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Albert

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Alumno: Tobias Nahuel Paiva- 3ro 2da. Ciencias Naturales.

Albert Einstein ha sido una de las figuras más destacadas en el mundo de la ciencia, y una de las
personas más reconocidas y estimadas por la humanidad. Su fama trasciende países, religiones, ideologías y
políticas. Es considerado por muchos como la inteligencia más poderosa que ha producido la raza humana. Este
texto será un recorrido por su vida, mostrando en que contexto nació, como surgió su interés hacia los misterios
del Universo, las dificultades a través de las cuales pasó y su impacto en el mundo. Con esta monografía, mi
objetivo no es presentar a Albert Einstein tan solo como el creador de la Teoría de la Relatividad, sino también
como un hombre sencillo, con fuertes principios éticos, el cual se mantiene aferrado a sus ideales no importa en
que situación se encuentre, siempre luchando por alcanzar la verdad, la justicia y develar los misterios de este
Universo.

El 14 de Marzo de 1879, nace en una modesta residencia de la ciudad de Ulm, Wurtemberg, Alemania,
Albert Einstein. Hijo de Hermann Einstein y Pauline Koch.
Su padre paseaba a su hijo por la capilla de Ulm, la cual había sido albergue del personaje más famoso de esa
ciudad, Johannes Kepler. Hermann deseaba que su hijo tuviera algo de ese gran talento que ayudó a Kepler a
conseguir el reconocimiento e inmortalidad por sus trabajos científicos.
Al año de nacido, Albert mostraba una torpeza mental para aprender a hablar, algo que llevó a sus padres a
consultar con un médico.
En el verano de 1881, debido al deterioro en la economía de la región y las nuevas responsabilidades, Hermann
Einstein trasladó su familia y su fábrica electroquímica a un departamento de los suburbios en la ciudad de
Munich.

¿Cuándo comenzaron a vislumbrarse los rasgos que harían saber que la curiosidad de Albert por el
obrar de la naturaleza se había despertado? Un día, a la edad de 4 años, se hallaba en la cama con una leve
enfermedad, cuando su padre le trajo una pequeña brújula de marino para que este pudiera divertirse durante
aquellos días de reposo. Excediendo totalmente las expectativas del padre, la brújula produjo un efecto drástico
en el niño. Albert hacía girar la brújula entre sus manos, observando el movimiento de la aguja magnética,
mientras realizaba una pregunta tras otra a su padre. Estaba totalmente asombrado por los giros espontáneos de
la pieza de acero. Este juguete, en lugar de ser una diversión pasajera, se convirtió en el inicio de Albert en el
reino de la física.
Una de las personas importantes durante su época de desarrollo mental y cultural era su tío Jake,
hermano menor de su padre y compañero en el negocio de electricidad. Se convirtió en el pariente más querido
por él, al iniciarlo en el estudio de las matemáticas. Al enseñarle álgebra su tío le decía “Cuando desconozcas
un valor le llamarás X, y luego dedícate a descubrirlo”.
Ya a la edad de trece años Albert podía lidiar con problemas de matemáticas muy avanzados para su
edad: Podía resolver la relación exacta entre los lados de un triángulo, demostrar el teorema de Pitágoras y se
dejaba absorber por sus juegos de números y álgebra. Dentro de él comenzaba a manifestarse su pasión por los
secretos de este enigmático mundo. Con el pasar de los años a medida que su pasión aumentaba, se planteaba
problemas más y más complicados.
A los 6 años de edad, sus padres lo enviaron a la escuela primaria alemana, y a los 9 comenzó su
educación secundaria en el Luitpold Gymnasium de Munich. Su progreso en esos establecimientos no obtuvo
los resultados esperados por sus padres ni por sus maestros.
Mostrando un espíritu liberal y autodidacta, Albert odiaba toda clase de imposiciones, no podía
disciplinarse y era incapaz de seguir las explicaciones de los profesores. El aprendizaje rutinario le incentivaba
a vagar fuera cuando sus padres suponían que el se encontraba en la escuela. Esto se veía reflejado en la última
época de su vida, cuando el faltaba a su estudio de Princeton para estirar sus piernas por los alrededores de la
ciudad, sumido en sus propios pensamientos.
Los maestros alemanes intentaban imponerle a Albert ordenanzas militaristas. A pesar de sus esfuerzos
fallaron en inculcarle amor al estudio. Llegaron incluso a considerarlo algo estúpido por su timidez, su forma
lenta de hablar y por dar muy pocas veces la respuesta acertada a las preguntas. Sin embargo, un maestro fue
capaz de captar su atención, inspirando y alimentando sus energías mentales y espirituales; debido a esto Albert
le tomó mucho afecto y respeto. Su nombre era Ruess y logró despertar la imaginación juvenil y vencer su
timidez, despertando su entusiasmo por las bellezas del mundo clásico, los fundamentos de arte, el espíritu
creador y las formas artísticas.
En lugar de ver atractivas las pompas militares, Albert se sentía atemorizado de que algún día el tendría
que ingresar al ejército, por lo que le rogaba a sus padres que el no tuviera que sufrir ese destino. Ellos le
prometieron que harían lo necesario para que eso no sucediera, aunque tuvieran que abandonar su país natal.

