Está en la página 1de 22

La palabra creadora en Masonería; por Pere Sánchez Ferré

Artículo publicado en la revista La Puerta. Retorno a las


fuentes tradicionales, nº 65, julio 2006, Tarragona, Arola
Editors., pp. 99-116.

La existencia de la masonería está estrechamente vinculada


a la cábala hebrea, cuya presencia se hace evidente en el uso
de palabras, de nombres de Dios que figuran en los rituales
de los diferentes grados y en todos los Ritos y sistemas
masónicos, tanto antiguos como modernos. A cada grado le
corresponde una palabra sagrada y una de paso, aunque en
el Rito Escocés Antiguo y Aceptado el primer grado no tiene
palabra de paso, de manera que el aprendiz utiliza la única
palabra que ha recibido, la sagrada, para acceder al templo.

La mayoría de estas palabras son hebreas y han mantenido


su fonética en esta lengua hasta la actualidad, aunque a
veces se den alteraciones importantes, en muchos casos
debido al desconocimiento del hebreo. Se conservan en su
lengua original porque así mantienen su poder; no pueden
traducirse sin que pierdan su eficacia, ya que no son de
invención humana: pertenecen a una lengua sagrada  [1].
Platón escribe que los nombres de los dioses son eternos, y
son los correctos «por naturaleza y no por convención».
Para el filósofo griego, el creador, el demiurgo universal, es
también el «primerísimo onomaturgo[2], creador de los
nombres», por es esa razón aquellos que se han encontrado
con daimones o ángeles, «han aprendido de ellos nombres
más ajustados a las cosas que cuantos vienen impuestos por
los hombres»[3].

Court de Gebelin dirá que los nombres de Dios detentan su


fuerza y poder en la lengua original que fueron revelados
debido a que:

La justa relación entre los nombres y los objetos que


designan es lo que confiere la fuerza y la energía a las
palabras. […] hay aquí como un retrato que no puede ser
arbitrario, sino que debe ser conforme a su modelo. [4]

Estas razones son suficientes para no alterar los nombres


sagrados, como ha hecho la masonería.

En el pensamiento tradicional, las palabras aluden


directamente a las cosas que designan. Un buen ejemplo de
ello nos lo proporcionan los nombres de Dios que figuran
en  la Biblia, donde en la mayoría de casos a cada estado y
función de la divinidad corresponde un nombre
determinado, cuyo significado nos revela su naturaleza. Esta
relación íntima sobre el nombre y lo que éste designa no es,
evidentemente, patrimonio del judaísmo, sino que es propio
de todo el pensamiento antiguo. Nada en la creación es
fortuito, sino que todas sus partes y elementos guardan
entre sí una relación, un vínculo natural establecido por el
Creador, lo cual se manifiesta también el lenguaje.

La realidad era aprehensible porque las palabras y las cosas


no estaban separadas  [5]  y el signo no era arbitrario, como
piensa la modernidad, pues en cada cosa y en cada criatura
estaba inscrita una señal que la hacía reconocible,
identificable. Así, el mundo tenía significado, era inteligible
gracias al lenguaje. Así, también el ser humano era y es
cognoscible gracias a que también él posee un signo de
identificación, que consiste en la partícula divina que
contiene, es decir, Dios en el hombre, que es la palabra
perdida en masonería; esta es su dignidad, en el sentido que
lo afirmo Pico della Mirandola; gracias a esta palabra divina
sepultada en la naturaleza humana, el hombre puede ser el
rey de la creación y el centro del mundo.

Respecto a la relación verídica entre las palabras y las cosas,


la tradición escrituraria hebrea (a la que hemos aludido) nos
proporciona un ejemplo paradigmático, pues cada nombre
de Dios designa las cualidades, funciones y estados que le
son propios. He aquí algunos ejemplos: cuando el nombre
alude a la fuerza de la divinidad celeste, se usa el
término  El  (‫)אל‬, que significa ‘fuerza’. El nombre de Elías
representa al profeta que ha encarnado a Dios; en hebreo
es  Eliahú  (‫)אליהו‬, compuesto por dos nombres de Dios, el
celeste,  Elí  (‫)אלי‬, ‘mi Dios, mi Fuerza’ y  Hu, (‫ )הו‬el dios
sepultado en el hombre, que se unen en el ser humano que
ha sido bendecido.

