Está en la página 1de 5

Cómo criar hijos ateos

El filósofo Alejandro Rozitchner acaba de publicar junto a su esposa, Ximena Ianantuoni, el


libro Hijos sin dios, en el que cuentan su experiencia acerca de una crianza «genuina», con
una educación «atea, comprometida y amorosa».

© Fernando G. Toledo

Adónde vamos cuando morimos?», «¿hay alguien allá arriba que nos cuida?», «¿quién creó el
mundo?». Son preguntas tan usuales como complejas éstas que hacen los niños con su ardiente
curiosidad. Pero las respuestas no siempre son unívocas, sino que dependen de una clara distinción:
si las coordenadas desde las que los padres responden son ateas o creyentes.
Puestos a indagar en el asunto, el filósofo Alejandro Rozitchner y su esposa, la psicóloga Ximena
Ianantuoni, escribieron y publicaron Hijos sin dios (Sudamericana), cuyo subtítulo (Cómo criar
chicos ateos) define de un plumazo la perspectiva en la que se sitúan.
Trazado como un diálogo epistolar entre el matrimonio, en el que ambos abordan esas recurrentes
preguntas de los niños, Rozitchner y Ianantuoni –padres de dos varones– quieren explicar que la de
los ateos es para sus hijos una «crianza genuina», pues «no necesita de ningún ser superior
imaginario» del que dependa el aprendizaje de sus niños, ni su muerte, ni su vida.
Alejandro Rozitchner (autor de Ideas falsas, Argentina impotencia y del blog www.100volando.net)
asegura en esta entrevista, además, que está dispuesto a contarle a sus hijos «sólo la verdad».

–¿Cuál es la estructura y el objetivo del libro?


–El objetivo es ayudar a pensar y abrir al espacio y la experiencia de la crianza en padres ateos. Es
decir, personas que no creen en Dios, que no tienen a la religión como referencia, y que viven los
problemas que tienen que ver con esa situación. Es decir, un diálogo complejo con los hijos, en el
cual uno no quiere faltar a la verdad y entonces tiene que acudir a realidades «duras», como puede
ser la existencia de la muerte o cierto carácter desbordante de la naturaleza. En realidad, lo que
hicimos como formato fue enviarnos largos textos entre mi mujer y yo, pensando en cuáles tenían
que ser los temas, qué teníamos que abordar, y dándoles vueltas para tratar de entender lo que había
en cada caso.
–¿Y qué tienen de distintos los hijos de padres ateos de otros que no lo son o que nacen en
familias mixtas, por ejemplo, de madre creyente y padre ateo?
–La idea expresada de modo extremo es que la crianza plena exige el ateísmo, porque el padre ateo
no tiene un padre simbólico a quien acudir, sino que se hace cargo a pleno de la educación y
formación de sus hijos. No hay otro papá que diga cuáles son los valores. El padre ateo es el que se
la juega, el que inventa la forma que considera correcta. Y en ausencia de esa otra «referencia
simbólica superior» también hay una mayor entereza afectiva. La religión siempre parte de la
premisa de que debemos ser salvados. Desde una perspectiva más entera, que podríamos llamar
atea, no entendemos de qué debemos salvarnos, si la vida no es una desgracia. La vida es compleja,
pero no es un problema.
–Allí aparece un punto importante que es la cuestión de en qué se basan los valores en un
ateo. Los creyentes anuncian basarse en una moral divina, prefijada, y el ateo debe buscar y
encontrar sus códigos morales.
–Tiene que sacar los valores de sí mismo. La objeción más usual es esa, como si los ateos fuéramos
personas con menos valores morales que las religiosas. Creo que en todo caso se da un poco al
revés. El ateo elige sus valores y los corrobora desde su propia experiencia, percepción y naturaleza,
mientras que el religioso no abre el tema, sino que reproduce como un eco los valores establecidos.
–¿Cuáles son las preguntas que ustedes, como padres, reciben de sus hijos y que tocan este
tipo de cuestiones?
–No recibimos preguntas relacionadas con la religión, ese tema no existe. Lo que recibimos son
temas relacionados con la vida o con la muerte. Y damos la respuesta que debemos: que cuando uno
se muere, se muere. Y cuando surja la cuestión acerca de la existencia de un ser superior, como el
de los monoteísmos, lo abordaremos como el de la existencia de Papá Noel, de Buzz Lightyear o de
Ratatouille. Dios también es un personaje de unas historias que necesita contarse la gente. Y no soy
partidario de contarle diversas versiones para que ellos elijan. Yo voy a contarles la verdad, y punto.
–En este sentido, Richard Dawkins (el famoso etólogo y escritor ateo) opina que a los niños no
se los considera ni ateos, ni católicos, ni musulmanes, del mismo modo que no se los considera
peronistas, radicales, comunistas. ¿Qué opinan ustedes de esto?
–Nosotros no queremos difundir el ateísmo. Queremos vivir nuestra opción en paz, y educar hijos
ateos significa educarlos en la convicción de que no hay dios y que hay fenómenos naturales.
Calculo que hay diferencias entre un chico que se encuentra con un ambiente religioso, lleno de
fantasmas y de mentiras, y un chico que se encuentra con un ambiente más veraz y… capaz de
querer. Porque el amor es muy predicado en la religión pero poco ejercido. Las religiones matan al
amor. Éste tiene más que ver con el deseo, con el cuerpo, con la aceptación de la sensualidad, de la
autoestima (a la cual se la denigra llamándole egoísmo) y eso no está permitido en muchas
religiones. El culto católico, por ejemplo, no sé de qué amor habla: ¿de un amor sin cuerpo, de un
amor ilusorio? Y para educar chicos necesitás amor de verdad, no esa patraña.

