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Los personajes en “Profundo” - El estereotipo venezolano

En las obras del Quadrivium de José Ignacio Cabrujas, podemos darnos


cuenta que en el universo cabrujiano existe un patrón de comportamiento en los
personajes; sin importar el contexto de cada uno, todos comparten una serie de
elementos que se repiten una y otra vez en todas las obras.

¿Por qué ocurre esto?, ¿qué buscan estos personajes? Y, más


específicamente, ¿qué representan estos estereotipos dentro de las obras? Para
responder estas interrogantes se remitirá a la obra “Profundo”, para analizarla en
profundidad y sacar conclusiones sobre lo que esconde la obra.

Hay 6 personajes (excluyendo al padre Olegario) que se muestran en


“Profundo”: Manganzón, Lucrecia, Magra, Buey, Elvirita y La Franciscana. Un
grupo heterogéneo de personalidades que están unidos bajo la promesa de un
tesoro que se encuentra debajo de su casa, enterrado por el padre Olegario. El
artífice de esa promesa es Lucrecia, quien dice haber sido testigo de la aparición
del fantasma del padre Olegario.

Lucrecia es una persona que se muestra amable y amorosa, pero al


mismo tiempo, es una persona fantasiosa e imaginativa que vive de sus deseos
más íntimos.

José Ignacio Cabrujas nos deja ver lo imaginativa e inventiva que es este
personaje en su Obra Dramática (2010):

LUCRECIA.– Bueno... él se sentó allí en la cama... en la esquina... pero no a la derecha,


sino a la izquierda... Yo estaba dormida... con un ojo abierto y uno cerrado, que es como
yo siempre duermo... Él se sentó y te miró...

MANGANZÓN. – ¿Me miró? Eso nunca me lo habías dicho...

LUCRECIA.– Te miró, sonrió y te dio la bendición apostólica...

MANGANZÓN.– ¿Él?

LUCRECIA.– Él mismo. Con la mano. Y en la mano tenía tres anillos… (Cabrujas, 2010,
pp. 82).

Lucrecia podría seguir recordando- imaginando hasta más no poder, y


siempre añadirle más detalles a este encuentro que efectivamente sucedió, pero
no en la vida real sino en su mente. Puesto que, como ella se ve incapaz de salir
de su decadente situación financiera, a su vez causada por la situación del país;
termina por caer de lleno en la ilusión de un recuerdo que no es más que una
manifestación de su propia esperanza, de sus propios deseos.

Sin embargo, ella no es la única entusiasmada por este tesoro que


solucionaría todos sus problemas sin ningún tipo de esfuerzo. Su suegro, Buey,
un individuo irresponsable, abusivo y descarado, es a su vez, el personaje que
tiene más consciencia de todos los problemas económicos que tiene el país:

BUEY (Declara).– Quiero tener dinero para hacer el bien. Siempre me ha preocupado la
miseria. También me preocupa la planificación. No planificamos. Ni siquiera invertimos
correctamente el superávit. Vamos así, de la mano del azar, y olvidamos el déficit de la
balanza de pagos. Y allí está. Entre el esfuerzo de inversión pública y la iniciativa privada
hay un desequilibrio. El capital del Estado no es libre. Gira en la deuda exterior contra un
pagaré infamante que nos degrada. Yo amo la bondad de las inversiones mixtas. Son
sanas. Por eso me gustaría tener dinero. Todo lo que hay en la caja del padre Olegario.
Porque si no vamos derecho a una espiral inflacionaria con todas las nefastas
consecuencias de la improvisación. ¿Y qué nos espera? ¿El control de cambio? ¿La
paridad ficticia? ¿El signo blando? ¿La devaluación? (Pausa) Dejo eso en el ambiente.
(Cabrujas, 2010, pp. 79)

Pero, por su naturaleza descrita anteriormente, no le interesa hacer nada


al respecto, sino vivir en la riqueza sin haber hecho el menor esfuerzo. Por lo
cual, es uno de los más involucrados en el plan de la búsqueda del tesoro. Y es
aquí donde interviene otro de los personajes más interesantes de toda la obra:
La Franciscana. Este personaje rotundo te da pistas, a lo largo de toda la obra,
de que ella conoce lo que en verdad está sucediendo. Ella es la directora de la
obra, pero también actriz; es la que mueve todos los hilos, te usa, te manipula.
Como lo hace el estado venezolano, también lo hace la Franciscana en la obra,
te hace dependiente, porque si no te quita lo poco que tengas (así solo sea una
esperanza).

Pruebas de ello se encuentran a lo largo de toda la obra:

LA FRANCISCANA (Ignorando a Buey).– Habrá que hacer algo. Liberar. Habrá que
liberar. (A Magra) Trae agua.

MAGRA.– ¿Fría?

LA FRANCISCANA.– Natural. Fría es malo. Natural…


LA FRANCISCANA.– Como perros, Buey. Son como perros. Y en la vida no se puede
ser perro. Se tiene pie o se tiene pata. No se puede tener pie y pata…

LA FRANCISCANA.– No huele (la orina). Pero se siente (Continúa esparciendo el agua)


LA FRANCISCANA.–Sigue creyendo y te voy a contar un cuento. (Mira la habitación)


Todo este sucio, ¿cómo se explica? Porque si fuera ahora, pero en esta casa hay treinta
años de pecado...

