La Corte restringió la interpretación sobre el alcance de las potestades judiciales del PE. Reconoce
las facultades judiciales a favor de los órganos de la Administración, pero debe hacerse con
carácter restrictivo (el Ente Regulador es incompetente para dirimir controversias entre las
distribuidoras y los usuarios en materia de responsabilidad por daños y perjuicios basados en el
derecho común).
c) el objetivo económico y político tenido en cuenta por el legislador en su creación haya sido
razonable; y que
Entendió que el ente regulador es incompetente para expedirse sobre los daños y perjuicios
derivados del incumplimiento de la empresa prestadora del servicio de electricidad. La Corte
sostuvo que si bien es cierto que el art. 72 de la ley dice que el Ente debe resolver todas las
controversias que se susciten con motivo del suministro de energía eléctrica, este concepto debe
interpretarse con criterio restrictivo, pues el Legislador sustrae tales competencias a los jueces
ordinarios.
Balbín: la Corte siguió el concepto de especialidad porque el alcance de las competencias del ente
(en este caso, las potestades para resolver las controversias entre los actores del sistema) debe
interpretarse según el fin que persigue el ente. El fin es el correcto funcionamiento del servicio.
Los jueces interpretaron que el reclamo por los daños y perjuicios por la prestación irregular del
servicio no guardaba relación con los fines de aquél.
El Congreso dictó 3 leyes (13.246; 13.897; 14.451) que ordenaron a PE organizar en el Ministerio
de Agricultura, Cámaras Regionales (órganos con procedimientos y jurisdicciones especiales)
integradas por representantes de los dueños de terrenos rurales de los arrendatarios.
- sus decisiones pueden apelarse ante una cámara central, cuyo fallo sólo puede cuestionarse con
un REX ante la CSJN.
Arias y Poggio tuvieron un conflicto sobre un contrato de arrendamiento, resuelto por una cámara
regional que condenó a Poggio (arrendatario) a entregar el predio cuestionado. Ante esta
condena Poggio dedujo rex diciendo que esas 3 leyes eran inconstitucionales porque:
a) creaban órganos administrativos con funciones judiciales, prohibido por art. 109 CN;
b) las cámaras regionales, al resolver materias privativas de autoridades judiciales de las
provincias violaban el art. 75.12 CN;
La Corte revocó la sentencia apelada y declaró la inconstitucionalidad de las leyes impugnadas por
considerar que no se dejaba expedita una instancia judicial, sólo preveía el recurso judicial
extraordinario en términos de revisión de las decisiones judiciales del PE. Es decir, la ley incorporó
el control judicial, pero insuficiente (el rex al ser un proceso de amplio conocimiento no le permite
al particular ejercer su derecho de legítima defensa en juicio). Estableció los principios: 1) es
compatible con la CN crear órganos administrativos con facultades jurisdiccionales; 2) las
decisiones de estos órganos administrativos deben quedar sujetas a revisión judicial; y 3) la
instancia judicial obligatoria no se satisface con la posibilidad de interponer un rex ante la corte.
a) las sentencias de la Corte IDH son, en principio, obligatorias siempre que sean dictadas por
el tribunal en el marco de sus competencias;
c) el hecho de dejar sin efecto la sentencia dictada por la Corte en el caso "Menem" (revocarla)
supone reconocer a la Corte IDH como una "cuarta instancia" en un proceso que no tiene
continuidad con el proceso originario (partes y pruebas) y, por tanto, desconocer el texto
convencional;
d) en tal caso, se violaría el art. 27, CN, en tanto este reconoce a la CSJN como órgano supremo;
e) el art. 27, CN, está reafirmado por la reforma constitucional de 1994 al definir que los
tratados internacionales sobre derechos humanos "no derogan artículo alguno de la primera
parte de esta Constitución".
La Corte también aceptó, en particular desde el caso "Peralta", la declaración del estado de
emergencia por el propio Poder Ejecutivo, mediante el dictado de decretos de necesidad y
urgencia o delegados.
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Se discutió la constitucionalidad del decreto 36/1990 que ordenó que los depósitos bancarios
fuesen reintegrados a sus titulares en dinero en efectivo hasta un cierto monto y el excedente
en títulos de la deuda pública externa (serie Bonex 1989) a ser rescatados en el término de 10
años.
La idea sobre el "poder de policía de emergencia" se profundizó, y la Corte aceptó la declaración
del estado de emergencia por el propio PE, mediante el dictado de DNU o delegados.
2) el hecho de que no existía (en ese contexto) ninguna otra solución que hubiese permitido
superar la grave crisis económica y financiera del país. Si el PE hubiese remitido un proyecto de
ley al Congreso, las medidas propuestas hubiesen resultado ineficaces al tomar estado público,
ya que los ahorristas hubiesen retirado inmediatamente sus depósitos de los bancos.
El silencio del Congreso debía interpretarse como aprobación del decreto legislativo.
Estos casos son, por un lado, y según el criterio del Tribunal, la imposibilidad material de reunir
al Congreso para sesionar; y, por el otro, la necesidad de que la medida legislativa tenga carácter
rápido y expedito para que resulte eficaz. En efecto, desde el precedente "Verrocchi" la Corte
sostuvo que el presupuesto para el dictado del decreto de necesidad es que las Cámaras del
Congreso no puedan reunirse materialmente por razones de fuerza mayor (por caso, acciones
bélicas o desastres naturales); y, a su vez, cuando "la situación que requiere solución legislativa
sea de una urgencia tal que deba ser solucionada inmediatamente en un plazo incompatible con
el que demanda el trámite normal de las leyes".
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Para que el PE pueda ejercer legítimamente facultades legislativas que, en principio, le son
ajenas, es necesaria la concurrencia de alguna de estas dos circunstancias:
1) que sea imposible dictar la ley mediante el trámite ordinario previsto por la Constitución, es
decir que las Cámaras del Congreso no puedan reunirse por circunstancias de fuerza mayor
que lo impidan, como ocurriría en el caso de acciones bélicas o desastres naturales que
impidiesen su reunión, o el traslado de los legisladores a la Capital Federal; o
2) que la situación que requiere solución legislativa sea de una urgencia tal que deba ser
solucionada inmediatamente, en un plazo incompatible con el que demanda el trámite
normal de las leyes.
