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GuillermoPeña - El Campo Religioso La Diversidad Regional y La Identidad Nacional en México
GuillermoPeña - El Campo Religioso La Diversidad Regional y La Identidad Nacional en México
LA DIVERSIDAD REGIONAL
Y LA IDENTIDAD NACIONAL EN MÉXICO
Guillermo de la Peña*
CIESAS-OCCIDENTE
La historia de la formación y transformación del campo religioso en
México tiene como un hilo conductor central el esfuerzo sostenido de
la Iglesia católica por constituirse en fuerza hegemónica. Su estudio
implica centrar la atención en: (a) la diferenciación de los actores reli-
giosos dentro del proceso general de división del trabajo; (b) la compe-
tencia por la hegemonía entre diferentes actores y discursos religiosos;
(c) los diferentes capitales y alianzas que se utilizan en la competen-
cia. Los procesos de diferenciación, de competencia y la diversidad de
los recursos de las instituciones y actores tienen una realidad regional
diversa. En la actualidad la propia afiliación al catolicismo ha dejado
de tener un significado unívoco: bajo el nombre de “católicos” ahora
se agrupan los ortodoxos, los populares o “consuetudinarios”, los fun-
damentalistas, los progresistas, los radicales, los carismáticos y, en tiem-
pos recientes, se han sumado las variedades New Age. Entre los cris-
tianos no católicos, existe asimismo una división tajante entre los
“protestantes históricos” y las múltiples iglesias pentecostales y sec-
tas polimorfas. Existe un número importante de gente que en la ac-
tualidad se considera abiertamente atea o agnóstica, entre quienes se
encuentran funcionarios gubernamentales y miembros de la clase me-
dia profesional. Este ensayo analiza el desarrollo de esta diversidad
religiosa y regional en relación con los procesos de sincretismo, secu-
larización y el surgimiento de una ciudadanía con identidades nacio-
nales todavía relacionadas a la adherencia a una particular bandera
religiosa o ideológica.
* gdelapen@cencar.udg.mx Este artículo tiene una larga historia, y también una larga
lista de agradecimientos. Mis estudiantes del DEA en el Institut des Hautes Etudes de
l´Amerique Latine en París discutieron conmigo muchas de las ideas aquí contenidas,
durante el semestre de otoño de 1998. Luego, un primer esbozo fue presentado en el se-
minario “Regionalismo e identidad nacional en Brasil y México” (Brown University, sep-
tiembre de 1999), donde recibí comentarios de Tom Skidmore, Stanley Brandes, Anani
Dzidzienyo, Liza Bakewell, Lynn Stephen, Matt Gutmann y Randy Matory. Todavía una
versión posterior fue leída y pertinentemente comentada, en Guadalajara, por Cristina
Gutiérrez Zúñiga, Renée de la Torre y Pastora Rodríguez Aviñoá; y esta última me ayudó
a vertirla al castellano. También agradezco las críticas de los árbitros anónimos que dicta-
minaron este artículo para Relaciones.
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... la religión católica... [es] el único lazo común que liga a todos
los mexicanos
Lucas Alamán
Michael Walzer
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Véase de la Peña 1980, capítulos 7 y 8. Ejemplos similares de violencia aparecen en
Aguirre Beltrán 1986, 194; Boege 1988, 250 y ss; Bartolomé y Barabás 1990, 62.
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La Teología de la Liberación tuvo un punto de arranque en el Sínodo Latinoameri-
cano celebrado en Medellín, Colombia, en 1967, donde se proclamó la “opción preferen-
cial” de la Iglesia por los pobres. Sergio Méndez Arceo, obispo de Cuernavaca de 1956 a
1985, albergó en su diócesis experimentos tan radicales como el Centro de Información y
Documentación (CIDOC) de Iván Ilich, que buscaba cambiar la mentalidad conservadora
y neocolonialista del clero europeo y norteamericano que hacía labor misional en Améri-
ca Latina, y el “monasterio psicoanalítico” de Gregorio Lemercier.
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Lo dicho sobre México puede aplicarse, mutatis mutandis, a América Latina en gene-
ral. La mayor tolerancia religiosa por parte del poder público es al menos en parte atri-
buible a las presiones de las iglesias no católicas. Véanse Houtart 1996; Suárez 2000.
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No es competencia de este artículo el entrar a una discusión sobre la definición más
adecuada de religión. Recordemos simplemente que existe un consenso básico entre los
antropólogos sobre la diferencia básica entre la magia, que es de naturaleza instrumen-
tal, y la religión, que se refiere al sentido último de la vida (lo cual no impide que en la
práctica ciertos ritos incluyan tanto elementos mágicos como religiosos). Pero existe asi-
mismo un desacuerdo entre quienes ven la religión como necesariamente vinculada a la
pertenencia a un grupo, y quienes destacan el elemento de adhesión individual a una vi-
sión del mundo. Cfr. Tambiah 1990.
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Rodolfo Casillas (1996) ha escrito un análisis crítico de los prejuicios hacia la diver-
sidad religiosa en México. Véase asimismo Martínez Assad (1997).
