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Él dejó su huella en un país por el que disfruto viajar hoy. A pesar de todas las críticas que
escuchas en el actual ambiente Trump, soy un gran admirador del modo de vida
estadounidense. El país vive el espíritu de libertad e independencia. Siempre me ha
gustado estar en los Estados Unidos y explorar sus rincones más lejanos y conocer gente
nueva. Mi segundo gran ídolo también es estadounidense. Elvis Presley, el "Rey del
Rock'n’Roll", con su increíblemente grandiosa voz. Me mostró cómo los sueños pueden
hacerse realidad con pasión y una presencia poderosa. Las condiciones en las que creció
fueron todo menos fáciles, y su infancia no estuvo ni cerca de ser lo que llamarías libre de
preocupaciones. Su hermano gemelo murió durante el parto y sus padres trabajaban en
una granja y en una fábrica con medios muy modestos. Y aunque no había mucho dinero
para actividades recreativas, la familia hacia lo mejor que podía con lo poco que tenía
para el joven Elvis. Creció en el pequeño pueblo de Tupelo en Mississippi. Los avances
técnicos de la época aún no habían llegado a esta área del mundo. Casi nadie en Tupelo
poseía una radio, y mucho menos un televisor.
Al igual que Elvis, también crecí en circunstancias modestas. Nací en Stuttgart, Alemania,
en 1963, y tuve que despedirme de mi padre a la edad de tres años, cuando decidió
regresar a su ciudad natal en Grecia. Aunque tenía a mi madre y a mi abuela a mi lado,
tuve que aprender a pararme en mis propios dos pies a una edad temprana. Esta difícil
situación familiar no me hacia las cosas fáciles. En estos días de familias de retazos y
relaciones matrimoniales abiertas, es difícil creer cuán diferente era la vida familiar en
una provincia de Alemania Occidental en la década de 1960. Papel tapiz, muebles que solo
se podrían encontrar en una tienda retro hoy en día, y definiciones rígidas sobre cómo
debía comportarse una "buena" familia, todo esto caracterizaba esa época. En la década
de 1960, ser madre soltera no era para nada una práctica común. Por el contrario, eran
observadas de manera bastante crítica. Su estilo de vida era reprobado constantemente.
Una y otra vez sentí el escepticismo con el que saludaban a mi familia. Y aun siendo tan
pequeño yo como era, podía sentir la mirada de los vecinos y sus preguntas: ¿Dónde está
el esposo? ¿Por qué dejó a su esposa? ¿Cómo puede una madre atender a su hijo sola y
también ir a trabajar sin descuidarlo? La Alemania occidental de la década de 1960, que
llegué a conocer, se caracterizaba por una imagen familiar conservadora en la que se
suponía que el padre asumía toda la responsabilidad de la familia. Solo que, en este caso,
mi padre había salido corriendo. Si algo aprendí de esa época, es que uno nunca debería
permitirse depender de las opiniones de los demás. Independientemente de cuán
sofocante u opresiva pueda ser la opinión de la mayoría, o cuán masivas sean las presiones
sociales de los compañeros: debes ser fiel a ti mismo. ¿Quién hubiera creído que el niño
del pequeño pueblo de Weil, hijo de un inmigrante sin una figura paterna, algún día
estaría dirigiendo una empresa valorada en millones? ¡Nadie! Y sin embargo me las
arregle para lograr esto contra viento y marea. Porque seguí mi propio camino: ignoré los
consejos y los reproches de los demás. Y ese camino me llevó a convertirme en el
empresario exitoso que soy hoy.