Cuando Dios es el fuego del cielo, lleva el hombre


d e  U r i e l  ( u r i , ‘ m i f u e g o ’ ‘ d e  E l ’ ) ; c u a n d o
cura,  Rafael  (‘curación de  El’); cuando, en el cristianismo,
visita y fecunda a  la Virgen  pura, es llamado  Gabriel  (el
‘macho’, guever, de ‘Dios’, El).

En las palabras sagradas y de paso que emplea la masonería


prevalece este mismo principio, aunque intervienen otros
elementos que han modelado su uso con claves
complementarias.

Nombrar, crear

La palabra es creadora, contiene una fuerza primigenia que


nace del fondo del hombre, de su dios. Gracias a este origen
divino, nombrar supone activar la sustancia misma de lo
nombrado. Hablar es reanimar, actualizar fuerzas,
cualidades y estados de la divinidad, donde ya no existe
separación entre el nombre lo nombrado. Conocer el
nombre de las cosas es acceder a su sustancia más íntima, a
su naturaleza secreta. Pero es imposible conocer la divinidad
sin unirnos a ella. Sin embargo, mientras esto no ocurre,
podemos acercarnos al secreto de las palabras y de aquello
que designan, encaminando nuestro estudio hacia el origen
de los nombres, pues dirigirnos al origen es volvernos hacia
nuestra simiente, y de ella al germen, donde reside toda su
fuerza generadora. Así, por medio de la etimología
emulamos el camino que deberemos seguir hacia nuestro
propio principio, a fin de descubrir, por revelación, la
palabra oculta en nosotros y ser reengendrados por el
Espíritu.

Sin embargo, en la perspectiva de la nueva creación, no es el


hombre exterior quien lee y escribe, quien construye el
templo nuevo, sino el Gran Arquitecto del Universo,
abriendo el libro, clarificando el espejo donde el cielo se
leerá, se dirá y se reencontrará con su mitad humana. En
términos de construcción y geometría equivale a convertir la
piedra caótica, oscura y bruta (de latín  brutus, ‘animal’) en
piedra cúbica, apta para el templo reconstruido en la pureza.

Un antiguo ritual masónico dice que «los hombres


pretenden construir, pero es en vano si el Gran Arquitecto
del Universo no construye él mismo» [6].

La palabra sagrada

Ignoramos muchos de los nombres que se empleaban en la


masonería medieval inglesa, pero sí sabemos que existían
palabras de reconocimiento a fin de evitar que los albañiles y
picapedreros no iniciados accedieran a las logias o templos
en los que se celebraban las ceremonias masónicas. Sin
embargo, gracias a los rituales de los siglos XVI y XVII que
se han conservado, conocemos las diferentes palabras
sagradas y de paso que utilizaban, y todos ellos concuerdan
en que para acceder a la logia, al lugar en que se realizan los
trabajos de la construcción sagrada, es necesario conocer o
poseer una palabra de paso. Dichos rituales constituyen el
testimonio de una tradición más antigua, básicamente oral,
que sobrevivió hasta la época moderna.

Como indica su nombre, es una palabra de paso porque su


posesión permite al iniciado pasar de lo profano a lo
sagrado, simbolizado por la gloria. Se accede así el lugar de
la nueva creación  [7]. El aprendiz representa al verdadero
iniciado que comienza la andadura hacia su propia
regeneración, pero sólo está en los inicios de la Obra, ya que
posee la palabra sagrada, pero –como dice el ritual— aún no
sabe «leer ni escribir» dicha palabra, sólo puede deletrearla.
René Guénon observa que la «sílaba es el elemento
indivisible de la palabra pronunciada»  [8]. Por lo tanto, si
relacionamos la letra, elemento primero de la escritura, con
la silaba, primer elemento del lenguaje oral, ambas
equivaldrían a la primera materia con la que se construye el
templo.

El aprendiz sólo sabe deletrear, por lo tanto, no habla, es


decir, el verbo interior aún no se ha manifestado en él. Por
esa razón saluda con un signo llamado «gutural». Conoce
los elementos básicos que componen la palabra, las letras,
conoce la primera materia de la creación, pero aún no la ha
llevado a su perfección.