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los vecinos (véanse, entre una numerosa bibliografía, Carrasco 1961; Ló-
pez Austin 1963; Reyna 1967; de la Peña 1980). Además, la abundante li-
teratura sobre las comunidades mesoamericanas ha mostrado las cru-
ciales funciones políticas y económicas de las festividades de los santos,
en cuanto éstas favorecen la consolidación de una jerarquía civil y reli-
giosa que estructura el gobierno local y distribuye riqueza y prestigio.
En palabras de Eric Wolf, “el sistema político-religioso en conjunto tien-
de a definir los límites de la comunidad y actúa como punto de conver-
gencia y símbolo de la unidad colectiva” (1955, 457). Por añadidura, las
fiestas se hallan vinculadas a la matriz general del culto a los santos:
una cosmología jerárquica de intermediación, en la que los santos inter-
ceden en nombre de los seres humanos ante Dios y su hijo Jesús. La cos-
mología presta significado a una serie de creencias e instituciones reli-
giosas, tales como el compadrazgo-padrinazgo, que representa una de
las formas más importantes de alianza social en la cultura mexicana y
latinoamericana.7
La importancia del santo en cuanto símbolo corporativo clave8 se re-
monta por lo menos a principios del siglo XVII (Brading 1997a, 32-34),
pero el desarrollo del culto variaba de un lugar de la Colonia a otro.
Existen muy pocos estudios etnohistóricos que documenten estas varia-
ciones, pero parecen ser consistentes con las estrategias diferenciales y
los impactos de la colonización. En los valles centrales y occidentales
del virreinato, la presencia de prósperas empresas españolas (hacien-
das, plantaciones, ingenios y minas) y la participación de la población
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El compadre es escogido por un individuo para que sea el padrino de bautismo de
su hijo. El padrino escoge el nombre del ahijado, conforme a un santo de su devoción; el
lazo social queda sancionado de este modo por el santo. Además, el padrino se convierte
en el guía espiritual de su ahijado para la vida de gracia (Gudeman 1975).
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Véase Ortner (1973) para una discusión de los “símbolos clave”, que esta autora a
su vez subdivide en “símbolos aglutinadores” (que expresan un conglomerado de ideas
y sentimientos) y “símbolos explicativos” (que aportan categorías que sirven para expli-
car el mundo). En el contexto mexicano los santos conjugan propiedades aglutinadoras
y explicativas: aluden a espacios sociales de la comunidad y la familia así como al tiem-
po cosmológico y generacional, y a la vez procuran motivaciones para la solidaridad y
explicaciones de la felicidad y la aflicción (de la Peña 1997, 176-177; cfr. Gudeman 1976).
Véase también la discusión de Turner sobre los “símbolos dominantes” (1967, capítulo 1).
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El modelo de la región de refugio ha sido muy debatido y criticado, sobre todo por
la insistencia de Aguirre Beltrán en la interdependencia funcional entre subordinación
política y económica, de una parte, y la cultura y la identidad indígenas, por otra (i.e. la
“modernización” acarrearía la transformación total de los indios en mestizos). De todos
modos, la noción resulta útil en referencia a la heterogenidad histórico-espacial de la po-
blación indígena.
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Esto no significa necesariamente que la “identidad indígena” haya desaparecido
fuera de las regiones de refugio. Pero el cambio cultural (e.g. en lo tocante a la lengua y
al vestido) ha ocurrido más rápido, y los límites entre indios y mestizos no siempre son
obvios. Cfr. Friedlander 1975; de la Peña 1993.
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El Segundo Concilio Vaticano y las Conferencias Episcolales Latinoamericanas im-
pulsaron el desarrollo de la “evangelización inculturada”. Esto significa reconocer que el
mensaje de Cristo se halla siempre mediado culturalmente y por tanto la Iglesia tiene que
adoptar expresiones culturales locales en sus empresas evangelizadoras.
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Sobre los orígenes del mito de Guadalupe, véanse Lafaye 1974; O’Gorman 1986;
Brading 1997, 34-37. Brading (2001) es también el autor de un exhaustivo e inspirado es-
tudio histórico acerca de la evolución del culto guadalupano y las elaboraciones teológi-
cas en su torno.
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Esta sección no tiene ninguna pretensión de originalidad. Simplemente, quiere
proporcionar un mínimo contexto histórico a las tensiones actuales en el campo religioso.
Para una discusión amplia e inteligente de la historiografía sobre la Iglesia católica en
México, véase Ceballos 2000.
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Un número sorprendentemente alto de clérigos (unos 130) había tomado una parte
activa y prominente en la insurgencia contra España (Bravo Ugarte 1966, 81-100), y otros
muchos participaron en la vida política del país recién creado, tanto en el bando liberal
como en el conservador (Connaughton 1992).
