Está en la página 1de 12

Historia de Caracas

Primer Sello de Armas que existió en la Capitanía de Venezuela fue el concedido por Felipe II, el 4 de septiembre de 1591, a la ciudad de Santiago de León de
Caracas, y el título de Muy Noble y Leal Ciudad, con tratamiento de Señoría y Privilegio, y preeminencia de Grande, como cabeza y metrópoli de la Provincia de
Venezuela. El Escudo de Armas consiste en: un león pardo rampante, en un campo de plata, que tiene entre sus brazos una venera de oro con la cruz de
Santiago, y por timbre una corona de oro con cinco puntas, todo exornado con trofeos de guerra. Por Real Cédula de Carlos III, el 13 de marzo de 1766, se
concede al Escudo de Armas de Caracas, llevar una orla con la siguiente inscripción: "Ave María Santísima, sin pecado concebida, en el primer instante de su
ser natural".1
Caracas, oficialmente Santiago de León de Caracas, es la Capital Federal de Venezuela, así como su centro administrativo, financiero, comercial y cultural,
además de asiento de los Poderes Públicos de la Nación.
Los españoles descubrieron las costas venezolanas a finales del siglo XV (1498) y comenzaron con su colonización en estas regiones. Pero no fue sino hasta el
siglo XVI, en 1558, que se aventuraron a expandir su colonización a otras áreas, haciéndose el primer intento en lo que hoy es conocido como la ciudad de
Caracas. Antes de la llegada de los españoles, el territorio donde hoy se encuentra la ciudad estaba habitado por indígenas caribes.2 Estos al igual que otros
aborígenes de Venezuela eran defensores de su libertad, de sus tradiciones y de sus costumbres familiares.
El nombre Caracas proviene de la tribu que habitaba uno de los valles costeros contiguos a la actual ciudad por el norte, el Valle de los Caracas, topónimo aún
vigente, que por ser indios conocidos y tratados por los españoles asentados en la isla perlífera de Cubagua en sus expediciones esclavistas a esas costas entre
1528 y 1540, se hizo palabra usual entre estos españoles del oriente del país como topónimo de referencia para toda la zona y con ello se generalizó el nombre
a las tierras del área de Caracas.
Crecimiento de Caracas
La ciudad experimentaría un gran crecimiento dando oportunidades y riquezas, convirtiéndose 10 años después de su fundación en cabeza de la provincia, ya
que debido al clima y a su efectiva defensa montañosa contra corsarios y piratas, el gobernador Juan de Pimentel la hace su residencia, cuando llega a
Venezuela desembarcando en Caraballeda, ciudad vecina en la costa, en 1576. Dicha residencia en Santiago de León implicó en la práctica el tercer cambio de
la capital administrativa de la provincia de Venezuela, de Coro en la costa occidental del país (ciudad fundada en 1527) a El Tocuyo en 1545 y después a
Caracas en 1578.
Desde entonces esta ciudad mantuvo la capitalidad de la provincia de Venezuela o de Caracas y a finales del siglo XVIII, con los cambios administrativos
realizado por el Imperio español lo sería de la Capitanía General de Venezuela, conformada por las Provincias de Nueva Andalucía (Cumaná), Provincia de
Mérida-Maracaibo, Provincia de Trinidad, Provincia de Margarita, Provincia de Barinas, Provincia de Guayana y la propia Provincia de Caracas o de Venezuela,
Primer plano de la ciudad

Primer plano urbano de Caracas.


Ya en 1577 el propio Juan de Pimentel había dibujado el primer plano urbano de la ciudad, diseñado de acuerdo con las Ordenanzas de Felipe II que establecían
minuciosamente las dimensiones de las calles, plazas, cuadras o manzanas y la disposición ortogonal de toda la ciudad, indicando la forma como debería
ensancharse con el tiempo. En 1568 la ciudad nace con alrededor de 40 vecinos.
En 1576 llegan los primeros franciscanos a fundar el convento de San Francisco y hacia 1600 la iglesia de San Francisco, anexa al convento, de calicanto y
piedra sólida, ya dominaba el paisaje de la ciudad, dejando en segundo orden a la antigua Iglesia Mayor, actualmente Catedral de Caracas.
El Plano de Pimentel de 1578, único que se conserva de la traza de la ciudad hasta 1760, muestra una pequeña ciudad castellana ordenada por cuadras en
cuadrícula con 4 calles y 25 cuadras alrededor de una Plaza Mayor, como era norma en las ciudades hispanas de Indias.
La Contaduría Real se acuerda trasladarla de Barquisimeto a Caracas en 1586, haciendo entonces a Caracas sede también de la Real Hacienda de la provincia.
El obispo Ágreda se traslada a Caracas hacia 1576 y allí vive hasta su muerte en 1583.
Fundaciones
Vista de Caracas (1839).
En 1595 la ciudad es tomada por única vez en su historia por el corsario inglés Amyas Preston, que la quema reduciéndola a cenizas.
En 1597 se funda el Convento de San Jacinto, en la esquina actual de ese nombre.
En 1636 el Convento de Monjas, en la actual esquina de Monjas, sede de la Asamblea Nacional. Por esa época 5 grandes acequias de agua bajaban del río
Catuche a la Caja de Agua, o depósito de agua, recorriendo las cuadras de norte a sur, para satisfacer las necesidades hídricas de los solares y vecinos.
En 1641 ocurre el destructivo Terremoto de San Bernabé, que acabó con todo lo construido hasta entonces en la ciudad. La reconstrucción será lenta y
trabajosa.
La ciudad se enriquece y mejora con el comercio de cacao que los Mantuanos hacen con México. Un antiguo privilegio real, obtenido en 1560, antes de la
fundación de la ciudad, permite con el tiempo a los alcaldes de Caracas gobernar "en nombre del rey" cuando el gobernador titular fallece, y ejercerlo hasta la
llegada del nuevo gobernador, lo que hace en la práctica –a estos alcaldes– Gobernadores temporales de la provincia. Privilegio que ejercieron muchas veces,
en contra de otros gobernadores provisionales que enviaba la Real Audiencia de Santo Domingo para suplir mientras tanto la ausencia del nuevo titular que tenía
que venir de España.
En 1655 los mercedarios fundan definitivamente convento, luego de varios intentos previos, y erigen la Iglesia de La Merced, al norte de la ciudad.
En 1678 una muralla defensiva de recinto se comienza a fabricar, circundando la ciudad, por el temor a los corsarios franceses que más de una vez han
intentado tomarla, aunque no pasaron nunca del puerto de La Guaira. A los restos de este proyecto de muralla y defensas militares que jamás se terminó se
deben nombres de esquinas de Caracas que aún perduran, como las de Luneta y la esquina del Reducto.
A inicios del siglo XVIII un nuevo barrio de isleños canarios, la La Candelaria, al este de la ciudad, alberga gran parte de los inmigrantes canarios que como
"blancos de orilla" hacían las labores que despreciaban los Mantuanos, o blancos originarios, hijos de los descendientes de los conquistadores.
En 1723 un patricio mantuano, José de Oviedo y Baños, publica la célebre Historia de la conquista y población de la Provincia de Venezuela , primer obra
bibliográfica criolla, en la que se narra épicamente los orígenes y fundación de Caracas.
La peste de viruela de 1760-65 acaba con gran parte de los habitantes de las barriadas pobres de la ciudad.
A inicios del siglo XIX la ciudad contaba con alrededor de 30 000 habitantes. Realmente las dos grandes explosiones demográficas y urbanísticas se produjeron
en el siglo XVIII y en 1950, esta última la más impresionante y causante de la actual estética urbanística de la ciudad.
Terremotos de Caracas
Véanse también: Terremoto de Venezuela de 1812 y Terremoto de Caracas de 1967.