Así el aprendiz ha de aprender a leerse y a decirse, puesto


que es en su propia tierra donde la palabra está sepultada.
Es su propio Dios, su Señor, quien está abandonado en los
fundamentos del edificio en ruinas, también llamado piedra
bruta [9].

Nuestra piedra bruta es un caos que debe ser ordenado o


leído. También es el libro de la naturaleza que debe ser
abierto, lo que corresponde al hombre regenerado, según
decía Emmanuel d’Hooghvorst.

La hermenéutica tradicional enseña que leer y escribir


aluden a fijar, a poner límites a lo ilimitado. El aprendiz ha
recibido el don del cielo y este don se ha de realizar en él,
pues es un proceso por el cual –dice la tradición hermética—
el don inicial toma cuerpo y se solidifica hasta su completa
pureza, para asumir después la fuerza verbal y gloriosa.
Misterios corporales.

Los misterios de la regeneración son corporales, puesto que


son la sustancia y la esencia divinas en el hombre las que
deben ser regeneradas, lo cual es enseñado en los antiguos
textos de la masonería, donde la cábala hebrea no sólo está
presente en las palabras sagradas y de paso, sino también,
como ya hemos dicho, en los toques y signos masónicos,
todos referidos al cuerpo humano.

En el manuscrito Dumphries se pregunta:

¿Dónde reposa la llave de vuestra logia?

Y se responde:

En una caja de hueso recubierta de pelo erizado. [10]

Aquí resultan obvias las referencias al sexo. Es un pelo


«erizado» porque se trata de la naturaleza humana (el pelo
animal) que aún no ha sido bendecida o suavizada.
Enmanuel d’Hooghvorst cita al respecto un comentario de
san Jerónimo sobre el pasaje del Cantar de los Cantares 1,
2:

[…]  Si quieres buscar, busca y ven a vivir a mi lado en el


bosque. En el mismo sitio, la Iglesia en llantos recibe la
orden de gritar desde Seir, puesto que Seir se traduce por
‘velludo’ o ‘erizado’. Se trata de expresar el antiguo
erizamiento de los gentiles.

Además de ser un topónimo, Seir (‫)שעיר‬ significa ‘habitante


del bosque’ y también ‘satiro’, ‘macho cabrio’, términos éstos
de evidentes connotaciones sexuales. Como escribe el autor
de El Hilo de Penélope, «los misterios del verbo son
sexuales» [11].

El mismo manuscrito insiste más adelante en la cuestión:

¿Cuál es la longitud de vuestra cuerda?

Y se responde:

Es tan larga como la distancia que existe entre el lugar de


mi ombligo y mis cabellos más cortos. [12]

En el manuscrito inglés del Trinity College (de finales del


siglo XVII) se indica que los maestros se saludaban
presionando la columna vertebral y colocando la rodilla
entre las del otro hermano [13].

Otro texto de la masonería antigua explica que se daba  la


Palabra  de Maestro de manera que dos hermanos se
estrechaban mutuamente la mano derecha, mientras los
dedos respectivos de la mano izquierda presionaban
fuertemente las vértebras cervicales. [14].
En el toque del grado de aprendiz se relaciona la mano con
nombres de Dios, de manera que a cada falange le
corresponde una letra (véase figura), lo cual está tomado de
la cábala hebrea. Dicho toque se realiza de manera que un
hermano presiona con su pulgar derecho la primera falange
del dedo índice de la mano derecha del aprendiz. Las letras
que corresponden a estas dos falanges (del pulgar y del
índice) son la  pe  (‫ )פ‬y la  he  (‫)ה‬, cuyos valores respectivos
son 80 y 5. La suma, 85, es el valor numérico de la palabra
sagrada del aprendiz, Boaz (‫)בעז‬, siempre que se incluya la
letra vav (‫)ו‬, que está oculta, como observó Jaime González
[Santiago de Vilanova] es un trabajo inédito sobre los
nombres sagrados en la masonería [15].