«Yo no tengo esos fantasmas»

Alejandro, hijo del también filósofo León Rozitchner, asegura que la religión nunca fue un
problema para él, ya que nació y se crió en un lugar de ateos.
Sin embargo, no propugna la desaparición de las religiones, aunque sí considera que la «posición
veraz» es la de un mundo sin dioses.
–¿Cómo arribaron a su ateísmo?
–Fui ateo desde siempre, nací en un hogar donde no había dioses ni religión: mis dos padres son
increyentes. Ximena, si bien nació en un hogar católico «convencional», poco a poco fue dándose
cuenta de que eso era un universo triste y denigratorio, y comenzó a buscar el lado vital a la vida,
estudió psicología y logró avanzar muchísimo.
–Está implícita en todas tus declaraciones lo negativo de las religiones. ¿Hay algo que pueda
rescatarse?
–Sí. Entre que haya delincuentes y haya religiosos, prefiero a los religiosos. Si la religión, por
ejemplo como sucede con algunos cultos evangélicos, sirve para contener a delincuentes, la prefiero
de una manera puramente utilitaria. Yo no quiero que dejen de existir las religiones, sería absurdo.
Tengo amigos judíos y católicos. Pero quiero abrir el espacio a esta manera de ver las cosas. Por
ejemplo, no creo que el Estado deba tener ninguna religión. Yo soy un ciudadano como cualquiera y
no creo. Me parece que es un exceso.
–Sucede que, por ejemplo, para la religión cristiana, es «conmigo o contra mí».
–Sí, son los sesgos totalitarios y abusivos de la religión.
–¿Tiene algún rasgo particular tu ateísmo?
–La cuestión es que yo me considero ateo desde el punto de vista de la religión. Desde mi punto de
vista yo no veo la necesidad de definirme en función de la religión. Desde mi punto de vista el otro
es el religioso, yo no tengo esos fantasmas.