Sostuvo que la reforma del 94’ respetó el sistema de separación entre las funciones de gobierno
ya que tuvo como objetivo la atenuación del sistema presidencialista, el fortalecimiento del
Congreso y la independencia del PJ.
Analizó el art. 99.3 CN y expresó que "el texto nuevo es elocuente y las palabras escogidas en su
redacción no dejan lugar a dudas de que la admisión del ejercicio de facultades legislativas por
parte del PE se hace bajo condiciones de rigurosa excepcionalidad y con sujeción a exigencias
materiales y formales que constituyen una limitación y no una ampliación de la práctica seguida
en el país, especialmente desde 1989".
Sostuvo "que corresponde al PJ el control de constitucionalidad sobre las condiciones bajo las
cuales se admite esa facultad excepcional que constituye las actuales exigencias constitucionales
para su ejercicio. Es atribución de este tribunal en esta instancia evaluar el presupuesto fáctico
que justificaría la adopción de DNU y corresponde descartar criterios de mera conveniencia...".
En el presente caso, "cabe concluir en la invalidez de los decretos cuestionados en el sub lite,
por cuanto no ha existido ninguna de las circunstancias fácticas que la norma constitucional
describe con rigor de vocabulario".
Balbín: este antecedente es, quizás, el caso más importante porque si bien ratificó el criterio de
la Corte sobre el control judicial de los decretos y, en especial, sobre los hechos de habilitación
que sirven de sustento, introdujo estándares más claros con relación a la configuración de tales
hechos en los términos del art. 99.3 CN. De este precedente surge una doctrina firme en los
siguientes términos:
La Corte consideró y trató las dos líneas argumentativas centrales del Estado en sus
presentaciones judiciales. El Estado sostuvo que la ley 23.187 se refiere sólo al ejercicio
profesional privado, mientras que el decreto impugnado (decreto 1204/2001) reglamentó el
ejercicio de la abogacía pública (cuestión que está comprendida en la "zona de reserva de la
administración"). Además, dijo que el decreto impugnado es válido por haberse dictado en
ejercicio de las facultades delegadas por la ley 25.414.
La Corte sostuvo que la CN refleja claramente que la Convención Constituyente de 94’ mantuvo
el principio contrario al ejercicio de facultades legislativas por el presidente. Afirmó que el
ejercicio de la abogacía (privada o en representación del Estado) "ha sido materia reglada por el
Congreso desde los orígenes mismos de la organización nacional".
Sostuvo que el texto de la ley 23.187 no distingue entre abogacía pública y privada, entonces no
se trata de una materia cuya regulación sea una facultad propia y exclusiva del presidente.
Luego, analizó si el decreto puede estar justificado en el marco de las facultades delegadas en
el PE por la ley 25.414.
El art. 76 CN establece tres requisitos básicos que deben reunir los decretos delegados. El art.
100 inc. 12 suma un cuarto requisito: los decretos sean refrendados por el jefe de Gabinete y
sometidos al control de la Comisión Bicameral Permanente. La Corte argumentó que, frente a
las delegaciones extremadamente amplias e imprecisas, el juez generalmente tiene dos
caminos: (a) anular la ley delegante; o (b) interpretar muy restrictivamente su alcance. Cuando
las bases estén formuladas en un lenguaje demasiado genérico e indeterminado, la actividad
delegada será convalidada por los tribunales si el interesado supera la carga de demostrar que
la disposición dictada por el presidente es una concreción de la específica política legislativa que
tuvo en miras el Congreso al aprobar la cláusula delegatoria de que se trate. Por ser amplia e
imprecisa, la delegación no confiere atribuciones más extensas, sino, al revés, a mayor
imprecisión, menor alcance tendrá la competencia legislativa que podrá el Ejecutivo ejercer
válidamente. Es decir, cuanto más impreciso sea el mandato legislativo menor es el alcance del
campo delegado, y en ese caso el interesado debe probar con mayores certezas el nexo entre
las delegaciones legislativas y el decreto delegado.
La Corte sostuvo que el decreto 1204/2001 es una disposición de carácter legislativo dictada
fuera de las bases de delegación aprobadas por el Congreso y, por tanto, es en tal caso
"violatorio de la prohibición establecida en el art. 99.3".
Balbín: las bases dadas por el legislador deben ser claras y precisas; más allá de quién y en qué
términos deba probarse el nexo entre el mandato legislativo y el decreto delegado. Se trata de
dos cuestiones distintas, por un lado, el mandato en sí mismo y su definición en términos
constitucionales (bases) y, por el otro, el vínculo causal entre este y el decreto del presidente.
Dijo el Tribunal que "el Poder Ejecutivo destacó que la crítica situación de emergencia
económica y financiera por la que atraviesa el país, en la que se desenvuelve el mercado
asegurador, configura una circunstancia excepcional..."; sin embargo, "las modificaciones
introducidas por el Poder Ejecutivo a la ley... no traducen una decisión de tipo coyuntural
destinada a paliar una supuesta situación excepcional en el sector, sino que, por el contrario,
revisten el carácter de normas permanentes modificatorias de leyes del Congreso Nacional". Y
añadió que "en estas condiciones, cabe concluir en la invalidez del decreto".
Por otra parte, el fallo reafirma —en términos categóricos— que la Constitución no habilita a
elegir discrecionalmente entre la sanción de una ley o el dictado de un decreto de necesidad y
urgencia. Según los jueces, en el caso no se presentaban las circunstancias fácticas que el art.
99, inc. 3 exige como condición de validez de este tipo de decretos.
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Sostuvo que "el PE destacó que la crítica situación de emergencia económica y financiera por la
que atraviesa el país, en la que se desenvuelve el mercado asegurador, configura una
circunstancia excepcional..."; sin embargo, "las modificaciones introducidas por el PE a la ley...
no traducen una decisión de tipo coyuntural destinada a paliar una supuesta situación
excepcional en el sector, sino que, por el contrario, revisten el carácter de normas permanentes
modificatorias de leyes del Congreso". Y añadió que "en estas condiciones, cabe concluir en la
invalidez del decreto". En el caso no se presentaban las circunstancias fácticas que el art. 99.3
exige como condición de validez de este tipo de decretos.