En la cábala judaica, las manos unidas son una imagen del


Tetragrama, pues a la mano derecha se le asigna las letras
YH  (‫)יה‬, y a la izquierda, VH  (‫)וה‬, de manera que
uniéndolas tenemos el Nombre de Dios reunificado: ‫יהוה‬

La unión de la manos también es una alusión a la


unificación del Nombre, pues las dos se convierten en una
sola; la izquierda simboliza Elohim, el Rigor o Juicio (Din), y
a la derecha, la Clemencia (Guedulah) o el Tetragrama. [16]

En los textos antiguos de la cábala se hacen otras alusiones


al cuerpo humano en el  Sefer ha-Bahir, donde se explica
acerca de la séptima sefirá [17].

[…] suele decirse que es el Levante del mundo. Es de allí que


viene la simiente de Israel, pues la columna vertebral se
prolonga desde el cerebro hasta su miembro viril, por eso
la simiente viene de arriba, tal como lo establece Isaías 43,
5: Del Levante traeré tu generación. [18]

De hecho, las alusiones a la anatomía sagrada del cuerpo


humano se encuentran en todas las tradiciones; el
hinduismo es prolífico al respecto. Véase también la carta
número 19 del Tarot de Marsella (El Sol).

Los tres puntos

Además de los distintos nombres y palabras sagradas, la


masonería utiliza con profusión un nombre de Dios de
apariencia extremadamente simple, pero con un contenido
muy rico y profundo.

Se trata de un símbolo omnipresente en los textos


masónicos, tanto doctrinales como administrativos, que
consiste en tres puntos ordenados en forma de triángulo.

Esta forma sucinta y geométrica de representar a Dios tal


vez tenga su origen en los jeroglíficos egipcios. Según
Reuchlin, para escribir el nombre de Dios sin profanarlo, los
caldeos «usaron una figura de tres puntos unidos en forma
de semicírculo o de triángulo» [19].
Los tres puntos son también una manera de representar la
letra delta griega, que es una imagen geométrica de Dios. La
letra delta o triángulo es también el símbolo del fuego y
revestía gran importancia entre los pitagóricos, para quienes
el tres era el número perfecto, asignado al Todo (Pan), lo
cual recoge Aristóteles en su obra Sobre el Cielo (I, 1, 268 a):

«El número tres define al Todo y todas las cosas, pues es


aquello que constituye la Tríada: fin, medio y comienzo,
que también constituyen el Todo».

La triple voz

En  la Orden  francmasónica, lo triple reviste otros aspectos.


Uno de ellos es la triple voz del grado de maestro, usando en
épocas pretéritas.

En el manuscrito Graham, de 1726, se dice que no es posible


enseñar la «noble manera de construir» sin que se
pronuncie la «triple voz» [20]. En otros textos medievales se
explica que una logia sólo podía ser abierta para llevar a
cabo los trabajos de ritual con el concurso de tres maestros
masones, cada uno de los cuales disponía de una varita;
juntándolas, se obtenía un triángula rectángulo pitagórico.
De igual modo, la palabra sagrada del maestro constaba de
tres silabas, y cada uno de ellos pronunciaba una de las tres;
entonces la palabra perdida era recuperada.

En algunos textos alquímicos medievales como  Aurora


consurgens, se habla de «tres palabras preciosas [Tria
verba [21] pretiosa] en las que se halla oculta toda la ciencia
que debe ser daba a los hombres piadosas».
También en el Liber trium verborum, atribuido al rey Calid,
se encuentran dichas «tres preciosas palabras secretas y
descubiertas, que no son dadas a los malvados, impíos e
infieles, sino a los fieles y a los pobres, desde el primer día
hasta el último» [22]

El Chadai y el Tetragrama

Uno de los nombres sagrados en la antigua masonería era el


de  Chadai  (‫)שרי‬. Estaba presente en las ceremonias de
apertura y clausura de los trabajos en la logia, en los
juramentos y en las obligaciones. Los trabajos de apertura
en el grado de Aprendiz (del año 1663) comenzaban con
Estas palabras: «Muy Santo y Glorioso  El Chadai, Gran
Arquitecto del cielo y de la tierra» [23].