Comentarios para Cómo criar hijos ateos

Como padre de una pequeña atea debo coincidir con lo que mencionan los autores respecto de los
valores. No hay posibilidad de decir que esto o aquello no se debe hacer o es obligatorio porque
dios así lo quiere o porque tal o cual profeta, real o inventado, así lo hizo, o que tal o cual texto
dicho "sagrado así lo estipula. No le cabe la menor duda a quien es simplemente razonable y
decente que tal educación aumenta la noción de responsabilidad individual sin crear neurosis, en
lugar a la famosa histeria e ignorante advertencia sobre la anarquía moral del impío. Todo esto es a
estas alturas algo tan evidente que es increíble que todavía se discuta en sociedades avanzadas.
Precisamente, también quería mencionar algo evidente y de lo que no hablamos a menudo. Esa
multitud, la mayoría sin dudas, de niños y niñas que están creciendo en una atmósfera laica y
secular, que son nominalmente católicos, protestantes o simplemente indiferentes, serán los que
cambiaran el mundo occidental en pocas décadas a venir. No es cierto que los religiosos estas
ganando la batalla, por lo menos, en Europa occidental y en grandes extensiones urbanas de todo el
continente americano. Es cierto que algunos se están radicalizando y así lo vemos en este mismo
blog. Pero muchos de ellos, me refiero a los que nos visitan aquí por ejemplo, cambiaran de opinión
porque su nivel cultural es suficiente para que ello sea irresistible pues la alternativa es la
enfermedad mental. Es solo una cuestión de tiempo. Como dice Dennett: "the future is bright".

Qué quiere decir ser ateo

Otro artículo reciente que publiqué en Newsweek argentina:

Para empezar, ser ateo no quiere decir no creer en dios. Un ateo no se define en relación con los
religiosos, sino en función de su propia visión del mundo, que no requiere caer en la respuesta
burda “dios” o “poder superior” para responder las cuestiones fundamentales del sentido. Y ser ateo
no quiere decir tampoco sentir a la existencia vacía: esa es la representación que un creyente hace
del ateísmo porque para él, si no hay dios, entonces esta realidad carece de sentido y de orden. Para
el ateo el sentido no viene dado por ninguna realidad trascendente ni por ninguna existencia
inmaterial y superior. La existencia tiene sentido de por sí, y en verdad tiene un sentido superior al
de nuestras fuerzas. La vida es perfecta como es: avasallante, feroz, increíble, sensacional,
compleja, desbordante, exhuberante, maravillosa, incomprensible. Que no pueda comprenderse no
quiere decir que haya que apelar a dios, hay que entender y aceptar que la vida no es un fenómeno
para comprender sino para experimentar, es plena en sí misma y no va a dar a ninguna parte. Tras la
muerte, nada.

Aquí es cuando los religiosos dicen: ¿entonces no hay nada más, es sólo esto la vida, este pasar y
perderse, todo esto para nada? Y donde un ateo debe responder: ¿qué, te parece poco, querías
más, te hace falta más? Claro que es dura la certeza de que vamos a morir, pero eso no lo hace
menos cierto. Podemos mentirnos, hacernos los que dudamos, decir “nadie sabe qué hay más allá”,
pero creo que hoy en día, en el nivel de conocimiento que hemos alcanzado esta respuesta es
siempre fingida y resulta poco creíble.

Y dos cosas más: los creyentes creen que sin religión no hay valores. Pues se equivocan, pretenden
adueñarse de los valores como si estos no pudieran surgir de donde surgen realmente, de
perspectivas humanas consensuadas a veces y a veces no. El valor no tiene origen divino y
trascendente, es humano y problemático, como todo, y no está mal que así sea. La otra cosa: hoy en
día hay muchos ateos que no saben o no aceptan que lo son. Muchas personas siguen con la
tradición religiosa porque no quieren bancarse la dificultad de confrontar consigo mismos y con los
demás, pero no creen realmente en dios. ¿Quiere decir que no creen en nada? El creyente suele
decirle al ateo: bueno, no creés en dios pero creerás en algo, en vos, en la naturaleza, en algo más
grande… El ateo debe responder: en la frase “yo creo en dios”, la parte clave no es “dios”, la
parte clave es el “yo creo”. Los ateos no creemos, no tenemos la estructura de la fe para encontrar
el sentido de la vida. El sentido está en nuestra sensibilidad misma, en nuestro deseo, en nuestro
cuerpo, a cuyo refinamiento sensual le corresponde el nombre de espiritualidad sin que haya que
recurrir a ninguna inmaterialidad innecesaria. Y no por eso somos inmorales o poco constructivos
socialmente, tal vez justo lo contrario. Respeto a los creyentes, pero trato de que se respete a los
ateos, cosa que no sucede del todo. Hay creyentes que me tocan el timbre para hablarme de dios,
¿podría yo, ateo, salir los domingos por el barrio para decirle a la gente que no necesita esconderse
tras el truco de la fe?