Siendo un muchacho tímido y privándose del contacto social normal con otros jóvenes, encontraba
comodidad en el círculo de su hogar. Sus padres eran ideales: la madre dedicada a sus hijos, a su casa, a sus
vecinos; el padre, un alma generosa y optimista, queridos de todos los que le conocieron. El afecto, la
comodidad, y la serenidad de aquel hogar, eran la cura de las heridas espirituales que Albert recibía en la
escuela o en cualquier otro lugar. Su ensimismamiento con la escuela, su poca afición por los deportes, le
hicieron pensar en algunas ocasiones a su padre que su primogénito fuera anormal, pero la madre jamás
desconfió de su hijo, asegurando muchas veces que “algún día Albert sería un gran profesor”.

En esta vida sencilla y apartada, los Einstein solían ascender los domingos a las verdes montañas o
visitar los lagos de la selva bávara, cerca de Munich. Albert se alegraba cuando alguno de los ingirieron
empleados en la fábrica de su padre venía a su casa, y la velada transcurría con música y canto, y aún más
cuando hacían oír la música clásica de Beethoven. Asimismo, Albert recibía lecciones de violín desde los seis
años, y pasando el tiempo esta música le sirvió de válvula de escape para su exceso de energía y más
importante, como una fuente de exaltación espiritual. A esta pasión por la música el le encontraba una relación
con su otra pasión, las matemáticas, apreciándolas como una forma de expresar lo desconocido. Esto alimentó
su amor por la naturaleza y le inspiró una adoración casi religiosa por la belleza y majestad de la creación.

La educación de Albert fue un tanto irónica: De día estudiaba en una escuela católica, y a la noche, sus
parientes le iniciaban en los principios de la fe judía. Aún así, esta diferencia entre los dos credos no le afectó de
ninguna manera; el llegó a pensar que había una cierta analogía en los fundamentos de ambas religiones.
Identificaba a Dios con la naturaleza, y la naturaleza lo comprendía todo. Manifestaba su amor y temor religioso
al poder sobrehumano, escribiendo y adaptando a la música loas a Dios y a la Naturaleza.

Esta veneración por la Naturaleza se hacía más profunda luego de las veladas en el círculo íntimo de su
familia. Todos los jueves era invitado un judío pobre, estudiante de Munich, a participar de la hospitalidad del
hogar Einstein, y en una de esas veladas concurrió al hogar un estudiante de medicina. A pesar de que tenía 11
años más que Albert, este estudiante admiraba la inteligencia del muchacho, y se estableció un fuerte lazo de
amistad entre ambos. Este era Max Talmey, y durante los 5 años que estuvieron juntos, reconoció el potencial y
desarrollo intelectual de Albert, desempeñando un importante papel. En lugar de tolerar o simplemente rechazar
la insaciable curiosidad del muchacho como habían hecho muchos, el la fomentó activamente.

Con su creciente apetito por las matemáticas, devoró un libro tras otro, acrecentando su idea de que el
mundo podía ser explicado a través de medidas, teoremas, líneas paralelas que nunca llegaban a tocarse y
construcciones geométricas producto del intelecto humano.
Ya a los 14 años, sus conocimientos de esta materia superaban a los enseñados en su escuela, al punto
que dirigía a sus profesores preguntas que ellos infortunadamente no sabían responder.

Comenzó a desarrollar su interés en la filosofía a los trece años, leyendo a Emanuel Kant. Leyó
repetidamente la Crítica de la razón pura de este autor, y otras obras filosóficas, discutiendo largamente con su
amigo Talmey las observaciones del filósofo referentes a la posición objetiva y subjetiva acerca del
conocimiento. Durante esa época se plantaron en el fértil cerebro de Albert, las semillas de ese notable despego
para su obra.

