. En el primero de ellos, abordaremos un conjunto de cuestiones es-
pecíficamente generales y de principio. En el segundo y tercero de los mis-
mos, trataremos de desarrollar algunas tipologías concretas, relativas a tales
psicopatologías. Todo ello, con la creencia de que es imprescindible su conoci-
miento (y sólo como orientación) para el criminólogo clínico no especializado
en ciencias de la salud mental o con éstas estrechamente interrelacionadas.
En el Capítulo presente, además de la presente Introducción, incluimos
los siguientes apartados:
— El concepto de delincuente psiquiátricamente definido. En sentido
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estricto y en sentido amplio. Normalidad y anormalidad personal.


— Peligrosidad y volumen delincuencial atribuidos a los tipos de infrac-
tores psiquiátricamente definidos en sentido propio. La relación de
causalidad como medio discerniente del origen del acto antisocial.
— El influjo de la enfermedad psíquica en el paso al acto delincuencial.
El no aislamiento operativo.

F. MILLAUD y J. L. DUBREUCQ: “Évaluation de la dangerosité du malade mental psy-


316

chotique. Introduction”; en Annales Médico-Psychologiques, 163 (2005) p. 846.

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TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 265

— Factores no nosológicos más relevantes, potencialmente influyentes


en esta clase de enfermos, con relación al paso al acto criminal.
— Criterios de evaluación de la influencia psicopatológica y factores con-
comitantes no nosológicos en el nacimiento de la acción gravemente
antisocial o criminosa. Especial referencia a la relación de causalidad.

B. EL CONCEPTO DE DELINCUENTE PSIQUIÁTRICAMENTE


DEFINIDO. EN SENTIDO ESTRICTO Y EN SENTIDO AMPLIO.
NORMALIDAD Y ANORMALIDAD EN LA PERSONA

Hemos tratado ya aspectos importantes sobre esta cuestión en algunos de


los Capítulos precedentes de esta obra. Pretendemos, ahora, dar una visión
más amplia y más adecuada a la materia específica del apartado presente.
Hemos de recordar, no obstante, que, al referirnos al “delincuente” psi-
quiátricamente definido, afirmábamos que, en sentido propio, estamos en
presencia de un infractor materialmente considerado. Lo es así, cuando di-
cho sujeto activo ejecuta actos gravemente antisociales, penalmente típicos,
sin ser capaz, en virtud de alguna clase de psicopatología, o anomalía psí-
quica con los mismos o semejantes efectos, de conocer de forma suficiente
la perversidad y alcance nocivo de su conducta. O que, conociéndolos, no es
libre, por razón de patologías o anomalías de otra índole (patología afectiva,
emocional…), para inhibirse en su actuar.
En sentido impropio, se hace referencia a tipo psiquiátricamente defini-
do cuando el sujeto activo está afectado, por disminución y no por abolición,
en la inteligencia o libre albedrío, a causa de alguno de los factores que se
acaba de describir. En estos supuestos, ni jurídica ni criminológicamente, el
patológicamente así afectado, que lleve a cabo comportamientos gravemente
antisociales o penalmente ilícitos, ha de quedar al margen de la calificación
de delincuente. Nosotros, por ello, sólo vamos a detenernos en el desarrollo,
lo más básico posible, de los “delincuentes” psiquiátricamente definidos en
sentido estricto.
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Esta tipología de delincuentes psiquiátricamente definidos, en senti-


do estricto, ofrecida por J. Pinatel, corresponde, sustancialmente, a ese am-
plio círculo de personas que han venido siendo denominadas tradicional-
mente como “personalidades anormales” y que, según aclaran G. STEFANI, G.
LEVASSEUR y R. JAMBU-MERLIN, desde un punto de vista criminológico:
“…Serían poco típicas, en la medida en que su conducta delincuente no re-
presentaría más que una expresión, entre otras, de su anormalidad. Se trata
de individuos que obran bajo el efecto de una psicosis, de una neurosis, de
estados psicopáticos, de anomalías de la inteligencia (oligofrenias, pseudo-

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266 CésaR Herrero Herrero

débiles o desequilibrados) o, todavía, desde una inmadurez muy acentuada,


cuando el individuo, en sus modos de comunicación con el otro, se manifies-
ta en una fase infantil”317.
Al hablar, pues, de normalidad o anormalidad con respecto a una persona,
supone esclarecer a qué vertiente o sector de su personalidad se hace referen-
cia, puesto que se trata de conceptos proyectables a contenidos muy diversos.
Aquí, nos interesa dilucidar, sobre todo, la normalidad o anormalidad con re-
lación a la dinámica funcional del “yo” en su proyección intelectual-racional,
volitiva, axiológica, motivacional y afectivo-emotiva.
Desde el precedente punto de vista tan plural, ¿cuándo cabe hablar de
normalidad y cuándo de anormalidad ?
Desde una aproximación de tipo dinámico-funcional, el profesor Ugo
FORNARI (Director de la Unidad Operativa de Psiquiatría Forense, Psicología
Judicial y Criminología Clínica, de la Universidad de los Estudios de Turín),
afirma que se está ante un individuo con “personalidad normal” cuando es
dado apreciar:
— “Identidad del Yo (integración de Sí mismo, y del Otro, con significa-
do, coherencia interna, autoestima, autonomía, alegría de vivir).
— Fuerza del Yo (disponibilidad afectiva, capacidad de control de las
amociones y de los impulsos, capacidad de sublimación, coheren-
cia, creatividad y perseverancia en el trabajo y en las relaciones
interpersonales.
— Super-Yo integrado y maduro (interiorización de un sistema de valores y
de referencias relativas a la estabilidad individual), ser responsable, rea-
lista, autocrítico, respetuoso de las normas sociales y de los valores.
— Gestión apropiada de la agresividad y de la sexualidad (empatía e impul-
sos emotivos en el respeto de la relación objetal, capacidad de ter-
nura y compromiso emocional; capacidad de afrontar los obstáculos
sin reacciones excesivas).
— Constancia en la ambivalencia de la relación con el objeto interiori-
zado (las cosas son simultáneamente buenas y malas; baja activación
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emotiva).”
• Personalidad anormal
Pero, sin embargo, hay que atribuir personalidad patológica, cuando se
constata la existencia de:
— “Difusión de la Identidad (ausencia de coherencia interna y de capaci-
dad para distinguir el mundo interno del externo, el Yo del No-Yo).

317
G. STEFANI y Otros: “Criminologie et Science Pénitentiaire”, ya citada, p.161.

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TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 267

— Yo débil (dependencia estrecha de emociones e impulsos poco o nada


controlables, inconstancia e incoherencia en los afectos y en las rela-
ciones interpersonales, desconfianza en Sí y en los otros).
— Super-Yo arcaico o dependiente (sádico, persecutorio, escindido o exce-
sivamente conectado con las prohibiciones infantiles).
— Inapropiada e insuficiente gestión de la agresividad y de la sexualidad (in-
capacidad para conjugar ternura y empatía con las propias necesida-
des sexuales y relacionales, reacciones excesivas frente a los ataques
reales o presuntos en torno al propio sentimiento de autoestima,
desordenada o no conseguida relación objetal.
— Escisión de la relación con el objeto (los objetos son o idealizados o per-
seguidores; intensa actividad emotiva)”318.
Naturalmente, en estas funciones y disfunciones del Yo se dan grados.
Cuando determinadas disfunciones específicas (a nivel intelectual-racional,
volitivo, afectivo…) alcanzan ciertos niveles de gravedad, pueden desembo-
car en situaciones de anormalidad como las arriba descritas. Algunas de ellas
son las que ahora nos interesa desarrollar.
Desde un punto de vista práctico (práctico para el criminólogo clínico)
nosotros vamos a exponer, tan sólo, lo referente a noción, proceso, y conse-
cuencias respecto al ámbito criminológico, de algunas psicosis, neurosis y
psicopatías. Añadiendo, luego, algunos supuestos desencadenantes de efec-
tos similares desde una perspectiva jurídico-penal y criminológica (así, los
supuestos de reacciones primitivas, pasionales-explosivas…)
Pero, antes de pasar a esta exposición, vamos a tratar, respectivamente,
en los dos apartados siguientes, sobre la peligrosidad y volumen delincuencial,
atribuidos a los tipos de infractores psiquiátricamente definidos en sentido propio y la
relación de causalidad como medio de discernimiento del origen del acto antisocial.
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Ugo FORNARI: “I Disturbi gravi di personalità rientrano nel concetto di infermità?”,


318

Università degli Studi di Torino, 2006, pp. 3-4 del estudio. El mismo autor, en el mismo estudio
(p.4), hace referencia a las funciones propias del “Yo”, mencionando: las funciones perceptivo-
memorizativas (percepción de las situaciones tanto internas como externas, la percepción for-
mal, la atención, la memoria en sus diversas modalidades); las funciones organizativas (análisis,
comprensión y atribución de significado a los mismos); las funciones de previsión (proyección,
previsión y valoración de las consecuencias de las propias decisiones respecto del mundo exte-
rior, mediante el examen, actitud crítica y correlativo razonamiento o juicio); funciones de deci-
sión (ante los pros y los contras representados y analizados); funciones ejecutivas (planificación,
programación y selección de los modos y medios para llevar a cabo la decisión elegida).

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C. PELIGROSIDAD Y ORIENTACIÓN DELINCUENCIAL, ATRIBUIDAS


A LOS TIPOS DE INFRACTORES PSIQUIÁTRICAMENTE DEFINIDOS
EN SENTIDO PROPIO

Siguiendo el orden de las cuestiones planteadas en este epígrafe, cabe


preguntar por qué atribuimos a algunos pacientes o enfermos, en cuanto ta-
les, el atributo de peligrosos, de estar “dotados” de estado peligroso. ¿Por qué
damos por sentado que existe peligrosidad o un estado peligroso específi-
co con relación a pacientes afectados por determinadas psicopatologías? (De
esto ya hemos hablado también, pero aclaremos algo más).
Desde luego, hay autores que no dudan en afirmar tal existencia.
En esa orientación, por ejemplo, R. RIERA, G. LAURAND y Otros, ya ci-
tados en esta Obra, vienen a decirnos, en un interesante “Informe”, que el pa-
ciente peligroso, si forma parte de una población indefinida y muy dispersa,
puede ser considerado como: “…Una persona afectada por una patología mental,
inscrita en un proceso de cuidados o de suspensión de los mismos, que en una fase im-
previsible de descompensación, va a atentar contra su integridad física (autoagresión,
tentativa de suicidio, mutilación) o contra la de otro. Se puede igualmente tratar de un
individuo en estado de adicción (alcohol, sustancias estupefacientes) que, a la menor
frustración, pierde todo control de sí mismo y agrede a su entorno. Puede ser todavía
paciente peligroso la persona sana de espíritu que, bajo el efecto de la angustia, del dolor,
la impaciencia o la cólera va a manifestarse violento y poner en peligro la seguridad o la
integridad del prójimo”319.
Pero no son escasos los defensores de la negación de una tal peligrosidad
propia con respecto a esos pacientes. Se apoyan, para este aserto, en que son
poco numerosas las pesonas con enfermedades mentales que aparecen en las
“estadísticas” de delitos graves o muy graves. Y aún más. Sostienen, siguien-
do las directrices de las criminologías de la reacción social, que estos enfer-
mos (por ejemplo, los psicóticos) no sólo no destacan como sujetos activos de
esos delitos, sino que son ellos los que vienen convirtiéndose, con profusión,
en víctimas de agresiones múltiples y variadísimas. Su atribución de frecuen-
tes ejecutores de graves conductas antisociales sería fruto, una vez más, del
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proceso de estigmatización al que vendrían siendo sometidos320.

319
R. RIERA y Otros: “La prise en charge des patients susceptibles d’être dangereux”;
Informe comisionado por Inspection Générale de l’Adminitration, des Services judiciaires et
des Affaires Sociales”, de la République Française, Fevrier, 2006, p. 6.
320
Jean-Charles PASCAL, contestando a la preguta de si existe una peligrosidad psi-
quiátrica específica, afirma que lo primero que hay que constatar es lo sorprendente que
aperece esta cuestión, al costatar la ausencia de consenso. “Estos –dice– que calificaría de
esencialistas, niegan toda clase de peligrosidad psquiátrica.” (Comment définir la “dangerosité
psychiatrique” dans le champ des langerosités?”; en Vol Col. “Dangerosité psychiatrique: étude et éva-

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TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 269

Otros hablan de “mito”, al oponerse a que se hable de esta clase de peligo-


sidad. Daniel NAVARRO, conocido psiquiatra argentino y profesor de Clínica
de la Psicosis en la (UFLO), asegura, en efecto, que: “…Existe, enraizado en
la sociedad, el mito de la peligrosidad del enfermo mental, una construcción
social alentada por el positivismo criminológico, que presenta al mismo como
un sujeto determinado biológica y genéticamente, incurable, inmodificable y
peligroso. La clínica de la psicosis nos demuestra que tal concepción se aparta
de la realidad, siendo el resabio de una manera de pensar la locura, instau-
rada hace más de un siglo.Hoy sabemos que el riesgo de dañarse a sí mis-
mo o a terceros es propia de los estados de descomposición psíquica y que el
mismo remite en breve tiempo con el tratamiento adecuado. Atrás quedaron
las indicaciones pinelianas del encierro manicomial prolongado, debiendo
hoy respetarse el derecho de los pacientes a vivir en la comunidad, a recibir,
como lo señalan la Ley de la Salud mental de la Ciudad de Buenos Aires,
los Tratados Internacionales dee Derechos Humanos y recientes fallos de la
Corte Suprema de Justicia, el tratamiento que menos restrinja su libertad”321.
Lo más seguro parece que es afirmar, desde luego, que no puede confun-
dirse, sin más, enfermo mental con individuo en estado peligroso. Que no todo
individuo afectado por algún trastorno mental pasa a ser violento. Porque está
contrastado que no todos, ni mucho menos, son violentos. Y que, por supuesto,
la gran mayoría que son sujetos activos de conductas violentas no padecen tras-
torno mental alguno. Mas ello no quiere decir que, proporcionalmente (desde
un punto de vista de volumen demográfico), no existan datos fidedignos sobre
que, al menos, determinados pacientes mentales (esquizofrénicos, paranoicos…)
que pongan de manifiesto que los mismos no superen (nunca en exceso), sobre
todo en algunos delitos, a la población no afectada por tal síndrome.
Ilustres especialistas en la materia, como M. BÉNÉZECH, P. LE BIHAN o
L. M. BOURGEOIS, entre otros, lo argumentan cuando exponen: “…Hasta re-
cientemente, muchos autores no aceptaban el hecho de que pudiera existir una
correlación entre violencia y trastornos mentales (troubles mentaux), razonando
que la utilización de grupos-controles estadísticamente apropiados para las va-
riables sociodemográficas hacía desaparecer ese vínculo aparente. Después que
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los métodos epidemiológicos han avanzado, los datos recientes, más fiables y
científicamente válidos, sobre una asociación posible entre violencia y enferme-
dad mental, han sido alcanzados. Las evidencias de ellos han sido así acumula-
das en torno a que las personas que presentan trastornos mentales poseen un

luation des facteurs de risque de violence hétéro-agressive chez les personnes ayant une schizophrénie ou
des troubles de l’humeur”, Haute Autorité de Santé (HAS), Paris, Décembre 2010, p. 19).
321
Daniel NAVARRO: “El mito de la peligrosidad”; Ponencia del autor en el Primer
Congreso Internacional de Criminología y Psiquiatría Forense, Buenos Aires, septiembre, 2009,
pp.6-7 del estudio.

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270 CésaR Herrero Herrero

incremento de riesgo de criminalidad y más particularmente de criminalidad


violenta”322.
Las conclusiones de los autores precedentes han sido inferidas después de
estudios epidemiológicos sobre poblaciones de detenidos (presos), sobre autores
de homicidios, sobre pacientes psiquiátricos tratados ambulatoriamente, desde
estudios realizados mediante cohortes de nacimientos y desde estudios epidemio-
lógicos en torno a la población general. Viniendo aquéllos a sintetizar que: “El
conjunto de estos trabajos sugiere la existencia de una relación positiva entre
perturbación mental mayor, “comorbidez” psiquiátrica y criminalidad, asocia-
ción que aparece tanto más fuerte si se trata de un hombre esquizofrénico con un
diagnóstico de abuso o de dependencia a una substancia, en particular el alcohol,
manifestándose, así, la ventaja de los crímenes violentos sobre los no violentos.”
Si bien, acto seguido, alertan sobre la contrapartida: “Sin embargo –añaden– es
necesario destacar que la violencia no afecta a todos los pacientes y que la crimina-
lidad de los enfermos mentales no representa nada más que una débil proporción
de la criminalidad general. Swanson y otros constatando enteramente la frecuen-
cia superior de comportamientos violentos en casos de trastornos psiquiátricos,
subrayan que la criminalidad de las personas que presentan trastornos esquizo-
frénicos no representa más que un 3% de la violencia en general, siendo sólo con
el alcoholismo cuando se presentan como más responsables de violencias que los
otros trastornos reunidos. En Francia, sobre alrededor de 2000 homicidios al año,
sólo un 5% es atribuible a personas que adolecen de una patología mental grave,
psicosis esquizofrénica o paranoica en la mitad de los casos”323.
En la misma sintonía, Ráphael GOUREVITCH, psiquiatra del Centro
Hospitalario “Santa Ana”, de París, insiste en que no todos los enfermos mentales
son violentos. Que la agresividad representa la excepción y no la regla en la pre-
sentación clínica. Que, después de los años noventa del pasado siglo, estudios
metodológicamente rigurosos habrían permitido la aportación de un esclareci-
miento sereno y realista sobre los vínculos reales entre enfermedad mental y vio-
lencia. Que: “La verdad documentada es que la gran mayoría de comportamien-
tos violentos son producto de individuos libres de trastornos mentales severos”.
Que: “Estos trastornos estarían en relación con el 0’16 casos de homicidios por
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100.000 habitantes y por año, mientras que la tasa de homicidios en la población


general es de 1 a 5 por 100.000 habitantes y por año.” Añadiendo que aquí se en-
tiende por trastorno mental severo el definido por S. Hodgins324, asumido, con con-

Michel BÉNÉZECH, P. LE BIHAN y M.L. BOURGEOIS: “Criminologie et Psychiatrie”,


322

Encycl. Med. Chir. (Éditions Scientifiques et Médicales, Elsevier SAS, Paris, 2002, p. 1 del estudio.
323
Autores de nota precedente, mismo estudio, pp. 3-4.
324
A este respecto, puede verse el trabajo de S. HODGINS: “Mental disorder, intellec-
tual deficiency, and crime. Evidence from a birth cohort”; en Archives General Psychiatry, 49
(1992) pp. 476 y ss.

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TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 271

senso generalizado, en la actualidad y que es el que se refiere a “la esquizofrenia


y a otros trastornos delirantes, y trastornos del humor”325.
Con equilibrio informado, es menester, por tanto, dejar claro que es extraordi-
nariamente relevante para la comunidad, en beneficio de su seguridad y libertad, no
ocultar este acontecimiento tal cual es. Será beneficioso también, por supues-
to, para los mismos enfermos mentales que, en su gran mayoría, son ajenos
a la perpetración de actos violentos o de otra clase de ilicitud. Y, por tanto,
es, dentro de estos límites, desde donde podemos hablar de una peligrosi-
dad psiquiátrica específica. Peligrosidad, pues, más bien marginal, si tomamos
como punto de referencia el comportamiento nada perturbador, en general,
de los afectados por alguna de las enfermedades mentales. La estigmatiza-
ción social, sobre todo cuando carece de fundamento, acentúa la exclusión
y la deshumanización, y esto que es siempre inadmisible, lo es más en un
Estado Social y Democrático de Derecho, proclamador, como primordial, del
respeto y defensa de la dignidad inviolable de la persona326.

D. INFLUJO DE LA ENFERMEDAD PSÍQUICA EN EL PASO AL ACTO


DELINCUENCIAL. EL NO AISLAMIENTO OPERATIVO

¿Los infractores psiquiátricamente definidos, en sentido propio, actúan


siempre bajo la influencia directa, inmediata y exclusiva de la psicopatología
de la que adolecen? Podemos decir, de entrada, que no. Cualquier comporta-
miento humano (también el antisocial) es efecto y expresión, como ya sabe-

325
R. GOUREVITCH: “Quelles sont les données de la litterature concernant la violence hété-
ro-agressive chez les personnes présentant une schizophrénie?”; en Vol Col. “Dangerosité psychiatri-
que: étude et évaluation des facteurs de risque de violence hétéro-agressive chez les person-
nes ayant une schizophrénie ou des troubles de l’humeur ”; Haute Autorité de Santé (HAS),
Paris, Décembre, 2010, pp. 49-50.
326
En sentido del texto, hace observar el ya mencionado J. Ch. PASCAL: “La rehuida en
abordar la cuestión de la peligrosidad de ciertos enfermos mentales no puede considerarse como
pertinente cuales quieran que sean la expresión del drama y su manipulación mediática. Cuando
el jefe del Estado (Sarkozy), en su discurso pronunciado en la IEPS-Erasmo, el 2/12/2008, hace re-
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ferencia a la cuestión planteada por un pase al acto homicida realizado, algunos días antes, por
un enfermo mental, de salida en prueba, ¿cómo no estar de acuerdo con él? ¿Cómo no estar de
acuerdo sobre la necesidad de mejorar los niveles de toma en consideración de los pacientes que
nos preocupan por su potencialidad agresiva o su observancia malvada? ¿Pero cómo, también,
no estar de acuerdo sobre la voluntad expresada repetidas veces en torno al “riesgo cero”, que
no sólo es una añagaza, sino que conduciría inexorablemente a una sociedad orweliana, donde
el objetivo de superación se sustituiría por el de igualdad y que para controlar una fracción de la
sociedad se convertiría en liberticida para una gran mayoría? Debemos, por tanto, estar vigilan-
tes sobre este punto del que sabemos, por lo demás, que los primeros ciudadanos expuestos a las
derivas securitarias son los enfermos mentales, cuya inmensa mayoría no aparecen concernidos
por pasos al acto violentos.” (Trabajo ya citado, pp.21-22).

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272 CésaR Herrero Herrero

mos, tanto de factores endógenos como exógenos, siempre que estén presen-
tes en el individuo en el momento de actuar o de reaccionar en el proceso del
paso al acto.
A este respecto, son esclarecedoras las reflexiones de M. BÉNÉZECH,
P. LE BIHAN y M.L. BOURGEOIS, al tratar de aproximarse clínicamete al fe-
nómeno: “La postura consistente en concebir un crimen únicamente a partir
de la psicopatología de su autor y del diagnóstico es ciertamente reduccionis-
ta. Si los crímenes cometidos por los enfermos mentales se incriben en una
dinámica criminógena propia en el paciente –proceso más o menos largo ja-
lonado de dramas existenciales y de situaciones frustrantes– el estudio de un
paso al acto criminal debe tomar en consideración los factores situacionales
así como los ligados a la víctima.
(…) La comorbidez es igualmente importante a considerar. En el estudio de
Swanson y otros,327 elaborado con un método riguroso, la frecuencia de la violen-
cia aumenta con el número de diagnósticos categoriales para un mismo pacien-
te. Esta comorbidez, sea diagnosticada como categorial o dimensional, aumenta
considerablemente el riesgo de violencia, de hétero o de autoagresión. La comor-
bidez entre un trastorno mental (esquizofrenia) y un abuso de sustancias es par-
ticularmente asociada a un riesgo agudo de comportamiento violento.”328
Entonces, si lo ordinario es que, en el paso al acto violento, criminal, el
enfermo psíquico, se vea influenciado, también, por variedad de factores dis-
tintos de los generados por la enfermedad misma, debemos entender que
es posible que no siempre la enfermedad sea decisiva en el surgimiento del
comportamiento delictivo concreto. Que debe descubrirse cómo influyen los
diversos factores en presencia. ¿Cómo poder saber cuándo y cómo ocurre
esto, de gran relevancia criminológica y penológico-jurídica? (Decimos que
de gran relevancia penológico-jurídica, porque estamos en un campo donde
puede quedar comprometida, en mayor o menor grado, la imputabilidad o
no imputabilidad de estos sujetos activos. Y hablamos de gran relevancia con
relación a la Criminología (sobre todo Clínica), porque es misión fundamen-
tal de ésta el indagar los factores impulsores de la acción antisocial o ilícita
para tratar de neutralizarlos mediante los correspondientes medios de pre-
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vención, intervención o de adecuado tratamiento).


Entonces, ¿qué factores criminógenos pueden influir, en el enfermo psíqui-
co, y cuáles pueden ser los criterios para ponderar o medir su influencia? Vamos
a verlo, respectivamente, en los dos siguientes apartados.

327
Este estudio de J.W. SWANSON, C.E. HOLZER, V. K. CANJU y R.T. JONO es el que
lleva por título: “Violence and Psychiatric disorder in the community:evidence from the epidemiologic
catchment area surveys”; en Hosp. Community Psychiatry, 42 (1990) pp.761 y ss.
328
M. BÉNÉZECH y Otros: “Criminologie et Psychiatrie”, ya citado, p.5 del estudio.

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TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 273

E. FACTORES NO NOSOLÓGICOS MÁS RELEVANTES, POTEN-


CIALMENTE INFLUYENTES EN ESTA CLASE DE ENFERMOS
CON RELACIÓN AL PASO AL ACTO CRIMINAL

En cuanto al abanico de factores no nosológicos,más relevantes, poten-


cialmente influyentes en esta clase de enfermos, no difiere mucho de los
atribuidos a los delincuentes considerados “estadísticamente” normales (de
estos delincuentes y sus factores hablaremos, en esta Obra, en un Capítulo
monográfico). Baste ahora, por ello, señalar el hecho de que son muchos los
autores, especialistas en esta materia, que indican la necesidad de determinar,
al tratar de tales enfermos y de sus actos antisociales, los factores en cuestión.
Se suele hacer referencia a:
— Factores demográficos (la edad, el sexo, el estado civil, la situación
socioeconómica…).
— Factores relacionados con la biografía personal (contexto familiar
desde la infancia, antecedentes delictivos, sobre todo en relación con
la violencia…).
— Las fases, respecto del desarrollo de la persona, durante las que se
han dado los procesos de elaboración y modos de manifestación de
la violencia o conducta gravemente irregular…
— La accesibilidad a las armas y a las víctimas…
— Los factores relacionados con el abuso de alcohol y estupefacientes.
— Los factores relacionados con el estado mental y los elementos psico-
dinámicos (elaboración de mecanismos de defensa y de elaboración
psíquica en general (fantasías…).
— Los factores neuropsíquicos (impulsividad, capacidad o rigidez
cognitiva…).
— Factores relacionados con la incapacidad de autocrítica…
— Factores relacionados con la constancia en la observancia del trata-
miento farmacológico o terapéutico…
— Factores relacionados con la tabla y gama de valores del paciente, de
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su contexto o medio-ambiente…329
Otros autores hablan de factores de riesgo criminal considerándolos
como predicctores del paso al acto, sin que exista gran diferencia en conteni-
do con respecto al apuntado en el esquema precedente. Así se señalan:
— Predictores ligados a la infancia del sujeto.

Ver este esquema más desarrollado en F. MILLAUD y J. L. DUBREUCQ: “Évaluation


329

de la dangerosité du malade mental psychotique…”, ya citado, pp. 847 y ss.

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274 CésaR Herrero Herrero

— Predictores vinculados a los antecedentes penales.


— Preditores conexos con el estado mental.
— Predictores relacionados al estilo de vida y a las disposiciones sociales.
— Predictores ligados a la situación precriminal.
— Predictores vinculados a la víctima virtual.
— Predictores ligados a la toma en consideración de las propias car-
gas, sobre todo las terapéuticas o rehabilitadoras330. (Al tratar de los
Factores criminógenos ya contrastados, volveremos sobre esta cuestión).
Autores como C.D. WEBSTER, K. S. DOUGLAS, D. DEAVES, S.D. HART,
sistematizan estos factores yendo a las tres dimensiones del tiempo biográfico
y así hacen referencia a factores históricos (pasado), factores clínicos (presen-
te) y factores relacionados con la administración, cálculo o gestión del riesgo
(futuro). Entre los factores históricos, citan: violencia anterior, entre la que des-
tacan el acto inicial violento de adolescencia o juventud, relaciones íntimas
nada o escasamente duraderas o estables, dificultades en el empleo, proble-
mas de adicción a toxicomanías, enfermedad o enfermedades mentales de
tipo mayor o graves, psicopatías, inadaptación al entorno durante la mino-
ría de edad y juventud, trastornos de la personalidad, fracaso anterior de la
sobrevigilancia o control. Entre los factores Clínicos, mencionan: la dificultad
para llevar a cabo actividades de introspección, las actitudes o disposiciones
negativas, síntomas activos de enfermedad mental grave, notables dosis de
impulsividad, oposición o resistenacia a ser tratado. Y, en fin, en cuanto a los
factores relacionados con el cálculo del riesgo, enumeran: los planes irreales, expo-
nerse a factores desestabilizantes, ausencia de solidez personal, inobservan-
cia de los medios terapéuticos, vida estresada…331
Y, en fin, especialistas como J. L. SENON, M. VOYER, C. PAILLARD y N.
JAAFARI, se pronuncian en la misma línea. Después de advertir que la evalua-
ción del estado peligroso (“dangerosité) está en el centro de muchos debates, tanto
dentro del ámbito judicial como en el mundo de la psiquiatría, y que el víncu-
lo entre trastorno mental y violencia se ha manifestado evidente en la literatura
científica especializada, confirman la versión precedente. La de que numerosos
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factores están presentes, acompañando a la realidad psicopatológica, en el au-


mento del riesgo de ese fenómeno violento. Que tanto es así que la enfermedad
mental sola no puede predecir un riesgo de violencia futura. Que la evaluación

Este esquema muy pormenorizado puede verse en M. BÉNÉZECH y Otros:


330

“Criminologie et Psychiatrie”, ya citado, pp.4-5 del estudio.


331
Ver C.D. WEBSTER y Otros: “HCR-20: Assessing risk of violence, version 2”; Mental
Health, Law and Policy Institute, Simon Frazer University, Vancouver, 1997. �����������������
(HCR son las ini-
ciales de Historical factors, de Clinical factors y Risk assessment factors. El 20= al número de
items incluidos y sumados entre los tres conceptos anteriores).

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TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 275

de la peligrosidad de índole psiquiátrica o, mejor, la de riesgo de violencia, urge


el estudio de los diferentes factores de riesgo de violencia, que podrá valerse,
para ello, por ejemplo, de la oportuna entrevista o encuentro clínicos, apoyados
por el empleo de instrumentos actuariales o de protocolos semiestructurados.
Estos autores ofrecen, además, una clasificación de factores de riesgo: los
estáticos, considerados no modificables (v. gr., sexo, edad) o escasamente varia-
bles (así, la estructura de la personalidad, personalidad disocial, o paranoi-
ca…) y los dinámicos, estimados mutables (adicciones tóxicas, evaluaciones
clínicas…)332. Sobre estos factores hace observar J.Ch. PASCAL que el examen
de los mismos debe respetar un equilibrio, y no privilegiar, como lo haría una
posición actuarial estricta, los factores estáticos, en detrimento de los factores
dinámicos, con el peligro de convertir en estáticas las perspectivas evolutivas
y la evaluación de los riesgos. “Permitir a un paciente, a través del vínculo
terapéutico instituido, ubicar y determinar mejor sus propios factores de ries-
go, es un acto más prevetivo que el análisis de su peligrosidad potencial”333.

