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Antología poética del Siglo de Oro

Textos de Garcilaso de la Vega


Soneto XXIII Soneto X

En tanto que de rosa y de azucena ¡Oh dulces prendas, por mí mal halladas,
se muestra la color en vuestro gesto, dulces y alegres cuando Dios quería,
y que vuestro mirar ardiente, honesto, Juntas estáis en la memoria mía,
con clara luz la tempestad serena; y con ella en mi muerte conjuradas!

y en tanto que el cabello, que en la vena ¿Quién me dijera, cuando las pasadas
del oro se escogió, con vuelo presto horas que en tanto bien por vos me vía,
por el hermoso cuello blanco, enhiesto, que me habiáis de ser en algún día
el viento mueve, esparce y desordena: con tan grave dolor representadas?

coged de vuestra alegre primavera Pues en una hora junto me llevastes


el dulce fruto antes que el tiempo airado todo el bien que por términos me distes,
cubra de nieve la hermosa cumbre. lleváme junto el mal que me dejastes;

Marchitará la rosa el viento helado, si no, sospecharé que me pusistes


todo lo mudará la edad ligera en tantos bienes, porque deseastes
por no hacer mudanza en su costumbre. verme morir entre memorias tristes.

Soneto V Canción V

Escrito está en mi alma vuestro gesto, Si de mi baja lira


y cuanto yo escribir de vos deseo; tanto pudiese el son, que en un momento
vos sola lo escribiste, yo lo leo aplacase la ira
tan solo, que aun de vos me guardo de esto. del animoso viento
y la furia del mar y el movimiento;
En esto estoy y estaré siempre puesto,
que aunque no cabe en mí cuanto en vos veo, y en ásperas montañas
de tanto bien lo que no entiendo creo, con el suave canto enterneciese
tomando ya la fe por presupuesto. las fieras alimañas,
los árboles moviese,
Yo no nací sino para quereros; y al son confusamente los trajese;
mi alma os ha cortado a su medida:
por hábito del alma misma os quiero. no pienses que cantado
sería de mí, hermosa flor de Gnido,
Cuanto tengo confieso yo deberos; el fiero Marte airado,
por vos nací, por vos tengo la vida, a muerte convertido,
por vos he de morir y por vos muero. de polvo y sangre, y de sudor teñido;

ni aquellos capitanes
en las sublimes ruedas colocados,
por quien los alemanes
el fiero cuello atados,
y los franceses van domesticados.

Mas solamente aquella


fuerza de tu beldad sería cantada,
y alguna vez con ella
también sería notada
el aspereza de que estás armada;
y cómo por ti sola, Estábase alegrando
y por tu gran valor y fermosura, del mal ajeno el pecho empedernido,
convertido en viola, cuando abajo mirando
llora su desventura el cuerpo muerto vido
el miserable amante en tu figura. del miserable amante, allí tendido.

Hablo de aquel cautivo, Y al cuello el lazo atado


de quien tener se debe más cuidado, con que desenlazó de la cadena
que está muriendo vivo, el corazón cuitado,
al remo condenado, que con su breve pena
en la concha de Venus amarrado. compró la plena punición ajena.
Por ti, como solía,
del áspero caballo no corrige Sintió allí convertirse
la furia y gallardía en piedad amorosa el aspereza.
ni con freno le rige, ¡Oh tardo arrepentirse!
ni con vivas espuelas ya le aflige. ¡Oh última terneza!
¿Cómo te sucedió mayor dureza?
Por ti, con diestra mano,
no revuelve la espada presurosa, Los ojos se enclavaron
y en el dudoso llano en el tendido cuerpo que allí vieron;
huye la polvorosa los huesos se tornaron
palestra como sierpe ponzoñosa. más duros y crecieron,
y en sí toda la carne convirtieron;
Por ti, su blanda musa,
en lugar de la cítara sonante, las entrañas heladas
tristes querellas usa, tornaron poco a poco en piedra dura;
que con llanto abundante por las venas cuitadas
hacen bañar el rostro del amante. la sangre su figura
iba desconociendo y su natura;
Por ti, el mayor amigo
le es importuno, grave y enojoso; hasta que finalmente
yo puedo ser testigo en duro mármol vuelta y transformada,
que ya del peligroso hizo de sí la gente
naufragio fui su puerto y su reposo. no tan maravillada
cuanto de aquella ingratitud vengada.
Y agora en tal manera
vence el dolor a la razón perdida, No quieras tú, señora,
que ponzoñosa fiera de Némesis airada las saetas
nunca fue aborrecida probar, por Dios, agora;
tanto como yo dél, ni tan temida. baste que tus perfetas
obras y fermosura a los poetas
No fuiste tú engendrada
ni producida de la dura tierra; den inmortal materia,
no debe ser notada sin que también en verso lamentable
que ingratamente yerra celebren la miseria
quien todo el otro error de sí destierra. de algún caso notable
que por ti pase triste y miserable.
Hágate temerosa
el caso de Anaxárate, y cobarde,
que de ser desdeñosa
se arrepintió muy tarde;
y así, su alma con su mármol arde.
Textos de Fray Luis de León