Surgieron problemas económicos en la familia Einstein, al punto que la fábrica electroquímica llegó a
un estado de insalvable bancarrota. Decidieron entonces, abandonar Munich y comenzar una nueva vida en
Italia, donde algunos parientes habían logrado desenvolverse satisfactoriamente. Albert quedó solo en la
pensión de una señora amiga, con el fin de terminar sus estudios escolares, mientras el resto de su familia
marchó a Milán.
Debido a su odio por el sistema regimentado de la educación de Munich, y la ausencia de sus padres,
Albert estaba aislado, sin amigos en la escuela que pudieran aliviar su soledad. Al ver las cartas que llegaban de
Milán, que hablaban tan bien de los italianos, tan acogedores y alegres, y de entorno del país, sintió que esto
representaba libertad para su imaginación. Determinó partir, abreviando su preparación para los exámenes
finales en el Luitpold Gymnasium y unirse a su familia en Italia.
Los seis meses luego de que se trasladara a Italia fueron los más felices de su adolescencia. Gozaba del
hermoso paisaje y los paseos a través de las fértiles campiñas de Lombardía, visitando la catedral y los museos
con sus riquezas del arte medieval y del Renacimiento y, sobre todo, dedicado a la apasionada lectura. El clima
era favorable, sin cambios bruscos de temperatura, el cual le revitalizaba. El carácter, la alegría, el amor al canto
y a la belleza de los habitantes, la vida natural y animada de los italianos, fueron algo magnífico para su espíritu
cohibido y amante de la libertad.
En una de sus largas excursiones, en la que llegó a Génova para visitar a sus parientes y para
contemplar el sol y la luz del Mediterráneo, resolvió abandonar la ciudadanía alemana. Ni siquiera había
alcanzado la edad de los dieciséis años, y durante los cinco años siguientes sería un hombre que no estaría
ligado a la obediencia hacia ningún país.
A pesar de que el viejo Einstein instaló su fábrica en Milán, en la ciudad más comercial e industriosa de
Italia, y luego en Pavía, los fracasos financieros crearon una grave crisis económica y ahora todo giraba en torno
de la carrera de Albert. Sus padres le advirtieron que era hora de decidir una profesión, preferiblemente de
ingeniero, adecuada por las ocupaciones de su padre y su gran capacidad para las matemáticas.
La idea de ser “un práctico” que se dedicara a la rutina, trabajando en una industria para obtener un
beneficio material no era del agrado de Albert. No tenía grandes deseos materiales ni ambición por la fama y las
riquezas, de forma que la pobreza no suponía un serio obstáculo. Tan sólo aspiraba a una modesta vida
intelectual, que le dejara tiempo para el estudio y la meditación para profundizar en los tesoros íntimos de la
inteligencia, para perseguir las ilusiones que le estimulaban, echando sobre sus juveniles hombros, el enorme
peso de un universo misterioso.
Albert continuó acariciando sus sueños y posponiendo el momento en que al fin tendría que resolver su
dilema. De todos modos, la educación universitaria era el primer requisito para cualquier carrera profesional.
Solicitó ser admitido en la Academia politécnica de Zurich, en Suiza. Luego de reincorporarse a los
estudios y terminar sus estudios pendientes con un examen previo, su petición fue concedida.
Sus conocimientos de física y matemáticas asombraron a los profesores, pero sus fracasos en los
exámenes de lenguas y de ciencias naturales lo entristecieron. Fue informado que debía completar sus estudios
secundarios en la escuela cantonal de Aarau, antes de ingresar en la Academia.
Esta escuela resultó muy distinta al sistema educacional de Munich, con una atmósfera libre, actitud
cordial del pueblo y su gran sistema de instrucción, similar a las explicaciones universitarias. Los maestros eran
afables con puntos de vista modernos, con métodos de enseñanza que no eran coercitivos ni autoritarios. Esto
fue una experiencia agradable y estimuladora, que le permitió obtener fácilmente el conocimiento de lenguas
extranjeras y de ciencias naturales, necesarias para ingresar en la Academia de Zurich.
En esta atmósfera perdió algo de su timidez y por primera vez tuvo buen número de amigos de su
misma edad y con inclinaciones semejantes. Uno de los maestros de la escuela cantonal, el Profesor Winteler,
sentía un particular afecto por Albert y le invitó a que se instalase en su hogar. Allí conoció a la hija del
profesor, una muchacha muy atractiva, que fascinó al huésped, despertando en él, por primera vez,
insospechadas ideas románticas. El profesor también tenía un hijo, que llegó a ser íntimo amigo de Albert.
Luego de un año en Aarau, el joven Einstein completó sus estudios preparatorios y obtuvo su diploma
sin dificultad. Se despidió con tristeza de los Winteler y renovó su solicitud a la famosa Academia de Zurich,
donde fue admitido como estudiante sin tacha.
Albert se sumergió en los estudios de matemáticas y física, e inspirado por hombres de la categoría del
físico Weber y de los matemáticos Gayser y Minkowkski, leía día y noche. Los gérmenes de la teoría de la
relatividad comienzan ya a echar raíces en su fértil cerebro, y las doctrinas de Gagyser y Minkowski fueron una
gran ayuda para poder formular las revolucionarias teorías. Los cursos científicos de la Academia de Zurich,
famosos en todo el mundo, ya eran insuficientes para su genio en embrión, y frecuentemente faltaba a las clases,
pues podía estudiar por sí mismo las enjudiosas obras de Hertz, Helmholtz, Kirchhoff y otros grandes físicos.
Su desarrollo científico ya no era fragmentario, pues sus conocimientos no se limitaron a la ciencia. La
atracción ejercida por la naturaleza, el deseo de conocer y comprender lo universal, el ejercicio de todas las
facetas del espíritu humano fueron más poderosos que durante su adolescencia. Durante los cuatro años que
pasó en la Academia llegó a una madurez floreciente y vigorosa. Leyó a Darwin, y a Ernesto Mach, a
Schopenhauer y Hume, que añadió a Kant, pero su apetito por saber era insaciable.

Uno de sus compañeros fue una inteligente muchacha, nacida en Servia, llamada Mileva Maric, quien
participaba del entusiasmo de Einstein por las matemáticas. Con frecuencia, ambos estudiaban juntos, y sus
relaciones amistosas aumentaron cada vez más el interés de Mileva por las matemáticas y en particular, por un
matemático. Antes de que terminaran sus carreras esta amistad tan promisoria maduró en un compromiso de
matrimonio. Otro compañero de clase fue Marcelo Grossmann, un joven que, como Einstein, estaba dotado de
gran pasión por el estudio. Quince años más tarde, fue uno de los colaboradores de Einstein, estableciendo la
base matemática de la teoría general de la relatividad.

