Está en la página 1de 85
VIVIR SIN LOS OTROS El drama de los desaparecidos en la toma del Palacio de Justicia cocurrida en 1985, constituye el hilo conductor de Vivir sin fas ofres, de Femando Gonzilez Santos. Desde este novedoso enfoque edlito- tial y acudiendo a la literatura testimonial el autor nos sumerge en tno de fos hechos mas trigicos de la historia reciente de Colombia; repasando las fibras de la memoria nacional y decantando la faena apasionante de sus personajes. Ramiro, un mesera de la cafeterla del Palacio se ve enwuelto en un azar maligno que determina el destino de su vida. Contado 2 dos voces: la de una petiodista que acude a las audiencias pabli- ‘as adelantadas contra los presuntos responsables y un narrador ‘omnisciente, el libro va del pasado al presente y en wna impecable hatracién reconstruye la espeluznante aventura de los familiares en busca de sus seres queridos y los maviles de un juicio que 25 afios después enfrenta la decisién de condenar o dedatar inocente a un x oficial del Ejército colombiano, Durante la creacién de este libro el autor dirigid un docue mental sobre los desaparecidos del Palacio de Justicia que le ha merecido reconocimientos camo la Beca del Ministerio de Cultura en le modalidad de Documental partcipaciin en el laboratoria de documentales del Festival de Cine de Guadalajara; Taller de Rees ture de proyectos documentales en el Festival de Cine de Cartagena y Taller de Pich de Documentales en Quita,organizado por DocBsas Side of The Doc. Sol FERNANDO GONZALEZ FERNANDO GONZALEZ SANTOS LOS DE DEL RALAC ' 1 FERNANDO GONZALEZ SANTOS Es Licenciado en Espaiial y Literatura de la Universidad Pedayogica Nacional, Mayiste en Filosufia de la Pontificia Universidad Javeriana. Ha sido profesor de Produccién del Discurso en la Universidad Pedagdgica, Periodismo Investigativo en la Universidad Central, Pedagogia en la Universidad ef Bosque y Estética en el énfasis de Humanidades y Lengua Castellana dela Pontificia Universidad Javeriana, Ha publicado: Pensar fa ‘Muerte: una fectura con Gilles Deleuze a la obra de Fernando Vallejo inalista Premio Nacional de Ensayo Literario Hernando Téllez. ICDT, 2005), Editorial dela Universidad Pedagégice Nacional El cuento policial y otras hazaias y Estética y titeratuva, Editorial Universidad Javeriana. VIVIR SIN LOS OTROS Los desaparecidos del Palacio de Justicia Fernando Gonzdlez Santos VIVIR SIN LOS OTROS Los desaparecidos del Palacio de Justicia = 2 edison: mayo 2015, 1 etic viene 2010 {© Feenando Gonailez Santos, 2010 © Eédcioner B Colombin SA. 2010 Con 15 NY S24 5} Hopotd DLC. (Colombiny srerdiconeshcom.co ISBN: 978-958-9294-73-5 Dept legal: Hecho Ipreso por: Eitoea Gains La pede Tors los derechos noxcvaon. Bajo fs suciones stabicis cs lye sigatosmente prohibits, sin aucoracin ccits de Lt titles del copyright teproduccin total o parcial de ec aba por canlguer medio procedicats, com: prealdos ls repogeliay el rasmiemo informstico i ‘Antes de ingresar a la cafeteria me despedi del magistrado Alirio Céspedes.La mafana aim conservaba la humedad de la luvia que ese dia cafa desde muy temprano. No sé por qué el tono gris de Bogoté atrae la vibracién de un sentido oculto y provoca una vaguedad de pensamientos indtiles que asechan y se van. Aunque los trancones de los autos se multiplicaban, las calles iban despejindose magicamente, En las esquinas se reunian pequenos grupos de gente que se guarnecian por momentos bajo los techos salidos de las construceiones co: loniales. Con la Iluvia, el centro capitalino era invadido por voces de otras épocas que sobrevolaban las nuevas miserias ante la mirada majestuesa de los Cerros Orientales. A esta altura de Ia historia, nadie tenfa muy claro qué significaba ser bogotano, para mi era simplemente el aprendizaje a ciegas de ‘un sucfio que se refundia entre felolos y ausencias. EI mesero pas6 cuando me estaba