Caracas a principios del siglo XX.


La ciudad ha sufrido de varios terremotos a lo largo de su historia. Además del terremoto de San Bernabé en junio de 1641, y el de 1786, el 26 de marzo de 1812
la ciudad fue destruida casi en su totalidad y murieron más de 10 000 personas, el terremoto de Caracas del 29 de octubre de 1900 y en el de 1967 murieron 277
personas y numerosos edificios sufrieron daños.
A raíz del terremoto de 1812, en plena Guerra de Independencia de Venezuela, las autoridades religiosas, pro-realistas en su inmensa mayoría, aprovechaban el
fenómeno para sugestionar al pueblo, argumentando que el terremoto era un castigo divino contra los patriotas que intentaban emancipar a Venezuela, a lo que
Bolívar, comprendiendo el peligro de tan nociva propaganda a favor del rey español, indignado respondió con la célebre exclamación:
Si la Naturaleza se opone, lucharemos contra ella, ¡y haremos que nos obedezca!
En ruinas del monasterio de San Jacinto Simón Bolívar
Luego del desastre del terremoto de 1812 y los estragos de la Guerra de Emancipación y Federal, hacia el último tercio del siglo XIX, Antonio Guzmán Blanco,
un presidente ilustrado e influenciado por el afrancesamiento general de la época, impulsa una serie de cambios urbanos y construcciones nuevas, derribando
los viejos y hermosos conventos de estilo hispano y construyendo en su lugar edificios como el Capitolio Nacional o Palacio Federal Legislativo (sede de la actual
Asamblea Nacional), la Universidad de Caracas y otras construcciones cívicas, dándole a la ciudad el aire de eclecticismo neoclásico actual en sus más antiguas
edificaciones supervivientes.
Personajes ilustres
Caracas es la ciudad natal de Simón Bolívar, el Libertador de Venezuela, quien naciera en una casa entre las esquinas de San Jacinto y Traposos el 24 de julio
de 1783 y le diera la libertad a seis países sudamericanos. Desde 1921, su casa natal es conservada como museo. Otros hijos célebres de Caracas son
Francisco de Miranda, hispanoamericano universal precursor de la independencia de América, además de ser el único americano que aparece en el histórico
Arco del Triunfo de París, Francia. También figuran Andrés Bello, fundador de la Universidad de Chile y Simón Rodríguez, quien por aquellos tiempos de libertad
se desempeñó como ministro de la cultura de la naciente Bolivia; estos dos últimos fueron maestros del Libertador.
Cuatricentenario de la fundación

Fundación de Caracas, obra de Tito Salas en el Panteón Nacional.


La polémica suscitada en la Comisión organizadora del Cuatricentenario de la Fundación de Caracas con anterioridad a 1967, sobre la fecha de fundación de la
ciudad capital, originó una serie de opiniones que los historiadores de entonces expusieron en las sesiones de la Academia Nacional de la Historia. En las
reuniones, se discutieron conclusiones que por muy bien documentadas y apoyadas que estuvieran en viejos datos cabildantes y escritos cronísticos, no todos
de fiabilidad, ninguna arrojó nuevas luces sobre la fecha exacta de la fundación.
La ponencia de la “Fundación John Boulton”, basada en el Acta del Cabildo caraqueño del 14 de abril de 1590 y otros documentos, que de imprecisos se pueden
catalogar, puesto que no reflejan ni el día ni el año de la fundación, apuntaba establecerla en el año 1566.
La mayoría de los ponentes e investigadores que conformaban la Comisión Organizadora, en sesiones anteriores a 1967 (excepto Luis R. Oramas) hacen
tímidas referencias a la fundación del hato de Francisco Fajardo y al acto protocolar de Juan Rodríguez Suárez de convertir en “villa de San Francisco” al hato de
Fajardo, pero casi todos los ponentes defienden acaloradamente la fecha fundadora de 1567 y a Diego de Losada como el indiscutible fundador de la capital de
Venezuela.
A pesar del empeño, la documentación empleada para estas modernas afirmaciones, no se puede dar como fiable, puesto que los datos reflejados, tanto
históricos como municipales, se asentaron muchos años después del acto fundador, y lógicamente sus posibles errores, vaguedades e imprecisiones (unido a
que las primeras actas del Cabildo caraqueño que se conservan son de 1573, y que además fueron copiadas durante el siglo XVIII y se perdieron los originales),
en nada esclarecen la fecha fundadora del 25 de julio de 1567, puesto que en la comunicación que el gobernador Ponce de León envía a España el 15 de
diciembre de ese mismo año, y sin mencionar la palabra fundación, simplemente dice que:
Losada, con la gente que llevó, tiene poblado los dos pueblos que los indios habían despoblado.
Sin darle más vueltas a la fecha refundadora de Losada, ya que es imposible conocerla, se establece que los verdaderos artífices de la creación de la capital
venezolana fueron Francisco Fajardo y Juan Rodríguez Suárez, porque a la ligereza de Oviedo y Baños, se debe hoy el error de que se siga asegurando que
Diego de Losada es el fundador de Caracas, ya que cuando don José escribió su «Historia de la conquista y población de la Provincia de Venezuela», en vez de
llamar “refundador” a Losada, como habían hecho los cabildantes y los viejos cronistas Aguado y Simón, generosamente inmortalizó al zamorano como fundador
del asiento caraqueño.
En los preliminares de la fundación de Caracas, existen noticias y razones evidentes de que Francisco Fajardo y Juan Rodríguez Suárez son los verdaderos
fundadores de la capital venezolana. Entre los documentos existentes para apuntalar esta aseveración, pueden consultarse la relación que el gobernador Juan
de Pimentel envía al rey en 1578, donde no menciona que Diego de Losada sea el fundador de Caracas y Caraballeda. Es esa relación se puede leer lo
siguiente:
entró en ella por marzo de sesenta y siete, con ciento treynta y seis españoles y pacificó y reedificó los dos pueblos despoblados, y a este de San Francisco
llamó Santiago de León y el Collado, que está en la costa de la mar, nuestra señora de Caraballeda poblándolos en el mismo sitio que antes estaban.
Según se desprende de lo anterior, Losada, no fundó ninguna ciudad, sino que reedificó y repobló los dos enclaves que los indios habían destruido cuatro o
cinco años antes: la villa de San Francisco y el pueblo costero de El Collado, que aunque después fueron abandonados y arrasados, ya existían desde 1561.
Esta puede ser la razón de que no exista el acta de fundación de Caracas, ya que la ciudad capital estaba fundada desde 1561; primero como hato establecido
por Francisco Fajardo, y después convertida en villa por Juan Rodríguez Suárez, que nombró alcaldes y regidores y repartió tierras entre sus soldados. Cuando
Losada y sus hombres llegaron al lugar en 1566 o 67, encontraron los cimientos y las cenizas de la primitiva población.

