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JUAN MENDOZA DÍAZ (San Diego del Valle, 1958). Profesor Titular
de Derecho Procesal de la Facultad de Derecho de la
Universidad de La Habana, Presidente de la Sociedad Cubana
PARTE GENERAL
de Derecho Procesal y Miembro del Instituto Iberoamericano de
Derecho Procesal.
DERECHO PROCESAL
9 789590 720512
DERECHO PROCESAL
PARTE GENERAL
DERECHO PROCESAL
PARTE GENERAL
Dr. Juan Mendoza Díaz
La Habana, 2015
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DERECHO PROCESAL
PARTE GENERAL
ISBN 978-959-07-2051-2
Abreviaturas utilizadas / IX
Prefacio / XI
CAPÍTULO I. EVOLUCIÓN HISTÓRICA DEL DERECHO PROCESAL.
DOCTRINA Y DERECHO POSITIVO / 1
SUMARIO: 1. Introducción. 2. El Proceso romano. 3. El proceso común
medieval. 4. El Derecho de Indias. Extensión del proceso español en
América. 5. Las reformas procesales europeas del siglo XIX. 6. La escuela
italiana. 7. La codificación española del siglo XIX. El tránsito del proce-
dimentalismo al procesalismo moderno. 8. La evolución del Derecho
Procesal en América Latina. 9. Origen y evolución del Derecho Procesal
en Cuba.
CAPÍTULO II. INSTITUCIONES BÁSICAS DEL DERECHO PROCESAL / 49
SUMARIO: 1.Concepto y contenido del Derecho Procesal. 2. Derecho
Material y Derecho Procesal. 3. Naturaleza del Derecho Procesal. 4. Ramas
del Derecho Procesal. 5. Las fuentes formales del Derecho Procesal;
5.1. Las fuentes formales en el sistema jurídico en general; 5.2. Las fuentes
formales del Derecho Procesal Civil; 5.2.1. La Ley; 5.2.2. Las interpreta-
ciones de las leyes emanadas del Consejo de Estado; 5.2.3. Las instruc-
ciones de carácter obligatorio dictadas por el CGTSP, que recogen la
experiencia de la actividad judicial en la interpretación y aplicación de
la ley; 5.2.4. Las decisiones adoptadas por el CGTSP al evacuar consultas
de los tribunales sobre conflictos entre leyes y otras disposiciones de
rango normativo inferior; 5.3. Las fuentes formales del Derecho Procesal
Penal; 5.4. Las demás fuentes formales. 6. Vigencia de las normas pro-
cesales en el tiempo. 7. Eficacia de las normas procesales en el espacio;
7.1. Eficacia en el espacio de las normas procesales civiles y de familia;
7.2. Eficacia en el espacio de las normas procesales penales; 7.3. Eficacia
en el espacio de las normas procesales arbitrales. 8. Interpretación de
las normas procesales.
CAPÍTULO III. LA JURISDICCIÓN / 101
SUMARIO: 1. Concepto de jurisdicción. 2. Distinción entre función
jurisdiccional y función judicial. 3. Clasificación de la jurisdicción;
3.1. Jurisdicción judicial. Jurisdicción contenciosa y jurisdicción voluntaria;
3.2. Jurisdicción nacional y jurisdicción extranjera; 3.3. Jurisdicción
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El autor
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CAPÍTULO I.
1. Introducción
El Derecho Procesal, a diferencia de otras ramas del Derecho, tiene un
origen científico relativamente reciente. Es un lugar común en la doctri-
na adjudicar a Alemania, en las postrimerías del siglo XIX, el mérito de
ser donde se gestó el movimiento que aportó los fundamentos teóricos
que sustentan el carácter científico de esta disciplina, pero, como dijera
el maestro Alcalá-Zamora, “el proceso como realidad es muy anterior al
proceso como literatura”.
El camino recorrido, desde las formas primitivas de administrar justi-
cia hasta la conformación de un sistema de conocimientos y categorías
interrelacionadas, que posibilita hablar de una ciencia, fue largo y ha
sido dividido en diferentes períodos convencionales. Uno de los crite-
rios más aceptados es el que marca la existencia de determinados hitos
en el devenir histórico del Derecho Procesal, a saber:
• La etapa primitiva y el período romano-germano.
• El proceso común medieval.
• La etapa de la codificación napoleónica.
• La aportación de la doctrina alemana de finales del siglo XIX y su pos-
terior evolución.
• El derecho procesal contemporáneo.
2. El Proceso romano
Se debe a la Escuela Histórica Alemana o Pandectística inicialmente,
y luego a la doctrina italiana, el desentrañar las particularidades del
proceso romano, basado en lo que modernamente se conoce como
derecho subjetivo y que los romanos identificaban como el ius. Esta
categoría define una especie de campo de autonomía individual
procesalmente protegible, en el que el individuo puede con determinado
acierto imponer su voluntad. Si bien en una primerísima etapa este
interés podía estar circunscrito a cuestiones de tipo familiar o, incluso,
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del momento, se dice que las publicó, no que las promulgó, como una
obra de referencia y consulta y no fue hasta un siglo después, en el año
1348, en que se promulgó el Ordenamiento de Alcalá, en que Las Siete
Partidas adquirieron fuerza vinculante, como normativa supletoria del
mencionado Ordenamiento que la puso en vigor.
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6. La escuela italiana
Detenerse en la Italia de principios del siglo XX es obligatorio en un re-
paso sobre la evolución de la doctrina procesal, por muy sintético que
resulte el empeño, porque en ese país se gestaron las figuras que más
influyeron en la formación de la doctrina procesal americana, pues las
aportaciones científicas de los alemanes no llegaron a América direc-
tamente, sino a través de la recepción que de las mismas hicieron los
grandes maestros italianos.
El fundador del procesalismo científico italiano fue Giuseppe Chiovenda
(1872-1937), profesor de la Universidad de Roma, y la partida bautismal
de este acontecimiento fue la conferencia que impartió en 1903 titulada
“La acción en el sistema de los derechos”, donde desarrolló su concep-
to de la acción como derecho potestativo. Chiovenda tuvo la influen-
cia del procesalismo científico alemán y se identifica a Wach como su
musa inspiradora, por lo que, a pesar del generalizado prestigio de que
siempre gozó, su vínculo con el Derecho alemán le valieron inmerecidas
críticas, algunas tan fuertes como la de traidor, por ir a buscar las
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Por la influencia que sus obras tuvieron para América Latina, dos figu-
ras se destacan en el panorama doctrinal español, que son los maestros
Niceto Alcalá-Zamora y Castillo (+1985) y Víctor Fairén Guillén (+2013).
El primero desarrolló una amplia obra en su destierro americano, que
abordaremos más adelante y el segundo fue un ferviente impulsor de la
posición unificadora del Derecho Procesal y desarrolló una importante
labor dentro del Instituto Iberoamericano de Derecho Procesal.
La doctrina procesal española contemporánea tiene un gran desarrollo
y goza de un reconocido prestigio internacional, además de que aún
mantiene un significativo y estrecho vínculo tutelar con lo que se gene-
ra en Alemania, Italia en este campo.
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Este intento corrió igual suerte y el proceso civil en Cuba siguió bajo la
égida normativa de la Ley de Enjuiciamiento Civil española hasta el año
1974.
Por lo avanzado del pensamiento de Montagú y la novedad de la re-
forma propuesta, vale la pena que nos detengamos un instante para
destacar sus aspectos más relevantes.