El fallo reafirma que la CN no habilita a elegir discrecionalmente entre la sanción de una ley o el
dictado de un DNU.
El actor acciona contra la Dirección Nacional de Sanidad Escolar al negarle este organismo el
certificado de aptitud psicofísica que le permita ingresar en el Instituto Superior del Profesorado,
a efectos de seguir el profesorado de Matemáticas y Astronomía. La razón de la negativa radica
en la circunstancia de que el actor no reúne el requisito de altura mínima, exigida por la res.
957/81 del Ministerio de Educación, aunque cumplía con las restantes exigencias reglamentarias
previstas.
La Corte destaca que siempre que aparezca de manera clara y manifiesta la ilegitimidad de una
restricción cualquiera a alguno de los derechos esenciales de las personas, así como el daño
grave e irreparable que causaría remitiendo el examen de la cuestión a los procedimientos
administrativos o judiciales, corresponderá que los jueces restablezcan de inmediato el derecho
restringido por la vía rápida del amparo. Considera que la negativa de extender el certificado de
aptitud psicofísica, fundamentada únicamente en la estatura del actor no guarda razonable
relación con el objetivo de estudiar el profesorado de matemáticas y astronomía e importa una
limitación arbitraria a los derechos de enseñar y aprender, contemplados en el art. 14 CN, que
excede la facultad reglamentaria de la administración.
La Corte sostuvo que la realización de una obra pública configura el ejercicio de una actividad
discrecional por parte de la Administración que se lleva a cabo en función del mérito,
oportunidad y conveniencia de aquella y que constituye el ejercicio de una facultad que, como
regla, excluye la revisión judicial, cuyo ámbito queda reservado para los casos en que la decisión
administrativa resultare manifiestamente ilegal o irrazonable, a la par que ocasione un daño a
terceros que no sea susceptible de una adecuada reparación.
Si los agravios del apelante versan tanto sobre la inteligencia de una ley de naturaleza federal
cuanto sobre la arbitrariedad que imputa a la sentencia, y la ambigüedad de la fórmula
empleada en el auto de concesión del recurso torna difícil comprender la extensión con que se
ha concedido el remedio federal, es aconsejable atender a los planteos de la recurrente con la
amplitud que exige la garantía de la defensa en juicio.
c) Caso Consejo de Presidencia de la Delegación Bahía Blanca de la Asamblea Permanente por
los Derechos Humanos (1992)
Sostuvo respecto del alcance del control de los jueces sobre las competencias regladas y
discrecionales del PE que "frente al reconocimiento de que no existen actos reglados ni
discrecionales cualitativamente diferenciables, sino únicamente actos en los que la
discrecionalidad se encuentra cuantitativamente más acentuada que la regulación y a la inversa
al no poder hablarse hoy en día de dos categorías contradictorias y absolutas como si se tratara
de dos sectores autónomos y opuestos sino más bien de una cuestión de grados, no cabe duda
de que el control judicial de los actos discrecionales o de pura administración encuentra su
ámbito de actuación en los elementos reglados de la decisión, entre los que cabe encuadrar,
esencialmente, a la competencia, la forma, la causa y la finalidad del acto. La revisión judicial de
aquellos aspectos normativamente reglados se traduce así en un típico control de legitimidad...
ajeno a los motivos de oportunidad, mérito o conveniencia tenidos en mira a fin de dictar el
acto".
En el caso "Schnaiderman" (2008), la Corte repitió que "el control judicial de los actos
denominados tradicionalmente discrecionales o de pura administración encuentra su ámbito de
actuación, por un lado, en los elementos reglados de la decisión —entre los que debe encuadrar,
esencialmente, a la competencia, a la forma, a la causa y a la finalidad del acto— y, por el otro,
en el examen de su razonabilidad...".
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La Corte se expidió sobre la validez del acto de despido de los agentes públicos durante el
período de prueba (antes de adquirir la estabilidad en el empleo público).
Sostuvo que "la resolución impugnada omite invocar fundamento alguno que haga razonable la
revocación del nombramiento efectuado. Por ello, el acto carece de otro requisito esencial, el
de motivación... Tal omisión torna ilegítimo el acto… No puede sostenerse válidamente que el
ejercicio de las facultades discrecionales, por parte del órgano administrativo, para cancelar la
designación de un agente durante el período de prueba (según le autoriza el art. 25 del CCT), lo
eximan de verificar los recaudos que para todo acto administrativo exige la ley 19.549".
Sostuvo que "el control judicial de los actos discrecionales o de pura administración encuentra
su ámbito de actuación en los elementos reglados de la decisión (como la competencia, la forma,
la causa y la finalidad del acto) y en el examen de su razonabilidad...".
e) Caso Silva Tamayo, Gustavo c. Estado Nacional – Sindicatura General de la Nación (2011)
Más recientemente, en el antecedente "Silva Tamayo" (2011), el Tribunal adujo que "si bien no
existen formas rígidas para el cumplimiento de la exigencia de motivación explícita del acto
administrativo, la cual debe adecuarse, en cuanto la modalidad de su configuración, a la índole
particular de cada acto administrativo, no cabe la admisión de fórmulas carentes de contenido,
de expresiones de manifiesta generalidad o, en su caso, circunscribirla a la mención de citas
legales, que contemplan una potestad genérica no justificada en los actos concretos". Y añadió
que "la circunstancia de que la entidad administrativa obrare en ejercicio de facultades
discrecionales, en manera alguna puede constituir un justificativo de su conducta arbitraria,
como tampoco de la omisión de los recaudos que, para el dictado de todo acto administrativo,
exige la ley 19.549. Es precisamente la legitimidad —constituida por la legalidad y la
razonabilidad— con que se ejercen tales facultades, el principio que otorga validez a los actos
de los órganos del Estado y que permite a los jueces, ante planteos concretos de parte
interesada, verificar el cumplimiento de dichas exigencias".