quitando el abrigo. Lo saludé con cierta familiaridad, ya que en otras ocasiones habia sido muy atento conmigo. En ese instmte una mujer vestida con sastre azul entr6 sin ocultar su afin y se ubicé en Ja mesa del rinc6n, Me Hamé la atencién porque inmediatamente se dirigié hacia el bafio detallando el salén:con mucha cautela.Al regresar se acomod6, yo dirfa que forzadamente, para tener ka visibilidad de la puerta, Supuse que estaba esperando a alguien y que por una u otra razén no queria verse sorprendida cuan- do su acompafiante llegara. Qué distrafda estoy, pensé ante la incomodidad que me produjo su mirada. Abri el bolso, saqué ris boligrafos de colores, un libro de Cortzar y Is libreta de apuntes. Ya eran las once pasdas, comenzaba a sentirme in~ quieta con la noticia que debia tener lista en horas de la tarde. ‘Cuando el mesero se acercé a preguntarme si queria tomar algo, levanté la cabeva y con la mano derecha golpeé mi libreta; Jos dos nos quedamos mirando hacia el suelo, pero él se agaché ‘con rapidez y la puso nuevamente sobre la mesa —Mil gracias —e dije—. Hoy estoy més torpe que nun- aa, —2T exes periodista? —me dijo con un tono costeno que resultaba agradable a esa hora del dia. —Cémo lo sabe? —le pregunté en el mismo instante que percibi el olor a mend —Es muy sencillo —me respondié como si hubiera pre~ parado su respuesta—. Aqui vienen estudiantes con cuaderno de cinco materias, magistradas con agenda y periodistas con libreta de apuntes. ‘Cuando atin estaba sonriendo, en respuesta a sti comentario, miré hacia abajo y vi una fotografia que imaginé se le habia caido al recoger la libreta. Camo esta vez yo estaba mis cerca, por puro instinto bajé el brazo para levantarla, El mesero sigui6 con su mirada el movimiento. neamente—. Mi mujer me tri —iMierda! —dijo espor tua si boto esa vaina Su expresi6n alboroté imi intriga, asi que antes de entre gitsela detallé Ia fotografia. —s Je preg helleza de cuadto sin escuchar lo que él estab {Son hermosas! ;Y todas seguiditas! sus hijas? egui observando esa respondiendo. —aDe verdad? —dijo el mesero—. :Quieres que te diga tuna cosa? La otra vez estaba pensando si habia algo en este momento mis importante que mis nifias. —Pero usted se gané el ciclo con esas mujeres —le inte- rrumpi. —Es que cl ciclo esti en la tierra, mujer —dijo con una risa que aleanz6 a contagiarme, E] mesero miré a las otras mesas, pues ya tenfa mucho ticmpo de estar conmigo y se dirigié a no sé qué otro lado donde lo estaban Tlamando. Puse la foto sobre la mesa y traté de escoger el clisfiaz mis lindo. Se notaba el esmero de quien los habia hecho. Definitivamente el encanto era verlas a las cuatro juntas, Intenté ver mi agenda para revisar la hora del evento programado en presidencia, pero me quedé divagando ‘unos minutos sobre la posible forma como este hombre llevaba su vida. Algén encanto tenfa esta escena, que hasta el dia de hoy no he podido precisa. &Y si escribiera una historia asf de sencilla para el perid~ dico? Aleancé a pensar. Esto de perseguir noticias sobre los acuerdos de paz y el tratado de extradicién y las sesiones de la Corte Suprema, a veces resultaba siendo un delirio sin forma ni fondo. Quiza el mundo sea tan elemental como el de este padre que sirve el café y leva en el bolsillo la foto de sus hijas. Mas que un personaje, me parecia un hombre con una particular sabiduria de Ia vida cotidiana, en la que hace mucho tiempo yo no pensaba por andar pendiente de las primicias que arrojaba ta guerra. Fue entonces cuando miré el reloj y me agarré la prisa. El mesero estaba ocupado, saqué unas monedas, le hice sefias y dejé la fotografia encima de la mesa, suponiendo que él la tomaria en algiin momento. Sali corriendo hacia cl Capitolio, levaba en mi corazén el bosquejo de aquella historia y en la cabeza el evento que el Presidente tendria en Palacio. Aunque la mafiana continuaba tun