F. CRITERIOS DE EVALUACIÓN DE LA INFLUENCIA PSICO-


PATOLÓGICA Y FACTORES CONCOMITANTES NO NOSOLÓGICOS
EN EL NACIMIENTO DE LA ACCIÓN GRAVEMENTE
ANTISOCIAL O CRIMINOSA. ESPECIAL REFERENCIA A LA
RELACIÓN DE CAUSALIDAD

¿Cuáles pueden ser los criterios para ponderar la influencia de cada uno de
dichos factores y el influjo de la enfermedad psicopatológica en el paso al acto
gravemente antisocial o delictivo?
En la doctrina334, se suele acudir a cuatro criterios en orden al precitado
discernimiento: Criterio cualitativo, referente a la naturaleza de los factores
en presencia y, aquí, sobre todo, de la psicopatología. Criterio cuantitativo, re-
lacionable con la intensidad y el grado de los mismos. Criterio cronológico,
vinculado a la presencia de tales factores o psicopatología durante el proceso
de surgimiento del comportamiento antisocial o criminoso (sincronización).
Criterio ligado a la relación de causalidad entre tal compotamiento y dichos
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factores y psicopatología (sea simple o compleja).


Expliquemos algo más sobre el contenido del párrafo precedente.

Sobre esto, ver M. VOYER, J. L. SENON y Otros: “Dangerosité psychiatrique et pre-


332

dictivité”, en Information Psychiatrique, Vol. 85, 8 (2009)pp. 745 y ss.


333
J. Ch. PASCAL, trabajo ya citado, pp.20-21.
334
Ver, por ejemplo, J.J. CARRASCO GÓMEZ y J. M. MAZA MARTÍN: “Manual de
Psiquiatría Legal y Forense”; Editorial La ley-Actualidad, Madrid, 1997.

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276 CésaR Herrero Herrero

Dejando, ahora, a un lado a los factores criminógenos concomitantes, pero


no nosológicos, aunque sin olvidar que, inevitablemente, interactúan con la
enfermedad en cuestión (en su momento, reiteramos, volveremos sobre ellos),
y centrándonos sobre la psicopatología, decimos (por creerlo aplicable) lo que
Ugo FORNARI ha afirmado, en este ámbito, para la figura del trastorno grave de
personalidad (“Disturbo Grave di Personalità”). Concretamente expone:
“El problema clínico y la consecuente valoración psiquiátrico-foren-
se de un Trastorno Grave de Personalidad (por complejo que ello sea)
estriba en documentar, a la luz del historial clínico, de los resultados
de las investigaciones psicodiagnósticas, de las circunstancias que
han precedido, acompañado y seguido al delito, si el Trastorno se ha
(o menos) manifestado en manera cualitativa o cuantitativamente
suficiente para conferir “valor de enfermedad” al delito cometido. En
otras palabras, también en presencia de un trastorno de personali-
dad grave o serio, si la génesis (proyección) y la dinámica (ejecución)
del comportamiento criminal indican que –en el desarrollo complejo
y en el informe retrospectivo del mismo– el autor ha conservado, y
conserva, sustancialmente indemnes las áreas funcionales de su Yo,
predispuestas a la compresión del significado de su acto y de las con-
secuencias del mismo (funciones perceptivo-memorizantes, organi-
zativas, previsivas, decisionales y ejecutivas) no se puede concluir en
el sentido de la existencia de un vicio de la mente”335.
Entonces, claro está, habrá que explicar el paso al acto por la concurrencia
de otros factores. De factores que, de ordinario, aunque actúen en constelación,
no determinan fatalmente (sólo impulsan o propician) el comportamiento, por-
que son, en principio insuficientes para derogar la comprensión y la capacidad
de decisión libre del autor. Si bien ha de irse a neutralizarlos porque, sin ellos,
sin su interacción, tampoco se hubieran producido la acción o la omisión crimi-
nosas. Y es esto último, desde luego, lo que más interesa a la Criminología.
Por tanto, en cuanto al criterio que estimamos, también aquí, más tras-
cendente, el de relación de causalidad, es asimismo, tal vez, el más difícil de
desvelar, pues ello supone determinar, como acaba de decirse, si el efecto pro-
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ducido (la conducta antisocial o delictiva) puede y debe ser atribuida, como
conditio sine qua non, a la psicopatología de referencia. Y no puede soslayarse
que la enfermedad psíquica no es algo, fenomenológicamente hablando, que
se pueda percibir sensiblemente y de forma directa.
Sin entrar, de momento, en más complejidades, son, sobre el particu-
lar, interesantes las siguientes conclusiones del Médico Forense español
y Profesor de la materia de su especialidad en la Universidad de Cádiz, A.

335
Ugo FORNARI: Trabajo ya citado, p.12.

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TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 277

VILLAREJO RAMOS, referidas, también, de forma concreta, al “trastorno de


personalidad”, si bien estimamos que extensivas al resto de las enfermedades
psicopatológicas:
“En primer lugar diremos que determinar la causalidad entre un hecho
delictivo y el trastorno de personalidad padecido por quien lo cometió es
una tarea fuera del método científico y sujeta más bien a la observación
empírica. Y esto es así porque, si bien es cierto que el sujeto en cuestión
ha podido presentar un patrón determinado de comportamiento en el pa-
sado, nada nos asegura que este patrón sea el responsable de la conducta
que se imputa en el presente. Por otro lado, establecer la causalidad en-
tre una conducta ilegal y el trastorno de personalidad del infractor es
responder a la cuestión de si éste hubiese cometido el mismo delito en el
caso de no padecer dicha alteración, es decir, es movernos en el terreno
meramente probabilístico.
(…) En segundo lugar, las causas de una conducta, sea esta legal o
no, han de ser buscadas en un conjunto de factores fundamentados en
la interacción de los elementos ambientales presentes o pasados con la
estructura de la personalidad del imputado. Encontrar esos estímulos
situacionales y relacionarlos con la personalidad del delincuente es im-
prescindible para comprender la psicogénesis del delito y establecer la re-
lación de causalidad entre éste y el trastorno de personalidad.
En tercer lugar, y en virtud de la consistencia de ciertas conductas y
la especificidad de determinados rasgos (rasgos primarios, centrales
o esenciales) que caracterizan a la personalidad, podemos establecer el
nexo de causalidad entre una conducta antinormativa y el trastorno de
personalidad del imputado, cuando tal conducta es la consecuencia de la
interacción de uno o varios estímulos ambientales específicos con un ras-
go primario o central de dicha personalidad. En caso contrario, es decir,
cuando un estímulo situacional no específico afecta a una característica
no central o esencial de la personalidad, se producirá una conducta ines-
pecífica, que podría presentarse en cualquier tipo de personalidad, lo que
nos impide establecer nexo causal entre la acción ilegal y el trastorno de
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personalidad. (…) Las anteriores consideraciones, finalmente, nos exige


investigar el tipo de estímulos situacionales tanto actuales como ante-
riores que desencadena la conducta antijurídica y relacionarlo con los
rasgos centrales de la personalidad para poder establecer el nexo causal
entre éstos y el delito imputado”336.

336
A. VILLAREJO RAMOS: “El criterio de causalidad en la valoración de la imputabilidad de
los tratornos de la personalidad”; en Cuadernos de Medicina Forense, julio 33 (2003) pp. 5-7 del
estudio.

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Capítulo catorce

DESARROLLO DE ALGUNAS
PSICOPATOLOGÍAS CONCRETAS
EN PERSPECTIVA CLÍNICO-CRIMINOLÓGICA.
1º LAS PSICOSIS
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A. INTRODUCCIÓN

Una vez expuestos las cuestiones y conceptos básicos “in genere” sobre
los denominados delincuentes “psiquiátricamente definidos”, pasamos, aho-
ra, a exponer un conjunto de tipologías psicopatológicas, o afines, a las que
se considera más comunes y frecuentes y, desde luego, las más conocidas y
tratadas por los especialistas de la Psiquiatría. Y son, también, las que confor-
man, en este campo, su relación más frecuente con la Criminología. Entre las
psicosis, ha de incluirse: la esquizofrenia, la psicosis paranoica, psicosis ma-
níaco-depresiva (con su doble episodio: la depresión y el episodio maníaco),
la epilepsia. Además, fuera del círculo psicótico, es importante la neurosis y,
en relación con la inteligencia en cuanto tal, la deficiencia intelectual u oli-
gofrenia. Vamos a hacer mención, asimismo, de las psicopatías, del trastorno
antisocial de la personalidad y de los trastornos graves de la personalidad. En
fin, sin olvidar que existen otros síndromes y trastornos. Así, por ejemplo, el
trastorno del control de los impulsos, trastornos de ansiedad, trastornos del
sueño. Y, por su extensión y actualidad, no puede dejarse de nombrar el abu-
so de alcohol y de sustancias estupefacientes.
Aquí, en este Capítulo, vamos a hacer referencia, haciendo prevalecer el
punto de vista criminológico, a las características propias de las mencionadas
psicosis y a su relevancia criminógena.
Las características propias de la neurosis y sus referencias delictivas, las
oligofrenias y las psicopatías (algunas tipologías) y su proyección criminóge-
na, así como las afinidades y diferencias entre la psicopatía y el trastorno an-
tisocial de la personalidad, serán objeto, respectivamente, de los dos Capítulos
siguientes.
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B. EL CONCEPTO DE PSICOSIS Y LA ENUMERACIÓN DE SUS


CATEGORÍAS

Antes de entrar a desarrollar específicamente las principales tipolo-


gías psicóticas y su dimensión criminógena, parece imprescindible saber
qué ha de entenderse por psicosis “in genere”. Entonces, ¿cómo definir la
psicosis?

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282 CésaR Herrero Herrero

Concepto de psicosis. No obstante los enfoques, un tanto diversos, del


DSM-IV337 y la CIE-10338, en torno a esta patología, parece que el concepto,
quizá el más generalizado, de psicosis es el que la define como: Desorden o
trastorno psicológico identificado por la reacción grave y global de la personalidad,
consistente en severos desajustes o perturbaciones del juicio y de la voluntad.
Lo cierto es que las distintas corrientes psicológicas y psiquiátricas atribu-
yen a las distintas categorías psicóticas las características del delirio, la disociación
comportamental, las alucionaciones, las perturbaciones de juicio en general…339
Estos desquiciamientos impiden al paciente hacer frente a los asuntos más
elementales de la existencia. Por eso, S. FREUD venía a decir que la psicosis
afecta de tal manera a la persona, y sobre todo a la mente, que establece una
gigante barrera entre el enfermo y la realidad. Le desgaja de la realidad340.
“En general –escribe Hilda MARCHIORI– los trastornos psicóticos se carac-
terizan por un grado variable de desorganización de la personalidad, se des-
truye una relación con la realidad y existe una incapacidad para el trabajo, es
decir que el psicótico entra en una etapa de improductividad y de un casi total
aislamiento psíquico y social, de ahí la marginación de que es objeto”341.
Por tanto, si quisiéramos otorgar las notas básicas que rodean a la psico-
sis, podríamos decir que:
— Recluye al paciente dentro del círculo de sus perturbaciones, convir-
tiéndolo en absorto de sus disfunciones mentales. Con la paradoja de
que es muy probable que ignore el padecimiento de tales trastornos.
— Sitúa al que la sufre al margen de la realidad, incapacitándole para
ser autosuficiente en la vida342.

Ver, por ejemplo, “Criterios diagnósticos de los trastornos mentales en DSM-IV


337

(APA): “Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders”, American Psychiatric Association,
Fourth Edition, Washington, 1996. (DMS [APA]=Diagnóstico de Desórdenes Mentales-
Asociación Americana de Psiquiatría).
338
CIE-10 (OMS): “Classification Internationale de Troubles mentaux et des Troubles du
comportement”, O.M.S., Edt. Masson, Maris, 1993. (CIE= “Clasificación Internacional de
Enfermedades).
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339
Sobre esta materia puede verse también: Fernando COLINA: “Melancolía y para-
noia”; Editorial Síntesis, Madrid, 2011, en pp. 11 y ss.
340
Ver S. FREUD: “La pérdida de la realidad en la neurosis y en la psicosis”; Obras
Completas, edic. de J. Strachey y traducción de J. L. Echeverri y L. Wolfson, editorial
Amorrortu, B.Aires, Vol. 19. (El trabajo fue publicado por el autor en 1924). También, puede
verse del mismo autor: “La escisión del yo en el proceso defensivo”, en Vol. 23 de las anteriores
Obras Completas. (Trabajo publicado por Freud en 1938).
341
H. MARCHIORI: “Personalidad del delincuente”, Editorial Porrúa, México, 2009,
pp.47-48.
342
Siguiendo la doctrina especializada y las evoluciones de la “sanidad oficializada”
(DSM-IV y CIE-10 de la OMS), Andrea LAGOS y Otros refuerzan lo que venimos diciendo en

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TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 283

Entre las categorías de psicosis más relevantes (no entramos, aquí, en las
complejas clasificaciones de la DMS-IV, por razones pedagógicas y prácticas),
destacamos, como ya hemos insinuado, la esquizofrenia, la psicosis manía-
co-depresiva, la paranoia y la epilepsia. Veamos, sucintamente cada una de
ellas en los apartados que siguen.

C. LA ESQUIZOFRENIA Y SUS TIPOLOGÍAS PRINCIPALES. SU


VERTIENTE CRIMINÓGENA

Sin tratar de acceder, ahora, a hablar de las distintas fases en la evolución


del diagnóstico de las psicosis, digamos que KRAEPELIN (1919) denominó
“demencia precoz” a los cuadros representados por delirios y ausencia afectiva
a una edad muy temprana, distinguiendo entre esquizofrenia (delirios) y psi-
cosis maníaco-depresiva (ausencia o vacío afectivos). E. BLEULER, más tar-
de, pasó a llamar, a la demencia precoz, esquizofrenia por considerar que lo ca-
racterístico de ésta era la “división o partición” del proceso del pensamiento.
Mientras las otras manifestaciones psicóticas se hacían presentes, más bien,
como síntomas de aplanamiento afectivo, pensamiento distorsionado, abu-
lia…, pudiendo, a veces, aparecer, en ellas, delirios y alucinaciones como, por
ejemplo, en la psicosis maníaco depresiva. K. SCHNEIDER, de forma ecléc-
tica, acudiría a la unión presencial de unos y otros síntomas (denominados

texto cuando escriben: “Las psicosis constituyen un trastorno cualitativo de la personalidad,


global y por lo general grave, cuya aparición implica, a menudo, una ruptura en la continui-
dad biográfica del paciente. Sin embargo, el concepto de psicosis no responde a una realidad
homogénea. Con frecuencia se define por oposición al concepto de neurosis. En tal caso, lo
más coherente sería considerar que el enfermo psicótico no tiene conciencia de su enferme-
dad y/o no efectúa una crítica de ella, en tanto que el neurótico reconoce sus síntomas. (…) La
psicosis que es la pérdida del juicio de realidad, se puede producir por diferentes causas. Por
lo tanto, para definir el diagnóstico es necesario analizar otros parámetros de examen psicopa-
tológico (conciencia, psicomotricidad, afecto, atención, concentración y memoria, inteligencia,
curso del pensamiento, sensopercepción); como, asimismo, la evolución y formas del curso
del cuadro clínico. Dentro de los síntomas característicos se implica una gama de disfunciones
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cognitivas y emocionales, incluídas la percepción, el pensamiento inferencial, el lenguaje y la


comunicación, la organización comportamental, la afectividad, la fluidez y productividad del
pensamiento y del habla, la capacidad hedónica, la voluntad y la motivación y la atención.
Estos síntomas pueden clasificarse en positivos y negativos.” Añadiendo los mismos autores
que, entre los positivos, se encuentran los caracterizados por su dimensión psicótica, como las
ideas delirantes y las alucinaciones. Los caracterizados por su dimensión de desorganización
(pensamiento desorganizado…). Y, entre los negativos, estarían, por ejemplo, la disminución
o pérdida de las funciones normales. Es el caso, v. gr., del aplanamiento afectivo, la alogia o po-
breza del habla y la abulia.” (“Psicosis: diagnóstico, etiología y tratamiento”; Informe realizado por
A. LAGOS, Víctor FIGUEROA, Paula HERMOSILLA, Loriana DELGADO, y Paulina REYES,
Colegio de psicólogos de Chile, 2002, pp. 6-7 del estudio).

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284 CésaR Herrero Herrero

“síntomas de primer rango” y “síntomas de segundo rango”) para afianzar


mejor el diagnóstico de la hasta hoy denominada esquizofrenia.
Entonces, ¿qué debe entenderse, en la actualidad, por esquizofrenia? Sin ol-
vidar los sistemas de diagnósticos oficiales, decimos que por esquizofrenia
puede entenderse: La psicosis caracterizada por presentar un trastorno cró-
nico, acompañado por todos o por algunos de los siguientes síntomas: 1.
Comparecencia de delirios, ilusiones y alucinaciones. (El delirio o delusión
consiste en falsas percepciones sobre la realidad, carentes de toda clase de
fundamento objetivo. La ilusión es la percepción nacida de una base sensorial o
estimulatoria real, erróneamente interpretada). 2. Emociones superficiales y po-
bres en desacuerdo con la intesidad del estímulo o de la situación (se sufre
de distorsión emocional). 3. Discurrir del pensamiento en forma desorga-
nizada; 4. Actividad motora ocasionalmente extravagante y lenguaje desla-
vazado y enmarañado y, en consecuencia, oscuro. 5. Huida de la realidad,
aislándose en su “campana de cristal”, al no soportar el mundo circundante.
6. “Desintegración” de la personalidad, por cuya consecuencia las facultades
superiores de la persona (inteligencia, voluntad, sentimientos) actúan de for-
ma descoordinada343.
¿Equivale desintegración a desdoblamiento de la personalidad? Esto es lo
que se afirma con mucha frecuencia. Pero existen tratadistas que rechazan
esta equivalencia. Así, Ch. G. MORRIS afirma: “Es un error frecuente pensar
que la esquizofrenia significa “desdoblamiento de la personalidad”. No es así
en absoluto. El problema que suele designarse con la expresión desdoblamiento

343
Para más detalle, pues, digamos que es común ver expresado, entre los autores de
esta especialidad, un conjunto de referencias a la esquizofrenia, próximas en contenido, distin-
tas en forma, no discrepantes con las por nosotros arriba expuestas, que podríamos sintetizar
de la siguiente manera: 1ª Alteración de las sensopercepciones (aluciones acústicas o auditi-
vas en forma de murmullos. Otras veces, se escuchan voces como de otra persona situada al
exterior o por encima del paciente, y como si vinieran de “lo alto”. Incluso, como si alguien
pensara en voz alta dentro de su propia cabeza (fenómeno de sonorización del pensamiento).
2ª Alteraciones del curso del pensamiento (confusión o alteración de ideas, farragosidad en
las mismas, desplazamiento constante del discurso…). 3ª Alteración del contenido del pensa-
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miento (juicios falsos, creyéndoles, con gran fuerza, verdaderos; delirios en forma de sistema,
concatenados, en cuyo comienzo la perspción puede ser correcta, pero seguida de interpreta-
ciones peregrinas, extrañas; ocurrencias delirantes o autorreferencias incongruentes; humor
delirante, por el que se siente, emotiva o afectivamente, que el contexto cambia, que cambia
lo que le rodea, sin que, objetivamente nada ni nadie cambie. 4ª Alteraciones de la volición y
del propio vivenciar del Yo. Desaparecen las ganas de obrar activa y animosamente. Se da un
especie de fuga de la identidad del yo, una despersonalización, como si el paciente sintiese
que ya no es una sola persona. 5ª Alteraciones en el ámbito de la afectividad y de las emocio-
nes, de tal menera que no hay resonancias en el fondo endotímico, sino indiferencia para con
la realidad emocional circundante. (Síndrome de embotamiento afectivo). 6ª Mutaciones en la
psicomotricidad hasta poder desembocar en el denominado síndrome catatónico.

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TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 285

de la personalidad es en realidad la denominada personalidad múltiple, que cons-


tituye un trastorno disociativo. Esta percepción falsa proviene del hecho de
que la la raíz “esquizo” deriva de un verbo griego que significa “dividir”. Pero lo
que se desdobla en la esquizofrenia no es tanto la personalidad como la mente propia-
mente dicha”344. No olvidando, sin perjuicio de lo afirmado, que, en principio,
el esquizofrénico conserva lozana la inteligencia y clara la conciencia, sintién-
dose el centro de todo que le acontece. Lo que le falla es la coordinación entre
las distintas facultades u funciones. Bleuler afirmaba que el funcionamiento
del esquizofrénico era parecido al funcionamiento de una orquesta musical
de maestros, actuando sin director. Con el trascurso del tiempo, pueden so-
brevenir deficiencias cognitivas.
En cuanto a la categorización de la esquizofrenia, el DSM-IV habla de
cinco tipos, diagnosticados y clasificados a partir de la sintomatología ma-
nifestada: esquizofrenia desorganizada, esquizofrenia catatónica, esquizofrenia
paranoide, esquizofrenia indiferenciada y esquizofrenia residual.
Por su parte, la OMS (CIE-10) la clasifica, en razón de la evolución de los
trastornos esquizofrénicos, en continua, episódica con defecto progresivo, episódi-
ca con efecto estable, episódica con remisiones completas, remisión incompleta, otra
forma de evolución o forma de evolución indeterminada.
A nosotros nos interesa hacer referencia a la clasificación doctrinal más
práctica desde el punto de vista del conocimiento “ad hoc”, con relación al cri-
minólogo clínico. En este sentido puede hacerse referencia a: Esquizofrenia
simple, esquizofrenia hebefrénica, esquizofrenia paranoide, esquizofrenia
catatónica, esquizofrenia indiferenciada y esquizofrenia residual.
— Esquizofrenia simple. Se caracteriza por la presentación de un desa-
rrollo imprevisto, insidioso, en forma progresiva, de trastornos psi-
cóticos que hacen desembocar en comportamientos que podríamos
calificar de extravagantes, convirtiendo al paciente en incapaz para
desempeñar su papel ordinario en la vida social, siendo bajísimo su
rendimiento en el resto de funciones. De aquí que, individuos dili-
gentes en la pre-enfermedad, se conviertan en personas ociosas, sin
iniciativa alguna, salvo el vaganbundeo.
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— Esquizofrenia hebefrénica. Se manifiesta con trastornos afectivos


de gran relevancia, con ideas delirantes y alucinatorias sin estruc-
turación completa, siendo temporales, transitorias. El pensamiento
es desorganizado y, en consecuencia, arrastra al lenguaje a la oscu-
ridad y la incoherencia. La abulia y el embotamiento afectivo se ins-
talan en el paciente desde la adolescencia o primera juventud. De

Ch.G. MORRIS: “Psicología. Un nuevo enfoque”; Prentice-Hall Hispanoamericana, 5ª


344

edición, Méjico, 1987.

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286 CésaR Herrero Herrero

aquí, su nombre. Su comportamiento es carente de intencionalidad


y se exhibe como errático e insustancial. De aquí, también, sus “ma-
nierismos”, sus risas o sonrisas fofas y sin sentido, su modo de actuar
fuera de tono y de contexto.Pueden aparecer ideas delirantes y alu-
cinaciones, pero sin dominar el cuadro. Son llamativas, a veces, las
alucinaciones acústicas de mandato (con frecuencia como venidas
desde “el más allá”).
— Esquizofrenia paranoide. En ésta florecen las ideas delirantes y alu-
cinaciones. Las alucinaciones se presentan en forma de voces que
dan órdenes, que insultan o increpan al alucinado, pudiendo pre-
sentarse también en forma de alucinaciones acústicas pero sin con-
tenido verbal. O, en fin, en forma de alucinaciones afectantes al resto
de sentidos: olfato, gusto… o, en forma de alucinaciones sexuales. Se
dan, asimismo, si bien no muy a menudo, las alucinaciones ópticas.
Las ideas delirantes pueden poseer contenidos de persecución, de
hacer sentir al paciente que está controlado… No son llamativos los
brotes de trastornos afectivos. Ni síntomas de abulia, ni trastorno de
lenguaje ni de movilidad.
— Esquizofrenia catatónica. Se identifica por la presencia de considera-
bles perturbaciones psicomotóricas, tomando la forma de excitación,
resistencia negativa o, en su caso, el modo de la llamada obediencia
automática, reiteración continua en el lenguaje… También cursa con
estupor, mutismo, rigidez o flexibidad excesiva, con catalepsia…
— Esquizofrenia indiferenciada. Estamos ante trastornos psicóticos
que no se adaptan a ninguno de los modelos descritos con anterio-
ridad, pues no presentan rasgos bien delimitados, sino más bien to-
mando elementos de rasgos diversos. No existe un rasgo en torno al
cual se puedan vertebrar, o en torno al cual puedan girar los demás.
— Esquizofrenia residual. Se distingue por presentar la estabilización
“in peius” de la situación inicial, caminando ésta hacia el deterioro
característico del paciente. Es decir, hasta llegar a presentar algunos
de los llamados síntomas negativos. Si bien, no hay que considerarlos,
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por sistema, irreversibles.

** Esquizofrenia y criminalidad. ¿Cuál es la virtualidad criminógena de


la esquizofrenia? Las esquizofrenias (dependiendo su volumen y orientación
delictiva de la clase de esquizofrenia) aparecen, estadísticamente, como las
psicosis con más riesgo de empujar al delito y al delito violento. Dependiendo
de cúales sean los rasgos predominantes en las mismas. Las más peligrosas
son las que cursan, preferentemente, con ideas delirantes de persecución, de
alucinaciones “transmisoras de órdenes delictivas”…

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TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 287

Sh. HODGINS manifiesta, en alguno de sus estudios, que existen, en


efecto, pruebas sólidas, aportadas por pluralidad de investigaciones en di-
versidad de países, de que las personas afectadas por esquizofrenia, o que es-
tán a punto de desarrollarla, corren el riesgo de actuar violentamente contra
otros en una proporción comparativamente mayor que la población general.
Añadiendo algo muy interesante: Que, durante el episodio agudo, éste, en
virtud de su intensidad, se presenta como factor único o decisivo en la reali-
zación de la conducta agresiva. Aunque, una vez pasado el efecto álgido de
aquél, entran a tomar parte otros factores. Así, los factores sociodemográficos
(sexo masculino, edad joven), los síntomas persistentes (síntomas depresivos,
delirios de control…), una conducta antisocial preexistente y, desde luego,
el consumo regular de sustancias adictivas…345 Este último extremo es, asi-
mismo, ratificado por otros trabajos de Criminología Comparada. Estando en
concordancia, también, gran parte de especialistas en que los esquizofrénicos
más delincuencialmente peligrosos son los paranoides y los hebefrénicos. Y
que, por supuesto, los esquizofrénicos pueden llevar a cabo actos crimina-
les al margen de la influencia directa de su enfermedad y, por tanto, bajo el
influjo de posibles factores no derogadores de la capacidad libre de decidir.
También, a veces, entre sus delitos violentos, cometen agresiones sexuales
(violaciones…)346

345
Sh. HODGINS: “ Quelles son les données de la littérature concernant la violence hétéro-
agressive chez les personnes ayant une psychopathie associée à une schizophrénie ou à un trouble de
l´humeur?; en Vol. Col. “Dangerosité psychiatrique: étude et évaluations des facteurs de risque
de violence…”, ya citado, pp. 101 y ss.
346
A este respecto, puede verse L. MUCCHIELLI: “Quelles sont les données de la litté-
rature concernant la violence hétéro-agressive chez les personnes ayant une addiction asso-
ciée à une schizophrénie ou à un trouble de l’humeur?, en Vol. Col. citado en nota anterior,
pp. 91 y ss. Son también interesantes las observaciones, sobres estas materias, ofrecidas por
M. BÉNÉZECH y Otros, partiendo, por supuesto, de estudios solventes, y que, por ello, en-
riquecen el marco de conceptos que acabamos de exponer. Al tratar de describir, en efecto, su
aproximación clínica a este fenómeno, escriben: “El paso al acto, en particular al homicidio,
que inaugura la enfermedad, es clásico. El mismo, en efecto, puede revelar trastornos anti-
guos, pasados desapercibidos, o disimulados por el enfermo y su entorno. Las violencias hacia
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las personas conciernen principalmente a los próximos. Los homicidios son cometidos, ante
todo, contra los parientes. Más raramente se trata de agresiones a un desconocido. El acto se
caracteriza clásicamente por su gravedad, con obstinación sobre la víctima, sirviéndose fre-
cuentemente de un arma blanca. Las formas paranoides y hebefrénicas son las más presentes.
Los temas delirantes de persecución, y de incidencia con ideas de influencia y de control de
ideas, son los más criminógenos, en unión de los delirios místicos. La agresión puede ser súbi-
ta, inmotivada, irracional, sin señal anunciadora previa o, a la inversa, sobrevenir en un con-
texto clínico, surgiendo en el curso de una fase productiva de la enfermedad. La ausencia de
culpabilidad, la frialdad y la indiferencia caracterizan, algunas veces, los crímenes perpetrados
por los hebefrénicos. Algunos delitos no son específicos de la enfermedad. Un esquizofréni-
co puede, desde luego, tener un comportamiento violento en relación con un trastorno del

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Es interersante no olvidar, tampoco, la advertencia que el mismo Sh.


HODGINS nos hace. La de que, entre los esquizofrénicos que actúan violen-
tamente frente a terceros, existen tipos distintos, tomando como referencia
la edad del comienzo del comportamiento violento y antisocial. Y así afirma:
“Los “debutantes precoces” (“early starters”) tienen un conjunto de conductas
antisociales que aparecen ya en la infancia o al principio de la adolescencia,
bien antes del inicio de la enfermedad, y que permanecen estables durante
la vida. Un segundo grupo no tiene conductas antisociales antes del comien-
zo de la patología, pero tiene, acontinuación, conductas agresivas reiteradas
contra el otro. Un último pequeño grupo, afectado por una esquizofrenia cró-
nica no manifiesta comportamientos violentos durante diez o veinte años a
partir del inicio de la enfermedad; después, no obstante, desarrolla conduc-
tas violentas graves, aflorando, con frecuencia, en forma de actos criminales
frente al entorno que le cuida.” El autor avanza, a continuación, la hipótesis
de que: “…Los factores genéticos, prenatales, el rol de los padres, el maltrato,
las funciones cognitivas y motrices, el funcionamiento del eje hipotálamo-
hipofiso-subrenal y los factores inmediatos, como los síntomas de psicosis y
el uso de sustancias adictivas, difieren en estos tres grupos de pacientes es-
quizofrénicos violentos. Y que, del mismo modo, sus necesidades a tener en
cuenta son distintas”347.

D. LA PSICOSIS MANÍACO-DEPRESIVA. CONCEPTO Y RELEVANCIA


CRIMINOLÓGICA

a) Su concepto
Esta psicosis ha de encuadrarse en el ámbito de los “trastornos afectivos”,
que obedecen a la perturbación grave del estado emocional, a perturbaciones
graves del afecto que suelen presentarse en forma bipolar. Aquí, en forma de
manía y en forma de depresión (“trastorno bipolar”). Por ello, el nombre con
que se conoce a tal psicosis.
1º Fase de manía. En ella, el trastorno afectivo o emocional se hace pre-
sente en la persona manifestándose ésta hiperactiva, muy excitada, con fal-
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humor, con una intolerancia a las frustraciones, con los efectos secundarios de su tratamiento
neuroléptico (akathisia) o con un abuso de sustancias. Puede igualmente cometer una infrac-
ción con toda conciencia, de forma no ligada directamente a su patología. Las motivaciones del
acto se asemejan entonces a las de los delincuentes ordinarios: utilitaristas o en relación con
factores no psiquiátrisos. Notamos la frecuencia de fantasmas agresivos y perversos en los es-
quizofrénicos, autores no excepcionales de violencias sexuales.” (“Criminologie et Psychiatrie”,
ya citado, p.6 del estudio).
347
Sh. HODGINS: “Quelles sont les donnèes de la littérature…”, ya citado, p.101.