Esta curiosidad encontraría una nueva fuente de sustento cuando comencé la escuela a
los seis años. Esperaba mucho de la escuela, quería aprender cosas nuevas. Pero fue una
batalla cuesta arriba. Todo empezó cuando después de unos días de escuela me di cuenta
de que no podía leer las letras del alfabeto correctamente en el tablero. Se volvían
borrosas en una masa blanca ilegible contra un fondo verde. A partir de entonces y
después de una corta visita a un optómetra, quedó claro que yo necesitaba anteojos. Pero
no me dieron las gafas habituales. No, tenía que usar lentes enormes, abultados, y de
montura negra gruesa. Me hacían parecer más pequeño. Y antes de darme cuenta, era el
"cuatro ojos" de la clase. Comenzó cuando iba camino a la escuela. Los otros niños
empezarían a burlarse del "¡cuatro ojos, cuatro ojos!" Nadie quería jugar conmigo. Una
vez, cuando le pregunté a un niño de mi clase si quería jugar, dijo: "Primero aprende a
mirar hacia dónde vas". La burla continuó en el patio de recreo y en el salón de clases. Al
principio, la maestra trató de defenderme del tormento. Pero tan pronto como le daba la
espalda a la clase, o no estaba cerca, continuaban con el "¡cuatro ojos, cuatro ojos!". Los
niños pueden ser tan crueles.
Mi situación en la escuela no era tan envidiable. Se podría decir: "Al menos el niño podría
reunir fuerzas desde el seno de su familia". Y hasta cierto punto eso era verdad. Al mismo
tiempo, sin embargo, había problemas esperándome en casa que tuve que aceptar desde
muy temprano.
Incluso cuando era niño, noté que había algo gracioso acerca de mi madre y mi abuela.
Un día estaban de muy buen humor, sin ninguna razón aparente, al menos que yo pudiera
ver. Al día siguiente estaban agotadas, acostadas en la cama, cansadas y con "resaca". En
esos días, era imposible incluso hacer que se levantaran. Al principio, no se me ocurrió
ninguna explicación para sus cambios de humor. Era demasiado joven para estas cosas.
Pero luego entendí que era por el alcohol. Pero, ¿por qué comenzaron a beber en exceso,
en primer lugar?
Tanto mi madre como mi abuela tenían que soportar sus cargas. Experiencias que nunca
podrían realmente procesar y aceptar. Durante la Segunda Guerra Mundial, mi abuela
tuvo una aventura. Su esposo la abandonó al final de la guerra. Mi madre también había
sido abandonada por mi padre, de quien no he escuchado una palabra hasta el día de hoy.
Estas experiencias dejaron sus huellas. Tenían que reprimir lo que les había sucedido. Y
encontraron consuelo en el alcohol. Recuerdo que iba a conseguirles cerveza y que bebían
sin parar dos veces al mes.
Una vez llegué a casa y encontré a mi madre en el suelo. Yacía allí inmóvil, murmurando
ininteligiblemente para sí misma. Le corría sangre por su cabeza. Sentí que el pánico
aumentaba. ¿Qué había pasado? Empecé a sentir un miedo mortal. Temor de que mi
madre muriera. Pedí ayuda, pero mi voz se apagó, sin ser escuchada. Continué clamando:
"¡Ayuda, ayuda, mi madre ...!" Comencé a gritar y justo antes de pensar que mi voz se
apagaría por la ronquera, escuché un golpe en la puerta. Corrí hacia esta y la abrí. Nuestro
vecino estaba parado allí. Vi su cara de sorpresa: "¿Qué está pasando?" Le mostré a mi
madre. Reaccionó de inmediato y no pasó mucho tiempo antes de que se escucharan las
sirenas de la ambulancia. Se llevaron a mi madre al hospital. Me preocupé, recé, deseé
que todo saliera bien. Y tuve suerte. Mi madre sobrevivió. Pero este evento me había
marcado. Me resultaba difícil concentrarme en la escuela. Siempre me preocupaba que
algo pudiera estar pasando en casa y que mi madre estuviera en problemas. Esta
incertidumbre me agotaba, desviaba mi atención. Y tan pronto como logré enfocarme
nuevamente en los asuntos escolares, nuevamente me di cuenta de las burlas, los
comentarios y los insultos de mis compañeros de la escuela. ¡Era horrible!
