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“ R ecordamos
hoy el aniversario
de las Apariciones
de Nuestra Señora
en Fátima. Con su
vehemente llama-
do a la conversión
y a la penitencia

C
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es, sin duda, la

al
más profética de

le
las apariciones mo-

ro
dernas. Pidamos a

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la Madre de la Iglesia, a Ella que cono-
ce los sufrimientos y las esperanzas de la

el
humanidad, que proteja nuestros hoga-

a
res y nuestras comunidades.

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De modo especial confiémosle aquellos

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pueblos y naciones que tienen particular
necesidad, y lo hacemos con la certeza
de que no dejará de atender las súplicas
que con filial devoción le dirigimos”.
(S.S. Benedicto XVI –
Regina Coeli del 13-V-2007)
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Calle 75 Nº 11-87 — El Lago


ge

Bogotá, D.C - Colombia


PBX: 594 8686
n

www.caballerosdelavirgen.org
email: correo@salvadmereina.org.co

ISBN: 95897246-1-2
Fátima
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Por fin mi Inmaculado


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Corazón Triunfará
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Nihil Obstat et Imprimatur


ge

& Pedro Card. Rubiano Sáenz,


Arzobispo de Bogotá y Primado de Colombia
n

Registro: 1849 del 3 de febrero de 2010

Caballeros de la Virgen
Fátima,
Por fin mi
Inmaculado Corazón
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Triunfará
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Las
apariciones
de Fátima
difunden
una luz
sobrenatural

n que arrebató
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a los
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pastorcitos
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en forma
irresistible,
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el

e ilumina
a

el corazón
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de los
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peregrinos
n

que acuden
Introducción
Movidos por el anuncio de la visita del Santo Padre
Benedicto XVI a Portugal, en mayo de este año, decidi-
mos publicar un breve compendio de las apariciones y
del mensaje de la Santísima Virgen de Fátima a los tres
pastorcitos.
Leyendo las “Memorias de la Hermana Lucía” y el
texto del mensaje de Nuestra Señora de Fátima, la figu-
ra del Papa ocupa un lugar de relevancia, en cuanto se
C

acentúan diversos aspectos: la devoción y el amor muy


ab

personal, sobre todo por parte de la pequeña Jacinta; y


también de Francisco y Lucía al Santo Padre en su con-
al

dición de conductor de la Iglesia.


le

Es sorprendente cómo la beata Jacinta Marto, la me-


ro

nor de los tres videntes de Fátima, a su corta edad ya


sd

tiene una experiencia interior que nos revela una devo-


ción fuerte, cuyo significado se reviste de gran alcance
el

dentro del contexto de la tradición católica. Incluso, sin


a

conocer los detalles de la teología acerca de la Iglesia


V

y del lugar que en ella ocupa la persona del Papa, su


ir

función y magisterio, Jacinta interiorizó sus elementos


fundamentales.
ge

Ante el anuncio del viaje de Benedicto XVI a Fáti-


n

ma, quisimos dar a conocer el mensaje de Nuestra Seño-


ra de Fátima, la importancia de atender a los pedidos de
la Madre de Dios como son el rezo del Santo Rosario, la
docilidad a los mandamientos de Jesús, la oración por la
conversión de los pecadores, el amor al Papa y la consa-
gración del mundo a su Inmaculado Corazón.
De esta manera contribuiremos a reafirmar nuestra
fe y nuestra comunión en las intenciones, alegrías y pre-
ocupaciones del Santo Padre.

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Mensaje más actual que nunca
No son raras las intervenciones espectaculares de
Dios en la historia del mundo. Basta recordar milagros
retumbantes como la travesía del Mar Rojo y el maná
ofrecido a los hebreos en el desierto.
El ejemplo supremo lo encontramos en la Encarna-
ción del propio Verbo Divino, hecho de tal magnitud que
la historia de los hombres gira a su alrededor.
Las apariciones de la Virgen en Fátima, merecen un
C

lugar destacado en esta galería de sucesos prodigiosos.


ab

Podemos decir sin miedo a exagerar, que constituye uno


al

de los más destacados acontecimientos del siglo XX.


le

El mensaje transmitido por María toca de lleno los


ro

principales problemas de los últimos cien años, tales


sd

como las dos guerras mundiales, el avance del ateísmo,


los diversos conflictos religiosos y la avasalladora crisis
el

moral en curso; señala sus causas básicas y aporta los


a

remedios. Si a esto añadimos el hecho de que fue la pro-


V

pia Virgen quien sirvió de embajadora del Cielo, sería


ir

imposible no atribuirle una suma importancia.


ge

Aún más, desde 1917, las palabras proféticas de la


n

Madre de Dios adquieren cada día mayor actualidad. Por


ello, su llamado es más valioso hoy, que hace 93 años.

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La importancia del mensaje de Fátima
La esencia del Mensaje de Fátima, está constituida
por las maternales palabras de esperanza de la Madre de
Dios y el medio que Ella pone a nuestro alcance para
solucionar la crisis contemporánea: “Recen el Rosario
todos los días, para alcanzar la paz”.
El Mensaje es tan simple que casi nos sentimos ten-
tados a exclamar: “¿Sólo eso? ¿La Virgen apareció, hizo
prodigios extraordinarios únicamente para pedir que
C

recemos?”.
ab

Sí, esa es la gran profecía. Porque si volvemos a to-


al

mar en nuestras manos las cuentas del Rosario y por las


le

gracias recibidas de Dios se transforman los corazones


ro

a tal punto que en ellos viva Jesús, la guerra se alejará


del mundo, la humanidad abandonará el pecado, la paz
sd

reinará en la tierra, en las familias y en las conciencias


el

y se harán realidad las palabras proféticas de la Virgen:


a

“Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará”.


V

Todas las demás profecías de la Virgen en Fátima


ir

no son sino señales de la Providencia, de que Nuestra


ge

Señora hará cumplir la esperanzadora previsión de su


n

triunfo maternal sobre los corazones endurecidos por el


pecado.
¿Qué milagros de la gracia obtendrá la Madre de
Dios de su Divino Hijo para cambiar el rumbo de los
acontecimientos y abrir los corazones de los hombres al
mensaje del Evangelio?

9
Por fin mi Inmaculado
Corazón Triunfará
Fallecida la Hermana Lucía y revelado el Tercer Se-
creto, permanece aún un velo de misterio en torno a su
interpretación.
A pesar de sus enigmas, Fátima continúa como punto
de referencia hacia el cual se dirigen todas las miradas,
cuando la magnitud de los acontecimientos hace tamba-
lear la seguridad y estabilidad del mundo moderno. Los
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que creen, miran hacia Fátima con esperanza y alegría.


Los incrédulos, se esfuerzan en negar su autenticidad,
al

temerosos de verse obligados a ceder frente a la eviden-


le

cia. Los indiferentes, se encogen de hombros sin analizar


ro

los hechos, pues la veracidad del Mensaje de Fátima los


sd

llevaría a obrar en consecuencia. Pero todos tienen bien


presente que las profecías de la Santísima Virgen se han
el

cumplido.
a

Sólo Ella sabe cuál es el momento oportuno para to-


V

car el fondo del alma del hombre contemporáneo, con


ir

maternales palabras de paz y consolación, realizando así


ge

lo que profetizó a los tres pastorcitos en 1917: “Por fin,


n

mi Inmaculado Corazón triunfará”.

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CAPÍTULO I

Los Papas y las


apariciones de Fátima
Desde las primeras noti-
cias sobre las apariciones de
Fátima, los Papas mostraron
su simpatía y apoyo.
Pío XI, entre otras mani-
festaciones públicas de sim-
C

patía, concedió el 1 de octu-


ab

bre de 1930 una indulgencia


al

especial a los peregrinos de


Fátima.
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Pío XII, que hizo una


decena de pronunciamientos
sd

sobre Fátima, declaró el 8


el

Pío XI
a

de mayo de 1950: “ya pasó el


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tiempo en que se podía dudar


de Fátima”. Anteriormente, el
ge

31 de octubre de 1942, consa-


n

gró a la humanidad al Inmacu-


lado Corazón de María.
En 1946, por medio de su
legado, el Cardenal Masella
consagró el mundo a Nuestra
Señora de Fátima. El 11 de oc-
tubre de 1954 ordenó renovar
Pío XII permanentemente la consagra-
ción del mundo a su Corazón
Inmaculado.
12
Juan XXIII, aún siendo
Cardenal, visitó como peregri-
no el lugar de las apariciones y
más tarde, legó en testamento
su cruz pectoral al Santuario
de Fátima.
Cuando el siervo de Dios
Juan Pablo II decidió hacer
público el texto de la tercera
parte del “secreto de Fátima”,
el año 2000, a través de un do-
C

cumento oficial de la Sagrada


ab

Congregación para la Doctrina Beato Juan XXIII


al

de la Fe, recordó que el 17 de agosto de 1959, el Comisario


le

del Santo Oficio, Padre Pierre Paul Philippe, O.P., llevó el


ro

sobre que contenía la tercera parte del “secreto de Fátima”


sd

a Juan XXIII. Su Santidad decidió devolver el sobre lacra-


do al Santo Oficio y no revelar en ese entonces la tercera
el

parte del “secreto”.


a

Pablo VI, fue el primer


V

Romano Pontífice que visitó


ir

el Santuario de Fátima, para


ge

conmemorar el cincuente-
n

nario de las apariciones, el


13 de mayo de 1967. Ante-
riormente, al clausurar la III
Sesión del Concilio Vaticano
II, anunció su intención de
enviar una Rosa de Oro al
Santuario de Fátima, lo que
efectivamente hizo.