Durante ese tiempo, las enfermedades y los grandes fracasos redujeron al viejo Einstein a un estado que
le imposibilitaba para continuar sosteniendo a su hijo. Algunos parientes contribuyeron con cien francos
mensuales a la educación de Albert. De esta pequeña suma, el joven estudiante apartó veinte francos para pagar
los documentos necesarios para naturalizarse en Suiza. Se había despertado en él un cariño por aquellos suizos
frugales y prósperos, por aquel país tan pintoresco, que decidió continuar viviendo allí después de terminados
sus estudios, y con este objeto resolvió solicitar la ciudadanía. Con la escasa pensión de veinte francos por
semana, más las pequeñas ganancias que le proporcionaban los repasos de matemáticas y física, Einstein pudo
costearse sus estudios.
Por fortuna para él, no tenía grandes necesidades. No le placían las diversiones caras, ni las costosas
reuniones, ni los trajes llamativos. Las miradas dirigidas al joven y gentil matemático, acrecentadas por el
bigotillo embrionario, le halagaban, pero no producían otro efecto. Aunque sus francos eran pocos, menores
eran sus necesidades. Aún así, siempre existe un límite en lo que respecta una vida por debajo de la cual nadie,
por más modestos que sean sus gustos, pueda estar sin experimentar algún sufrimiento. Por eso a pesar de que
Einstein nunca se quejó, sus escasas finanzas le obligaron repetidas veces a alimentarse de forma deficiente. Sin
importar esto, Einstein continuaba nutriendo su cerebro. Los atisbos de las ideas que vislumbraba en tiempos
más jóvenes comenzaban a tomar forma y ya podía apreciar aquella luz que le mostraba el camino a recorrer en
un desierto que luego le daría la fama. Ya en ese tiempo tenía un profundo escepticismo por las técnicas
científicas tradicionales y por la mentalidad de la mayor parte de los hombres de ciencia. Estaba convencido de
que la observación y la experimentación proporcionaban los únicos medios seguros para llegar al conocimiento
y a la comprensión de la Naturaleza y de la realidad. Y se propuso reafirmar esto utilizando un experimento de
laboratorio.
El misterio de la luz; la energía radiante que ha rodeado el Universo con su brillante manto desde su
creación, se aferró a la mente de Einstein. En su cerebro se debatían constantemente las dos explicaciones
contradictorias de la luz que él llamaba reverentemente “la sombra de Dios”. La teoría corpuscular de Newton
era combatida por la nueva teoría, según la cual la luz no está constituida por diminutas partículas de materia,
sino por una infinita serie de ondas transmitidas desde los cuerpos luminosos hasta el ojo, por el movimiento
ondulatorio o vibratorio del éter.
Einstein intentaba estudiar este confuso problema con un ingenioso aparato. Se proponía medir el
camino de un rayo de luz, desde un punto de la tierra a otro. Mientras el rayo de luz pasa de una posición a otra,
la tierra, en su rápida vuelta alrededor del sol, recorre una distancia perceptible. A la teoría de que la luz viaja a
través del éter sin movimiento, Einstein argüía que el camino del rayo debe ser ligeramente curvado, lo mismo
que cuando se lanza una piedra desde un tren en marcha, su recorrido parece curvarse hacia la parte final del
convoy. Planteó el problema ante sus maestros, aduciendo que la experiencia podría añadir nuevos
conocimientos acerca de la relación entre luz, éter y movimiento de la tierra. Ni los maestros ni los discípulos
habían oído hablar de unos experimentos análogos realizados por dos norteamericanos doce años antes.
Algunos de los maestros más inabordables desdeñaron la novedad de la idea de Einstein, mientras los menos
escépticos reconocieron el interés del experimento y animaron a Einstein a continuar sus estudios siguiendo vías
“más prácticas”. Pero, el problema de la luz seguía perturbando su pensamiento, y luego de graduarse se
informó del nuevo y famoso experimento de Michelson-Morley, que hacía aún más misterioso el confuso
enigma de la luz, y volvió a sumergirse en sus investigaciones con renovada energía, convencido de que estaba
sobre la pista indicada de uno de los descubrimientos más impactantes de la ciencia moderna.
En otoño de 1900, a la edad de 21 años, recibió sus diplomas y las felicitaciones de los profesores. Este
era el momento donde el joven debía valerse por si mismo, abandonar la calidad de sus parientes y obtener de
modo brutal, egoísta y práctico, los medios para subsistir. Mezclarse con ese mundo avaricioso le suponía un
espanto, pero no había otra manera. Eligió la cátedra. Un puesto de profesor le proporcionaría la posibilidad de
gozar de una vida modesta, mientras proseguía sus estudios, y sus altas calificaciones en los exámenes le
alentaron para aspirar un cargo en la Academia. Algunos de sus profesores, impresionados por la original
inteligencia de Einstein, indicaron que se le podría conceder un título de profesor asistente después de su
graduación.
Viendo esta oportunidad, y una vez terminadas las ceremonias de entrega de los diplomas, visitó lleno
de esperanzas a sus antiguos profesores. Jamás había tenido la vanidad de ser elegante, pero ese día se vistió
con especial cuidado con su viejo traje gris. Sabía que de su aspecto exterior podría depender su futura vida, y a
pesar de que le causaba una cierta melancolía ver sus raídas prendas, se consoló con la idea de que pronto, su
posición le permitiría adquirir nuevo vestuario. Sus profesores estaban encantados de verle. Le felicitaron y
admiraron por sus apasionados pensamientos y predijeron una carrera brillante. Pero cuando el joven Einstein
procediendo esta vez “prácticamente” por la fuerza de las circunstancias, les recordó la promesa del cargo de
profesor asistente, la reacción fue una amarga negativa. Algunos miembros de la Academia habían sido ya
movidos por el monstruo de la envidia; otros, influidos por el origen judío de Einstein, aplicaban la lupa para
aumentar sus defectos y disminuir su superioridad.
Con este golpe cruel e inesperado, se halló durante los seis meses siguientes sin empleo, a merced de las
olas de la incertidumbre y del desaliento.
Su primer recurso fueron los anuncios en los diarios ofreciendo ayuda, donde por una casualidad
afortunada, obtuvo el cargo de profesor sustituto en la escuela técnica de Winterthur. Para su infortunio, al
llegar a la escuela, observó que los estudiantes se encaraban con él, debido a que eran hombres ya maduros,
probablemente con modales académicos, pero aún así preparados para la violencia. Esta escasa diferencia en
edad y la enorme en su formación hicieron al principio una atmósfera desagradable para el joven académico de
Zurich. Pero, el domino completo de una disciplina le dio un indudable poder, causando que incluso esos rudos
alumnos pronto comenzaran a respetarle, cuando vieron que a pesar de su edad, era capaz de enseñarles, y aún
más importante, inspirarles amor al estudio. A pesar de tener tan solo 21 años, la chispa de Einstein podía
prender en otras mentes.
A los pocos meses consiguió un cargo de preceptor particular de dos alumnos en una escuela secundaria
de Schaffhausen. Einstein y sus dos discípulos fueron muy pronto buenos amigos pero, al no darse cuenta de la
gran responsabilidad que su cargo confería, propuso a los muchachos el ingenuo plan de que, para que pudieran
trabajar más asiduamente con él, se librasen de las restricciones del internado. Esta proposición irritó al
maestro, quien creyó ver un complot entre sus subordinados para apartar a los muchachos de su influencia, y
Einstein fue expulsado, acrecentando su odio hacia la brutal injusticia del mundo “práctico”.
Ahora se hallaba en la pobreza, y tan solo le quedaba sufrirla en una fría calle y sin una moneda en el
bolsillo.
Sus problemas llegaron a los oídos de un amigo y antiguo condiscípulo de la Academia de Zurich,
Marcelo Grossmann. Este pidió a su padre que ayudase a su compañero, y así lo hizo, dirigiendo una carta al
director Haller, de la oficina confederada de patentes de Berna, alabando calurosamente el talento del desvalido
joven. El director le comunicó que Einstein fuera a visitarle.
Luego de un examen fue aceptado como inspector de patentes, con un escaso sueldo, pero suficiente
para Einstein.
Comenzó su carrera a finales de 1902, y tres años más tarde, al concluirla, su genio pudo madurar y dar
al mundo una de las más grandes conquistas de la inteligencia humana.
Con el salario que le proveía el Gobierno suizo, podía tener un hogar, y en los primeros meses del año
contrajo matrimonio con Mileva Maric, la servia católica que había sido su compañera de estudios en Zurich. Se
establecieron en un departamento modesto del barrio oficial, y un año más tarde nació el primer hijo de
Einstein, a quien también llamaron Albert. Dividiendo su vida entre su empleo en la oficina de patentes, su
familia y sus investigaciones, Einstein era feliz.