La Navidad y su significado: origen, tradiciones y decoración

La Navidad es una fecha que se celebra en todo el mundo. Es una época que se suele pasar en familia y en la que no puede faltar la decoración en las casas y
calles. En este artículo, te explicamos el origen y significado de esta fiesta cristiana, así como las tradiciones más importantes.
Significado y características principales
La Navidad se celebra alrededor del mundo y, aunque en cada país encontramos unas costumbres diferentes, en todos los sitios tiene un significado relacionado
con la alegría y la felicidad.

Además de ser una época festiva, también se ve como un periodo para reflexionar sobre nuestra vida, pues tiene un importante significado espiritual.
En esta fecha la religión cristiana celebra el nacimiento de Jesús, el hijo de Dios. El Papa Juan Pablo II (1978-2005) consideraba la Navidad como una fiesta de
todos los niños del mundo, sin importar su raza u origen.
El 25 de diciembre es el día oficial de la Navidad. La noche de antes se celebra la Nochebuena. A las cuatro semanas anteriores se les llama Adviento y se
considera un periodo de preparación.
También es un destacado acontecimiento bíblico, ya que marca el paso del Antiguo Testamento al Nuevo Testamento. No obstante, en la Biblia no aparece la
celebración de esta fiesta ni se hace referencia a que fuera un mandato de Dios.
La palabra Navidad proviene del vocablo latín Nativitas, que significa nacimiento. Según la RAE (Real Academia Española) tiene la siguiente definición: «En el
mundo cristiano, festividad anual en la que se conmemora el nacimiento de Jesucristo».
Es importante no confundir esta palabra con «vanidad», que tiene una connotación totalmente distinta al mensaje que esta fecha quiere transmitir: «Arrogancia,
presunción, envanecimiento».

El origen y significado de la Navidad


Es una época que se suele pasar en familia y junto a los seres queridos. También es típico cantar villancicos, los cuales surgieron en el s. XV. Los instrumentos
que suelen acompañar estas canciones son la pandereta, la sonaja y la zambomba. Uno de los más conocidos es «Blanca Navidad».
Asimismo, se mandan mensajes a los amigos o familiares con los que no podamos reunirnos, ya sea utilizando las nuevas tecnologías o el formato tradicional:
las postales navideñas.
En estas fechas también es típico contarle a los más pequeños cuentos o historias de Navidad, como por ejemplo la famosa obra «Cuentos de Navidad», de
Charles Dickens.
Hoy en día, algunas personas se quejan de que los valores de la Navidad se han perdido y lo que predomina es el consumismo.
Origen y evolución
La historia de la Navidad tiene su origen en algunas fiestas paganas. Alrededor del 25 de diciembre, numerosas culturas celebraban el solsticio de invierno,
momento en el que los días comienzan a durar más.
En el caso del Imperio Romano, festejaban Saturnalia en honor a Saturno, el dios de la agricultura. En estos días se organizaban grandes fiestas con abundante
comida y bebida.

La relación entre Saturnalia y la Navidad


Asimismo, este mes también era Juvenalia, un día en honor a los niños de Roma. El 25 de diciembre se consideraba el cumpleaños de Mitra, el dios del Sol.
Para los romanos, era el día más sagrado del año.
A la hora de celebrar el nacimiento de Jesús, fue el Papa Julio I quien adoptó esta misma fecha en el siglo IV, por lo que podemos decir que inventó la Navidad.
La razón es que en la Biblia no se hace una referencia exacta a la fecha de este acontecimiento. No obstante, la Iglesia ortodoxa eligió el día del 7 de enero,
debido a un desajuste entre los calendarios de ambas corrientes.
Esta fiesta no siempre ha tenido la misma esencia que en la actualidad. Tampoco tiene un origen satánico, como algunas personas piensan. En la Edad Media,
primero se asistía a misa, para más tarde llevar a cabo una especie de carnaval desenfrenado.
Debido a la mala reputación de este acto, en el s. XVII se eliminó la Navidad en Inglaterra. Por lo tanto, tampoco se celebraba en América. Incluso se multaba a
la gente si lo hacían.
Fue en el siglo XIX cuando en Estados Unidos comenzaron a cambiar el significado de este día y, poco a poco, pasó a ser una fecha para pasar en familia y en
paz. Se dejaron de lado los disfraces y comenzaron a decorarse los árboles, enviarse postales y darse regalos.
Ya en 1870 la Navidad por fin se declaró Fiesta Federal en Estados Unidos. Las costumbres que adoptaron en este país se fueron transmitiendo al resto de
territorios, las cuales están extendidas por todo el mundo en la actualidad.
En estas fechas, los judíos celebran el Hannukkah, que aunque se le llame la Navidad judía, no tiene nada que ver, ya que ellos honran la derrota de Judas
Macabeo gracias a los sirios.
Historia de Santa Claus
El personaje histórico en el que se basa Santa Claus es Nicolás de Bari, un obispo que vivió en el siglo IV. Se dice que desde niño fue una persona bondadosa y
generosa.
Cuando era joven, sus padres murieron, de los que heredó una considerable fortuna. Sin embargo, él decidió donar su riqueza a los pobres e irse a Mira, en
Turquía, a ser sacerdote.
Una de sus hazañas más conocidas fue la de darle una bolsa de oro a la hija de un mercader que se había arruinado y, por lo tanto, tenía pensado vender a su
hija para conseguir dinero. Además, se le atribuyen numerosos milagros.

El origen histórico de Santa Claus


Con el paso del tiempo comenzó a conocerse con otros nombres. En muchos países de Europa y Latinoamérica se le conoce como Papá Noel. En las zonas
anglosajonas se le llama Santa Claus.
Un personaje totalmente contrario a Papá Noel es el Grinch. Su creador fue el escritor Dr. Seuss, quien en 1957 publicó ¡Cómo el Grinch robó la Navidad! Se
trata de una criatura verde que vive en una cueva.
Tiene un corazón pequeño y quiere arruinar la Navidad. Para ello, roba todos los regalos y adornos, pero se termina dando cuenta de que esta fiesta es mucho
más que eso. Es una especie de crítica al consumismo desenfrenado de estas fechas. Aquí puedes ver un pequeño fragmento de la película de El Grinch del
año 2000:
Origen de los Reyes Magos
Los Reyes Magos fueron tres sabios sacerdotes provenientes de Oriente. Esta información aparece en la Biblia, concretamente en el Evangelio de Mateo, que
forma parte del Nuevo Testamento.
Según éste, una estrella guió a los tres hombres hasta Jesucristo, considerado el rey de los judíos. Éste acababa de nacer en Belén. Una vez que lo encuentran,
le rinden homenaje y le entregan oro, incienso y mirra.
Sus nombres fueron asignados en el siglo VI. Desde entonces, se les llama Melchor, Gaspar y Baltasar. Se dice que sus restos están enterrados en la Catedral
de Colonia, Alemania.