Pablo VI

13
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Juan Pablo II
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Juan Pablo II, visitó personalmente el lugar de las apa-


riciones en tres ocasiones: el 13 de mayo de 1982, el 13 de
n

mayo de 1991 y el 13 de mayo de 2000. En 1984, en Roma,


ante la Imagen de Nuestra Señora de Fátima, consagró la
humanidad al Corazón Inmaculado de la Virgen, en unión
con todos los obispos católicos del mundo. Hizo también
importantes declaraciones sobre la devoción a Nuestra Se-
ñora de Fátima y la importancia del rezo del Santo Rosario
en su Carta Apostólica “Rosarium Virginis Mariae”.

14
Benedicto XVI, co-
mentó las apariciones
de la Virgen de Fátima
diciendo:
“Un camino para
mantenerse unidos a Cris-
to, como sarmientos a la
vid, es recurrir a la inter-
cesión de María, a quien
ayer, 13 de mayo, vene-
ramos de manera particu-
C

lar recordando las apari-


ab

ciones de Fátima, donde,


al

en 1917, se manifestó en
le

Benedicto XVI
varias ocasiones a tres niños,
ro

los pastorcillos Francisco, Jacinta y Lucía. El mensaje que


les confió, en continuidad con el de Lourdes, era un intenso
sd

llamamiento a la oración y a la conversión; mensaje verda-


el

deramente profético, sobre todo si se considera que el siglo


a

XX fue flagelado por inauditas destrucciones, causadas por


V

guerras y por regímenes totalitarios, así como por amplias


ir

persecuciones contra la Iglesia.


ge

Además, el 13 de mayo de 1981, hace 25 años, el sier-


n

vo de Dios, Juan Pablo II, sintió que se había salvado mila-


grosamente de la muerte por la intervención de una “mano
maternal”, como él mismo dijo, y todo su pontificado que-
dó marcado por lo que la Virgen había preanunciado en Fá-
tima. Si bien no han faltado preocupaciones y sufrimientos,
si bien todavía hay motivos de aprensión ante el futuro de la
humanidad, consuela lo que prometió la “Blanca Señora” a
los pastorcillos: “Al final, mi Corazón Inmaculado triunfa-
rá”. (Regina Coeli, 14 de mayo de 2006)

15
CAPÍTULO II

¡Qué Señora tan linda!


Fátima difunde una luz sobrenatural que arrebató a
los pastorcitos en forma irresistible, e ilumina el corazón
de los peregrinos que acuden a este lugar sagrado en bus-
ca de consuelo.
Quien llega a Fátima por la cómoda y segura auto-
pista que corta la Sierra del Aire, pierde contacto con
C

una realidad que se repite invariablemente desde hace 93


ab

años con motivo de la conmemoración de las aparicio-


al

nes: numerosos grupos de peregrinos atravesando a pie


los caminos y calzadas que llevan a Cova da Iria, el lugar
le

donde la Madre de Dios se apareció en 1917.


ro

De cara a las costumbres y la mentalidad consumista


sd

de nuestra época, dedicada por completo al goce fácil


el

de la vida, el contraste es tan marcado que no hay cómo


ignorarlo. ¿Qué atrae hacia Fátima a estas multitudes de
a

rostro tostado por el sol de las largas caminatas? ¿Qué


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las empuja a estas sorprendentes penitencias en un tiem-


po de tanta aversión al sacrificio?
ge
n

La fascinación de las apariciones


Un rápido recuento de algunos aspectos poco resal-
tados de las apariciones puede dilucidar el asunto.
Al ver a la Santísima Virgen el 13 de mayo de 1917,
la reacción de los tres pequeños (Lucía, Francisco y Ja-
cinta) tuvo un punto en común pese a la diferencia de sus
temperamentos: se sintieron fascinados con la visión ce-

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lestial. Durante el resto del día no hablaron de otra cosa,
maravillados con lo que habían visto y oído.
Pero cuando el sol se puso en el horizonte, anuncian-
do la hora de reunir el rebaño y volver a casa, retomando
con ello la realidad cotidiana, cada cual reaccionó a su
modo. Francisco, más pensativo, no decía nada. Lucía,
algo mayor que sus primos, ya pensaba en la reacción de
sus familiares y vecinos y creyó más prudente guardarlo
todo en secreto. Pero Jacinta, más expansiva de carác-
ter, no lograba contener la alegría sobrenatural que la
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inundaba y no cesaba de exclamar: “¡Ay, qué Señora tan


linda! ¡Ay, qué Señora tan linda!”
al

Un secreto imposible de guardar


le
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Mientras caminaban, Lucía trataba de convencer a


sd

Jacinta de mantener el secreto:


el

– Estoy viendo que le vas a decir a alguien…


a

– No, no lo diré.
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– Ni siquiera a tu mamá.
ir

– No voy a contar nada, prometido.


ge

Cuando llegaron a casa, sus padres no habían re-


n

gresado todavía de la feria en una localidad cercana. Ja-


cinta se quedó esperando junto al portón, y, nada más
ver a su madre, corrió a abrazarla para contarle el gran
acontecimiento:
– ¡Oh mamá, hoy en Cova de Iría vi a Nuestra
Señora!
La Sra. Olimpia no le creyó, por más que la niña lo
reafirmara con vehemencia e hiciera la descripción mi-
nuciosa y maravillada de lo ocurrido. Más tarde, cuando

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Jacinta, la más pequeña de los videntes intentó


traducir en palabras inocentes lo que desbordaba en
su corazón: “¡Era una Señora tan linda, tan bonita!…
La cabeza estaba cubierta con un manto blanco, tam-
bién, muy blanco, no sé, pero más blanco que la le-
che… y la tapaba hasta los pies… Tenía todo el borde
de oro… ¡Ay qué bonito!…

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toda la familia estaba sentada para la cena junto a la chi-
menea, la Sra. Olimpia, cuya incredulidad ya tambalea-
ba ante la firme insistencia de su hija, le pidió:
– Jacinta, cuenta cómo fue eso de la Virgen en Cova
da Iria.

“Una Señora más brillante que el sol”


Y la inocente pastorcita intentó traducir en palabras
lo que desbordaba en su corazón: “¡Era una Señora tan
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linda, tan bonita!… La cabeza estaba cubierta con un


ab

manto blanco, también, muy blanco, no sé, pero más


al

blanco que la leche… y la tapaba hasta los pies… Tenía


todo el borde de oro… ¡Ay qué bonito!… Tenía las ma-
le

nos juntas, así, y la pequeña se levantaba del banquillo,


ro

juntaba las manos a la altura del pecho para imitar la


sd

visión.
el

“Entre los dedos tenía las cuentas. Ay, qué lindo el


a

rosario que tenía…todo de oro, brillante como las estre-


llas de la noche, y un crucifijo que tenía luz, tenía luz…
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¡Ay qué linda Señora! Habló mucho con Lucía pero


ge

nunca habló conmigo, ni con Francisco… Yo escuchaba


todo lo que ellas decían… Mamá, es necesario rezar el
n

rosario todos los días… La Señora le dijo eso a Lucía.


Y dijo también que nos llevaría a los tres para el Cielo,
a Lucía, a Francisco y a mí también… […] Cuando ella
entró al Cielo, parece que las puertas se cerraron tan
rápido que hasta los pies se estaban quedando afuera…
¡Era tan lindo el Cielo!… ¡Había tantas rosas ahí!”.
Muchos años después, Lucía haría una descripción
más mesurada de la “linda Señora” que había arreba-
tado tanto a Jacinta:

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“Una Señora vestida toda de blanco, más brillante
que el sol, esparciendo una luz más clara e intensa que
un vaso de cristal lleno de agua cristalina, atravesado
por los rayos del sol más ardiente. Estábamos tan cerca,
que quedábamos adentro de la luz que la rodeaba, o que
ella esparcía”. (R.P. Juan M. de Marchi, i.m.c., “Era una
Señora más brillante que el sol”, 7ª edición, p. 84.)

Inmersos en la luz divina


C

Desde el primer momento fulgura en Fátima una luz


ab

sobrenatural, de belleza inefable, que arrebata a los pe-


queños pastores. Todo cuanto la “linda Señora” les pide
al

lo aceptan con entusiasmo y sin titubear: ofrecer sacri-


le

ficios por la conversión de los pecadores, desagraviar al


ro

Inmaculado Corazón de María por las injurias sufridas,


sd

guardar el secreto que la Señora les cuenta, rezar el ro-


sario todos los días para obtener la paz. Los niños están
el

dispuestos a enfrentar la misma muerte con tal de cum-


a

plir la voluntad de la Virgen.