Pero a pesar de lo malo que esto era, dentro de mí también, me enfrenté al desafío y
aprendí a concentrarme en las cosas positivas de la vida. Reconocí la infinidad de
oportunidades que esta nos tiene reservadas. Aunque cuando era niño no poseía mucho
desde un punto de vista materialista, llevaba un verdadero tesoro dentro de mí. Con mi
imaginación y una gran pasión, sentía un gran deseo de cambiar al mundo, un paso a la
vez, y no rendirme hasta que hubiera cumplido mis sueños, como mis ídolos en los Estados
Unidos. No necesitas una gran fortuna para eso. Todo lo que necesitas hacer es creer en
ti mismo y ser valiente incluso ante los contratiempos. El camino de abajo hacia arriba no
es una idea utópica. Tampoco es una calle de sentido único sin tráfico en sentido
contrario. A veces se sentía como tener que escalar una montaña del tamaño de los Alpes,
a veces una densa jungla de normas y regulaciones prohibitivas. Pero esos tiempos pasan,
y es un alivio.
Con la convicción correcta, puedes convencer a los demás, eso me quedó claro en esa
fatídica noche. Lo mejor fue que no sólo me divertí, sino que los demás también estaban
de buen humor después de esta actuación sorpresa, una verdadera situación en la que
ambas partes ganaron.
Había aceptado que contaba con amigos que la tenían mucho más fácil en sus familias.
Que probablemente recibían mucho más apoyo. A quienes se les había concedido más
ventajas para encontrar su camino en la vida. Pero eso no iba a hacerme renunciar a mi
oportunidad de tomar el control y vivir de acuerdo con mis convicciones. En el escenario
me había dado cuenta de que la gente no pregunta de dónde vienes. Lo que les interesa
es quién eres y si crees en ti mismo.
Y no pasó mucho tiempo antes de que llegara una crisis, nuevamente. Para mi hermanita,
que había nacido cuando yo tenía doce años y con quien he tenido una relación fantástica
y especial desde ese día. Acababa de llegar a casa de la escuela, un día, y escuché a mi
hermana toser. No una vez, no dos veces, sino continuamente en un tono estruendoso.
Supe de inmediato que algo andaba mal. No se había atragantado con algo y no tenía un
simple resfriado. Mi madre, probablemente bajo la influencia del alcohol, se paró junto a
ella y le preguntó a mi hermana de un año: "¿Qué pasa con esa tos?" ¿Realmente
esperaba mi madre una respuesta? En ese momento tuve que aceptar que yo debía
asumir la responsabilidad. Yo era el único en ese momento que tenía la cabeza despejada.
Tomé la iniciativa e inmediatamente llamé a mi padrastro: “Tienes que venir aquí ahora
mismo. Andrea está mal".
Aunque este evento podría dar la impresión de que mi padrastro y yo éramos un gran
equipo, lo cierto era todo lo contrario. Por supuesto, en situaciones extremas de vida o
muerte podíamos depender el uno del otro. Pero la vida diaria en conjunto era algo muy
diferente. Tan pronto como me gradué de la secundaria, mi familia me instó a conseguir
un trabajo y colocarme en algún lugar como aprendiz. No estaba seguro de lo que quería
hacer y finalmente cedí a su presión. Comencé como aprendiz de un fabricante de bolsos.
Fabricábamos productos de alta calidad para los gustos distintivos de los clientes. Eran
productos hermosos, sin dudas, que encajaban perfectamente con el estilo de la época.