Los Tres Reyes Magos en figuras de belén


Algunas costumbres actuales derivan de esta parte de la historia de Jesús. En España, la noche del 5 de diciembre se organizan cabalgatas para recibir a los
Reyes Magos, pues se espera que repartan regalos por las casas donde hay niños. En algunos países de Latinoamérica también se sigue esta tradición.
Tradiciones y curiosidades
En España hay una tradición muy arraigada: la Lotería de Navidad. Se celebró por primera el 18 de diciembre de 1892, aunque en la actualidad el día oficial es el
22 de diciembre.
Desde la primera edición, los niños del Colegio de San Idefonso de Madrid son los encargados de cantar los números que se llevan recompensa. A día de hoy, el
primer premio, al que se le llama «el Gordo», es de 4 millones de euros.
Los anuncios de la Lotería de Navidad son populares, ya que cada año son distintos. Se retransmiten por televisión en las vísperas de esta fecha y su tema
principal suele ser la generosidad. En el siguiente vídeo puedes ver el producido en 2014:
Otra costumbre española es la de comer uvas en Nochevieja. Surgió en 1909, cuando hubo un excedente de este producto y se decidió venderlas como uvas de
la suerte. Se deben comer doce.
Tanto en este país como en Latinoamérica, se suele montar un Belén, conocido como Pesebre en Venezuela y Ecuador, o como Nacimiento, sobre todo en
Puerto Rico y Guatemala.
En otras zonas de Latinoamérica, la Navidad es muy distinta. En Uruguay y Argentina es verano, por lo que no es raro ver a la gente tomando el sol en la playa o
dando un paseo por la noche.
En México, entre el 16 y el 24 de diciembre se celebran las Posadas. Representan el trayecto que María y José realizaron entre Nazaret y Belén, el cual les
costó nueve días. En Colombia y Ecuador se conocen como Novena de Aguinaldos.
Otros pueblos, como el gitano, festeja la Navidad también en familia. Por otro lado, los actos de los quechuas están alejados de la religión. Se centran más en la
ofrenda a la tierra.
En Grecia y Rusia, al ser ortodoxos, las celebraciones son bastante importantes. En Grecia no se pone árbol de Navidad. En su lugar, se monta una maqueta de
madera con forma de velero. Si quieres conocer más tradiciones, puedes visitar el siguiente artículo: Navidad en el mundo: principales costumbres y tradiciones.
En torno a esta fiesta hay múltiples curiosidades. Por ejemplo, en Estados Unidos, son más de 30 millones los árboles que se venden cada año. Cada uno tarda
en crecer unos 15 años.
Por otro lado, en la Primera Guerra Mundial, hubo una tregua no oficial en la Navidad de 1914. Desde las trincheras se cantaban villancicos e incluso se dieron
pequeños regalos entre ambos bandos.
Decoración y simbolismo
La Navidad es una época en la que no puede faltar la decoración. Es una buena ocasión para que los niños hagan manualidades o coloreen dibujos. Uno de los
elementos más extendidos es el del árbol de Navidad, el cual se suele ornamentar con guirnaldas, colgantes en forma de tórtolas, bolas y luces.

El árbol de Navidad: un elemento básico de esta fiesta


También es típica la corona de Adviento, la cual tiene cuatro velas, que simbolizan las cuatro semanas anteriores a la Navidad. También están los calendarios de
Adviento, de los que cada día se abre una puerta, que suele contener un dulce.
En cuanto a los Belenes, el primero en representar uno fue San Francisco de Asís en Italia en 1223. Fue a partir del siglo XV cuando se comenzó a generalizar
en el resto del mundo.
El Belén, también conocido como Pesebre o Nacimiento
En la entrada de las puertas se pone muérdago. Esta costumbre es de origen celta y tiene un significado de buena suerte. En Latinoamérica también es típico
poner en la entrada un borrego, símbolo de la abundancia.
Asimismo, se cuelgan botas o calcetines en la chimenea para que Papá Noel deje regalos. Esta tradición viene de una leyenda sobre San Nicolás, el cual se
cuenta que le puso en este objeto monedas de oro a unas hermanas que no se podían casar.
Otro objeto característico es el Cascanueces de Navidad, el cual proviene de un cuento de Ernst Hoffmann. No obstante, se hizo famoso por el ballet de
Tchaikovsky, que a su vez se basó en una adaptación de Alejandro Dumas.
El color que más predomina en estas fechas es el rojo. Éste simboliza la sangre, la pasión y el amor. De este tono es la típica Flor de Pascua, también conocida
como Poinsettia.