Y como codiciosa
Oda I – Vida retirada por ver y acrecentar su hermosura,
desde la cumbre airosa
¡Qué descansada vida una fontana pura
la del que huye del mundanal ruïdo, hasta llegar corriendo se apresura.
y sigue la escondida
senda, por donde han ido Y luego, sosegada,
los pocos sabios que en el mundo han sido; el paso entre los árboles torciendo,
el suelo de pasada
Que no le enturbia el pecho de verdura vistiendo
de los soberbios grandes el estado, y con diversas flores va esparciendo.
ni del dorado techo
se admira, fabricado El aire del huerto orea
del sabio Moro, en jaspe sustentado! y ofrece mil olores al sentido;
los árboles menea
No cura si la fama con un manso ruïdo
canta con voz su nombre pregonera, que del oro y del cetro pone olvido.
ni cura si encarama
la lengua lisonjera Téngase su tesoro
lo que condena la verdad sincera. los que de un falso leño se confían;
no es mío ver el lloro
¿Qué presta a mi contento de los que desconfían
si soy del vano dedo señalado; cuando el cierzo y el ábrego porfían.
si, en busca deste viento,
ando desalentado La combatida antena
con ansias vivas, con mortal cuidado? cruje, y en ciega noche el claro día
se torna, al cielo suena
¡Oh monte, oh fuente, oh río,! confusa vocería,
¡Oh secreto seguro, deleitoso! y la mar enriquecen a porfía.
Roto casi el navío,
a vuestro almo reposo A mí una pobrecilla
huyo de aqueste mar tempestuoso. mesa de amable paz bien abastada
me basta, y la vajilla,
Un no rompido sueño, de fino oro labrada
un día puro, alegre, libre quiero; sea de quien la mar no teme airada.
no quiero ver el ceño
vanamente severo Y mientras miserable-
de a quien la sangre ensalza o el dinero. mente se están los otros abrazando
con sed insacïable
Despiértenme las aves del peligroso mando,
con su cantar sabroso no aprendido; tendido yo a la sombra esté cantando.
no los cuidados graves
de que es siempre seguido A la sombra tendido,
el que al ajeno arbitrio está atenido. de hiedra y lauro eterno coronado,
puesto el atento oído
Vivir quiero conmigo, al son dulce, acordado,
gozar quiero del bien que debo al cielo, del plectro sabiamente meneado.
a solas, sin testigo,
libre de amor, de celo,
de odio, de esperanzas, de recelo.

Del monte en la ladera,


por mi mano plantado tengo un huerto,
que con la primavera
de bella flor cubierto
ya muestra en esperanza el fruto cierto.
Oda XI – Al licenciado Juan de Grial Oda XIII – De la vida del cielo

Recoge ya en el seno Alma región luciente,


el campo su hermosura, el cielo aoja prado de bienandanza, que ni al hielo
con luz triste el ameno ni con el rayo ardiente
verdor, y hoja a hoja fallece; fértil suelo,
las cimas de los árboles despoja. producidor eterno de consuelo:

Ya Febo inclina el paso de púrpura y de nieve


al resplandor egeo; ya del día florida, la cabeza coronado,
las horas corta escaso; y dulces pastos mueve,
ya Éolo al mediodía, sin honda ni cayado,
soplando espesas nubes nos envía; el Buen Pastor en ti su hato amado.

ya el ave vengadora Él va, y en pos dichosas


del Íbico navega los nublados le siguen sus ovejas, do las pace
y con voz ronca llora, con inmortales rosas,
y, el yugo al cuello atados, con flor que siempre nace
los bueyes van rompiendo los sembrados. y cuanto más se goza más renace.