El Proyecto reducía el articulado a 524 disposiciones, en contraste con
los 2 153 artículos de la Ley de Enjuiciamiento Civil española, por lo que
el primer aspecto que se destaca es el interés del autor por reducir la
preceptiva, a pesar de contener tanto el proceso civil como el adminis-
trativo. No obstante la pretensión reformadora de Montagú, su Proyecto
se ajustó a lo que él consideró como el ideal posible para la Cuba del
momento, lo que estaba por debajo de su pensamiento real sobre lo
que debía ser el proceso civil moderno. En la exposición de los motivos
de su propuesta, expresó con toda claridad que “He llevado los princi-
pios científicos del proceso moderno hasta donde estimo lo permiten
nuestros antecedentes históricos y nuestra educación jurídica, política
y social. Más allá resultaría actualmente peligroso y contraproducente
llegar para los intereses de la verdadera justicia”. En correspondencia
con esta línea de pensamiento Montagú renunció a introducir la oralidad
como principio esencial del nuevo proceso civil, por considerar que aún
no estaban creadas las condiciones para incorporarlo.
Las principales novedades del proyecto, en muy apretada síntesis, son
las siguientes:
1. Introduce una sección dedicada a las facultades del juzgador, donde
lo dota de amplios poderes de dirección del proceso, bajo su impulso
procesal. Le confiere facultades para disponer de oficio las medidas
que estime pertinentes para garantizar la igualdad de las partes en
el proceso, que le permite incluso, en ausencia de norma específica,
disponer un proceder concreto ante una situación de silencio de la
ley. Faculta al juzgador para convocar a las partes en cualquier estado
del proceso y, siempre que lo estime pertinente, para interrogarles
libremente sobre los hechos objeto del debate, así como ordenar las
inspecciones que considere necesarias para el conocimiento de los
hechos. Incorpora la coyuntura de que el juez, ante una norma que
considere injusta, pueda solicitar al Tribunal Supremo su no aplica-
ción.
2. Modifica la nomenclatura existente para designar los tipos procesales
e introduce nuevos modelos de enjuiciamiento. En ese sentido realiza
una gran división entre Procesos de Conocimiento y Procesos de Eje-
cución.
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del país, pues la guerra de liberación se inició cuando apenas tenía siete
años de edad y culminó cuando ya era un destacado profesor de la
Facultad de Derecho de La Habana, por lo que desarrolló la mitad
de su vida teniendo como telón de fondo una guerra independentista
que culminó en el año 1898 con la retirada del gobierno español de la
Isla de Cuba y el comienzo de la intervención norteamericana.
Dolz tuvo un destacado desempeño como profesional del Derecho y
llegó a ser miembro de la Comisión de Arbitraje Internacional de la
Haya y ocupó el cargo de Decano de la Facultad de Derecho y Rector de
la Universidad de La Habana. Lo más relevante de su obra fue su labor
como profesor universitario en el campo del Derecho Procesal, con una
profusa obra, dentro de la que se destaca especialmente su Programa,
que se considera su obra mayor y sirvió de guía para la enseñanza de
la asignatura en la Universidad de La Habana durante muchos años,
sobre la base del cual organizaron sus clases los más ilustres procesalistas
cubanos de su tiempo que le sucedieron en la cátedra.
El Programa de Dolz fue publicado en 1896, cuando contaba con
35 años y se organiza en Libros, Títulos y Secciones, pero descansa finalmen-
te en la unidad cronométrica que representa la Lección. Cuenta con
230 Lecciones que abarcan un total de 408 páginas.
La técnica del Programa nos devela el momento en que se encontraba
el profesor Dolz dentro de la evolución de la doctrina procesal, pues,
a pesar de que no abandonó el método exegético de la norma, divide
la materia en tres partes: la primera dedicada a los estudios fundamen-
tales; la segunda a los principios del Derecho Procesal Civil y las leyes
positivas; y la tercera dedicada a los principios del Derecho Procesal
Penal y la ley positiva. La posición de Dolz nos permite afirmar que se
coloca en una fase de tránsito entre el procedimentalismo y la confor-
mación del pensamiento procesal científico (Peláez Varona).
En momentos en que el Derecho Procesal estaba aún marcado por su
sesgo exegético y dependiente del derecho material, que lo colocaba
en una posición menor dentro del currículo universitario, reservado
solo a complementar los estudios en función de enseñar a los futuros
abogados a “tramitar” los casos ante los tribunales, Dolz se alza con un
pensamiento que rescata la integración del Derecho, visto como una
unidad indisoluble.
Basado en esa unidad es que expresa: “…la división del Derecho Proce-
sal en civil, penal, canónico y administrativo no puede sostenerse ni por
un momento. El procedimiento administrativo es profundamente civil,
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Lecturas recomendadas
Básica
BRUNNER, HEINRICH: Historia del Derecho Germánico, Editorial Labor, Bar-
celona, 1936.
CARRERAS, JULIO A.: Historia del Estado y el Derecho en Cuba, Editorial
MES, s/c, s/f.
COUTURE, EDUARDO: Estudios de Derecho Procesal Civil, Tomo I (Capítulo III.
Trayectoria y destino del Derecho Procesal Civil Hispanoamericano),
Ediar Editores, Buenos Aires, 1948.
FERNÁNDEZ BULTÉ, JULIO: Historia General del Estado y el Derecho II, Edito-
rial Félix Varela, La Habana, 2001.
MAIER, JULIo: Derecho Procesal Penal argentino (Capítulo III. El Dere-
cho Procesal Penal y su inserción en la Historia Política), Editorial
Hammurabi, Buenos Aires, 1989.
PRIETO MORALES, ALDO: Derecho Procesal Penal, I Parte (Capítulo I. El
Derecho Procesal Penal. Su evolución histórica. Los sistemas de
enjuiciar), ediciones ENSPES, La Habana, 1982.
SCIALOJA, VITORIO: Procedimiento Civil Romano, Ediciones Jurídicas Euro-
pa-América, Buenos Aires, 1954.
Para saber más
ANTILLÓN MONTEALEGRE, WALTER: El proceso penal. Estudios (1. La construc-
ción política del proceso penal acusatorio. Una página de historia
romana; 2. Contribución histórico-crítica al estudio de la doctrina
procesal penal), Editorial Investigaciones Jurídicas, San José, 2012.
COUTURE, EDUARDO: Fundamentos del Derecho Procesal Civil (Los sistemas
procesales contemporáneos), tercera edición (póstuma), Depalma,
Buenos Aires, 1997.
DIHIGO Y LÓPEZ TRIGO, ERNESTO: Derecho Romano, Tomo II, Parte 1 (Lec-
ción XVI- La defensa del Derecho), Editorial Félix Varela, La Habana,
2006.
GOZAÍNI, OSVALDO: Elementos de Derecho Procesal Civil (Capítulo I. Orígenes
del Derecho Procesal), Ediar Editores, Buenos Aires, 2005.
MANZINI, VICENZO: Tratado de Derecho Procesal Penal (Capítulo I. De-
sarrollo histórico del Derecho Procesal Penal), Ediciones Jurídicas
Europa-América, Buenos Aires, 1951.
MURGA, JOSÉ LUIS: Derecho Romano Clásico. II El proceso, Secretaría Publi-
caciones, Zaragoza, 1983.
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CAPÍTULO II.
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5.2.1. La Ley
Se refiere a la norma en sentido amplio, que abarca desde la Consti-
tución hasta las leyes aprobadas por la Asamblea Nacional del Poder
Popular y los decretos leyes dictados por el Consejo de Estado, que en
la práctica legislativa cubana tienen igual rango a pesar de emanar de
órganos distintos.
La Constitución Socialista de 1976 casi no posee referencias que puedan
identificarse como fuentes del Derecho Procesal Civil, como es común en
otros ordenamientos de nuestra familia jurídica, en que el derecho a obte-
ner la tutela de los tribunales se consagra como un derecho fundamental,
como lo hace la Constitución española en su artículo 24: “Todas las personas
tienen derecho a obtener la tutela efectiva de los jueces y tribunales
en el ejercicio de sus derechos e intereses legítimos, sin que, en ningún
caso, pueda producirse indefensión”.