poco fria prefert caminar sin el abrigo puesto, no habia algo mejor que percibir la tenue libertad provocada por cl vientecito penetrante de la ciudad. Cuando acababa de cruzar la Plaza de Bolivar un estreme- cedor tiroteo se escuché enh entrada del edificio donde hacfa pocos minutos estaba sentada, Inmediatamente recordé la noticia que nosotros los periodistas habfamos sacado a la Tue pablica pocas semanas antes,en la que el Movimiento Guerrillero M-19 anunciaba un hecho de grandes proporciones en Colombia. Jamas me imaginé que desde ese preciso instante hasta el final del diltimo disparo, fuera a transcurrir veintiocho horas de en- frentamiento armado entre ki guerrilla y el Bjército. Una de las personas rescatadas simplemeare dijo que al se habfan disparadlo todas las armas del mundo y el horror alo largo de los afios nos hizo hablar de un holocausto,como si aquellas veintiocho horas hhubiesen sido el principio y 4] fin de una leyenda entregada a la perturbacién del olvido, Pero el olvido es una especie de alma tn pena que ha perdido la voluntad de abandonarnos. Por ¢s0 alli no terminaria la tragedia.Algunas vidas estarian muy lejos de cerrar el ciclo de la muerte aquella tarde de 1985 y sus destinos serian inevitablemente arrojados més alli del holocausto. ¢Qué sucedié antes y qué ocurrié después de estas veintiocho horas? Fue el interrogante que durante mucho tiempo anduvo sin respuesta en los vericuetos de dos generaciones enteras Luego de besar en la mejillaa Isabela, Ramiro se incorporé y eamiiné calculando tos pasos para no despertar a sus otras tres hijas. Al apoyarse en la esquina de una de las cunas, los, piececitos de Laura hicieron un pequefio movimiento, asi que se detuvo reteniendo ef aire durante unos segundos. En ese instante se encontré con la mirada de Bety. Esta vez no son- ricron, mejor comparticron un encuentro de dudas que desde tiempo atris venfan danzando en la penumbra de “Todavia queda is pendientes antes de dormir y cella aguardaba sentada e impaciente en la orilla de la cama, la habitacion, varias i i i pues ya habia terminado de plancharle a su marido el pantalon. negro y la camisa blanca que completaban su uniforme. El dia anterior habia sido lunes festivo, asf que Ta semana parecta tener un aire de pesadez y descontrol que alteraba los asuntos domésticos. Cuando Ramiro dio el siguiente paso observé a Bety revisando el recibo de la matricula escolar de Isabela. Seguramente pens6 lo mismo que ella aleanz6 a cavilar en el instante que lo estaba mirando: que las cosas ya no eran como antes, que el tiempo se les venfa encima, que los gastos iban acumulindose, que al cabo de cuatro embarazos atin vivian en la casa de sus padres. —Esta mafiana revelé las fotos le dijo Bety con cierta picardia y rompiendo el silencio que ya comenzaba a inter- ponerse entre los dos Ramiro aprovech6 que su esposa estaba saliendo de ese incémodo lugar donde las preguntas no tienen respuesta y regresé al sentido de la vida cotidiana. —jPor favor! Sélo déjamelas ver —dijo Ramiro— y co- menzo un intercambio de palabras que terminé en un gracioso juramento. —Ponte la mano en el pecho —le dijo Bety. Ramiro hizo lo que ella ordenaba, como si estuviera apren- diendo las reglas de un juego nuevo. Yo, Ramiro Diaz, juro que si boto esa foto no vuelvo Y Bety indicaba lo que debia repetir. No vuelvo a la casa, pero sigo pasando el dinero para las nitfias, —Sigo pasando el dinero para las nifias —contesté Ramiro soltando una carcajada En medio de la risa caminaron hacia las cunas y revisaron centre los dos que las nifies no estuvieran destapadas. —zAl fin paso maiana por ti? —pregunté Bety mientras se metia entre las cobijas. Con esta pregunta ella se referia al itinerario acostumbrado que hacian los primeros dias de cada mes, al recorrido por el centro de Ja ciudad, a la biisqueda de Jos ‘tiles escolares para las nifas, a a