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Patriarcado y androcentrismo

En esta Lectura llevaremos adelante el recorrido sobre dos conceptos que son
centrales para comprender cuáles son y han sido históricamente los mecanismos de
la desigualdad, de los prejuicios negativos de género, de la exclusión de las diversas
identidades de género y el establecimiento del orden sexual normativo sobre lxs
sujetxs.

Androcentrismo

Patriarcado

Referencias

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LECCIÓN 1 de 4

Androcentrismo

La primera definición más transparente de androcentrismo alude a una visión del mundo desde el punto de
vista masculino, donde el Hombre se encuentra en el centro del pensamiento y las ideas.

Podríamos pensar que en sí misma esta situación es una más de todos los modelos de pensamiento o
ciencia; incluso podría parecer que es simplemente una metodología o una epistemología del conocimiento.

Pues bien, es todo ello, pero también es algo más. El pensamiento androcéntrico no es solo un tipo de visión
del mundo y de las relaciones sociales basado en la mirada masculina, sino que a lo largo de nuestra
historia del conocimiento ha sido el tipo de visión del mundo y de las relaciones sociales establecido como
el parámetro de lo universal.

Es decir, la mirada androcéntrica se encuentra en el seno mismo de las teóricas clásicas del Estado, la
religión, el derecho, la política, la educación, la medicina, etc. Durante siglos, la mirada masculina fue la
única mirada que tuvo acceso a la producción de conocimiento y a la creación de teorías (históricamente,
las mujeres fueron privadas al acceso a la educación, más aún a los espacios de poder-saber).

El saber, el conocimiento, la forma en la que conocemos, se relaciona íntimamente con los modos que
adopta y las formas en la que se produce (constituye) la noción de realidad, de existencia, de poder. Dado
que el saber y su construcción es un espacio privilegiado de circulación de los varones, las relaciones que
trazó en la inclusión de las mujeres y otras expresiones de género, en términos históricos, fue desfavorable.
El saber androcéntrico se fue constituyendo a través de nociones de neutralidad, objetividad, universalidad y
rigurosidad científica, que explican la dificultad que tenemos hoy para advertir o develar cuando estamos
frente a un posicionamiento androcentrista.
Diversas disciplinas afirmaron científicamente la diferencia biológica entre hombres y mujeres como un dato
objetivo de la realidad y fueron adosando a esta diferencia «material» significados y ejemplificaciones de
desigualdad e inferioridad. Así, se aseveraba científicamente que las mujeres eran menos inteligentes, que
su biología las hacía tendientes a la debilidad, la emocionalidad, la irracionalidad y que el amor por las tareas
de cuidado era una predisposición natural.

El saber androcéntrico fue constituyendo al hombre como el Hombre Universal, la medida ejemplificante de
la humanidad, mientras que la constitución de la mujer se anudaba a la especificidad.

Cuando el hombre es percibido como el modelo de ser humano, cuando sus experiencias
se entienden como centrales a la experiencia humana, la enorme mayoría de las
instituciones creadas socialmente van a responder a las necesidades e intereses del
varón y, cuando mucho, a las necesidades o intereses que el varón cree tienen las
mujeres. Si el hombre se asume como representante de la humanidad toda, todos los
estudios, análisis, investigaciones, narraciones y propuestas se enfocan únicamente
desde la perspectiva masculina, la cual no es asumida en su parcialidad, sino como una
no-perspectiva, como un hecho totalmente objetivo, universal e imparcial. (Facio,         2002,
http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=18320201).

Como vimos anteriormente en la Lectura 2, esta construcción de la mujer como lo Otro configuró la forma de
comprender su posicionamiento social y político como el par desjerarquizado de la oposición fundamental
hombre/mujer, cultura/naturaleza.

Ahora bien, esta mirada androcéntrica que constituye al Hombre (tipo ideal) como la medida de lo humano
no se refiere a cualquier hombre,   pues la intersección con las discursividades raciales y de clase
estuvieron presentes. Podemos ver que, con posterioridad a la colonización y al desarrollo de lo que se llamó
el Atlántico negro, la raza fue también esa construcción sobre los cuerpos y la identidades que constituyó
poblaciones enteras como lo otro del hombre blanco, europeo, instruido y de clase acomodada, quien por
supuesto se encontraban en el centro de las decisiones políticas, construcciones del saber y ejercicio del
poder material de los Estados y las colonias. “La raza no es ni más mítica, ni más ficticia que el género,
ambas son ficciones poderosas” (Lugones, 2008, http://www.revistatabularasa.org/numero-
9/05lugones.pdf).