Por lo tanto, el Gran Arquitecto del Universo no sólo era el


equivalente al Tetragrama, sino también a El Chadai, lo cual
tiene su razón de ser, puesto que en la cábala hebrea es él
quien comienza la Obra [24].

Chadai o El Chadai es un nombre de Dios que, en el Antiguo


Testamento, siempre está vinculado a la experiencia
iniciática, si se lee el texto en clave cabalística; véase, por
ejemplo, Génesis 17, 1.

Era Abram de noventa y nueve años de edad, cuando le


apareció YHVH y le dijo: Yo soy El Chadai, anda delante de
mí y sé perfecto. [25]

En la cábala, el nombre de  El Chadai  corresponde al Dios


que bendice, como en el texto citado.
En Francia, antiguamente, el Nombre del grado de Maestro
era el Tetragrama (‫יהוה‬ ) [26], la Palabra completa.

En la masonería del siglos XVIII, cuando el masón recibía la


Palabra de Maestro, Hiram era enderezado, resucitaba [27].
Este aspecto ritual procedía de  la Edad  Media  e indica que
hemos de ser erguidos o reconstruidos gracias al Nombre de
Dios reunificado. Aquí Hiram puede asimilarse a Osiris y
también a Cristo resucitado en el hombre.

Cuando en los antiguos rituales masónicos del tercer grado


se dice que «un cadáver espera la resurrección»  [28], se
alude a esta palabra, a este Hiram u Osiris-Cristo en su
tumba, que resucita para completar la creación verdadera, la
obra de Dios, cuyos misterios se dramatizan magistralmente
en los diferentes Ritos de la masonería.

En el manuscrito Dumphries, de c. 1710, leemos que Cristo


muerto  y resucitado equivale al templo destruido y
reconstruido. [29]

La piedra cúbica

La piedra cúbica, como la piedra bruta, siempre están


presentes en la logia y simbolizan la obra de regeneración
humana a la que aspira el masón. La piedra bruta debe ser
extraída de nuestro caos y convertida en una piedra
perfectamente cúbica. Después debe ser afinada o sutilizada
a fin de que se vuelva piramidal. Quien da la medida de todo
–enseñaba Emmanuel d’Hooghvorst— es la piedra angular,
Cristo, de quien san Pablo escribió que era la piedra de
ángulo (en Efesios 2, 19-20).
Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino
conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de
Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y
profetas, siendo la principal piedra de ángulo Jesucristo
mismo […]

Si trasladamos la doctrina masónica al lenguaje teológico y


al alquímico, veremos que la piedra cúbica de fundación es
llamada María, no porque sea necesariamente una mujer,
sino porque es la primera parte de la obra alquímica de
regeneración, el misterio femenino. Su culminación es
Cristo, el estado masculino, el Verbo, la piedra piramidal.

Decir que la virgen María es la piedra cúbica no es un


despropósito, pues si bien la iconografía cristiana no abunda
en imágenes de vírgenes cúbicas, si lo hace la tradición
griega con la diosa Cibeles.

Esta divinidad es llamada en los Himnos homéricos «madre


de todos los dioses y de todos los hombres»  [30]. Su
nombre, Kybele (κυβέλη), procede de kybos laos (κύβος
λαας), ‘cubo’ o ‘dado de piedra’, y el verbo kybitzô (κυβιζω)
significa ‘formar un cubo’ [31].

La piedra bruta masónica, que es la propia del aprendiz, es


lo que nos queda de Dios, y debe ser purgada,
fecundada  [32]  y convertida en un cubo, trabajo que
corresponde al grado de compañero. El hijo de esta virgen
cúbica es el Verbo, la palabra perdida y reencontrada, o la
piedra piramidal del maestro. Así, los tres grados masónicos
contienen todo el misterio del cristianismo y de la
regeneración alquímica. Tal vez sin saberlo, los masones han
perpetuado hasta hoy día la tradición mariana del
catolicismo.
Encontrar La Palabra, construir el templo

¿Cuál es el objetivo primordial, iniciático de la masonería?


Todos los Ritos y sistemas afirman, bajo aspectos diferentes,
que es la construcción o reconstrucción del Templo.