O la Carta Magna de Venezuela, que perfila constitucionalmente el
proceso en su artículo 257: “El proceso constituye un instrumento fun-
damental para la realización de la justicia. Las leyes procesales establece-
rán la simplificación, uniformidad y eficacia de los trámites y adoptarán
un procedimiento breve, oral y público. No se sacrificará la justicia por
la omisión de formalidades no esenciales”.
En el plano normativo, la fuente fundamental del Derecho Procesal Civil lo
constituye la Ley No. 7, de 19 de agosto de 1977, LPCALE, en la que se
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en que se llevó a cabo el acto (lex loci actus), mientras que en lo relativo
al procedimiento probatorio, o sea, práctica y eficacia, la norma aplicable
es la procesal.
ARTÍCULO 244. A cada parte incumbe probar los hechos que afirme
y los que oponga a los alegados por las otras, así como la vigencia
del derecho extranjero cuya aplicación reclame.
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Por lo general los laudos arbitrales no son recurribles, por lo que una
vez dictados generan ejecución inmediata, pero se reconoce la posibi-
lidad de promover su nulidad ante los tribunales ordinarios del lugar
que ha sido la sede del arbitraje, lo que igualmente puede generar la
realización de diligencias fuera de nuestra frontera, para lo cual operan
los mecanismos ya estudiados de auxilio entre tribunales de diferentes
Estados.
ARTÍCULO 745 (LPCALE). La Sala de lo Económico del TSP es
competente para conocer de:
d) las demandas para declarar la nulidad de un laudo arbitral dic-
tado por corte arbitral cubana o en proceso de arbitraje inter-
nacional desarrollado en territorio nacional.
Aunque no se trata aún de una práctica arbitral generalizada, es po-
sible mencionar como otra de las excepciones a la extraterritorialidad
del arbitraje, lo relativo a las medidas cautelares, toda vez que la prác-
tica más generalizada es que los árbitros deban pedir a los órganos
judiciales ordinarios la adopción de medidas cautelares en los procesos
arbitrales que tramitan, por la falta de imperium de los árbitros, por
ser esta una facultad de órganos estatales. En el caso de medidas cau-
telares adoptadas por un tribunal nacional en auxilio del arbitraje, que
requiera un cumplimiento transfronterizo, habría que aplicar las reglas
ya estudiadas que regulan el auxilio judicial entre tribunales de otros
países.
ARTÍCULO 799 (LPCALE). Todo actor, principal o reconvencio-
nal, podrá solicitar al tribunal competente la adopción de medida
cautelar.
Asimismo podrá solicitar medida cautelar todo actor que lo sea en
proceso de arbitraje ante corte arbitral cubana.
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y racional del Derecho Procesal. Sin estas premisas no sería posible in-
terpretar y comprender el alcance y sentido de la ley procesal al momento
de su aplicación.
Si no se conocen los elementos que informan el principio de la prohi-
bición de la reformatio in peius no es posible comprender el alcance y
dimensión del artículo 604 de la LPCALE:
ARTÍCULO 604. Ningún recurso podrá resolverse en sentido que
agrave la situación del que lo haya interpuesto.
Si no se dominan los elementos que informan el principio acusatorio
y el papel que desempeña en el mismo la tesis de desvinculación en el
proceso penal, no es posible comprender el alcance y dimensión del
artículo 357 de la LPP:
ARTÍCULO 357. …En la sentencia, el Tribunal no puede sancionar
por un delito más grave que el que haya sido calificado por la
acusación; apreciar circunstancias agravantes no comprendidas en
la misma, ni tampoco la participación de un acusado en concepto
que lleve consigo mayor gravedad que el que la acusación haya
sostenido; agravar el concepto de la acusación en cuanto al grado
de realización del delito, ni imponer sanción más grave que la
solicitada por la acusación. No obstante, si el Tribunal hubiese he-
cho uso de la fórmula a que se refiere el artículo 350, podrá dictar
sentencia conforme al contenido de la misma.
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LECTURAS RECOMENDADAS
Básicas
Díaz Pinillo, Marcelino: “La interpretación de la Ley Procesal Penal”, en
AAVV: Temas para el estudio del Derecho Procesal Penal, primera
parte, Editorial Félix Varela, La Habana, 2006.
Fernández Pereira, Julio A.: “Las fuentes formales del Derecho Procesal
Penal”, en AAVV: Temas para el estudio del Derecho Procesal Penal,
primera parte, Editorial Félix Varela, La Habana, 2006.
Grillo Longoria, Rafael: Derecho Procesal Civil I, (Capítulo I. El Derecho
Procesal Civil; Capítulo II. Las fuentes del Derecho Procesal Civil),
Editorial Pueblo y Educación, La Habana, 1985.
Prieto Morales, Aldo: Derecho Procesal Penal, I Parte (Capítulo II. Gene-
ralidades del Derecho Procesal; Capítulo III. Concepto del Derecho
Procesal Penal), Ediciones ENSPES, La Habana, 1982.
Para saber más
Almagro Nosete, José: “Concepto y fuentes del Derecho Procesal”, en
AAVV: Derecho Procesal, Tomo I (volumen I), 5ta edición, Tirant lo
Blanch, Valencia, 1990.
Ara Pinilla, Ignacio: Teoría del Derecho, Taller Ediciones JB, Madrid, 1996.
Bertolino, Pedro Juan: El exceso ritual manifiesto, Librería Editorial Pla-
tense, La Plata, 2003.
Dávalos Fernández, Rodolfo: Derecho Internacional Privado, parte gene-
ral (Capítulo IV. La eficacia extraterritorial de las leyes), Editorial
Félix Varela, La Habana, 2006.
De La Plaza, Manuel: Derecho Procesal Civil Español (Libro I: Capítulo II.
Naturaleza y concepto del Derecho Procesal Civil; Capítulo II. Las
fuentes del Derecho Procesal Civil), Editorial Revista de Derecho Pri-
vado, Madrid, 1951.
Fernández Bulté, Julio: Teoría del Estado y del Derecho. Teoría del Dere-
cho (Capítulo II. Teoría de las fuentes del derecho), Editorial Félix
Varela, La Habana, 2005.
Fernández Rozas, José Carlos: “Arbitraje y jurisdicción: una interacción
necesaria para la realización de la justicia”, en Derecho privado y
Constitución, No. 19, año 13, Centro de Estudios Políticos y Consti-
tucionales, Madrid, 2005.
Ferrari Yauner, Majela: “Los principios de legalidad y seguridad jurídica
como fundamento del proceso de integración para colmar las lagu-
nas de la ley en cuba”, tesis doctoral de 2010.
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CAPÍTULO III.
LA JURISDICCIÓN
1. Concepto de jurisdicción
Jurisdicción es administración de justicia; facultad estatal que se enco-
mienda a órganos especializados, que son los tribunales, pero que el
Estado puede delegar en otros actores, como es el caso del arbitraje
comercial internacional o la solución de los conflictos en el ámbito del
Derecho Laboral, en Cuba a cargo de los órganos de justicia laboral.
Hay jurisdicción siempre que un ente colocado en posición separada del
justiciable aplique el derecho (ius dicere), resolviendo un conflicto.
Lo anterior pudiera parecer sencillo, pero tras la expresión jurisdicción
se esconde una amplia complejidad terminológica y conceptual.
En el plano semántico la voz jurisdicción se usa por el derecho positivo
para nombrar varias cuestiones de diferente naturaleza. Se utiliza para
definir un ámbito territorial, se usa como sinónimo de competencia, en
otros casos para definir un conjunto de poderes o autoridad de ciertos
órganos y como función de administrar justicia, entre muchos otros sig-
nificados (Couture).
