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Apolo y la máscara
Introducción
Los recién llegados al campo del arte, los fenómenos estéticos de América o
África, por ejemplo, plantean una serie de problemas. El primero y más obvio es el
de su inclusión o exclusión como formas reconocidas de arte, capaces de figurar en
los museos y de ser susceptibles de que expertos e historiadores del arte escriban
sobre ellos extensos estudios. Los criterios en los que se basa la estética para
dictaminar son los del arte del Renacimiento. En el siglo XV, las sociedades de
Europa occidental elaboraron, en el sentido material e intelectual del término,
formas espaciales características, circuitos de producción y de consumo de arte,
definieron precisamente qué es una obra de arte. Esos conceptos predominaron du-
rante cinco siglos, hasta nuestra época en que comienzan a ponerse en duda, y
fueron impuestos progresivamente a otras civilizaciones en base a una superioridad
técnica. Productos de una peculiar situación histórica y social, portadores de una
particular cosmovisión no eran, ni son, lo suficientemente amplios como para poder
incluir fenómenos de una cosmovisión diferente o incluso contradictoria.
Tomemos un ejemplo de «arte» africano: las máscaras. Su tallado o labrado
exige por parte del artesano trabajar solo y durante la noche para que el
repiqueteo de su hachuela sea incorporado al objeto bajo la forma del ritmo. De esta
manera la canción se une a la madera, y contravenir esta regla significaría quitar
todo valor a la obra. Su uso será siempre ceremonial, ocultas a la visión durante el
tiempo en que no se utilizan, celosamente `guardadas en un bosque o una caverna
apartada de la cotidianidad. Están en directa relación con el ritmo ceremonial de
enseñanza que los no iniciados reciben de sus mayores y cuyo secreto deben
guardar. Deben protegerlos por no pertenecer ni al mundo infantil ni al adulto, o por
haber derramado sangre en la ceremonia. Van siempre acompañadas de un
conjunto en el que figuran tatuajes rituales, vestidos y demás símbolos que se
despliegan en el momento de la ceremonia. El conjunto de máscara y vestimenta
otorga a las danzas rituales un sentido de espectáculo, ya que el enmascarado tiene
que manifestarse y causar impresión. El distanciamiento del mundo cotidiano
mediante este artificio tiene como objetivo lograr la máxima expresividad. El punto
de unión con la naturaleza y las fuerzas del más allá es la fiesta, síntesis de todas
las formas expresivas.
Las máscaras se confeccionan con materiales corrientes, maderas, granos,
semillas, espejuelos, mechones de pelo, clavos de cobre, caracoles y a veces se las
recubre con metales. Tanto en su fabricación como en su uso es necesario tomar
precauciones contra ella mediante ofrendas, sacrificios, amuletos y abstinencia
sexual, por estar cargada de fuerzas cuyo contacto puede ser peligroso. Su
importancia como forma expresiva característica de la cosmovisión africana radica
en que se sintetizan en ella tanto «contenidos estéticos» como los más profundos
significados cosmogónicos.
¿Cómo incluir una máscara africana en el Reino del Arte, ése en el que se
mueven con coherencia Leonardo y Delacroix, la Victoria de Samotracia v la Paulina
Bonaparte de Canova? En primer lugar se realiza una operación de dicotomía, ayu-
dados por una disciplina antropológica, el folklore. El objeto en sí, la máscara,
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«Según esta teoría hoy podemos ser ecuménicos y "recuperar" así las
obras de arte de todas las épocas precisamente porque las vaciamos todas
de su contenido ideológico-político, religioso, etc., y las apreciamos como
"arte puro" de acuerdo con nuestro moderno "código de lectura" formal;
porque somos "tolerantes" y podernos aceptar todo luego de haberlo
esterilizado. No por casualidad el término "esterilizado" es ambiguo y
sugiere a la vez "desinfección e impotencia".» 1
1
Xavier Rubert de Ventós, Teoría de la Sensibilidad, Península, Barcelona, 1973, pág. 406.
2
Kasimir Malevitch, «Manifiesto Suprematista», en Mario de Micheli, Las vanguardias artísticas del siglo XX,
Editorial Universitaria, Córdoba, 1968, pág. 367,
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«Tal vez haya una razón honda para que nuestra representación mental del
universo refleje siempre sólo algunos aspectos o panoramas de la realidad.
Nuestro pensamiento -en lenguaje "occidental" pero a lo mejor en cualquier
lenguaje humano- procede esencialmente en términos de opuestos. (...) La
antítesis popular entre movimiento y quietud pierde sentido en la teoría de
la actividad. La antítesis entre masa y energía es superada en la ley
einsteiniana de conservación, que da razón de su transformación mutua.
