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5 Jun 2008 - 8:22 pm

Democracia y cultura política


Por: Ricardo Arias Trujillo

EN SU CORTA HISTORIA, LA DEMOcracia se ha ido abriendo a nuevas formas


de inclusión. En el caso colombiano, tres etapas han marcado de manera decisiva
su desarrollo.

En la segunda mitad del siglo XIX, los liberales ampliaron los derechos políticos,
eliminando los criterios elitistas que reservaban el ejercicio electoral a los ricos. En los
años 1930, el gobierno de Alfonso López introdujo importantes reformas de corte
social. La Constitución de 1991 promovió el derecho a la diferencia a través del
reconocimiento de las “minorías” religiosas, étnicas, sexuales, etc. El carácter pluralista
del Estado constituye un paso más en la ampliación del sentido de “democracia”, que ya
no se limita únicamente a los derechos políticos y sociales.

Tenemos, en principio, una evolución democrática cada vez más incluyente. Las cosas
son, sin embargo, más complejas, como se constata en la cotidianidad del país. Debido
precisamente a los dramáticos problemas que aquejan a la sociedad colombiana se han
suscitado algunos debates en torno a la democracia. De una parte, muchos se preguntan
si, más allá de los nobles preceptos constitucionales, es posible hablar de democracia
con los niveles de asesinatos, de pobreza, de impunidad, de corrupción, etc., que conoce
el país. Frente a esas voces críticas, otras se empeñan en rescatar nuestras tradiciones
liberales, tales como la ausencia de dictaduras, la cultura electoral, la separación de
poderes.

La discusión se puede extender a otros indicadores. Uno de ellos tiene que ver con la
cultura política de la sociedad: ¿hasta qué punto los colombianos conocen, valoran y
defienden los logros de su democracia? Es muy difícil medir el arraigo a unas
costumbres, a unas leyes, a un “espíritu”, pero existen indicios y son preocupantes: por
ejemplo, la indiferencia de la sociedad frente al drama de los secuestrados, de los
desplazados, de la pobreza; por ejemplo, las desiguales reacciones frente a los crímenes
de los grupos armados ilegales.

La debilidad de los valores ciudadanos se aprecia también cuando se trata de condenar


las violaciones por parte del Estado al Derecho Internacional Humanitario y a los
Derechos Humanos. Aparte de lo que se aprecia en unos cuantos sectores —que por lo
general han sido estigmatizados por el propio Estado y por amplios sectores de la
sociedad, en otra muestra de lo que es la cultura política del país—, no parece existir
una verdadera conciencia acerca de lo que significan esas violaciones. ¿En cuántas
ocasiones las medidas que se toman para preservar o para restaurar principios que tienen
que ver con la democracia han sido producto de la presión internacional? El famoso
primo del Presidente sólo se decidió a expulsar de su partido a miembros
comprometidos con el paramilitarismo cuando Estados Unidos amenazó con retirarle la
visa. Esa fue la sanción que recibió el ex presidente Samper, quizá la más dura, por
permitir que los narcotraficantes financiaran su campaña. Algunos tratados comerciales
firmados con otros países se han visto en peligro ante las denuncias de gobiernos y
organizaciones internacionales, preocupados por las condiciones laborales de los
trabajadores colombianos.

La sociedad ha sido parca, por decir lo menos, a la hora de defender valores esenciales
relacionados con la cultura política. Es una sociedad que, salvo contadas excepciones,
no emite sanciones morales, como si la violación de los derechos, muchas veces por
parte de los mismos miembros del Estado, las conductas ilícitas, la corrupción, las
violencias, no fueran un problema serio que afectara profundamente el desarrollo de la
democracia.

* Profesor del Departamento de Historia de la Universidad de los Andes.

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