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La Corte sostuvo que si bien no existen formas rígidas para el cumplimiento de la exigencia de
motivación explícita del acto administrativo, la cual debe adecuarse a la índole particular de cada
acto administrativo, no se puede admitir fórmulas carentes de contenido, de expresiones de
manifiesta generalidad o, en su caso, circunscribirla a la mención de citas legales, que
contemplan una potestad genérica no justificada en los actos concretos.
- ORGANIZACIÓN ADMINISTRATIVA
Más claro y simple: el agente es el propio Estado. Así, cualquier conducta que realice aquél es
lisa y llanamente estatal (trátese de acciones u omisiones). La Corte reconoció la teoría del
órgano desde el caso "Vadell" (1985) en adelante
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El actor demandó a la Provincia de BA por los daños sufridos como consecuencia del error en los
informes expedidos por el Registro de la Propiedad sobre el estado de dominio del inmueble.
La Corte sostuvo que “el Registro cumplió de manera defectuosa las funciones que le son propias
y que atienden a otorgar un conocimiento completo de las condiciones de dominio de los
inmuebles (quien contrae la obligación de prestar un servicio lo debe realizar en condiciones
adecuadas para llenar el fin para el que ha sido establecido, siendo responsable de los perjuicios
que causare su incumplimiento o su irregular ejecución. Esa idea objetiva de la falta de servicio
se fundamenta en la aplicación por vía subsidiaria del art. 1112 del CCyC que establece un
régimen de responsabilidad por los hechos y las omisiones de los funcionarios públicos en el
ejercicio de sus funciones, por no cumplir sino de una manera irregular las obligaciones legales
que les están impuestas”.
La Corte desplazó, así, la responsabilidad estatal del marco del principal/dependiente (art. 1113
CCyC) y el factor subjetivo (art. 1109 CCyC) y lo reemplazó por el criterio que prevé el art. 1112
del viejo Cód. Civil (es decir, el deber de responder en términos directos y objetivos). Este
precepto —actualmente derogado— decía que "los hechos y omisiones de los funcionarios
públicos en el ejercicio de sus funciones, por no cumplir sino de una manera irregular las
obligaciones legales que les están impuestas, son comprendidos en las disposiciones de este
título".
Luego, concluyó que "no se trata de una responsabilidad indirecta la que en el caso se
compromete, toda vez que la actividad de los órganos o funcionarios del Estado realizada para
el desenvolvimiento de los fines de las entidades de las que dependen, ha de ser considerada
propia de estas, que deben responder de modo principal y directo por sus consecuencias
dañosas". La Corte abandonó definitivamente la relación entre el principal y el dependiente por
la teoría del órgano (Estado/agentes); dejó el factor de imputación indirecto por otro
decididamente directo. Es decir, pasó del criterio indirecto de imputación al camino directo
(teoría del órgano).
Advirtió la dificultad de definir cuál es el límite en la imputación de las conductas de los agentes
en el propio Estado y comenzó a dar respuesta a través de diferentes pronunciamientos en los
siguientes términos:
a) el Estado es responsable si sus "representantes han obrado dentro de sus propias funciones";
c) el Estado es responsable si el hecho fue cometido dentro "de los límites y objeto aparente
de las mismas";
La Corte estableció dos pautas que permiten definir cuál es el límite de la imputación de las
conductas de los agentes del Estado: 1) cuando el hecho fue ejecutado con motivo del
desempeño del cargo y no de modo ocasional; o 2) cuando el hecho fue realizado en el marco
del objeto y dentro de los límites aparentes del cargo.
Cabe recordar que la Corte en el caso "Angel Estrada" (2005) entendió que el ente regulador es
incompetente para expedirse sobre los daños y perjuicios derivados del incumplimiento de la
empresa prestadora del servicio de electricidad. ¿Cuáles fueron los argumentos del Tribunal?
Éste sostuvo que si bien es cierto que el artículo 72 de la ley respectiva dice que el Ente debe
resolver todas las controversias que se suscitasen con motivo del suministro de energía eléctrica,
este concepto debe interpretarse —según el Tribunal— con criterio restrictivo pues el legislador
sustrae tales competencias a los jueces ordinarios.
En nuestro criterio, el Tribunal siguió aquí el concepto de especialidad porque en su opinión el
alcance de las competencias del ente —en este caso en particular las potestades para resolver
las controversias entre los actores del sistema— debe interpretarse según el fin que persigue el
ente. Pues bien, ¿cuál es el fin? El correcto funcionamiento del servicio. Sin perjuicio de esto, los
jueces interpretaron que el reclamo por los daños y perjuicios por la prestación irregular del
servicio no guarda relación con los fines de aquél.
La Cámara había admitido parcialmente el recurso directo interpuesto por el Ministerio por
entender que existía colisión con el art. 55 de la Ley de Educación Superior, pero había rechazado
los demás cuestionamientos vinculados con los artículos 1°, 38, inc. 16, 46, inc. b y 61 del
Estatuto de la UNJ por considerar que no se había demostrado el apartamiento de la ley 24.521.
- el art. 1° del Estatuto de la UNJ, que se limitaba a mencionar que la sede principal de esa Casa
de Estudios se encontraba en la ciudad de San Salvador de Jujuy, se apartaba del art. 34 de la
Ley de Educación Superior que exigía la constitución del domicilio legal de la institución;
- los arts. 38, inc. 16, y 61 del estatuto permitían la designación de docentes e investigadores
con carácter interino, sin referencia a los méritos académicos, con amplia discrecionalidad del
Consejo Superior, apartándose de las previsiones de la ley 24.521 que solo admite la
contratación, al margen del régimen de concursos, con carácter excepcional y por tiempo
determinado, respecto de personalidades de reconocido prestigio y méritos académicos
sobresalientes.
- el art. 46, inc. b, del estatuto relativo al procedimiento de designación de docentes interinos
por contrariar lo dispuesto en el art. 51 de la ley 24.521, que establece condiciones precisas
para el buen funcionamiento institucional que no pueden ser delegadas en una
reglamentación del Consejo Superior de la universidad.
