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El perdón libera

Cabe destacar aquí varios asuntos. Cada persona en este libro ha tenido que enfrentarse
con la obligación de perdonar. A los consejeros legítimos les afecta que los cristianos bien
intencionados sugieran que alguien que expresa sentimientos como la ira y la amargura no
debería «sentirse así». Desviar los sentimientos jamás permitirá que se resuelvan los
problemas. Si uno desea la sanidad, tiene que establecer un contacto con sus raíces
emocionales. Dios hará que salga a flote el dolor emocional para que se pueda tratar. Los
que no quieran encarar la realidad, tratarán de empujarla hacia adentro, cosa que producirá
únicamente mayor amargura.
El perdón es lo que nos libera de nuestro pasado. No lo hacemos por el bien de la otra
persona, sino por el nuestro. Debemos perdonar así como Cristo nos ha perdonado. No
existe libertad sin perdón. «Pero no sabes cuánto daño me hicieron», protesta la víctima. El
caso es que todavía le están haciendo daño y, así que, ¿cómo va a parar el dolor? Debe
perdonar de todo corazón, reconocer el dolor y el odio, y dejarlos ir. Cuando no se perdona
de corazón, se le da oportunidad a Satanás (Mateo 18:34, 35; 2 Corintios 2:10, 11).
Otro error es ver el perdón como un proceso de larga duración. Muchos consejeros
dicen: «Tiene que experimentar el sentimiento a profundidad, para entonces perdonar».
Pero repasar el pasado y revivir todo el dolor sin perdonar, sólo lo refuerza. Mientras más
hable de eso, más fuerte será el dominio que tendrá sobre la persona. Se supone que
primero uno tiene que sanar para luego perdonar. ¡No es cierto! Primero hay que perdonar,
entonces empieza el proceso de sanidad.
No hay manera de leer las Escrituras y llegar a la conclusión de que el perdón es un
proceso a largo plazo. Puede que los sentimientos dolorosos lleven tiempo para sanar, pero
el perdón es una decisión. Una crisis de la voluntad cuyo premio es la libertad.

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