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ta de atención, euforizada, desmotivadamente “alegre” (alegría de “fogueo”),


parlanchina. A veces, exhibiendo extravagancia.
“Es interesante señalar –comenta Ch. G. MORRIS– que los episodios
maníacos rara vez aparecen aislados; casi siempre se alternan con la de-
presión. Al parecer, ello se debe a que la conducta maníaca constituye una
defensa contra la depresión. El maníaco siente una desesperación pro-
funda debajo de la superficie y hace cualquier cosa para negar sus senti-
mientos. (…)En ocasiones ese desorden se manifiesta en forma benigna:
el individuo tiene estados de ánimo alternos en los cuales hay momentos
de gran optimismo y momentos de depresión moderada”348.
2º Fase de depresión. En ella, el trastorno afectivo sitúa al paciente, que
antes gozaba de la vida y de actividades múltiples placenteras, en un esta-
do en que la tristeza le invade, acampando en su territorio psíquico el sen-
timiento de culpabilidad, el vivir pesaroso, el sufrimiento concentrado.
Transformándose, así, durante el tiempo de esa perturbación emocional, en
un ser apático, en una persona cansina, sin la más elemental iniciativa ni toma
de decisiones. Todo esto, conjugado, a veces con el frecuente llanto, quejas
sobre malestares físicos (el hombre es una unidad psicofísica), pensamientos,
no excepcionales, sobre la muerte y el suicidio.

b) La psicosis maníaco-depresiva y su virtualidad criminógena. Aunque


tradicionalmente, no se ha atribuido a esta psicosis una importancia relevan-
te en el campo de la criminalidad, sin embargo no cabe infraestimarla.
En cualquier caso, a este respecto, ha de distinguirse entre las dos fases
apuntdas. En la fase de “manía” (euforia), es muy raro que el enfermo cometa
delitos de sangre. Pero sí puede pasar a la agresión personal (puñetazos, in-
sultos…) cuando se le contraría. Sus delitos, como tendencia, son: estafas, en
las que inciden con frecuencia, el resto de delitos contra el patrimonio (a ex-
cepción del robo violento), la malversación de bienes, destrucción de objetos,
exhibicionismo, gestos impúdicos, conducción temeraria de vehículos a mo-
tor. En plena fase aguda, cuando algunos se sienten todopoderosos, pueden
comenter atentados (no en sentido terrorista) contra funcionarios públicos,
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especialmente ante intervenciones policiales…).


Otros delitos, propios de su impulso patológico, son algunos relacionados
con la libertad sexual (abusos sexuales), sin que llegue a provocar, casi nunca,
ataques de este tipo mediando violencia, pues su falta de constancia e insis-
tencia le hacen incapaz de estas agresiones. En todo caso, al hacérsele frente,

348
Ch. G. MORRIS: “Psicología. Un nuevo enfoque”, ya citada.

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290 CésaR Herrero Herrero

suele desistir. Los delitos de abusos sexuales se abren paso, sobre todo, en en-
fermos que combinan la manía con el alcohol o sustancias estupefacientes349.
En la fase de depresión (fase de melancolía de S. Freud)350, el paciente no
suele presentar peligrosidad muy significativa (lo vamos aver de inmediato).
Como posibles ataques a bienes jurídicos, suelen hacerse presentes, de vez en
cuando, el suicidio y el denominado “suicidio ampliado”.
Que se lleve a cabo el suicidio dependerá de su sistema de ideas, de su
código moral, de su código religioso, poseído y practicado; y, sobre todo, de-
penderá, al final, de que sea capaz, o no, de realizarlo, de acuerdo a su grado
de inhibición.
El suicidio, su ideación, está conectado con la idea de fracaso personal, de
frustración existencial, de ruina personal demoledoramente sentida.
El “suicidio ampliado” parece nacer, en su raíz, de un complejo de culpabi-
lidad y, a la vez, del asco y hastío que el así afectado siente por su entorno.Se
siente culpable por la situación de infortunio que él vive y que proyecta sobre

La opinión común de que el alcohol y las sustancias adictivas (estupefacientes y


349

psicotrópicos) despliegan una influencia criminógena poderosa, en virtud de sus efectos


desinhibidores y correspondiente liberación de las funciones intelectual-reflexivas, está hoy
contrastada a través de multitud de trabajos científicos. Delitos de malos tratos familiares,
comportamientos pendencieros de todo tipo, conatos de agresión sexual, otra diversidad de
conducta violentas, conducción temeraria de vehículos de motor… y otros muchos, nacen al
amparo de tales ingestas y consumos, en comandita con otros factores. Estos otros factores
pueden ser, perfectamente, referidos a una gran parte de las psicopatologías que venimos
describiendo. (No sólo a la psicosis maníaco-depresiva). Con no escasa frecuencia, aparece la
figura de la comorbidez, formada por alguna de dichas enfermedades y el alcohol y las pre-
citadas sustancias. No olvidemos, por lo demás, que el abuso del alcohol y de tales sustancias
fraguan, a menudo, en auténticas psicosis y, en consecuencia en graves trastornos mentales.
Pero no podemos olvidar, tampoco, algo que viene siendo “leiv-motiv” en este trabajo, que los
comportamientos antisociales o delictivos suelen ser fruto siempre, o casi siempre, de la con-
fluencia de factores endógenos y ambientales. (Sobre esta materia, puede verse: D. A. REGIER
y Otros: “Comorbidity of mental disorders with alcohol and other drug abuse. Results
�������������������������
from the epidemi-
ologic catchment area (ECA) study”; en JAMA, 264 (1990) pp. 2511 y ss.; E. ROBIN, Ph. D. CLARK
y Otros: “Legal System Involvement and costs for persons in Treatment for severe Mental Illness
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and Substances use Disorders”;, en Psychiatric Services, Vol 50, 5 (1999); Myriam TÉTRAULT,
Serge BROCHU, Marie M. COUSINEAU y Fu SUN: “Dépendance aux substances psychoactives,
délinquance et violence chez contravenants”, en Revue Internationale de Criminologie et Police
Technique et Scientifique, 4 (2007) pp. 417 y ss.; C. HERRERO HERRERO: “El consumo de
estupefacientes. Efectos y problemas derivativos. Su dimensión criminógena”, en su obra
“Criminología. Parte general y Especial”, ya citada, pp. 671 y ss.
M. BÉNÉZECH Y Otros: “Criminologie et Psychiatrie”, ya citado, pp. 8-9; E. VICENS Y
OTROS (Grupo “ESTUDIO PRECA”): “The prevalence of mental disorders in Spanish Prisons”, en
Criminal Behaviour and mental Health, Vol. 21, 5 (2011) pp. 321 y ss.
350
Sobre estas cuestiones puede verse el libro de Fernando COLINA: “Melancolía y pa-
ranoia”; Editorial Síntesis, Madrid, 2011, pp. 39 y ss.

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TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 291

sus allegados más íntimos. Situación que contempla, además, sin salida. Se
trata, en fin, de una vida “que no merece la pena vivirse”. Por si fuera poco,
está convencido de que su ausencia aumentará el malestar familiar. La con-
vengencia de tales sentimientos, e ideas “sentidas”, hacen posible la decisión
de autoaniquilarse y la héteroaniquilación de sus seres queridos.
En esta fase de depresión, el peligro notable de cometer delitos graves
(incluidos homicidios) deviene cuando la depresión se asocia a ideas deliran-
tes de índole paranoide351.
Sin contradecir lo que se transcribe con anterioridad, expuesto por M.
BÉNEZECH Y Otros, puede decirse, no obstante, que, si tenemos en cuenta
que los suicidios simples no suelen ser concebidos generalmente como deli-
tos (lo que no quiere decir que tales acontecimientos no tengan trascenden-
cia social, ética y criminológica) podemos aceptar, también, que la relevancia
estadística criminológica de la psicosis maníaco-depresiva no es muy impor-
tante. Por eso, otro gran experto en este campo, P. LE BIHAN recientemente
ha asegurado:
“La proporción de personas, que sufren trastornos afectivos mayores, en-
tre el conjunto de los autores de crímenes o de violencias es poco impor-
tante. Los trastornos del comportamiento en dimensión médico-legal no
son sin embargo raros en estas afecciones y pueden aparecer en primer
plano de la escena clínica.
La patología depresiva está, a veces, en el origen de crímenes graves, fre-
cuentemente contra los allegados, notoriamente en casos de asociación
a una situación de crisis existencial (separación de pareja, episodio pa-
sional), a una psicosis delirante, a un trastorno grave de la personali-
dad (disocial, límite, narcisista, paranoico), a un abuso de alcohol y/o de
sustancias.

351
En este sentido el mismo M. BÉNÉZECH y Otros comentan: “Varios estudios re-
cientes revelan una proporción relativamente importante –entre 16 y el 28%– de patologías
depresivas, antes de los hechos, en las series de autores de homicidios o de actos de violencias
graves. La unión de elementos depresivos y de ideas delirantes de naturaleza paranoide pare-
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ce ser un factor de riesgo homicida a corto término en los psicóticos. Es probable que el poten-
cial criminógeno de la depresión y de ideas suicidas sea subestimado por los clínicos y peritos.
El suicidio o su tentativa en los homicidas es un fenómeno corriente pues su frecuencia varía
del 2 al 6% en los Estados Unidos, hasta un 42% en Dinamarca. Estos homicidas-suicidas ha-
cen referencia, sobre todo, a criminales pasionales, presentando un encelamiento patológico,
en madres depresivas, autoras de infanticidios (libéricides), en padres de familia o en parejas
añosas y deprimidas, pacientes de afecciones físicas invalidantes o dolorosas, en asesinos en
masa. La proporción de deprimidos en los homicidas-suicidas es importante, yendo de 36 a
75% según los estudios. La frecuencia de la depresión es igualmente elevada en los pactos de
suicidio, acuerdo mutuo entre dos personas que deciden morir juntos, en particular para el
instigador del doble suicidio.” (“Criminologie et Psychiatrie”, ya citado, p.7).

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292 CésaR Herrero Herrero

La exaltación en la manía parece asociada a actos de violencia de menor


gravedad que en la depresión, pero relativamente frecuentes. No es raro
encontrar pacientes bipolares con antecedentes judiciales. El peligro está
en que estos pacientes sean considerados erróneamente como presentando
únicamente un trastorno de la personalidad o un abuso de sustancias. La
ausencia de tratamiento o una prescripción inadecuada o tardía exponen
a comportamientos de riesgo y a actos médico-legales que se inscriben en
la evolución de la enfermedad o en el cuadro de una comorbidez que pa-
rece particularmente frecuente. Es importante, para el clínico, mirar más
allá del simple diagnóstico y juzgar más desde los factores históricos del
paciente y desde su situación de vida actual en la evaluación del riesgo de
violencia física”352.

E. PSICOSIS EPILÉPTICA (EPILEPSÍA). CONCEPTO Y SU


DIMENSIÓN CRIMINÓGENA

a) Su concepto. La definición de esta psicosis puede ser formulada como sigue:


Patología que cursa con crisis convulsivas, acompañadas de pérdida de conocimiento o
de conciencia, de alucinaciones sensoriales y desórdenes psíquicos, debido a las disfun-
ciones operativas de algún grupo de neuronas o células nerviosas cerebrales.
Expliquemos, para su mejor intelección, la definción precedente. En la
persona normal, la membrana celular del cerebro recibe descargas elementa-
les (de índole eléctrica), en forma asincrónica y alternante, de los correspon-
dientes grupos neuronales. Es decir, una vez descarga un grupo que luego se
apaga y, de forma inmediata, desgarga otro, manteniéndose así la cobertura
bioléctrica en ambos hemisferios del cerebro. En la epilepsia, estas descargas
elementales se convierten en sincrónicas y simultáneamente intermitentes,
produciéndose interrupciones en la precitada cobertura.
Su cuadro clínico, entonces, puede hacerse presente a través de las si-
guientes manifestaciones, correspondientes a las distintas maneras o formas
de presentarse el fenómeno epiléptico:
1º En forma del llamado “gran mal”. El mismo cursa con crisis convulsi-
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vas súbitas y de carácter generalizado. Parece que, a veces, se produce


una especie de aura, psicológicamente perceptible, por tomar la forma
de hormigueo, alucinaciones, somnolencia, sensaciones de incomo-

P. LE BIHAN: “Quelles sont les données de la littérature concernant la violence hétéro-agres-


352

sive chez les personnes presentants un trouble de l’humeur?” en Vol. Col. “Dangerosité psyquiatrique:
étude psychiatrique et évaluation des facteurs de risque de violence hétéro-agressive chez les person-
nes ayant une squizophrénie ou des troubles de l’humeur”, Haute Autoricé de Santé (HAS), Paris,
Décembre, 2010, pp. 84-85.

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TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 293

didad o desagradables, como señal del inmediato evento. De todos


modos, como consecuencia, el enfermo cae al suelo y grita de modo
espasmódico. Se recorre una triple fase: Fase tónica (encorsetamiento
del cuerpo y entornamiento de ojos, junto a rigidez de mandíbulas);
fase clónica (quinesis intensa y multidireccional de cuerpo y cabeza;
fase resolutiva (estado de coma, alrededor de unos quince minutos). Es
frecuente la producción de notables mordiscos en la lengua y la laxi-
tud de esfínteres. El enfermo, desaparecida la crisis, no recuerda nada
del acontecimiento.
2º En forma del denominado “pequeño mal”. Puede producirse mediante
manifestaciones múltiples: 1) Pérdida brusca de conciencia, duran-
te algunos segundos, a modo de breves ausencias de la conciencia o
de breve eclipse de la misma (picnolepsia). 2) Contracción consciente,
pero involuntaria, de músculos (míoclonia epiléptica) y 3)Por pérdida
súbita del control corporal, que precipita la caída (astasía).
3º En forma de “epilepsia parcial”. Su inicio se visualiza, frecuentemente,
por contracciones de la mano (repercutiendo, sobre todo, en los de-
dos. Contracciones que se propagan al rostro. Pueden perderse, de
manera temporal, las funciones de conciencia, si el cuadro de con-
centraciones musculares se generaliza. Los efectos de ese “pequeño
mal” son de diversa naturaleza, dependiendo de dónde esté localiza-
do el foco epiléptico. Así, se dan crisis de trastorno de lenguaje, crisis
auditivas, visuales, olfativas… Crisis psicomotoras (con producción
de alucinaciones, automatismos, trastornos de la conciencia…), si tal
foco se localiza en la región temporal.
No cabe olvidar que, en ocasiones, las distintas crisis epilépticas se suce-
den sin solución de continuidad (status epilepticus).353
Es importante saber, además, que la epilepsia va asociada con trastornos
mentales distintos, en sí, de dicha enfermedad, y que se presentan tal vez con
más nocividad que la patología misma. Sin embargo, estos trastornos suelen
estar subdiagnosticados.
Por eso, R. L. MARCHETTI y Otros, investigadores de esta especialidad,
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vienen asegurando que estos trastornos mentales asociados a aquélla han de


ser considerados como factores relevantes en el deterioro de la calidad de
vida de no pocas personas. Concretamente, afirman: “Los trastornos menta-
les asociados con la epilepsia compromenten la calidad de vida, desfavorecen
la capaciad de adaptación profesional, reducen la tasa de ocupación y contri-

353
Sobre estas cuestiones puede verse I. C. DAVIDOFF: “introducción a la Psicología”,
Ed. Mc Grown-Hill, México, 1980; J. A. GARCÍA ANDRADE: “Psiquiatría criminal y forense”,
ed. C. de E. “Ramón Areces”, Madrid, 1993.

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294 CésaR Herrero Herrero

buyen a la internación hospitalaria recurrente y al incremento del riesgo de


suicidio.
A pesar de ser frecuentes e importantes, los trastonos mentales están
subdiagnosticados en los pacientes con epilepsia. Además del estigma aso-
ciado con la enfermedad, los pacientes que también tienen trastornos men-
tales asociados, se enfrentan con lo que se ha denominado “doble estigma”.
Añadiendo, más adelante, que, con la epilepsia, el ánimo depresivo es el sín-
toma psiquiátrico más común y que la potenciación de la psicosis parece estar
incrementada en pacientes con epilepsia.354
¿Qué influencia criminógena podrán tener las disfunciones expuestas,
hasta aquí, por parte de la psicosis epiléptica, sin olvidar las disfunciones
concomitantes?
b) Epilepsia y criminalidad. La virtualidad criminógena de la epilepsia
ha de ser relacionada tanto con las alteraciones gnoseológicas que produce,
como por el posible deterioro de la personalidad en su conjunto. Sin pasar
por alto los enturbiamientos de conciencia, derivados de la alta impulsividad
e instintividad, más o menos elementales, desarrollados por esta enfermedad
cuando no ha sido debidamente tratada y controlada. Sin olvidar, tampoco,
que, como ocurre con todas o con la mayoría de las psicosis, potencia esa
capacidad delictógena con el alcohol y sustancias estupefacientes o adictivas.
Apuntando, pues, a esa virtualidad, podemos destacar lo siguiente:
— En pleno ataque epiléptico (estado comicial), podrán producirse re-
sultados dañosos por omisión, naturalmente involuntaria: dejar fue-
go encendido, interrumpir el cuidado que venía administrándose al
niño de pocos meses…
— En las fases previas o posteriores al ataque convulsivo, cuando se
entra en el denominado “estado crepuscular”, el paciente puede pro-
ducir incendios, cometer hurtos, muy raramente robos, de los que,
como es obvio, difícilmente también, será penalmente responsable.
Se trata, en principio, de situaciones de inimputabilidad.
— En el denominado “delirio epiléptico”, es razonable poder afir-
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mar que este paciente encarna la mayor peligrosidad de todos los


enfermos afectados por psicosis. El “delito” (delito, claro está, ma-
terialmente hablando), en este estado, es casi siempre de sangre.
Especialmente llamativo es el homicidio perpetrado con series de
golpes de arma blanca, centrados en un mismo círculo anatómico
(“reproducción fotográfica del golpe”). Se trata, a veces, de delirios para-

R. L. MARCHETTI, A.P. W. CASTRO, D. KURCGANT y Colaboradores: “Epilepsia y


354

trastornos mentales”; en Revista de Psiquiatría Clínica, Vol. 32, 3 (2005) pp.170-182.

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TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 295

noicos tan intensos que impulsan al apaciente a actuar, se ha dicho,


como si se tratara de defenderse de los “cataclismos evocados del fin
del mundo”.
En sí misma, pues, la epilepsia, sobre todo si la separamos de los citados
trastornos mentales acompañantes, no parece que sea una psicosis genero-
sa en generar delincuencia, al menos delincuencia grave o muy grave, sal-
vo excepciones. Si bien, al estar asociados a la enfermedad dichos trastornos,
la ponen en referencia, al respecto, con pronósticos criminológicos menos
benignos.355
Interesantes son, sobre esta capacidad criminógena de determinados epi-
lépticos, las observaciones de H. MARCHIORI: “Hemos mencionado, entre
las características de las personalidades epilépticas, inmadurez e inseguridad
en las conductas a consecuencia de las crisis y del temor a las mismas. Este
temor por el control de su cuerpo, es decir la imposibilidad de controlarse, va
deteriorando paulatinamente los aspectos de vinculación social, su lenguaje,
sus relaciones interpersonales que están centralizadas en el núcleo familiar.
Lo anterior explica de algún modo que las víctimas en los delitos cometidos
por epilépticos tengan una vinculación de tipo familiar con el autor, casos de
lesiones a hermanos, esposa, delitos de homicidio, donde es notoria la impul-
sividad y el desequilibrio, pero donde también se advierten fantasías e ideas
paranoides, mucho antes de la proyección de la agresividad.”356

F. LA PARANOIA, COMO PSICOSIS AUTÓNOMA. CONCEPTO Y SU


RELACIÓN CON LA DELINCUENCIA

a) Concepto. “Paranoia” (que no hay que confundir con la esquizofrenia


paranoica) es la expresión del sustantivo griego paránoia (=extravío del espiri-
tu, demencia, locura) y que, etimológicamente deriva del verbo paranoéo, que
significa comprender o entender mal.
En esta línea significativa, se viene definiendo la paranoia como: La forma
de psicosis consistente en el desarrollo de un sistema de delirios, coherentes e interna-
mente lógicos en la medida en que se difumina o deja de existir la actividad alucinato-
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ria, y que son la base de la falsa intelección e interpretación de la realidad.


Los delirios, como ya se ha afirmado, obedecen a creencias u opiniones
tenazmente sostenidas por el afectado, a pesar de carecer de todo fundamen-
to objetivo y aún estando abiertamente en contra del testimonio creíble de
terceros o de la convicción del grupo social de pertenencia. El juicio mante-

355
Sobre este particular puede verse la investigación de Seena FAZEL: “No Excess of
epilepsy in prisoners”; en British Medical Journal, Vol. 324, Issue 7352, de 20 June, 2002.
356
H. MARCHIORI: “Personalidad del delincuente”, ya citado, p. 145.

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296 CésaR Herrero Herrero

nido por el enfermo no es, pues, enmendable ni con la experiencia, ni con la


crítica ni con la persuasión Tales opiniones o creencias aparecen firmemente
sostenidas por el delirante, al surgir de un raciocinio o argumentación deriva-
dos de una inteligencia que, a pesar de todo, se mantiene y se reconoce sana.
Es normal, también, la coordinación entre inteligencia y voluntad. (Lo
que no se da en la esquizofrenia paranoica).
Entonces, ¿dónde se encuentra la anomalía patológica? Está en el pre-
supuesto, tenido como objetivo, real, en el que el paciente basa el raciocinio,
siendo así que el mismo carece de todo fundamento de verdad. O, si tiene al-
guno, está de tal manera desfigurado por el enfermo que se presenta grande-
mente desproporcionado. Por lo demás, es claro que esa ilazón entre lo obje-
tivamente irreal o falso y el raciocinio consecuente, como si lo irreal o lo falso
no lo fueran, no es fruto de voluntariedad intencional sino, precisamente, del
desorden o trastorno paranoico. Y acontece, además, que, en la paranoia, los
delirios se tornan aparentemente más sistematizados, coherentes o lógicos,
según se va agravando la enfermedad. Lo que es congruente porque es, en
eso, en lo que la enfermedad descansa.
A eso se le debe añadir, además, que al sistema de delirios le acompaña
la estructura intensamente egocéntrica del paciente. Desde aquí puede com-
prenderse mejor por qué los contenidos del sistema de delirios convergen y
se refieren, acaparadoramente, a su persona, como si todo girara en torno a él
y todo contra él conspirara. Ello explica el que se sienta profundamente ame-
nazado (en su vida, integridad física…). Que se crea perseguido, controlado
por los que poseen poder, porque él se siente poderoso. Que desarrolle pro-
cesos de celos… y, a veces, sentimientos delirantes de culpa revolviéndose
contra sí mismo…
Precisamente, de acuerdo a tales y otros contenidos de delirio, cabe ha-
blar, en la paranoia, de delirios “de grandeza”, delirios de “autorreferencia”,
delirios de “persecución”, delirios eroto-maníacos, delirios “de celos”, delirios
de “reivindicación”, de animadversión contra zonas del “propio cuerpo”…357
b) Paranoia y virtualidad criminógena. Con todo lo expuesto, es difícil
imaginar que un paciente así pueda estar adaptado socialmente en forma
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constructiva. Su falta de flexibilidad existencial, de empatía para con los que


le rodean, ni siquiera le permiten disfrutar de los “éxitos” a que pudieran lle-
varle sus “peripecias”. Por lo demás, está muy lejos de ser capaz de someterse
a la disciplina social, al espíritu de cuerpo o de grupo, a las pautas de la nor-
mas. Él vive para él y desde él y contra los otros.

357
Para esta materia puede verse: W. SACCÀ: “Manuale del paranoico asociale”, Edit.
Neftasia, 2012; Ugo FORNARI: “Paranoia. Dal disturbo di personalità alla psicosis delirante”,
Express Edizioni, 2011; Fernando COLINA: “Melancolía y paranoia”, ya citado, pp. 95 y ss.

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TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 297

En consecuencia puede decirse, desde este punto de vista, que el que


adolece de esta psicosis delirante, al sentirse intensamente perseguido, reac-
ciona con violencia, que se proyecta en agresiones, hasta devenir, a veces, en
homicida. Es decir, que, de “subjetivamente” perseguido, se convierte, objeti-
vamente, en perseguidor. No raras veces, con notable peligro.
Un gran número de injurias, de desacatos a la autoridad, de resistencia a
sus agentes, o de agresión a una y a otros, tienen su fundamento en el desa-
rrollo insidioso del sistema delirante generado en esos psicóticos. Sin olvidar,
además, que la “querulancia” (manía justiciera) es propia, también, de estas
personas.
Los paranoicos celosos (delirios por celos, celos por delirios) se ven en-
vueltos, más veces de la cuenta, en agresiones, lesiones y hasta homicidios.
Los llamados paranoicos idealistas, o “místicos”, producen grandes per-
turbaciones de orden público y social (atentados, atracos, secuestros…). Todo
ello hay que tenerlo en cuenta a la hora, por ejemplo, de intervenir en mani-
festaciones ilegales, o en legales de inicio, que “se desvían” después.
Tampoco son raros comportamientos gravemente antisociales (delicti-
vos), relacionados con violaciones de domicilio, querellas y denuncias falsas,
cleptomanías, piromanías, exhibicionismo… Y, desde luego, el ataque a pro-
fesionales de la medicina, cuando se trata de hipocondríacos delirantes.
“Los delirios paranoicos –escriben BÉNÉZECH y Otros– tienen una re-
putación clásica de peligrosidad. El paso al acto es desde luego premeditado
y organizado, inscribiéndose en un ámbito paralógico de reivindicación, de
prejuicio o de persecución. El enfermo se ve como una víctima, buscando
hacerse justicia. El crimen es considerado como justo y merecido, dándo-
le valor de castigo y de ejemplo. Puede apaciguar, momentáneamente, la
sintomatología delirante. El mecanismo psicopatológico es la proyección
del paciente perseguido, matando para evitar ser él mismo víctima. La pe-
ligrosidad es proporcional a la hipertimia, a la exaltación pasional, pero
igualmente a la depresión. Para el enfermo, la agresión corresponde a una
reacción de legítima defensa. Ella no es casi nunca seguida de un senti-
miento de pesar o de culpabilidad. Las circunstancias del entorno, a veces
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con burla u hostilidad, aumentan el riesgo de agresividad violenta.


(…) Las víctimas son el cónyuge y/o el rival en en el delirio de ce-
los, los vecinos en el delirio de relación, el o los perseguidores, según
delirio…”358

M. B´NÉZECH, P. LE BIHAN y M. L. BOURGEOIS: “Criminologie et psychiatrie”,


358

ya citado, p. 6.

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Capítulo quince

DESARROLLO DE ALGUNAS
PSICOPATOLOGÍAS CONCRETAS
DESDE UNA PERSPECTIVA
CLÍNICO-CRIMINOLÓGICA:
2º LA NEUROSIS, LA OLIGOFRENIA
Y LAS PSICOPATÍAS
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A. INTRODUCCIÓN

Siguiendo con los tipos de infractores psquiátricamente definidos, va-


mos a abordar en el presente Capítulo, una vez tratadas las principales psico-
sis, otras figuras de carácter psiquiátrico, relevantes, asimismo, por su virtuali-
dad criminógena. Nos referimos a la neurosis, la oligofrenia y las psicopatías.
Al final haremos, brevemente, una comparación entre psicopatía y trastorno
antisocial de la personalidad. Vamos a verlo.

B. LA NEUROSIS. CONCEPTO Y UBICACIÓN PSIQUIÁTRICA. SU


DIMENSIÓN CRIMINÓGENA

a) Concepto y ubicación psiquiátrica. Existe una enfermedad mental en


la que los pacientes son absorbidos, cada vez más, por sus angustias, rarezas,
inadaptaciones a la realidad. De tal forma que dedican toda su energía a tratar
de oponerse, de forma angustiosa y negativa, a dicha situación, sin orientación
alguna al establecimiento de relaciones humanas o de objetivos de índole cons-
tructiva. El enfermo, por ello, se siente desperdiciado y profundamente infeliz.
Desemboca, en consecuencia, en falta de control sobre su vida y en el padeci-
miento de notables perturbaciones psicoafectivas. Estamos ante la neurosis.
¿Cómo podemos definir, entonces, esta psicopatología? Parece que se
acierta entendiéndola como: “Una forma anormal de reaccionar vivencialmente,
poniéndose así en contacto con el propio interior y el exterior, debido a una estructura
de reacción patológica, fundada o derivada de la ruptura del equilibrio dinámico del
psiquismo, al no superarse alguna clase de conflicto o conflictos internos, sobrevenidos
al paciente por acontecimientos de alta significación para él.
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La característica más definitoria de toda neurosis es la voluntad sincera


y decidida, aunque ineficaz, de aliviarse de la angustia. A este objetivo está
dedicada gran parte de la actividad mental e, incluso, operativa del paciente.
Desde el punto de vista psiquiátrico, la neurosis no es ninguna clase o
modalidad de psicosis. Por eso, la misma no destierra al paciente del suelo de
la realidad. El propio S. FREUD, al comparar la neurosis con la psicosis, afir-
maba que la distinción principal entre ellas está en que: “La neurosis no des-
miente la realidad, se limita a no querer saber nada de ella; la psicosis la des-

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302 CésaR Herrero Herrero

miente y procura sustituirla”359. Y es que, en realidad, la neurosis se presenta


no como enfermedad directamente nacida en la mente, sino como patología
que afecta directamente a la afectividad, cuyos trastornos se producen con
tanta intensidad que rompen la dinámica del psiquismo. La mente, pues, se-
ría afectada de forma indirecta. Estos trastornos se manifiestan a través de la
inmensa angustia que invade al paciente, cuya personalidad no se desorgani-
za estructuralmente a la manera de como ocurre en la psicosis.
André AMAR y Otros aseguran que la neurosis ha de ser descrita como
trastorno grave del psiquismo con desórdenes en el comportamiento. Que,
al revés de lo que ocurre en la psicosis, la neurosis no es una enfermedad
constitucional. Y que el sujeto es consciente de su estado y desea vivamente
curarse. Vienen, por ello, a decir que esta patología: “…Se manifiesta en ac-
titudes y efectos aberrantes. Así, la “neurosis de fracaso” o “de destino” im-
pulsan al sujeto a adoptar puntos de vista, o a tomar decisiones, contrarios a
sus intereses. La “neurosis obsesiva” le impulsa a ejecutar rituales complica-
dos para conjurar sus temores respecto al polvo, a los microbios, a los objetos
puntiagudos, etc. En la fobia o “neurosis de angustia”, el enfermo no puede
soportar hallarse en un lugar cerrado o atravesar espacios abiertos.”
Que según Freud, “todos estos síntomas proceden de complejos sexuales
que se remontan a la primera infancia.” Que “Adler explica la neurosis de fra-
caso como una deformación del sentido de la vida.” Que para Jung, “se trata
en general de trastornos en el desarrollo de la personalidad.”
También exponen que: “Junto a estos grandes trastornos del psiquismo,
se observan otros menores que caracterizan a las que suelen llamarse “perso-
nalidades neuróticas”. Por ejemplo, en la hipocondría, el sujeto se preocupa
exageradamente de su salud; en la impotencia o en la frigidez, es incapaz de
experimentar los placeres normales de la sexualidad; en la depresión, abdica
ante las dificultades de la vida”360.
Por tanto, y como síntesis de lo que acaba de decirse, “Le Centre
d’Épidémiologie sur les Causes Médicales de Décès”, de Francia, comenta:
“Aunque la distinción entre neurosis y psicosis sea difícil y da lugar a con-
troversias, ella ha sido comprendida en razón de los comportamientos. Los
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S. FREUD: “Neurosis y psicosis”; en Obras Completas, Vol. 19, trad. J. Strachey y J.L.
359

Etcheverry, edit. Amorrortu, B. Aires, 1978, p.195. Sobre esta materia, también: S. FREUD: “La
pérdida de la realidad en la neurosis y la psicosis”, en Obras Completas, citadas, Vol. 12. Sobre es-
tas cuestiones puede verse J. I. TABARES VELÁSQUEZ e Y.VERA QUICENO: “El concepto de
psicosis en Freud”, en Revista Electrónica Pyconex, Vol. 2-3 (1910) pp. 1-9. También, G. A. VERA
ANGERITA y Manuela VALENCIA PIEDRAHITA: “Neurosis y psicosis en Freud. Mecanismos defi-
nitorios y vinculaciones con la realidad”, en Revista Electrónica anterior, 1-15 pgs.
360
André AMAR y Otros: “La Psicología moderna de la A a la Z”; Ediciones Mensajero,
2ª edición, 1976, p.256.