V

En cierto momento de la aparición, los pastorcitos


ir

quedaron sumergidos o penetrados por una luz emana-


ge

da de las manos virginales de María, que Lucía describe


n

así: “Abrió por primera vez las manos, comunicándonos


una luz tan intensa, como un reflejo que se desprendía
de ellas, que nos entraba por el pecho hasta lo más ín-
timo del alma, haciéndonos vernos a nosotros mismos
en Dios, que era esa luz, más claramente que como nos
vemos en el mejor de los espejos”.
Esa luz que penetró en lo íntimo de las almas de los
niños, parece haber sido como un flash de la luz de Dios,
que los hizo probar algo de la felicidad celestial. “En

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ella nos veíamos como sumergidos en Dios”. Esto les
dio el ánimo necesario para enfrentar todas las adversi-
dades y cumplir su vocación, ofreciendo la vida por la
conversión de los pecadores. “Fue una gracia que nos
marcó para siempre en la esfera de lo sobrenatural”,
dijo la hermana Lucía muchos años más tarde.
Los Beatos Francisco y Jacinta morirían poco des-
pués de las apariciones. La hermana Lucía ingresaría al
Carmelo de Coimbra, donde terminaría ejemplarmente
su existencia a los 97 años, iluminada todavía por esa luz
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sobrenatural. En su último libro, “Como veo el mensa-


je”, confiesa este deslumbramiento interior que dominó
al

toda su vida: “Al ver ahí una Señora tan linda que me
le

dijo ser del Cielo, sentí una alegría tan íntima que me
ro

llenó de confianza y de amor; me parecía que ya nada


sd

me podría separar de esta Señora…”.


el

Luz que disipa las tinieblas


a

de la incredulidad
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Las gracias extraordinarias concedidas por la Santí-


ge

sima Virgen a los pastorcitos, capaces de obrar en ellos


n

una transformación tan profunda que los elevaría a las al-


tas cumbres de la santidad, puede decirse que fueron una
primera realización del triunfo del Inmaculado Corazón
de María. Sin embargo, la Virgen anunció este triunfo
para el mundo entero: “Por fin, mi Inmaculado Corazón
triunfará. […] Y será concedido al mundo algún tiempo
de paz”. La intensa luz sobrenatural que envolvió en un
primer momento a los pastorcitos vendrá para iluminar
toda la tierra, arrebatando con su belleza a las almas y
originando así una nueva primavera de la fe.

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Fue lo que muy oportunamente resaltó en otras pala-
bras Mons. Antonio Marto, obispo de Leiría-Fátima, en
la conmemoración del centenario del nacimiento de la
hermana Lucía: “He aquí, pues, la gran misión confia-
da a la Iglesia: hacer resplandecer la belleza del rostro
de Dios en Cristo, manso y humilde de corazón, en un
mundo que tiene tanta dificultad para comprenderlo, y
despertar la dimensión mística de la fe para darle calor
y alegría”.
C

Promesa de auxilio materno


ab

Tal vez sin percatarse de ello, muchos de los que


al

van a Fátima como peregrinos, en espíritu de peniten-


le

cia, acuden en pos de esta luz sobrenatural para que los


ro

reconforte en la adversidad, fortalezca su fe, les comuni-


sd

que esa alegría contagiosa que hacía exclamar de gozo a


la pequeña Jacinta: “¡Ay, qué Señora tan linda!” Y si tan-
el

tos regresan a este lugar sagrado, es porque algún fulgor


a

de esa luz divina penetró sus almas y prometió asistirlos


V

a lo largo de la vida, tal como hizo la Santísima Virgen


ir

con la hermana Lucía, cuando le dijo que se quedaría


ge

algún tiempo más en esta tierra: “No te desanimes. Yo


n

nunca te dejaré. Mi Inmaculado Corazón será tu refugio


y el camino que te conducirá hasta Dios”.

23
CAPÍTULO III

Las Apariciones del


Ángel de Portugal
Como suele suceder, las grandes misiones van prece-
didas por grandes preparaciones. Fue lo que sucedió en
Fátima. Las apariciones de la Virgen fueron precedidas
por tres visiones que Lucía, Francisco y Jacinta tuvieron
del Ángel de Portugal. Mediante los coloquios con el
C

celestial mensajero, la Providencia preparaba a los niños


ab

para el momento en que la Virgen les hablaría.


al

Primera aparición del Ángel


le
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Un día de la primavera de 1916, mientras Lucía,


sd

Jacinta y Francisco se guarecían de una llovizna en un


lugar llamado Loca do Cabeço, el Ángel se les apareció
el

claramente por primera vez.


a

Después de rezar, los niños estaban jugando cuan-


V

do un viento fuerte sacudió los árboles. Vieron enton-


ir

ces, caminando sobre el olivar rumbo a ellos, a un joven


ge

resplandeciente y de gran belleza, aparentando tener 15


n

años, de una consistencia y un brillo como el de un cris-


tal atravesado por los rayos del sol. Así cuenta la Herma-
na Lucía lo que sucedió:
“Al llegar junto a nosotros, dijo:
— ¡No temáis! Soy el Ángel de la Paz. Orad
conmigo.
Y, arrodillándose, curvó su frente hasta el suelo, y
nos hizo repetir tres veces estas palabras: ¡Dios Mío! Yo

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Vieron entonces, caminando rumbo a ellos, a un


joven resplandeciente y de gran belleza, aparentando
tener 15 años. Al llegar junto a nosotros dijo: ¡No te-
máis! Soy el Ángel de la Paz. Orad conmigo.

25
creo, adoro, espero y os amo. Os pido perdón por los que
no creen, no adoran, no esperan y no os aman.
Después se levantó y dijo:
— Orad así. Los Corazones de Jesús y María están
atentos a la voz de vuestras súplicas.
Y desapareció.
La atmósfera sobrenatural que nos envolvió —con-
tinúa la Hermana Lucía— era tan intensa, que por un
gran espacio de tiempo casi no nos dábamos cuenta de
C

nuestra propia existencia, permaneciendo en la posición


ab

en que nos había dejado y repitiendo siempre la misma


al

oración. La presencia de Dios se sentía tan intensa e


le

íntima, que ni nos atrevíamos a hablar entre nosotros.


ro

Al día siguiente sentíamos nuestro espíritu aún envuel-


to por esa atmósfera, la cual sólo muy lentamente fue
sd

desapareciendo”.
el
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ge
n

En Fátima, el 13 de mayo de 1946, el Cardenal Masella co-


rona la imagen de la Virgen, en nombre del Papa Pío XII.

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Segunda aparición del Ángel
Durante el verano de 1916, mientras los tres pastor-
citos jugaban en el terreno de la casa de los padres de
Lucía, junto a un pozo allí existente, se les aparece el
Ángel nuevamente, que les dice, según la narración de
la Hermana Lucía:
“— ¿Qué hacéis? ¡Rezad! ¡Rezad mucho! Los Co-
razones de Jesús y María tienen sobre vosotros desig-
nios de misericordia. Ofreced constantemente al Altísi-
C

mo oraciones y sacrificios.
ab

—¿Cómo debemos sacrificarnos? —pregunté.


al

— De todo lo que podáis, ofreced a Dios un sacri-


le

ficio de reparación por los pecados con que Él es ofen-


ro

dido y de súplica por la conversión de los pecadores.


sd

Atraed así la paz sobre vuestra patria. Soy su Ángel de


la guarda, el Ángel de Portugal. Sobre todo, aceptad y
el

soportad con sumisión el sufrimiento que Nuestro Señor


a

os envíe”.
V

Tercera aparición del Ángel


ir
ge

Al final del verano o principios del otoño del mismo


n

año, nuevamente en la Loca do Cabeço, ocurrió la última


aparición del Ángel, descrita por la Hermana Lucía en
los siguientes términos:
“Después de haber merendado, decidimos ir a re-
zar en la gruta ubicada al otro lado del monte. [...] Tan
pronto llegamos allí, de rodillas, con el rostro en tierra,
comenzamos a repetir la oración del Ángel: ¡Dios mío!
Yo creo, adoro, espero y os amo... No sé cuantas veces
habíamos repetido esta oración, cuando vemos que so-

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¡Rezad! ¡Rezad mucho! Los Corazones de Jesús y


de María tienen sobre vosotros designios de miseri-
cordia. Ofreced constantemente al Altísimo oraciones
y sacrificios.