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3. Clasificación de la jurisdicción
Al clasificar la jurisdicción se entra en un terreno muy peligroso desde el
punto de vista conceptual, pues muchos de los criterios de clasificación
parten de la definición de ámbitos competenciales, por lo que se le es-
taría dando a la jurisdicción una de las acepciones terminológicas que
criticamos al inicio de este capítulo.
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Y no podía ser de otra manera, pues el desarrollo del capital, que exce-
de los marcos nacionales, requiere de mecanismos que lo acompañen
en la solución de los conflictos que se puedan presentar, en función de
preservar los intereses de comerciantes e inversores que se resisten a
quedar “secuestrados” en modelos procesales judiciales, generalmente
lentos y costosos, unido al recelo que prevalece sobre la imparcialidad
de los tribunales ordinarios cuando están en juego intereses nacionales.
El interés prevaleciente en este campo queda clarificado en palabras de
un estudioso del tema, cuando valoraba que la societas mercatorum,
que es la comunidad de operadores del comercio internacional, cons-
tituye uno de los elementos institucionales de la lex mercatoria, deta-
lladamente descrita en los trabajos de la célebre Escuela de Dijon, se
encuentra al origen de la actividad normativa transnacional del comercio
internacional. Una actividad normativa enriquecida permanentemen-
te por las prácticas contractuales (cláusulas estandarizadas, contratos
tipos, condiciones generales de contratación, etc.), por el derecho compara-
do (normas sustanciales de los derechos estatales, de las convenciones
internacionales, de los Principios UNIDROIT, de los Principios Lando, del
Anteproyecto Gandolfi, etc.) y por la jurisprudencia arbitral, con aspi-
raciones de uniformización del derecho del comercio internacional. Esa
societas mercatorum encuentra toda su unidad y su razón de ser en el
deseo de responder a las necesidades y los intereses del comercio interna-
cional, de ahí su profunda estabilidad, su permanencia y su coherencia
(De Jesús).
Una de las más reconocidas entidades que administran el arbitraje en el
mundo, la Corte de Arbitraje de la Cámara de Comercio Internacional,
con sede en París, fue creada en fecha tan temprana como 1928, impulsada
por importantes empresarios de algunas de las principales potencias
económicas de aquel tiempo (Estados Unidos, Reino Unido, Francia,
Italia, Bélgica), que vieron la necesidad de establecer una organización
al nivel privado para coordinar y reglamentar de forma autónoma y
voluntaria las actividades del comercio a nivel internacional, bajo la
impresión del caos dejado por la Primera Guerra Mundial (Hömberg).
Muchos países se enfrentaban a una realidad contradictoria: por una
parte la existencia de textos constitucionales que colocaban la actividad
jurisdiccional como una facultad exclusiva de los jueces ordinarios, y por
otra la existencia de tratados internacionales universalmente reconoci-
dos que dan vigencia a la ejecución de laudos arbitrales transfronterizos
(Convención de Nueva York).
Por diferentes vías el diferendo fue cediendo a favor de reconocer la vi-
gencia y utilidad del arbitraje, bajo el entendido de que con el arbitraje
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Los anales se remontan a partir de los siglos XVI y XVII, en que el derecho
natural de raigambre grecolatina es retomado por la burguesía ascen-
dente con renovados bríos, en oposición a la arbitrariedad monárquica,
al absolutismo feudal y al poder eclesiástico, y comienza a considerarse
a sí misma como el soporte de la legitimación del orden estatal (Fernán-
dez Bulté).
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ARTÍCULO 124. Para los actos de impartir justicia todos los tribunales
funcionan de forma colegiada y en ellos participan, con iguales
derechos y deberes, jueces profesionales y jueces legos.
La LTP define a los jueces legos como aquellos que, carentes de titularidad
jurídica, resultan electos como tales para el desempeño en la judicatura
por determinados períodos del año, estableciendo los requisitos que
debe reunir un ciudadano para ser elegido y desempeñarse en esta fun-
ción durante el tiempo que la ley preceptúa.
La figura del juez lego ha sufrido algunas críticas en los últimos tiempos
por su actuación en el proceso civil, el administrativo y el económico,
pero en la materia penal, familiar y laboral desempeña un papel muy
importante, lo que justifica plenamente su permanencia en el sistema
de administración de justicia cubano, al margen de dificultades puntuales
que en determinado momento puedan presentarse.
Hay dos cuestiones que deben tenerse en cuenta en la perfección del
modelo de participación ciudadana en la administración de justicia, la
primera es que la aportación que hacen los legos al acto de juzgar es
esencialmente en la valoración de los hechos, no del derecho. Los legos
aportan el sentido de lo justo en la valoración del hecho, pues su juicio
no es jurídico, sino una evaluación combinada desde una perspectiva
ética, de equidad y de sentido común, razón por la cual su presencia
está plenamente justificada en los actos en que se practican pruebas y
se valoran hechos, no así en los actos jurisdiccionales en que la misión
del tribunal es exclusivamente técnica, como es el caso de los recursos
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4.6. Exclusividad
La vigencia de este principio está directamente relacionada con la materia
a la que está dirigida la actividad jurisdiccional, de tal suerte que el
contenido de los derechos sometidos a decisión jurisdiccional es lo que
determina su mayor o menor rigor.
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LECTURAS RECOMENDADAS
Básica
Grillo Longoria, Rafael: Derecho Procesal Civil I, (Capítulo III. La jurisdic-
ción), Editorial Pueblo y Educación, La Habana, 1985.
Palacio, Lino Enrique: Manual de Derecho Procesal Civil, decimosexta edi-
ción actualizada (Capítulo IV. La función pública procesal), Abeledo-Perrot,
Buenos Aires, 2001.
Montero Aroca, Juan: “La potestad y la función jurisdiccional”, en AAVV:
Derecho Jurisdiccional I, 2da edición, Librería Bosch, Barcelona,
1989.
Para saber más
Alcalá-Zamora y Castillo, Niceto: “Indole de la llamada jurisdicción volun-
taria”, en Estudios de Teoría General e Historia del Proceso (1945-
1972), Tomo I: Números 1-11, UNAM, México, 1992.
Almagro Nosete, José: “Concepto y fuentes del Derecho Procesal”, en
AAVV: Derecho Procesal, Tomo I (volumen I), quinta edición, Tirant lo
Blanch, Valencia, 1990.
Bujosa Vadell, Lorenzo: La cooperación procesal de los Estados con la Cor-
te Penal Internacional, Atelier, Barcelona, 2008.
Cairo Roldán, Omar: Justicia Constitucional y Proceso de Amparo, Pales-
tra Editores, Lima, 2004.
Caivano, Roque J.: “Planteos de inconstitucionalidad en el arbitraje”, en
Revista Peruana de Arbitraje, No. 2, Grijley, Lima, 2006.
Couture, Eduardo: Fundamentos del Derecho Procesal Civil (Capítulo I.
La jurisdicción), tercera edición (póstuma), Depalma, Buenos Aires,
1997.
De Jesús, Alfredo: “La autonomía del arbitraje comercial internacional a
la hora de la constitucionalización del arbitraje en América Latina”,
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Universidad del Rosario, Bogotá, 2008.
De La Plaza, Manuel: Derecho Procesal Civil Español (Libro II: Capítulo II.
Los sujetos de la relación jurídico-procesal. La jurisdicción), Editorial
Revista de Derecho Privado, Madrid, 1951.
Fernández Bulté, Julio: Historia General del Estado y el Derecho II, Edito-
rial Félix Varela, La Habana, 2001.
Gimeno Sendra, Vicente: “Principios del orden jurisdiccional penal”, en
Derecho Procesal. Proceso Penal, Tirant lo Blanch, Valencia, 1993.
137
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CAPÍTULO IV.