Pero noté de inmediato que este no era el trabajo adecuado para mí. Aun así, traté de
dominar el trabajo lo mejor que pude. Sin embargo, mi supervisor en ese momento no
valoraba mis esfuerzos. No se daba cuenta en absoluto de cuánto yo había invertido en la
formación vocacional. En cambio, me fastidiaba, dictaba normas y reglamentos
interminables y siempre encontraba algo de qué quejarse. Me sentí desgarrado. ¿Debía
continuar? ¿Debía rendirme? ¿Qué sería de mí? Sentía que podía hacer más que
simplemente trabajar de acuerdo a instrucciones y reglas. Necesitaba emanciparme. Unos
días más tarde, nuevamente tuve que tragarme algunas duras palabras cuando compartí
mis planes con mi jefe: “Me voy ahora”. “No irás a ninguna parte” dijo. Esperaba ese tipo
de respuesta y repliqué aún con mayor decisión: "Me voy y para siempre". Mi familia
estaba horrorizada por mi decisión. Todos comenzaron a preocuparse y me preguntaron
y se preguntaron a ellos mismos qué sería de mí. Pero sabía que tenía que seguir adelante.
No tenía la destreza manual para ese tipo de trabajo y la monotonía de los procesos de
fabricación repetidos continuamente me volvieron apático. No podía quedarme allí más
tiempo, así que seguí adelante. Pasé por otros dos años de capacitación vocacional antes
de encontrar finalmente mi camino en la industria financiera. Mi segundo trabajo como
aprendiz, un programa de capacitación de panaderos, también tuvo poco éxito, y después
de unos meses también me fui. Hice un intento final en esta dirección cuando comencé
un trabajo de aprendiz como pintor. Mi padrastro me había dado la idea. Pero tampoco
allí encontré ninguna motivación. Mi pasión, que con cada trabajo de aprendiz fallido
sentía más claramente, se encontraba en otro lugar. Y solo allí, en un lugar en donde mi
pasión tuviera la oportunidad de desarrollarse, sería capaz de encontrar el éxito. Por
mucho que me dedicaba a la capacitación, lo máximo que pude sacarle a mi padrastro
como emoción y elogio hacia mi trabajo de pintura fue una simple oración: "Supongo que
eso servirá". Yo no podía estar satisfecho con tal mediocridad. Tenía que haber algo donde
pudiera surgir y usar mis habilidades de manera más productiva.
Para eso, lo primero que necesitaba era libertad e independencia. Noté que no podía
desplegar mis fortalezas bajo la carga de reglas e instrucciones. Necesitaba libertad
mental para hacer nuevos planes.
Todos tienen la necesidad de seguridad. Es por eso que las personas organizan
comunidades. Quieren proporcionarse protección mutua contra los peligros externos. No
es diferente con el dinero. Seguridad, en el capitalismo, significa seguridad financiera,
después de todo. Cualquiera a quien le hayan halado la alfombra de debajo de sus pies, y
haya perdido todos sus ahorros de un solo golpe, quiere protegerse contra un futuro
incierto. Cualquiera que busque dinero rápido sin una base financiera segura puede
quedarse sin un centavo en un abrir y cerrar de ojos. La crisis financiera en 2007 fue la
prueba espectacular de eso.
Me encantaba tener intercambios honestos y abiertos con otros, desde mucho antes de
mi tiempo en la industria financiera. Ya fuera entre amigos, en la familia o más tarde en
el trabajo, estaba interesado en lo que los conmovía, por lo que luchaban, cómo veían el
mundo.
Una vez ya en el curso de mi carrera, trabajé para establecer las bases técnicas y
financieras para la independencia. Este tienpo fue la piedra angular sobre la que construí
mi casa y mi proyecto, piedra por piedra, ladrillo a ladrillo. Una casa que brindaba
seguridad y protección contra el viento y el clima. Pero también una casa en la que otras
personas se sentirían bienvenidas. Para el joven Harald Seiz, que yo era en aquel entonces,
esta casa era la promesa de seguridad que había anhelado dentro de mí durante tanto
tiempo. Pero también era un proyecto emocionante, el desafío de descubrir de qué estaba
hecho.