28
bre nosotros brilla una luz desconocida. Nos levantamos
para ver lo que sucedía, y vemos al Ángel con un cáliz en su
mano izquierda, sobre el que estaba suspendida una Hos-
tia, de la cual caían algunas gotas de Sangre dentro del
cáliz. Dejando el cáliz y la hostia suspendidos en el aire,
el Ángel se postró en tierra y repitió tres veces la siguiente
oración:
— Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, os
ofrezco el preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad
de Jesucristo, presente en todos los sagrarios de la tierra,
en reparación de los ultrajes, sacrilegios e indiferencias
C

con que Él mismo es ofendido. Y por los méritos infinitos de


ab

su Santísimo Corazón y del Corazón Inmaculado de María,


al

os pido la conversión de los pobres pecadores.


le

Después, levantándose, tomó de nuevo el cáliz y la


ro

hostia; me dio la hostia a mí, y lo que contenía el cáliz lo


sd

dio a beber a Francisco y Jacinta, diciendo:


el

— Tomad y bebed el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo,


horriblemente ultrajado por los hombres ingratos. Repa-
a

rad sus crí­menes y consolad a vuestro Dios.


V
ir

De nuevo se postró en tierra y repitió con nosotros


ge

otras tres veces la misma oración: ‘Santísima Trinidad...,


etc.’, y desapareció.
n

Permanecimos en la misma actitud, repitiendo siempre


las mismas palabras; cuando nos levantamos, vimos que
era de noche y, por eso, la hora de irnos a casa”.
Las palabras del Ángel produjeron una impresión pro-
funda en los tres niños, que a partir de entonces comenza-
ron a expiar por los pecadores, por medio de sacrificios y de
una asidua vida de oración.

29
CAPÍTULO IV

Apariciones y mensaje de la Virgen


Situada en la diócesis de Leiría, perdida en uno de
los contrafuertes de la Sierra de Aire, a 100 kms. al norte
de Lisboa y casi en el centro geográfico de Portugal, se
encuentra la pintoresca aldea denominada Fátima, esce-
nario escogido por la Madre de Dios para transmitir al
mundo aquellas palabras venidas del Cielo, cargadas de
advertencias, de misericordia y de esperanza.
C
ab

Transcurría la primavera de 1917, en aquella lumi-


al

nosa mañana del domingo del 13 de mayo.


le

Después de asistir a Misa en la iglesia de Aljustrel,


ro

caserío de la parroquia de Fátima donde residían los 3


pastorcillos: Lucía de Jesús dos Santos, la mayor con 10
sd

años; Francisco y Jacinta Marto, con 9 y 7 años, respec-


el

tivamente, salieron en dirección a la sierra llevando su


pequeño rebaño de ovejas castañas y blancas.
a
V

El tiempo había pasado sereno y entretenido. Los


ir

pastorcitos ya habían comido su merienda, compuesta


ge

por pan de centeno, queso y aceitunas; habían rezado el


n

Rosario, junto a un pequeño olivo que el padre de Lucía


había plantado por allí. Cerca del mediodía, subieron a
una parte más elevada de la propiedad y comenzaron a
jugar…

30
C
ab
al
le
ro
sd
el
a
V
ir
ge
n

Según las descripciones de la Hermana Lucía, el sem-


blante de la Señora era de una belleza indescriptible, ni
triste ni alegre, sino serio, tal vez con una suave expre-
sión de ligera censura.

31
Primera aparición: 13 de mayo de 1917
Súbitamente, en medio de su inocente recreo, los
tres niños vieron como una claridad de relámpago que
los sorprendió. Contemplaron el cielo, el horizonte y,
después, se miraron entre sí: cada uno vio al otro mudo
y atónito; el horizonte estaba limpio y el cielo luminoso
y sereno. ¿Qué habría pasado?
Lucía, siempre con cierto tono imperativo ordenó
agrupar el rebaño y retomar el camino de regreso a casa,
C

pues podía venir una tormenta.


ab

Juntaron el rebaño y lo condujeron descendiendo


al

hacia la derecha. A medio camino entre el monte que


le

dejaban y una encina grande que tenían delante, vieron


ro

un segundo relámpago.
sd

Con redoblado susto, apresuraron el paso continuan-


do el descenso. Sin embargo, apenas habían llegado al
el

fondo de la “Cova” se pararon, confusos y maravillados:


a

allí, a corta distancia, sobre una encina de un metro y


V

poco de altura, se les aparecía la Madre de Dios.


ir

Según las descripciones de la Hermana Lucía, era


ge

“una Señora vestida toda de blanco, más brillante que


n

el sol, irradiando una luz más clara e intensa que un


vaso de cristal lleno de agua cristalina, atravesado por
los rayos del sol más ardiente. Su semblante era de una
belleza indescriptible, ni triste ni alegre, sino serio, tal
vez con una suave expresión de ligera censura”. ¿Cómo
describir con detalle sus trazos? ¿De qué color eran sus
ojos y los cabellos de esa figura celestial? ¡Lucía nunca
lo supo con certeza!

32
C
ab
al
le
ro
sd
el
a
V
ir
ge
n

Nuestra Señora comenzó a elevarse serenamen-


te, subiendo en dirección al naciente, hasta desapa-
recer en la inmensidad de la distancia. La luz que cir-
cundaba iba abriendo un camino en la oscuridad de
los astros, motivo por el cual alguna vez dijimos que
vimos abrirse el Cielo.

33
La Hermana Lucía continúa diciendo: “El vestido,
más blanco que la propia nieve, parecía tejido de luz.
Tenía las mangas relativamente estrechas y el cuello ce-
rrado, llegando hasta los pies que envueltos por una te-
nue nube, apenas se veían rozando la copa de la encina.
La túnica era blanca, y un manto también blanco, con
bordes de oro, del mismo largo que el vestido, le cubría
casi todo el cuerpo. Tenía las manos puestas en actitud
de oración, apoyadas en el pecho, y de la derecha pen-
día un lindo rosario de cuentas brillantes como perlas,
C

con una pequeña cruz de vivísima luz plateada. [Como]


ab

único adorno, un fino collar de oro reluciente, colgando


al

sobre el pecho y rematado casi a la altura de la cintura,


le

por una pequeña esfera del mismo metal”.


ro

Lo que ocurrió a continuación es así relatado por la


sd

Hermana Lucía:
“Estábamos tan cerca, que quedábamos dentro de
el

la luz que la cercaba, o que irradiaba. Tal vez a un metro


a

y medio de distancia, más o menos. Entonces, Nuestra


V

Señora nos dijo:


ir

— No tengáis miedo, no os haré mal.


ge

— ¿De dónde es Vuestra Merced?


n

— Le pregunté
— Soy del Cielo.
— ¿Y qué quiere de mí Vuestra Merced?
— Vengo a pediros que volváis aquí durante seis me-
ses se­guidos, los días 13 y a esta misma hora. Después
os diré quién soy y lo que quiero. Y volveré aquí aún una
séptima vez.
— ¿Y yo también voy a ir al Cielo?

34
— Sí, vas.
— ¿Y Jacinta?
— También.
— ¿Y Francisco?
— También, pero tiene que rezar muchos Rosarios.
Me acordé entonces de preguntar por dos niñas que
habían muerto hacía poco. Eran amigas mías y [frecuen-
taban] mi casa [para] aprender a tejer con mi hermana
mayor.
C
ab

— ¿María de las Nieves ya está en el Cielo?


al

— Sí, está.
— ¿Y Amalia?
le

— Estará en el Purgatorio hasta el fin del mundo.


ro

¿Queréis ofreceros a Dios para soportar todos los su-


sd

frimientos que os quiera enviar, en reparación por los


el

pecados con que Él es ofendido, y en súplica por la con-


a

versión de los pecadores?


V

— Sí, queremos.
ir

— Vais pues, a tener mucho que sufrir, pero la gra-


ge

cia de Dios será vuestro consuelo.


n

Fue al pronunciar estas últimas palabras (‘la gracia


de Dios’, etc.), cuando abrió las manos por primera vez,
comunicándonos una luz tan intensa, como el reflejo que
de ellas procedía, que, penetrándonos en el pecho y en
lo más íntimo del alma, hacía vernos a nosotros mismos
en Dios, que era esa luz, más claramente que como no-
sotros vemos en el mejor de los espejos. Entonces, por
un impulso interior, también comunicado, caímos de ro-
dillas y repetimos interiormente: Oh, Santísima Trini-

35
C
ab
al
le
ro
sd
el
a
V
ir
ge
n

Los tres pastorcitos después de la visión del in-


fierno, el día 13 de Julio. Asustados y como pidiendo
socorro, levantamos los ojos hacia Nuestra Señora,
que nos dijo con bondad y tristeza: “Visteis el infier-
no, a donde van las almas de los pobres pecadores.
Para salvarlas, Dios quiere establecer en el mundo
la devoción a mi Inmaculado Corazón. Si hacen lo
que yo os diga, se salvarán muchas almas y tendrán
paz”.