Veremos a continuación que dicho edificio se fundamenta


en nombres de Dios, o en el Nombre de Dios. Más aún, pues
podría decirse que es el propio Nombre de Dios el que debe
ser reconstruido o reunificado, por esa razón la palabra
perdida es uno de los temas esenciales y más rico en
símbolos y alusiones herméticas que conserva aún la
masonería.

¿Y cuál es el lugar donde se construye? En el edificio en


ruinas de la humanidad. Hay que bajar a esas ruinas
abandonadas para edificar de nuevo el templo, hay que
visitar estos yacimientos para hallar la palabra abandonada.
Esta palabra de Dios posee una fuerza particular que edifica
cuerpos o templos nuevos, y es también un fuego que
reconstruye. [33]

La lengua latina expresa claramente esta relación entre el


nombre y la fuerza, pues  nomen  significa ‘nombre’,
y  numen  ‘poder, voluntad divina, inspiración divina,
providencia’. Nomen procede de nosco, ‘conocer, aprender’.

Louis Cattiaux escribió a un amigo que quien dispone de la


luz concentrada puede «crear con Dios». «De otro modo –
continúa— y en menor grado, es posible modelar la luz
esparcida por resonancia, lo que se hace con los nombres
secretos […]» [34]
En su  Mensaje Reencontrado  nos habla de los nombres
creadores:

Estos Nombres divinos se escriben, se deletrean, se


nombran y se cantan para dar las formas y para
deshacerlas; es un secreto que Dios sólo confía a los
renunciados que prefieren morir antes que matar. [35]

El sentido puro

Para construir un templo inmortal es preciso tener los


sentidos purificados, por eso los masones trabajan con
guantes blancos. La mano es el jeroglífico de los sentidos, o,
para ser precisos, del sentido interior que se encuentra
oculto y envilecido en el ser humano. Es el hombre viejo de
San Pablo, y debe sufrir un proceso regenerador gracias a la
bendición de Dios, que corresponde a la iniciación.

En la tradición egipcia, una de las ceremonias más secretas


de los misterios iniciáticos era la llamada «ceremonia de
obertura de la boca», por la cual el muerto Osiris recuperaba
(en el secreto interior del iniciado) el uso de sus miembros,
dándole una nueva vida a fin de poder gozarla y ser
divinizado. [36]

En el Antiguo Testamento, esta apertura del verdadero


sentido interior es representada por la boca, que alude a la
capacidad de hablar del verbo regenerado, y que en
definitiva es la verdadera circuncisión que abre la puerta a la
palabra profética y creadora: véase lo escrito en  Éxodo  4,
10-12.
Entonces dijo Moisés a YHVH: […] soy tardo en el habla y
torpe de lengua. […] Y YHVH le respondió: […] yo estaré en
tu boca y te enseñaré lo que hayas de hablar.

San Pablo se refiere al significado secreto de este misterio al


escribir que lo importante no es el ritual que nos recuerda
una circuncisión que desconocemos, sino la verdadera
circuncisión, que es la del corazón: «Pues no es judío el que
lo es exteriormente, ni es la circuncisión la que se hace
exteriormente en la carne; […] y la circuncisión es la del
corazón» [37]

Este corazón es la carne de nuestro fundamento divino (el


sentido) que debe ser circuncidada, lo cual corresponde a la
segunda parte de la obra de regeneración, según la
enseñanza de Emmanuel d’Hooghvorst.

En hebreo, ‘circuncidar’,  mul  (‫ )מול‬tiene la misma raiz que


hablar:  malal (‫)מלל‬  [38], lo cual nos indica que la
circuncisión permite recuperar la palabra perdida. Es la
lengua de los pájaros o de los ángeles, el verbo profético,
pues el cielo se ha encarnado, se ha hecho Verbo y Dios
habla en un hombre.

Escribe san Pablo en Gálatas 6, 11-18: «[…] porque yo traigo


impresas en mi cuerpo las señales del Señor». Tal vez éstas
correspondan a la elocuente herida de la que habla el autor
de El Hilo de Penélope. [39]

Así, el masón que ha sido sometido a la purificación de su


sentido interior conocerá el misterio del Verbo encarnado
actuando en su secreto.
El Verbo es el Dios de los vivos. Los muertos no hablan, por
eso en los rituales fúnebres de la masonería se escuchan
sonidos mate.