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TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 303

trastornos neuróticos son los trastornos mentales sin ninguna base orgáni-
ca demostrable y frente a los cuales el enfermo puede guardar una perfec-
ta lucidez, sin acompañarse de alteración alguna del sentido de la realidad
y con relación a los mismos, habitualmente, el individuo no confunde sus
experiencias subjetivas y sus fantasmas mórbidos con la realidad exterior. El
comportamiento puede ser muy perturbado, si bien quedándose general-
mente dentro de limites socialmente aceptables, pues la personalidad no está
desorganizada. Las principales manifestaciones son una ansiedad excesiva,
síntomas histéricos, fobias, síntomas obsesivos y compulsivos, depresión”361.
Por lo demás, para comprender, de forma adecuada el fenómeno de la
neurosis en no pocos miembros de nuestras sociedades, es necesario tener
en cuenta una visión amplia y multidisciplinar de cómo influye el ambiente
cultural, económico-político y, en general, el medio social en el fenómeno de
la neurosis362.
b) Su dimensión criminógena. Sobre este particular es de subrayar que
existe una categoría de neuróticos (los denominados “neuróticos compulsi-
vos”) que, en busca de catarsis, “deciden” resolver sus conflictos intrapsíqui-
cos, a los que se enfrentan, poniendo en acción comportamientos antisociales.
A veces, graves. Incoscientemente, buscan, con éstos, liberarse de su altísima
tensión descargándola sobre los demás, culpándoles de ella, manifestándose
con gran agresividad, seguida, no frecuentemente, de no escasa violencia.
Violencia que se materializa en insultos, injurias, lesiones…363
Otros enfermos de neurosis (obsesivos no compulsivos…) tratando de
liberarse de su densa e intensa angustia “cambian” necesidad de catarsis por
delitos, con cuyo próximo castigo esperan compensar su conflicto interior,
nacido, a veces, de un complejo de culpabilidad. En este empeño, pueden
cometer, por ejemplo, actos de piromanía, de cleptomanía, abusos sexuales…
Sin descartar casos en que se autoacusan falsamente con el mismo fin364.
De todas formas, lo neuróticos en general no manifiestan ni amplia ni
grave orientación delictiva.
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361
CENTRE D’ ÉPIDÉMIOLOGIE SUR LES CAUSES MÉDICALES DE DÉCÈS (CEPIDC),
DE LA FRANCE; texto de la cita en http://www.cepidc.inserm.fr./inserm/html/pages/ICD-9fr/300.htm
362
A este respecto puede verse Karen HORNEY: “La personalidad neurótica de nues-
tro tiempo”; trad. de Ludovico Rosenthal, edit. Paidós, Barcelona, 2000.
363
Para entender mejor el porqué del paso al acto delincuencial del delincuente neu-
rótico, sobre todo de los infractores neuróticos jóvenes, puede verse Ph. KING BROWN: “The
Neurotic Basis of Juvenile Delinquency. With the study of some special cases mostly from the
San Francisco Juvenile Court”; en The Journal of American Medical Association (JAMA), Vol.
LVIII, 3 (2012) pp.184 y ss.
364
Sobre esta materia puede verse Arthur H. WILLIAMS: “Neurosi e delinquenza. Uno
Studio psicoanalitico dell’omicidio e di altri crimini”, Edit. Borla, Roma, 2000.

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304 CésaR Herrero Herrero

C. LA OLIGOFRENIA. SU CONCEPTO. GRADOS Y CAPACIDAD


CRIMINÓGENA

a) Concepto. La etimología del témino ya nos indica con claridad el signi-


ficado correcto de lo que ha de entenderse por oligofrenia. Concretamente, en
griego clásico, “oligos” significa poco, escaso, pequeño, breve; y “fren-frenós”, inteli-
gencia, mente, pensamiento… Por tanto, oligofrenia, etimológicamnte hablando,
es igual a poca inteligencia, inteligencia escasa, inteligencia o mente corta.
Desde el punto de vista de la psicopatología especial o diferencial, la oli-
gofrenia suele definirse como el estado derivado de un detenimiento, inte-
rrupción o estancamiento congénitos o precoces de la persona, en lo que
se refiere al desarrollo, principalmente, de la inteligencia; pero afectante
también, de alguna manera, al resto del psiquismo.
Se trata, pues de un estado, es decir, de una situación permanente. La oli-
gofrenia, por ello, es, en cuanto tal, irreversible. No se trata, por tanto, de un
estado de retraso mental de carácter orgánico (“demencia orgánica”), pues ésta
procede, etiológicamente, de patologías infecciosas o de carácter traumático,
dañosas del Sistema Nervioso Central, en virtud de lo cual se producen los
trastornos de carácter intelectivo. La demencia orgánica no tiene por qué pro-
ducirse, tampoco, de forma absolutamente precoz, en la primera infancia.
La oligofrenia no es, tampoco, una psicosis, porque no supone una alte-
ración cualitativa del psiquismo. Consiste, simplemente, en lo esencial (aun-
que con derivaciones al resto de la personalidad) en un “handicap mental”,
en una deficiencia mental, intelectual, de grado, más o menos pronunciada,
en comparación con el C. I. estadísticamente normal.
Hay autores, no obstante lo que acabamos de decir, que prefieren hablar,
en esta materia, de “retardo mental”, acogiendo en este concepto tanto a la oli-
gofrenia en sentido estricto como a la “demencia orgánica”. Así parece hacerlo,
por ejemplo, H. MARCHIORI, cuando escribe:
“El débil mental es un enfermo de la inteligencia y esta enfermedad no per-
mite construir una personalidad integrando su sistema de valores propios en
una buena estructuración lógica de conocimientos. El retardo mental, dice
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Frazier, re refiere a condiciones anormales caracterizadas por un defecto en el


desarrollo intelectual que, por lo común, existe al momento del nacimiento, o
se presenta en la primera infancia y es provocado por enfermedad, lesión,
perturbaciones genéticas o carencia social extremada”365.
Por lo que respecta a las características del síndrome oligofrénico, S.
APAZA COCARICO recalca que se identifica por presentarse como:

365
H. MARCHIORI: “Personalidad del delincuente”, ya citado, p.95.

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TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 305

— Insuficiente desarrollo de las formas complejas de actividad psíqui-


ca, fundamentalmente de la actividad cognoscitiva.
— La firmeza de este desarrollo insuficiente.
— La afectación generalizada e irreversible del cerebro como causa pri-
maria, habiéndose de plantear el concepto de retraso mental como
un estado global, que tiene diversas manifestaciones clínicas, que se
explican, en su diversidad, atendiendo a la naturaleza y estructura
del defecto, comprensibles, a su vez, desde la etiología del aconte-
cimiento, el momento de la aparición de la lesión del S.N.C., la na-
turaleza de la afección, la localización de una zona especialmente
dañada, las condiciones en las cuales el sujeto lesionado crece y se
educa y las peculiaridades de su personalidad366.
Relevante es, aquí, hacer referencia a las clases o grados distintos de
presentarase la oligofrenia. Por su relación con la diferente criminalidad que
cada una o cada uno conllevan. Desde esta perspectiva y teniendo en cuenta
el grado de incapacidad, cabe seguir clasificándola a manera tradicional en:
Oligofrenia profunda o idiocia, oligofrenia media o imbecilidad y oligofre-
nia débil. La primera es la poseída por los pacientes con C. I. menor del 30%
con relación al de las personas estadísticamente normales. En la segunda (la
media o imbeciliodad), el C. I.. es de 30 a 50%. En la tercera (la débil) están
incluisos los que alcanzan de C. I. de 70 a 85%.
En la actualidad, la clasificación abarca una escala con cuatro tramos:
Deficiencia profunda, debilidad profunda, debilidad media y debilidad
leve.
Los inmersos en el tramo de “Deficiencia profunda” ofrecen, respecti-
vamente, un C. I. aproximadamente inferior al 30%. Se corresponden, sus-
tancialmente, con los referidos a la oligofrencia profunda o idiocia. Se trata de
personas incapaces de comunicarse entre ellos y son refractarios “ex se” a la
educación. Todo ello, por ser incapaces de internalizar los conceptos y valores
más elementales de la interrelación social, pues no superan la edad mental
de los tres años. Naturalmente, no existe en ellos articulación del lenguaje,
emiten gritos inarticulados No tienen capacidad, tampoco, de manifestar la
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mínima señal de afectividad o de reconocimiento personal de sus allegados,


incluso los más cercanos.
Los inclusos en el tramo de la “Debilidad profunda” (correspondientes al
tramo de oligofrenia media de la clasificación tradicional) manifiestan un
C. I. aproximado de 30-60% y son incapaces de leer y escribir y, por lo mis-

366
Sonia APAZA COCORICO. “Oligofrenia y Criminología”; en www.Scribd.com/
doc/57151806/OLIGOFRENIA-Y-CRIMINOLOGIA. Del 6 de mayo del 2011, pp. 3-4 del
estudio.

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306 CésaR Herrero Herrero

mo, con capacidad muy escasa (o nula) de aprender. Si bien, son capaces
de reconocer a padres y allegados y manifestar ciertas emociones ante las
personas que les atienden. Su edad mental oscila entre los cuatro y siete u
ocho años. Difícilmente tienen alguna comprensión de las consecuencias
de sus actos y no tienen conciencia de la situación contextual en que viven o
se encuentran. Escasa o nula tabla (al menos jerárquica) de valores. Si bien,
sí tienen noción sobre las normas de conducta y ejercen actos con algún
grado de elección.
Los circunscritos al círculo de afectados de oligofrenia calificada como
de Debilidad media (con 60 a 70 % de C. I. y correspondientes, al menos en
parte, a la oligofrenia débil de la clasificación clásica), así como los consi-
derados en el ámbito de la Debilidad leve (70 a 85 ó 90 % de C. I, he aquí la
novedad) presentan, como lo transcribe Babio PELOSO, experto psiquia-
tra, un cuadro psíquico y externo como el siguiente, cuando comparecen a
entrevista:
— Generalmente acompañados, aunque sin demasiado esmero en el vestir.
— La actitud es poco colaboradora.Se manifiesta asustado o intimida-
do. La mímica y la gestualidad ofrecen pobreza expresiva. El discur-
so es lento y de escaso contenido.
— La comprensión es dificultosa. La atención apenas la mantiene y por
breves periodos. La memoria está habitualmente bien conservada.
La conciencia suficientemente lúcida.
— La orientación en el tiempo y en las relaciones interpersonales está
muy presente, al revés de lo que ocurre con la que respecta al espa-
cio, que puede manifestar algunas dificultades.
— La ideación ofrece incapacidad asbtractiva; el pensamiento concreti-
zado, perseverante y repetitivo.
— La afectividad puede ser sana y perturbada y el instinto de autocon-
servación es limitado. La sexualidad se manifiesta con claro déficit.
Las emociones, inadecuadas al estímulo. Los sentimientos están ca-
tegorizados: “bueno-no bueno”, sin salir de este círculo.
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— Crítica y juicio existen, pero siendo problemáticos en su conexión


con la inteligencia.
El mismo autor termina diciendo, sobre la adaptación al medio de estos
“débiles mentales leves y medios”, que: “…Tienen dificultad para modificar su
adaptación al ambiente en el que viven: es muy difícil pretender variar los
hábitos de un “débil”, en cuanto que, por paradójico que parezca, su desa-
rrollo evolutivo siga modelos de hiperadaptación. Hipotizar que un débil de
media o leve entidad pueda comprender el motivo de un despido, a causa de
una situación conyuntural adversa, es verdaderamente difícil por cuanto su

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TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 307

modelo de hiperadaptamiento ambiental-socio-laboral le impide vislumbrar


los modelos de comprensión del hecho”367.
b) Oligofrenia y relación criminógena. Antes de seguir adelante, una se-
ñal de advertencia: Aquí se trata, desde luego, de dilucidar la relación de inte-
ligencia-criminalidad, pero de una forma muy delimitada y especial. ¿Por qué?
Porque, aquí y ahora, nos referimos a un nivel de inteligencia que no llega
al umbral del C. I. medio, al de las personas estadísticamente normales. Nos
referimos, como es claro, a la relación de los que estan afectados por oligofre-
nia con comportamientos gravemente antisociales o delictivos. El esclarecer
si los delincuentes son menos inteligentes que los que no lo son, o al revés
(cuestión aún muy debatida), es otro problema, que aquí no es oportuno di-
lucidar. Entre otras cosas, porque este problema gira en torno a delincuentes
–no delincuentes a los que se les supone normalidad intelectual. Ahora, pues,
no es el caso368.
Entonces, ¿qué relación tiene la oligofrenia con la actividad criminal?
La experiencia contrastada nos dice que no hay duda que existe relación. La
Práctica jurídica, sanitaria especializada y los trabajos de los investigadores
especialistas así lo certifican369.
Entre los delitos más recurrentes de los oligofrénicos que delinquen (ya
veremos luego cuáles son) se contabilizan:
1º Delitos contra la vida y la integridad física (asesinatos de ancianos,
de niños, de mujeres, a veces precedidos de violación o agresiones
sexuales de otra índole).
2º Delitos contra la libertad e idemnidad sexuales (violaciones consuma-
das y en grado de tentativa (a impulsos concomitantes de compen-
sación de su complejo de inferioridad…), abusos deshonestos (estu-
pro…), pedofilia, gerontofilia. Los hay que practican actos de zoofilia
(que, aunque no sean delito…), necrofilia (delito de profanación de
cadáveres, pero de raíz de desviación sexual…).
3º Delitos contra el patrimonio: el más frecuente, el hurto, por la facili-
dad de comisión… Hay delitos de daños y conexos a través de prácti-
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Fabio PELOSO: “Psichiatria clinica e Psichopatologia speciale”; Compendio realizzato


367

sulla base delle lesione tenute dal Dr. G. LOMBARDI durante il Corso SCCI formazione in
pschiatria; en www. maella.it/…/Psichiatria%20, año 1999, pp.10-11 del texto.
368
Para el planteamiento entre el vínculo “inteligencia-crimen”, relacionado con de-
lincuentes-no delincuentes, puede verse, entre otros trabajos, el magnífico estudio de J. P.
GUAY, J. PROULX y Marc OUIMET: “Le lien intelligence-crime”; en Revue Internationale de
Criminologie et de Police Technique et Scientifique, 2 (2002) pp.131 y ss.
369
Así, por ejemplo, los estudios de S. HODGINS. Claramente, en su estudio: “Mental
disorder, intllectual deficiency and crime. Evidence from a Birth Cohorte”; en Archives Gen. Psychiatry,
49 (1992)pp. 476 y ss.

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308 CésaR Herrero Herrero

cas de piromanía, llevados a cabo por rencor, resentimiento, vengan-


za o por ansias de experiementar sensaciones fuertes o placer…
No rara vez, aparecen comprometidos en acciones delictivas en grado de
complicidad, o en autorías puramente materiales al dejarse llevar por induc-
ciones de otros delicuentes, dadas su situación de escaso raciocinio y menos
reflexión… Circunatancias éstas que, asimismo, les lleva, a veces, a perpetrar
delitos muy graves sin aparente motivación.
¿Qué tipos de oligofrénicos son los que acceden, en cuanto tales, a la
estadítica del crimen tal como acaba de relatarse?
Sonia APAZA COCORICO, a este respecto viene a decir: Al igual que el
enfermo mental, el oligofrénico es tanto más peligroso cuanto más próximo
está de la normalidad, pues en este caso puede actuar con más premedi-
tación, ser su conducta más intencional y su acción más coordinada. En la
oligofrenia, el máximo nivel de peligrosidad estará, por tanto, en los débiles
mentales. Los imbéciles, numéricamente, producen menos actividad delicti-
va, aunque pueden ser autores de delitos graves. La peligrosidad social de los
oligofrénicos depende de la gravedad y de su modalidad clínica370.
Esta visión de la autoría delincuencial entre los distintos grupos de oli-
gofrénicos es, al parecer, generalizada entre los estudiosos y prácticos de esta
cuestión. Así, por ejemplo, en parecida orientación a la precedente, Mª del
Carmen CANO LOZANO y Mª Pilar MARTÍN CHAPARRO escriben:
“La posibilidad de que un individuo con retraso mental cometa actos de-
lictivos depende de la profundidad de su déficit intelectivo y de su moda-
lidad clínica. La profundidad del déficit intelectivo se refiere a que cuanto
mayor sea el grado de retraso mental, menor será la capacidad delictiva y,
por tanto, menor la peligrosidad. Por su parte, la modalidad clínica sig-
nifica que origina más problemas penales la forma intranquila, irritable o
activa que la forma apática, tranquila o pasiva (Rodes y Martí, 1997).
En los niveles profundos de retraso mental, la misma incapacidad psico-
física que los pacientes tienen les priva de la posibilidad de delinquir. No
obstante, en algunos casos se constatan delitos contra la propiedad (en
forma de hurtos burdos), contra la liberatad sexual (casi siempre simples
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intentos) e incluso en ocasiones delitos contra la seguridad (como incen-


dios, de los cuales son típicos los practicados por diversión). Es más fre-
cuente que estos pacientes sean víctimas de delitos tales como abandono,
malos tratos, que no los autores de los mismos. En las formas moderadas
y leves, el delito aumenta en frecuencia y variedad. Desde un punto de
vista psicológico-forense los casos más difíles de peritar son los sujetos

370
Sonia APAZA COCORICO: Trabajo ya citado, pp. 16-17.

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TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 309

que tienen una capacidad intelectual límite ya que como síntomas aso-
ciados a su deficiencia intelectual se encuentran otros como una gran
sugestionabilidad, impulsividad, baja tolerancia a la frustración, agre-
sividad y escaso control. Frecuentemente entran en conflicto con la ley
por delitos contra las personas (lesiones y homicidios), contra la libertad
sexual (agresiones y abusos sexuales) y contra la seguridad (Cabrera y
Fuentes, 1997)”371.
Pero, además de su déficit intelectivo y de su modalidad clínica, hay que
tener en cuenta (para poder comprender y en lo posible pronosticar el com-
portamiento antisocial, o no, del oligofrénico, al menos del oligofrénico “dé-
bil”) el modelo de desarrollo de la personalidad del mismo.
Parece que estos modelos pueden sintetizarse, básicamente, en tres:
Modelo neurótico-ansioso-depresivo; modelo Reactivo-conflictual y modelo de
desarrollo paranoide.
Fabio PELOSO los entiende de la siguiente manera:
— Modelo neurótico-ansioso- depresivo. El “débil”, que “sigue” este mo-
delo, para hacer aceptar su condición en el medio donde vive (fami-
lia, trabajo…) pone en acción mecanismos expresivos de aceptación
de las diversas situaciones. Así, en el trabajo, su comportamiento es
sumiso, sin reclamación alguna, prescindiendo de su posible capaci-
dad propositiva. Esto podría conducir a una “comprensión emocio-
nal” portadora de fenémenos de carácter depresivo, ansioso, neurótico.
— Modelo reactivo-conflictual. En contraposición al modelo anterior,
en este modelo, de índole caracterial, de orden psicopático, el débil
mental (de debilidad media), incapaz de soportar o de aceptar frustra-
ciones, podría desembocar en comportamientos de carácter reactivo,
conflictual o agresivo. Si se vale de la agresividad, que no siempre
acude a ella, lo hará para, mediante esta emoción de tipo defensi-
vo, proteger su integridad y su propio territorio. Podría suceder que
hasta llevase a cabo los denominados actos pantoclásticos, es decir ac-
ciones dirigidas a destruir físicamente todo lo que le rodea.
— Modelo de desarrollo paranoide. En este modelo, el oligofrénico es
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confrontado a las necesidades que le interpelan, y a las cuales no


se arriesga a responder. Por esta razón, las proyecta sobre alguien o
sobre algo. Estamos en presencia de un delirio, fundado, como ya
sabemos, sobre un mecanismo de interpretación, proceso de defen-

371
Mª del carmen CANO LOZANO y Mª del Pilar MARTÍN CHAPARRO (Universidad
de Jaén): “Perfil delictivo de individuos con tratornos mentales”; Congreso de la Asociación
Latinoamericana de Psicología Jurídica y Forense, diciembre, 2005, p. 2 del estudio.

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310 CésaR Herrero Herrero

sa, que permite a la persona conservar una cierta autoestima en una


situación angustiosa o embarazosa372.
Es obvio que estas distintas maneras de modelarse la personalidad influyen
en la adopción de actitudes y reacciones diversas ante las situaciones vitales.
Pero parece que la actividad criminal del deficiente intelectual en general no es
específicamente alta y, desde luego, su medición y atribución, partiendo única-
mete de tests psicométricos (C. I.), no pone de acuerdo a los investigadores. Es
algo que viene sucediendo desde primeros del pasado siglo, como lo pusiera ya
con algún rigor E.H. SUTHERLAND373. Posiblemente, porque no se tiene aquí,
tampoco, suficientemente en cuenta el conjunto de variantes fundamentales.
No sólo las de una única dirección, que están en la base del paso al acto delin-
cuencial con relación a tales personas. Por ello, probablemente, los resultados,
en el citado meta-análisis de Sutherland, se presentan con tanta diferencia en
los cuantiosos estudios realizados en diferentes Estados norteamericanos y en
períodos de tiempo distintos, aunque no fuesen muy distantes, pero sí con cir-
cunstanacias socieconómicas y culturales intensamente flotantes374.

D. LAS PSICOPATÍAS. SU CONCEPTO Y SU PROYECCIÓN


CRIMINÓGENA

a) Concepto. Sobre qué sean las psicopatías han corrido ríos de tinta,
para tratar de esclarecerlas. Por eso nostros, aquí, vamos a tratar, teniendo en
cuenta el fin de la presente obra, de ofrecer sobre ellas lo que nos parece lo
más razonable y orientado.
¿Qué podemos entender, entoces, por psicopatía?
K. SCHNEIDER, desde su perspectiva psiquiátrica, describía a los psicó-
patas como: “Las personalidades … que sufren por su anormalidad o que, por razón
de ella, hacen sufrir a los demás”375.
Naturalmente, se trata de un concepto que no hace referencia al “quid”
de la cuestión, sino a algunas de las consecuencias, fundamentalmente inte-
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Fabio PELOSO: Trabajo ya citado, pp. 11-12.


372

Sobre este particular, puede verse E.H. SUTHERLAND: “Mental Deficiency and
373

Crime”; en Social Attitudes, 1931, pp.357-375.


374
El estudio de Sutherland, citado en nota precedente, en efecto, deja constancia de
que los resultados de los tests psicométricos en torno a 175.000 débiles mentales, llevados a
cabo en 350 estudios en América del Norte, entre los años 1913 y 1919, manifiestan, en su com-
paración, resultados sorpredentemente muy heterogéneos y, en todo caso, un muy notable
decrecimiento progresivo. Por ejemplo, del 89% del grupo examinado, en 1913, al 28% de me-
dia en los estudios de 1919. (Trabajo citado, p. 1 del estudio).
375
K. SCHNEIDER: Ver su obra: “Las personalidades psicopáticas”; Edit. Morata,
Madrid, 1974.

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TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 311

rrelacionales, derivadas de la “anormalidad”, de la que no dice en qué consiste.


Si bien, pudiera valer para una práctica clasificación de los psicópatas, como
la suya, y que, precisamente, tanta difusión vino a alcanzar.
H. CLECKLEY, por su parte, considera al psicópata como una persona ca-
rente, sobre todo, de la más elemental afectividad para con el prójimo, rodean-
do al síndrome o trastorno un conjunto de rasgos o características, que sinteti-
za en número de 16, con la correspondiente enumeración: encanto externo y
considerable inteligencia; sin alucinaciones ni otras alteraciones con relación al
pensamiento; sin alteraciones neuróticas; mentiroso, insincero; sin escrúpulos
morales o falta de sentimientos de culpabilidad y vergüenza, conducta antiso-
cial como algo totalmente normal; razonamiento débil y ausencia de capaci-
dad para aprender de la experiencia negativa, gran egocentrismo o narcisismo
tanto intelectual como afectivo y, por lo mismo, inhabilitado para querer a los
demás; indigencia de reacciones afectivas primarias, degradación específica de
la intuición, manifestación de irresponsabilidad en las interrelaciones sociales
ordinarias, atracción por la bebida, manifestación de amenazas con el suicidio
pero jamás o raramente cumplidas, relaciones intersexuales despersonalizadas,
pronunciada inhabilidad en el seguimiento de sus planes de vida376.
E. MIRA Y LÓPEZ, refiriéndose a la personalidad psicopática, viene a de-
cir que se caracteriza por ser una personalidad mal estructurada, dispuesta a
la disarmonía intrapsíquica, que tiene menos capacidad que la mayoría de las
personas de su edad, sexo y cultura para llevar a cabo la adaptación exigida
por la vida en sociedad.
En sus aportaciones psiquiátricas, donde recalca la importancia de los tra-
tornos de afectividad en, prácticamente, todas las enfermedades psíquicas, in-
cluye ya, no obstante, a las psicopatías entre las enfermadades de carácter men-
tal, con origen en trastornos de la integración constitucional de la personalidad.
Subrayando la enorme influencia, en todas estas efermedades, de los factores no
solo endógenos sino también exógenos. Llegando a afirmar, con respecto a éstos
últimos, que no puede haber personas sanas con una sociedad enferma.
Interesante es su clasificación de estas personalidades que califica de
anormales y que reduce a 11 tipos: asténico, compulsivo, explosivo, inestable,
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histérico, cicloide, sensitivo-paranoide, esquizoide, perverso, hipocondríaco


y homosexual377. (Como puede percibirse existe una clara evocación a la clasi-
ficación de Schneider).

H. CLECKLEY: Ver sus estudios: The mask of sanity”; Edt. Mo-Mosby, Saint Louis,
376

5ª edit.. 1976. También: “Psychopathic states”; Vol. Col. “American Handbook of Psychiatry, N.
York, 1959.
377
E. MIRA y LÓPEZ: Ver sus obras: “Tratado de Psicología jurídica”, Edit. El Ateneo, ree-
dición, B. Aires, 1945. También: “Manual de Psiquiatría”; Editorial Savat, Barcelona, 1935 y edi-
ciones siguientes. Además: “Manual de Psicología General, Ed. Kapelusz, B. Aires, 1969.

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312 CésaR Herrero Herrero

R. HARE, uno de los autores que más se ha prodigado, en esta materia,


ha definido al psicópata como el individuo inhabilitado para manifestar sim-
patía o auténtico interés por el prójimo, a quien trata de manipular y utilizar
en beneficio de sus conveniencias, recurriendo a una abundante sofisticación
y al enmascaramiento de una pretendida sinceridad, sin renunciar, con fre-
cuencia, a esforzarse por aparecer arrenpetido, ante aquéllos que ha causado
daño, para seguir aprovechándose de ellos378.
Francisca CANTERO aclara que R. Hare no tiene una visión unidireccional
del conceto de psicopatía, que por eso es necesario, para entender mejor su
concepto psicopático, “hacer mención a una clasificación ya tradicional, que
incluye a los llamados psicópatas primario y secundario”. Si bien, continúa la
misma autora, HARE y COX diferencian concretamente entre psicópatas pri-
marios, secundarios y disociales, “basándose en la descripción realizada por
Cleckley. “El psicópata primario correspondería a las 16 características básicas
de CLECKLEY. El psicópata secundario sería aquel individuo capaz de mos-
trar culpa y remordimiento, reestablecer relacionnes afectivas y su conducta
estaría motivada por problemas de índole neurótica. Los psicópatas disociales
serían individuos con conducta antisocial que pertenecen a un mundo margi-
nal y tienen una subcultura propia. Tendrían una personalidad normal y serían
capaces de funcionar dentro de un grupo manifestando lealtad, sentimientos
de culpa y afecto (ALUJA, 1991). HARE se mantiene firme en la creencia de que
tan sólo los psicópatas primarios son auténticos psicópatas”379.
Y, después de lo expuesto, nos hacemos una pregunta que creemos rele-
vante: ¿La psicoptía es una enfermedad mental?
Tradicionalmente, gran parte de los autores (con excepciones, como la de
MIRA y LÓPEZ, lo hemos visto ya) han venido considerando que la psicopatía
no es una enfermedad mental, puesto que no afectaría ni a la inteligencia ni a
la voluntad, sino que se trataría de un trastorno de la personalidad (también
en sentido clásico) y que, por tanto, por su ausencia de alucinaciones, delirios,
de irracionalidad en el pensar, serían personas interpretadoras correctas de la
realidad y capaces de decidir acordemente con esa interpretación. De aquí, que
los tribunales generalmente no apreciasesen eximentes de la responsabilidad
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penal, sino, como mucho, atenuantes analógicas. Así, hasta no hace mucho, lo
ha venido practicando, por ejemplo, nuestro Tribunal Supremo.
Orientación que, por lo demás, vino a reforzarse con la sustitución del
nombre de psicopatía por el de trastorno antisocial de la personalidad, por

378
R. HARE: Ver su obra: “La psicopatía: teoría e investigación”; Edit. Herder, Barcelona,
1974.
Francisca CANTERO: “ ¿Quién es el psicópata? En Vol. Col. “Psicópata”, Vicente
379

GARRIDO GENOVÉS (Director), Edit. Tirant lo Blanch, Valencia, 1993, p.29.