Corpúsculo y onda son ambos aspectos legítimos y complementarios de la
realidad física que, en ciertos fenómenos y aspectos ha de ser descrita
según el uno, en otros según el segundo. El contraste entre estructura y
proceso se viene abajo en el átomo así como en el organismo vivo cuya
estructura es al mismo tiempo expresión y portadora de un fluir continuo de
masa y energía. Acaso el problema inmemorial de cuerpo y mente sea de
naturaleza similar, por ser aspectos diferentes, equivocadamente
hipostasiados, de una y la misma realidad.» 4
3
Kasimir Malevitch, ibid., pág. 367
4
Ludwig von Bertalanffy, Teoría General de los Sistemas, Fondo de Cultura Económica, México, 1976, pág.
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«Desde este punto de vista (el que hemos definido como etnocéntrico) el
pensamiento no depende de la gramática, sino de las leyes de la lógica y de
la razón, que se supone son las mismas para todos los observadores del
universo para representar un racional en el universo que puede ser
"encontrado" independientemente por todos los observadores inteligentes,
ya hablen éstos chino o choctaw. (...) La lógica natural opina que las lenguas
diferentes son esencialmente métodos paralelos para expresar un mismo
racional de pensamiento y que, por lo tanto, sólo difieren en cosas menores
que sólo pueden parecer importantes porque son vistas a muy corta
distancia.» 8
8
Benjamin Lee Whorf, Lenguaje, pensamiento y realidad, Barral, Barcelona, 1971, pág. 236.
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Igual tesis sostiene Sapir: «El lenguaje está íntimamente ligado con nuestros hábitos de pensamiento; en cierto
sentido ambas cosas no son sino una sola. (...) El contenido latente de todos los idiomas siempre es el mismo: la ciencia
intuitiva de la expresión. Es una forma externa que nunca se repite exactamente del mismo modo pues esa forma que
llamamos morfología lingüística no es ni más ni menos que un arte colectivo del pensamiento (...).» E. Sapir, El
lenguaje, Fondo de Cultura Económica, México, 1975, pág. 247.
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Umberto Eco dice que en los últimos tiempos «surge espontáneamente la expresión "muerte del arte" para
indicar un acontecimiento histórico que, si no apocalíptico, representa por lo menos un cambio tan sustancial en la
evolución del concepto de arte como el que se verificó entre la Edad Media, el Renacimiento y el Manierismo, con el
ocaso de la concepción clásica (artesanal, canónica, intelectualista) de arte y el advenimiento de la concepción
moderna (ligada a las nociones de genialidad individual, sentimiento, fantasía, invención de reglas inéditas)». Según
Eco la aparición de las formas de arte contemporáneo cuestionan las categorías de la estética tradicional de las que
parecen escaparse. Umberto Eco, Le definición del arte, Ediciones Martínez Roca, Barcelona, 1970, pág. 128.
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Lévi-Strauss parecería sostener un criterio similar cuando diferencia el «arte moderno» del «arte primitivo».
Dice: «Un etnólogo se encontraría perfectamente a gusto y en un terreno con el que está familiarizado con el arte
griego anterior al siglo v y aún con la pintura italiana cuando se detiene uno en la Escuela de Siena. Allí donde el
terreno comenzaría a ceder bajo nuestro pie, donde la impresión de extrañeza se nos impondría, sería pues,
solamente con el arte griego del siglo v y por otra parte con la pintura italiana a partir del quattrocento. Es con
estas formas relativamente "modernas", cada una en su dimensión histórica, con las que hay que intentar hacer
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la comparación del arte o de las artes primitivas.» Claude Lévi-Strauss, Arte, lenguaje, etnología, Siglo XXI,
México. 1975, pág. 51.
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J. Baudrillard apunta en este sentido cuando dice : «Con toda la lucidez que se quiera adjudicar a su
originalidad y complejidad, quienes descubrieron las artes primitivas, salvajes, dieron pruebas de análoga buena
voluntad : sin prevención e intentando "restituir" esas "obras" a su "contexto" mágico y religioso, del modo más
cortés pero también más radical museificaron, inoculándoles la categoría estética, objetos que no eran arte en
absoluto y cuyo carácter no estético, precisamente, si se lo hubiera considerado con seriedad, habría podido ser
el punto de partida de una puesta en perspectiva radical esta vez (y no de una crítica interna que sólo lleva a la
reproducción ampliada) de la cultura occidental.» Es indudable, por otra parte, que tanto o más que la cultura
occidental se beneficiarían esas mismas prácticas «otras». J. Baudrillard, op. cit., pág. 94.
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