La Flor de Pascua como decoración navideña


Dónde pasar la Navidad
Hay distintos destinos en los que pasar las navidades. La elección dependerá de tus gustos. Si quieres aprovechar para bañarte en la playa, te recomendamos
Argentina, Uruguay o Australia.
No obstante, es una época para disfrutar de las montañas nevadas de algunos países como Suiza o Austria. En estas zonas encontrarás numerosas estaciones
de esquí totalmente preparadas para estas fechas.
El destino más aclamado por los turistas es Nueva York. Esta ciudad se prepara durante todo diciembre para recibir la Navidad. En esta época tiene un encanto
especial y en ella se celebran diversos eventos.
Comida típica
Las comidas y cenas de Navidad suelen ser abundantes. Las familias se reúnen y pasan horas en torno a la mesa. Mas allá de para comer, tiene una finalidad
de unión entre los seres queridos.
Dependiendo del país, se cocinan distintos alimentos. En Estados Unidos no puede faltar el pavo, mientras que en Argentina se elaboran ensaladas y vitel toné,
un filete de ternera con salsa.
Los buñuelos son un dulce que comenzó a realizarse en España en el siglo XVI. Es común que en algunas zonas como Colombia y México se cocinen en
Navidad. También se consume bastante turrón.
Como curiosidad gastronómica, encontramos el mazapán, un dulce inventado por los árabes. A la reina Isabel la Católica le gustaban tanto que los consideraba
una medicina. Incluso ordenó que se repartieran en el hospital, ya que tenían poder energético.
Preguntas de los usuarios
¿Por qué se dan regalos en Navidad?
Porque de esta forma se recuerda el acto que llevaron a cabo los Reyes Magos de Oriente, quienes llegaron a Belén a ofrecerle regalos al Niño Jesús. Además,
San Nicolas, figura de quien proviene Santa Claus, también era conocido por realizar donativos a los más necesitados.
¿Cuál es el verdadero sentido de la Navidad?
Según la tradición cristiana, es el amor, ya que Jesús nació para salvar a la Humanidad y sacrificarse por ella. Por lo tanto, su nacimiento es un acto de amor y
generosidad.
¿Cuál es el significado del árbol de Navidad y sus adornos?
Hace miles de años, los celtas adornaban un árbol para celebrar el nacimiento de Frey, el dios del Sol y la fertilidad, en una fecha cercana a la actual Navidad.
Fue San Bonifacio quien acercó esta tradición a la Iglesia Católica, pues en el siglo VIII cortó con un hacha el roble de los celtas y plantó un pino. Éste lo adornó
con velas, que simbolizan la luz de Jesús, y manzanas, que hacen referencia al pecado original. El árbol, al ser perenne, representa el amor de Dios.
¿Cuál es el significado esotérico de la Navidad?
El esoterismo es un conjunto de corrientes que reúnen conocimientos ocultos para la mayoría de las personas. Una de estas doctrinas es el gnosticismo, el cual
surge durante los primeros siglos de la Iglesia cristiana. Su actividad finalizó en el siglo IV, pero se retomó a finales del s. XIX.
Según Samael Aun Weor, padre de la gnosis del siglo XX, la Navidad es el final de un ciclo y comienzo de otro. Jesús no se entiende como una persona, sino
como el Sol, y el portal de Belén está dentro de cada uno.
¿Por qué en muchos lugares no se celebra la Navidad?
Aunque la Navidad es una de las fiestas más extendidas del mundo, hay países que no la celebran debido a que su religión predominante no es el cristianismo.
Esto ocurre en Arabia Saudita, Japón o Israel.
Además, en Cuba, fue eliminada por el régimen de Fidel Castro en 1959. No obstante, en 1997, volvió a instaurarse como día festivo.
¿Cuál es el significado de Barra de Navidad en Jalisco?
Esta localidad mexicana recibe este nombre porque fue el 25 de diciembre de 1540, día de Navidad, cuando el virrey Antonio de Mendoza desembarcó en su
puerto.
¿Por qué la Navidad es para muchos la mejor época del año?
Porque para los cristianos el nacimiento de Jesús es un hecho muy destacado en la historia de la Humanidad, por lo que se celebra por todo lo alto. No obstante,
el momento más importante es la Pascua o Semana Santa, ya que se conmemora la resurrección de Jesús.
Curiosa postal que muestra la Caracas vieja: las escalinatas de El Calvario a la izquierda y a la derecha el Arco de la Federación y la Iglesia de Pagüita. Todas
las casitas que se ven en la foto y que una vez fueron de techos rojos, han dado paso a edificios que ya cuentan más de 50 años.

Caracas desde El Calvario

Se observan en el centro de la foto: la cúpula de la Catedral, la de El Capitolio, y las de dos iglesias más -a la derecha y a la izquierda- que yo no identifico.

Distribuidor original que daba acceso a la urbanización Altamira. En primer plano la Urbanización La Floresta, con sus casas casi iguales en la actualidad. En el
fondo, la fábrica de cauchos General, donde hoy se ubica el centro comercial Sambil.

Esta es una vista aérea del aeropuerto La Carlota en sentido este-oeste. A la derecha se puede observar la Autopista del Este o autopista Francisco Fajardo. A
la izquierda se observan las calles casi deshabitadas de la urbanización Chuao.
La Caracas de los años 20 vista por un andino (I)

Luis Felipe Ramón y Rivera (1913-1993) fue un músico, compositor y docente que dedicó sus esfuerzos al estudio y difusión de la música
tradicional venezolana y la etnomusicología. Nacido en San Cristóbal de padres humildes y trabajadores, se interesó desde temprano en la
música. En 1919 su familia emigra a Cúcuta, como consecuencia de la persecución de un familiar por el gobierno de Eustoquio Gómez. Luego en
1922 emigran hacia Caracas (relato que se presenta más adelante), donde pasa un corto tiempo, y nuevas mudanzas lo llevan de nuevo a Cúcuta
y Pamplona. Logra cierta estabilidad hacia 1928, cuando logra ingresar a la Academia de Música y Declamación en Caracas, graduándose hacia
1934. Regresa hacia San Cristóbal, donde compone su obra más famosa, Brisas del Torbes.
Este relato de sus primeros años en Caracas fue publicado en su libro “Memorias de un Andino”, de 1992. Copio a continuación los extractos
relacionados con la ciudad; Es un texto algo extenso, por lo que lo divido por temas: sus medios de transporte, la vida en casas de vecindad, el
mercado y las ventas callejeras de alimentos.
¿Cómo era Caracas en 1922? Tenía, según decían, unos 300.000 habitantes. La vida se desarrollaba dentro de unos linderos que iban de norte a
sur, desde un poco más arriba de la Plaza de La Pastora (había el viejo camino de tierra que empezaba en La Puerta de Caracas hacia La Guaira,
por donde llegó apesadumbradamente a fines del siglo pasado el poeta Juan Antonio Pérez Bonalde). Y de esa parte norte de la ciudad se
extendía tranquila, sin edificios de más de dos pisos, puros techos rojos, hasta el Guaire y la avenida del cementerio y el frondoso paseo de El
Paraíso, lugar de regias mansiones para los ricos.