Como hemos visto, el misterio de la palabra es corpóreo,


pues Dios sólo puede ser conocido en el ser humano, y quien
posee su palabra se conoce a sí mismo en el sentido
platónico; ha resuelto el enigma y vivirá.

Todo ello es dramatizado en los rituales masónicos y sus


elementos esenciales han sobrevivido a lo largo de los siglos
como memento y enseñanza, como exhortación a la
sabiduría y como acto mágico encaminado a actualizar el
misterio de la palabra creadora en el masón.

La iniciación masónica verdadera (dramatizada en los


rituales) da a conocer esta palabra que permite acceder al
trabajo de reconstrucción del templo, o de recuperación de
la palabra extraviada en la carne del mundo. Esta
experiencia secreta conducirá al masón a reunificar la
palabra de Dios y dar testimonio del misterio supremo de la
regeneración humana, el misterio de la Unidad.

Notas:

[1] Jámblico advierte que si se traducen los nombres de Dios


«no conservan por completo el mismo sentido, pues en cada
pueblo hay características lingúísticas imposibles de ser
expresadas en la lengua de otro pueblo; no obstante, incluso
si se pueden traducir nombres, ya no conservan el mismo
poder», Misterios de Egipto, 7, 4-5, Biblioteca Clásica
Gredos, Madrid, 1997, pp. 199-200.
[2] Palabra compuesta de onoma, ‘nombre’ y theos –érgon,
‘obra de Dios’.
[3] Proclo, Lecturas del Crátilo de Platón, ed. Akal, Madrid,
1999, pp. 82 y 88.
[4]  Court de Gebelin, Histoire naturelle de  la Parole, París,
1776, pp. 7-8 y 15.
[5]  Véase la obra de Michel Foucault, las palabras y las
cosas, ed. Siglo XXI, Madrid, pp. 49-52, passim.
[6] Le Regulator du Maçon (obra de 1783), Les Éditions du
Prieuré (F), 1994, pp. 243-244.
[7]  En la obra masónica inglesa Ahiman Rezon, de 1778,
ejemplo de una masonería aún muy cristiana, leemos que
San Pedro es quien da: «la palabra de paso, el toque y el
signo, / San Pedro nos abre, y así entramos / A un lugar
preparado para los libres de pecado; A aquella logia celestial
que está bien a cubierto / un lugar preparado para todo
masón puro», N. Barker Cryer, «La descristianización de los
grados de oficio», Libro de Trabajos, Arola editors,
Tarragona, 1999, p. 99.
[8]  Études sur la Francmaçonerie et le Compagnonnage,
Éditions Traditionnelles, París, 1978, vol. II, pp. 45.46.
[9] El texto en que se funda la masonería moderna de 1717,
comienza con estas palabras: «Adán, nuestro primer padre,
creado a imagen de Dios, el Gran Arquitecto del Universo,
debió de tener escritas en su corazón las Ciencias Liberales,
particularmente  la Geometría, porque aún después de  la
Caída, hallamos los Principios de ella en el corazón de su
prole»,  La Constitución  de 1723, ed. Alta Fulla, Barcelona,
1998, p. 31.
[10] Travaux de la Loge nationale de recherches Villard de
Honnecourt, nº 7, 1983, p. 54.
[11]  Emmanuel d’Hooghvorst, El Hilo de Penélope, Arola
editors, Tarragona, 2000, t. I, pp. 146 y 91, respectivamente.
[12] Travaux de la Loge nationale de recherches Villard de
Honnecourt, nº 7, 1983, p. 60.
[13] Op. cit., p. 146.
[14] Op. cit., p. 142.
[15] Jaime González, fenecido hace dos años, debía publicar
este trabajo como la segunda parte de «Palabras Sagradas y
Qabbalah en la Masonería (I)», en la revista Letra y Espíritu
(nº 19, abril de 2004, pp. 46-56), que fundó y dirigió.
[16] Véase Paul Villaud, La Kabbale juive, ed. d’aujourd’hui,
Paris, s.a., vol. II, pp. 12-13.