Después de un tiempo en el sector financiero, con todos sus altibajos, descubrí una nueva
faceta en mí. Ya no quería ser un pequeño engranaje en la gran rueda. Quería desarrollar
mis propias ideas y hacer que el mundo avanzara con mis innovaciones. Al igual que los
primeros inmigrantes europeos en el continente americano, estaba buscando libertad e
independencia. Justo como ellos habían cruzado con gran dificultad el Atlántico alguna
vez, tuve que superar mis obstáculos internos y externos para encontrarme a mí mismo y
a mi energía empresarial. Su objetivo era la tierra de oportunidades ilimitadas. Mi objetivo
era aprovechar esas oportunidades. Al igual que los primeros buscadores de oro con sus
sueños de riqueza y fortuna, necesitaba una idea emocionante y el toque adecuado para
implementarla. Rápidamente me di cuenta de que tenía que alejarme de los caminos
trillados de mis predecesores para poder crear algo nuevo. Ya no podía seguir en la rutina
de la vida diaria, tenía que encontrar mi propio ritmo. Quería trabajar de forma más
dinámica, más variada y más creativa. Esta era la única forma en que podía hacer el mejor
uso de mis talentos. Crear la sinfonía de mi vida con todos sus matices, en lugar de tocar
siempre la misma vieja canción, esa era mi misión.
A pesar de todas las comodidades que acompañan a una rutina diaria bien organizada,
me di cuenta de una cosa. Lo que había sido suficiente para mí en los primeros años de
mi vida laboral, seguridad y entorno familiar, se había convertido en una jaula de oro de
la que tenía que salir. El deseo de conocerme a mí mismo y traer mi propia creación al
mundo era tan grande que no podía esperar más para dar el primer paso como
empresario. Yo había cambiado en términos de mi carácter, pero también a través de mi
experiencia en los negocios. Me había hecho una idea sobre lo que los clientes querían,
de las brechas en los mercados bancarios y de administración de riquezas. Llenar estos
vacíos era un incentivo y un desafío para mí. No sabía si sería capaz de desarrollar un
concepto que fuera más allá de la variedad de posibilidades de inversión existente. Pero
rendirse no era una opción, precisamente por esa razón. Quería asumir el desafío, porque
sabía que los productos de inversión habituales tenían debilidades y también desventajas
de las que podría encargarme con mi propio concepto. Pero necesitaba algo más que una
solución temporal. Necesitaba una idea que prendiera fuego al mercado. Una idea que
encendiera el entusiasmo en mí y en otras personas. Se extendería como fuego en la
maleza porque estaba muy bien pensado y presentado de manera impresionante.
Tener una buena idea es una cosa, poder demostrar su valor es otra. Cuántas ideas
revolucionarias caen en el olvido, cuántos documentos conceptuales desaparecen en el
cajón de un escritorio porque no llegan a los oídos correctos. ¿Cómo hubiera terminado
Marx sin su partidario y publicista, Engels? ¿Qué sería de un artista sin el dueño de la
galería, los museos o las exhibiciones? Un lobo solitario que desaparecería tan rápido
como hubiera aparecido. El éxito a largo plazo solo es posible con una presencia en el ojo
público. Y sabía que esta presencia requería una apariencia atractiva y una compañía con
un perfil fuerte. Pero antes de poder pensar en el concepto de mercadeo, tenía que
desarrollar el mensaje, la ejecución y el valor agregado que mi proyecto tendría para los
clientes. La gran pregunta era: ¿Cómo proteger a las personas a largo plazo y de manera
duradera?
Mi respuesta a esta pregunta fue tan simple como incisiva: oro. Durante siglos la gente ha
estado fascinada con el oro. Ya sea en cuentos de marineros sobre el tesoro de los piratas
o en las leyendas de cuevas escondidas llenas de oro, por todas partes en la literatura
encontrará riqueza y felicidad expresada en términos de oro. La mayoría de las personas,
cuando eran niños pequeños, escucharon la historia de Rumpelstiltskin, que podía
convertir la paja en oro. Una idea maravillosa y sorprendente. El oro siempre ha sido un
objeto de deseo, el símbolo de riqueza y prosperidad más conocido. Sin embargo, la
mayoría de la gente nunca ha visto oro puro, y mucho menos lo ha tenido en sus manos.
