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Texto 6.

Postrimerias:
Muerte y Juicio

“Preguntadle a ese obrero que se dirige a


su trabajo:

–¿A dónde vas?

– Os dirá: ¿Yo?, a trabajar.

–¿Y para qué quieres trabajar?

–Pues para ganar un jornal.

–Y el jornal, ¿para qué lo quieres?

–Pues para comer.

–¿Y para qué quieres comer?

–Pues..., ¡para vivir!

–¿Y para qué quieres vivir?

Se quedará estupefacto creyendo que os


estáis burlando de él. Y en realidad,
señores, esa última es la pregunta
deJnitiva; ¿para qué quieres vivir?, o sea,
¿cuál es la Jnalidad de tu vida sobre la
tierra?, ¿qué haces en este mundo?, ¿quién
eres tú? No me interesa tu nombre y tu
apellido como individuo particular: ¿quién
eres tú como criatura humana, como ser
racional?, ¿por qué y para qué estás en este
mundo?, ¿de dónde vienes?, ¿a dónde vas?,
¿qué será de ti después de esta vida
terrena?, ¿qué encontrarás más allá del
sepulcro?

Señores: éstas son las preguntas más


trascendentales, el problema más
importante que se puede plantear un
hombre sobre la tierra.”[1]

El hombre no es sólo materia, es también


espíritu; no es sólo para este mundo, es
para el eterno.

Las cosas que creamos exigen nuestra


eternidad: No tiene sentido que un objeto
material, creado por el ser humano (silla,
mesa, etc.) pueda existir por más tiempo
que el hombre que lo creó. Esto implicaría
una perfección de la criatura (silla, mesa,
etc.), que superaría a su “creador” (el
hombre). Por esta razón, el hombre debe
ser eterno, su alma debe seguir existiendo
después de la muerte.

La justicia exige eternidad; no es justo que


una persona que fue buena toda su vida y
en esta vida sufrió bastante, deje de recibir
una recompensa por el bien que hizo, debe
haber un más allá donde se le recompense.
Tampoco es justo que alguien que fue
verdaderamente malo en vida y no tuvo
castigo por sus actos deje de recibir el
pago de sus obras, debe haber un más allá
donde pague y repare por el daño que hizo.

A lo largo de toda la historia, en las


diversas culturas, religiones y civilizaciones
se ha dejado ver que el hombre tiene un
profundo deseo de trascendencia que está
inscrito en su naturaleza, no se ha
resignado a creer que todo acaba con la
muerte, siempre ha creído en un más allá,
en un después de la muerte; y es que el
hombre no es solo para este mundo, es
para el eterno.

Por qué hablar de las postrimerías

Al ser el hombre un ser trascendente, es


decir, que no acaba con la muerte, es
necesario hablar de la realidad que le
espera después de este doloroso paso; es
necesario hablar del tema de las
postrimerías, realidades que hoy no se
mencionan precisamente porque el
hombre de hoy no piensa en su Jn, y por
tanto, no piensa en cómo vive.

Es necesario hablar del tema de las


postrimerías porque quien no tiene razones
para morir, no tiene razones para vivir.
Aquel que cree que la vida termina con la
muerte, puede vivir de cualquier manera, no
le importa la manera como obra durante su
vida pues considera que sus acciones no
tienen trascendencia, y es más, cuando
sufre un fracaso en su vida cree que ya
todo terminó, que no tiene sentido seguir
viviendo; mientras que, quien comprende la
trascendencia del hombre, quien sabe que
la muerte es solo un paso a la vida eterna,
siempre tiene razones para vivir, aun
cuando lo ha perdido todo, y aún,
encontrándose moribundo o en la situación
más extrema y desesperante. Por ello las
postrimerías ayudan a tener razones para
morir y sobre todo para vivir correcta y
santamente, pues como lo dice la Escritura
“Acuérdate de tus postrimerías y no
pecarás jamás” (Eclo 7,40).

Las postrimerías nos ayudan a tomarnos


en serio el presente de cara al futuro, pues
nos hacen conscientes de que en esta vida
nos lo jugamos todo, la salvación o la
condenación eterna. Las postrimerías son:
muerte, juicio, inJerno, purgatorio y gloria.
Veremos cada una de ellas en las tres
lecciones siguientes.

LA MUERTE

«Existen dos concepciones de la muerte.


La concepción pagana, la concepción
materialista, que ve en ella el término de la
vida, la destrucción de la existencia
humana, la que, por boca de un gran orador
pagano, Cicerón, ha podido decir: “La
muerte es la cosa más terrible entre las
cosas terribles” (omnium terribilium,
terribilissima mors); y la concepción
cristiana, que considera a la muerte como
un simple tránsito a la inmortalidad.
Porque, señores, a despecho de la propia
palabra, aunque parezca una paradoja y
una contradicción, la muerte no es más
que el tránsito a la inmortalidad. Qué bien
lo supo comprender nuestra incomparable
Santa Teresa de Jesús cuando decía: “Ven,
muerte, tan escondida que no te sienta
venir, porque el gozo de morir no me vuelva
a dar la vida.”»[2]

DeLnición

La muerte es deJnida por el catecismo


como la “Separación del alma y el cuerpo”
(Catecismo, 997, 624, 650, 1005), y como
el “Jnal de la vida terrena” (Catecismo,
1007, 1008). Debemos aclarar aquí que
hablar de cuerpo y alma no es dualismo:

El dualismo dice que el cuerpo y el alma se


oponen, siendo lo primero malo y lo
segundo bueno; los cristianos
consideramos cuerpo y alma como un
regalo de Dios, tanto que creemos en la
resurrección de la carne. El dualismo dice
que cuerpo y alma son dos sustancias
distintas; los cristianos entendemos al
hombre como una unidad sustancial de
cuerpo y alma.