El tiempo nos convida Y dentro a la montaña


a los estudios nobles, y la fama, del alto bien las guía; ya en la vena
Grial, a la subida del gozo fiel las baña,
del sacro monte llama, y les da mesa llena,
do no podrá subir la postrer llama; pastor y pasto él solo, y suerte buena.

alarga el bien guiado Y de su esfera, cuando


paso y la cuesta vence y solo gana la cumbre toca, altísimo subido,
la cumbre del collado el sol, él sesteando,
y, do más pura mana de su hato ceñido,
la fuente, satisfaz tu ardiente gana; con dulce son deleita el santo oído.

no cures si el perdido Toca el rabel sonoro,


error admira el oro y va sediento y el inmortal dulzor al alma pasa,
en pos de un bien fingido, con que envilece el oro,
que no ansí vuela el viento, y ardiendo se traspasa
cuanto es fugaz y vano aquel contento; y lanza en aquel bien libre de tasa.

escribe lo que Febo ¡Oh, son! ¡Oh, voz! Siquiera


te dicta favorable, que lo antiguo pequeña parte alguna decendiese
iguala y pasa el nuevo en mi sentido, y fuera
estilo; y, caro amigo, de sí la alma pusiese
no esperes que podré atener contigo, y toda en ti, ¡oh, Amor!, la convirtiese,

que yo, de un torbellino conocería dónde


traidor acometido y derrocado sesteas, dulce Esposo, y, desatada
del medio del camino de esta prisión adonde
al hondo, el plectro amado padece, a tu manada
y del vuelo las alas he quebrado. viviera junta, sin vagar errada.
Textos de San Juan de la Cruz
En una noche escura ¡O cauterio suave!
con ansias en amores inflamada ¡O regalada llaga!
¡oh dichosa ventura! ¡O mano blanda! ¡O toque delicado,
salí sin ser notada que a vida eterna save
estando ya mi casa sosegada. y toda deuda paga!,
matando muerte en vida la as trocado.
A escuras y segura
por la secreta escala, disfraçada, ¡O lámparas de fuego,
¡o dichosa ventura! en cuyos resplandores
a escuras y en celada las profundas cabernas del sentido
estando ya mi casa sosegada. que estava obscuro y ciego
con estraños primores
En la noche dichosa calor y luz dan junto a su querido!
en secreto que nadie me veía,
ni yo miraba cosa ¡Quán manso y amoroso
sin otra luz y guía recuerdas en mi seno
sino la que en el coraçón ardía. donde secretamente solo moras
y en tu aspirar sabroso
Aquésta me guiaba de bien y gloria lleno
más cierto que la luz de mediodía quán delicadamente me enamoras!
adonde me esperaba
quien yo bien me sabía
en parte donde nadie parecía. Otras del mismo a lo divino.

¡O noche, que guiaste! Tras de un amoroso lance


¡O noche amable más que la alborada! y no de esperança falto
¡oh noche que juntaste volé tan alto tan alto
amado con amada, que le di a la caça alcance.
amada en el amado transformada!
I
En mi pecho florido, Para que yo alcance diesse
que entero para él solo se guardaba a aqueste lance divino
allí quedó dormido tanto bolar me convino
y yo le regalaba que de vista me perdiesse
y el ventalle de cedros aire daba. y con todo en este trance
en el buelo quedé falto
El aire de la almena mas el amor fue tan alto
quando yo sus cabellos esparcía que le di a la caça alcance.
con su mano serena
en mi cuello hería II
y todos mis sentidos suspendía. Quanto más alto suvía
deslumbróseme la vista
Quedéme y olvidéme y la más fuerte conquista
el rostro recliné sobre el amado; en escuro se hazía
cesó todo, y dexéme mas, por ser de amor el lance
dexando mi cuidado di un ciego y oscuro salto
entre las açucenas olvidado. y fuy tan alto tan alto
que le di a la caça alcance.