La Corte desestimó los agravios del Estado y confirmó la sentencia de cámara en relación con la
conformación del padrón docente de la universidad, que había incluido a los docentes interinos
y los extraordinarios (eméritos y consultos), por considerar que resultaba conforme al art. 55 de
la Ley de Educación Superior. Agregó que también era acertada la afirmación de la cámara que
había desestimado las observaciones del ministerio respecto de los arts. 101 a 117 del estatuto
referentes al régimen electoral de la universidad. Sostuvo que corresponde a la norma
estatutaria determinar la integración de los órganos colegiados de gobierno de la universidad y
el Ministerio de Educación no demostraba el incumplimiento por parte de la universidad de
aquéllos presupuestos destinados a garantizar la autonomía universitaria.
d) Caso Giustiniani, Rubén Héctor c/ Y.P.F. S.A. s/ amparo por mora (2015)
El ex senador Giustiniani inició una acción de amparo donde reclamaba a YPF S.A. la entrega de
una copia íntegra del contrato denominado “Acuerdo de Proyecto de Inversión”, celebrado el
13 de julio de 2013, entre YPF S.A. y la firma Chevron Corporation para la explotación conjunta
de hidrocarburos no convencionales en la provincia de Neuquén. Esta acción Giustiniani la inició
luego de que YPF S.A. se negara expresamente a brindarle dicha información, en especial la
relacionada con la calidad ambiental y las actividades que se desarrollarían. Ante el rechazo del
amparo, interpuso un REX.
El fallo se centró en determinar si las disposiciones del decreto 1172/2003 que reglamenta el
acceso a la información pública resultaban aplicables a YPF, a los fines de decidir si este era un
sujeto obligado a proporcionar información en los términos de la normativa.
La Corte examina la situación de YPF. Destaca que el PE dispone del 51% de las acciones de la
sociedad y que, además, ejerce un rol predominante en su gobierno y cuenta con el poder para
determinar sus decisiones. Concluyó que la sociedad se encuentra bajo el ámbito del PE y que,
por lo tanto, debe permitir a cualquier persona el acceso a información relacionada con sus
actividades.
Finalmente, la Corte resolvió que no existían motivos que justificaran la decisión de YPF S.A. de
rechazar el pedido de información efectuado por Giustiniani, haciendo lugar al amparo iniciado
por Giustiniani.
Con cita de los precedentes “ADC” (2013) y “CIPPEC” (2014), destaca que la libertad de
información es un derecho humano fundamental y que abarca el derecho a juntar, transmitir y
publicar noticias y contempla la protección del derecho de acceso a la información bajo el
control del Estado, que tiene por objeto asegurar que toda persona pueda conocer la manera
en que sus gobernantes y funcionarios públicos se desempeñan.
Consideró que no existían motivos que justificaran la decisión de YPF de rechazar el pedido de
información efectuado por Giustiniani.
e) Dictamen Balbin - Procuraduría de Investigaciones Administrativas (2016)
- EMPLEO PÚBLICO
La Corte declaró la nulidad e inconstitucionalidad del artículo 7 del Convenio Colectivo 56/1992
"E" —según el texto ordenado por el laudo 16/92 del Ministerio de Trabajo y Seguridad—,
invocado por la demandada (empleador) para despedir a la trabajadora sin expresión de causa.
El Tribunal ordenó la reincorporación en razón de que "la estabilidad del empleado público
preceptuada por el artículo 14 bis de la Constitución Nacional significa, a juicio de esta Corte y
dentro del contexto en cuestión, que la actora no pudo válidamente ser segregada de su empleo
sin invocación de una causa justificada y razonable, de manera que su reclamo de reinstalación
resulta procedente". A su vez, consideró —tras un exhaustivo análisis histórico y jurídico de la
génesis y naturaleza de la cláusula constitucional que establece la estabilidad del empleado
público— que el artículo 14 bis impide al Estado excluir a sus agentes sin invocar causas
justificadas y razonables.
En síntesis, la Corte ordenó reincorporar a la agente en su cargo, del que había sido separada
sin invocación de causa justificada y razonable, en virtud de la estabilidad propia reconocida por
el art. 14 bis de la Constitución Nacional.
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La Corte declaró la nulidad e inconstitucionalidad del art. 7º del Convenio Colectivo 56/1992 "E",
invocado por la demandada (empleador) para despedir a la trabajadora sin causa.
Ordenó la reincorporación en razón de que "la estabilidad del empleado público preceptuada
por el art. 14 bis CN significa que la actora no pudo válidamente ser apartada de su empleo sin
invocación de una causa justificada y razonable, de manera que su reclamo de reinstalación
resulta procedente".
Sostuvo que "si se produjera alguna duda en el llamado a interpretar el art. 14 bis hay qe
recordar el principio de hermenéutica jurídica: in dubio pro justitia socialis. Las leyes deben ser
interpretadas a favor de quienes al serles aplicadas con este sentido consiguen o tienden a
alcanzar el bienestar”. En conclusión, la Corte afirmó que el CC 56/92 es nulo e inconstitucional
"por impedir que el art. 14 bis produzca dichos efectos, y condena a la Administración Nacional
de Aduanas a reincorporar a la actora, dando así operatividad a esta última norma".
La Corte sólo se expidió sobre el personal de planta permanente, cuya estabilidad fue trastocada
mediante el pago de las indemnizaciones por despido. En efecto, el CC 56/1992 "E" establece
que "la relación de empleo entre la A.N.A. y los trabajadores de la planta permanente, implica
el derecho de estos últimos a conservar el mismo. La relación de empleo se extinguirá: a) por las
causas que se establezcan en el régimen disciplinario; b) por acogerse a la jubilación o retiro
voluntario; c) sin invocación de causa, mediante el pago de la indemnización prevista en el art.
245 de la ley 20.744 (t.o. 1976), sustituido por la ley 24.013. Asimismo, no se tendrán en cuenta
los años de antigüedad ya indemnizados por cualquier causa de cese de una relación de empleo
público anterior". Es decir, el Convenio estableció respecto del personal permanente la
posibilidad del despido mediante el pago de las indemnizaciones del caso, en violación del art.
14 bis.