LA ACCIÓN
Ricardo Arjona
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2. Concepto de acción
Antes de exponer el concepto de acción que manejaremos a lo largo
de esta disciplina, debemos dejar sentado que en nuestro país la acción
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penal. Los empeños en trasladar las ideas sobre la acción civil al campo
jurisdiccional penal únicamente han confirmado la imposibilidad de se-
mejante traslación (De la Oliva).
Cuando hablamos de acciones penales nos estamos refiriendo a un cri-
terio de clasificación que parte del sujeto habilitado para su ejercicio
y se coloca en la visión abstracta de la acción, pues, como afirmaba
Calamandrei, las teorías de la acción como derecho concreto no tienen
sentido más que en el campo civil, mientras que de acción penal se puede
hablar solo como poder y siempre en sentido abstracto.
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de estos casos está previsto para los delitos de injuria y calumnia, per-
seguibles solo a instancia de parte afectada mediante querella (art. 420
LPP). El otro supuesto se da en la denominada acusación particular, pre-
vista para los casos en que el tribunal considera injustificada la solicitud
de sobreseimiento formulada por el fiscal (art. 268 LPP) y le concede a
la parte afectada la posibilidad de ejercitar la acción penal. Sobre am-
bas figuras volveremos más adelante cuando analicemos las partes en
el proceso.
3.2. Acciones civiles, mercantiles y familiares
Este campo de clasificación de las acciones es el más vasto, pues es el
que más aproxima el concepto de acción a la visión concreta, asociada
al derecho que se reclama. La propia vastedad complica la exposición en
extenso de la diversidad de acciones que pueden ser nombradas y expli-
cadas, por lo que nos referiremos a los grandes bloques de colocación,
entre los que se encuentran acciones reales, que comprende aquellas en
las que el derecho que se ejercita es relativo a bienes muebles o inmue-
bles; las acciones personales que son las relativas al cumplimiento de
obligaciones; las acciones de Estado que sirven para definir el conocimiento
y protección de los derechos que se derivan de las relaciones familiares;
por su parte, las acciones personalísimas están referidas a condiciones
o atribuciones que son exclusivas de la persona, como las relativas a su
estado civil.
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con el objetivo de que el tribunal las conozca juntas y las resulta todas
en su sentencia.
4.1.1. Control de admisibilidad de la pretensión
Si bien la evaluación sobre el fondo de la pretensión se realiza al final
del proceso, los tribunales realizan in limine litis una evaluación previa
de admisibilidad para determinar que se cumplan un grupo de requisitos
formales necesarios para que el asunto pueda transcurrir adecuadamente.
La confusión terminológica existente en este campo hace que algu-
nos los denominen presupuestos de la acción, otros presupuestos de la
demanda y otros presupuestos de la pretensión. Nosotros los denomi-
naremos, siguiendo a Palacio, como requisitos de admisibilidad de la
pretensión.
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LECTURAS RECOMENDADAS
Básica
Grillo Longoria, Rafael: Derecho Procesal Civil I (Capítulo IV. La acción y
Capítulo V. La pretensión), Editorial Pueblo y Educación, La Habana,
1985.
Mendoza Díaz, Juan: “Apuntes sobre la acción”, en AAVV: Lecciones de
Derecho Procesal Civil, Editorial Félix Varela, La Habana, 2001.
Prieto Morales, Aldo: Derecho Procesal Penal, II Parte (Capítulo XI. Del
juicio oral y de la sentencia), Ediciones ENSPES, La Habana, 1982.
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Monroy Gálvez, Juan F.: “La teoría del proceso en una sentencia del
tribunal constitucional peruano”, en Revista Iberoamericana de De-
recho Procesal, Página del Director, Año VII, No. 11, Buenos Aires,
2008.
Moreno Catena, Victor: “El derecho a la tutela judicial efectiva. La ac-
ción”, en AVV: Derecho Procesal, Tomo I, volumen I, quinta edición,
Tirant lo Blanch, Valencia, 1990.
Pallares, E.: Tratado de las Acciones Civiles, De. Porrúa, México, 1985.
Véscovi, Enrique: Teoría General del Proceso (Capítulo IV. La acción y la
excepción), segunda edición, Temis, Bogotá, 1999.
155
CAPÍTULO V.
EL PROCESO
Santiago Feliú
1. Concepto de proceso
Con el análisis de la categoría proceso completamos lo que Podetti
denominó “trilogía estructural de la ciencia del proceso”. La palabra
proceso sirve para definir una multiplicidad de acontecimientos de la
vida, tanto en el campo natural como social; sucesión de acontecimien-
tos o eventos concatenados que tienen un origen y tienden a un fin. El
término tiene significados diferentes según la rama de la ciencia o la
técnica en que se utilice, así se habla de proceso natural para definir
todo lo que ocurre en la naturaleza, donde se suceden transformacio-
nes durante un período, pero nunca de forma instantánea.
Las ciencias biológicas utilizan esta alocución para definir la secuencia
evolutiva de un ser vivo en que se producen una sucesión de reacciones
u otros eventos que propician la transformación. Los procesos biológicos
están regulados a menudo por la genética. Las investigaciones en este
campo propician que el proceso biológico natural pueda ser modificado
en función de determinados intereses.
En economía se utiliza para definir un conjunto de fases o etapas mu-
tuamente dependientes que explican el comportamiento de la actividad
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Una vez terminado el juicio oral el tribunal tiene facultades para mo-
dificar las consideraciones jurídicas propuestas por el fiscal (principio
iura novit curia), incluso puede sancionar por un delito más grave que
el que ha sido objeto de la acusación e, incluso, imponer una sanción
mayor que la solicitada, lo que le está impedido al tribunal es modificar
sustancialmente el hecho (art. 349 y 357 de la LPP). Esta condición de
inalterabilidad es uno de los elementos que caracterizan al objeto del
proceso del resto de los elementos controvertidos.
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5. Proceso y procedimiento
Tanto en la ley como en el lenguaje forense se utilizan indistintamente
los términos proceso y procedimiento, así como juicio y causa.
En la LPP no se hace un uso extensivo de la confusión en los términos
proceso y procedimiento, salvo en el caso de la Revisión, que con buen
tino el legislador le cambió la denominación de recurso que tenía en la
norma española derogada, pero le nombró Procedimiento de Revisión
(art. 455), a lo que es realmente un proceso.
Los términos que usa la LPP para definir al proceso penal son el de
expediente y causa. Se denomina expediente a las actuaciones proce-
dimentales que tienen lugar durante la averiguación previa, mientras
que causa se utiliza para denominar la fase del juicio oral.
ARTÍCULO 108. Las actuaciones y diligencias de la fase preparato-
ria se hacen constar por escrito, las que integrarán el expediente.
Cuando éste sea presentado por el Fiscal al Tribunal con alguna de
las peticiones a que se refiere el apartado 2) del artículo 262 y el
Tribunal lo radique, se denominará causa.
En la LPP se utiliza también la denominación de juicio para nombrar a la
etapa del juicio oral, así los artículos 11 y 80, entre muchos otros.
La LPCALE, con mejor técnica jurídica, logró eliminar de su nomencla-
tura el término juicio, que era utilizado en la norma española que rigió
en Cuba para definir las diferentes modalidades procesales (juicio de-
clarativo de mayor cuantía, juicio declarativo de menor cuantía, juicio
ejecutivo). Pero en esta norma sí existe un uso indistinto muy frecuente
de los términos proceso y procedimiento. Así vemos cómo utiliza el término
procedimiento para referirse al proceso administrativo (art. 654), al
laboral (art. 696), al económico (art. 739) al de revisión (art. 734).
Se utiliza también procedimiento para referirse al proceso penal
(art. 104 y 340).