¿Qué es este libro?

Este no es un libro sobre la existencia de dios. Hay muchos trabajos que discuten los argumentos a
favor y en contra de la religión, a favor y en contra del ateísmo, tratando de lograr una conclusión
sobre el tema. Este libro aborda los problemas que surgen en la crianza cuando los padres son ateos
(no porque surjan más problemas que en la crianza religiosa, sino porque se trata de problemas
distintos), es decir, este trabajo tiene como presupuesto y punto de partida la perspectiva de dos
personas que no creen en dios, o de manera aun más clara y terminante, saben que dios no existe. O,
para decirlo de otra manera, que su existencia es ideal, es decir, que dios es una idea que tienen
muchas personas pero de ninguna manera una existencia plena, dotada de realidad y poder.

No se trata de agredir o descalificar a quienes basan su visión del mundo en la existencia de dios
(aunque tampoco se pueda negar que creyentes y no creyentes disfrutamos del combate
argumental), se trata de abrir un espacio de legitimidad y elaboración para quienes vivimos en una
zona social poco comprendida, el ateísmo, o incluso de pensar y abordar problemas que suelen ser
descuidados. Los chicos que crecen en casas ateas preguntan a sus padres: ¿nosotros qué somos,
católicos, judíos, qué? O, cuando una amiga toma la primera comunión, preguntan: ¿por qué yo no
puedo ponerme un vestido así y hacer una fiesta? O: ¿existe dios?, ¿qué es dios?, ¿dónde está?, ¿de
dónde venimos, adónde vamos? Estas preguntas, legítimas, importantes, tienen una respuesta
religiosa y tienen también una respuesta atea. No sólo se trata de responder dando una visión de las
cosas, una visión del mundo, también hay que saber tratar con los problemas que surgen, con las
diferencias que se manifiestan en las relaciones humanas, de amistad, de compañerismo, de
complicidad, entre personas (personas que son niños, o que son padres) que creen en dios y
personas que saben que no hay dios.

Respetar no es limitar la capacidad de dar respuesta a las preguntas que podrían manifestar
diferencias, dejando en la indefinición aspectos importantes de la construcción de sentido. Respetar
no es suponer que mantener una posición es siempre algo desconsiderado. Respetar no es tampoco
fingir tener una posición que no se tiene. Para un ateo, respetar al creyente no debe ser simular que
la respuesta a la pregunta sobre la existencia de dios carece de respuesta justa, sino entender que
otro pueda tener una respuesta distinta a la propia. Lo mismo para un creyente. Respetar la
diferencia, convivir con ella, no quiere decir que uno va a limitar su forma de ver y entender el
mundo, sino que es legítimo desplegarla de manera completa.

El que no cree en dios, mejor dicho, el que sabe que no existe, el que siente que dios no es respuesta
a nada (o que, más frecuentemente, es una respuesta rápida y fácil a casi todas las cosas), el que
desea por lo tanto que sus hijos adopten este saludable punto de partida para su relación con el
mundo, porque sabe que este camino, aunque exigente, es el camino de la autenticidad, del amor, de
la responsabilidad, de la verdad, ¿qué tiene que hacer en un mundo que gusta de hablar de dios
como si la creencia debiera ser compartida por todos?

¿Qué decir cuando nuestro hijo nos pregunta si dios existe, si somos ateos pero entendemos que su
entorno no lo es? Queremos respetar su discernimiento, abrirle espacio a su posición personal,
¿tenemos por eso que hacernos los que no pensamos las cosas que pensamos, para no influenciarlo?
¿No es mejor influenciarlo de manera de hacerle accesible las que nosotros consideramos las
mejores opciones? ¿Acaso los padres creyentes le presentan a sus hijos la posibilidad de no creer en
dios? ¿Acaso los padres le dan a sus hijos una visión descomprometida en temas como la droga o la
seguridad, se le presentan las opciones para que el chico decida si quiere o no drogarse o se le dice
claramente “la cocaína hace daño”? ¿Por qué no hablar entonces claramente del daño que puede
hacer la posición simplista y miedosa de la fe?