Aquí, el actor fue contratado por la Armada Argentina por el término de veintiún años mediante
sucesivos contratos. El vínculo contractual se rigió por el decreto 4381/73 que permite el ingreso
de agentes mediante contrato de locación de servicios, con una duración máxima de 5 años y
sin estabilidad. La Cámara Federal de Apelaciones sostuvo que el hecho de que las
contrataciones excediesen el límite máximo de cinco años no tenía como consecuencia el
nacimiento de un derecho a favor del actor a ser indemnizado. Más todavía, señaló que el mero
transcurso del tiempo no podía trastocar la situación de revista de quien había ingresado como
personal no permanente y no había sido transferido a otra categoría por acto expreso de la
Administración. Con tal fundamento, concluyó que el actor no tenía derecho a ser indemnizado
por la rescisión del contrato y, menos claro, a ser incorporado en la planta de personal
permanente.
Por su parte, la Corte sostuvo que el vínculo laboral que el actor mantuvo con el Estado Nacional
por el término de 21 años no puede ser válidamente encuadrado en el régimen de
contrataciones del decreto 4831/73. Dicha norma autoriza a contratar personal para proyectos
de investigación científica y desarrollo tecnológico, sin que esto genere derecho a indemnización
por rescisión, pero limita la posibilidad de renovación de estos contratos por el término máximo
de cinco años. Sin embargo, la demandada contrató al actor (en el marco de la norma citada)
durante 21 años, en abierta violación al plazo máximo previsto. A su vez, surge del legajo del
actor que: a) sus tareas carecían de transitoriedad; b) éste era evaluado y calificado anualmente;
y, además, c) el Estado le reconocía la antigüedad y gozaba de los servicios sociales. Las
circunstancias descriptas —más la violación de la norma que limita la renovación del contrato a
un máximo de cinco años— llevaron al Tribunal a concluir que "la demandada utilizó figuras
jurídicas autorizadas legalmente para casos excepcionales, con una evidente desviación de
poder que tuvo como objetivo encubrir una designación permanente bajo la apariencia de un
contrato por tiempo determinado". A ello, debe agregarse que las conductas del Estado
pudieron generar en el actor una legítima expectativa de permanencia laboral que merece la
protección que el art. 14 bis de la CN otorga al trabajador contra el "despido arbitrario".
La Corte destacó que la admisión de la demanda no procede por haberse cuestionado el régimen
del decreto 4381/73, sino por el incumplimiento de los límites temporales establecidos.
Añadió que la solución propuesta no significa que el mero transcurso del tiempo haya
modificado la situación del actor que es pasible de ser indemnizado —mas no reincorporado al
empleo—, pues ello vulneraría el régimen legal de la función pública y el principio constitucional
en virtud del cual es al Congreso a quien corresponde anualmente autorizar el presupuesto
general de los gastos de la Administración Nacional y, por tanto, toda erogación que se aparte
de esos límites resulta ilegítima. En efecto, sólo se reconoce estabilidad a quienes ingresen a
cargos pertenecientes al régimen de carrera y cuya financiación esté prevista en la Ley de
Presupuesto.
En síntesis, la conducta del Estado fue ilegítima y ello generó su responsabilidad frente al actor,
justificándose así la procedencia del reclamo indemnizatorio.
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El actor fue contratado por la Armada Argentina por el término de 21 años mediante sucesivos
contratos. El vínculo contractual se rigió por el decreto 4381/1973 que permite el ingreso de
agentes mediante contrato de locación de servicios, con una duración máxima de 5 años y sin
estabilidad.
La Cámara sostuvo que el hecho de que las contrataciones excediesen el límite máximo de 5
años no tenía como consecuencia el nacimiento de un derecho a favor del actor a ser
indemnizado. Señaló que el mero transcurso del tiempo no podía trastocar la situación de revista
de quien había ingresado como personal no permanente y no había sido transferido a otra
categoría por acto expreso de la Administración. Con tal fundamento, concluyó que el actor no
tenía derecho a ser indemnizado por la rescisión del contrato y, menos claro, a ser incorporado
en la planta de personal permanente.
La Corte sostuvo que el vínculo laboral que el actor mantuvo con el Estado por el término de 21
años no puede ser válidamente encuadrado en el régimen de contrataciones del decreto
4831/1973. Dicha norma autoriza a contratar personal para proyectos de investigación científica
y desarrollo tecnológico, sin que esto genere derecho a indemnización por rescisión, pero limita
la posibilidad de renovación de estos contratos por el término máximo de 5 años. Sin embargo,
la demandada contrató al actor (en el marco de la norma citada) durante 21 años, en abierta
violación al plazo máximo previsto. Además surge del actor que: a) sus tareas carecían de
transitoriedad; b) este era evaluado y calificado anualmente; y c) el Estado le reconocía la
antigüedad y gozaba de los servicios sociales.
La Corte concluyó que "la demandada utilizó figuras jurídicas autorizadas legalmente para casos
excepcionales, con una evidente desviación de poder que tuvo como objetivo encubrir una
designación permanente bajo la apariencia de un contrato por tiempo determinado".
Las conductas del Estado pudieron generar en el actor una legítima expectativa de permanencia
laboral que merece la protección que el art. 14 bis de la CN otorga al trabajador contra el
"despido arbitrario". Asimismo, la Corte destacó que la admisión de la demanda no procede por
haberse cuestionado el régimen del decreto 4381/1973, sino por el incumplimiento de los
límites temporales establecidos. Añadió que la solución propuesta no significa que el mero
transcurso del tiempo haya modificado la situación del actor ya que este es pasible de ser
indemnizado (no reincorporado), pues ello vulneraría el régimen legal de la función pública y el
principio constitucional en virtud del cual es al Congreso a quien corresponde anualmente
autorizar el presupuesto general de los gastos de la Administración nacional y, por tanto, toda
erogación que se aparte de esos límites resulta ilegítima. Si se atribuyera estabilidad a quien no
ha sido incorporado legalmente no solo se estaría trastocando el régimen previsto en la ley
25.164, sino también se alteraría el monto autorizado por el legislador para financiar los gastos
correspondientes al personal contratado y permanente. En síntesis, la conducta del Estado fue
ilegítima y ello generó su responsabilidad frente al actor, justificándose así la procedencia del
reclamo indemnizatorio.