Aunque proceso y procedimiento tienen una misma raíz etimológica
(procedere o processus), la dogmática procesal les ha deparado signi-
ficados distintos. El concepto proceso está asociado a la esencia de la
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6. Clases de proceso
Existen diferentes criterios de clasificación de los procesos, adecuados al
ángulo de visión que se le pretenda dar al asunto, ya sea por el Derecho
Material al que el proceso dará cabida o la naturaleza de la función que
realiza el tribunal, etcétera.
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civil, mientras que los temas económicos, que bien podrían integrarse al
modelo previsto para el enjuiciamiento civil, gozan de un tipo procesal
específico.
Los otros dos procesos contenidos en la LPCALE son el administrativo y
el laboral.
6.2. Proceso de conocimiento y proceso de ejecución
Esta clasificación, propia de los procesos no penales, está relacionada
con la naturaleza de la actuación que se reclama del tribunal en virtud
de la pretensión ejercitada.
El proceso de conocimiento es aquel en que el juez se instruye sobre
una situación de hechos aportada por quien ejercita la acción, los que
luego de ser probados permiten arribar a una sentencia, en la que el
tribunal aplica el Derecho al caso concreto. Se denomina declarativo
porque el tribunal declara el Derecho, que es similar a decir lo aplica. Es
el tipo de proceso que caracteriza el ejercicio de la función jurisdiccio-
nal y abarca los procesos declarativos, constitutivos y de condena, que
estudiaremos más adelante.
El proceso ejecutivo es de una naturaleza especial, pues el juez no realiza
una actividad informativa y de probanza, sino que se le requiere para
que actúe para lograr que de forma coactiva se cumpla la voluntad
previamente dispuesta. En esta modalidad de proceso el desempeño
jurisdiccional está solo en garantizar que se ejecute lo dispuesto sin
violar los derechos del condenado o ejecutado, pues, por lo general, la
verdadera actividad jurisdiccional se practicó previamente en la confor-
mación del título ejecutivo (sentencia de condena).
La LPCALE regula un proceso ejecutivo, con dos procedimientos especí-
ficos en correspondencia con el título que se pretende ejecutar, ya sea
una sentencia de condena previamente dictada (art. 473) o un título de
crédito al que la ley ha privilegiado para que genere ejecución inme-
diata sin requerir de un proceso previo de conocimiento (art. 486).
La redacción de la Ley no es feliz cuando dice en el artículo 473 que las
sentencias se ejecutarán en el mismo proceso en que se haya dictado,
pues estamos en presencia de un nuevo proceso; de lo que se trata realmente
es que se ejecutará por el mismo tribunal que dictó la sentencia, lo que
se refiere a un criterio de competencia llamado funcional, que estudiaremos
más adelante.
6.3. Procesos declarativos, constitutivos y de condena
Esta clasificación se realiza a partir del tipo de sentencia que se dictará,
de tal suerte que son procesos declarativos aquellos en que la sentencia
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Para que una sentencia se haga firme deben haberse agotado todas
las posibilidades de impugnación que ofrece la ley, o sea, no es posible
recurrir más.
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LECTURAS RECOMENDADAS
Básica
Couture, Eduardo: Fundamentos del Derecho Procesal Civil (Capítulo IV. El
proceso), tercera edición (póstuma), Depalma, Buenos Aires, 1997.
Grillo Longoria, Rafael: Derecho Procesal Civil I (Capítulo VI. El proceso
civil; Capítulo VII. La naturaleza jurídica del proceso; Capítulo VIII.
Clases de proceso; Capítulo IX. Efectos del proceso), Editorial Pueblo
y Educación, La Habana, 1985.
Mendoza Díaz, Juan: El Proceso Ordinario de Conocimiento. Actitudes del
Demandado, Editorial CIABO, La Habana, 2000.
Para saber más
Armenta Deu, Teresa: Lecciones de Derecho Procesal Civil (Lección nueve.
El objeto del proceso: sus elementos delimitadores), Marcial Pons,
Barcelona, 2004.
Candia Ferreyra, José: “La fase preparatoria del juicio oral”, en AAVV:
Temas para el estudio del Derecho Procesal Penal, Segunda Parte,
Editorial Félix Varela, La Habana, 2004, pp. 111-165.
Carnelutti, Francesco: Sistema de Derecho Procesal Civil, Volumen III
(Composición del proceso), traducción de Niceto Alcalá-Zamora y
Santiago Sentís Melendo, Editorial UTEHA, Buenos Aires, 1944.
Chiovenda, Giuseppe: Principios del Derecho Procesal Civil, Tomo II, Institu-
to Editorial Reus, Madrid, s/f.
De La Oliva Santos, Andrés: “El objeto del proceso penal”, en Derecho
Procesal Penal, sexta edición, Centro de Estudios Ramón Areces,
Madrid, 2003.
De Pina, Rafael y José Castillo Larrañaga: Instituciones de Derecho Procesal
Civil (Capítulo V. El Proceso), Editorial América, México, 1946.
Fenech, Miguel: Derecho Procesal Penal (Libro Tercero. Objeto del proce-
so de declaración), Editorial Labor, Barcelona, 1960.
Fernández Pereira, Julio: “Las fuentes formales del Derecho Procesal Pe-
nal”, en Colectivo de autores: Temas para el estudio del Derecho
Procesal Penal, Primera parte, Editorial Félix Varela, La Habana,
2006.
Gimeno Sendra, Vicente: “El proceso”, en AAVV: Derecho Procesal, Tomo I
(volumen I), quinta edición, Tirant lo Blanch, Valencia, 1990.
Gómez Orbaneja, Emilio y Hercer Quemada: Derecho Procesal Civil, volumen
I, parte general, Artes Gráficas y Ediciones, Madrid, 1979.
186
187
CAPÍTULO VI.
I. Cuestiones generales
Ya dejamos expuesto en el capítulo II la dimensión que para nosotros
tiene la categoría principios, lo cual trasladamos aquí de manera íntegra.
Le concedemos un valor preponderante al estudio de los principios del
proceso en esta parte general, pues son el instrumento que mejor per-
mite apreciar el carácter unitario del Derecho Procesal. Veremos cómo
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del juicio oral, pueda ser recurrido por el imputado, mediante medios
de impugnación de naturaleza no devolutiva, que por ello no paralizan
la marcha del procedimiento, pero dejan sentado el camino para posibles
recursos que posteriormente se puedan establecer contra la resolución
que ponga fin a la instancia.
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objeto del debate y del proceso, pues el mencionado imperio del acusa-
torio hace que en ocasiones determinados aspectos puedan verse como
reminiscencias del principio inquisitivo y de ahí su fuente de debate.
La doctrina coincide en marcar los puntos actuales del debate en los
siguientes particulares (Berzosa):
a) Delimitación de los órganos que realizarán la investigación y el juicio
oral.
b) Imposibilidad de que exista juicio oral sin acusación.
c) Correlación entre acusación y sentencia.
2.3.1. Delimitación de los órganos que realizarán la investigación
y el juicio oral
Bajo el imperio del principio acusatorio se acepta que deben estar sepa-
radas las funciones de investigación y juzgamiento; la problemática se
presenta al momento de definir a quién se le encomendará la función
de investigar, teniendo en cuenta que existen países que aún le tienen
encomendada esta responsabilidad a un juez instructor, como es el caso
de España.
La tendencia que prevalece actualmente y que ha sido acogida por la
gran mayoría de los ordenamientos procesales de América Latina, ins-
pirados en el modelo alemán, es que la investigación esté en poder del
ministerio fiscal, existiendo un juez que no se involucra con la inves-
tigación, pero que tiene facultades para autorizar todas aquellas di-
ligencias y medidas que necesita realizar el fiscal, que comprometen
derechos fundamentales, como el registro de domicilio, la intervención
de las comunicaciones, la aplicación de medidas cautelares, etcétera.