Caracas desde El Calvario, c. 1930


De oeste a este, Catia no llegaba sino hasta el sitio llamado Gato Negro. Por allí terminaba el tranvía, pues la ampliación hacia la Plaza Sucre
debe haber comenzado cuando se fabricó la carretera hacia el principal puerto, carretera que vino a competir con el tren. Desde esos lugares y
hacia el este, la ciudad se extendía hasta un poco más allá de la Plaza Candelaria, es decir, unas 10 cuadras antes de donde se encontraba la
estación del Ferrocarril Central que partiendo de ese lugar (Quebrada Honda – Santa Rosa), pasaba por Petare y llegaba hasta Santa Teresa y
Santa Lucía, o sea, los valles del Tuy. Por esa misma ruta viajaba desde Santa Rosa hasta Los Chorros, un tranvía eléctrico.
El transporte urbano se hacía en tranvía. No había autobuses. Las líneas iban de norte a sur desde La Pastora hasta la Plaza Bolívar, de donde
regresaba el tranvía hasta su lugar de partida. Y desde la Plaza Bolívar salía otro tranvía hacia Puente de Hierro, para regresar a la Plaza Bolívar.
De este a oeste lo mismo: n tranvía iba desde la Plaza Bolívar hasta el Gato Negro (Catia), y otro partía de la misma plaza hacia el este hasta
Candelaria y Santa Rosa. Y había una línea especial, de circunvalación, llamada “Paraíso”, que partiendo de la Plaza Bolívar pasaba por la
parroquia San Juan, atravesaba el Guaire por uno de sus puentes, entraba al Paraíso y llegaba hasta Puente Hierro para regresar a su lugar de
partida. Como viajaban en idas y venidas unos 4 tranvías por cada línea, cada 20 cuadras más o menos, existían unos lugares de una longitud
como de 30 metros en donde los rieles se bifurcaban a derecha e izquierda haciendo un desvío de dos líneas paralelas. Allí, el tranvía que llegaba
primero se detenía a esperar que llegara el que iba en sentido contrario, y cuando esto sucedía los dos vehículos seguían su marcha lentamente
hacia su estación final.
Tal modo de transporte da idea cómo era de tranquila la vida de entonces, en la que nadie sufría agitación ni angustias de tráfico, y sólo se
sacaba el pañuelo para enjugar el sudor si hacía un poco de calor, pues el clima caraqueño de esos años era benigno.
No existía, impreso, un plano de la ciudad. Todos la conocíamos de memoria, especialmente el barrio o parroquia donde vivíamos. La ciudad
estaba dividida en las siguientes parroquias: Catedral, Altagracia, La Pastora, San José, Candelaria, Santa Rosalía, Santa Teresa y San Juan; estas
eran llamadas parroquias urbanas, y habían las foráneas, que eran El Recreo (Sabana Grande), El Valle y la Parroquia Sucre (Catia).
Para 1922 había pocos automóviles. La gente caminaba generalmente a pie para sus diligencias, a menos que fuera hacia sitios muy lejanos, en
cuyo caso se tomaba el tranvía, y en casos muy especiales se alquilaba un coche, cuya “carrera” costaba 4 bolívares. Los coches circulaban
constantemente por las calles para atender el llamado de los pasajeros, tal como los taxis hoy en día.
Coches y tranvías de caballos en Caño
Amarillo
No hay para qué indicar con palabras la estructura de estos vehículos, que pueden verse en fotografías de la época. Pero sí diré algo sobre otras
particularidades como las siguientes: Brincaban mucho, esos rudimentarios vehículos, a pesar del pavimento de concreto. Iban tirados por dos
caballos que constantemente resoplaban, sobre todo en las subidas, y de vez en cuando orinaban o soltaban algún hedor cuando defecaban…
pero nada de esto molestaba a los pasajeros, quienes ya estaban acostumbrados a esta circunstancia. El auriga, o cochero, sostenía en una
mano las riendas, y en la otra llevaba un largo foete del tamaño de una caña de pescar, rematado en fuerte cuerda de pita o guaral, con nudos
sucesivos. Con este látigo no sólo arreaban a los animales, sino que de vez en cuando lo tiraban a lo largo del techo, hacia atrás, para castigar a
los muchachos que se agarraban a la parte trasera del coche en medio de las grandes ruedas principales, para ir así, sujetos, “coleados”, como
decían, por una o más cuadras. Si lo hacían con cuidado, el cochero no los sentía y podían viajar cuanto quisieran; pero si golpeaban al colgarse,
o algún otro muchacho envidioso le gritaba al cochero “¡Uno coleado!”… Ahí le iba tremendo latigazo que casi siempre daba en el blanco. Yo
recuerdo haber recibido alguna vez uno de esos castigos, y desde entonces no quise porfiar en colearme.
Los lugares de vivienda se identificaban por parroquia y por cuadras. Por ejemplo, uno podía vivir en la parroquia Sta. Rosalía, de Pinto a
Gobernador, No. tal; o de Gobernador a Muerto en la misma parroquia; o vivir en La Pastora, de San Ruperto a Soledad, o en Altagracia, de Salas
a Caja de Agua, etc. (Esos nombres se conservan hasta el presente en los planos de la ciudad).
Existía otra denominación oficial que nadie utilizaba, que consistía en dividir la ciudad partiendo de la Plaza Bolívar así: Norte 1, Norte 2, etc., Sur
1, Sur 2, y lo mismo, alejándose cada vez más por manzanas, en dirección este u oeste. Y como cosa curiosa, había un lugar o calle, por los lados
de Santa Rosalía, que llamaban Avenida Sur, pero no había tal avenida; y el tranvía que iba desde la Plaza Bolívar y bajaba por el frente del
Teatro Nacional, llegaba y volvía por esa calle desde su estación en Puente Hierro. Paraban los tranvías únicamente en las esquinas, si bajaban o
subían pasajeros; de lo contrario seguían lentamente hasta su desvío o estación. La velocidad común debía ser en estos vehículos unos 8 o 10
kms. por hora, y en casos especiales, en bajadas, podía aumentar tal vez a 15 o 20, lo cual ya era mucho. El “motorista” iba de pie en la parte
delantera marcando la velocidad en una especie de armario metálico que tenía a un lado, sobre el flanco izquierdo, una palanca giratoria que
según la velocidad marcaba 2, 3, 4 puntos hasta 9, y para aminorar giraba desde el punto mayor al menor. Para frenar tenía en la mano derecha
una larga palanca que también giraba sobre un eje, y con ella funcionaban los frenos. En la parte superior del carruaje, sobre el techo, el tranvía
llevaba un largo hierro llamado “percha”, que conectaba el vehículo al grueso cable de cobre que transportaba la corriente de alto voltaje que
movía el tranvía. Si este cable se reventaba alguna vez, como solía ocurrir, era peligroso, pues podía matar a una persona con la que tropezara al
caer, pero al tocar tierra el cable se desconectaba automáticamente, por lo cual nunca supe de un accidente de esta naturaleza. Pero en tal
momento brotaba del cable una gran llamarada junto con un fuerte estampido. El arreglo del cable y por consiguiente la espera para reanudar el
viaje, podía tomar una o dos horas, por lo que los pasajeros optaban por seguir a pie.
El transporte en tranvía iba decayendo a medida que los primeros autobuses empezaron a competir, lo cual ocurrió hacia 1934. Primero
suspendieron las vías que iban hacia el Rincón del Valle, El Valle y El Paraíso; después otras, hasta que finalmente quedó solamente algún tranvía
lejano, como el que partiendo de Sta. Rosa llegaba a Los Chorros.
Un intento de adaptación a las circunstancias fue cuando introdujeron los “trolibuses”, que eran tranvías eléctricos pero sin rieles, que no
necesitaban, pues se desplazaban sobre ruedas de goma y podían moverse de lado a lado en la calle, para solucionar los momentos de tráfico
difícil. Estos vehículos tenían de todos modos, tenían el problema de la “percha”, de la que dependían para el suministro de su energía. Los
últimos de este tipo funcionaban hacia Catia hasta que fueron suprimidos en su totalidad tranvías y trollies, y empezó la era de los autobuses y
los carritos por puestos.