El oro era la respuesta. La alternativa a la fe ciega que se supone que debemos tener en
los procesos oscuros de la política y los mercados financieros. Un medio para asegurar la
estabilidad del cliente en tiempos de fluctuaciones inflacionarias y crisis. Un activo
honesto, cuya única aseveración es lo que realmente hay dentro.
Mi desafío era tomar esta idea y transferirla a un negocio factible que pudiera funcionar.
Una idea abstracta es un buen comienzo. Pero solo podría arder con pasión por un
proyecto concreto. Una visión es importante. Pero poner en práctica esta visión es al
menos igual de importante. Establecer una empresa que ofreciera soluciones visibles y
tangibles a las personas era la etapa decisiva que tenía que alcanzar. Estaba en la parte
baja de la montaña incapaz de ver la cima. No sabía qué me esperaría durante la escalada.
Pero estaba absolutamente decidido a llegar a la cumbre.
Las experiencias que había tenido en mi infancia fueron de gran ayuda para mí en ese
momento. Configurar algo que durara, y fuera la encarnación de la seguridad y la
estabilidad, era una tarea que había enfrentado una y otra vez. En mis primeras sesiones
de lluvia de ideas, había establecido unas bases vagas, un boceto sin bordes borrosos. La
creación de una obra maestra arquitectónica era la verdadera hazaña y el núcleo de mi
misión. Sabía que el oro, en contraste con el efectivo, no dependía de simples promesas
del estado sobre su valor, sino que se negociaba continuamente en los mercados. ¿Cómo
sería desarrollar un producto que ya no dependiera de la buena voluntad de un gobierno,
sino que representara su propio valor? La idea de la Goldcard nació con mini lingotes de
oro de 1 a 5 gramos incrustados, y se convirtió en la marca registrada de Karatbars. La
empresa que fundé en 2011.
A veces se me describe como un rebelde del sector financiero, debido a esta idea. Sin
embargo, no estoy parado frente a las barricadas, armado hasta los dientes, untado de
sangre y sudor a la vanguardia de las batallas políticas fundamentales, como uno podría
imaginar que haría un verdadero rebelde. Yo tampoco desearía eso, porque no quiero
imponerle nada a nadie. Los intereses de las personas son muy diferentes y sus puntos de
vista sobre nuestro mundo son muy diversos. Pero sí me agrada el hecho de que hay algo
de verdad detrás de mi imagen de rebelde. Porque yo también tengo un grito de guerra
y, aunque no estoy luchando contra el sistema, estoy tratando de mejorarlo con mis ideas.
Soy lo suficientemente realista como para ver que no puedo poner al sistema patas arriba.
Para tener éxito, no es necesario reinventar la rueda. La mayoría de las grandes ideas no
surgen en el vacío. Se basan en lo que nuestros predecesores han creado, en relación con
los pensamientos de las generaciones anteriores y asegurando avances sociales. Cada
nuevo invento suele ser solo un pequeño paso adelante, pero con muchos pequeños
pasos te acercas a la meta. A menudo más rápido de lo que piensas. Tienes que ser
paciente, persistente y nunca perder de vista la visión. No tiene sentido pronunciar un
discurso entusiasta un día, si no estás preparado para llevar a cabo todas las tareas
tediosas requeridas en los innumerables días y noches que siguen. Ser capaz de llevarte
al límite, incluso cuando duele, es una virtud indispensable. Al igual que un atleta que se
prepara durante años para una competencia, un empresario debe darlo todo. La
fundación y el desarrollo de Karatbars fueron y son mis Juegos Olímpicos, por así decirlo.
El agradecimiento y el aliento de mis clientes son los trofeos, los premios y las medallas
de oro por los que he estado luchando continuamente hasta el día de hoy.