El proceso penal cubano se perfila como un modelo mixto, en el cual se
establece una clara distinción entre dos fases: una primera denominada
fase preparatoria, y la otra que es la del juicio oral. Las diligencias de
investigación pueden estar a cargo de la policía, a través de la figura del
instructor o pueden ser ejecutadas directamente por la propia Fiscalía;
en cualquier caso le corresponde a la Fiscalía la función de controlar la
ejecución de la investigación y velar por el cumplimiento de la legalidad
(art. 105). La figura del juez instructor desapareció del modelo cubano
desde la reforma procesal de 1974.
2.3.2. Imposibilidad de que exista juicio oral sin acusación
Se parte del presupuesto comúnmente aceptado de que no le es dable al
órgano jurisdiccional que tiene la obligación de fallar asumir al mis-
mo tiempo la misión de ostentar la acusación, pues bajo el imperio
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otra cosa que la invitación que hace el juzgador a las partes para que
lo ilustren sobre los particulares relativos a lo que él considera que es el
objeto de la acusación. La utilización de este proceder, que la doctrina
denomina tesis de desvinculación, permite que el tribunal retome la po-
sición que ha sido abandonada por la Fiscalía y pueda incluso condenar
al acusado, apoyado en la concepción de que solo los hechos vinculan al
tribunal, no así los postulados jurídicos del ministerio fiscal.
2.3.3. Correlación entre acusación y sentencia
De los tres aspectos que estamos estudiando dentro del principio acusa-
torio, este punto es el que reviste mayor complejidad de análisis, pues
está referido a la posibilidad de movimiento que puede tener el órgano
jurisdiccional con relación al contenido de los hechos y la calificación
que ha sido servida por el órgano que presenta la acusación, que es lo
que se conoce como correlación imputación-sentencia.
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como en el penal, representa una colisión con los postulados clásicos del
principio acusatorio; responsabilidad que el legislador asume conscien-
temente, en interés de proteger determinados intereses que considera
superiores.
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• El hidalgo debe ser creído más que el villano, pues parece que guardará
más de caer en vergüenza por sí, y por su linaje.
• El rico debe ser más creído que el pobre, pues el pobre puede mentir
por codicia o por promesa.
• Debe ser más creído el varón que la mujer, porque tienen el seso más
cierto y más firme.
• Dos testigos idóneos hacen plena prueba que obliga al juez.
• Si se trata de probar la falsedad de un instrumento privado, se requieren
dos testigos.
• Si la falsedad se encuentra en instrumento público no alcanzan dos,
sino que requieren cuatro.
• En los pleitos sobre testamentos se requieren siete testigos, y ocho si
el testador fuese ciego.
Este sistema que obedecía a la realidad económica y social para el cual
rigió fue cediendo lugar al método de valoración libre en poder del
juez, aunque en los ordenamientos procesales civiles actuales perduran
determinadas reglas de valoración de tipo legal, que se ajustan a las
exigencias de los tiempos modernos, desprovistas ya de los prejuicios
clasistas o sexistas. La presencia de la prueba lega actualmente obedece
a conveniencias del tráfico jurídico, por lo se admite que determinado
acuerdos adquieran un valor preordenado de certeza probatoria, como
ocurre con las manifestaciones y pactos plasmados en un instrumento
público notarial. Sobre este particular refiere Montero Aroca que las
partes de una relación material pueden incluso evitar que sea necesario
el proceso, pues conocen de antemano cuál será el resultado probatorio,
pero si llegan al proceso impiden conclusiones probatorias absurdas,
siempre posibles en manos de los jueces, pues ya el valor probatorio del
acto por ellos realizado la ley se lo otorgó de antemano.
La prueba legal es prueba tasada, por lo que entra en la sentencia de
manera directa, con un valor predeterminado, que es el que la propia
ley le confirió.
Nuestra norma procesal civil, siguiendo la herencia española, utiliza la
definición prueba plena para designar aquellos medios probatorios a
los que les confiere un valor determinado.
El uso de este concepto provoca no pocas confusiones interpretativas,
de tal suerte que la doctrina moderna prefiere no utilizarlo como paralelo
o símil de la prueba tasada, por su carácter perturbador.
La más antigua referencia que encontré a la expresión prueba plena
es de Jeremías Bentham en su Tratado de las pruebas judiciales, quien,
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que permite combatir una sentencia cuando se comete error por el tri-
bunal en la apreciación de una prueba, dejando de reconocerle la efica-
cia que la ley le atribuya expresamente o valorándola de modo irracional
o arbitrario, y siempre que, en ambos casos, sea suficiente por sí o en
relación con otras igualmente válidas, para tener por justificada una si-
tuación de hecho a favor del recurrente. La exigencia de este control de
casación hace que la sentencia deba motivarse. La Instrucción No. 225
de 17 de octubre de 2013, que pone en vigor una metodología para la
elaboración de las sentencias en los procesos civiles, de familia, admi-
nistrativos y económicos, en la que se hace una muy discreta mención
a la responsabilidad de los jueces en la valoración de la prueba, dispo-
niendo que “En la valoración de las pruebas no se requiere observar el
orden en que fueron practicadas, sino que se atenderá a la incidencia
racional de la información que de ellas se derive”.
El ordenamiento procesal penal padece de la misma deficiencia técnica
e igualmente hace mención específica en la regulación de determina-
das pruebas, de algunas previsiones, como es el caso de las declara-
ciones e informes que brinden en el juicio los funcionarios y agentes
de la policía, a las cuales se le reputa con el carácter de declaración
testifical, apreciable según las reglas del criterio racional por el tri-
bunal (art. 331); algo similar ocurre con la prueba pericial, la cual no
condiciona la conciencia del juez, debiendo ser valorada de acuerdo con
el criterio racional del tribunal (art. 336). El legislador, en lugar de proclamar
la vigencia del principio de libre valoración de la prueba para todo el
ordenamiento, lo que hizo fue afianzar su presencia ante aquellos
medios de prueba a los que por sus características generalmente se le
concede un mayor crédito, a fin de evitar de que se incurra en el error
de hacer prevalecer uno de estos medios por sobre los otros, para los
cuales el legislador da por descontado la presencia del principio que
ahora analizamos.
En lo que a la motivación de las sentencias penales respecta, no
existe en la Ley precepto que obligue al juzgador en tal dirección; esto
condicionó que durante mucho tiempo los jueces no estuvieran obli-
gados a colocar en su resolución los elementos relativos al proceso
mediante el cual llegaban a la convicción de la probanza del hecho
punible. Esto es particularmente comprometedor en el procedimiento
ordinario ante los Tribunales Provinciales, por el hecho de que al ser
procesos de única instancia, caracterizados por la inmediación y la orali-
dad, le resulta imposible al control que se realiza en casación percatarse
de que el juez no ha actuado en la valoración de la prueba dentro de
los parámetros de la lógica y la razón.
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Contrario a lo que ocurrió con los principales temas teóricos del Dere-
cho Procesal Civil, la doctrina alemana no avanzó mucho en el estudio
de las medidas cautelares, las que no fueron vistas como una categoría
propia, sino que la consideraron un apéndice de la ejecución forzada,
colocadas frente a este en la misma posición de accesoriedad en que los
procedimientos probatorios se encuentran con relación al proceso de
cognición (Calamandrei).
Para Chiovenda la actuación de la Ley en el proceso puede asumir tres
formas fundamentales: cognición, conservación y ejecución; y coloca a
la función cautelar dentro de la conservación y por ello como una “for-
ma autónoma de la tutela jurisdiccional”.