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TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 313

obra del DSM-III-R, acentuando, en consecuencia, la nota de la antisocialidad


en tales trastornos. Por eso, en la On-line de la “RED DE UNIVERSITARIOS”
se glosa ese cambio advirtiendo: “El rasgo de asocialidad se constituye, por lo
tanto, en un componente central y sirve para diferenciar a las personas aque-
jadas de este trastorno del resto de los delincuentes, que al menos poseen
una cultura delictiva con la que se pueden identificar y que son capaces de
funcionar adecuadamente dentro de su grupo, manifestando lealtad, senti-
miento de culpa y afecto (Garrido, 1993).
Este trastorno es a menudo extraordinariamente incapacitante porque
los primeros síntomas que aperecen en la niñez interfieren con el rendimien-
to educativo y dificultan la profesionalización ulterior. Después de los treinta
años, la conducta antisocial más flagrante puede disminuir, sobre todo la pro-
miscuidad sexual, las peleas y la delincuencia; si bien pueden madurar con
el paso de los años, son objeto de tantas complicaciones biográficas (manico-
mios, encarcelamientos, aislamiento familiar y social, etc.) que es difícil hablar
de la normalización de su personalidad en la vida adulta. (Valdés, 1991).
Los rasgos nucleares del trastorno antisocial de la personalidad son los
comportamientos impulsivos, sin reparar en las consecuencias negativas de
las conductas, la ausencia de responsabilidades personales y sociales con dé-
ficits en la solución de problemas, y la pobreza sentimental, sin sentimientos
de amor y culpabilidad. Como consecuencia de todo ello, estas personas ca-
recen de mínimo equipamiento cognitivo y afectivo necesario para asumir
los valores y normas morales aceptados socialmente”380.
En la actualidad, sin embargo, parece que los avances científicos médicos
han llegado a la conclusión de que la psicopatía es una verdadera enfer-
medad mental. Y, desde luego, así han venido a reconocerlo tanto el CIE-10
(“Manual de Clasificación de Enfermedades Mentales” de la OMS) y el DSM-IV-
APA (“Manual de Diagnóstico Estadístico de los Trastornos Mentales”-Asociación
Americana de Psiquiatría).
Esto supone admitir que, en las psicopatías, hay posibilidad de que, en
los actos antisociales o delictivos de los psicópatas (al menos de algunas psi-
copatías), incidan perturbaciones profundas de la inteligencia o la voluntad,
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o de ambas. Por eso, a partir de esta concepción de las psicopatías (en la mis-
ma línea de interpretación última de los llamados trastornos graves de per-
sonalidad, no el simple trastorno de personalidad)381, las Jurisprudencias de

RED DE UNIVERSITARIOS: “Las psicopatías. Su revisión conceptual”, 2004; tex-


380

to en http://www.universitarios.cl/universidades/ciencias-criminaliticas/195-las-psicopatias, p. 8 del
estudio.
381
Recuérdese que ya hemos hablado del trastorno grave de personalidad más arriba.
Ugo FORNARI, siguiendo al DMS-IV (1994) F60.31, lo describe de la siguiente forma: “Está
caracterizado, según el funcionamiento, en situación límite (“borderline”) de la personalidad,

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314 CésaR Herrero Herrero

los Tribunales o Cortes Supremas de diversos Estados han iniciado un cambio


hacia este sentido. Incluso, lo han hecho algunos Códigos penales, como ha
ocurrido, en España, con el Código Penal de 1995 (art.20)382.
En ese sentido, si la psicopatía fuese causa de no comprender la ilicitud
del hecho o de no actuar conforme a esa comprensión, habría que conside-
rarla como eximente383. Desde este punto de vista, no haría falta que la psi-
copatía fuese una enfermedad mental. Bastaría, a nuestro modo de ver, que
su influencia, aquí y ahora, afectara a la mente o la voluntad, impidiéndoles
actuar, respectivamente, con la suficiente claridad como para poder com-
prender la ilicitud del comportamiento o decidir con la libertad requerida
para poder calificar la conducta (acción u omisión) de verdaderamente libre.
¿Puede llegar a esto la psicopatía? Por lo dicho, parece ser que sí. De todas
formas la opinión no es tan unánime. Ni siquera en la doctrina médico-psi-
quiátrica especializada384. Desde el punto de vista jurídico-penal, habrá que

por alteraciones del funcionamiento afectivo-relacional (explosiones de rabia, intensa disforia,


grave inestabilidad afectiva y relacional con tendencia a tener vínculos fusionales y a mante-
ner relaciones simbióticas, temor de abandono con depresión anaclítica, incapacidad de afron-
tar los estrés), trastornos de identidad (difusión y ausencia de una clara identificación, con
incapacidad de regir, organizar y planificar la soledad y de estar consigo mismos), recurso a
la utilización de mecanismos primarios de defensa (escisión, identificación proyectiva, nega-
ción, idealización, desvalorización, denegación), alteraciones transitorias del sentimiento de
realidad (pérdida de las fronteras entre mundo interno y mundo exterior y de la capacidad de
diferenciar el Sí mismo del No-Sí mismo; sentimientos de angustia pánica; comportamientos
bizarros e incogruentes) o examen y reacción inadecuados ante la realidad (con ideación para-
noide, destemplanzas del humor).” Como sugiere el mismo autor, el problema de la valoración
psiquiátrico-forense de estos trastornos está en documentar, “a la luz de de la historia clínica,
de los resultados de los exámenes psicodiagnósticos, de las condiciones o modaliades que han
precedido, acompañado y seguido al delito, si el Trastorno se ha manifestado (o no) en forma
cualitativa o cuantitativamente suficiente para conferirle “valor de enfermedad” en relación al
delito cometido.” (“I Disturbi gravi di personalità rientrano nel concetto di inferrmità?”, ya citado,
pp. 8 y 12).
382
El art. 20 de nuestro Código penal vigente dispone, en efecto, que están exentos
de responsabilidad criminal: “1º El que al tiempo de cometer la infracción penal, a causa de cual-
quier anomalía o alteración psíquica, no pueda comprender la ilicitud del hecho o actuar conforme a esa
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comprensión.”
383
Sobre este asunto, puede verse José ARÓSTEGUI MORENO: “El tratamiento en el
orden penal de la figura del delincuente psicópata”; en Noticias Jurídicas, diciembre 2008.
384
Así, por ejemplo, J. M. POZUECO ROMERO, Nieves CASAS BARQUERO y Samuel
L. ROMERO GUILLENA comentan al respecto: “Actualmente cada vez hay más autores que
están de acuerdo en considerar la tesis de que los trastornos de la personalidad no son verda-
deras enfermedades mentales, sino, más bien, variantes anormales de la personalidad que se
constituyen en autéticos estilos de vida. Esta postura viene originada como consecuencia de
considerar los trastornos de la personalidad desde un punto de vista dimensional, es decir,
como un continuo y no como un taxón o categoría discreta. El mismo enfoque dimesional
se viene sosteniendo desde hace ya dos décadas sobre la psicopatía, la cual no es, ni mu-

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TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 315

ver por dónde caminará la Jurisprudencia. Desde luego, la Jurisprudencia, al


respecto, de nuestro más alto Tribunal, relativamente próxima en el tiempo,
y las orientaciones de dichos Organismos Internacionales, no apuntan a una
decidida postura de innovación385.
b) Psicopatías y criminalidad. Desde este punto de vista, hay que consi-
derar, desde el principio, que no todos los psicópatas son delincuentes y que
no todos los que delinquen son igualmente peligrosos386. Desde este último
extremo, es forzoso distinguir entre diversas categorías o clases de psicópa-
tas. Entre ellos, pues, cabe destacar los denominados Fanáticos esquizoides y
psicópatas explosivos.
Los psicópatas esquizoides, entre los que se incluyen los también cono-
cidos como: “Fríos de ánimo”, “insensibles”, “extravagantes retorcidos”, “desalma-
dos”, “amorales o perversos”, “enemigos de la sociedad”, “locos morales”, son procli-

cho menos, un trastorno mental, ni tampoco puede equipararse con el trastorno antisocial
de la personalidad. Por otro lado, asegurar que los delincuentes tienen un trastorno antiso-
cial de la personalidad ni constituye mérito alguno ni tampoco soluciona nada que digamos.
Lógicamente, se entiende que la persona que ha cometido una infracción penal, anti-norma-
tiva, es, por definición, antisocial. En 1993, el profesor ADRIAN RAINE escribió un libro titu-
lado: “The Psychopathology of Crime: Criminal Behavior as a Clinical Disorder”, en el que explicaba
claramente las negativas consecuencias legales y sociales de considerar una especie de psico-
patología del crimen o considerar la conducta delictiva como un trastorno clínico; una de esas
negativas consecuencias sería la de asumir, cuando precisamente la mayoría de los estudios
indican lo contrario, que todos los delincuentes deben padecer algún tipo de trastorno mental,
lo que a nivel jurídico-penal sería un tremendo desacierto, habida cuenta de que las perso-
nas con trastornos mentales forman un reducidísimo grupo dentro del submundo delincuen-
cial.” (“Trastornos de la personalidad, psicopatía y antisocialidad en la vida moderna: Entre lo
normal, lo pseudo-psicopatológico y lo peligroso-delictual”, aportación de los autores al XIII
Congreso Virtual de Psiquiatría.Com, INTERPSIQUIS, 2012, 1 a 29 de febrero. Resumen del
estudio).
385
A este respecto, puede verse Teresa MARTÍNEZ DÍAZ Y OTROS: “Los trastornos de
la personalidad en el Derecho Penal: Estudio de casos del Tribunal Supremo”, en Psicopatología
Clínica, Legal y Forense, Vol nº1, 1 (2001)pp. 87 y ss.
386
Al hacer obsevar que hay autores que destacan, entre los psicópatas, la reiterada vio-
lación de las normas sociales y la explotación de los demás y, por último, que, judicialmente,
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estamos ante una conducta delictiva persistente y particularmente violenta, Mª José LÓPEZ
MIGUEL y Mª del Carmen NÚÑEZ GAITÁN, comentan: “Sin embargo, recientes investigacio-
nes plantean la posibilidad de que en la psicopatía no se trate de una categoría discreta, sino
de una dimensión continua, lo cual tendría importantes implicaciones para la evaluación, la
investigación etiológica y el tratamiento de este trastorno (Marcus, John y Edens, 2004): A pe-
sar de ello, no todos los psicópatas son iguales; las diferencias entre los subtipos de psicopatía
podrían separarse en términos de frecuencia, naturaleza e intensidad de los delitos cometidos;
la ocurrencia de actos impulsivos y violentos puede esperarse con más frecuencia entre los
psicópatas agresivos, mientras que los actos de fraude y violencia instrumental son más carac-
terísticos de los psicópatas estables (Hicks y cols., 2004). (“Psicopatía versus trastorno antisocial de
la personalidad”; en Revista Española de Investigación Criminológica, 7 (2009) p. 6).

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316 CésaR Herrero Herrero

ves a la comisión de delitos graves ymuy graves, añadiendo a su brutalidad la


sangre fría y hasta el “refinamiento” en la operación criminosa. Aquí entran
sus delitos contra la integridad física, agresiones sexuales, violaciones, homi-
cidios, asesinatos, atracos, secuestros…
Como dice F. LÓPEZ REYES: “La expresión más violenta de la psicopatía
es la conducta criminal, y los delitos más crueles muchas veces son cometidos
por sujetos psicópatas. Sin embargo, la mayoría de ellos no son delincuentes
(…)387. Los ejemplos más dramáticos de la psicoptía se han incrementado en
nuestra sociedad en los últimos años. Los psicópatas constituyen una contribu-
ción muy importante a los homicidas, violadores, ladrones, estafadores, etc.”388
También es digna de destacar la delincuencia perpetrada por los califica-
dos como psicópatas explosivos, en denominación del mismo K. Schneider. Su
reacción en “corto-circuito” les abre el camino a la injuria, a los golpes, a las
lesiones e, incluso hasta al homicidio. Son reacciones que, no pocas veces, se
desencadenan ante estímulos objetivamente insignificantes. Se trata, pues,
de reacciones desproporcionadas y, por ello, propensas al desatino.
Y, en fin, los psicópatas fanáticos, que aúnan a la base psicopática la au-
topersuasión dogmática de que sus convicciones han de estar en el centro
de sua acción, son capaces de asesinar (incluso en masa), lesionar, secuestrar,
torturar, atracar… y toda clase de delitos que consideren oportunos para la
consecución de sus objetivos389.
Digamos, por lo demás, que, dentro de esta virtualidad criminógena de los
psicópatas, al menos de los considerados más peligrosos, hay que llamar la aten-
ción sobre lo que ha venido denominándose “TORMENTA PSICOPÁTICA”, en

Y no se olvide, además, la capacidad de enmascaramiento del verdadero psicópata


387

que, como advierte Hugo MARIETÁN: “La mente de un psicópata tiene la posibilidad de ubi-
carse en dos planos, el plano de lo cotidiano, lo común, y el plano de lo psicopático. Es así que
pueden desempeñar tareas y ejercer conductas que no resultan desfasadas de las conductas
comunes a una comunidad. O que le permiten insertarse sin estridencias en cualquier ámbito
del corte social y, en el otro plano, con otras personas u otras circunstancias, desarrollar sus
actos psicopáticos. En resumen, el psicópata no tiene el ciento por ciento de acciones psicopáti-
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cas, si no sería fácilmente detectable, señalado y margianado.” (“Tipos de relación del psicópa-
ta”, en Revista Alcmeon, 47 (2005) p. 1 del estudio).
388
F. LÓPEZ REYES: “Diagnóstico y tratamiento de la psicopatía en la adolescencia”; en
Innovación y Experiencias Educativas, 23 (2009) p. 2 del estudio. Ver también: M. GOSLING:
“The psychophatic offender and risk to community”, en “The Police Journal, 1 (1999)pp. 42
y ss. �������������������������������������������������������������������������������
También, la interesante obra de C. BERBELL y S. ORTEGA MALLÉN: “Psicópatas cri-
minales: Los más importantes asesinos en serie españoles”; editorial La Esfera de los Libros,
Madrid, 2003.
389
A este respecto, puede verse el trabajo de Magnus RANSTORP: “Le terrorisme au
nom de la religión”; Institute de Strategie Comparé, École Practique de Hautes Études de
Sciences Historiques et Philologiques, La Sorbonne, Paris, 1998-2002, p. 6 del estudio.

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TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 317

la que la conducta del psicópata alcanza su máxima perturbación. Sus acciones


no se mueven dentro de su área de actuar normal, donde su ser psicopático no
se le nota. Tampoco obra dentro de su quehacer psicopático ordinario, llevado
a cabo sobre determinadas personas (víctimas ocasionales o sobre los conside-
rados “complemetarios”. Se trata de una situación donde la psicopatía alcanza
la crisis más alta. En ella, según describe el Dr. Hugo MARIETÁN: “…La ines-
tabilidad emocional y tensión interna son tan grandes, que el psicópata trata
de equilibrarla a través del rito psicopático, de un grupo de conductas repeti-
tivas (esto es, del patrón conductual psicopático). En este punto, hay impulsos
y automatismos, una intensa descarga de la tensión interna sobre lo externo.
No puede parar sus acciones hasta lograr reestabilizarse. La forma que toma
esta desestabilización dependerá del tipo y grado de psicopatía. Aquí es donde
se producen los homicidios seriales o extremadamente crueles, las violaciones,
destrucciones y también los suicidios. Es donde el psicópata de tipo asocial deja
su sello, su marca personal”390.

E. AFINIDADES Y DIFERENCIAS ENTRE PSICOPATÍA Y


TRASTORNO SOCIAL DE LA PERSONALIDAD

¿Se puede confundir el concepto de psicopatía con el concepto de tras-


torno antisocial de la personalidad?
Se puede confundir y muchos lo confunden. Y hay razones para ello.
La descripción que de ése último hace, por ejemplo, la APA (Asociación de
Psiquiatría Americana (versión 2002) lo pone de manifiesto. Habla, en efecto,
al referirse al paciente del trastono antisocial de la personalidad, de fracaso
para adaptarse a las normas sociales, de deshonestidad, de impulsividad o
inhabilidad para defenderse adecuadmente en el contexto social y para pla-
nificar su futuro. Le atribuye, asimismo, irritabilidad y agresividad, despreo-
cupación constante por la seguridad de los demás, irresponsabilidad y falta
de constancia en el trabajo y desbarajuste económico, falta de escrúpulos y
de remordimiento ante la producción de daños a los otros, a quienes puede
robar, damnificar con toda la frialdad. También, carencia de afectividad ante
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el prójimo y distanciamiento ante el mismo. Egocentrismo y autoestima dis-


torsionada. Deshumanización de la víctima… (El trastorno disocial comenza-
ría antes de los quince años)391.

Ver, a este respecto, Hugo MARIETÁN: “Personalidades psicopáticas”, en Revista


390

Alcmeon, Vol.7, 3 (1998), en “Conclusiones” sobre la psicopatía.


391
Ángela Cr. TAPIAS SALDAÑA y Otras: “Factores psicológicos asociados al trastorno
de la personalidad antisocial”; 2004; texto, en http://psicologiajuridica.org/psj24.html, p. 1 del estu-
dio. También, T. MILLON: “Trastornos de la personalidad. Más allá del DMS-IV”; edt. Mason,
Madrid, 1998.

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¿No son todas ésas las señas máximas para la descripción del psicópata?
Hay apreciables matizaciones. Son muchos los tratadistas que intentan
diferenciarlos. Ya HARE ha hecho observar que la concepción del trastorno,
en cada uno de ellos, es diferente. En el origen de la deriva antisocial de la
personalidad estarían la experiencias infantiles negativas, tanto familiares
como del resto del entorno. En el origen del trastorno psicopático, estaría la
influencia de factores biológico-genéticos y psicológicos392.
Otros autores, sin contradecir lo precedente, concluyen que la diferen-
cia descansaría en que la psicopatía afecta directamente a la personalidad (el
psicópata es, no es que “esté” psicópata) y, por ello, es desde esa personali-
dad donde se incuban y, en su caso, se desencadenan, los comportamientos
desviados. El trastorno antisocial de la personalidad, sin embargo, apuntaría
directamente, como fuente para el comportamiento anormal, al transfondo,
internalizado y consolidado en el sujeto activo, del contexto sociofamiliar de
la primera infancia. Ésta parece ser la orientación, respectivamente, del CIE-
10 y del DSM-IV-APA, de 1994 y 2002.
“Así, pues, comentan Mª José LÓPEZ MIGUEL y Mª del Carmen
NÚÑEZ GAITÁN, la psicopatía y el trastorno antisocial de la persona-
lidad no son la misma cosa; aunque la relación entre una y otra es incier-
ta, los dos síndromes no se solapan clara y perfectamente (Hare, 1983;
Miller y col., 2001). Sin embargo, el mismo Hare (2003) afirma que la
psicopatía es un trastorno de la personalidad definido por una serie de
conductas y rasgos de la personalidad característicos que socialmente no
se consideran positivos. La diferencia estriba en que la psicopatía es defi-
nida por un conjunto de rasgos de personalidad y conductas socialmente
desviadas, mientras que el trastorno de la personalidad antisocial se re-
fiere fundamentalmente a un grupo de conductas delictivas y antisocia-
les, con lo que muchos delincuentes no psicópatas podrían incluirse. La
relación entre psicopaatía y trastorno antisocial de la personalidad es,
por lo tanto, asimétrica, es decir, prácticamente el noventa por ciento de
los delincuentes psicópatas cumplen los criterios del trastorno antiso-
cial de la personalidad, pero sólo veinticinco por ciento de éstos podría
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diagnosticarse de psicopatía según la Psychopathy Checklist-Revised


(PCL-R)”393.

392
R. D. HARE: “The Hare Psychopathy checklist-Revised Manual; Multi-Heath
Systems, 2ª Edition, Toronto, 2003.
393
Mª José LÓPEZ MIGUEL y Mª del Carmen NÚÑEZ GAITÁN: “Psicopatía versus
trastorno antisocial de la personalidad”; en Revista Española de Investigación de Criminología,
7 (2009)pp. 12-13. Sobre la escala psicométrica de R. HARE: Psychopathy Checklist-Revised
(PCL-R), puede verse Jorge O. FOLINO y G. MENDICOA: “La psicopatía, el MMPI y la Hare
PCL-R”; en Revista Argentina de Clínica Neuropsiquiátrica, Vol. 13, 2 (2006)pp. 43 y ss.

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TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 319

Si existe tanta ambigüedad entre las dos figuras, ¿por qué insistir tanto
en diferenciarlas? Porque es preciso, para un acertado tratamiento, conocer
sus causas o factores. Es decir, es preciso, a tal fin, poder practicar un adecua-
do diagnóstico.
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Capítulo dieciséis

LA VÍCTIMA COMO OBJETO DE ANÁLISIS


DESDE LA CRIMINOLOGÍA CLÍNICA
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A. INTRODUCCIÓN

El estudio sobre la interrelación de víctima y victimario (sea puramente


objetiva, situacional e, incluso, subjetiva) nos ha traído información razona-
ble sobre el papel que aquélla puede desarrollar en la aparición del delito y,
por lo mismo, su posible atracción o influencia sobre el delincuente. Y, por
supuesto, el posible influjo del delincuente sobre ella. En una palabra, es de
gran relevancia tener en consideración, para el examen completo e integra-
dor del acontecimiento delictivo concreto, indagar sobre todos los elemen-
tos (personales y reales) integrantes del proceso de victimización. ¿Para qué?
Para cerciorarse de cuál haya sido su aportación (consciente o inconciente,
casual o buscada, voluntaria o involuntaria) en dicho proceso en que, de una
manera o de otra, la víctima forma siempre parte.
La investigación precedente, cuando se logre con éxito, permitirá, asi-
mismo, estimar el daño (físico u psíquico), a ella inferido, así como las
secuelas acumuladas por causa del evento criminoso. Todo ello de pende-
rá, en primer término, de la orientación, gravedad y afectación objetiva
y subjetiva de la infracción, por ella padecida y vivida, de su forma de
“participación” en la misma, de sus relaciones con el infractor, de su actitud
frente a él…
Sobre todo, ante el padecimiento de los delitos más graves con relación a
la persona, la víctima necesitará ayuda desde diversos frentes, pero también
del criminólogo clínico, para facilitarle, por ejemplo, la comprensión del pro-
ceso victimizador y para instruirla respecto al futuro, en orden a evitar los
posibles fallos facilitantes de la acción delincuencial contra la misma.
Se habla hoy, en consecuencia, de Clínica Victimológica que, necesa-
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riamente, habrá de conectar con la Criminología Clínica, ya que la víctima


y victimario, como ya se acaba de advertir, se relacionan, en cuanto ta-
les, por el delito. Sin olvidar que la víctima puede llegar a ser victimizada
por otras personas distintas del delincuente e, incluso, por instituciones
públicas.
De acuerdo, pues, con la precedente “exposición de motivos”, pasamos a
esclarecer, a continuación, en la medida de lo posible, los principales aspectos
de esta cuestión.

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324 CésaR Herrero Herrero

Concretamente, abordaremos:
— El concepto criminológico de víctima. Su enfoque adecuado más allá
del Derecho Penal. Y el papel de ella en el proceso de victimización.
— El papel de la víctima en el nacimiento del proceso victimizador.
Orientación moderna.
— Los distintos factores victimógenos.
— Algunas clases de víctimas más interesantes desde el punto de vista
de la Criminología Clínica.
— Distintas formas o modelos de victimización: Victimización prima-
ria, secundaria y terciaria.
— El concepto de clínica victimológica y el fundamento real de la
Victimología clínica.

B. EL CONCEPTO DE VÍCTIMA DESDE UNA PERSPECTIVA


ESPECÍFICAMENTE CRIMINOLÓGICA. SU PAPEL EN EL
PROCESO DE VICTIMIZACIÓN Y SUS POSIBLES CLASES MÁS
RELEVANTES PARA LA PRESENTE EXPOSICIÓN

El estudio sistemático de los preceptos de una gran parte de los Códigos


penales, correspondientes a los países más cercanos a la llamada civilización
occidental, difícilmente puede permitir la delimitación del concepto de vícti-
ma, asumible en plenitud por la Criminología. ¿Por qué? Porque, generalmen-
te, estos Códigos hacen referencia a la víctima como sujeto pasivo del delito.
Sin embargo, la Criminología, siempre más realista que el Derecho Penal,
tiene muy en cuenta que la víctima no es sólo quien sufre el ataque injus-
to contra alguno de sus derechos penalmente protegidos, sino toda persona
que, de forma directa, por su allegamiento a aquélla, sufre las consecuencias,
siempre negativas, del derecho quebrantado (sobre todo, de derechos perso-
nales, pero también reales).
Aquí nos interesa, obviamente, ese concepto de víctima integrador, pues
no ha de olvidarse que es éste el concepto que cuadra con la víctima como par-
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te componente del objeto de la Criminología, interesada, por completo, en la


comprensión del fenómeno criminal, que no se puede compreder, adecuada-
mente, sin considerar, también, a todo aquél que sufre sus perniciosas deriva-
ciones tanto personales como sociales. Y es evidente que, como algo connatu-
ral, el daño causado por el delito afecta o se extiende no sólo al sujeto pasivo del
mismo (víctima prevalente) sino, al menos, a la familia directa e inmediata del
mismo. Pudiendo ser estas consecuencias destructoras de diversa orientación
y calado: somáticas (contra integridad física y salud), psíquicas, morales, pa-
trimoniales, individuales y sociales, a plazo inmediato o corto, a largo plazo…

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TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 325

Todo ello, según se ha apuntado en la “Introducción”, teniendo en cuenta la


gravedad y orientación del delito, la mayor o menor vulnerabilidad emocional
de las personas afectadas por la victimización, la mayor o menor consistencia
de su personalidad, su situación económica y social… y, desde luego, la mayor
o menor proximidad parental e íntima de la víctima “prevalente”.
Y, por lo demás, se trata de secuelas que pueden tener relación mani-
fiesta, en su nacimiento, prolongación e intensificación, con el tiempo. Sin
olvidar posibles conflictos y desavenencias entre víctimas del mismo círculo,
inducidos por el acontecimiento de la victimización394.
Entonces, ¿cómo definir a la víctima desde el punto de vista criminológico?
Desde los criterios que acabamos de ofrecer, podemos definirla como lo
hace L. RODRÍGUEZ MANZANERA, diciendo que debe entenderse por víc-
tima: “Aquella persona física o moral que sufre un daño producido por una conducta
antisocial (y por lo tanto injusta) propia o ajena (esté tipificada o no), aunque no sea el
titular del derecho vulnerado.”
Se trata, como puede percibirse, de una definición amplia, que afecta tanto a
sujetos individuales como a personas morales, a derechos de personalidad (vida,
integridad física, honor, libertad…) como reales (patrimonio, propiedad…), tan-
to a los titulares de los derechos como a los familiares más íntimos, allegados,
deudos… etc. Y, desde luego, desde un punto de vista criminológico, existen daños,
no tipificados penalmente, que pueden ser más perjudiciales, para los afectados,
que otros muchos así tipificados. ¿O es que no ha de considerarse, por ejemplo,
que una persona, atacada en derechos humanos fundamentales (asociación, in-
violabilidad de domicilio, honor…) no sería víctima porque la lesión de tales de-
rechos no estuviese penada (sino, incluso, al contrario, su ejercicio perseguido),
como ocurre en el ordenamiento legal de algunos Estados (los autoritarios)?
El SÉPTIMO CONGRESO de NACIONES UNIDAS, sobre “Prevención
del delito y Tratamiento del delincuente (Milán, 26 del VIII a 6 del IX de 1985)
acotando, tan sólo, el campo de la víctima a ser paciente de infracciones pe-
nales, dice entender por víctimas:
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394
En sentido del texto, comenta H. MARCHIORI: “Se observan, en algunas víctimas,
conductas (lo que se denomina reacción crónica retrasada) donde los síntomas se presentan
nuevamente después de un periodo de tiempo. El temor a la delincuencia que sienten las vícti-
mas afecta a todos los aspectos de su vida, impidéndolos realizar sus actividades, reunirse con
sus amistades, lo que acentúa su aislamiento. El miedo a ser atacado nuevamente constituye
un elemento fundamental que angustia de tal manera que refuerza el autoconfinamiento de
la víctima y de su familia. (…) La familia, de la misma manera que la víctima, sentirá miedo,
angustia, temor a la repetición de la violencia, se identificará con la víctima –en su autocon-
finamiento– o en otras reacciones, rechazará a la víctima, la culpará de lo sucedido, negará
el hecho o intentará un comportamiento de venganza, de aislamiento, de autorreproche.”
(“Criminología. La víctima del delito”; Edit. Porrúa, México, 1998, pp 6-7).

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326 CésaR Herrero Herrero

“1.…Las personas que, individual o colectivamente, hayan sufrido daños,


inclusive lesiones físicas o mentales, sufrimiento emocional, pérdida finan-
ciera o menoscabo sustancial de sus derechos fundamentales, como conse-
cuencia de acciones u omisiones que violen la legislación penal vigente en
los Estados Miembros, incluida la que proscribe el abuso de poder.
2. … En la expresión “víctima” se incluye, además, en su caso, a los fa-
miliares o personas a cargo que tengan relación inmediata con la víctima
directa y a las personas que hayan sufrido daños al intervenir para asis-
tir a la víctima en peligro o para prevenir la victimización”395.
Por tanto, podemos hablar de víctima directa o primaria (nº 1.) y de víc-
tima indirecta o secundaria (nº 2.). Hay también autores que hacen mención
a un tercer modo de víctima, la víctima potencial o terciaria (referida a un
grupo de personas en el que alguno o alguno de sus miembros han sufrido
una victimización directa y que pudiera haberles acontecido a cualquiera de
ellos o a la mayoría componente del mismo, por lo que se sienten afectados
de manera particular). Es decir, que estaríamos ante una víctima primaria, se-
cundaria o terciaria, en la medida en que una persona haya estado respecti-
vamente confrontada, de manera directa, indirecta o próximamente poten-
cial, a una experiencia traumatizante, con la correlativa vivencia sensorial y
emocional396.

C. EL PAPEL DE LA VÍCTIMA EN EL NACIMIENTO DEL PROCESO


DE VICTIMIZACIÓN. MODERNA ORIENTACIÓN

La víctima, a partir de la mitad de la pasada centuria, va a verse, por fin,


envuelta en un proceso muy diferente al desarrollado durante muchos siglos
anteriores. El punto de partida fue el libro de H. von HENTIG: “El criminal y
su víctima” (aparecido en 1948)397. No porque con esta obra se partiera abso-
lutamente de cero, sino gracias a su inmensa resonancia en el ámbito de la
especialidad398, al recalcar que la víctima había que considerarla como “agente
activo” en el desencadenamiento del delito y, por tanto, su elección como víc-
tima no siempre era casual. Aún más. Que, no pocas veces, es la víctima quien
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modela y modula al delicuente que le agrede. Si bien, el criminólogo alemán

“Informe” referido en texto; Naciones Unidas, Nueva York, 1986, p.4.


395

Sobre esta cuestión puede verse el estudio de Evelyn JOSSE: “Victime, une épopée
396

conceptuelle. Première Partie:définitions”, 2006, (texto en http://victimology.be, Zone professio-


nnelle, articles) pp. 12 y ss. del trabajo.
397
H. von HENTIG publicó esta obra con el título “The criminal and his victim”, en edit.
New Haven, Yale U. Press, 1948.
398
Decimos que no partía de cero porque autores como B. MENDELSOHN y H.
ELLENBERGER habían apuntado ya hacia la “nueva” era de la víctima.