LA FRANCISCANA.– ¿No costó eso que Buey se casará contigo? Prefería vivir en la
basura…

LA FRANCISCANA.– ¡Reumatismo! ¡Ése te entierra y te reza el novenario con su


reumatismo! ¡Todavía lo justificas! ¡Reumatismo! Tuvo Lucrecia que ver al Santo para
que las cosas comenzaran a cambiar. Y ahí lo tienes: tendrá lo que tú quieres que tenga,
pero le digo ladra y parece perro, le digo que camine y se pone en cuatro patas. No lo
oigo quejarse ni inventar dolores… (Cabrujas, 2010, pp. 55- 60)

La Franciscana sabe que ningún integrante de la familia hace lo que hace


por devoción, sino que ven los rituales como un medio de conseguir lo que
quieren, “la fe se convierte en un valor de uso y valor de cambio transaccional:
“yo te doy mi fervor, tú me das los churupos”” (Gimenez, 2012, p. 3). Asimismo,
también está presente el hecho de que más allá del tesoro no existe ninguna
razón para que la familia esté unida. Es decir, la creencia del mito de las
morocotas del padre Olegario “se convierte en la pulsión vital que los cohesiona
como grupo familiar y da sentido a sus vidas. Mientras que, como en toda pieza
de Cabrujas, sus deseos más genuinos se enmascaran en cualquier
grandilocuencia.” (Gimenez, 2012, p. 3).

Ella, como toda buena figura de autoridad en Venezuela, se aprovecha


de las ilusiones (Lucrecia), la picardía (Buey), la ingenuidad- inocencia (Elvirita),
la opresión (Magra) de su pueblo y, de Manganzón, para que parte del tesoro
que se encuentre lo donen a la capilla.

Sincerándome un poco, el personaje de Magra me recuerda mucho a mi


abuela materna, una persona felizmente oprimida. Siempre detrás de la figura de
un hombre que nunca la valoró, con una especie de masoquismo que nunca
comprendí. ¿Cómo le puedes enseñar a una persona que el maltrato es algo
normal y, de paso, que está bien? Muy buen trabajo el que hicieron los hombres
de su época para educar a las mujeres de esa manera, pero allí va mi punto. El
personaje de Magra es tan familiar en la cotidianidad venezolana, que no me
extrañó para nada cuando la leí. Y, en cuanto a Elvirita, voy a utilizar un dicho
muy común para explicar por qué ella está metida en todo ese rollo: “eso le pasa
por pendeja”. La ignorancia, la ingenuidad y la inocencia no son atributos muy
positivos para salir bien parados en la realidad cabrujiana, que poco a poco, se
nos va asemejando a una realidad que conocemos muy bien…

Y ahora vamos con Manganzón, personaje clave en el desenlace de la


obra. En “Profundo”, a Manganzón se le priva de sus derechos para que pueda
interpretar su rol de “El Bueno”. Pero Manganzón se harta de todos estos
sinsentidos y más de una vez se revela: dice que no quiere el dinero por ningún
motivo bondadoso, que ese hueco que él cava es un meadero, que Buey es un
idiota, que quiere dejar de vestirse como niño Jesús y que quiere volver a tener
relaciones con su pareja. Aún así, cada vez que el intenta expresarse y decir
quién es él y sincerarse, los demás personajes lo callan. “Manganzón quiere ser
él mismo. Él quiere ser sus deseos y, está rogando, pidiendo, sólo por un
momento, que lo dejen ser él mismo” (Manrique, 2021).

El universo cabrujiano no es más que el infierno venezolano en el que


vivimos y, es por eso que todos los personajes se nos hacen tan conocidos: es
tu vecino, es tu amigo, es tu hermano, eres tú y soy yo. Lo que le sucede a
Manganzón es lo que pasa cuando no queremos interpretar el rol que se nos
impone. Se nos calla y se nos obliga a caer dentro del mismo estereotipo de
todos los demás personajes. Asimismo, lo que ocurre al final de la obra es lo que
pasa cuando estamos buscando la verdad en nosotros mismos, pero ni siquiera
somos sinceros y decimos abiertamente lo que somos y lo que queremos.
Encontramos mierda.

Referencias

Azparren, L (2010). Prolegómenos para una lectura del Teatro de José Ignacio
Cabrujas, en: Cabrujas, J. I. (2010). Obra Dramática, tomo I, Caracas:
Equinoccio.

Cabrujas, J. I. (2010). Profundo. Obra Dramática, tomo II, Caracas: Equinoccio.


Cedeño, J. (2020) Profundo: Héctor Manrique evoca la obra de Cabrujas en la
Venezuela contemporánea. Caracas. Recuperado de
https://eldiario.com/2020/06/05/profundo-hector-manrique-evoca-la-obra-de-
cabrujas-en-la-venezuela-contemporanea/

Manrique, H. (16 de julio de 2021). "Cabrujas en cuatro actos". Charla llevada a


cabo de manera virtual en Caracas, Venezuela.

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