36
dad, yo te adoro. Dios mío, Dios mío, yo te amo en el
Santísimo Sacramento.
Pasados los primeros momentos, Nuestra Señora
añadió:
— Rezad el Rosario todos los días para alcanzar la
paz del mundo y el fin de la guerra.
Enseguida comenzó a elevarse serenamente, su-
biendo en dirección al naciente, hasta desaparecer en
la inmensidad de la distancia. La luz que la circundaba
C

iba abriendo un camino en la oscuridad de los astros,


ab

motivo por el cual alguna vez dijimos que vimos abrirse


al

el Cielo”.
Después que la Aparición se eclipsó en la infinitud
le

del firmamento, los tres pastorcitos permanecieron silen-


ro

ciosos y pensativos, contemplando durante un largo rato


sd

el Cielo.
el

Segunda aparición: 13 de junio de 1917


a
V

La Hermana Lucía describe así lo sucedido en aque-


ir

lla segunda aparición:


ge

“Después de rezar el Rosario con Jacinta y Francis-


n

co, y las demás personas que estaban presentes, vimos


de nuevo el reflejo de la luz que se aproximaba (lo que
llamábamos relámpago); y, enseguida, a Nuestra Seño-
ra sobre la encina, igual [que en la aparición] de mayo.
— ¿Qué quiere Vuestra Mer­ced de mí? —pregunté.
— Quiero que vengáis aquí el día 13 del mes que
viene, que recéis el Rosario todos los días, y que apren-
dáis a leer. Después diré lo que quiero.
Lucía pide la curación de un enfermo.

37
— Si se convierte, se curará en el transcurso del
año.
— Quería pedirle que nos llevara al Cielo.
— Sí, a Jacinta y a Francisco los llevaré en breve.
Pero tú te quedarás aquí algún tiempo más. Jesús quiere
servirse de ti para hacerme conocer y amar. Él quie-
re establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado
Corazón. A quien la abrace, le prometo la salvación; y
serán amadas de Dios estas almas, como flores puestas
C

por mí para adornar su trono.


ab

— ¿Y me quedo aquí sola?


al

— No, hija. ¿Y tú sufres mucho con eso? No te des-


le

animes. Nunca te dejaré. Mi Inmaculado Corazón será


ro

tu refugio y el camino que te conducirá a Dios.


Al decir estas últimas palabras, abrió las manos y
sd

nos comunicó, por segunda vez, el reflejo de aquella luz


el

tan intensa. En ella nos veíamos como sumergidos en


a

Dios. Francisco y Jacinta parecían estar en la parte que


V

se elevaba hacia el Cielo y yo en la que se esparcía por


ir

la tierra. Delante de la mano derecha de la Santísima


ge

Virgen había un Corazón rodeado de espinas que pare-


n

cían clavárseles por todas partes. Comprendimos que


era el Inmaculado Corazón de María, ultrajado por los
pecados de los hombres, que pedía reparación”.
Poco a poco, esa visión se desvaneció ante los ojos
maravillados de los tres pastorcitos. La Señora, siempre
resplandeciente de luz, comenzó entonces a elevarse del
arbusto y, subiendo suavemente por el camino luminoso
que su brillo incomparable parecía abrir en el firmamen-
to, se retiró hacia el Este, hasta desaparecer.

38
C
ab
al
le
ro
sd
el
a
V
ir
ge
n

Habiendo sido secuestrados los pastorcitos y man-


tenidos tres días bajo vigilancia, los tres videntes no
pudieron ir a la Cova de Iría el día 13 de agosto. Sin
embargo, el día 15 de agosto andando con las ovejas
en un lugar llamado Valinhos, Jacinta y Francisco vieron
una especie de relámpago y, unos instantes después de
la llegada de Jacinta, vieron a Nuestra Señora.

39
Tercera aparición: 13 de julio de 1917
Era un viernes el día en que se daría la tercera apa-
rición de la Santísima Virgen. Los tres niños se pusieron
en camino. Lucía fue a buscar a sus primos para ir al sitio
de la apariciones.
Al llegar al lugar, se sorprendieron con la multitud
que había acudido – más de dos mil personas- para pre-
senciar el extraordinario acontecimiento.
Es la Hermana Lucía quien nos narra de esta manera
C

lo que sucedió en esta tercera aparición:


ab

“Vimos el reflejo de la luz como de costumbre y, en-


al

seguida, a Nuestra Señora sobre la pequeña encina.


le

— ¿Qué quiere Vuestra Merced de mí? —pregunté.


ro

— Quiero que vengáis el 13 del mes que viene, y que


sd

continuéis rezando el Rosario todos los días en honor


el

de Nuestra Señora del Rosario, para obtener la paz del


mundo y el fin de la guerra, porque sólo Ella los podrá
a

socorrer.
V
ir

— Quería pedirle que nos dijera quién es y que


ge

hiciera un milagro con el que todos crean que Vuestra


Merced se nos aparece.
n

— Continuad viniendo aquí todos los meses. En oc-


tubre di­ré quién soy y lo que quiero, y haré un milagro
que todos han de ver, para que crean.
Entonces hice algunos pedidos [de parte de varias
personas]. Nuestra Señora dijo que era necesario que
rezasen el Rosario para alcanzar las gracias durante el
año. Y continuó diciendo:

40
— Sacrificaos por los pecadores y decid muchas ve-
ces, sobre todo cuando hagáis algún sacrificio: ¡Oh! Je-
sús, es por vuestro amor, por la conversión de los peca-
dores y en reparación de los pecados cometidos contra
el Inmaculado Corazón de María”.
PRIMERA PARTE DEL SECRETO:
“Al decir estas últimas palabras —narra la Herma-
na Lucía— abrió de nuevo las manos como en los dos
meses anteriores. El reflejo [de los rayos de luz] pare-
C

ció penetrar la tierra, y vimos como un mar de fuego


ab

y, sumergidos en ese fuego, a los demonios y las almas


al

como si fuesen brasas transparentes y negras o bron-


le

ceadas, con forma humana, que flotaban en el incendio


ro

llevados por las llamas que de ellas mismas salían jun-


tamente con nubes de humo, cayendo hacia todos los
sd

lados —semejante al caer de las chispas en los grandes


el

incendios— sin peso ni equilibrio, entre gritos y gemi-


a

dos de dolor y desesperación que horrorizaban y hacían


V

estremecer de pavor (Debe haber sido ante esta visión


ir

que solté aquel ‘ay’, que dicen haberme oído exclamar).


ge

Los demonios se distinguían por formas horribles y as-


n

querosas de animales espantosos y desconocidos, pero


transparentes como negros carbones en brasa”.

41
SEGUNDA PARTE DEL SECRETO:
“Asustados y como pidiendo socorro, levantamos
los ojos hacia Nuestra Señora, que nos dijo con bondad
y tristeza:
— Visteis el Infierno, a don­de van las almas de los
pobres pecadores. Para salvarlas, Dios quiere estable-
cer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón.
Si hacen lo que yo os diga, se salvarán muchas almas y
tendrán paz. La guerra va a terminar. Pero, si no dejan
C

de ofender a Dios, en el reinado de Pío XI comenzará


ab

otra peor. Cuando veáis una noche iluminada por una


al

luz desconocida, sabed que es la gran señal que Dios os


le

da de que va a castigar al mundo por sus crímenes, por


ro

medio de la guerra, del hambre y de persecuciones a la


Iglesia y al Santo Padre.
sd

Para impedirlo, vendré a pedir la consagración de


el

Rusia a mi Inmaculado Corazón y la comunión repara-


a

dora en los primeros sábados. Si atienden mis pedidos,


V

Rusia se convertirá y tendrán paz. Si no, esparcirá sus


ir

errores por el mundo, promoviendo guerras y persecu-


ge

ciones a la Iglesia. Los bue­nos serán martirizados, el


Santo Padre tendrá mucho que su­frir, varias naciones
n

serán aniquiladas. Por fin, mi Inmaculado Corazón


triunfará. El Santo Padre me consagrará Rusia, que se
convertirá, y será concedido al mundo algún tiempo de
paz.
En Portugal se conservará siempre el dogma de la
fe, etc.
Se siguió un instante de silencio, y pregunté:
— ¿Vuestra Merced no quiere nada más de mí?

42
— No, hoy no quiero nada más de ti.
Y, como de costumbre, comenzó a elevarse en direc-
ción al este, desapareciendo en la inmensa lejanía del
firmamento”.
Aquí terminaba, en la 4ª Memoria de la Hna. Lucía,
la narración del “Secreto”. Se omitía su tercera parte, que
permaneció desconocida hasta el 26 de Junio del 2000.
En esta fecha fue divulgada por determinación de S.S. el
Papa Juan Pablo II, acompañada de comentarios e inter-
C

pretación ofrecidos por el entonces Cardenal Ratzinger y


ab

por Mons. Tarcisio Bertone, respectivamente Prefecto y


Secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe.
al
le

TERCERA PARTE DEL SECRETO:


ro

He aquí el texto, redactado en 1944 por la Hermana


sd

Lucía:
el

“Hemos visto al lado izquierdo de Nuestra Señora


un poco más en lo alto a un Ángel con una espada de
a

fuego en la mano izquierda; centellando emitía llamas


V

que parecía iban a incendiar el mundo; pero se apaga-


ir

ban al contacto con el esplendor que Nuestra Señora


ge

irradiaba con su mano derecha dirigida hacia él, el Án-


n

gel señalando la tierra con su mano derecha, dijo con


fuerte voz: ¡Penitencia, Penitencia, Penitencia!
Y vimos en una inmensa luz que es Dios: “algo se-
mejante a como se ven las personas en un espejo cuando
pasan ante él” a un Obispo vestido de Blanco “hemos
tenido el presentimiento de que fuera el Santo Padre”.
También a otros Obispos, sacerdotes, religiosos y
religiosas subir una montaña empinada, en cuya cumbre
había una gran Cruz de maderos toscos como si fueran

