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Odebrecht, Reficar, los comedores escolares, Interbolsa, La Guajira, el cartel de los pañales, el
‘carrusel’ de la contratación, Estraval... La lista de casos de corrupción en Colombia parece
interminable. ¿Qué está pasando?
Empecemos por entender las etapas del desarrollo moral, que consiste en avanzar de una
concepción centrada en el interés personal hacia el reconocimiento cada vez más extenso de los
derechos ajenos. En los estudios sobre psicología infantil (especialmente en los textos ya clásicos
de Jean Piaget o de Lawrence Kohlbert) se han identificado varios niveles o fases sucesivas en el
proceso de construcción moral:
• En el nivel etnocéntrico, los grupos a los cuales pertenezco y con los cuales me identifico pasan a
ser el foco: la familia, la comunidad local o el país como un todo (por ejemplo, en el nacionalismo).
Los niveles superiores de esta escala (mundo y cosmocéntrico) son esenciales para fundamentar
una moral genuinamente interesada por los temas ambientales, por ejemplo. Y en el nivel
etnocéntrico, el individuo necesita al menos abordar el país como un todo para fundamentar una
moralidad genuinamente preocupada por la corrupción.
Aquí es donde está el problema: muy pocas personas alcanzan el nivel etnocéntrico ampliado. Es
decir, a pocos les importa el país como un todo. Veamos por qué.
País dividido
Para empezar, consideremos el origen de nuestra estructura social. Esta proviene de la Conquista
española, la cual entronizó una jerarquía de castas fundamentada en la pureza racial durante más
de tres siglos. La Independencia, auspiciada por los criollos blancos, llevó a la abolición formal de
las castas, pero no acabó las prácticas sociales de exclusión o discriminación por razones de
sangre.
La otra cara de la moneda ha sido el elitismo que dicha jerarquía entraña y que implica un sentido
de privilegio, de no estar sometido a reglas. Por eso se han acuñado refranes como “la ley es para
los de ruana”. Esto es importante, porque los estratos altos y medio-altos son los mayores agentes
de la corrupción en Colombia. Desde luego, se encuentra la criminalidad más abierta en los
estratos inferiores, pero esta nace en parte de las dificultades de acceso a las oportunidades
económicas.
El tránsito hacia una economía de mercado, que se dio en el país mientras se mantenía la
estructura anterior, significó la creciente intensificación de un nuevo criterio de éxito: el
económico. La individualización que conllevaba esta visión de éxito se ha traducido en el
abandono progresivo de los valores tradicionales que daban prioridad a la lealtad y a la
obediencia. Esta erosión de valores implicó el regreso desde niveles etnocéntricos más amplios a
unos menos amplios, hasta llegar al nivel puramente egocéntrico.
Por otra parte, la conformación física del país (compuesta por regiones separadas, heterogéneas y
con precarias vías de comunicación) dio lugar a una nación fragmentada donde los “otros” no
están articulados con el centro. Por ejemplo, en lo simbólico, apenas hacia 1920 el país tuvo
oficialmente un himno nacional. Y tampoco contribuyó a la integración la persistencia del conflicto
armado.
Ligado a lo anterior aparece la ausencia de un Estado con la fortaleza suficiente para garantizar el
reinado de la ley y la responsabilidad política de los elegidos (especialmente en la periferia). Tal
como lo han mostrado, entre otros, los trabajos de Fernán González, Alejandro Reyes y Francisco
Gutiérrez, lo que ha existido históricamente es un acomodo entre élites nacionales, regionales y
locales: las primeras conceden a las segundas un amplio grado de autonomía a cambio de su
respaldo.
Esta fragmentación mina por completo la independencia y efectividad de las escasas y débiles
instituciones nacionales, estimula el clientelismo y permite la corrupción. Por ejemplo, muy
recientemente el presidente de la Cámara Colombiana de la Infraestructura, Juan Martín Caicedo,
habló de este fenómeno en referencia a la adjudicación y realización de obras.
Por otra parte, el limitado crecimiento económico del país y la concentración de sus beneficios han
significado niveles de apenas subsistencia para la mayoría de colombianos. Como ha explicado el
psicólogo Abraham Maslow, esta precariedad en las condiciones de vida obliga a concentrar la
atención en satisfacer las necesidades más básicas, pero no permite pensar en los niveles
superiores, donde se fundamentan la moralidad y la solidaridad.
(Lea: Conozca cuáles son las 500 empresas que deberán tener plan antisoborno)
Sin duda, los grandes cambios sociales del último siglo han incidido sobre los patrones de la
moralidad, y en algunos contextos o sentidos han ayudado a crear nuevas solidaridades
integradoras. Por ejemplo, la concentración demográfica en centros urbanos, la industrialización,
el cambio tecnológico, la generalización de la educación y el desarrollo de los medios de
comunicación (hasta llegar a internet). A esto se suman la expansión demográfica y el
rejuvenecimiento de la población.
Todo esto constituye el fundamento de una nueva esfera de opinión pública crecientemente
crítica, cuya presencia e impacto se muestra en la cada vez mayor censura popular no solo a la
corrupción y la criminalidad, sino al irrespeto de los derechos fundamentales, de género y de los
animales, entre otros.
Esta situación refleja la gran dificultad para interiorizar las normas de equidad en sociedades
permeadas por la injusticia. Las dificultades de una moral incluyente se reflejan, por ejemplo, en el
escaso rechazo de los condenados y señalados por corrupción dentro de sus comunidades. Esto se
manifiesta asimismo en la tranquilidad con la cual estos hacen despliegue público de sus riquezas.
En ausencia de una moral de base amplia, el Estado es percibido como un botín, una fuente de la
cual hay que aprovecharse si la oportunidad lo permite. Y el sector privado no escapa a tendencias
similares. Sin duda, las dificultades para acceder a canales alternativos de movilidad social pesan
en este problema, como también pesa el anhelo desbordado de riqueza fácil.
Razón Pública
Razón Pública es un centro de pensamiento sin ánimo de lucro que pretende que los mejores
analistas tengan más incidencia en la toma de decisiones en Colombia.
Cuatro miradas distintas sobre un mismo problema
No tenemos identidad de país, no nos concebimos como una sola nación en la que todos debemos
cuidarnos y, en consecuencia, no cuidamos lo que es de bien para todos, los bienes públicos
Enrique Serrano
“La corrupción es un tema que tiene mucho que ver con la cultura, con prácticas de permisividad y
de relación con la ley que tienen siglos de maduración. En Colombia nunca ha habido frontera
entre corrupción y astucia. El hecho de que ahora haya más reglamentaciones y se judicialice a los
individuos no ha podido cambiar de manera radical la relación del pueblo con la ilegalidad, la
viveza, el sentido de la oportunidad. Esto explica en gran medida tanto la corrupción política como
nuestra tradición clientelista”.
Fabián Sanabria
Mucha gente viene de lo privado a ‘surfear’ en lo público y, mientras lo hace, paga favores
Marcela Anzola
Abogada y consultora
“Para un gran número de ciudadanos, el Estado es un tercero con recursos ilimitados que provee
beneficios por los cuales hay que competir. El hecho de que el Estado sea el principal empleador y
contratista, así como la existencia de programas focalizados, han contribuido a promover esta
visión. Dejar de ver al Estado como botín implica romper con este imaginario y entender que los
recursos son limitados, que son los contribuyentes los que proveen estos beneficios y no un ente
abstracto”.
Para un gran número de ciudadanos, el Estado es un tercero con recursos ilimitados que provee
beneficios por los cuales hay que competir