III
Llama de amor viva Cuanto más alto llegava
de este lance tan subido
tanto más baxo y rendido
¡O llama de amor viva,
y abatido me hallava
que tiernamente hyeres
dixe: No abrá quien alcance.
de mi alma en el más profundo centro!
Abatíme tanto tanto
pues ya no eres esquiva,
que fuy tan alto tan alto
acava ya, si quieres;
que le di a la caça alcance.
rompe la tela de este dulce encuentro.
IV
Por una estraña manera esperé solo este lance
mil buelos pasé de un buelo y en esperar no fuy falto
porque esperança de cielo pues fuy tan alto tan alto,
tanto alcança quanto espera que le di a la caça alcance.

Textos de Luis de Góngora


I Dejadme llorar
Orillas del mar.
La más bella niña
De nuestro lugar, Dulce madre mía,
Hoy viuda y sola ¿Quién no llorará,
Y ayer por casar, Aunque tenga el pecho
Viendo que sus ojos Como un pedernal,
A la guerra van, Y no dará voces
A su madre dice, Viendo marchitar
Que escucha su mal: Los más verdes años
De mi mocedad?
Dejadme llorar
Orillas del mar. Dejadme llorar
Orillas del mar.
Pues me distes, madre,
En tan tierna edad Váyanse las noches,
Tan corto el placer, Pues ido se han
Tan largo el pesar, Los ojos que hacían
Y me cautivastes Los míos velar;
De quien hoy se va Váyanse, y no vean
Y lleva las llaves Tanta soledad,
De mi libertad, Después que en mi lecho
Sobra la mitad.
Dejadme llorar
Orillas del mar. Dejadme llorar
Orillas del mar.
En llorar conviertan
Mis ojos, de hoy más,
El sabroso oficio
Del dulce mirar, II
Pues que no se pueden
Mejor ocupar,
Ándeme yo caliente
Yéndose a la guerra
Y ríase la gente.
Quien era mi paz,
Traten otros del gobierno
Del mundo y sus monarquías,
Dejadme llorar Mientras gobiernan mis días
Orillas del mar. Mantequillas y pan tierno,
Y las mañanas de invierno
No me pongáis freno Naranjada y aguardiente,
Ni queráis culpar, Y ríase la gente.
Que lo uno es justo,
Lo otro por demás. Coma en dorada vajilla
Si me queréis bien, El príncipe mil cuidados,
No me hagáis mal; Cómo píldoras dorados;
Harto peor fuera Que yo en mi pobre mesilla
Morir y callar, Quiero más una morcilla
Que en el asador reviente,
Y ríase la gente.
Cuando cubra las montañas »Porque si es verdad que llora
De blanca nieve el enero, Mi captiverio en tu arena,
Tenga yo lleno el brasero Bien puedes al mar del Sur
De bellotas y castañas, Vencer en lucientes perlas.
Y quien las dulces patrañas
Del Rey que rabió me cuente, »Dame ya, sagrado mar,
Y ríase la gente. A mis demandas respuesta,
Que bien puedes, si es verdad
Busque muy en hora buena Que las aguas tienen lengua,
El mercader nuevos soles;
Yo conchas y caracoles »Pero, pues no me respondes,
Entre la menuda arena, Sin duda alguna que es muerta,
Escuchando a Filomena Aunque no lo debe ser,
Sobre el chopo de la fuente, Pues que vivo yo en su ausencia.
Y ríase la gente.
»¡Pues he vivido diez años
Pase a media noche el mar, Sin libertad y sin ella,
Y arda en amorosa llama Siempre al remo condenado
Leandro por ver a su Dama; A nadie matarán penas!»
Que yo más quiero pasar
Del golfo de mi lagar En esto se descubrieron
La blanca o roja corriente, De la Religión seis velas,
Y ríase la gente. Y el cómitre mandó usar
Al forzado de su fuerza.
Pues Amor es tan cruel,
Que de Píramo y su amada
Hace tálamo una espada,
Do se junten ella y él,
Soledad primera (Parte I)
Sea mi Tisbe un pastel,
Y la espada sea mi diente,
Y ríase la gente Era del año la estación florida
En que el mentido robador de Europa
—Media luna las armas de su frente,
Y el Sol todo los rayos de su pelo—,
Luciente honor del cielo,
III En campos de zafiro pace estrellas,
Cuando el que ministrar podía la copa
Amarrado al duro banco A Júpiter mejor que el garzón de Ida,
De una galera turquesca, —Náufrago y desdeñado, sobre ausente—,
Ambas manos en el remo Lagrimosas de amor dulces querellas
Y ambos ojos en la tierra, Da al mar; que condolido,
Fue a las ondas, fue al viento
Un forzado de Dragut El mísero gemido,
En la playa de Marbella Segundo de Arïón dulce instrumento.
Se quejaba al ronco son
Del remo y de la cadena: Del siempre en la montaña opuesto pino
Al enemigo Noto
«¡Oh sagrado mar de España, Piadoso miembro roto
Famosa playa serena, —Breve tabla— delfín no fue pequeño
Teatro donde se han hecho Al inconsiderado peregrino
Cien mil navales tragedias!, Que a una Libia de ondas su camino
Fió, y su vida a un leño.
»Pues eres tú el mismo mar Del Océano, pues, antes sorbido,
Que con tus crecientes besas Y luego vomitado
Las murallas de mi patria, No lejos de un escollo coronado
Coronadas y soberbias, De secos juncos, de calientes plumas
—Alga todo y espumas—
»Tráeme nuevas de mi esposa, Halló hospitalidad donde halló nido
Y dime si han sido ciertas De Júplter el ave.
Las lágrimas y suspiros
Que me dice por sus letras;
Besa la arena, y de la rota nave Breve esplendor de mal distinta lumbre:
Aquella parte poca Farol de una cabaña
Que le expuso en la playa dio a la roca; Que sobre el ferro está, en aquel incierto
Que aun se dejan las peñas Golfo de sombras anunciando el puerto.
Lisonjear de agradecidas señas.