Tranvías y autobuses compitiendo. Colección Allen


Morrison
En la Caracas de aquellos años era común encontrar también como sistema de transporte de carga las carretas y carretillas. Las primeras eran
grandes carros de dos ruedas tirados por una mula o un caballo. Estos vehículos eran conducidos por un hombre que se sentaba encima o iba a
pie, arreando al animal. Servían para el transporte de cargas muy pesadas, ya de víveres,  de materiales de construcción, y también se las
utilizaba para las mudanzas de gente humilde.
Además de las carretas se utilizaba mucho las carretillas de una o de dos ruedas. Estos pequeños vehículos eran para transportar alimentos
generalmente, y de ellas hacían uso muchos vendedores de frutas.
El reducido tráfico permitía, sin que nadie se molestara, el tránsito constante de estos pequeños vehículos menores, que fueron desapareciendo
poco a poco con la llegada de pequeños camiones que los reemplazaron.
Había otro tipo de transporte más singular, que era el de las parihuelas. Estas eran unos armatostes de tablas, con patas, muy parecidas a una
cama, de la que se diferenciaban solamente porque en la parte delantera y en la de atrás, tenían palancas a lado y lado que sobresalían del
conjunto como un metro de largo. De modo que para utilizar la parihuela, se colocaban dos hombres, uno delante y otro atrás para impulsar,
levantando, el artefacto, y así marchaban lentamente. Ambos utilizaban una larga tira de coleto, o pretal que, sujetando la parihuela por sus
palancas de lado y lado, pasaba por sobre el hombro de cada uno de los cargadores. Lo cómico era escuchar los avisos del hombre delantero que
gritaba al de atrás: “¡Ojo con los rieles!, ¡Concha’ e mango  a la derecha!, ¡Piedra grande a la izquierda! ¡Mojón de perro al frente!...” etc. Y esto
tenía que ser así, puesto que el cargador trasero no podía mirar al suelo ni hacia adelante por el volumen de lo que transportaban. En efecto, en
parihuela mudaban objetos grandes y hasta pianos verticales. Iban casi siempre por todo el medio de la calle. Los pocos automóviles o los
coches se desplazaban a un lado cuando veían venir la parihuela.

Vendedor de pan. Imagen de José Rafael Lovera, Historia de la alimentación en


Venezuela
Por esas calles tranquilas, sobre las lisas aceras de cemento, nos desplazábamos también los muchachos, raudamente sobre un patín. Con este
pequeño artefacto – importado – era un placer recorrer 7, 8 o más cuadras para hacer un mandado; y a veces el patín sirvió como instrumento
de trabajo, porque los chicos de esa época trabajábamos como mandaderos, y nuestro medio de locomoción era el patín. (Uno solo, el derecho,
a menos que el muchacho fuera zurdo, porque sobre dos patines hacía falta mayor espacio para impulsarlos; en cambio, con uno solo, nos
metíamos – como hoy los motorizados – por en medio de las personas, o saltábamos de la acera al medio de la calle, etc.
Llegó un momento, ya desde 1937 más o menos, en que todos aquellos lentos medios de trabajo y transporte fueron arrollados por el camión y
el automóvil, como hasta el presente se ha visto.
La Caracas de los años 20 vista por un andino (II)

El mercado de San Jacinto en fotografía de A.


Müller 
Vuelvo atrás, a los primeros días de nuestra llegada a la Capital, para narrar lo siguiente: Lo fascinante para mí, al contemplar por primera vez
Caracas, fue la enorme cantidad de gente que veía en sus calles, lo que me parecía enorme al compararla con mis experiencias provincianas.
También me impresionaron los diferentes tipos de vehículos que transitaban y muchos otros aspectos de menor importancia que no describiré.
Fuimos directamente a hospedarnos por unos días en casa de una familia colombiana amiga de papá, la familia de don Jesús Díaz, modesto
carpintero, hombre ejemplar, de bondad y trabajo, casado con doña Adela, vieja un poco rezongona pero bondadosa, también.
Allí estuvimos hasta que don Andrés consiguió una habitación en una casa de vecindad en El Rincón del Valle. Este barrio – al que por sugerencia
del Padre Machado se le cambió después el nombre por el de Prado de María –, estaba ubicado hacia el sitio donde comienza – hoy todavía – la
avenida del cementerio, y se prolongaba alrededor de la pequeña iglesia en una calle por la que pasaba el tranvía que partiendo de Puente
Hierro iba hasta El Valle. Recuerdo que el tranvía llegaba como a una distancia de una cuadra de la iglesia. Allí había una pequeña estación en la
que tomaba y dejaba pasajeros, y luego torcía y se alejaba por entre los potreros rumbo a El Valle…
¡Qué deliciosas mañanas aquellos de mis primeros días caraqueños! Me levantaba temprano para ir a buscar la leche a una vaquera cercana que
quedaba casi en frente de la pequeña iglesia, y de paso compraba el oloroso “pan isleño” o las calientes arepas para el desayuno. La calle
principal de este pequeño barrio estaba sombreada por larga fila de árboles – tal vez cedros y acacias –, y tenía casas por un solo lado, el
derecho, pues por la izquierda sólo había potreros y una que otra casa de campo. Una de estas casas era la vaquera a donde iba yo por las
mañanas.
Todo esto que rememoro y cuento, hará gracias a los caraqueños de hoy. Todo este escenario es el que hoy corresponde a la franja de ocho o
diez manzanas que van desde El Peaje hasta la iglesia del Prado de María, nombre que se le debe al Padre Machado, quien lo propuso en lugar
de Rincón del Valle, que seguramente le parecía feo y de minusvalía… Todavía hoy, al pasar por esta larga calle principal, veo una casita
minúscula que aún conserva su techo de tejas y su alero, y creo que todavía está otra, o estuvo hasta hace poco, más grande y pretenciosa, a la
que su fabricante quiso dar en la fachada el aspecto de un instrumento musical, ¡nada menos que el de un órgano!

Creo que la conseguí. La casa-órgano del Prado de


María! 
Cortesía del blog del  Prado de María. 

