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A las 11:30 am el Huáscar nos dispara por primera vez, levantando una inmensa columna de agua
frente a nosotros y durante media hora ninguno de sus disparos acertaron en nuestro buque;
podíamos ver como más bien herían a los curiosos que estaban mirando desde la playa. Dos de las
calderas de la Esmeralda estallaron dejándonos con un andar muy muy lento, ahí tomo la decisión
de alejarnos al norte, unos mil metros y observo con sorpresa que el poderoso Huáscar gira su
proa preparando su primer espolonazo que viene directo hacia nosotros. Recibimos el golpe y veo
que una gran parte de mi tripulación muere en esa emboscada. Alzo mi vista al cielo y veo la
bandera tricolor, pienso en mi patria, en mi familia y en mis muchachos y tomo la decisión más
importante, la que sería la última de mi vida.
(gritando) ¡Al abordaje, muchachos!
Me sigue el Sargento Juan de Dios Aldea y el valiente marinero Arsenio Canales, quien cae al agua.
Mis únicas armas eran un sable y una pistola y con esta última doy muerte a un oficial peruano.
Segundos después, mi vida se apaga completamente.