Desnudo el joven, cuanto ya el vestido


Océano ha bebido
Restituir le hace a las arenas; De una dama que, quitándose una sortija,
Y al Sol le extiende luego, se picó con un alfiler
Que, lamiéndole apenas
Su dulce lengua de templado fuego, Prisión del nácar era articulado
Lento lo embiste, y con suave estilo De mi firmeza un émulo luciente,
La menor onda chupa al menor hilo. Un dïamante, ingenïosamente
En oro también él aprisionado.
No bien, pues, de su luz los horizontes
—Que hacían desigual, confusamente, Clori, pues, que a su dedo apremïado
Montes de agua y piélagos de montes— De metal aun precioso no consiente,
Desdorados los siente, Gallarda un día, sobre impacïente,
Cuando —entregado el mísero extranjero Lo redimió del vínculo dorado.
En lo que ya del mar redimió fiero—
Entre espinas crepúsculos pisando,
Mas ay, que insidïoso latón breve
Riscos que aun igualara mal, volando,
En los cristales de su bella mano
Veloz, intrépida ala,
Sacrílego divina sangre bebe:
—Menos cansado que confuso— escala.
Púrpura ilustró menos indïano
Vencida al fin la cumbre
Marfil; invidïosa sobre nieve,
—Del mar siempre sonante,
Claveles deshojó la Aurora en vano.
De la muda campaña
Árbitro igual e inexpugnable muro—,
Con pie ya más seguro
Declina al vacilante