Su casa se convirtió en el lugar de reunión de algunos amigos que discutían de ciencia, política y
economía. Era un grupo de personas bien educadas, de fino ingenio, que noche tras noche se reunían en la casa
de Einstein para, por el trato recíproco, pulir y perfeccionar su talento.
Una revolución mayor que cualquier otra, que formará parte importante en la historia del hombre, fue
iniciándose y tomando forma en aquel hogar de Berna.
En los años que siguieron inmediatamente a su matrimonio, Einstein marchó con paso firme hacia la
grandeza. Los dos primeros años fueron los más fructíferos de su genio. En rápida sucesión fueron apareciendo
cinco trabajos científicos sobre temas de gran importancia. Solamente el quinto ocupa el tema de la relatividad,
por ello el público lo asocia con el nombre de Einstein; aún así, los restantes tuvieron ya suficiente interés para
concederle renombre entre los hombres de ciencia.

El primero de sus artículos de 1905, titulado Sobre el movimiento requerido por la teoría cinética
molecular del calor de pequeñas partículas suspendidas en un líquido estacionario, cubría sus estudios sobre el
movimiento browniano.

El artículo explicaba el fenómeno haciendo uso de las estadísticas del movimiento térmico de los
átomos individuales que forman un fluido. El movimiento browniano había desconcertado a la comunidad
científica desde su descubrimiento unas décadas atrás. La explicación de Einstein proporcionaba una evidencia
experimental incontestable sobre la existencia real de los átomos. El artículo también aportaba un fuerte
impulso a la mecánica estadística y a la teoría cinética de los fluidos, dos campos que en aquella época
permanecían controvertidos.
El segundo artículo se titulaba Un punto de vista heurístico sobre la producción y transformación de
luz. En él Einstein proponía la idea de "quanto" de luz (ahora llamados fotones) y mostraba cómo se podía
utilizar este concepto para explicar el efecto fotoeléctrico.