Este libro es una experiencia. Quienes lo escribimos, Ximena y Alejandro, estamos casados desde
hace 7 años y tenemos dos hijos, Andrés de cuatro años y Bruno de uno y medio. Somos ateos. No
somos enemigos de la religión, pero creemos que la mejor opción vital es hacerse cargo de sí mismo
y vemos que las religiones no fomentan esa actitud ni esa conciencia. Queremos, con este libro,
ayudarnos a entender mejor el tema, porque sabemos que la crianza plantea algunas variables a las
que no sabemos cómo hay que responder. La experiencia que hacemos al escribir este libro es la de
producir para nuestro diálogo de siempre (que fue uno de los principales motivos del enganche
mutuo, aparte del sensual) un nuevo formato, poco habitual en una relación de pareja, el de un libro
escrito en común, pero la experiencia es también la de ir averiguando qué pensamos de un tema que
no habíamos abordado hasta ahora de manera frontal, que no es –como ya dijimos- el de la
existencia de dios, ya que ambos somos ateos, sino el de cómo ayudar a nuestros hijos a pensar y
vivir la diferencia con sus amigos religiosos y con los posibles y abusivos avances de la religión.

Cuando comenzamos a evaluar la posibilidad de embarcarnos en este proyecto, yo, Alejandro, tenía
mis dudas, pero finalmente Ximena escribió algunas ideas desarrollando el enfoque, que le parecía
valioso, y me hizo ver un alcance al tema que yo no había intuído. Ximena es psicoterapeuta, y su
forma comprometida y esmerada de ser madre le hizo interesarse mucho por la bibliografía sobre la
crianza y en especial por la forma en que la crianza se está pensando y viviendo hoy. La crianza
pasó de ser una función automática o desestimada a poder ser comprendida como un aspecto central
en la vida de un individuo. No es una transformación cultural menor, es tal vez uno de los rasgos
centrales de nuestra época, ligado al desplazamiento de las cuestiones personales del ámbito de
sentido filosófico y religioso al de la comprensión existencial y psicológica. Por más que haya
habido ultimamente muchos intentos de aplicar la filosofía al campo de las terapias, lo cierto es que
desde hace décadas las psicoterapias han avanzado en la comprensión de la vida humana interior -o
sea, de la vida humana- mucho más de lo que el pensamiento filosófico haya logrado jamás.

Ximena me decía que criar hijos ateos era criarlos de verdad, plenamente, asumiendo el rol de
responsabilidad que la religión tendía a desdibujar, y ejerciendo de manera concreta y real ese amor
que la religión, desde nuestro punto de vista, enuncia de manera equívoca y limitada. Suena un poco
atrevido decir que la religión no representa al amor, o más bien que da una versión acotada y
reducida del mismo, pero llegará el momento de desplegar y discutir las razones que sostienen esa
afirmación, a la que consideramos completamente cierta. En todo caso podemos ya adelantar que no
es que seamos ateos porque no creemos en el amor o porque nos parece una palabra sonsa, todo lo
contrario. Pensamos que el amor más verdadero y auténtico no es el que se imparte en las religiones
como valor impersonal, sino ese que tiene origen en el cuerpo y en el deseo. No vemos al cuerpo
como opuesto al espíritu, como esa carne que no puede inspirar confianza, sino como el objeto
espiritual por excelencia.

Sí, hay mucho Nietzsche en estas ideas. ¿Creemos en Nietzsche? De ninguna manera. No es fe. Es
un interlocutor valioso para nosotros. Quien cree en dios ve creencia en todas partes, porque su
estructura de sentido es la fe. Quien no cree en dios encuentra y elabora el sentido en otras
modalidades de pensamiento y sensibilidad.

También podría gustarte