43
de alcornoque con la corteza; el Santo Padre, antes de
llegar a ella, atravesó una gran ciudad medio en ruinas
y medio tembloroso con paso vacilante, apesadumbrado
de dolor y pena, rezando por las almas de los cadáve-
res que encontraba por el camino; llegado a la cima del
monte, postrado de rodillas a los pies de la gran Cruz
fue muerto por un grupo de soldados que le dispara-
ron varios tiros de arma de fuego y flechas; y del mismo
modo murieron unos tras otros los Obispos, sacerdo-
tes, religiosos y religiosas y diversas personas seglares,
C

hombres y mujeres de diversas clases y posiciones.


ab

Bajo los dos brazos de la Cruz había dos Ángeles


al

cada uno de ellos con una jarra de cristal en la mano, en


le

las cuales recogían la sangre de los Mártires y regaban


ro

con ella las almas que se acercaban a Dios”.


sd

La Santísima Virgen retomó la palabra:


el

“Esto no se lo digáis a nadie. A Francisco si podéis


decírselo. Cuando rezareis el Rosario, decid después de
a

cada misterio: ¡Oh Jesús mío! Perdonadnos, libradnos


V

del fuego del Infierno, llevad todas las almas para el


ir

Cielo, principalmente aquellas que más lo necesitan”.


ge

Habiendo declarado que nada más necesitaba de Lu-


n

cía, Nuestra Señora se elevó en dirección del naciente


hasta desaparecer.

44
Vimos el
C

Corazón de
ab

Nuestra
al

Señora rodeado
le
ro

de espinas
sd

que parecían
el

clavárseles por
todas partes.
a
V

Comprendimos
ir

que era el
ge

Inmaculado
n

Corazón de
María, ultrajado
por los pecados
de los hombres,
que pedía
reparación.

45
Cuarta aparición: 15 de agosto de 1917
Habiendo sido secuestrados y mantenidos tres días
bajo vigilancia por el Administrador de Ourém, que a
toda costa – y en vano- deseaba arrancarles el secreto
confiado por la Virgen, los tres niños no pudieron com-
parecer a la Cova de Iría el día 13 de agosto, cuando se
daría la cuarta aparición de la Santísima Virgen.
Leamos ahora el relato de la Hermana Lucía sobre
la cuarta aparición de la Madre de Dios, el día 15 de
C

agosto:
ab

“Andando con las ovejas, en compañía de Francis-


al

co y de su hermano Juan, en un lugar llamado Valinhos,


le

y sintiendo que algo de sobrenatural se aproximaba y


ro

nos envolvía, sospechando que la Santísima Virgen nos


fuese a aparecer, y teniendo pena de que Jacinta queda-
sd

se sin verla, pedimos a su hermano Juan que la fuese a


el

llamar.
a

Mientras tanto, vi con Francisco el reflejo de la luz,


V

a la que llamábamos relámpago y, llegada Jacinta un


ir

instante después, vimos a Nuestra Señora sobre una


ge

encina.
n

— ¿Qué quiere Vuestra Merced de mí?


— Quiero que continuéis yendo a Cova de Iría el día
13 y que continuéis rezando el Ro­sario todos los días. En
el último mes haré el milagro para que todos crean.
— ¿Qué quiere Vuestra Merced que se haga con el
dinero que la gente deja en Cova de Iría?
— Haced dos andas; una llévala tú con Jacinta y
dos niñas más vestidas de blanco; la otra, que la lleve
Francisco con tres niños más. El dinero de las andas

46
es para la fiesta de Nuestra Señora del Rosario. Lo que
sobre es para ayudar a una capilla que debéis mandar
construir.
— Quería pedirle la curación de algunos enfermos.
— Sí, curaré a algunos en el transcurso de este
año.
Y tomando un aspecto más triste, les recomendó de
nuevo la práctica de la mortificación, diciendo, al final:
— Rezad, rezad mucho y haced sacrificios por los
C

pecadores, que muchas almas se van al Infierno por no


ab

haber quien se sacrifique y pida por ellas”.


al

Tras pronunciar estas palabras, la Virgen María se


le

retiró, como en las veces anteriores, en dirección hacia


ro

levante.
sd

Durante largos minutos los pastorcitos permanecie-


el

ron en estado de éxtasis. Se sentían invadidos por una


alegría inigualable, después de tantos sufrimientos y te-
a

mores. Por fin, cuando fueron capaces de moverse y ca-


V

minar, cortaron algunas ramas del arbusto sobre el cual


ir

había rozado la túnica de la Virgen y los llevaron a casa.


ge

¡Allí pudieron sentir que los mismos exhalaban un deli-


n

cioso y magnífico perfume! Eran las “ramitas donde la


Virgen Santísima puso los pies”

Quinta aparición: 13 de
septiembre de 1917
Así nos narra la Hermana Lucía la quinta aparición:
“Al aproximarse la hora, fui allí con Jacinta y Fran-
cisco, entre numerosas personas que nos hacían caminar
con dificultad. Los caminos estaban apiñados de gente.

47
Todos querían vernos y hablar con nosotros, pidiendo
que presentásemos a Nuestra Señora sus necesidades.
[...]
Llegamos por fin a Cova de Iría, junto a la encina, y
comenzamos a rezar el Rosario con la gente. Poco des-
pués vimos el reflejo de la luz y, enseguida, a la Santísi-
ma Virgen sobre la encina. Nos dijo:
— Continuad rezando el Rosario para alcanzar el
fin de la guerra. En octubre vendrán también Nuestro
C

Señor, Nuestra Señora de los Dolores y Nuestra Señora


ab

del Carmen, y San José con el Niño Jesús, para bendecir


al mundo. (Aquí Nuestra Señora hace alusión a que ven-
al

drá bajo otras advocaciones con que también es venera-


le

da la misma y única Virgen María). Dios está contento


ro

con vuestros sacrificios, pero no quiere que durmáis con


sd

la cuerda, usadla sólo durante el día.


el

— Me han encargado que le pida muchas cosas: la


cura de algunos enfermos, de un sordomudo.
a
V

— Sí, a algunos curaré, a otros no. En octubre haré


ir

un milagro para que todos crean.


ge

Y comenzando a elevarse, desapareció como de


n

costumbre”.
Aunque breve, la aparición de la Virgen dejó a los
pequeños videntes muy felices, consolados y fortaleci-
dos en su fe. Francisco se sentía especialmente inundado
de alegría ante la perspectiva de ver, de allí a un mes, a
Nuestro Señor Jesucristo, como les prometió la Reina
del Cielo y de la Tierra.

48
C
ab
al
le
ro

Llegó, por fin, el día tan esperado de la sexta y últi-


sd

ma aparición de la Santísima Virgen el 13 de octubre de


1917. Ante una multitud de 50 a 70 mil peregrinos que
el

habían acudido de todos los rincones de Portugal, la San-


a

tísima Virgen les dijo a los tres niños estas palabras:


V
ir

“Quiero decirte que hagan aquí una capilla en mi ho-


ge

nor; que soy la Señora del Rosario, que continuéis rezan-


n

do el rosario todos los días. La guerra va a terminar”.

Al final de esta última aparición los tres videntes se


hicieron fotografiar vestidos con sus trajes de domingo,
junto a sus familiares

49
Sexta y última aparición:
13 de octubre de 1917
Llegó, por fin, el día tan esperado de la sexta y úl-
tima aparición de la Santísima Virgen a los tres pastor-
citos. Por lo avanzado del otoño, la mañana estaba fría.
Una lluvia persistente y abundante había transformado
la Cova de Iría en un inmenso lodazal, y el frío calaba
hasta los huesos a la multitud de 50 a 70 mil peregrinos
que habían acudido de todos los rincones de Portugal.
C
ab

Cerca de las once y media, aquel mar de gente abrió


paso a los tres videntes que se aproximaban, vestidos
al

con sus trajes de domingo.


le

Es la Hermana Lucía quien nos relata lo que


ro

sucedió:
sd

“Llegados a Cova de Iría, junto a la encina, llevada


el

por un movimiento interior, pedí al pueblo que cerrase


los paraguas para rezar el Rosario. Poco después vimos
a

el reflejo de la luz y, enseguida, a Nuestra Señora sobre


V

la encina.
ir
ge

— ¿Qué quiere Vuestra Merced de mí?


n

— Quiero decirte que hagan aquí una capilla en mi


honor; que soy la Señora del Ro­sario, que continuéis re-
zando el rosario todos los días. La guerra va a terminar
y los militares volverán en breve a sus casas.
— Quería pedirle muchas cosas. Si curaba unos en-
fermos y convertía unos pecadores...
— A algunos sí, a otros no. Es preciso que se en-
mienden, que pidan perdón por sus pe­cados.