En cada rincón de nuestra vida hay margen de mejora. Con Karatbars, ideé un pequeño
levantamiento contra las especulaciones cada vez más efímeras. La abrumadora demanda
de tarjetas de oro me mostró que no estaba solo al creer en mi idea. Hay muchas
personas, en todo el mundo, que forman parte de esta idea, porque reconocieron el valor
y quisieron aprovecharlo ellos mismos. Una sola voz se desvanece rápidamente, pero un
grito de guerra, cantado por un coro enorme, suena en los oídos de todos durante mucho
tiempo. Este coro no podría ser más diverso en su composición. La gente está invirtiendo
en Karatbars en más de 120 países alrededor del mundo. Hablan innumerables idiomas y
tienen los más diversos estilos de vida y culturas. Pero todos están unidos en su dedicación
a Karatbars.
Esta idea los hermana, asegura su riqueza a largo plazo y una base financiera que logrará
sobrevivir en tiempos de crisis. El interés y el apoyo que he experimentado con Karatbars
es enorme. Me muestra cuán convencida está tanta gente de esta idea. Hoy, me
encuentro con clientes en todas partes del mundo y estoy orgulloso de la sinceridad y el
entusiasmo con el que se recibe a Karatbars. Es inimaginable cuando consideras que
todavía éramos una empresa desconocida en 2011. Pero la pasión mostrada por este
proyecto en ese momento y hoy, es el motor y la garantía de éxito para aquello en lo que
Karatbars está evolucionando. El 100% de pasión fue lo que me llevó a fundar Karatbars,
y la única forma en que podía ganarme a tantas personas diferentes en todo el mundo
para este proyecto. Porque a pesar de lo diferentes que pueden ser nuestros idiomas y
culturas, los símbolos de pasión y compromiso son universales.
Puedo parecer un poco viejo para pasar como tu típico rebelde. Pero la decisión de dar
vida a Karatbars se basó en las casi tres décadas de altibajos que había experimentado en
mi vida profesional y personal. Experiencias que me dieron la certeza de que quería hacer
las cosas más fáciles para los demás, en el área en donde yo estaba más preparado. Mi
determinación de ser independiente se hizo más firme con cada paso, preparándome para
la creación de Karatbars. Aquellos que ven en mí al rebelde también deberían considerar
la larga historia que condujo a esta "rebelión" de cierta manera única.
Aunque no nací para la vida de un rebelde, definitivamente puedo afirmar que veía el
mundo con una mente abierta. Sigo experimentando un gran placer al encontrarme con
personas con un corazón abierto y cálido, como no solo lo muestra mi pequeña anécdota
de "Elvis". Ese es quizás mi mayor talento y me ha llevado al mensaje que he tomado de
mi propia biografía: "Debes arder para que puedas encender el fuego en otros". La pasión
es contagiosa. Y es aún más contagioso cuando irradias pasión. ¿De qué otra forma
puedes explicar que decenas de miles llenen estadios, salas de conciertos y lugares de
eventos para ver a sus ídolos en persona? Las personas que hacen con pasión lo que
fueron llamadas a hacer están en el centro de atención. Ellos inspiran. Ya sea en el
deporte, la música o en el mundo de los negocios. La simbiosis de la pasión y el poder de
persuasión es evidente. A aquellos que descubren lo que los hace arder por dentro, rara
vez les resulta difícil convencer a los demás. O al menos intentarlo. Incluso si no tienes
éxito desde el principio, con un poco de coraje y la presencia adecuada, tarde o temprano
tendrás la oportunidad de desarrollarte más. No estamos solos. En todas partes del
mundo hay compañeros combatientes con ideas similares de un mundo mejor. Todos
tenemos nuestros deseos y preocupaciones, pasiones y miedos. Eso nos hace lo que
somos: humanos. Tenemos que aprender a hablar abiertamente al respecto. No hay otra
manera y he podido verlo en más de tres décadas de actividad profesional en mis
intercambios con clientes. También tienen sus necesidades muy individuales. Desarrollar
un producto que satisfaga una parte de estas necesidades es mi pasión. Y estoy muy feliz
de que Karatbars sea la respuesta correcta para muchos.