[17]  En el  Sefer ha-Bahir  corresponde a Yesod,
‘Fundamento’.
[18] El Libro de la Claridad, ed. Obelisco, Barcelona, 1985,
CLV.
[19]  De Verbo Mirifico, en Cristianismo y filosofía oculta,
Colección La Puerta, nº 53, 1998, p. 28.
[20] Travaux de la Loge nationale de recherches Villard de
Honnecourt, nº 6, 1983, p. 149.
[21] En latin, verbum significa ‘palabra’ y también ‘voz’.
[22]  Aurora consurgens, edición de Maria-Louise von
Franz, ed. La Fontaine de Pierre, París, 1982, p. 155 y n. 79.
[23]  Pierre Girad-Augry, «La Tradition  du Nom chez les
opératifs», en  Travaux de la Loge nationale de recherches
Villard de Honnecourt, nº 13, 1986, p. 69.
[24]  El nombre de Chaday (‫ )שרי‬se compone en  ‫ ש‬  , ‘que’
y    ‫ רי‬  , ‘suficiente’, es decir, que con este nombre basta, es
suficiente.
[25] Se suele traducir el término hebreo Chadday por «Dios
Todopoderoso», siguiendo a San Jerónimo, que se sirvió de
la expresión Deus omnipotens, lo cual no se ajusta a su
sentido hebreo. Como hemos dicho, los nombres de Dios no
son traducibles, deben conservarse en su lengua original,
como ha hecho la masonería.
[26] Raoul Bertaux, La symbolique au grade de Maitre, Ed.
EDIMAF, París, 1990, p. 84.
[27] Travaux de la Loge nationale de recherches Villard de
Honnecourt, nº 6, 1984, p. 46.
[28] Arturo Reghini, Les Mots Sacrés et de Passe, ed. Arché,
Milán, 1985, p. 104.
[29] Travaux de la Loge nationale de recherches Villard de
Honnecourt, nº 6, 1983, p. 57.
[30] Himnos homéricos, ed. Gredos, Madrid, 1988, p. 234.
[31] Probablemente existe un origen común entre kybitzô y
el vocablo hebreo  qaba  (‫)קבע‬, la raíz hebraica
de  la  Kabah  de  La Meca, cuyo significado es ‘dado, dar
forma cúbica’, ‘joven púbera’ y ‘llenar un vaso’. En árabe,
la  kibbela  es la dirección hacia  La Meca, hacia donde se
dirigen los musulmanes.
[32] Colección La Puerta, nº 64, p. 96-97.
[33] Así lo expresa El Mensaje Reencontrado (VIII, 54’): «El
fuego de Dios edifica la vida. El de los hombres la consume.
No obstante, la suavidad del segundo puede manifestarse la
virtud del primero».
[34]  Florilegio epistolar, Arola editors, Tarragona, 1999, p.
22. Es un comentario del versículo x,  63’  de  El Mensaje
Reencontrado.
[35]  El Mensaje Reencontrado  XXX,  41’. Por su parte,
Proclo escribe que los dioses indican las cosas a los hombres
«sin necesidad de instrumentos corporales, configurando el
aire según su propia voluntad. Pues siendo más fácil de
modelar que la cera (Platón. Rep. IX 588d1-2), el aire recibe
de las más intelecciones divinas marcas que proceden de los
dioses móviles, y que llegan hasta nosotros a través de ruido,
sonido y modulación. Así, en efecto, decimos que se
transmiten los oráculos de parte de los dioses».
[36]  S. Mayassis,  Mystères et Initiations de l’Égypte
Ancienne, B.A.O.A., Atenas, 1957, p. 68.
[37] Véase también Colosenses, 2, 11 y Hechos 7, 51: «Duros
de cerviz e incircuncisos de corazón»
[38] Malal, ‘hablar’, tiene en guematría el valor de 100, por
eso Abraham tuvo un hijo a los cien años. Naturalmente, se
trata de la generación mesiánica. En el ritual llama «Crata
Repoa» se dice que en el séptimo y último grado se le
circuncida la lengua, Michel Monereau,  Les secrets
hermétiques de la Franc-maçonnerie et les Rites de
Misraim et Memphis, ed. Axis Mundi, Paris.
[39] Emmanuel d’Hooghvorst, op. cit. p. 19.

También podría gustarte