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Des-Centralismo en el Perú

El centralismo: una de las grandes marcas de la desigualdad en el Perú de todos

los tiempos, pasado, presente y futuro parecen transcurrir en un mismo espacio de

nulidad, donde el progreso solo se presenta momentáneamente en beneficio de “los de

siempre”. Pero ¿qué tanto realmente podemos renegar de ello? Como sentencia Carlos

Contreras, en un discurso moral y superficial hemos optado siempre por denunciar esto,

pero no le hemos dado el mismo interés a su comprensión. Lo primero que habría que

afirmar, contundentemente, para desengaño de todos: esto ha sido así siempre.

Cuando decimos “siempre”, nos referimos al instante en que nos volvimos un

anexo más de España, ya que formar parte de un sistema virreinal implicaba que nuestras

riquezas se extendiesen hacia nuevos horizontes; además, si ya existía una jerarquía de

poder en nuestra nación, los subordinados tenían una vida precaria y parva en

comparación a la de las élites limeñas. Esta estructura de poder y desamparo se sostendría

a lo largo de los años venideros y los cambios apenas serían mínimos para el tiempo de la

independencia; como diría Luis Alberto Sánchez, parafraseando, nuestra forma de vida y

gobierno ya se había visto condicionada en principio. Sin nosotros tener la libertad y la

soberanía para determinar las necesidades comunes, un pequeño sector limeño priorizó su

propia riqueza. Esa forma vacía, ese cuenco que nos hemos vuelto, nunca se ha llenado.

Como indicaba Mariátegui en su sexto ensayo: tanto el centralismo como la

descentralización tienen ventajas y problemas; por una parte, si el sistema capitalista

permitía que la gente de la sierra y la selva sea partícipe en igualdad de condiciones en el

comercio, esto igualaría las ventajas con los grupos de poder, pero también se corría el

riesgo de la presencia impresentable de gamonales, caciques, que ya habían estado


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presentes en la época del guano, al igual que en diversas haciendas del exterior. El estado

debía tener el poder de asignar deberes a distintas municipalidades del país, pero esa

autonomía sigue siendo inviable hasta ahora. No estamos hablando solo de una cuestión

económica ni legislativa, sino también a nivel de defensa: palabras no alcanzan para

abordar las atrocidades del conflicto armado interno y la repercusión que tuvo sobre

tantos inocentes y desamparados de la nación.

Para empezar a descentralizarnos, debemos entender que el tiempo de maduración

del país ya ha pasado: tenemos las posibilidades, pero las élites y la burguesía limeña se

niegan a ceder el poder y los privilegios que tienen en la actualidad. Para tener autonomía

política, hace falta contar con autonomía fiscal, lo cual implica deslindar los intereses

políticos personales de cada gobierno y congreso para dejar en manos de cada

municipalidad, departamento y provincia los intereses de su gente. De esa forma es que

podemos germinar la individualidad de cada grupo desamparado.

Bibliografía:
– Contreras, C. (1999): Centralismo y Descentralismo en la historia del Perú Independiente.

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