Textos de Lope de Vega


blanco, rubio por extremo,
«—Mira, Zaide, que te digo señalado entre linajes,
que no pases por mi calle, el gallo de los bravatos,
no hables con mis mujeres, la nata de los donaires;
ni con mis cautivos trates,
que pierdo mucho en perderte
no preguntes en qué entiendo y gano mucho en ganarte,
ni quien viene a visitarme, y que si nacieras mudo
qué fiestas me dan contento fuera posible adorarte;
ni qué colores me aplacen;
mas por ese inconviniente
basta que son por tu causa determino de dejarte,
las que en el rostro me salen, que eres pródigo de lengua
corrida de haber mirado y amargan tus liviandades;
moro que tan poco sabe.
habrá menester ponerte
Confieso que eres valiente, la que quisiere llevarte
que hiendes, rajas y partes, un alcázar en los pechos
y que has muerto más cristianos y en los labios un alcaide.
que tienes gotas de sangre;
Mucho pueden con las damas
que eres gallardo ginete, los galanes de tus partes,
que danzas, cantas y tañes, porque los quieren briosos,
gentilhombre, bien criado que hiendan y que desgarren;
cuanto puede imaginarse;
mas con esto, Zaide amigo, Si pides señas, tiene el vellocino
si algún banquete les hacen pardo, encrespado, y los ojuelos tiene
del plato de sus favores como durmiendo en regalado sueño.
quieren que coman y callen.
Si piensas que no soy su dueño, Alcino,
Costoso me fue el que heciste; suelta, y verásle si a mi choza viene,
que dichoso fueras, Zaide, que aun tienen sal las manos de su dueño.
si conservarme supieras
como supiste obligarme.

Mas no bien saliste apenas Soneto


de los jardines de Atarfe,
cuando heciste de la mía Ir y quedarse, y con quedar partirse,
y de tu desdicha alarde. partir sin alma, y ir con alma ajena,
oír la dulce voz de una sirena
A un morillo mal nacido y no poder del árbol desasirse;
he sabido que enseñaste
la trenza de mis cabellos arder como la vela y consumirse,
que te puse en el turbante. haciendo torres sobre tierna arena;
caer de un cielo, y ser demonio en pena,
No quiero que me la vuelvas, y de serlo jamás arrepentirse;
ni que tampoco la guardes,
mas quiero que entiendas, moro, hablar entre las mudas soledades,
que en mi desgracia la traes. pedir prestada sobre fe paciencia,
y lo que es temporal llamar eterno;
También me certificaron
cómo le desafiaste creer sospechas y negar verdades,
por las verdades que dijo, es lo que llaman en el mundo ausencia,
que nunca fueran verdades. fuego en el alma, y en la vida infierno.

De mala gana me río;


¡qué donoso disparate!
no guardaste tu secreto
¿y quieres que otro lo guarde?
Soneto
No puedo admitir disculpa,
otra vez torno [a] avisarte
que ésta será la postrera ¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?
que te hable y que me hables—». ¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta cubierto de rocío
pasas las noches del invierno escuras?
Dijo la discreta Zaida
al gallardo Abencerraje,
y al despedirse replica ¡Oh cuánto fueron mis entrañas duras,
«Quien tal hace, que tal pague». pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío,
si de mi ingratitud el hielo frío
secó las llagas de tus plantas puras!
Soneto
¡Cuántas veces el Ángel me decía:
«Alma, asómate agora a la ventana,
Suelta mi manso, mayoral extraño,
verás con cuánto amor llamar porfía»!
pues otro tienes de tu igual decoro,
deja la prenda que en el alma adoro,
perdida por tu bien y por mi daño. ¡Y cuántas, hermosura[s] soberana,
«Mañana le abriremos», respondía,
para lo mismo responder mañana!
Ponle su esquila de labrado estaño,
y no le engañen tus collares de oro,
toma en albricias este blanco toro,
que a las primeras hierbas cumple un año.
Soneto

Un soneto me manda hacer Violante Por el primer terceto voy entrando,


que en mi vida me he visto en tanto aprieto; y parece que entré con pie derecho,
catorce versos dicen que es soneto; pues fin con este verso le voy dando.
burla burlando van los tres delante.
Ya estoy en el segundo, y aun sospecho
Yo pensé que no hallara consonante, que voy los trece versos acabando;
y estoy a la mitad de otro cuarteto; contad si son catorce, y está hecho.
mas si me veo en el primer terceto,
no hay cosa en los cuartetos que me espante.