Felices tiempos del Rincón del Valle, cuando nuestra riente e inocente niñez se entretenía solitaria haciendo rodar por las calles de tierra una
rueda de hierro impulsada por un gancho de alambre. Días en los que, además, hicimos nuestras primeras amistades locales y empezamos a
darnos cuenta que estas otras gentes no hablaban como nosotros, nos trataban de tú y no decían bolera sino lavativa, y comían unos extraños
frijoles negros llamados caraotas, y en lugar de la panela de a medio, compraban un papelón que costaba doce o quince centavos.
Las casas de vecindad
La gente pobre como nosotros, que vivía en la Capital, no podía pagar el alquiler de una casa, y por eso, según las necesidades o las
posibilidades, se alquilaba una o dos habitaciones en una “casa de vecindad”. Estas eran casas grandes, viejas, que tenían cuatro o cinco cuartos
desde el zaguán hasta donde comenzaba el comedor, que se hallaba junto al primer patio; luego, a lo largo seguían tres o cuatro habitaciones
más. Por último se encontraba la cocina, los escusados y los lavaderos de ropa, con un patio cruzado de alambres para el secado.
La cocina, un largo espacio de cemento construido a manera de mesón, daba acceso a los anafes de las distintas señoras que ahí cocinaban. (Se
usaban unos anafes baratos, de un precio de cinco bolívares, que se fabricaban con media lata gasolinera a la que horadándole varios huecos en
sus lados, se le trenzaban flejes que servían para colocar los carbones. En la parte inferior tallaban un boquete para el desecho de la ceniza.
Vendían también anafes redondos, y con pata, muy resistentes, pues eran de hierro, pero estos costaban caro, unos 25 bolívares; por eso el
común de las gentes compraba el otro tipo de anafe, aunque duraba muy poco: unos dos o tres meses).
Algunas señoras preferían cocinar dentro de su misma habitación, y a veces se veían otras que preparaban sus sencillas viandas al lado de la
puerta de su cuarto. Según el tamaño de la habitación, se pagaban 30, 40 o 50 bolívares mensuales de alquiler. Y hablo aquí de casas grandes,
viejas, adaptadas a este servicio comunal; pero años más tarde vivimos en una casona que debió ser construida – o reconstruida – para tal fin, y
que quedaba de Carmen al Puente, en la parroquia San Juan. Esta casona tenía cuartos frente a frente, en dos hileras que se prolongaban como
por unos 60 metros. En ella vivíamos cuando pusieron preso a José María Rivera [tío del autor].
La casa de vecindad del Rincón del Valle no era tan grande, y como se había visto, un sitio de mucha tranquilidad y de cierta poesía campestre
que compensaba a mi alma infantil de la pérdida de mis primeros paisajes…

Pájaro a Curamichate
Papá tenía alquilado un cuartucho en la Esq. del Pájaro para su taller de “remendón”. Según la circunstancia del mercado zapatero, también
conseguía él hechura de calzado nuevo, de hombre o de mujer.
Un día le llegué a mi viejo, a pie, desde el Rincón del Valle, con las alpargatas en la mano. Como no llovía en ese momento, a él le extrañó mucho
verme así, y me preguntó por qué me las había quitado. Yo le respondí simplemente, que era para ahorrar, para que no se gastaran. Y entonces
me dijo: “No, mijo, no haga eso, porque aquí no se acostumbra”.
La Caracas de los años 20 vista por un andino (III)

El Mercado
Me veo en una esquina de “la playa” del mercado de San Jacinto comiendo quiguas. Las quiguas eran unos grandes caracoles cocidos de los que
se extraía el animal golpeando fuertemente la concha contra otro caracol, contra la pared o contra el suelo. Salía la carne blanca, en espiral, y al
final tenía como un rabito de un color verduzco que muchos no comíamos, pero muchos hombres, de estómago más fuerte, aseguraban que era
muy sabroso. Debía ser la mierdita de los caracoles. Tal vez aquella carne no fuera alimenticia, pero mataba momentáneamente el hambre. Y
cada caracol no costaba más que una locha. 
También vendían allí los “huevos de pájara”, muy ricos y sustanciosos, pero de éstos para llenar la barriga era necesario comerse cinco o seis, y
como valían también una locha, resultaba prohibida una merienda a ese precio. Los llamaban de pájara, porque provenían de un ave marina de
la cual nunca averigüé el nombre. Eran blancos como los de gallina, pero más pequeños y salpicados en sus cáscaras por unos puntitos de color
lila, muy bonitos. Se comían cocidos, por supuesto, y untándolos con un poquito de sal y pimienta que el vendedor ofrecía en un platico. 
Me veo en esa esquina sucia y maloliente del viejo mercado de Caracas, tan elogiado románticamente por quienes tratan de recordar las ventas
de flores, frutas o pájaros, pero que no tuvieron que matar su hambre con quiguas, chochos o huevos de pájara en medio del hedor de las
enjalmas, bosta y sudaderos, en unión de mendigos, borrachos y arrieros sudorosos, de toda aquella inmunda mezcla de cosas, hombres,
hierbas, cagajones, que era la playa del mercado de San Jacinto en los años de mi infancia. 
“LEO” lo dijo en un chiste cruel de Fantoches, aludiendo a las tres cuartas partes del pueblo de Venezuela de la época de Gomez: “Mi hambre es
inmortal”; esto respondía un hombre a otro, que según el chiste trataba de echarle en cara que le había matado el hambre. Y yo recuerdo mi
hambre de esos y otros años en Caracas, en San Luis de Cúcuta, en Pamplona, en San Cristóbal… Mi padre enfermo o lejos del hogar, la familia
numerosa y las entradas misérrimas, el trabajar en algo aunque no se pudiera: un desyerbo, tirar de una carretilla, repartir calzado, distribuir la
Revista Científica de Venezuela… 
(Yo quería pintar aquí la estampa amable del Mercado de San Jacinto, con mayúsculas, y no me salió. Porque lo que palpitaba adentro era otra
cosa. Pero ese mercado tenía, sí, sus cosas bellas aún para los niños con hambre como yo. Recuerdo que me distraía muchas veces mirando los
pobres pajaritos enjaulados, o viendo y oyendo a un culebrero diciendo sus mentiras para vender sus menjurjes [sic]. O me detenía ante el
hombre que acurrucado tenía frente a él un pote de “ladrones” y dos o tres botellitas de manteca del mismo bicho. Los ladrones eran unos
crustáceos pequeñitos que los llamaban así, porque tienen la particularidad de que no poseen concha propia, sino que se meten en cualquiera
que les venga más o menos a medida. A esta característica de robar su casa, deben probablemente el nombre. Y los muchachos pagábamos un
centavo por uno de ellos, para divertirnos echándolos a pelear entre sí, o para acercarles un fósforo encendido por la parte trasera hasta que el
bichito salía enterito de su concha…)

Viejas ventas caraqueñas 

La Caracas de los años veinte tenía sus ventorrillos chicos y grandes situados en cualquier parte: en una esquina o a mitad de cuadra. Se
expendía en ellos no sólo ciertos comestibles frescos tales como arepas, hallaquitas, pelota, majarete, o refrescos de elaboración casera como el
guarapo de piña y el carato, sino los víveres secos propios de las pulperías. No faltaba en estos pequeños negocios una hilera de botellas en la
que se veía desangrándose el eneldo, la yerbabuena, el malojillo y el berro, desangrándose, digo, en el aguardiente de caña que tomaba
entonces un color verduzco, o pardo si se trataba de otro condimento como las pasas de ciruela, bebida que creo que llamaban fruta’e burro.
Estos eran los tragos baratos, de a locha, que acostumbraban tomar los hombres, unos para “quitarse el frío”, otros como aperitivo antes de las
comidas, y otros, por la simple y humana costumbre de beber. Había clientes más resueltos: estos eran los amigos de la “caña blanca”, es decir,
no mezclada con ningún otro sabor. Y de esa costumbre salió una tomadera de pelo que aún se escucha entre los músicos, de gritarle a su
compañero “¡Blanca…!” cuando lo ven que está algo alegre.

También podría gustarte