50
Y tomando un aspecto más triste, [Nuestra Señora
agregó]: No ofendan más a Dios Nuestro Señor, que ya
está muy ofendido.
Enseguida, abriendo las manos, Nuestra Señora las
hizo reflejar en el sol y, mientras se elevaba, su propia
luz continuaba reflejándose en el sol”.
Habiendo la Santísima Virgen desaparecido en esa
luz que Ella misma irradiaba, se sucedieron en el cielo
tres nuevas visiones, como cuadros que simbolizaban los
C

misterios gozosos, dolorosos y gloriosos del Rosario.


ab

Junto al sol apareció la Sagrada Familia: San José,


al

con el Niño Jesús en los brazos, y Nuestra Señora del


Rosario. La Virgen vestía una túnica blanca y un manto
le
ro

azul, San José estaba también de blanco y el Niño Jesús


de rojo. San José bendijo al pueblo trazando tres veces
sd

en el aire una cruz, y el Niño Jesús hizo lo mismo.


el

Las dos escenas siguientes fueron vistas sólo por


a

Lucía. Primero, vio a Nuestro Señor, transido de dolor


V

en el camino del Calvario, y a la Virgen de los Dolores,


ir

sin la espada en el pecho. El Divino Redentor también


ge

bendijo al pueblo.
Por fin apareció, gloriosa, Nuestra Señora bajo la
n

advocación del Carmen coronada Reina del Cielo y del


Universo, con el Niño Jesús en brazos.
Mientras los tres pastorcitos contemplaban los per-
sonajes celestiales, se operó ante los ojos de la multitud
el milagro anunciado.
Había llovido durante toda la aparición. Lucía, al ter-
minar su coloquio con la Santísima Virgen, había gritado
al pueblo: “¡Miren el sol!”. Se entreabrieron las nubes, y

51
el sol apareció como un inmenso disco de plata. A pesar
de su brillo intenso, podía ser mirado directamente sin
herir la vista. La multitud lo contemplaba absorta cuan-
do, súbitamente, el astro se puso a “bailar”. Giró rápida-
mente como una gigantesca rueda de fue­go. Se detuvo
de repente y, poco después, comenzó nuevamente a girar
sobre sí mismo a una velocidad sorprendente. Finalmen-
te, en un torbellino vertiginoso, sus bordes adquirieron
un color escarlata, esparciendo llamas rojas en todas di-
recciones. Éstas se reflejaban en el suelo, en los árboles,
C

en los rostros vueltos hacia el cielo, reluciendo con todos


ab

los colores del arco iris. El disco de fuego giró locamen-


al

te tres veces, con colores cada vez más intensos, tembló


le

espantosamente y, describiendo un zigzag descomunal,


ro

se precipitó sobre la multitud aterrorizada. Un único e


inmenso grito escapó de todas las gargantas. Todos ca-
sd

yeron de rodillas en el lodo, pensando que serían consu-


el

midos por el fuego. Muchos rezaban en voz alta el acto


a

de contrición. Poco a poco, el sol comenzó a elevarse


V

trazando el mismo zig-zag, hasta el punto del horizonte


ir

desde donde había descendido. Se hizo entonces impo-


ge

sible fijar la vista en él. Era de nuevo el sol normal de


n

todos los días.


El ciclo de las visiones de Fátima había terminado.

52
CAPÍTULO V

Fátima en el corazón
de Juan Pablo II
El mensaje de Fátima encontró siempre un eco filial
en la persona de este inolvidable Papa. De tal manera
que, un año después del atentado que lo hirió gravemen-
te en la plaza de San Pedro — el 13 de mayo de 1981,
fecha misteriosamente coincidente con la de la primera
C

aparición de la Virgen —, quiso él dirigirse a Fátima en


ab

memorable peregrinación, para agradecer a la Santísima


al

Virgen su maternal y casi milagrosa protección. Como


le

señal de reconocimiento hizo incrustar en la corona que


ro

ciñe la frente de la imagen allí venerada, el proyectil que


sacrílegamente lo alcanzara.
sd

Juan Pablo II fue a Fátima no sólo para manifestar


el

su gratitud, fue también como jefe espiritual de la Cris-


a

tiandad, a fin de llamar la atención de la humanidad des-


V

orientada del final de milenio, para la importancia fun-


ir

damental del mensaje dirigido por la Madre de Dios a


ge

los tres pastorcitos portugueses. Y aún, para rogar a la


n

Santísima Virgen que apresurase el día del triunfo de su


Inmaculado Corazón, profetizado por Ella en 1917, en
Cova da Iría.
Mariae Mater Eclesiae, ergo Mater Papae...
Si María es Madre de la Iglesia, en consecuencia es
Madre del Santo Padre. María escucha a todos los hom-
bres, pero una palabra proferida desde la cátedra de Pe-
dro le da una especial alegría.

53
C
ab
al
le
ro
sd
el
a

“Queridos niños y niñas, veo que muchos de vo-


V

sotros estáis vestidos como Francisco y Jacinta. ¡Estáis


ir

muy bien! Pero luego, o mañana, dejaréis esos vestidos


ge

y … los pastorcitos desaparecerán. ¿No os parece que


no deberían desaparecer? La Virgen tiene mucha necesi-
n

dad de todos vosotros para consolar a Jesús, triste por


los pecados que se comenten; tiene necesidad de vues-
tras oraciones y sacrificios por los pecadores”.
(Palabras del Siervo de Dios Juan Pablo II, en la beatificación de
Francisco y Jacinta el día 13 de mayo de 2000)

54
Recordemos las palabras que pronunció el siervo de
Dios Juan Pablo II en la plaza de la Basílica de Fátima,
el 13 de mayo de 1982:
“Desde el tiempo en que Jesús, muriendo en la cruz,
dijo a Juan: ‘he ahí a tu Madre’ desde el momento en que
el discípulo ‘la recibió en su casa’, el misterio de la ma-
ternidad espiritual de María, ha tenido su cumplimiento
en la historia con una amplitud sin límites. Maternidad
quiere decir solicitud por la vida del hijo. Ahora bien, si
María es Madre de todos los hombres, su atención por la
C
ab

vida del hombre es de un alcance universal. El cuidado


de una madre alcanza al hombre entero. La maternidad
al

de María comienza con el cuidado maternal de Cristo.


le

En Cristo, a los pies de la cruz, Ella aceptó a Juan y, en


ro

él, aceptó a todos los hombres y al hombre en su totali-


sd

dad. María abrazó a todos, con una solicitud particular


en el Espíritu Santo. En efecto, es Él, como profesamos
el

en nuestro credo, el que ‘da la vida’. Es El que da la ple-


a

nitud de la vida abierta hacia la eternidad.


V

La maternidad espiritual de María es pues participa-


ir

ción en el poder del Espíritu Santo, es el poder de Aquel


ge

que ‘da la vida’. Y es al mismo tiempo el servicio humil-


n

de de Aquella que dice de si misma: ‘He aquí la sierva


del Señor’ (Lc. 1, 38).
A la luz del misterio de la maternidad espiritual
de María, tratemos de comprender el mensaje extraor-
dinario, que empezó a resonar en todo el mundo desde
Fátima, el día 13 de mayo de 1917 y se prolongó du-
rante cinco meses hasta el día 13 de octubre del mismo
año. La Iglesia ha enseñado desde siempre y sigue pro-
clamando que la revelación de Dios ha sido llevada a

55
cumplimiento en Jesucristo, el cual es su plenitud y que
‘no hay que esperar otra revelación pública antes de la
gloriosa manifestación de Jesucristo nuestro Señor’ (Dei
Verbum, 4). La misma Iglesia valora y juzga las revela-
ciones privadas según el criterio de su conformidad con
la única revelación pública. Así, si la Iglesia ha acogido
el mensaje de Fátima es sobre todo porque este mensaje
contiene una verdad y un llamado, que en su contenido
fundamental son la verdad y el llamado del Evangelio
mismo.
C
ab

‘Arrepentíos, haced penitencia y creed en el Evan-


gelio’ (Mc. 1, 15): son éstas las primeras palabras del
al

Mesías dirigidas a la humanidad. El mensaje de Fátima


le

es, en su núcleo fundamental, un llamado a la conversión


ro

y a la penitencia, como en el Evangelio.


sd

Este llamado ha sido hecho al comienzo del siglo


XX, y por tanto dirigido particularmente a este siglo. La
el

Señora del mensaje parecía leer con una perspicacia es-


a

pecial los ‘signos de los tiempos’, los signos de nuestro


V

tiempo.
ir

El llamado a la penitencia es un llamado maternal:


ge

y, a la vez, es enérgico y hecho con decisión. La cari-


n

dad que ‘se complace en la verdad’ (1 Cor. 13, 6), sabe


ser clara y firme. El llamamiento a la penitencia se une,
como siempre, con el llamado a la plegaria. De acuerdo
con una tradición plurisecular, la Señora del mensaje de
Fátima indica el rosario, que justamente puede definirse
‘la oración de María’, y la plegaria en la que Ella se sien-
te unida particularmente a nosotros. Ella misma reza por
nosotros. En esta oración se incluyen los problemas de la
Iglesia, los de la sede de Pedro y los del mundo entero.