Textos de Francisco de Quevedo


A un hombre de gran nariz Poderoso caballero es don dinero

Érase un hombre a una nariz pegado, Madre, yo al oro me humillo,


Érase una nariz superlativa, Él es mi amante y mi amado,
Érase una alquitara medio viva, Pues de puro enamorado
Érase un peje espada mal barbado; Anda continuo amarillo.
Que pues doblón o sencillo
Era un reloj de sol mal encarado. Hace todo cuanto quiero,
Érase un elefante boca arriba, Poderoso caballero
Érase una nariz sayón y escriba, Es don Dinero.
Un Ovidio Nasón mal narigado.
Nace en las Indias honrado,
Érase el espolón de una galera, Donde el mundo le acompaña;
Érase una pirámide de Egito, Viene a morir en España,
Los doce tribus de narices era; Y es en Génova enterrado.
Y pues quien le trae al lado
Érase un naricísimo infinito, Es hermoso, aunque sea fiero,
Frisón archinariz, caratulera, Poderoso caballero
Sabañón garrafal morado y frito. Es don Dinero.

Son sus padres principales,


Y es de nobles descendiente,
Porque en las venas de Oriente
Signifícase la propia brevedad de la vida,
Todas las sangres son Reales.
sin pensar, y con padecer, salteada de la
Y pues es quien hace iguales
muerte
Al rico y al pordiosero,
Poderoso caballero
Fue sueño Ayer; Mañana será tierra: Es don Dinero.
Poco antes nada, y poco después humo,
¡Y destino ambiciones, y presumo
¿A quién no le maravilla
Apenas punto al cerco que me cierra!
Ver en su gloria, sin tasa,
Que es lo más ruin de su casa
Breve combate de importuna guerra, Doña Blanca de Castilla?
En mi defensa soy peligro sumo: Mas pues que su fuerza humilla
Y mientras con mis armas me consumo, Al cobarde y al guerrero,
Menos me hospeda el cuerpo, que me entierra. Poderoso caballero
Es don Dinero.
Ya no es Ayer; Mañana no ha llegado;
Hoy pasa, y es, y fue, con movimiento Es tanta su majestad,
Que a la muerte me lleva despeñado. Aunque son sus duelos hartos,
Que aun con estar hecho cuartos
Azadas son la hora y el momento, No pierde su calidad.
Que a jornal de mi pena y mi cuidado, Pero pues da autoridad
Cavan en mi vivir mi monumento. Al gañán y al jornalero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.

Más valen en cualquier tierra


(Mirad si es harto sagaz)
Sus escudos en la paz
Que rodelas en la guerra.
Pues al natural destierra
Y hace propio al forastero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.

Mujer puntiaguda con enaguas

Si eres campana ¿dónde está el badajo?


Si Pirámide andante vete a Egito,
Si Peonza al revés trae sobrescrito,
Si Pan de azúcar en Motril te encajo.

Si Capitel ¿qué haces acá abajo?


Si de disciplinante mal contrito
Eres el cucurucho y el delito,
Llámente los Cipreses arrendajo.

Si eres punzón, ¿por qué el estuche dejas?


Si cubilete saca el testimonio,
Si eres coroza encájate en las viejas.

Si büida visión de San Antonio,


Llámate Doña Embudo con guedejas,
Si mujer da esas faldas al demonio.

Enseña cómo todas las cosas avisan de la


muerte

Miré los muros de la Patria mía,


Si un tiempo fuertes, ya desmoronados,
De la carrera de la edad cansados,
Por quien caduca ya su valentía.

Salíme al Campo, vi que el Sol bebía


Los arroyos del hielo desatados,
Y del Monte quejosos los ganados,
Que con sombras hurtó su luz al día.

Entré en mi Casa; vi que, amancillada,


De anciana habitación era despojos;
Mi báculo más corvo y menos fuerte.

Vencida de la edad sentí mi espada,


Y no hallé cosa en que poner los ojos
Que no fuese recuerdo de la muerte.

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