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Entre la abundante literatura sobre las relaciones tormentosas entre Estado e Igle-
sia durante las primeras cinco décadas de vida independiente, deben citarse las síntesis
de Cumberland 1968, 175-186 y Vázquez 1976, 20-2, 26-7, 49-53. El asunto de la libertad
religiosa fue rechazado de forma vehemente en una carta pública que dirigieron más de
200 escritores, académicos, políticos, empresarios y profesionales distinguidos, al gobier-
no, en la que manifestaban que el tema debía decidirse en referéndum público (estaban
seguros que el gobierno lo perdería). El arzobispo de México escribió asimismo al presi-
dente de la República, pero no tuvo respuesta. Véanse los textos de los dos documentos
en García Cantú (ed.) 1965, 430-45.
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La masonería llegó a México a finales de la Colonia. Tras la Independencia, los di-
ferentes grupos masónicos funcionaron como clubes políticos y se volvieron más pode-
rosos que los partidos, pero entonces el papa Pío IX prohibió a los fieles pertenecer a la
asociación y la mayoría de los católicos la abandonaron. Posteriormente, Porfirio Díaz
usó a los masones como una suerte de red de información internacional (Racine 1997).
Las doctrinas espiritistas de Allan Kardec fueron difundidas entre las elites en los años
1880; nunca se volvieron tan importantes como en Brasil, pero un ilustre converso fue el
futuro presidente Madero. Surgieron asimismo variedades populares de espiritualismo,
promovidas por profetas entre pequeños grupos de seguidores en las ciudades (Escalan-
te 1997).
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Utilizó la misma cita bíblica que aparecía en los escritos del jesuita Francisco de
Florencia en el siglo XVII, uno de los propagandistas más entusiastas del culto: Non fecit
taliter omni nationi (Brading 2001).
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En México, los escritores y políticos católicos se habían reunido en 1868 bajo la
égida de una asociación denominada la Sociedad Católica. Mantenía una línea antilibe-
ral en su periódico La Voz de México, que se prolongó hasta 1894. A partir de los años 1880,
otras publicaciones como el diario El Tiempo adoptaron un tono más conciliador, gracias
a la influencia de obispos más pragmáticos y políticos más flexibles durante el régimen
de Díaz (sobre todo Justo Sierra) (Ceballos 1992). Uno de los temas más polémicos con-
tinuó siendo la exclusión de la religión de las escuelas gubernamentales: para el gobier-
no, el laicismo escolar garantizaba la igualdad republicana; para los católicos, violaba el
derecho de los padres a educar a sus hijos en el credo religioso.
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Sobre el tema del catolicismo social y sus repercusiones empieza a existir una impor-
tante literatura (véanse, p.ej. Ceballos 1991; Romero de Solís 1994; Blancarte, comp., 1996).
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En Jalisco, por ejemplo, había ocurrido una confrontación entre el gobierno revolu-
cionario y las asociaciones católicas (en particular las de trabajadores y estudiantes) des-
de 1914 y continuaron a lo largo de los años 1920 (Tamayo y Ruano 1991). Confrontaciones
similares también tuvieron lugar en Zamora y su área circundante (Tapia 1986, cap. 4).
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pués de su prohibición por el gobierno en 1955, resurgió en los años 1980 como Partido
Demócrata Mexicano (PDM). Véase Alonso (ed.) 1989.
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Es virtualmente imposible encontrar presidentes protestantes en la historia de
América Latina. Algunas excepciones (nada edificantes) son el general Ernesto Geisel de
Brasil (que descendía de una familia de migrantes alemanes a Río Grande del Sur) (Ana-
ni Dzidzienyo: comunicación personal) y el general Efraín Ríos Montt, un cristiano “re-
nacido”, en Guatemala.
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Para una evaluación crítica de la campaña en contra el Instituto Linguístico de Ve-
rano, véanse Casillas 1996 y Garma 1988.
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chazan el que se les agrupe con estos dos fuertes rivales en el cambiante
campo religioso; por ejemplo, ninguno de ellos ha sido admitido en las
confederaciones evangélicas creadas para negociar con la burocracia es-
tatal, a raíz de que la legislación de 1992 sobre las asociaciones religiosas
permitió a las iglesias y a las sectas tener existencia legal (Garma 1999).
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Esta crónica se basa en Muro (1994, cap. II); cfr. Romero de Solís (1994, cap. 8). Las
JOC se originaron en Francia, en colaboración estrecha con el movimiento de los sacerdo-
tes-obreros.
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Los “carismáticos” se reúnen bajo la guía de un sacerdote a orar y recibir (de mane-
ra individual) los dones del Espíritu Santo.
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ALGUNAS CONCLUSIONES
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Véase el número especial de Proceso dedicado a la Iglesia en Chiapas, a propósito
de la jubilación del obispo: “Adiós a Samuel Ruiz: La diócesis indómita” (27 de octu-
bre de 1999), que contiene una visión del prelado llena de simpatía (aunque matizada).
Una visión negativa aparece en Loaeza 1996, 123-8.
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No obstante, el trabajo de Aguirre Beltrán necesita ser completado y comparado
con etnohistorias y etnografías detalladas (que aún no existen) de ciertas regiones donde
la cultura africana pudiera haber persistido. Cfr. Martínez Montiel 1993.
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