La muerte es consecuencia del pecado

La muerte es la paga por el pecado, ésta no


se encontraba en el plan de Dios. La Iglesia
así nos lo ha enseñado: «Frente a la
muerte, el enigma de la condición humana
alcanza su cumbre” (GS 18). En un sentido,
la muerte corporal es natural, pero por la fe
sabemos que realmente es “salario del
pecado” (Rom 6, 23;cf. Gén 2, 17)»
(Catecismo, 1006). El hombre por
naturaleza era mortal, pero Dios le había
dado el don de la inmortalidad; este don lo
perdió con el pecado.

San Alfonso nos exhorta a que


consideremos la muerte para que no nos
asuste cuando toque a nuestras puertas:
«Imagínate en presencia de una persona
que acaba de expirar: mira en aquel
cadáver, tendido en su lecho mortuorio, la
cabeza inclinada sobre el pecho, esparcido
el cabello, todavía bañado con el sudor de
la muerte; hundidos los ojos, desencajadas
las mejillas, el rostro color ceniza, labios y
lengua color de plomo; yerto y pesado el
cuerpo...¡tiembla y palidece quien lo ve!
Observa como aquel cadáver va
poniéndose amarillo, después negro.
Aparece en todo el cuerpo una especie de
vellón blanquecino y repugnante de donde
sale una materia pútrida, viscosa y
hedionda que cae por tierra. Nace en tal
podredumbre multitud de gusanos que se
nutren de la misma carne... y de todo aquel
cuerpo no queda más que un fétido
esqueleto que con el tiempo se deshace,
separándose de los huesos y cayendo del
tronco la cabeza»... y continúa el santo
preguntando «¿Dónde está pues la
hermosura que hoy te agrada? en esta
pintura de la muerte, hermano mío,
reconócete a ti mismo y ve lo que un día
vendrás a ser. Hoy te cubre el oro y la seda,
mañana te cubrirá la tierra y la
podredumbre. Hoy te cortejan los hombres,
mañana te cortejarán los gusanos. ¡Oh,
cuán solo y abandonado quedará el cuerpo
en la pobre sepultura! ¿Por qué sirves tanto
a la carne que ha de servir de alimento a
los gusanos?»[3]

Frente al tema de la muerte siempre


debemos recordar que con absoluta
seguridad moriremos, y aunque la miremos
a lo lejos, llegará; no sabemos cómo ni
cuándo ni dónde moriremos, pero sí
sabemos que morir mal es un error
irreparable: Cualquier otro error tiene
solución... morir en pecado mortal signiJca
condenarse para siempre. ¡Si te acuestas a
dormir en pecado mortal, mañana puedes
amanecer en el inJerno!

La muerte sólo la temen quienes han


perdido la vida, quienes tienen las manos
vacías. He aquí los temores que afronta el
hombre en el momento de su muerte:

Frente al pasado: a la hora de la muerte es


común que las personas experimenten
remordimiento de conciencia, que vengan a
su mente recuerdos de pecados y culpas
pasadas que les causan gran tormento; la
persona desearía una segunda oportunidad
para enmendar el mal que hizo.

Frente al presente: la persona también


experimenta temor al pensar en dejar su
familia, sus seres queridos y los bienes que
posee.

Frente al futuro: ante el moribundo se


presenta la incertidumbre por lo que podrá
venir después de la muerte; se experimenta
temor al pensar en el juicio que se rendirá
de cara a Dios.

¡Cuán diferente es la muerte del santo!


¡Cuánto regocijo hay en ella! Muy bien lo
dice la Escritura: “Bienaventurados los
muertos que mueren en el Señor” (Ap
14,13), pues mueren con el gozo y la
esperanza de encontrarse con Aquel que
buscaron durante toda su vida, mueren en
paz porque sus buenas obras los sostienen
y acompañan. Santa Teresita del Niño
Jesús respondió a su capellán, que le
preguntaba si estaba resignada para morir:
“¿resignada? No, padre mío; resignación se
necesita para vivir, no para morir… lo que
tengo es una alegría grandísima”. No se
trata aquí de un desprecio de la vida
terrena sino de un inmenso deseo de
encontrarse con Dios. ¡Quien ha sabido vivir
no le teme a la muerte!