comida en PPC y ala compra de una pizza gigante con que legaban a casa Es mejor que no vayas —respondié Ramiro con una inquictud que dejé répidamente de lado, pues la hora no daba para comenzar reflexiones tan densas—. Como encontraron esos planos del Palacio, hay dias en que se pone muy harta la restricci6n de la entrada Ya el tema lo habian tocado dias antes, cuando hablaron de los sufiagios que los magistrados recibieron por parte de los narcotraficantes. La preocupacién de Ramiro era que la guatdia especial pedia identificacién en la puerta, las personas externas al Palacio de Justicia no podian entrar las ventas de la cafeteria hhabian bajado y las propinas no eran las mismas, Pero ese lunes festivo disip6 toda preacupacién rutinaria. Ademés, el viernes anterior habia sido 31 de octubre y por supuesto estuvieron dedicados a los disfraces de las nifis. Las cuatro se convirtieron en hermosos animalitos y nadie podia ser indiferente a este cuadro enternecedor. Isabela, la ‘mayor, tenia cinco aiios. Era un conejo blanco de orejas grandes yuna cola que arrastraba por el piso; Bety siempre asumid que cera su alma gemela, nunca se cansaba de hablar de su cabecita calva, de las treinta y cinco horas que duré el esfuerzo del arto, del momento en el que fa sintié entre las piernas y de como percibid que su cuerpo se levanté y se fisndié con la humanidad de su primera hija. Sus ojos azul claro le darian Ja acogida a Bety en la casa desus suegros, pues cuando la mama de Ramiro la tuyo entre sus brazos y dio gracias a Dios, él aprovecho para sentenciar el vinculo, diciendo: “Si reciben a esta belleza también reciben a su madre” En cambio, Juli era la adoracién de su paps, precisamente dos décadas més tarde, cuando los medios de comunicacién anunciaron el juicio que las cinco habian estado esperando toda 4a vida, ella seria la nica que recordaria con exactitud el rostro de Ramiro, los juegos en la sala, la arrastrada cn el tapete y hasta cl tierno beso que aquel cinco de noviembte le dio su padre en la mejilla antes de dormir. Desde muy pequeiia preguntaba siya era el dia de ir ala escuela y se colgaba la maleta cuando veia que su hermana mayor levantaba su lonchera, Por su parte, la noche del Halloween, Violeta trataba de gri- tar con los otros chicos y aligerar sus pasos, pero a sus dos afios resbalaba constantemente sobre el piso hiameds que todos los 31 de octubre soportaba un tremendo aguacero. La hermana de Bety se habia esmerado en pintar los bigotes de la ratona cen su carita angelical y que se enrollaban cuando las pucrtas se abrian para entregar dulces a los nifios. Mientras que a Laura aiin tocaba cargatla, su tia y sus padkes se la turnaban a medida {que avanzaba cl recorrido por el barrio, celebrando las poses «que inventaba con el disfiaz de gata traviesa confeccionado por su abuela, También habia sacado los ojos de su mam. lindos de la comarea”, le dijo Ramiro a Bety en su tono costefio el dia que la conocié. Liimame mafiana a las once y vemos si todavia esti la guardia ena entrada —e dijo Ramizo, dando por terminada la jornada, Esta ver se miraron con cietta resipnacin, como si una realidad mayiiscula amenazara con arrebatar la suerte que esa noche los mantenia juntos. Bety puso la foto encima de la mesa de noche Y dirigié su mano hacia el interruptor de la pantalla A has seis y cinco, Ramiro eché un vistazo al cuatto, cer- ciorindose de que no habia dejado nada importante para emprender sus labores del dia —Dame la foto —e dijo Ramiro a Bety con la duteza que provoca el afin de la maitana, pero con la ilusién de llevar con- sigo un nuevo simbolo que ratificaba su orgullo patriareal. Los mis 8 —Ya sabes, no me la vasa botar 0 no vuelves —le respon- ié Bety,en el instante en que él se echaba la foto dentro del bolsillo de la camisa, ergufa su quijada y encima se ponia el saco que su esposa Je habia regalado unas