Esto nos lleva a comprender, a su vez, que no todas las mujeres eran ni son acreedoras de la fragilidad,
belleza, delicadeza y cuidado, sino que, intersectadas con la raza y la clase, miles de mujeres de color,
mestizas, mulatas, amarillas, etcétera, quedaron emplazas en un marco de no- humanidad, pues el trato
sobre sus cuerpos no se nutría de la fuerza –que les era exigida– y de la producción –que les era arrebata–
pensada como lo era para los Hombres, sino que quedaban relegadas a una asimilación animal. Lo mismo
acontecía con los hombres racializados.

La reducción del género a lo privado, al control sobre el sexo y sus recursos y productos es
una cuestión ideológica presentada ideológicamente como biológica, parte de la
producción cognitiva de la modernidad que ha conceptualizado la raza como
«engenerizada» y al género como racializado de maneras particularmente diferenciadas
entre los europeos-as/blancos-as y las gentes colonizadas/no-blancas. (Lugones, 2008,
http://www.revistatabularasa.org/numero- 9/05lugones.pdf).

El conocimiento a través de nuestra historia, no ha sido neutral en


términos de Género, Raza o Clase, puesto que sólo se ha incluido la
mirada desde un término: El masculino (Facio, A., 2002,
http://www.redalyc.org).

La formulación de la crítica al sesgo negativo de género del conocimiento y, por tanto, despejar cuáles
fueron los contextos de producción y las interrelaciones políticas del saber androcéntrico, fue una actividad
de trabajo de teorización y producción del saber que llevaron adelante las teóricas feministas. Ahora bien, el
feminismo no propone la sustitución de un término central como el masculino por otro término central
femenino para así constituir a la mujer en otro concepto totalitario que se convierta en la medida de lo
humano. Por el contrario, lo que se propone a través de una perspectiva de género o perspectiva de género
sensitiva es poner el foco del estudio en la existencia de estas relaciones de poder que anudan las
dicotomías (masculino/femenino), para deconstruirlas y dar paso a una nueva constitución de lo real, de lo
humano y con ello, los derechos, la visibilidad, la circulación y la legitimidad que simboliza.

Por eso las feministas insistimos en que la perspectiva que pasa por una no-perspectiva
es androcéntrica en tanto las interpretaciones de la realidad con más conocimiento
intelectual, son aquellas que no han tomado en cuenta las relaciones de poder entre los
géneros o las han marginado a tal punto que su visión o explicación de cualquier fenómeno
social o cultural se ha visto parcializado, incompleto o tergiversado. Sin embargo, las
perspectivas de género sensitivas o perspectivas de género como se les dice más
comúnmente, no pretenden sustituir la centralidad del hombre por la centralidad de la
mujer aunque partan de una mirada que corresponde a la experiencia de un sujeto
específico. Pretenden poner las relaciones de poder entre hombres y mujeres en el centro
de cualquier análisis e interpretación de la realidad. (Facio, 2002,
http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=18320201).

La perspectiva de género, entonces, implica poner la mirada en el análisis de las relaciones de poder entre
los géneros. Sería un error considerar que la perspectiva de género es lo que atañe solo a cosas de mujeres
o políticas públicas solo para mujeres, que dejan intactas las dinámicas de poder/saber constitutivas de la
desigualdad y la exclusión. Tanto hombres como mujeres y otras expresiones sexo-genéricas se encuentran
atrapadxs, clasificadxs, estereotipadxs y constreñidxs por los alcances normativos, reguladores y
disciplinadores de las construcciones relacionales del género, de maneras diferentes claro, pero no por ello
sin consecuencias constrictivas al libre desarrollo de la subjetividad.
LECCIÓN 2 de 4

Patriarcado

El concepto de patriarcado no fue desarrollado exclusivamente por el feminismo; en estudios de la sociedad,


el Estado y la familia, el sistema patriarcal hacía referencia a un sistema de constitución familiar, donde el
patriarca (el hombre de la casa) detentaba el poder económico, social y familiar sobre el resto de los
miembros de la familia, mujeres, niñas y niños. El patriarca era la autoridad dentro del sistema familiar,

administraba los bienes, recibía la dote1 del padre de su esposa y tomaba las decisiones de autoridad sobre
lxs hijxs. Este sistema no se limitaba solamente al ámbito privado de la familia, sino que se extendía y
replicaba en las cuestiones de Estado, en la concepción del sistema económico, del sistema de saber,
etcétera.

[1] Dinero, bienes y tierras que la mujer traía el matrimonio. La dote era entregada por el pater

familias al esponsal. Es parte de la entrega simbólica de la autoridad del padre a la autoridad

del marido. La mujer no administraba estos bienes. Este intercambio de bienes e influencias

marcaba la importancia de determinados matrimonios. Las mujeres se convertían así en un

bien de intercambio más.