Los hechos fueron los siguientes: el actor fue contratado por la Auditoría General de la Nación
por el término de ocho años por medio de sucesivos contratos hasta su cese. En tal contexto,
reclamó su reincorporación. Por su parte, la AGN sostuvo que contrató al actor en los términos
de la ley 24.447 y su decreto reglamentario 92/95, normas que hizo suyas mediante resoluciones
internas. También invocó el art. 118, incisos b) y c), de la ley 24.156.
La Cámara Nacional del Trabajo condenó a la AGN a indemnizar al actor por los perjuicios
derivados de la ruptura del vínculo de empleo.
A su vez, el Tribunal destacó que se trata de un supuesto diferente al de la causa "Ramos", pues
la actora no acreditó que la demandada haya utilizado figuras jurídicas autorizadas legalmente
para supuestos excepcionales con desviación de poder.
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El actor fue contratado por la AGN por el término de 8 años por medio de sucesivos contratos
hasta su cese. Reclamó su reincorporación. La AGN sostuvo que contrató al actor en los términos
de la ley 24.447 y su decreto reglamentario 92/1995. También invocó el art. 118, incs. b) y c), de
la ley 24.156.
La CNAT condenó a la AGN a indemnizar al actor por los perjuicios derivados de la ruptura del
vínculo de empleo.
Más adelante, la Corte confirmó —quizás ya con carácter definitivo y sin más titubeos— el
concepto amplio del poder de policía en el precedente "Cine Callao" (1960). Dijo el Tribunal aquí
que "esta Corte, luego de haber abandonado la circunscripta concepción del poder de policía
expuesta en antiguos pronunciamientos... para acoger la tesis amplia y plena... declaró que
dentro de los objetos propios de aquel poder ha de estimarse comprendida... la defensa y
promoción de los intereses económicos de la colectividad con apoyo en el inciso 16 del artículo
67 de la Constitución Nacional" (actual artículo 75, inciso 18, CN)". En este caso, el Tribunal
debatió la constitucionalidad de la ley 14.226 que estableció la obligatoriedad de los
empresarios de incluir espectáculos de variedades (llamados números vivos), en los programas
de las salas cinematográficas del país con el objeto de asegurar adecuados niveles de ocupación
a las personas dedicadas a este tipo de actividades artísticas.
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Como faltaban salas de teatro, los actores sufrieron una grave crisis ocupacional. El PL dictó una
ley que obligó a los dueños de los cines a que les den trabajo consistiendo en espectáculos en
vivo, antes de proyectar la película. La Dirección Nacional del Servicio de Empleo intimó al cine
Callao a cumplir con los números vivos. El cine no cumplio y le iniciaron un sumario
administrativo (multa e intimación a cumplir bajo apercibimiento de clausura). Interpuso rex
porque la ley viola el derecho de propiedad, de trabajar y de ejercer libremente el comercio y la
industria.
Dijo que "esta Corte, luego de haber abandonado la circunscripta concepción del poder de
policía expuesta en antiguos pronunciamientos... para acoger la tesis amplia y plena... declaró
que dentro de los objetos propios de aquel poder ha de estimarse comprendida... la defensa y
promoción de los intereses económicos de la colectividad con apoyo en el actual art. 75, inc. 18,
CN".
Así, en los casos "Almirón" y "Arenzón", la Corte consideró que la restricción impuesta por la
resolución que impedía el ingreso al profesorado de geografía por tener visión en uno de sus
ojos en el primer caso y en el Instituto Superior del Profesorado por razones de estatura en el
segundo, fue manifiestamente arbitraria lesionando derechos subjetivos de los actores.
Finalmente, reiteró en este último fallo que la "circunstancia de que la recurrente obrase en
ejercicio de facultades discrecionales en manera alguna puede constituir un justificativo a su
conducta arbitraria, pues es precisamente la razonabilidad con que se ejercen tales facultades
el principio que otorga validez a los actos de los órganos del Estado.
Estas ideas sobre el "poder de policía de emergencia" se profundizaron en los casos: 1) "Videla
Cuello" (1990) sobre la suspensión de las ejecuciones de sentencias condenatorias contra el
Estado; y 2) "Peralta" (1990), en donde se discutió la constitucionalidad del decreto 36/90 que
ordenó que los depósitos bancarios fuesen reintegrados a sus titulares en dinero en efectivo
hasta un cierto monto y el excedente en títulos de la deuda pública externa (serie Bonex 1989)
a ser rescatados en el término de diez años. En este último precedente, la Corte reafirmó la
doctrina de la "emergencia económica" en los siguientes términos: "se trata de una situación
extraordinaria que gravita sobre el orden económico-social, con su carga de perturbación
acumulada, en variables de escasez, pobreza, penuria o indigencia, que origina un estado de
necesidad al que hay que ponerle fin". Este caso es, según nuestro criterio, sumamente
importante porque si bien el Tribunal, por un lado, ratificó las potestades estatales de regulación
en situaciones de emergencia, por el otro, reconoció por primera vez el ejercicio de esas
potestades por el Poder Ejecutivo mediante el dictado de decretos de necesidad —y no
necesariamente por ley del Congreso—.
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En el año 1989, tras la renuncia anticipada del presidente R. ALFONSÍN, asumió el presidente C.
MENEM que había triunfado en las elecciones del año 1989. Entre las primeras medidas de
gobierno, impulsó la sanción de leyes que consideró fundamentales en la definición de su
política económica, esto es, la Ley de Reforma del Estado (ley 23.696) y Emergencia Económica
(ley 23.697). En particular, el art. 50 de la Ley de Reforma del Estado suspendió la ejecución de
las sentencias y laudos arbitrales que condenaban al Estado al pago de sumas de dinero, por el
término de 2 años contados desde la vigencia de la ley.
Las situaciones de crisis social y económica —recurrentes en nuestro país— con un alto déficit
fiscal y fuerte endeudamiento, crearon un escenario lleno de dificultades o la imposibilidad de
cumplir con las sentencias condenatorias en los términos fijados por los jueces. A partir de allí,
el Estado comenzó una carrera casi desenfrenada y al compás de las crisis económicas circulares,
mediante el uso de diversas herramientas jurídicas para extender en el tiempo el cumplimiento
de las sentencias. Por ejemplo, la suspensión de la ejecución de las sentencias por tiempo
determinado; la consolidación de deudas reconocidas por sentencia judicial firme; y la espera
en términos de previsión y ejecución del presupuesto.