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está refiriéndose, fundamentalmente, a víctimas pertenecientes a grupos so-


ciales manifiestamente vulnerables (jóvenes, viejos, emigrantes…)399.
En realidad, los conceptos fundamentales, que ofrece en esa obra Hans
von Hentig, son: 1º Que el criminal y la víctima no nacen, sino que son los
acontecimientos los que determinan los papeles a desempeñar por cada uno.
2º Que algunas personas, en virtud de factores sociales o psicopatológicos,
están “adornadas” de una particular predisposición para convertirse en vícti-
mas. 3º Que, a la hora de analizar las posibles conexiones entre delincuente y
víctima, hay que poner especial atención sobre el tipo de relación preexisten-
te entre ambos.
A partir de Hans von HENTIG, estudiosos como J. NOIREL, empezaron
a afirmar ya en torno a esta cuestión: “Por tanto, un conocimiento más pro-
fundo del fenómeno criminal, la búsqueda de una tutela más idónea de la
sociedad, exigen la ponderación de los actos y de los méritos respectivos del
sujeto activo del delito y de su víctima. Sobre la escena penal no debe contem-
plarse solamente el delito, y accesoriamente al delincuente, es preciso hacer
aparecer, a plena luz, el “tandem” delincuente-víctima. La víctima deviene en
objeto de estudio en derecho penal y en Criminología”400.
Ya, en pleno florecimiento de la Victimología (y, por tanto, dentro de un
conciencia activa y combativa por sistuar en el lugar que corresponde a la
víctima) Ezzat FATTAH, en línea con el mensaje precedente, ha venido a re-
cordar que las ciencias humanas están demostrando que la conducta del ser
humano es el producto de una serie de factores individuales y sociales. Y que,
desde luego, los estímulos exteriores o externos juegan un papel relevante
en la criminogénesis. Que, entre estos estímulos exógenos, “la situación, la
actitud y el comportamiento de la víctima no son los menos importantes. La
víctima puede haber suscitado no solamente los motivos provocadores de la
acción criminal, sino la misma ideación del crimen. La víctima puede haber
igualmente favorecido la eclosión de la situación propicia o desencadenante
del delito y, en fin, haber determinado, sea por su actitud, sea por su compor-
tamiento, el paso al acto”401.
Entonces, y esta es la gran novedad, el enfoque sobre la víctima no es
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ya la de un mero sujeto pasivo o destinatario de la acción penalmente ilíci-


ta o gravemente antisocial. La víctima ha de ser también obligatoriamente
analizada no, por supuesto, como sujeto activo de la infracción y como tal

Sobre este particular, puede verse A. PEARSON.”La victimología y sus desarrollos en


399

América Latina”; en ALPJF, octubre, 2009. Texto, en htpp://psicologiajuridica. Or/archives/58.


400
J. NOIREL: “L’influence de la personnalité de la victime sur la répresentation exer-
cée à l’encontre de l’agent”; en Revue Internationale de Droit Pénal, 1-2 (1959) pp. 181 y ss.
401
Ezzat FATTAH: “La victimologie au carrefour entre la science et l’ideologie”; en Revue
Internationale et Police Technique, 2 (1995) pp.133.

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penalmente responsable; pero sí, como actor interactuante (en principio, no


culpable) en la escena del delito.
Además, esta puesta en escena de la víctima, lejos de su protagonismo pri-
mitivo en la activación de la venganza, ha sido claramente ampliada. Junto a la
visión de poder ser parte activa en la dialéctica criminógena, entablada, hipoté-
ticamente, entre delincuente y víctima, ésta es hoy también requerida como po-
sible sujeto gestor del proceso, como destinataria de información preventiva del
delito padecido, como parte legitimada de demandas de reparación de daños y
de asistencia. Tanto es así que, a partir, aproximadamente, de la década de los se-
tenta (siglo XX), empezó a surgir una nueva rama, con pretensiones de autóno-
ma, desgajada del árbol criminológico, llamada Victimología. Si bien, con mucha
dificultad para comprenderla, si teórica y prácticamente se la alejase del tronco.
No olvidemos, efectivamente, que la víctima es parte constituyente del objeto
poliédrico, pero único, de la Criminología. (Luego volveremos sobre esto).

D. LOS DISTINTOS FACTORES VICTIMÓGENOS

Si, como acaba de decirse, en el proceso de victimización existe siempre,


o casi siempre, alguna clase de incidencia (consciente o inconsciente) por par-
te de la que ha de denominarse víctima, es claro que los factores (factores en
sentido amplio) de la victimización no son exclusivamente los del victimiza-
dor o delincuente, aunque éstos sean los decisivos y sus consecuencias las
únicas penalmente imputables. (Más adelante trataremos de estos factores).
Tenemos, pues, que admitir que existen, en dicho proceso, factores emanan-
tes (aunque no de la misma naturaleza que la de lo criminales) de la víctima.
(Facilitar la ocasión victimizadora del delincuente, orientar objetivamente en
el “modus operandi” de éste…)
¿Entonces, cuáles son esos factores activados, generalmente de forma inconscien-
te, por la víctima?
Podemos distinguir, lo mismo que se hace con los factores que impulsan
al delincuente a delinquir, entre factores exógenos, factores endógenos y facto-
res situacionales.
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Entre los factores exógenos o externos ha de apuntarse, por ejemplo, a:


— Disfunciones sobrevenidas a determinados “estados” o instituciones de carác-
ter social o jurídico, inherentes a la realización personal y social de las personas. Así,
con relación al estado civil, cabe darse víctimas por bigamia. Con relación a la
escuela, víctimas con ocasión del fracaso escolar. Con relación al “status” de
emigrante, víctimas por el “conflicto de culturas”, víctimas de xenofobia, víc-
timas de la desadaptación social y, desde luego, víctimas en conexión con un
horizonte de impunidad, aprovechado por el victimizador. Con relación a la

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profesión, cabe hablar de víctimas por la dificultad o el ejercicio especialmen-


te arriesgado de la misma (policías, taxistas, cobradores, prostitutas). Por rela-
ción a la familia, de víctimas de malos tratos, abusos sexuales (estupros..)…
Entre los factores internos o endógenos, pueden mencionarse:
1º Factores psicobiológicos: Así, puede llegarse a ser víctima por debilidad
física o, al contrario, por impulsividad (camorrismo contestado y revertido) o
por conducta pendenciera, contrarrestada al presentarse la misma con agre-
sividad excesiva…
Por tanto, en primer término, ha de hacerse referencia a Factores relacio-
nados con el normal desarrollo biológico. (Tiempo y sexo). En este ámbito queda
circunscrita, en primer lugar, la edad. Así, los niños por falta de capacidad
física y psíquica para controlarse y controlar su entorno, por su fácil suges-
tionabilidad e influenciabilidad, son objeto de frecuente abuso, en muchas
dimensiones, por adultos sin escrúpulos. O son objeto de abandono y malos
tratos por parte, incluso, de sus mismos progenitores.Con gravísimas secue-
las de índole psíquica y relacionales (reducción de la autoestima, trastornos
del sueño, bajo rendimiento escolar, aislamiento, reacciones destructivas o
nihilistas, fugas del hogar, deseos e intentos de suicidio…). En realidad, aquí,
se trata de secuelas inducidas, también, por factores externos. Al igual que las
situaciones siguientes.
En un estudio reciente, e interesante, del denominado “OSSERVATORIO
ABUSO SUI MINORI”, se ofrece la individualización de los indicadores de
este abuso, afirmando que: “Los adultos maltratantes determinan en el me-
nor un fuerte estado de confusión respecto al propio sentido de identidad
en formación, un bajo grado de autoestima, la sensación de no ser amado,
querido, y de estar indefenso frente a los peligros. El trauma que el abuso
provoca puede asumir diversas formas y puede expresarse en trastornos so-
máticos, psicosomáticos, psiquiátricos y comportamentales que, si no vienen
revelados y elaborados, se estructuran, en la edad adulta, en graves psico-
patolgías.” Advirtiendo, a continuación: Que las conductas más dañosas, y
frecuentes, de los adultos contra estos niños maltratados son:
La del rechazo o lejanía respecto al niño, su no aceptación, la no escucha.
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“La exclusión mediante el aislamiento, privando al menor de la interrelacio-


nes con los de la propia edad y con otras figuras de referencia”. El intimi-
darlos y aterrorizarlos, inyectando miedo en el menor, a través de ataques
verbales y de la creación de un clima hostil, haciéndoles creer que la realidad
que los circunda es tan peligrosa que no encontrarán en ella seguridad, pro-
tección y puntos de referencia. El humillarlos, lesionando su dignidad, sin
reconocerlos dignos de respecto.La de la “deprivación”, encarnada en el no
otorgamiento, a los niños, de los estímulos esenciales (de carácter cognitivo,
emotivo-afectivo, relacional…) necesarios para el proceso de desarrollo y, por

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lo mismo, no creando las condiciones más adecuadas para favorecer la evolu-


ción física y psíquica. La de la práctica de la corrupción de los mismos, de su
explotación, del no reconocer su sensibilidad psicológica de niño…402
En cuanto al anciano, por su parte, no es sólo víctima frecuente contra
los derechos patrimoniales (estafas, apropiaciones indebidas, hurtos…,) sino,
también, contra los bienes de la personalidad (integridad física, contra la vida,
violencias graves). Y, desde luego, en nuestros días, tal vez más que nunca, es
objeto de descuido, falta de asistencia y de abandono403.
En cuanto a los factores victimológicos relacionados con el sexo, es en el
círculo familiar donde la mujer suele llevarse la peor parte. Tanto desde el
punto de vista físico como psicológico. Tanto en los delitos contra la liberatd
sexual como en los delitos contra integridad física y moral y contra la vida404.
2º Factores físico-psicológicos. Parece manifiesto que determinadas defi-
ciencias físico-psíquicas en el campo de la senso-percepción, amnesias, oligo-

402
Sobre estas cuestiones, ha sido H. E. KEMPE quien ha tratado, con sistema, las conse-
cuencias de los malos tratos de los niños (“Síndrome del niño maltratado”).. Véase su obra (en unión
de R. KEMPE): “Child Abuse”; Edic. Fontana-Open Books, London, 1978. El estudio a que se hace
referencia en texto es el “Informe” del OSSERVATORIO ABUSO SU MINORI”, elaborado en la
Provicia de Salermo, en 2011. La cita puede verse en pp. 30 y ss. De dicho “Informe”.
403
Pegada a la realidad es la “Declaración de Hong Kong de la Asociación Médica Mundial
sobre el maltrato de ancianos”, adoptada por la 41ª Asamblea Médica Mundial, celebrada en dicha
ciudad en septiembre de 1989, cuando declara que: Los ancianos presentan patologías múl-
tiples como problemas motores, psíquicos y de orientación. Y que: “Debido a esto, necesitan
ayudas en sus actividades diarias, circunstancias que pueden llevar a un estado de dependen-
cia. Esta situación puede hacer que sus familias y la comunidad los consideren como una carga
y limiten la atención y servicios a un mínimo. Es en contra de estos antecedentes que se debe
considerar el tema del mal trato de ancianos. El maltrato de ancianos se puede manifestar de
diversas maneras: como maltrato físico, psicológico, financiero y/o moral, en modo de maltrato
médico, o de autoabandono. Las diferencias en la definición del maltrato de ancianos presen-
tan dificultades al comparar las causas y naturaleza del problema. Se han propuesto algunas
hipótesis preliminares sobre la etiología del maltrato de ancianos, incluidas: la dependencia
de otros para prestar servicios, falta de lazos familiares estrechos, violencia familiar, falta de
recursos económicos, psicopatología de la persona que maltrata, falta de apoyo comunitario.
En cuanto a los factores institucionales: entre otros, bajas remuneraciones y malas condiciones
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de trabajo que contribuyen a actitudes pesimistas de las personas encargadas, lo que trae como
resultado el abandono de los ancianos.” (pag. 1 del Documento). Sobre Esta cuestión puede
verse también: E. ESCARD y Otros: “Approches pour une meilleure comprenssion et préven-
tion des violences institutionnelles envers les personnes âgées”; en Revue Internationale de
Criminologie et Police Technique et scientifique, 2 (2002) pp. 183 y ss.
404
Sobre este particular, C. HERRERO HERRERO: “Fenomenología criminal y
Criminología Comparada”; Edit. Dykinson, Madrid, 1911, pp. 265 y ss. Y 309 y ss. Para matizar
las afirmaciones del texto, puede verse Martin KILLIAS: “La violence envers les femmes. Quelques
résultats surprenants de l’International Violence Against Women Survey (IVAWS) et l´étude helvéti-
que”, en Revue Internationale de Criminologie et de Police Technique et Scientifique, 2 (2007)
pp. 165 y ss.

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TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 331

frenias, propensiones excesivas en la búsqueda de sentimientos, pseudoper-


cepciones, experiencias continuamente fuera de lo normal, son situaciones
propicias a determinadas formas de victimización. Y, desde luego, existen
factores psiquiátricamente definidos que pueden conducir a victimización.
(Es el caso de padecimiento de psicosis, neurosis, psicopatías…).
Por lo demás, yendo ahora a los factores de carácter situacional, no hay
duda de que siempre potencian el proceso de victimización y que, a veces,
pueden ser los factores provocadores y decisivos. Factores que pueden ser
buscados por el victimizador, predispuesto a victimizar, o proporcionados
por la misma víctima (por descuido, por imprudencia, por ignorancia, inclu-
so, a veces, provocando…). Esta influencia de los factores situacionales ha
venido siendo puesta de manifiesto, en las últimas décadas por las denomi-
nadas “Teorías de la oportunidad”.
La “actividad rutinaria”, la “elección estructural arquitectónica” (determina-
das viviendas, locales comerciales…), determinados estilos de vida, asociados
con los lugares, los tiempos y otras circunstancias distintas a éstas, se presen-
tan como factores incitantes a la victimización de las personas que viven así
en su día a día. Todo ello se refuerza si las potenciales víctimas viven cercanas
a los predispuestos a victimizar, si las mismas están expuestas a situaciones
de alto riesgo de por sí, si se presentan como “blancos” especialmente atracti-
vos para aquéllos o si existen bajos niveles de protección405.

E. ALGUNAS CLASIFICACIONES DE VÍCTIMAS MÁS


INTERESANTES DESDE EL PUNTO DE VISTA DE LA
CRIMINOLOGÍA CLÍNICA

¿Cuáles son las formas de aparecer de las víctimas? ¿Cuáles son sus ti-
pologías? En nuestra “Criminología. Parte General y Especial” (pág.221) se afir-
ma sobre el partricular: “La aparición o el llegar a ser víctima tiene su origen
en multitud de presupuestos. Puede deberse a la elección espontánea llevada
a cabo por el que crea la ideación del delito y pone en movimiento el “iter
criminis”. Puede deberse a la iniciativa de la misma víctima que provoca o
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Sobre este asunto puede verse: L. E. COHEN: “Residential Burglary in the United
405

States: Life-style and Demographic Factors Associates with the Probability of Victimization”; en Journal
Of Research in Crime and Delinquency, 18 (1981)pp. 113 y ss.; T. D. MIETHE y R. F. MEYER:
“Criminal Opportunity and Victimization Rates: A Structural Choice Theory of Criminal
Victimization”, en Revista anterior, 27 (1990) pp. 243 y ss.; Dan R. HOYT, K. D. RYAN y Ana M.
CAUCE: “Personal Victimization in a high-risk enviroment: Homeless and runaway adoles-
cents”, en Revista anterior, 4 (1999)pp. 371 y ss.; Guido V. TRAVAINI y Otros: “Paura e criminal-
ità. Dalla conoscenza all’Intervento”, Edt. Franco Angeli, 2002, ver la sección “Ridurre la paura
per intervenire sul crime (Prevenzione situazionale)”.

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participa, consciente o inconscientemente, en la ideación del acto antisocial


e, incluso, en la puesta en marcha del camino o proyecto delincuencial por
parte del victimizante. Puede deberse a la convergencia coindicente de “pro-
yectos” entre víctima y victimizador. Y, desde luego, existen casos en que el
delincuente se convierte en víctima y la víctima en delincuente.”
Todo esto, unido a la diversidad de factores, expuestos en el apartado
anterior de este mismo Capítulo, que están presentes, influyendo de modo
diverso, en cada una de esas precitadas situaciones, nos permite hacer refe-
rencia a un conjunto de categorías distintas de víctimas que, aquí, vamos a in-
tentar señalar teniendo en cuenta, sobre todo, su interés para la Criminología
Clínica.
Desde tal punto de vista, ahora vamos a referirnos a los tres siguientes
esquemas sobre víctimas406: La clasificación de Benjamín MENDELSOHN, la cla-
sificación de G. LANDROVE y la clasificación ofrecida por Gianluigi PONTI. Ellas
pueden ayudar (simplemente ayudar) al criminólogo, sea generalista o espe-
cialista, a orientar su diagnóstico, pronóstico y tratamiento de la víctima con-
creta, en el supuesto, claro está, de que la misma busque el correspondiente
apoyo para salir de su quebrantada situación, interior o/y relacional. Sin ol-
vidar, como veremos, que no cabe la misma orientación de tratamiento para,
por ejemplo, la víctima inocente que para la víctima provocadora.
a) Clasificación de B. MENDELSOHN. Para B. MENDELSOHN, que
parte del criterio de “correlación de culpabilidad” entre víctima y victimizador,
existen, básicamente, cuatro tipologías de víctimas:
— El tipo de víctima inocente o totalmente inocente. Se trata de la víctima
que no ofrece incentivos u ocasiones estadísticamente anormales al
victimizador. Ni llama la atención, ni provoca, ni participa, en ma-
nera alguna, en la ideación, en la puesta en marcha operativa ni en
la ejecución material del acto victimizante. El victimizador es el úni-
co agente del proceso victimizador. (Esto se produce, por ejemplo,
cuando la víctima es un niño).
Próxima a la víctima inocente es la víctima “con culpa leve” o por ig-
norancia. (El pasajero que distrae al conductor del vehículo donde
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viaja y se produce un vuelco del mismo, produciéndose lesiones o la


muerte del mismo que distrajo).

Existe una multitud de esta clase de clasificaciones. Muy interesante (sobre todo,
406

a nuestra manera de ver, para la Criminología General) es la Clsificación elaborada por Hans
von HENTIG. Puede verse expuesta y sistematiazada en nuestra “Criminología. Parte General Y
Especial”, ya citada, en pp. 223 y ss. El autor ofrece el material explícito para esta clasificación
en su obra “El delito. El delincuente bajo la influencia de las fuerzas del mundo circundante”;
Edit. Espasa-Calpe, Madrid, 1972, II, pp. 443 y ss.).

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TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 333

— El tipo de víctima provocadora. Aquí, la víctima interviene claramen-


te, de algún modo, en el proceso o en alguna fase del proceso, de su
victimización. Sea por imprudencia, sea con alguna clase de inten-
cionalidad o abierta previsibilidad. En esta forma de victimización
la víctima puede ser tan decisiva para serlo, o más, que el propio
delincuente. (Por ejemplo, una mujer que, en un lugar escasamen-
te transitado y sin apenas iluminación, “provoca” lascivamente, y
de forma intencional, a un grupo de varones sometidos por largo
tiempo a “cuarentena sexual”.
— El tipo de víctima primeramente atacante o agresora. Ahora estamos
ante un agresor, que inicia la agresión y, por circuntancias reales o
personales (la “víctima” por él elegida es más poderosa que el agre-
sor principiante), pasa a ser victimizado. (Aquí, Mendelsohn advier-
te que la víctima de rebote obra con un altísimo grado de culpa y se
convierte en víctima como único culpable. V. gr., el agresor que es
muerto por la persona agredida, actuando ésta en legítima defensa).
— El tipo de víctima simuladora o de víctima inventada o imaginaria. Aquí,
no existe victimización real. Todo es fruto del disimulo (generalmen-
te por interés de quien simula ser víctima), o hija de mente distorsio-
nada o de inducción errónea407.
b) Clasificación elaborada por G. LANDROVE. Es ésta una clasificación
con tipologías que, por su base directamente empírica, se acomoda muy bien
a la realidad de la práctica. Así, el autor ofrece como tipologías:
— Las víctimas no participantes. O sea, las víctimas desconectadas to-
talmente del proyecto y “modus operandi” del victimizador.Llegan,
pues, a ser victimas por azar o por elección indiscriminada. Son víc-
timas intercambiables. Le tocó a una persona ser víctima por única
decisión e indiferenciada selección del delincuente, como podía ha-
berle tocado a otra por la misma razón.
— Las víctimas participantes. Aquí, es la “incitación” de la víctima, sea
de forma voluntaria o involuntaria, la que interviene en el desenca-
denamiento del proceso, al atraer, de manera especial, la atención
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del delincuente hacia ella.


— Las víctimas ocasionadas por relaciones próximas. Es decir, en virtud
de las irregularidades o disfunciones que se dan, de hecho, con al-
guna frecuencia, en las interrelaciones humanas. Así, por ejemplo,
en las relaciones de convivencia familiar, se producen malos tratos al

Esta clasificación puede verse en B. MENDELSOHN: “Victimology and the needs of


407

contemporary society”; en Messis, 7 (1974) pp. 75 y ss.

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334 CésaR Herrero Herrero

cóyuge, a los hijos, a la madre o al padre por parte de éstos408. En las


relaciones sentimentales, se producen malos tratos, agresiones físicas o
muertes a impulsos de los celos. En las relaciones laborales (sobre todo,
en las continuadas), se dan, asimismo, malos tratos, malas relaciones
entre compañeros de trabajo, entre patronos y obreros. Recuérdese,
v. gr., la figura del “mobbing”.
— Las víctimas sin conciencia de serlo. Existen víctimas, incluso en masa,
que ignoran que lo son por falta de información, de formación y de
deformación (social, política…). Es el caso, por ejemplo, en las es-
tafas masivas de medicamentos sin virtualidad curativa alguna, de
defraudaciones de impuestos… Hay, al menos, una parte de la po-
blación, que se creen que estas conductas infractoras no les afecta.
Pero han de sufrir las consecuencias.
— Las víctimas vicarias. Son las personas que se convierten en víctimas
por respresentar, o “hacerles” representar, instituciones, valores…,
que son, en realidad, los verdaderos objetos directos de odio en la
intencionalidad de los victimizadores. Se convierten en víctimas por
lo que representan o les hacen representar (Por ejemplo, atentados
contra policías por ser considerados, por los victimarios, “los ade-
lantados”, de un poder enemigo, en la invasión del que estiman su
propio territorio …).
— Las víctimas especialmente vulnerables. Son las víctimas encarnadas en
personas que, por múltiple diversidad de circunstancias, ofrecen una
predisposición victimógena especial y específica. Es decir, están dota-
das, en este campo, de los que ya hemos denominado factores de vulnera-
bilidad especial para ser víctimas. Factores que, como ya se ha insinuado,
pueden ser de carácter personal (niñez, ancianidad, sexo femenino…) o
de carácter social (estilo de vida, desahogo económico, ubicación y for-
ma llamativa de la vivienda, grupo “social” de referencia…)409.
c) Clasificación ofrecida por Gianluigi PONTI. PONTI hace una distin-
ción entre víctimas, hablando de víctimas pasivas y de víctimas activas.
— Victimas pasivas. Son aquellas que no han dado motivo alguno para
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dar lugar al ofensor a obrar de la manera en que ha actuado. Entre


estas víctimas cabe distinguir los siguientes tipos:
   + Víctimas accidentales: Las que llegar a serlo por casualidad, al ha-
berse encontrado, por azar, con el victimizador, pero sin haber

408
Sobre estas cuestiones, puede verse Graziano PUJIA y Roberta NARDONE: “La vio-
lenza nelle relazioni familiari”, 2010; texto en Ressegna 1_2010_corr.indd 5
409
Para esta clasificación de G. LANDROVE DÍAZ, ver su obra: “Victimología”, Edit.
Tirant lo Blanch, Valencia, 1990, p. 42.

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TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 335

puesto nada de su parte antes y durante el proceso victimizador.


(La persona elegida al azar, en plena calle y a la luz del día, para
ser objeto de robo violento por parte del ladrón que ha salido
“ex profeso” a ejercer su profesión).
   + Víctimas preferenciales: Aquéllas que, por sus características per-
sonales, sin haber puesto nada más, entran a ser el “blanco victi-
mizable” del delincuente. (Así, la mujer que, por ser alta y rubia,
es elegida por el violador de turno).
   + Víctimas simbólicas: Son las víctimas “vicarias”, de las que ha he-
mos hecho mención más arriba. Se ataca a la persona por ser
miembro de un grupo o asociación a la que se le quiere dañar
y el victimizador proyecta su actividad delincuente en quien él
cree o piensa que representa a aquélla.
— Víctimas activas. Suelen incluirse, en esta clasificación, a las per-
sonas que, por sus hábitos, actitud o posición social, se presentan
como “blancos” atractivos o favorecedores del “proyecto” criminal
de los victimarios, al ser vistas por éstos como despreocupadas,
beligerantes o agresivas en sus contactos y relaciones sociales en
general o con grupos de personas en particular. O las que se con-
vierten en víctimas, al ser miradas, de forma emotivamente deses-
tabilizante, por personas que, sin ser delincuentes, al menos habi-
tuales, reaccionan desproporcinadamente y “en presente”, ante el
comportamiento que consideran inadecuado o injusto de los ahora
por ellas victimizados.
Entre esta categoría de víctimas puede señalarse las siguientes tipologías
o subtipologías:
+ Las víctimas por su profesión. Lo que se produce al llevar el ejercicio de
la misma un riesgo especial. (Así, por ejemplo, policías y agentes de
seguridad en general).
+ Víctimas agresoras: Las que llegan a víctimas en virtud de una adecua-
da contestación a su agresión. O sea, aquellas cuyo comportamiento
impulsan a otros a defenderse de modo violento.
+ Víctimas provocadoras: Las que desembocan en víctimas al desatar con
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su comportamiento, aunque sea incoscientemente, la cólera, la ira,


la exasperación o que actúan frente a los otros haciéndoles perder el
control y así reaccionar éstos en consecuencia. Se desarrolle la con-
ducta (acción-reacción) en contextos familiares o foráneos.410

410
Gianluigi PONTI: “Compendio di Criminologia”; Raffaello Cortina Editore, 1999. Sobre
esta cuestión puede verse A. BARBAROSSA: “Una passione “da morire”. Vittimologia”, pp. 9 y
ss.; texto, en www. cepic.psicologia.it/index.php?

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336 CésaR Herrero Herrero

F. DISTINTAS FORMAS O MODELOS DE VICTIMIZACIÓN.


VICTIMIZACIÓN PRIMARIA, SECUNDARIA Y TERCIARIA
Una vez que el proceso de victimización se pone en marcha, puede cir-
cunscribirse a la producción del daño a la persona-víctima por parte del vic-
timario o delincuente y a la conexa continuacion del impacto sobrevenido
a la víctima por el hecho, con las secuelas más o menos desagradables para
ella, inherentes al mismo. Pero puede acontecer, y, desde luego, sucede con
más frecuencia de la cuenta, que la víctima tenga que soportar padecimientos
fundamentalmente psíquicos y morales, derivados, precisamente, del trato
inadecuado administrado por las Instituciones obligadas a remediar, en lo
posible, el delito, y a auxiliar o amparar a la víctima.
Ante este complejo proceso victimizador, cabe hablar, entonces, de victi-
mización primaria y de victimización secundaria.
1ª Victimización Primaria. Es la infligida a la víctima mediante la producción,
contra ella, del daño real o directamente personal (con las correspondientes secuelas
afectivas, materiales, físicas, psiquicas) mediante el comportamiento criminoso, o so-
cialmente intolerable, del victimario.
Naturalmente, la reacción de la persona, al reconocerse como víctima, va a
depender de su personalidad, de su experiencia vital, de su contexto familiar,
interrelacional, social. No todas las personas victimizadas reaccionan lo mismo.
Y, claro está, la intensidad y dirección de la reacción va a depender también de
la naturaleza de la agresión sufrida. No es lo mismo, por ejemplo, haber sido
víctima de un hurto que de una violación o de lesiones muy graves…
Lo cierto es que la mayoría de las personas que han llegado a ser víctimas
de acciones criminales se encuentran, muy a menudo, con dificultades notables
o muy notables. Los investigadores, en esta materia, suelen dejar constancia de
que la mayor parte de las víctimas de un delito grave o muy grave pasan, inte-
riormente, por cambios psicológicos desestabilizadores, muy apreciables, al tener
que soportar el traumatismo causado por el comportamiento del victimario, las
secuelas concurrentes y la incertidumbre o inseguridad de las decisiones inme-
diatas o a medio plazo que ha de tomar con ocasión de tal acontecimiento.
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Todo esto es muy importante que sea tenido en gran consideración por
sus familiares y allegados; pero, desde un punto de vista profesionnal, sobre
todo, por parte del criminólogo y demás especialistas que hayan de tratarla,
con el fin exclusivo de ofrecerle comprensión, afecto y ayuda.
En esa dirección, “La Guía de Tratamiento de víctimas de actos crimina-
les”, elaborada bajo el patrocinio del Departamento de Justicia de Canadá,
con utilización de materiales empírica y científicamente contrastados, advier-
te que cada víctima manifiesta sus propias peculiaridades reactivas. Que, no
obstante, ello no impide enumerar, en general, las reacciones corrientes en

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TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 337

las víctimas de un crimen que, por razones obvias, los profesionales han de
conocer, para actuar con conocimiento de causa, a favor de las víctimas. Al
menos, en los primeros momentos o a corto plazo.
Con tal fin, se hace mención concreta, en este campo: Al plano de humor
y las emociones, donde afloran: miedo, fobias, cólera, hostilidad, molestias
generalizadas, ansiedad, depresión, aflicción, culpabilidad, bochorno, emo-
ciones difíciles de encauzar, apatía, embotamiento, baja autoestima. Al plano
social, donde se producen cambios de relaciones con los otros, prevención,
alienación. Al plano del pensamiento y de los recuerdos, constatándose recuer-
dos obsesivos, bajo rendimiento intelectual, vigilia, evocaciones del aconte-
cimiento criminal, confusión y falta de concentración, disociación, puesta
en cuestión de creencias espirituales. Al plano físico, donde se hacen pre-
sentes náuseas, problemas de estómago, tensión muscular, trastornos del
sueño, pérdida de peso, dolores de cabeza, vértigos, sensaciones corporales
de calor o de frío.
Añadiendo a esto que los profesionales que intervengan en relación con
el acontecimiento victimizador, pueden llegar a observar “estas mismas reac-
ciones de la víctima directa en los amigos y en la familia de las víctimas, por-
que el acto criminal produce efectos sobre los amigos y los allegados, el me-
dio escolar, el lugar de trabajo y en la sociedad en su conjunto (Burlingame y
Layne [2001])”411.
Pero esos efectos perversos, o asimilados, no siempre, ni mucho menos, son
exclusiva de la que acabamos de denominar como “Victimización Primaria”. No
pocas veces, el proceso victimizador se prolonga, de modo diverso, con nuevos
actores. Entramos, entonces, en el ámbito de la Victimización Secundaria”.
2ª Victimización Secundaria. Es la victimización padecida por la misma víc-
tima que ha padecido, o viene padeciendo la primaria, cuando el acontecimiento crimi-
nal victimizador de aquélla pasa a ser tratado por las correspondientes instituciones
sociales-asistenciales (públicas o privadas) o por las instituciones gestoras del sistema
penal y las mismas cumplen sus funciones deficitariamente, proyectándose las corre-
lativas disfunciones sobre la persona ya primariamente victimizada.
Se trata, desde luego, de una experiencia que puede traumatizar a la víc-
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tima más que la experiencia directa de la comisión del delito contra ella. Todos
los efectos destructores, más arriba señalados, pueden, en realidad, intensi-
ficarse seriamente, ante el desconcierto y la frustración de constatar cómo
los que debieran protegerla no la protegen, los que debieran comprender
su situación la envilecen. No digamos cuando, incluso, hicieren desaparecer

411
Me refiero, en texto, al estudio, elaborado bajo la dirección de James K. HILL, ti-
tulado: “Guide de traitement des victimes d’actes criminels. Application de la recherche à la practique
clinique”; Ministère de la Justice (Canada), Deuxième Edition, 2009, pp. 27-28.