Podríamos aproximarnos a la definición del sistema patriarcal, a través de los esfuerzos de las teóricas
feministas, como aquella institucionalización del dominio masculino que se despliega a través del
entramado social general, por medio de una jerarquización política, económica, jurídica e institucional.
Hacemos hincapié en la forma de institucionalización del patriarcado, como dijimos, no circunscripta al
ámbito familiar, sino sostenido, constituido y replicado en las instituciones sociales y sus relaciones.

El sistema patriarcal no es el mismo en todos los tiempos y en todas las sociedades, así como otras
construcciones sociales, presenta una contextualidad histórica y cultural. A pesar de ello, podemos
presentar algunas notas que parecieran replicarse en los diversos modelos y formas de los sistemas
patriarcales, siguiendo a la autora Alda Facio (2002):
1 Es histórico.

2 En su seno se presenta un orden de diversas economías de violencia que son desplegadas


sobre el cuerpo de la mujer (apropiación del ideal reproductor por parte del hombre,
objetivación y dominación sexual).

3 Las relaciones de dominación y subalternidad dentro del binomio hombre/mujer parecen ser
mantenidas a través de las diversas jerarquizaciones sociales.

4 La justificación, validación y legitimación de las desigualdades ancladas en relaciones de


poder de género tienen su base en presupuestos biologicistas que plantean esta diferencia
como natural, moralmente correcta, jurídicamente legítima y normalmente válida.

Entonces, los sistemas patriarcales, o como refiere el presente texto, el patriarcado, se manifiesta y replica a
través de los diversos contextos históricos y en el conjunto de variadas instituciones sociales que justifican
y validan la discriminación de la mujeres y de otras expresiones sexo- genéricas. “Llamamos institución
patriarcal a un conjunto de símbolos, prácticas, relaciones u organizaciones cuya existencia es constante y
contundente y que junto a otros conjuntos similares, operan como pilares estrechamente ligados entre sí en
la transmisión de la desigualdad…” (Facio, 2002, p. 66).

Algunas instituciones son el lenguaje, la familia patriarcal, la heterosexualidad obligatoria, las religiones, el
saber androcéntrico, entre otras.

Ahora bien, esta exposición sobre el patriarcado y las relaciones de dominación que habilita no significa que
las mujeres no tengan absolutamente ningún poder o espacio de acción. Al ser un producto de la historia y
no de la naturaleza, una característica de este sistema, como de cualquier otro sistema social, es su
contingencia. Decimos que es contingente pues es mutable, cambiable y por tanto, se puede apelar a su
desconstrucción y a pensar las relaciones sociales desde otras perspectivas, como una perspectiva de
género sensitiva.

A su vez, es erróneo pensar que lxs sujetxs que son subalternizadxs por estructuras o mecanismos
relacionales de poder no tienen ninguna agencia o capacidad de acción para modificar la situación
desfavorable en la que son colocadxs. Por ejemplo, si pensáramos que la mujer es solamente dominada,
solamente vulnerable, la ubicaríamos ya vulnerabilizada en todos los espacios, con una nula o casi
inexistente posibilidad de resistencia. Las identidades de género no masculinistas no son en sí mismas un
grupo vulnerable, sino que por el contrario, son a lo sumo vulnerabilizadxs en y por las relaciones de poder de
género. Tampoco es interesante reducir el discurso de emancipación al debate de mayorías y minorías. El
hecho de que las mujeres constituyan el 50 % o más de la población en términos cuantitativos no significa
en sí un argumento liberador de igualdad, porque nuevamente dejamos sin cuestionar, sin debatir y sin
deconstruir el campo de poder en donde se articulan las relaciones de género. Podríamos, además,
preguntarnos ¿cuál es el porcentaje poblacional representativo necesario para no ser subalternizadx? ¿50, 30
o 20 %? Si caemos en la trampa del discurso de las mayorías y las minorías, corremos el riesgo de
invisibilizar cómo se producen las desigualdades, los cuerpos sobre los que se imprimen y que su
deconstrucción en sí es un problema de la sociedad toda, pues sus ramificaciones nos afectan a todxs, sea
cual sea el grado de privilegio social que ostentemos. No es un problema de aquellas minorías, sino que el
campo normativo y la articulación de poder de las relaciones desiguales a través del género, la raza y la
clase nos atraviesan a todxs y es un problema de la sociedad en su conjunto.

Engenerando nuestras perspectivas.pdf


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Fuente: Facio, A. (2002). Engendrando nuestras perspectivas. Otras Miradas, 2 (2), pp. 49-79. Recuperado de

http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=18320201
LECCIÓN 3 de 4

Referencias

Facio, A. (2002). Engenerando nuestras perspectivas. Otras Miradas, 2(2), pp. 49-79. Recuperado de
http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=18320201

Lugones, M. (2008). Colonialidad y género. Tábula Rasa, Nro. 9, Julio- Diciembre, pp. 73-101. Recuperado  de
http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=39600906.
LECCIÓN 4 de 4

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