56
Además se recuerda a los pecadores, a fin de que se con-
viertan y se salven, y a las almas del Purgatorio.
Las palabras del mensaje han sido dirigidas a niños
cuya edad oscilaba entre los 7 y l0 años. Los niños, como
Bernardita de Lourdes, son personas particularmente
privilegiadas en estas apariciones de la Madre de Dios.
De aquí deriva el hecho de que su lenguaje sea sencillo,
acomodado a su capacidad de comprensión infantil. Los
niños de Fátima se convirtieron en los interlocutores de
la Señora del mensaje, y además en sus colaboradores.
C
ab

Cuando Jesús dijo en la Cruz: ‘Mujer, he ahí a tu


hijo’ (Jn. 19, 26), de un modo nuevo abrió el corazón de
al

su Madre, el corazón inmaculado, y le reveló la nueva


le

dimensión y el nuevo alcance del amor, al que era lla-


ro

mada en el Espíritu Santo, en virtud del sacrificio de la


sd

cruz.
el

Nos parece encontrar precisamente en las palabras


del mensaje de Fátima esta dimensión del amor materno,
a

que en su radio abarca todos los caminos del hombre ha-


V

cia Dios: el que conduce a través de la tierra y el que va,


ir

a través del Purgatorio, más allá de la tierra. La solicitud


ge

de la Madre del Salvador se identifica con la solicitud


n

por la obra de la Salvación: la obra de su Hijo.


Es la solicitud por la salvación, por la salvación eter-
na de todos los hombres. Al cumplirse ya 65 años desde
aquel 13 de mayo de 1917, es difícil no percibir como
este amor salvador de la Madre abrace en su radio, de
modo particular, a nuestro siglo.
A la luz del amor materno comprendemos todo el
mensaje de Nuestra Señora de Fátima. Lo que se opone
más directamente al camino del hombre hacia Dios es

57
el pecado, el perseverar en el pecado y, finalmente, la
negación de Dios. La programada cancelación de Dios
del mundo, del pensamiento humano. La separación de
Él de toda la actividad terrena del hombre. El rechazo de
Dios por parte del hombre.
En realidad, la salvación eterna del hombre será úni-
camente en Dios. El rechazo de Dios por parte del hom-
bre, si llega a ser definitivo, guía lógicamente al rechazo
del hombre por parte de Dios (Mt. 7, 23; 10, 33), a la
condenación.
C

¿La Madre que —con toda la fuerza de su amor que


ab

nutre en el Espíritu Santo— desea la salvación de to-


al

dos los hombres, puede callar sobre todo lo que destruye


le

las bases mismas de esta salvación? ¡No, no lo puede


ro

hacer!
Por esto el mensaje de Nuestra Señora de Fátima,
sd

tan maternal, es a la vez tan vigoroso y decidido. Parece


el

severo. Es como si aún hablase Juan el Bautista en las


a

orillas del río Jordán. Exhorta a la penitencia. Advierte.


V

Llama a la oración. Recomienda el rezo del rosario.


ir

Este mensaje se dirige a todos los hombres. El amor


ge

de la Madre del Salvador llega donde quiera que llega la


n

obra de la salvación. Objeto de sus cuidados son todos


los hombres de nuestra época, y, a la vez, las sociedades,
las naciones y los pueblos.
Las sociedades amenazadas por la apostasía y la de-
gradación moral. El hundimiento de la moralidad lleva
consigo la caída de las sociedades”.
(De la homilía pronunciada por el siervo de Dios Juan Pablo II durante la misa
celebrada en la explanada del Santuario de Fátima, el 13 de mayo de 1982.
L’OSSERVATORE ROMANO, Edición Semanal en Lengua Española, Año XIV
n. 21(699), 23 de mayo de 1982).

58
Consagración del mundo al
Inmaculado Corazón de María
La Consagración del Mundo al Inmaculado Corazón
de María, tuvo lugar en la plaza de S. Pedro, en el Vati-
cano, el 25 de marzo de 1984.
Para ese momento, el Papa Juan Pablo II pidió la
presencia de la Imagen de Nuestra Señora de Fátima,
venerada en la Capilla de las Apariciones.
C

Delante de la imagen, el Papa repitió el acto de entre-


ab

ga que había hecho en Fátima el 13 de Mayo de 1982.


al

En las últimas palabras del Acto de Entrega, Juan


le

Pablo II rogó a Nuestra Señora:


ro

 “¡Acoge, Madre de Cristo, este clamor cargado de


sd

sufrimiento de todos los hombres! ¡Cargado del sufri-


miento de sociedades enteras! 
Ayúdanos, con la fuerza
el

del Espíritu Santo, a vencer todos los pecados: el pe-


a

cado del hombre y el “pecado del mundo”, en fin, el


V

pecado en todas sus manifestaciones.
Que se revele, una


ir

vez más, en la historia del mundo, la infinita potencia


ge

salvífica de la Redención: ¡la fuerza infinita del Amor


n

Misericordioso! ¡Que él detenga el mal! ¡Que él trans-


forme la conciencia! ¡Que se manifieste para todos, en
Vuestro Corazón Inmaculado, la luz de la Esperanza!”

59
La pequeña Jacinta sintió
y vivió la aflicción de la Virgen por
los pobres pecadores, ofrecién-
dose heroicamente como víctima
por los pecadores. Un día la Vir-
gen María fue a visitarla a su casa,
como cuenta la pequeña: “Nuestra
Señora vino a vernos, y dijo que
muy pronto volvería a buscar a
Francisco para llevarlo al cielo. Y
a mí me preguntó si aún quería
C

convertir más pecadores. Le dije


ab

que sí”. Y al acercase la muerte de Francisco, Jacinta le


al

recomienda: “Da muchos saludos de mi parte a Nuestro


Señor y a Nuestra Señora, y diles que estoy dispuesta
le

a sufrir todo lo que quieran con tal de convertir a los


ro

pecadores”.
sd

Lo que más impresionaba


el

y absorbía al beato Francisco era


a

Dios en esa luz inmensa que ha-


V

bía penetrado en lo más íntimo


ir

de su ser. Además sólo a él Dios


ge

se dio a conocer “muy triste”,


n

como decía. Una noche, su padre


lo oyó sollozar y le preguntó por
qué lloraba; el hijo le respondió:
“Pensaba en Jesús, que está muy
triste a causa de los pecados que
se comenten contra él”. Francisco
vive movido por el único deseo de
“consolar y dar alegría a Jesús”. (Juan Pablo II, Homilía en
beatificación de Francisco el día 13 de Mayo de 2000).

60
Bibliografía consultada:
1.- P. Juan M. de Marchi, i.m.c., “Era una Señora
más brillante que el sol”, 7ª edición, p. 84.
2.- Memorias y Cartas de la Hermana. Lucía, Fáti-
ma, 3ª edición, 1978.
3.- P. Joaquín María Alonso, Introducción y notas, in
Memorias de Lucía, Ediciones “Sol de Fátima”, Madrid,
1974.
4.- Antero de Figueiredo, “Fátima, Gracias, secre-
C
ab

tos, misterios, Lisboa, 1942.


al

5.- Congregación para la Doctrina de la Fe. El men-


saje de Fátima. Mons. Tarcisio Bertone, SDB. Secretario
le

de la Congregación para la Doctrina de la Fe, 19 de abril


ro

de 2000.
sd
el
a

 
V
ir
ge
n

61
Índice
Introducción 6
CAPÍTULO I
Los Papas y las apariciones de Fátima 12
CAPÍTULO II
¡Qué Señora tan linda! 16
CAPÍTULO III
Las Apariciones del Ángel de Portugal 24
C

CAPÍTULO IV
ab

Apariciones y mensaje de la Virgen 30


al

PRIMERA PARTE DEL SECRETO: 41


le

SEGUNDA PARTE DEL SECRETO: 42


ro

TERCERA PARTE DEL SECRETO: 43


sd

CAPÍTULO V
el

Fátima en el corazón de Juan Pablo II 53


a

Consagración del mundo al Inmaculado Corazón de María 59


V
ir
ge
n

62
­

“ R ecordamos
hoy el aniversario
de las Apariciones
de Nuestra Señora
en Fátima. Con su
vehemente llama-
do a la conversión
y a la penitencia
C
ab

es, sin duda, la


más profética de
al

las apariciones mo-


le
ro

dernas. Pidamos a
la Madre de la Iglesia, a Ella que cono-
sd

ce los sufrimientos y las esperanzas de la


el

humanidad, que proteja nuestros hoga-


a

res y nuestras comunidades.


V
ir

De modo especial confiémosle aquellos


ge

pueblos y naciones que tienen particular


n

necesidad, y lo hacemos con la certeza


de que no dejará de atender las súplicas
que con filial devoción le dirigimos”.
(S.S. Benedicto XVI –
Regina Coeli del 13-V-2007)

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