La Corte se expidió a favor de la constitucionalidad de la suspensión de la ejecución de las
sentencias condenatorias contra el Estado. Las ideas sobre el "poder de policía de emergencia"
se profundizó en este caso.
d) Caso Peralta, Luis Arcenio y otros c. Estado Nacional, Fallos 313:1513, 1990.
La Corte también aceptó, en particular desde el caso "Peralta", la declaración del estado de
emergencia por el propio Poder Ejecutivo, mediante el dictado de decretos de necesidad y
urgencia o delegados.
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El PE dictó un DNU para enfrentar una crisis económica, el cual ordenaba que la devolución de
depósitos de más de $1000 se haría en bonos. Peralta vio afectado su derecho de propiedad con
la sanción del decreto. Interpone acción de amparo, pidiendo la inconstitucionalidad del decreto
y el pago de su plazo fijo. En primera instancia se lo rechaza, en Cámara hace lugar al amparo, y
por REX la Corte manifiesta que los decretos son válidos siempre que se sigan ciertas pautas.
No hay violación al art. 17 CN sino una restricción al uso que puede hacerse de la propiedad, ello
para atenuar la crisis o superarla. Los derechos no son absolutos, y están subordinados a las
leyes que reglamenten su ejercicio. El fundamento de las leyes de emergencia es poner o
remediar las situaciones de gravedad que obligan a intervenir en el orden patrimonial.
Requisitos para que una ley de emergencia sea válida y su sanción esté justificada:
- que exista situación de emergencia que imponga al estado el deber de amparar los intereses
vitales de la comunidad;
- que la ley tenga como finalidad legítima la de proteger los intereses generales de la sociedad
y no a determinados individuos;
- que la moratoria sea razonable, acordando un alivio justificado por las circunstancias;
- que su duración sea temporal y limitada al plazo indispensable para que desaparezcan las
causas que hicieron necesaria la moratoria.
Está en juego el poder de policía, y el límite a este es que la propiedad privada no puede ser
tomada sin declaración de utilidad pública y previamente indemnizada. En situaciones de
emergencia se reconoce que se pueden dictar leyes que suspendan los efectos de los contratos
libremente convenidos por las partes siempre que no se altere la sustancia o espíritu de las leyes,
a fin de proteger el interés público.
e) Caso Longobardi, Irene Gwendoline y otros c. Instituto de Educación Integral San Patricio SRL,
Fallos 330:5345, 2007.
En el año 1988 la demandada recibió un préstamo por la suma de 392.000 usd para la
construcción de un colegio, obligándose a su devolución en el plazo de un año con un interés
compensatorio del 18% anual, gravando con derecho real de hipoteca a favor de sus acreedores
dos inmuebles de su propiedad. En razón de la falta de pago del crédito, los acreedores iniciaron
el juicio hipotecario a cuyo efecto sostuvieron que la deudora había dejado de pagar los
intereses en el mes de noviembre de 2001 y, a su vez, plantearon la inconstitucionalidad de las
normas de emergencia.
La Corte condenó a la demandada (por aplicación del principio del esfuerzo compartido) a pagar
a los acreedores la suma que resulte de transformar a pesos el capital reclamado en moneda
extranjera a razón de un peso por dólar estadounidense, más el 50% de la brecha que exista
entre un peso y la cotización de la mencionada divisa extranjera en el mercado libre de cambio,
tipo vendedor, del día en que correspondiese efectuar el pago, con más una tasa de interés del
7,5% anual, no capitalizable, entre moratorios y punitorios desde la fecha en que se produjo la
mora y hasta el efectivo pago.
Este precedente es paradigmático porque la Corte avanzó sobre los aspectos de temporalidad y
sobre todo sustantividad de modo claro y decisivo.
La Corte sostuvo que es posible realizar quitas o recortes del propio capital (propiedad), si fuese
necesario para no vulnerar el derecho de propiedad de los más débiles en el vínculo jurídico que
es objeto de debate.
f) CSJN, "Ángel Estrada y Cía. S.A. c/ resol. 71/96 - Sec. Ener. y Puertos”, 05/04/2005.
• Respecto de ellos, las tarifas deben retrotraerse a los valores vigentes previos al aumento
dispuesto por las resoluciones que se invalidan.
Con arreglo a esta pretensión la clase afectada estaría conformada por “todo aquel usuario del
servicio de gas, quien no contó con la posibilidad de que sus intereses sean representados con
carácter previo al aumento tarifario”.
Desde el dictado de la Ley de Emergencia 25.561 en enero del año 2002, el precio del gas pasó
de un contexto de libre negociación de las partes a uno de intervención estatal, mientras que su
importación, la ampliación de las redes de transporte y distribución y las tarifas que
remuneraban dichos servicios fueron financiados con recursos provenientes de cargos tarifarios,
programas especiales de crédito, aportes específicos de determinados sujetos del sector y
subsidios del Estado. A partir del Decreto 181/2004, el PE intervino en su fijación, dejando de
lado al mercado. Es decir, en la situación actual el Estado intervino fuertemente en la fijación
del Pist y por lo tanto debe someterlo a una audiencia pública. A partir de la fijación según reglas
de oferta y demanda, no será necesaria la audiencia, porque se aplica la ley 24.078.
La propia conducta del Estado actúa como una condición suspensiva de la aplicación de la norma
originaria.
PL: le corresponde la determinación del marco regulatorio general de la materia y las facultades
tributarias.
PJ: debe controlar si las tarifas se ajustan a la CN y la ley y su razonabilidad. No debe sustituir al
legislador, ni definir la política política energética. No puede fijar porcentajes de tarifas, ni dictar
sentencias con efectos generales sin determinar previamente una categoría de afectados que
sea homogénea (precedente Halabi).
La Cámara dictó una sentencia con efectos generales para todo tipo de usuarios y para todo el
país. No se los citó previamente, y no se hacen distinciones según sean residenciales,
comerciales, industriales, o según diferentes tipos de ingresos económicos, o regiones.