La teoría de los cuantos de luz fue un fuerte indicio de la dualidad onda-corpúsculo y de que los
sistemas físicos pueden mostrar tanto propiedades ondulatorias como corpusculares. Este artículo constituyó
uno de los pilares básicos de la mecánica cuántica. Una explicación completa del efecto fotoeléctrico solamente
pudo ser elaborada cuando la teoría cuántica estuvo más avanzada. Por este trabajo, y por sus contribuciones a
la física teórica, Einstein recibió el Premio Nobel de Física de 1921.

El tercer artículo de Einstein de ese año se titulaba Zur Elektrodynamik bewegter Körper ("Sobre la
electrodinámica de cuerpos en movimiento"). En este artículo Einstein introducía la teoría de la relatividad
especial estudiando el movimiento de los cuerpos y el electromagnetismo en ausencia de la fuerza de
interacción gravitatoria.

La relatividad especial resolvía los problemas abiertos por el experimento de Michelson y Morley en el
que se había demostrado que las ondas electromagnéticas que forman la luz se movían en ausencia de un medio.
La velocidad de la luz es, por lo tanto, constante y no relativa al movimiento. Ya en 1894 George Fitzgerald
había estudiado esta cuestión demostrando que el experimento de Michelson y Morley podía ser explicado si los
cuerpos se contraen en la dirección de su movimiento. De hecho, algunas de las ecuaciones fundamentales del
artículo de Einstein habían sido introducidas anteriormente (1903) por Hendrik Lorentz, físico holandés, dando
forma matemática a la conjetura de Fitzgerald.

La teoría recibe el nombre de "teoría especial de la relatividad" o "teoría restringida de la relatividad"


para distinguirla de la teoría de la relatividad general, que fue introducida por Einstein en 1915 y en la que se
consideran los efectos de la gravedad y la aceleración.

El cuarto artículo de aquel año se titulaba Ist die Trägheit eines Körpers von seinem Energieinhalt
abhängig y mostraba una deducción de la ecuación de la relatividad que relaciona masa y energía. En este
artículo se exponía que "la variación de masa de un objeto que emite una energía L, es:

Donde V era la notación de la velocidad de la luz usada por Einstein en 1905.

Esta ecuación implica que la energía E de un cuerpo en reposo es igual a su masa m multiplicada por la
velocidad de la luz al cuadrado:

Muestra cómo una partícula con masa posee un tipo de energía, "energía en reposo", distinta de las
clásicas energía cinética y energía potencial. La relación masa-energía se utiliza comúnmente para explicar
cómo se produce la energía nuclear; midiendo la masa de núcleos atómicos y dividiendo por el número atómico
se puede calcular la energía de enlace atrapada en los núcleos atómicos. Paralelamente, la cantidad de energía
producida en la fisión de un núcleo atómico se calcula como la diferencia de masa entre el núcleo inicial y los
productos de su desintegración, multiplicada por la velocidad de la luz al cuadrado.

El hombre, para sus largas exploraciones en busca de las leyes y del orden del cosmos, se ha equipado
de la razón y de sus sentidos de la vista, tacto, olfato, gusto y oído. Pero Einstein se preguntó a sí mismo si esos
conceptos y pensamientos, que son sugeridos por nuestras percepciones sensoriales, nos dan una completa y
exacta descripción de la realidad. ¿Quizá el mundo real que nos circunda está más allá del poder de nuestros
sentidos?
Einstein consideraba los esfuerzos del hombre para descubrir la naturaleza del Universo físico,
semejantes a los esfuerzos que pudiera hacer un pez para obtener una idea clara de lo que es el agua. En ambos
casos, la fe ciega en el testimonio de nuestros sentidos puede conducir al error.

Llegaba a la conclusión de que nuestro concepto del universo está basado fundamentalmente sobre la
capacidad y limitaciones de los sentidos humanos y de la imaginación. Según él, las creencias y pensamientos
humanos “están determinados por los conocimientos sensoriales y su significación sólo se refiere a esos
conocimientos; pero en cuanto son productos de la actividad espontánea de nuestra inteligencia dejan de ser
consecuencia lógica de tales conocimientos de los sentidos”. Libertándose de los prejuicios de los ojos, de los
oídos, de la nariz, de la boca y de la extremidad de los dedos, Einstein logró constituir un nuevo reino del
pensamiento más allá de la estrechez infinita de las palabras y de las frases.

En noviembre de 1915 Einstein presentó una serie de conferencias en la Academia de Ciencias de


Prusia en las que describió la teoría de la relatividad general. La última de estas charlas concluyó con la
presentación de la ecuación que reemplaza a la ley de gravedad de Newton. En esta teoría todos los
observadores son considerados equivalentes y no únicamente aquellos que se mueven con una velocidad
uniforme. La gravedad no es ya una fuerza o acción a distancia, como era en la gravedad newtoniana, sino una
consecuencia de la curvatura del espacio-tiempo. La teoría proporcionaba las bases para el estudio de la
cosmología y permitía comprender las características esenciales del Universo, muchas de las cuales no serían
descubiertas sino con posterioridad a la muerte de Einstein.