EL JUICIO

Podemos imaginar que delante de


nosotros funciona día y noche, desde el
instante en que empezó nuestra vida
consciente y racional, una máquina
cinematográJca invisible que está Jlmando
nuestra vida interior y exterior. Es inútil
cerrar la puerta con llave para quedarnos
completamente solos, de nada sirve
apagar la luz, pues el “cine de Dios”
funciona perfectamente a oscuras.

A la hora de la muerte, en el momento


mismo de exhalar el último suspiro,
contemplaremos como únicos
espectadores, pero bajo la mirada de Dios,
la película de toda nuestra existencia
terrena: he ahí el juicio particular. Y esa
misma película se proyectará públicamente
algún día ante la humanidad entera: ha ahí
el juicio Jnal.

Juicio particular

«Cada hombre, después de morir, recibe en


su alma inmortal su retribución eterna en
un juicio particular que reJere su vida a
Cristo, bien a través de una puriJcación,
bien para entrar inmediatamente en la
bienaventuranza del cielo, bien para
condenarse inmediatamente para
siempre.» (Catecismo, 1022).

En la Sagrada Escritura aparece clara la


idea de un juicio que afrontará la persona
inmediatamente después de su muerte: “el
hombre muere una sola vez y luego viene
para él el juicio” (Hb 9,27). Inmediatamente
después de la muerte, el alma se
presentará ante Dios, cara a cara, entonces
se abrirán los dos libros: el Evangelio,
donde la persona contemplará lo que debió
haber hecho durante su vida, y el libro de su
vida, donde contemplará lo que en realidad
hizo; ambos libros serán comparados. Será
un juicio basado en la fe (cf. Jn 3,16) y en
el amor: “al atardecer de la vida se nos
juzgará en el amor.”[4]

No será Dios quien juzgue a la criatura,


pues no vino a condenar sino a salvar, será
la propia conciencia la que la salvará o
condenará eternamente, pues esta fue una
decisión personal que estuvo respaldada
por toda una vida (cf. Catecismo, 679).

Juicio universal

«La resurrección de todos los muertos, “de


los justos y de los pecadores” (Hch 24, 15),
precederá al Juicio Jnal. Esta será “la hora
en que todos los que estén en los
sepulcros oirán su voz [...] y los que hayan
hecho el bien resucitarán para la vida, y los
que hayan hecho el mal, para la
condenación” (Jn 5, 28-29). Entonces,
Cristo vendrá “en su gloria acompañado de
todos sus ángeles [...] Serán congregadas
delante de él todas las naciones, y él
separará a los unos de los otros, como el
pastor separa las ovejas de las cabras.
Pondrá las ovejas a su derecha, y las
cabras a su izquierda [...] E irán éstos a un
castigo eterno, y los justos a una vida
eterna.” (Mt 25, 31.32.46)» (Catecismo
1038).

Este juicio tendrá varias características


importantes:

Sucederá en la segunda venida gloriosa de


Cristo; al respecto, nadie sabe ni el día ni la
hora.

Se dará allí la resurrección de la carne: los


santos recobrarán un cuerpo bendito y los
condenados un cuerpo maldito.

Estará presente allí, toda la humanidad,


desde Adán y Eva hasta el último hombre
creado. Ante todos ellos se proyectará la
película de nuestra vida. Así los
condenados sabrán que se condenaron por
soberbia, por no haber hecho un simple
acto de arrepentimiento, sabrán que
muchos de los bienaventurados pudieron
haber cometido pecados peores que los
suyos, pero con la diferencia de haber
acogido la misericordia de Dios.

Dice San Bernardo[5] que será el día de la


vergüenza universal, pues quedarán al
descubierto las conciencias y los
corazones de todos los hombres, y serán
contemplados por toda la humanidad. Si
sentíamos vergüenza para ir a confesar
nuestros pecados ante un sacerdote en la
confesión, qué diremos de ese día en el que
ya no sólo un hombre sino toda la
humanidad conocerá nuestras miserias.

“Desde la profundidad del corazón surge la


pregunta que el joven rico dirige a Jesús de
Nazaret: una pregunta esencial e ineludible
para la vida de todo hombre, pues se reJere
al bien moral que hay que practicar y a la
vida eterna. El interlocutor de Jesús intuye
que hay una conexión entre el bien moral y
el pleno cumplimiento del propio
destino”[6]; es decir, para heredar la vida
eterna es necesario cumplir los
mandamientos.

PRÁCTICA

Ver el testimonio completo de la


odontóloga bogotana Gloria Polo. Quien
tuvo una experiencia sobrenatural mientras
se debatía entre la vida y la muerte.[7]

Reto digital: Comparte el video de Gloria


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[1] ROYO, Antonio. El misterio del más allá.


Conferencias Cuaresmales pronunciadas
por el autor en la Real Basílica de Atocha,
de Madrid. P. 1.

[2] Ibíd., p. 10.

[3] TAMAYO, Wilson. Totus Tuus. 7 ed.


Medellín: PrográJcas. 2009. P. 50.

[4] SAN JUAN DE LA CRUZ. Dichos de


amor y luz, 64.

[5] Op. cit., P. 53.

[6] Veritatis Splendor, 8.

[7] Se recomienda buscar este testimonio


en www.youtube.com como “Testimonio de
Gloria Polo“.

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