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338 CésaR Herrero Herrero

pruebas y efectos del delito o la acusasen, encima, de simulación de delito… ¡


Que todo puede suceder...!412
A veces, se habla de victimización anterior o precedente. ¿Puede comparar-
se a la Victimización Secundaria?
No. Aquí se trata del sometimiento de una víctima a una cadena de vic-
timizaciones, generalmente todas ellas primarias (o, al menos, no se requie-
re que haya secundarias) con la continuidad necesaria para sucederse unas
a otras con escasa solución de continuidad o casi sin esa solución. A veces,
esta cadena se extiende a gran parte de la vida de la víctima. Las conexiones
entre unas victimizaciones y otras (salvo el vínculo del tiempo) suelen ser,
no pocas veces, complejas y heterogéneas. Lo específico de estas formas
de victimización es que las inmediatamente precedentes, o que acaban de
llegar, impiden a la persona, que ya está sufriendo las consecuencias de otra
victimización, superar adecuadamente ésta, agravándose, además, por la
presencia de una nueva. Lo que lleva a la víctima a acomodarse en el pade-
cimiento de un traumatismo victimológico continuado. Con el correspon-
diente deterioro físico, psíquico y moral. Está constatado, según parece (y
se presenta como algo razonable) que la victimización constantemente rei-
terada rompe el proceso normal de restablecimiento de la víctima, al menos
cuando las victimizaciones se suceden con escaso espacio temporal entre
sí413.
Y lo que es peor. Según investigaciones “ad hoc”, la victimización “prece-
dente o anterior” puede consisderarse como un firme predictor de victimiza-
ciones futuras. Por ejemplo, en un buen número de mujeres, víctimas de abu-
sos sexuales durante la infancia, podrían ofrecer un alto riesgo de sufrir los
mismos abusos después. Y, desde luego, que estas personas revictimizadas

412
Esta clase de victimización se puede manifestar por ejemplo,, según los trabajos em-
píricos, recogidos en dicha “Guide…”, dirigida por James K. HILL: “…Cuando la víctima tiene
que repetir la recitación del crimen con el sentimiento de estar siendo tratada injustamente
o con la impresión, ante el comportamiento de los demás, que no se la escucha o que no se
la cree. Es necesario subrayar aquí que las víctimas se sienten más en contacto con los otros
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cuando ellas consideran que los policías han sido “amables” o benévolos (Norris el coll. [1997]).
Por el contrario, las experiencias negativas con los especialistas agravan los síntomas del es-
trés postraumático (Campbell et coll. [1999] y disminuyen la probabilidad de su comunicación
(Monroe et Coll. [2005]). Afortunadamente, las víctimas que han recibido cuidados de salud
mental, después de haber vivido tales experiencias negativas, han visto su estrés disminuir
(Campbell et coll. [1999]).” (Pág 35 de dicho estudio).
413
Sobre estas cuestiones, C. A. BYRNE y Otros: “The socio-economic impact of interperso-
nal violence on women”; en Journal of Consulting and Clinical Psychology, Vol. 67, 3 (1999) p.362
y ss.; D. E. PELEIKIS y Otros: “The relative influence of Childhood sexual abuse and other
family Background risk factors on adult adversities in female outpatiens treated for anxiety
disorders and depression”; en “Child Abuse and Neglect, Vol. 28 (2004) pp. 61 y ss.

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TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 339

oponen no parca resistencia a denunciar su situación a las autoridades com-


petentes. Todo ello debido a la la posesión de una baja estima de sí mismas y
a su muy notable sentimiento de impotencia414.
3ª Victimización Terciaria. Generalmente, esta clase de victimización no
está orientada a describir una forma especial de victimización referida a la
verdadera víctima (la que recibe el impacto del acto criminoso) sino a la victi-
mización del delincuente y, en su caso también, a sus más próximos allegados
(padres, pareja, hijos…).
En este sentido, se dice que el delincuente es una persona a la que se
victimiza por tenerle sometido a circuntancias de exclusión y marginación,
cuando cometió el delito, que le empujaron a cometerlo, cuando se le conde-
na y se le recluye en una cárcel, generalmete hacinada, cuando se “le obliga”
a reinsertarse. (Dentro, o fuera de la prisión. En todo caso, para un contexto
social adverso, cuando salga de ella).
A los parientes próximos y allegados (hijos…) se les victimizaría, al ser
privados del condenado o al tener que sufrir penurias y privaciones econó-
micas y afectivas por ausencia de la fuente de manutención y de afecto pater-
nal, maternal, filial…
¿Qué decir de esta victimización denominada terciaria? Que hay que disti-
guir supuestos para poder apreciarla. Que, por ejemplo, no parece razonable
poder estimar su presencia, en relación con el delincuente, cuando perpetra
un delito sin darse circunstancia justificante alguna (legítima defensa o es-
tado de necesidad justificante…), cuando se le condena mendiante proceso
con todas las garantías procesal-constitucionales y cuando cumple la pena
con trato y tratamiento humanitarios. La victimización de los allegados no es
tampoco victimización cuando el acontecimiento precedente es como hemos
descrito, sino obligada derivación y consecuencia de la acción ilícita del pena-
do y de la justa consecuencia inherente a su delito.
Por lo demás, ¿no ha de aplicarse el concepto de “Victimización
Terciaria” a las verdaderas víctimas, las pacientes de una agresión injusta
contra sus bienes personales o reales? Creemos que sí. Ello ocurriría, por
ejemplo, cuando una vez cerrado el ciclo de asistencia a la víctima y cerra-
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do el proceso penal con sentencia condenatoria del victimizador o victimi-


zadores, mediaran, en la ejecución o en el cumplimento de las sentencias,
resoluciones contrarias a los derechos de las víctimas, a su sentido razo-
nable y humano de la justicia, en beneficio exclusivo y excesivo de los vic-

414
Sobre estas cuestiones puede verse F. H. NORRIS y Otros: “The Psychological conse-
quences of crime: Findings from longitudinal population-based Studies”; en Vol Col. “Victims of Crime”
(R.C. DAVIS y Otros, Directors), Edt. Sage Publications, 1997, pp. 146 y ss. También, en D.E.
PELEIKIS y Otros, en trabajo ya citado.

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340 CésaR Herrero Herrero

timizadores. Por ejemplo: ¿un ambiente componedor de los gobernantes


con criminales terroristas, no podrá servir de base para poder calificar de
victimización terciaria el nuevo impacto a sufrir por las mismas víctimas,
sean directas o allegadas?
El criminólogo clínico y el resto de especialistas, dispuestos a yudar a las
víctimas, han de intentar descubrir, en este campo, los verdaderos factores
victimógenos y llamarlos por su nombre. Quizá sea éste uno de los méto-
dos más atractivos para poder acceder al interior de la persona victimizada o
“revictimizada”.
Por tanto, y volvemos sobre algo que ya hemos insinuado más arriba:
a la hora de hablar de victimización, sea de una u otra clase, debemos tener
en cuenta la metamorfosis interior, desde el principio, que experimentan las
personas verdaderamente victimizadas, al tener que pasar por la experiencia,
tan amarga, de al menos cuatro fases coordinadamente acumuladas y con-
tinuadas, que forman el proceso de victimización y del deseado restableci-
miento: la fase de previctimización, de la victimización en cuanto tal, de la
transición y de la reorganización o búsqueda del restablecimiento.
La precitada “Guía de Tratamiento de las Víctimas…”, al abordar un
modelo de victimización y de restablecimiento repite, por eso, ideas que con-
sidera esenciales. Subraya, en consecuencia, que:
“Para comprender la experiencia vivida por las víctimas de actos cri-
minales, es necesario considerar la victimización en su conjunto, y no
solamente el acto criminal en sí. La victimización es la manera cómo
la víctima vive el estrés causado por las acciones que están fuera de
su control. Antes de examinar las teorías y los trabajos de investiga-
ción correspondientes a las víctimas, es preciso hacer aquí una distin-
ción mayor: las víctimas de actos criminales son diferentes las unas de
las otras. He ahí el tema principal de la presente sección, que examina
cómo cada víctima llega a restablecerse y a reprehender una vida llama-
da “normal” después de haber vivido un acto criminal. (…) Cada indi-
viduo tomará un camino diferente, pero la mayor parte de las víctimas
vivirán cuando menos experiencias comunes nacidas de su victimiza-
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ción. (…) Para comprender lo que viven nuestros “clientes”, debemos


esforzarnos por comprender los cambios psicológicos por los que atra-
viesan las personas que han sido víctimas de un acto criminal y que
comienzan a reconocerse como tales. Casarez-Livison [1992] ha exa-
minado varios modelos de victimización. Ella percibe algo que describe
cómo una persona pasa de miembro de la población general al estado de
víctima y después de superviviente. Según ella, las víctimas pasan por
diferentes estadios: antes del crimen, el crimen mismo, la adaptación
inicial y la acomodación y, en fin, por el estadio donde el hecho de haber

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TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 341

sido víctima de un acto delincuencial forma parte de su experiencia de


vida (Casarez-Levison [1992])”415.

G. EL CONCEPTO DE VICTIMOLOGÍA Y SUS RELACIONES CON LA


CRIMINOLOGÍA CLÍNICA. CONCEPTO Y FUNDAMENTO REAL
DE LA CLÍNICA VICTIMOLÓGICA

a) Concepto de victimología y sus relaciones con la Criminología


Clínica
Con lo que se acaba de exponer en el apartado anterior (y teniendo en
cuenta, además, el papel que la víctima juega en el fenómeno de la crimino-
génesis) ha sido forzoso relacionar la Criminología Clínica con la víctima y no
sólo con el delincuente, aunque, como es obvio, éste haya de ser su objetivo
preferente. Si ello es así, el criminólogo clínico no puede estar ajeno a esa
relación, puesto que la Criminología Clínica tiene no poco qué decir con res-
pecto a la víctima de la actividad criminosa.
Desde ese punto de vista, pues, el criminólogo, sobre todo el clínico, ha
de tener en cuenta que la víctima entra en relación con la Criminología por
su posible inter-influjo (víctima-delincuente, delincuente-víctima) en la apa-
rición del delito concreto (rol peculiar y específico de la víctima como posible ele-
mento de la situación predelictual). Lo que ha dado lugar al nacimiento y auge
de la que muchos consideramos una rama (con no escasa autonomía) de la
Criminología como ciencia. Pero entra en contacto, asimimo, con ésta, desde
otra dimensión: en cuanto la víctima se presenta como la parte perjudicada
por el delito y, por lo mismo, reacciona frente él para reivindicar justicia res-
pecto a sus derechos injustamente violados. Vertiente ésta a la que algunos
denominan “criminología victimológica”416.
Este doble aspecto ha de ser analizado al intentar comprender, de forma
adecuada, el fenómeno criminal desde una perspectiva criminológico-clíni-
ca. Y, por eso, desde nuestro punto de vista, ambos contenidos forman parte
de la Criminología, aunque la rama especializada de ésta, para analizar e in-
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terpretar mejor esos contenidos, se llame Victimología. (Sea victimología “in


genere”, o sea victimología clínica o clínica victimológica).
La Criminología, por tanto, sobre todo la Criminología Clínica, si preten-
de esclarecer, de forma integradora, el drama delincuencial, ha de estudiar
al “personaje” víctima en su doble cara. En primer término, como incidente
en el propio proceso victimizante (en interacción consciente o inconciente

415
“Guide de traitements des victimes dáctes criminels…”, ya citada, p. 19.
416
Así, por ejemplo, R. GASSIN: “Criminologie”, ya citada, pp.509-510.

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342 CésaR Herrero Herrero

con el victimizador). Y es que delincuente y víctima son criminológicamente


hablando inseparables. Aunque sus papeles sean casi siempre antagónicos417,
su centro de relación es el delito. En segundo lugar, la víctima se convierte,
al mismo tiempo, en paciente indebido de la consumación de aquél, por el
hacer imprescindible y definitivo del criminal. Al estudio de esta doble ver-
tiente se dedica, precisamente, la Victimología. Rama, repetimos, a través de
la cual la Criminología estudia y trata a la víctima.
Por eso, en un principio, cuando la Victimilogía empezaba a consolidar-
se como tal, uno de sus principales sistematizadores, G. GULOTA, la defi-
418

Sobre la relación delincuente-víctima, además de las aportaciones ya citadas de


417

H.von HENTIG, puede verse el clásico estudio de H. ELLEMBERGER: “Relations psycho-


logiques entre le criminel et la victime”, en Revue Internationale de Criminologie et Police
Technique, 1 (1954) pp. 103 y ss. Sobre este particular puede verse, asimismo:Daniela AGROSI
y Sonia PRECONE: “Criminali e Vittime. Profilo psicologico. Moventi, possibili interventi”; Corso
di Criminologia, Ciampino 2002-2003, pp. 24 y ss. No podemos olvidar, tampoco, a este res-
pecto, que la denominada actualmente victimodogmática viene presentándose como nudo
de conexión respecto de la interacción víctima-delincuente o delincuente-víctima, derivando
la cuestión hacia la posible incidencia de esa interrelación en el esquema de la teoría técnico-
jurídica del delito. Sobre todo, en materia de la “compensación penal”, referida al delincuente
por posible debilitamiento de su responsabilidad cuando la interacción de la víctima excediese
lo normal. (A este respecto, puede verse A. SERRANO MAÍLLO: “Pensamiento contemporáneo y
participación de la víctima en el delito. La victimodogmática”; en su obra “La compensación en Derecho
Penal”, Edit. Dykinson, Madrid, 1996, pp. 241 y ss.).
418
Sobre este particular, J. LÓPEZ VERGARA: “Criminología. Introducción al estudio
de la conducta antisocial”; ITESO, tercera reimpresión,, México, 2000; sobre todo, pp. 161 y ss.
Pero la Victimología, aún como rama dentro de la Criminología, ha tenido enemigos. Autores
tan prestigiosos como M. LOPEZ-REY escribía a finales de la década de los setenta: “La victi-
mología significaría la existencia de victimólogos, y cabe preguntarse cuál, aparte de una pro-
liferación de disquisiciones, debería ser su cometido. ¿Sería el de prevenir o reeducar a toda
posible víctima? El papel de la víctima, incluso respecto a su personalidad, ha sido ya en parte
tenido en cuenta por los códigos penales, especialmente en la formulación de ciertas agravan-
tes y atenuantes. Las mismas, al igual que ciertas figuras delictivas, muestran que las víctimas
pueden ser provocadoras, poco escrupulosas y otras cosas más, pero ¿justifica ello la erección
de una disciplina nueva? ¿Puede tomarse en serio que, en todos los casos delictivos, se proce-
da al examen psicológico y psiquiátrico de la víctima a fin de determinar la coactuación de su
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personalidad? Aun suponiendo que ello fuera económicamente hacedero, ¿se justificaría que
las víctimas de los grandes agiotajes, contaminaciones, persecuciones políticas, de los tortura-
dores, de una serie de depredaciones en tiempos de paz y guerra, de motines y algaradas, de
secuestros de personas, pasajeros y demás, del cotagio venéreo, de envenenamiento o defor-
mación como consecuencia de ingerir sustancias alimenticias, productos farmacéuticos, etc.,
las lesionadas como consecuencia de una serie de accidentes y otras muchas, fueran examina-
das psiquiátricamente? ¿Olvidan los que postulan la invención de la victimología que sólo tie-
nen en cuenta una pequeña parte de la criminalidad para justificarla y que el sistema de cajas
de indemnización y compensación, que no es nada nuevo, pero que funciona ya en bastantes
países, da resultados más rápidos y mejores que los que podrían aportar los victimólogos? Si
ha de ser inventada una victimología, ¿por qué habría de reducirse sólo a lo criminal? ¿Sería

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TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 343

nía como: “Disciplina cuyo objeto es el estudio de la víctima de un delito, de sus per-
sonalidad, de sus características biológicas, psicológicas, morales, sociales, así como
culturales, y de sus relaciones con el delincuente y del papel que ha desempeñado en
la génesis del crimen”419. En su evolución, sin desviarse del anterior contenido, vino a
interesarse, de forma intensa, por los derechos de la víctima, hasta tal punto que, como
sintetiza RODRÍGUEZ MANZANERA: “Tema funadamental de la Victimología
moderna es el estudio y tratamiento de la víctima, considerado actualmente como un
derecho del ofendido por una conducta criminal”420.
Podemos ver, entonces, cómo, a travès de la unión de esas dos visiones,
estrictamente complementarias, el concepto de Victimología engloba los dos
extremos que, hace unos momentos, acabamos de describir, y que no hay que
sacar fuera del cometido criminológico.
Hay ya autores reconocidos, por ello, que, a la hora de definir la
Criminología Clínica, engloban directamente en ella a la VÍCTIMA. Es el caso,
por ejemplo, de Fulvio FRATI que conceptúa dicha Criminología, diciendo
que es:
“La rama de la Criminología que utiliza, en la aproximación a los aconte-
cimientos criminosos, una modalidad de interpretación específicamente
proyectada a comprender los sentimientos, las experiencias y vivencias
subjetivas, sea de los autores o sea de las víctimas de los delitos, con el
propósito de intervenir (en unión de otras modalidades interpretativas
de diverso tipo, sobre todo de las relacionadas con las sociológicas y las
jurídicas) para intentar alcanzar la reducción de los comportamientos
penalmente sancionados y del sufrimiento que a éstos habitualmente
acompaña”421.

b) Concepto y fundamento real de la Clínica victimológica


Es claro que, aquí, hacemos referencia a la Clínica victimológica relacio-
nada con víctimas que han llegado a serlo por haber sufrido comportamien-
tos delictivos o gravemente antisociales. Por tanto, se deja, ahora, de lado a la
que prodíamos considerar como tal clínica por referencia a una victimización
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de carácter no criminal (víctimas de catástrofes naturales…)422

necesario inventar una victimología civil, comercial, industrial y muchas más?” (“Criminología.
Criminalidad y planificación de la Política criminal”; Editorial Aguilar, tomo II, Madrid, 1978, p.
146).
419
G. GULOTA: “La vittima”; Ed. Giuffré, Varese, 1976, p. 9.
420
L. RODRÍGUEZ MANZANERA: “Criminologia Clinica”, ya citada, p. 333.
421
Fulvio FRATI: “La Psicologia penitenziaria e criminologia”; en Bolletino d’Informazione
dell’Ordine degli Psicologi dell’Emilia Romagna, 1 (2002) p. 2 del estudio.
422
Sobre este aspecto, R. GASSIN: “Criminologie”, ya citado, pp. 713 y ss.

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344 CésaR Herrero Herrero

Es, si se habla de Clínica victimológica de carácter criminal, cuando esta-


mos ante un concepto, en sentido estricto o propio, de esta clase de Clínica.
¿Cómo definir esta clase de clínica (clínica victimológica)? Podemos definirla,
teniendo en cuenta el concepto de victimología, arriba expuesto, como: La
indagación o investigación sistemáticas, ordenadas a propiciar el tratamien-
to adecuado, individualizado, de las víctimas de infracciones penales, previo
estudio riguroso del proceso de victimización y de la constatación e informa-
ción, en su caso, del derechos que la asisten y cómo pueden ser, en lo posible
restablecidos.
En cuanto al fundamento real de la Clínica victimológica podemos ha-
cerlo visible partiendo de las definiciones que acabamos de ofrecer tanto so-
bre la Victimología como de la Clínica victimológica. Concretamente, su fun-
damento descansa en:
1º La necesidad de esclarecer la aportación de la víctima concreta al
surgimiento de la acción victimizadora del delincuente. Ello implica,
como ya se ha dicho, el estudio de personalidad y de las caracterís-
ticas psicobiológicas, psicomorales y psicosociales de la víctima. No
para estigmatizarla, sino para evitar en el futuro aportar factores vic-
timológicos que, consciente o inconcientemete, pudieren incidir en
algún proceso de su victimización.
2º En la necesidad o gran conveniencia, para las víctimas, de recibir ayu-
da y apoyo para superar los efectos negativos (ya vistos) de la victimi-
zación. Incluso, siendo dirigidas, en su caso, a especilistas de la salud
mental.
3º En la necesidad de informarlas sobre la forma de poder restaurar, en
lo posible, el propio quebranto personal, sus derechos (personales o
reales) menoscabados por el delito. Orientándolas, para ello, hacia las
instituciones sociales o jurídicas competentes. Habiendo de recordar,
al respecto, la amplia gama de servicios de asistencia personal y social,
habilitados por los denominados Estados Sociales y Democráticos de
Derecho. Servicios que, por lo demás, han de ser adecuados a cada
una de las víctimas y administrarse en cuanto antes si se preteten-
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de que sean efectivos y que, incluso, no cooperen a la victización


secundaria423.

423
André NORMANDEAU hace observar cómo, a pesar de las deficiencias existentes,
en materia de servicios sociales y jurisdiccionales con relación a las víctimas, desde hace ya
bastantes años, al menos en América del Norte y en Europa (democrática) ha venido aumen-
tando de forma muy considerable en ambos aspectos. Gracias, en gran parte, por “la conjuga-
ción de cinco tipos de actividades independientes pero complementarias: a)La introducción
de programas de indemnización de las víctimas; b) el desarrollo de un campo de estudio cono-
cido bajo el nombre de “victimología”; c) el movimiento femenino; d)el incremento de la cri-

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TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 345

Y, desde luego, invitándolas, si se estimase oportuno, a acudir, desde el


punto de vista jurisdiccional, a los buenos servicios que, en este campo, pare-
ce estar ofreciendo la denominada “justicia restaurativa”424.
¿Cómo hacer posible llevar a cabo esta tarea clínica con las víctimas
que accedan libremente a someterse a esas indagaciones individualizadas?
Acudiendo, obviamente, a las denominadas técnicas clínicas: Entrevista, exa-
men médico, psicológico, social… realizadas por el correspondiente equipo
de especialistas en este campo. (Esto lo veremos en el momento de desarro-
llar el método o métodos a utilizar en la actualidad para alcanzar los fines
de la Criminología Clínica y al abordar los sujetos activos en la puesta en
práctica de la Criminología Clínica).
Y, antes de terminar este Capítulo, otra pregunta: ¿Es necesario, o siquiera
conveniente, proceder a instar a cualquier clase de víctima para que acceda a pasar por
tales técnicas? ¿Someterse a la clínica victimológica tal como la venimos entendiendo
aquí y ahora?

minalidad (real o percibida) y, en paralelo, la insatisfacción de la opinión pública y sobre todo


de las víctimas, frente a frente con el sistema de justicia penal; e) el desarrollo mismo del acti-
vismo pro-víctimas”. Concluyendo el mismo autor que: “Las víctimas de actos criminales han
encontrado finalmente una plaza legítima en el seno de la justicia penal. Las víctimas no son
ya relegadas enteramente al rango de espectadores pasivos. Para el futuro, la cuestión es deter-
minar la extensión y las modalidades de su participación en aquélla, así como la extensión y las
modalidades de las redes de ayuda públicas y privadas.” (“Politiques et practiques en matière de droi-
ts et de services aux victimes d’actes criminels au Canada”, en Revue Internationale de Criminologie
et Police Technique et Scientifique, 1 (2001) p.89 y p. 99). Y, en cuanto a la adaptación del servicio
prestado a las características personales de la víctima y su administración presta a la misma, la
“GUIDE DE TRAITEMENT DES VICTIMES D’ACTES CRIMINELS”, ya citada, en su pág. 85,
advierte, en consonancia con lo que venimos afirmando que: “Las víctimas de actos criminales
deben recibir rápidamente tratamientos eficaces que les ayuden a hacer remitir su victimización
y acceder a un estado lo más cercano posible al normal. (…) Los administradores de servicios de
urgencias a las víctimas de actos criminales pueden encontrarse frecuentemente con personas
que adolezcan de estrés profundo, de problemas de adaptación al traumatimo o problemas de
salud mental, que requieren de sostén social, que pueden haber sido criminalmente victimizadas
varias a la vez, etc. Las víctimas de actos criminales constituyen un grupo diversificado, tienen,
pues, reacciones distintas y necesitan de servicios diferentes.”
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424
Sobre este particular puede verse S. CLEMENT, G. LÓPEZ y S. PORTELLI: “Les droi-
ts des victimes. Victimologie et psychotraumatologie”, edit. Dalloz, Paris, 2003. Jo-Anne WEMMERS
argumenta cómo, la justicia reparativa, en la medida en que pueda ser puesta en práctica, está
siendo presentada como mucho más constructiva que la administración de justicia tradicional,
en orden a la cura y reparación de las víctimas, puesto que ha nacido para estas funciones y
no, como la justicia clásica, que, en vez de atender, primordialmente a las víctimas, se orienta,
en primer lugar, al castigo del delincuente. La justicia reparativa parece responder mejor a la
satisfacción de las necesidades, que la víctima tiene, o suele tener, de información, de indemni-
zación (dédommagement), de necesidades afectivas, de participación en los procesos correspon-
dientes, de protección… (“Une justice réparatrice pour les victimes”, en Revue Internationale de
Criminologie et Police Technique et Scientifique, 2 (2002) pp. 156 y ss.).

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346 CésaR Herrero Herrero

Dando por descontado que ello es imposible cuando se trate de víctimas


colectivas, victimizadas, generalmente, por lo denominados delitos-masa,
hemos de decir, con respecto a las víctimas individuales, que no es siempre
necesario y, ni siquiera, conveniente. En estos últimos supuestos no sería
necesario, ni probablemente oportuno cuando, por ejemplo, como señala
RODRÍGUEZ MANZANERA, se trate “de delitos en que no hay relación ni
contacto personal entre víctima y victimario; tal es el caso de los robos de
poca monta en que no hay violencia (carteristas, retinteros, etc.), o aquéllos
de víctima indeterminada… (…) Podría pensarse que es del mayor interés del
ofendido el que se haga justicia y le sea reparado el daño, pero en ocasiones
prefiere la impunidad del ofensor a ser sometido a exámenes que considera
atentatorios a su intimidad, o que le hacen perder tiempo, o que considera
molestos o dolorosos”425.
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L. RODRÍGUEZ MANZANERA: “Criminología Clínica”, ya citada, p. 336. También,


425

en parecido sentido, al del reflejado en texto, los autores de la ya remencionada “GUIDE de


Traitement des victimes…” (en pág.83) comenta: “Un servicio uniforme para todos no puede
dar buenos resultados. La orientación de las víctimas hacia servicios que forman parte de un
abanico más amplio será siempre la solución más provechosa para ellas. Las víctimas que ma-
nifiesten la presencia de estrés y de síntomas extremadamente agudos pueden tener necesidad
de servicios más intensivos. Por consiguiente, las víctimas que no manifiesten una reacción
grave no deben, necesariamente adherirse a un grupo de sostenimiento o seguir una terapia
individual. Ellas pueden sacar provecho, en cualquier caso, de su participación en sesiones de
información o de la lectura de documentación escrita.”

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Capítulo diecisiete

EL CONTROL SOCIAL CON RELACIÓN


AL DELINCUENTE CONCRETO
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A. INTRODUCCIÓN

El control social es otro de los elementos integrantes del óbjeto único de


la Criminología. (Acabamos de exponer los otros tres elementos del mismo
objeto: el delito, el delincuente y la víctima).
Pero, ¿por qué ha de ser incluido, en la Criminología como ciencia, el con-
trol social como elemento integrante e imprescindible de su objeto? Porque
la Criminología, ciencia teórica y práctica o aplicada, no puede quedarse en
la descripción del fenómeno delictivo sin ofrecer, al tiempo, posibles y razo-
nables remedios frente al mismo. De aquí, que deba exponer a la sociedad,
desde criterios prevalentemente empírico-científicos, desde los posibles y de-
seables intercambios con las ciencias normativas de la conducta y de reflexión
filosófica, (siempre dentro de un marco de respeto máximo a los derechos de
la persona, sobre todo de los fundamenfales) los medios terapéuticos o re-
cuperadores y, en su caso, disuasorios, para poder someter a control a dicho
fenómeno.
Lo mencionado vale tanto para la Criminología General como para la
Criminología Clínica. Sólo que ésta ha de fijarse, sustancialmnete, con res-
pecto a esta misión, en el individuo concreto, no sólo en cuanto a su inte-
rioridad (universo endógeno), sino también con respecto a su contexto vital
(universo exógeno o de entorno).Sea que se trate de sujetos próximos adelin-
quir (virtualmente propicios al paso al acto criminoso), sea que se esté ante
delincuentes en acto, frente a los que se ha de intervenir, en su caso, para
evitar probables reincidencias.
Ante esas situaciones, y ante la posibilidad de hacerlas frente para neu-
tralizarlas, ¿cuál ha sido la respuesta de los cultivadores más “conspicuos” de
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la Criminología, de la Criminología además de empírica, la proyectada desde


una antropología equilibrada, fiel a la naturaleza de las cosas y a la recta ra-
zón, exenta, en lo posible, de ideologías claramente reduccionistas? ¿Cuáles
serán los modos de control social más adecuados para aplicarlos al concreto
delincuente o, en su caso, con gran probabilidad próxima a serlo, siempre
que él lo demande libremente?
Esta es la tarea que vamos a abordar ahora, empezando por esclarecer
algunos conceptos y cuestiones previas.

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350 CésaR Herrero Herrero

Concretamente, tratamos de examinar las siguientes cuestiones:


— Presupuestos básicos de convivencia y la necesidad de un adecuado
control para mantenerlos.
— El concepto de control social “in genere”. Sus clases.
— El control social específicamente orientado al delito. Su posible adap-
tación a la práctica de la Criminología Clínica.
— El control social frente a la delincuencia desde algunas corrientes cri-
minológicas radicales.
— Disfunciones de algunas formas del control social y del control del
delito.

B. PRESUPUESTOS BÁSICOS DE CONVIVENCIA Y LA NECESIDAD


DE UN ADECUADO CONTROL PARA MANTENERLOS

Es conocida la frase de Aristóteles: “El hombre es sociable por naturale-


za”. Asegura, efectivamente, Que: “El hombre es un ser formado para aso-
ciarse con todos aquellos que la naturaleza ha creado de la misma familia
que él, y habría para él asociación, aun cuando el Estado no existiese”426.
Pero, ¿qué razones aduce el Estagirita para llegar a tal aseveración? Uno de
los textos del filósofo, que alude algunas de las razones de ese porqué, sos-
tiene que: “La naturaleza arrastra, pues, instintivamente a todos los hom-
bres a la asociación política. El primero que la instituyó hizo un inmenso
servicio, porque el hombre, que cuando ha alcanzado toda la perfección po-
sible es el primero de los animales, es el último cuando vive sin leyes y sin
justicia. En efecto, nada hay más monstruoso que la injusticia armada. El
hombre ha recibido de la naturaleza las armas de la sabiduría y de la virtud,
que debe emplear sobre todo para combatir las malas pasiones. Sin la virtud
es el más perverso y más feroz, porque sólo tiene los arrebatos brutales del
amor y del hambre. La justicia es una necesidad social, por que el derecho
es la regla de vida para la asociación política, y la decisión de lo justo es lo
que constituye el derecho”427.
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El hombre, por tanto, está llamado a vivir en sociedad, pero ello no es


posible si el ser humano no se ejercita en la aquisición de las virtudes que
la vida en común exige. La sociedad humana es un fenómeno complicado.
Complejidad que tiene su fundamento en que, para que la verdadera socie-

426
ARISTÓTELES: “Moral a Eudemo”, Ed. Espasa-Calpe, Colección Austral, nº 296,
Madrid, sexta edición, 1976, Capítulo X (“De la sociedad civil y política”) p. 211.
427
ARISTÓTELES: “La Política”; Ed. Espasa-Calpe, Colección Austral nº 239, décimo-
tercera edición, Madrid, 1978, Capítulo I (“De la sociedad civil”), p.24.