La relatividad general fue obtenida por Einstein a partir de razonamientos matemáticos, experimentos
hipotéticos (Gedanken experiment) y rigurosa deducción matemática sin contar realmente con una base
experimental. El principio fundamental de la teoría era el denominado principio de equivalencia. A pesar de la
abstracción matemática de la teoría, las ecuaciones permitían deducir fenómenos comprobables. En 1919 Arthur
Eddington fue capaz de medir, durante un eclipse, la desviación de la luz de una estrella al pasar cerca del Sol,
una de las predicciones de la relatividad general. Cuando se hizo pública esta confirmación la fama de Einstein
se incrementó enormemente y se consideró un paso revolucionario en la física. Desde entonces la teoría se ha
verificado en todos y cada uno de los experimentos y verificaciones realizados hasta el momento.

Cuando el descubrimiento de Einstein le proporcionó al fin fama mundial, Lord Haldane le presentó a
una distinguida reunión de Londres como “el Newton del siglo XX”, un hombre que ha originado una
revolución del pensamiento incluso mayor que la que produjeron Copérnico, Galileo o Newton”.

En 1908 fue contratado en la Universidad de Berna, Suiza, como profesor y conferenciante


(Privatdozent). Einstein y Mileva tuvieron un nuevo hijo, Eduard, nacido el 28 de julio de 1910. Poco después
la familia se mudó a Praga, donde Einstein obtuvo la plaza de Professor de física teórica, el equivalente a
Catedrático, en la Universidad Alemana de Praga. En esta época trabajó estrechamente con Marcel Grossmann
y Otto Stern. También comenzó a llamar al tiempo matemático cuarta dimensión.

En 1913, justo antes de la Primera Guerra Mundial, fue elegido miembro de la Academia Prusiana de
Ciencias. Estableció su residencia en Berlín, donde permaneció durante diecisiete años. El emperador
Guillermo, le invitó a dirigir la sección de Física del Instituto de Física Káiser Wilhelm.

El 14 de febrero de 1919 se divorció de Mileva y algunos meses después, el 2 de junio de 1919 se casó
con una prima suya, Elsa Loewenthal, cuyo apellido de soltera era Einstein: Loewenthal era el apellido de su
primer marido, Max Loewenthal. Elsa era tres años mayor que él y le había estado cuidando tras sufrir un fuerte
estado de agotamiento. Einstein y Elsa no tuvieron hijos.

En los años 1920, en Berlín, la fama de Einstein despertaba acaloradas discusiones. En los diarios
conservadores se podían leer editoriales que atacaban a su teoría. Se convocaban conferencias-espectáculo
tratando de argumentar lo disparatada que resultaba la teoría especial de la relatividad. Incluso se le atacaba, en
forma velada, no abiertamente, en su condición de judío. En el resto del mundo, la Teoría de la relatividad era
apasionadamente debatida en conferencias populares y textos.
Einstein distingue tres estilos que suelen entremezclarse en la práctica de la religión. El primero está
motivado por el miedo y la mala comprensión de la causalidad y, por tanto, tiende a inventar seres
sobrenaturales. El segundo es social y moral, motivado por el deseo de apoyo y amor. Ambos tienen un
concepto antropomórfico de Dios. El tercero –que Einstein considera el más maduro –, está motivado por un
profundo sentido de asombro y misterio.

Einstein creía en «un Dios que se revela en la armonía de todo lo que existe, no en un Dios que se
interesa en el destino y las acciones del hombre». Deseaba conocer «cómo Dios había creado el mundo». En
algún momento resumió sus creencias religiosas de la manera siguiente: «Mi religión consiste en una humilde
admiración del ilimitado espíritu superior que se revela en los más pequeños detalles que podemos percibir con
nuestra frágil y débil mente».

Los acontecimientos de la primera guerra mundial empujaron a Einstein a comprometerse


políticamente, tomando partido. Siente desprecio por la violencia, la bravuconería, la agresión, la injusticia. Fue
uno de los miembros más conocidos del Partido Democrático Alemán, DDP.

Albert Einstein fue un pacifista convencido. En 1914, noventa y tres prominentes intelectuales alemanes
firmaron el «Manifiesto para el Mundo Civilizado» para apoyar al Kaiser y desafiar a las «hordas de rusos
aliados con mongoles y negros que pretenden atacar a la raza blanca», justificando la invasión alemana de
Bélgica; pero Einstein se negó a firmarlo junto a sólo otros tres intelectuales, que pretendían impulsar un
contra-manifiesto.

Con el auge del movimiento nacional-socialista en Alemania, Einstein dejó su país y se nacionalizó
estadounidense. En plena Segunda Guerra Mundial apoyó una iniciativa de Robert Oppenheimer para comenzar
el programa de desarrollo de armas nucleares conocido como Proyecto Manhattan.

En 1939 se produce su más importante participación en cuestiones mundiales. El informe Smyth,


aunque con sutiles recortes y omisiones, narra la historia de cómo los físicos trataron, sin éxito, de interesar a la
Marina y al Ejército en el Proyecto atómico. Pero la célebre carta de Einstein a Roosevelt fue la que consiguió
romper la rigidez de la mentalidad militar. Sin embargo, Einstein, que siente desprecio por la violencia y las
guerras, es considerado el «padre de la bomba atómica».