semanas antes. Las tres nifias mayores, atin con el suefio a cuestas, comen- zaban a moverse entre la cuna, quizé espantando el primer Mamado de su mace y el ruido que provocaba al preparar las loncheras. Sélo Laura estaba despierta, Bety la cargaba en los brazos y Ia cuchicheaba mientras Ramiro cundia de besos su frente antes de abrir la puerta del apartamento. Ya muy apu- rado, se llevé el dedo indice hacia el pomulo y miré a Bety. Con ese movimiento Ie recomendaba que lo vigilara hasta la salida del edificio, Duran las declaraciones rendidas muchos afios después en las diferentes dependencias judiciales, Bety recordaria con cierto humor esta iltima escena, especialmente cuando se le preguntaba por las circunstancias en las que vi6 salir a su esposo de la casa. La madre de Ramiro viva en la torre contigua y desde hacia tres meses le debian doscientos pesos, asi que prictieamente monté caceria por la ventana de la sala que daba a la entrada peatomal. Esta semana Ramiro decicié salir por la puerta del parqueadero, Una vez abajo, le hizo sefias con la mano derecha a Bety y ella le indicé la direccién en la que cstaba el celador, quien ya venia a quitar el pasador de la puerta metilica para que salierm dos carvos. Ramiro salié detrés de los vehiculos, imaginé a sa madre asomada en Ja ventana del otto lado con el reclamo de la deuda, atravesé la Autopista Sur y paré un bus que decia “Carrera Décimna, Centro”. Ramiro llegé a la puerta del Palacio y vio con extrafieza que inicamente los vigilantes del edificio custodiaban la entrada. Bl esperaba que esa mafiana un grupo del Ejército o la Policia brindari la seguridad que se habia montado la semana anterior, debido a las amenazas recibidas por los magistrados. Aleanyé centusiasmarse con el hecho de que el personal externo, como decian los de seguridad, podia entrar sin problemas, lo que “ 5 | t I I F epresentaba para él mis propinas, Ademis, el acuerdo con Bety eta que no habrian més disculpas para la matricula de Isabela. Cuando entré a la cafeteria saludé a Mary Luz, quien ‘ya pteparaba la loza para el desayuno. —2Cémo sigue tu mam? te preguneé Ramiro, con ese tono de alegria que lo caracterizaba—. gEntonces hoy la vas, 2 reemplazar de nuevo? Salié del bario, salud al administrador y recibi6 las indica ciones del dia. Hacia cinco meses era su nuevo jefe y Ramieo siempre proclamaba que gracias a él la cafeterfa se habia con- vertido en un gran restaurante, que atendia los almuerzos de 1a Alealdia, el Congreso y la Presidencia Cuanclo Ramico se dispuso a organizar los manteles miré el bolsillo de la camisa y revisé la foto; desde la semana anterior habia pensado mostrirsela a una congresista y a otros magis- trados porque suponia que podrian ayudarle de alguna manera, hhasta con un subsidio pars la casa, como le dijo alguna vez a su esposa con tragos en la cabeza. El mesero salié a la puerta frotindose las manos con el uniforme puesto, dandose énimo para comenzar la jornada Poco a poco fueron Ilegando los dems trabajadores, ocuparon sus lugares y Ia maiiana se abriés camino entre algunos desiyunos. Las cortinas de paiio que decoraban Tas paredes le daban un ambiente de recogimiento a.cada mesa y la extensién del recinto ofiecia la independen- cia de los visitantes.A las once el doctor Jaramillo y su colega Otoniel Caballero entraronal restaurante, sin mayor parsimonia le pidieron dos cafés a Ramiro y salieron rapidamente. Luego de servirle un jago a la mujer de sastre azul que estaba sentada al otro lado del sal6n, Ramiro vio que la perio- dista con la que habia cruzado palabras se paré afanada de su silla y Te seiial6 con el dedo Sndice la mesa en Ia que dejaba la foto de sus hijas. El mesero se acercé inmediatamente, recogié Ja loza y Ia llevé hasta la cocina, De regreso miré a las nitias, con un afecto especial, como si la conversacién con aquella 5

También podría gustarte