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TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 351

dad (vida en común, no pura agregación o coexistencia) se dé de verdad, sea


real, ha encarnar, de forma indispensable:
— Tener una finalidad coherente y compartida. Un fin integrador, de carácter
permanente, eje en torno al cual ha de girar la vida comunitaria, extensiva
a un complejo de personas con características comunes pero, también, con
marcadas diferencias, propias de la singularidad de la persona humana.
— Un conjunto de instituciones para poder llevar a cabo los fines esencia-
les, necesarios para poder satisfacer la finalidad integral de que acaba de ha-
blarse. Lo que supone la organización racional y duradera de los grupos o
subgrupos que integran a aquélla.
— Y, en fin, poder compensar y armonizar las distintas posiciones que
los distintos miembros de esa sociedad tienen en ella, precisamente en virtud
de sus diferencias. Distinta posición personal (por el rol y el status) y colectiva
(estratos, capas, clases sociales)428.
Esta complejidad, como es natural, exige a las sociedades que sus miem-
bros comportan un mínimo de principios y valores que permitan, en primer
lugar, la formación de grupos y de que éstos estén lo suficientemente cohesio-
nados entre sí como para transmitir estabilidad, continuidad y permanencia
respecto de la vida en común. Estos principios y valores son, por ello, como
veremos, objeto comunitario de transmisión a sus miembros. (Dimensión cul-
tural de todas las sociedades). Lo que no quiere decir que no haya de haber
lugar para disensos, siempre que, como ya hemos visto que advertía el gran
filósofo heleno, se practiquen dentro de la justicia o del Derecho justo429.
Lo que acontece, sin embargo, es que no todos los miembros de esos gru-
pos o subgrupos, componentes del entramado social, son respetuosos con
esos principios y valores (tampoco, con los elementamente aglutinantes) y,
por ello, tales comportamientos irrespetuosos, o transgresores, han de ser es-
timados como inadmisibles, en mayor o menor grado, para la convivencia.
Ante la gran relevancia de esos principios y valores, los grupos huma-
nos se manifiestan, de forma consecuente, normativos y la infracción de las
normas de conducta, informadas en aquéllos, provoca su reacción. Reacción
que puede ser más o menos severa en conformidad con la importancia de la
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428
Podemos decir, según lo expuesto en texto, que hay sociedad humana, cuando esta-
mos ante la reunión orgánica y permanente de individuos y grupos humanos destinada, por
su propia naturaleza, a cumplir, mediante la mutua cooperación, todos los fines o necesida-
des de la vida humana. (A este respecto, puede verse C. HERRERO HERRERO: “La delincuen-
cia. Su concepto, Su dimensión social. B. El concepto de sociedad”, en su Obra “Criminología. Parte
General y Especial”, ya citada, pp.287 y ss.).
429
Sobre esta cuestión, puede verse el apartado F. (“Nuestro concepto criminológico del
Delito”) del Capítulo X de esta obra.

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352 CésaR Herrero Herrero

norma lesionada o con el grado de disconformidad que, con ella, el infractor


manifieste. En una palabra, las sociedades civilizadas, para hacer posible la
convivencia (la vida social en sí misma) ponen en marcha el llamado control
social. Pluriforme y diverso en contenido.

C. EL CONCEPTO DE CONTROL SOCIAL. “IN GENERE”. SUS CLASES

El término “control” equivale, semánticamente hablando, a inspección, fis-


calización, dominio, mando, preponderancia…, sobre alguien o algo.
“Control social” desde esa perspectiva semántica, podríamos definirlo,
pues, como fiscalización, dominio, mando…, por determinados agentes (so-
ciales, políticos, laborales…) sobre individuos, grupo o grupos de personas,
sobre sus ideas y creencias, sobre su actividad o interactividad para constatar
(y luego en su caso corregir) si se adaptan al modelo de convivencia que tales
agentes estiman como obligatorio.
Explicitando más, y tendiendo en cuenta, que las normas se presentan
como el elemento cohesionador del tejido social, hay quien define el control
social como el conjunto de instrumentos y recursos (sociales, jurídicos, peda-
gógicos…) de los que un grupo humano, orgánicamente constituido, se sirve
para hacer respetar sus normas.
Otros, partiendo de que la primera expresión del control son las normas
mismas y que las normas, en una sociedad civilizada y democrática, nacen del
consenso de los grupos que la integran (“los hombres se imponen ellos mismos
la coformidad”) refieren al control social, como lo hace M. CROZIER: “Todos
los medios que, gracias a los cuales, una sociedad, un grupo social o, sobre todo, los
hombres que les componen, en tanto que conjunto colectivo estructurado, resuelven
imponerse a ellos mismos para el mantenimiento de un mínimo de conformidad y de
compatibilidad en sus conductas”430.
No hay duda de que la anterior definición encierra un amplio espacio del
control social en el supuesto de que los que dictan realmente las normas de
control representen de forma auténtica a los sedicentes autocontroladores.
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Pero, ¿Qué sucede con aquellos que no están dispuestos a seguir esa “autoim-
posición” o que, aceptada, en origen, luego la conculcan?
Además, ¿por qué vías son capaces los miembros de una sociedad de au-
tocontrolarse de forma colectiva?
No parece que baste con decir que a través de la socialización (primaria y
secundaria; sobre todo, la primera), porque ésta es un mecanismo interno de

M. CROZIER: “La transformation des modes de Contrôle social et la crise des régulations
430

traditionnelles”, en Revue Tocqueville, vol. II, 1 (1980) p.41.

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TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 353

control social que, como es manifiesto, abunda en discrepancias con respecto


a los contenidos a transmitir, transmitidos y asimilados, por los socializables.
En consecuencia, para evitar la anarquía convivencial, es precisa alguna vía
externa complementaria, distinta de la autorregulación. “En el proceso de so-
cialización –comenta A. BAGNASCO y Otros– una persona no sólo aprende el
contenido de las normas sociales, sino que las hace propias, transformándolas
en normas morales que, desde entonces, guiarán su conducta y que la harán
sentirse culpable con la sola idea de violarlas. Con todo, todavía, por cualquier
motivo, el proceso de socialización puede fallar o no ser suficiente; y es ahora
cuando entra en acción el proceso externo de control social, el recurso a casti-
gos y recompensas; estos son reacciones sociales a la violación de las normas;
los primeros están destinados a desalentar tales violaciones, las segundas, a su
vez, a incentivar la adhesión a las expectativas sociales”431.
Y es que sea como fuere, la actitud del ser humano en el proceso de so-
cialización (sea activo o sea pasivo) en ambos supuestos siempre se darán
excepciones y desviaciones con respecto a las normas sociales. El mismo Max
WEBER afirmaba, al respecto, que el hombre es un ser activo, hasta tal punto
de modelar él a la sociedad (primacía del la persona singular, del individuo
sobre la colectividad), en virtud de lo cual es él quien escoge, con suficiente li-
bertad, las normas, los valores y lo roles sociales. Pero, al orientarse, para ello,
en el seguimiento de su propio interés, cuando cambia, también él muda o
modifica su cuadro axiológico y normativo432. Y, aunque E. DURKHEIM, por
el contrario, hacía primar a la sociedad sobre el individuo, a quien aquélla im-
pondría a través de sus agentes; familia, escuela…) los correspondientes con-
tenidos socializadores433, presionándole, asimismo, con sus roles, reconocía

A. BAGNASCO y Otros: “Elementi di Sociologia”; Edizioni del Mulino, Bolonia, 2004,


431

en su Capítulo 5 (Controllo sociale, devianza e criminalità”).


432
Sobre la primacía del individuo con relación a la sociedad, en Max Weber, puede ver-
se: Pablo NOCERA: “Mediaciones conceptuales en la sociología de Max Weber. A cien años de
“La Ética protestante y el espíritu del capitalismo”; en Nómadas. Revista de Ciencias Sociales y
Jurídicas, Vol. 13, 1 (2006).
433
Para E. DURKHEIM, en efecto, el individuo es producto de la sociedad. ¿Por qué?
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Según él, porque la sociedad es exterior y previa al individuo. Es exterior porque se impone a
sus miembros con coacciones o sanciones. Es previa o anterior porque así, según él, claro, la
Historia testifica que ha aparecido primero la sociedad y luego el individuo y, desde luego,
porque la formación de las conciencias individuales se deriva de la evolución histórica de la
sociedad. Lo mismo pasa con la vida colectiva. Ésta no surgió desde la vida individual, sino la
vida individual de la colectiva. Lo que quiere decir que el individuo, al surgir de lo colectivo,
lleva en sí su orientación y su marca. Por eso, la persona individual se siente solidaria de esa
sociedad de donde procede y por ello se adapta para no destruir el orden colectivo. El indivi-
duo, en principio, no es antisocial, porque es producto de la sociedad.” (Véasé su obra “De la
division du travil social”, ed. P.U.F., Paris, 2004). Pero, entonces, ¿por qué existe delincuencia?
La delincuencia, que no es nada excepcional sino algo normal, se cultiva en la sociedad misma

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354 CésaR Herrero Herrero

que, a pesar de todo, se dan, entre los miembros de la sociedad, disfunciones


como la desviación, la marginación y la delincuencia.
Congruentemente, el control social, pues, no sólo ha de descansar sobre
el precitado mecanismo interno, sino tambíen sobre el externo de referencia
para poder hacer frente al fenómeno delincuencial.
Desde esta doble perspectiva, podemos definir el control social “in genere”
como: el conjunto de mecanismos, puestos en práctica tanto en vía interna (socializa-
ción) como externa (castigos o recompensas) que un sociedad elabora y pone en práctica
con el fin de prevenir la desviación, de una persona o grupo de personas, en torno a los
valores y normas que regulan la vida social, o tratar de atraer al consenso o conformidad
comunitaria, respecto del orden social, a los infractores de aquéllos y de aquéllas.
* Clases de control social. Teniendo en cuenta los procedimientos y me-
dios, a través de los cuales se hace efectivo el control social, cabe hablar, bási-
camente, de control formal y de control informal.
El control social informal es el que se pone por obra a través de procedi-
mientos generalmente automáticos y que consisten en la aprobación o des-
aprobación de un comportamiento por parte de los distintos grupos sociales
(“sanción social”) como la familia, el vecindario, la clase social…
El control social formal se sirve de procedimientos tanto automáticos (la ley
penal…) como planificados (sistema educativo, propaganda…), de aquí su
nombre de control social formal. El control social formal, en efecto, se lleva a
cabo, casi en exclusiva, a través de los distintos sistemas normativos: de carác-
ter religioso, moral, ético, jurídico… A través de diferentes estrategias: pre-
ventivas, resocializadoras, represivas. A través de premios, castigos…

D. EL CONTROL SOCIAL ESPECÍFICAMENTE ORIENTADO AL


DELITO. SU POSIBLE ADAPTACIÓN A LA PRÁCTICA DE LA
CRIMINOLOGÍA CLÍNICA

No se trata de un control social al margen del contro social “in genere”. Se


trata de una especie dentro del género. Por ello, podemos definirlo diciendo
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que es el control orientado a crear el grado suficiente de conformidad y respeto, con


relación a los valores o bienes, considerados necesarios (o muy convenientes) para la
convivencia social, penalmente protegidos, para evitar la lesión de éstos, o reducirla a
un nivel comunitariamente tolerable.
“El control del delito –afirma G. KAISER– se diferencia del control so-
cial (general) porque se limita, por sus fines u empleo de medios, a la

en que aparece. Depende de los valores y las normas vigentes en la sociedad e impuestos por
el Derecho. (Véase su obra “Les règles de la méthode sociologique”, P.U.F., Paris, 1977).

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TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 355

prevención o represión de delitos. En cambio, el control social, con in-


dependencia de las soluciones históricas o imaginadas, se refiere a aque-
llos mecanismos mediante los cuales ejerce la sociedad su dominio sobre
los individuos que la componen, consiguiendo que éstos obedezcan sus
normas. Es elemento básico en todos los procesos de integración social
y sirve para la salvaguarda de la conformidad. Con su ayuda, las socie-
dades en su conjunto, los grupos parciales y los individuos, superan sus
tensiones, conflictos y puntos opuestos”434.
Dentro del control social dedicado al delito, cabe diferenciar, a demás,
dos planteamientos en su enfoque: El del control jurídico-penal estricto y
el del control por vía de reinserción social, sea o no en marco de reclusión.
El primero, ejercido con medios puramente normativo-coactivos (Policía,
Ministerio Fiscal, Jueces y Tribunales Jurisdiccionales). El segundo, procu-
rando la socialización constructiva y reinsertiva de los infractores, sin des-
cartar los medios punitivos moderados compatibles, en su caso, con dicha
socialización. Por tanto, mediante la intervención de instituciones diferen-
tes (desde la Escuela hasta las cárceles, pasando por al opinión pública, la
policía, los tribunales y otros sistemas de control, humanizados y recupera-
dores …)435.

• Los controles sociales del delito desde la criminología clínica


La Criminología Clínica tiene por misión, como ya sabemos, esclarecer,
para hacerlo frente, el fenómeno delincuencial, desde el individuo concre-
to, siempre dentro del respeto a los derechos, sobre todo fundamenales, del
criminológicamente analizado. Si ello es así, es congruente afirmar que esta
clase de Criminología puede y debe servirse del control social, sobre el delito,
del que se sirve la Criminología General. Naturalmente, adaptándolo no sólo
a la persona en singular de que se trate, sino, asimismo, a las características
propias e intransferibles de ese individuo concreto.
Por tanto, dicha Criminología ha de servirse de técnicas y medios de pre-
vención, del tratamiento científico (sea en sede penitenciaria o no), del con-
trol de la delincuencia desde la moral, libremente aceptada, del control del
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delito por vía de la denominada disuasión saludable (temor al castigo…), el


inculcamiento constante de la necesidad (por bien propio y del prójimo) de
fundar las relaciones sociales en los principios de justicia…

G. KAISER: “Criminología. Una introducción a sus fundamentos científicos”, Edit.


434

Espasa-Calpe, Madrid, 1983, p.83.


435
Sobre esta cuestión, en perspectiva social, puede verse Pedro OLIVER OLMO: “El
concepto de control social en la Historia Social: estructuración del orden y respuestas al desorden”; en
Historia Social, 51 (2005) pp. 73 y ss.

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356 CésaR Herrero Herrero

Hace ya años, escribíamos en una de nuestras obras, refiriéndonos, en


este caso, al Derecho penal, pero que es perfectamente aplicable al espiritu
de lo que, ahora, acabamos de comentar: “Debe de irse hacia una precepti-
va penal, dirigida al hombre integral en beneficio simultáneo de la sociedad.
Hay que aprovechar, pues, desde la dignidad humana, todos los resortes de
reacción del ser humano: sensibilidad a la amenaza, inclinación a ceptar lo
equitativo, respuesta a la incentivación, capacidad de rectificación y de supe-
ración, con el fin de potenciar la convivencia”436.
Maurice CUSSON, reconocido docente de la Escuela de Criminología
e investigador del Centro Internacional de Criminología Comparada, en la
Universidad de Montreal, al tratar de elaborar una tipología del control so-
cial, específicamente aplicable al delito, ha asegurado: “Uno de los más serios
obstáculos con relación al estudio sistemático del control social estriba en que
no se ha sabido ponerle orden en la diversidad de sus manifestaciones. No se
encuentra una tipología que haya ido más allá de las categorías descriptivas o
administrativas –prisión, policía, tribunales, “probation”, control formal, con-
trol informal, etc. Si se pretende ir más lejos que a la acumulación de los he-
chos singulares, si se tiene la ambición de acceder a un nivel de generalidad
suficientemente elevado, es indispensable reducir la complejidad infinita de
las manifestaciones concretas del fenómeno a algunas categorías esenciales. He
aquí por qué yo he construido una tipología teórica del control social, constitui-
da por cuatro tipos que poseen cada uno su lógica propia: 1. el tratamiento, 2. la
moral, 3. la disuasión y 4. la justicia.”
Añadiendo el mismo autor que, en el Tratamiento, se persigue “diagnosti-
car el trastorno que está en el origen de la conducta delincuente para después
tratarle.” Es decir, intentar “restaurar el equilibrio psicológico del delincuen-
te, así como dar respuesta, de manera individualizada a sus necesidades.”
Dándose al tratado por rehabilitado cuando “el terapeuta ha conseguido
cambiar los aspectos de su personalidad que le empujaban al crimen.”
En cuanto al control del delito a través de la vía moral, descansaría en la
hipótesis de que quien reprueba y desaprueba el crimen desde convicciones
morales (y, por tanto, por ver que el delito es un mal) ha entrado a poseer una
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motivación firme para “resistir a las tentaciones” de actuar criminalmente. El


que así actuara se sentiría y se vería deshonrado ante sí y ante los demás.
Por lo que respecta a la disuasión, puede decirse que se presenta como el
más visible y conocido de los modos de control social al estar fundado en la
fuerza. Lo que constituiría un temor saludable. Por la amenaza y por la apli-

C. HERRERO HERRERO: “España Penal y Penitenciaria. Historia y actualidad”; Ed.


436

del Instituto de Estuios de la Policía (Dirección General de la Policía), Madrid, 1986, p.610.

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TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 357

cación efectiva del castigo, se pone a los ciudadanos ante una elección: o se
somete a la ley o incurre en una pena. Quiera o no lo quiera el infractor.
En lo que atañe a la justicia, como manera de control del delito, está re-
ferida a que el ser humano, por lo menos aun el no pervertido, es sensible
a la paz y bienestar que produce el vivir conforme a relaciones sociales, in-
formadas en principios de justicia. En el respeto de cada uno a sus derechos
legítimos. Ünica forma, por lo demás, de vivir en verdadera libertad, cuando
se respeta los derechos del otro437.
Es manifiesto que estas cuatro tipologías de control social del crimen son
plenamente aplicables al delicuente concreto y, por ello, utilizables por la
Criminología Clínica. (De esto hablaremos más adelante).

E. EL CONTROL SOCIAL FRENTE LA DELINCUENCIA DESDE


ALGUNAS CORRIENTES CRIMINOLÓGICAS RADICALES

El control social general y, sobre todo, el control social específico frente al


delito, hacen referencia directa, si no identificativa, con la Política Criminal. Y,
si ello es así, podemos decir que, entonces, el control social frente al delito y la
Poltica Criminal han de correr, y de hecho han recorrido una misma aventu-
ra. La aventura de estar condicionados por los avatares antropológicos, socio-
políticos, socieconómicos e histórico-culturales.
En línea con lo que acabamos de decir, recientemente reflexionábamos en
la “Introducción” de nuestra “Política Criminal Integradora”: “…No cabe duda de
que la Política Criminal, como proyecto y actividad humana que es, ha depen-
dido, depende, y seguirá dependiendo, de las distintas concepciones políticas,
sociales, económicas y, sobre todo, como inspiradoras del resto, de las diversas
concepciones filosófico-antropológicas y culturales. Y ello, aunque no exista,
como ocurre hasta bien entrado el siglo XIX, ninguna concepción explícita teó-
rico-doctrinal de la Política Criminal. Pero sí existe un concepto prelógico, que
subyace, por lo menos, en la elaboración y aplicación de las leyes, recopilacio-
nes u otros textos penales.
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Precisamente, el examen de las correspondientes concepciones, a través de


los distintos periodos históricos, nos permiten percibir las correlativas orienta-
ciones de las que venimos denominando Política Criminal y que, en su momen-
to, trataremos de definir detalladamente. Las distintas concepciones políticas,
socioeconómicas, antropológicas y culturales, de los que tienen la capacidad
de decidir en la comunidad, inciden, ordinariamente, en la configuración del

Maurice CUSSON: “Le control social du crime”; Université de Montreal, 1983,


437

pp.21-23.

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358 CésaR Herrero Herrero

modelo político-jurídico en el que una determinada sociedad convive, y este


modelo conforma, a su vez, la dirección de la Política Criminal respectiva”438.
Esto mismo ha acontecido con el concepto de control social. Desde que se
empezó a hablar de este concepto (posiblemente a partir de la mitad del siglo
XIX) las distintas variaciones sociopolíticas y culturales (y, desde luego, antro-
pológicas) han hecho posible que dicho concepto venga siendo comprendido
de forma diversa. En la primera etapa, se hacía equivaler control social a auto-
rregulación de la sociedad por sí misma partiendo de los principios y valores
vigentes en la misma. Naturalmente, esto había de repercutir, asimismo, en la
regulación social del delito. Un elemento básico para esta autorregulación era
la socialización.Se suponía que una adecuada socialización (primaria y secunda-
ria), transmisora de los principios, valores y normas de la sociedad, a través de
las correspondientes instituciones, sería suficiente para que la misma transcu-
rriera en su vida y quehacer nomales en equilibrio y concordia.
Pero, poco a poco, con el transcurso del tiempo, la socialización va a per-
der ese protagonismo y la concepción del control social va a tener que admitir
otros criterios, entre ellos, el tener que partir de la necesidad de desvelar, para
corregirlos, los defectos y errores de la institución misma. Se trata, ahora, de
enfrentarse a la “no conformidad” de una persona o individuo, con los me-
dios pretendidamente idóneos, con el fin de resestablecerla. Única forma, se-
gún sus actores, de que la sociedad no pierda su equilibrio y, si lo ha perdido,
reequilibrarla. No siempre toda socialización es integradora (así, por ejemplo,
en el caso de la existencia simultánea de versiones opuestas sobre la reacción
contra la desviación o la delincuencia...).
A partir de las décadas de los sesenta-setenta (del pasado siglo), la entra-
da en tromba de las diversas corrientes de la Criminología Crítica y Radical
(Criminología radicalmente interaccionista) van a ofrecer una versión, am-
pliamente sesgada, del concepto del control social. Va a considerarse éste, sin
más, como artífice de las genuinas desviación y marginación sociales. Como
el instrumento adecuado, en manos de los poderosos, para advocar y decidir
quién ha de ser considerado leal y fiel miembro de la sociedad439.
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438
C. HERRERO HERRERO: “Política Criminal Integradora”, Editorial Dykinson,
Madrid, 2007, pp.15-16.
439
En el sentido del texto, ha escrito Françoise LOMBARD: “En la concepción interac-
cionista, el control social deviene en productor de la desvianza verdadera, es decir la que se
instituye para durar en una imposición de rol estable (ver Becker). El control social es, pues,
la causa, la génesis de la desviación. El concepto de control social ha cambiado entonces de
connotación: ha llegado a ser sinónimo de poder, de dominación. (…)La atención va ser focali-
zada sobre los aparatos de control social o, más ampliamente, sobre los lugares y prácticas ge-
neralmente controlados por el Estado y que implican una dominación ideológica y represiva,
teniendo por fin el desarrollo de una sociedad disciplinaria y normalizante.. (…) Los aparatos
del Estado, la prisión, por ejemplo, aparecían como una manifestación del poder del mismo

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TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 359

¿Qué decir de esta orientación radical sobre el concepto y papel del con-
trol social (afectante, claro está, al control social del delito)?
Lo que ya dijimos sobre su concepción en torno al delito y delincuente.
Que, al partir de un concepto antagónico de sociedad al de las sociedades
democráticas occidentales, se proyecta, necesariamente, la visión en su con-
junto de su sistema sociopolítico a los conceptos básicos de la realidad so-
cial. No sólo ven déficits, disfunciones, errores, en las intituciones de aque-
llas sociedades, sino vicios de raíz e inservibles de acuerdo a su ideología.
Por eso, hacen afirmaciones “confundiendo” la parte con el todo. (La delin-
cuencia (toda) el delincuente (todo) de las sociedades liberaldemocráticas
es pura invención o etiquetamiento de los que ostentan el poder. El control
social, entonces, y de forma consecuente, es el instrumento para llegar a esa
rotulación.
A nosotros nos parece, de forma fundada, que nuestras sociedades de-
mocráticas actuales son, en parte, criminógenas (porque adolecen de no po-
cas contradicciones), que crean, en alguna proporción, delitos y delincuentes
artificiales, que no raras veces utilizan medios de control social disfunciona-
les… Pero que, a pesar de todo, sus formas de control social permiten trans-
mitir principios, valores y normas básicos para poder vivir con suficiente e
imprescindible conformidad. O, simplemente, para poder convivir civiliza-
damente, en libertad, en solidaridad, en paz, en respeto de los otros sin eludir
o prohibir la inevitable, pero enriquecedora, discrepancia…, o diversidad. Lo
que no quiere decir que no sean manifiestamente mejorables.

F. DISFUNCIONES DE ALGUNAS FORMAS DEL CONTROL SOCIAL


O DEL CONTROL DEL DELITO

Como ha podido percibirse, a través de la exposición de los precedentes


apartados, el control social, donde se ha de ubicar también el control especí-

sobre la sociedad civil. Esta evolución es tan fuerte que se ha observado en los años setenta
una tendencia a reservar el término de control social a las solas situaciones donde inteviene al-
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guna de las intituciones estatales especializadas. Y, para trazar la demarcación, se ha ensayado


poner en práctica múltiples distinciones: Se ha querido oponer el control social (activado por
el Estado) al control social (el llevado a cabo por la sociedad civil). Luego, se ha contrapuesto
el control institucional al control informal, el control especializado al control general… etc. La
tendencia más reciente consiste en oponer la regulación social –que es definida como la presión
hacia la conformidad en el curso normal de la socialización sin entrada en escena de las re-
des especializadas en considerar desviados y desviaciones– y control social, que se emplea para
describir justamente la entrada en escena de redes especializadas y estatales.” (“Criminologie”,
Université de Lille II, Faculté des Sciences Juridiques, Pilitiques et Sociales, 2000, Chapitre 2:
“Une rupture épistemologique: La Sociologie pénale”. Section 1: Le paradigme du contrôle social”, pp.
98 y ss. del estudio).

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fico del delito, es imprescindible para la cohesión de las sociedades humanas,


para su estabilidad, supervivencia civilazada e interrelación de la misma ín-
dole entre sus miembros.
Pero, aún en las sociedades democráticas (las regidas por la ley emana-
da de la soberanía popular, de acuerdo a los supremos principios y valores
de libertad, justicia, igualdad y pluralismo politico), existen, con alguna fre-
cuencia y continuidad, como acabamos de insinuar, ciertas formas de control
que, en sí mismas o en su ejercicio, entrañan apreciables disfunciones, que
se presentan, incluso, como altamente disfuncionales. ¿Cuál es la causa? La
de que el control social, para ser funcional, es decir, ajustado al fin que se le
otorga en las sociedades de referencia, ha de supeditarse a la compatibilidad
entre transmisión, consolidación, defensa de los bienes y valores sociales, y el
repeto a la dignidad, derechos y libertades (sobre todo de los fundamentales)
del ser humano.
Ello exige ejercer el control social sin ladearse, de forma excesiva, hacia
“valores” o “bienes” colectivos (“seguridad”, “uniformidad” en “proyectos”
y “modos” de vida…) en detrimento de la realización personal y libertad de
elección dentro del respeto a los valores éticos y socio-políticos esenciales
del grupo de pertenencia y convivencia. El extremo contrario (la ausencia de
controles sociales suficientemente delimitados) es, también, disfuncional.
De acuerdo con estas afirmaciones, el mismo G. KAISER comenta: “Si el
control social es demasiado rígido y sólo asegura la persistencia del sistema
social, se dará lugar a conductas de protesta, rebeliones y erupciones vio-
lentas en a sociedad. Si, en cambio, falta el control social se verá la sociedad
igualmente en peligro de supervivencia”440.
De acuerdo con tales premisas, ¿qué ejemplos de control social pueden
ponerse con características de disfuncionales? Es evidente, a este respecto,
que, v.gr., la legislación utópica, desfasada, discriminante, ejercerá un con-
trol profundamente desajustado. Lo mismo que sucederá con una adminis-
tración de justicia morosa, deshumanizada, o con “aceptación de personas”.
Acontecerá igual con una policía represora en exceso, torturante, operante en
“ghetto”, al margen del servicio a la comunidad y con los cambios bruscos y
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antagónicos en los modelos de Política criminal441. Parecidos efectos se produ-


cirán con “iglesias” integristas o absolutamente “permisivas”, con partidos o
asociaciones políticas, laborales o “sociales” burocratizados; con familias frías,

G. KAISER, Obr. ya citada, p. 83.


440

Adolfo CARETTI y Antonia CASELLA: “Origini e pratiche tardomoderne del controllo


441

penale. Una lettura di David Garland”, en Dignitas, 5 (2004) pp. 6 y ss. También, Mark BROWN:
“Prevention and the security state: Observations on an emerging jurisprudente of risk”, en Champ
Pénal/Penal Field [en ligne], 8 (2011). También, Loic WacQUANT: “La mondialisation de la “tole-
rance zero”, en Agone:Philosophie, Critique, littérature, 22 (1999) pp. 127 y ss.

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TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 361

desafectivas, despersonalizas, desvertebradas, rotas…; con gobiernos y ad-


ministaciones incompetentes y corruptos...
No hay duda de que, en la medida que tales intituciones se aproximen a
esas situaciones, aptitudes y actitudes, tan negativas, el control social que tie-
nen encomendado será disfuncional y criminógeno. (Así lo hacen entender
las “leyes de la imitación” desde TARDE y SUTHERLAND).
Esos serán, pues, los vicios que habrán de ir puliendo y desterrando los
Estados Sociales y Democráticos de Derecho. Hay que evitar que los contro-
les sociales invadan los espacios únicos, irrenunciables de la persona442. Pero
la existencia de contradicciones no han de dar pie a considerar a tales Estados
y a las sociedades sobre las que se basan como antinaturales o de forma ab-
soluta insostenibles. Afirmaciones que, como es sabido, han venido siendo
mantenidas, y lo siguen siendo, por teorías marxistas de la sociedad y del
Estado, o por teorías radicales sobre la criminalidad. (Lo hemos visto ya).
Pero una cosa es que existan deficiencias profundas en aquellas socieda-
des y Estados, en los que, efectivamente, siguen existiendo discriminaciones
injustas y bolsas nada desdeñables de marginados, delincuencia y delincuen-
tes artificiales, sobre todo en las áreas económico-patrimoniales, y otra cosa
es pretender persuadirnos de que la delincuencia y los delincuentes, en esas
comunidades, es puro etiquetamiento, pura y arbitraria atribución, cargados
sonbre las espaldas de tan sólo los más débiles443. La delincuencia ejercida,
por ejemplo, en el campo de los derechos humanos fundamentales (vida,
integridad física y moral, intimidad, honor, libertad ambulatoria, sexual, de
conciencia y pensamiento…) no es, y no puede ser considerada, en ningún caso,
delincuencia artificial. Sea quien fuere el sujeto activo de la misma. El criminó-
logo, sea generalista o clínico, que pensase lo contrario, ejercería su profe-
sión en situación de esquizofrenia.
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Sobre esta materia puede verse el libro de A. SILVA SERNAQUÉ: “Control social, neo-
442

liberalismo y Derecho penal”; UNMSM, Fondo Editorial, Lima, 2002.


443
Sobre estas cuestiones, M. PAVARINI: “Per una penalitá sostenibile”, en Dignitas, 3
(2003) pp.6 y ss. Del mismoa autor: “L’irrisoltà ambigüita del punire”, en misma revista, 8 (2005)
pp.6 y ss.

Herrero, Herrero, César. Tratado de criminología clínica, Dykinson, 2013. ProQuest Ebook Central,
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