Ante el ascenso del nazismo, (Adolf Hitler llegó al poder en enero de 1933), por lo que decidió
abandonar Alemania en diciembre de 1932 y marchar con destino hacia Estados Unidos, país donde impartió
docencia en el Instituto de Estudios Avanzados de Princeton, agregando a su nacionalidad suiza la
estadounidense en 1940.

En Alemania, las expresiones de odio a los judíos alcanzaron niveles muy elevados. Varios físicos de
ideología nazi, algunos tan notables como los premios Nobel de Física Johannes Stark y Philipp Lenard,
intentaron desacreditar sus teorías. Otros físicos que enseñaban la Teoría de la relatividad, como Werner
Heisenberg, fueron vetados en sus intentos de acceder a puestos docentes.

Einstein, en 1939 decide ejercer su influencia participando en cuestiones políticas que afectan al mundo.
Redacta la célebre carta a Roosevelt, para promover el Proyecto atómico e impedir que los «enemigos de la
humanidad» lo hicieran antes: «puesto que dada la mentalidad de los nazis, habrían consumado la destrucción y
la esclavitud del resto del mundo.»

En mayo de 1949, Monthly Review publicó (en Nueva York) un artículo suyo titulado ¿Por qué el
socialismo? en el que reflexiona sobre la historia, las conquistas y las consecuencias de la "anarquía económica
de la sociedad capitalista", artículo que hoy sigue teniendo vigencia. Una parte muy citada del mismo habla del
papel de los medios privados en relación a las posibilidades democráticas de los países.

Siendo originario de una familia judía asimilada abogó por la causa sionista. Entre 1921 y 1932
pronunció diversos discursos, con el propósito de ayudar a recoger fondos para la colectividad judía y sostener
la Universidad hebrea de Jerusalén, fundada en 1918, y como prueba de su creciente adhesión a la causa
sionista. «Nosotros, esto es, judíos y árabes, debemos unirnos y llegar a una comprensión recíproca en cuanto a
las necesidades de los dos pueblos, en lo que atañe a las directivas satisfactorias para una convivencia
provechosa.»
El Estado de Israel se creó en 1948. Cuando Chaim Weizmann, el primer presidente de Israel y viejo
amigo de Einstein, murió en 1952, Abba Eban, embajador israelí en EE.UU., le ofreció la presidencia. Einstein
rechazó el ofrecimiento diciendo: «Estoy profundamente conmovido por el ofrecimiento del Estado de Israel y a
la vez tan entristecido que me es imposible aceptarlo.»

Einstein, impulsó el conocido Manifiesto Russell-Einstein, un llamamiento a los científicos para unirse
en favor de la desaparición de las armas nucleares. Este documento sirvió de inspiración para la posterior
fundación de las Conferencias Pugwash que en 1995 se hicieron acreedoras del Premio Nobel de la Paz.

Durante sus últimos años, Einstein trabajó por integrar en una misma teoría las cuatro Fuerzas
Fundamentales, tarea aún inconclusa.

El 17 de abril de 1955, Albert Einstein experimentó una hemorragia interna causada por la ruptura de un
aneurisma de la aorta abdominal, que anteriormente había sido reforzada quirúrgicamente por el Dr. Rudolph
Nissen en 1948. Tomó el borrador de un discurso que estaba preparando para una aparición en televisión para
conmemorar el séptimo aniversario del Estado de Israel con él al hospital, pero no vivió lo suficiente para
completarlo. Einstein rechazó la cirugía, diciendo: "Quiero irme cuando quiero. Es de mal gusto prolongar
artificialmente la vida. He hecho mi parte, es hora de irse. Yo lo haré con elegancia." Murió en el Hospital de
Princeton (Nueva Jersey) a primera hora del 18 de abril de 1955 a la edad de 76 años. Los restos de Einstein
fueron incinerados y sus cenizas fueron esparcidas por los terrenos del Instituto de Estudios Avanzados de
Princeton. Durante la autopsia, el patólogo del Hospital de Princeton, Thomas Stoltz Harvey extrajo el cerebro
de Einstein para conservarlo, sin el permiso de su familia, con la esperanza de que la neurociencia del futuro
fuera capaz de descubrir lo que hizo a Einstein ser tan inteligente.

Albert Einstein nos dio una nueva concepción del Universo. Nos abrió la puerta de un nuevo mundo
donde ya no regían antiguos conceptos imprecisos dependientes de los sentidos. Sus investigaciones y
descubrimientos no sólo fueron objeto de admiración en su época, sino que aún siguen repercutiendo en
nuestros días y lo seguirán haciendo indefinidamente. No sólo fue un científico, también nos inspiró valores
éticos y morales, y nos enseñó que el saber no debe ser utilizado de manera egoísta ni para vanidad, sino que es
un bien común del mundo que sirve para mejorar nuestro entendimiento de todo lo que nos rodea. Fue un
hombre humilde que nunca pidió nada a cambio de sus acciones y que dedicó su vida a desentrañar los
problemas de un Universo que siempre admiró y consideró como la obra más perfecta. Albert Einstein fue un
revolucionario.

Bibliografía:

Bibliografía de consulta:

H. Gordon Garbedian.
Albert Einstein. Creador de Universos.
Editorial Vitae.
C/ Londres, 90. 08036 Barcelona
Impreso en España

Bibliografía general:
Wikipedia en Español – Albert Einstein. (http://es.wikipedia.org/wiki/Albert_Einstein)

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