A tono con el pensamiento chiovendiano, Carnelutti describió que el
proceso civil tiene tres tipos de funciones: la formación del mandato
(proceso jurisdiccional), su ejecución (de la ejecución) y su aseguramiento
(de la prevención). Las dos primeras tienen como cometido la composi-
ción definitiva del litigio, mientras que la tercera logra su composición
provisional. Para Carnelutti la providencia de cautela no es una reso-
lución cualquiera, ni posee la particularidad de representar el anticipo
o adelanto de un reconocimiento judicial del derecho enjuiciado, sino
que es la expresión última de un proceso animado por un propósito es-
pecífico y, por lo tanto, con consecuencias jurídicas propias: “el proceso
cautelar autónomo” (De Lázzari).
El más completo análisis de la doctrina clásica italiana sobre este tema
se debe a Calamandrei en su Introducción al estudio de las providencias
cautelares. Para el continuador de la obra de los grandes maestros
fundadores, las providencias cautelares no pueden ser consideradas
como una especie de tertium genus entre la cognición y la ejecución,
sino que por su fisonomía procesal propia constituyen la conclusión de
un proceso separado, que es el proceso cautelar. Las providencias cautelares
son, al igual que las definitivas, decisiones sobre el mérito; solo que en
el caso que se analiza se pronuncian sobre el fundamento de la acción
cautelar, por lo que es un mérito distinto al que sirve de fundamento a
las providencias definitivas.
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la providencia cautelar sirve para prevenir los daños que podrán nacer
del retardo de la decisión principal, y sacrifica a tal objeto, en vista de la
urgencia, las exigencias de la justicia a las de la celeridad, la caución que
se acompaña a la providencia cautelar sirve para asegurar el resarci-
miento de los daños que podrían causarse a la contraparte por la exce-
siva celeridad de la providencia cautelar, y de este modo restablecer el
equilibrio entre las dos exigencias discordantes. Decía gráficamente el
maestro italiano que si la medida cautelar dispuesta reputaba injusta al
resolverse sobre el mérito en la sentencia, la cautela operaba como un
contraveneno, para remediar eficazmente el daño que pueda haberse
derivado de la decisión provisoria del juez.
Se trata de lograr el necesario equilibrio que eventualmente se rompió
desde el momento en que el juez decidió adelantar un título que no
está basado en la certeza del derecho alegado, sino solo en una apa-
riencia del mismo. Se pretende crear un pontón de salvamento para el
caso de que, al momento de fallar, el juez decida desestimar la preten-
sión del actor y evitar el perjuicio que puede haber producido la medi-
da cautelar en el demandado.
En nuestra Ley la contracautela se regula como la exigencia de una
fianza o caución a depositar por el solicitante de la medida, pero no
se presenta como un presupuesto, pues el artículo 802 lo deja potesta-
tivamente en manos del tribunal y los presupuestos tienen naturaleza
indispensable para su adopción.
Por su parte, en el proceso penal cubano el fumus se nos presenta como
la existencia de elementos de culpabilidad que hagan presumir que la
persona sobre la cual recaerá la medida es el autor del delito, o sea,
que exista una sospecha fundada de la participación del imputado en el
hecho punible. El fumus queda configurado en la LPP en el artículo 252.2,
donde se exige que “aparezcan motivos bastantes para suponer res-
ponsable penalmente del delito al acusado, independientemente de la
extensión y calidad de la prueba que se requiere para que el Tribunal
pueda formar su convicción en el acto de dictar sentencia”.
En el ámbito penal el periculum se presenta, al igual que en el proceso
civil, asociado a la buena marcha del proceso y el cumplimiento efectivo
de la sentencia, solo que en este ámbito la buena marcha del proceso
tiene que ver con evitar la posible fuga del imputado o que trate de
entorpecer la investigación. Para esta valoración, muchas veces se tienen
en cuenta parámetros como la gravedad del delito, y se entiende así
que existe una relación directamente proporcional entre la gravedad
del delito y el riesgo de fuga o de ocultación de las pruebas que en su
contra puede haber.
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5.2. Instrumentalidad
El término fue propuesto por Calamandrei, quien dejó sentado desde
un inicio que estaba abierto a que fuera sustituido por otra expresión
que pudiera describir mejor la noción de dependencia del régimen cau-
telar a la existencia de un proceso principal donde se debatiera el de-
recho de fondo. No obstante su responso sobre la felicidad del término
utilizado, lo cierto es que trascendió y la doctrina lo asimiló sin repa-
ros, razón por la cual nuevamente viene en nuestro auxilio el trazado
doctrinal del maestro florentino, quien dejó sentado que el carácter
instrumental de las medidas cautelares constituía justamente la nota
verdaderamente típica que las caracterizaba. Destaca el procesalista
que ellas nunca constituyen un fin en sí mismas, ya que están preordenadas
a la emanación de una ulterior decisión definitiva, al resultado práctico
de las cuales aseguran preventivamente. “La expresión marcará”, decía,
“su efímero ciclo vital”.
La característica que trata de definir el término es que las medidas
cautelares solo pueden existir, funcional y temporalmente, dentro de
un proceso o en función de este. Las que se adoptan una vez comenzado
el proceso tienen vigencia mientras que este exista y solo perduran más
allá de la sentencia solo como parte del proceso de ejecución. En el caso
de las medidas que se adoptan de manera previa, solo surgen porque
se solicitan como parte de un proceso que se pretende promover y su
vigencia está condicionada a un plazo que la Ley establece para que se
formule la pretensión, vencido el cual la medida cautelar pierde vigencia
ipso facto, si el actor no hace la promoción. En la LPCALE la instrumen-
talidad puede derivarse de la interpretación de los artículos 801 y 806
in fine; en el ordenamiento procesal penal, aunque consustancial a su
naturaleza no hay una formulación concluyente al respecto.
5.3. Jurisdiccionalidad
Esta característica se refiere a la obligatoriedad de que las medidas cau-
telares sean dispuestas por un órgano jurisdiccional. Está asociado a
uno de los principios que vimos cuando estudiamos los principios de la
actividad jurisdiccional, que es el de exclusividad, pues, si la actividad
cautelar tiene su fundamento en la buena marcha de la actividad ju-
risdiccional y tiene como cometido lograr el éxito de la sentencia, las
facultades de adopción deben estar en el ámbito de los tribunales. A
esto se une que, por tratarse de medidas que imponen determinados
márgenes de coerción, deben ser los jueces los facultados para su de-
terminación.
En el proceso civil las medidas cautelares son consustanciales al desempe-
ño jurisdiccional, como una subfunción, por lo que esta característica
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para él las reglas de la autonomía de voluntad que son típicas del pro-
ceso civil, razón por la cual el imputado no puede disponer íntegramente
de su condena, ni aun en vía recursiva; esto motiva que el Derecho
Procesal penal aprovecha todas las oportunidades posibles para intentar
la corrección de vicios o errores que puedan afectar al imputado, de
forma tal que, incluso en aquellos casos en que sea solo el fiscal quien
recurre, el tribunal tiene libertad e inclusive la obligación de alterar los
límites fijados por el recurrente, siempre que dicha modificación beneficie
la situación del imputado.
Otro aspecto vinculado al principio de prohibición de la reformatio in
peius es el que tiene que ver con la amplitud de su protección en aquellos
casos en que el tribunal ad quem decide anular las actuaciones del pro-
ceso por haber apreciado la violación de formalidades esenciales en la
tramitación del asunto. Este proceder obliga en muchas ocasiones a que
el tribunal de instancia se vea en la necesidad de volver a practicar di-
ligencias que ya había realizado, como puede ser la repetición integral
del juicio oral. En este caso no está nada claro el ámbito de libertad que
pude tener el tribunal del juicio para adoptar su sanción, pues pue-
de resultar muy común que ante un nuevo juzgamiento puedan surgir
matizaciones que inclinen al tribunal hacía la adopción de una pena
mayor que la que dispuso en la ocasión anterior; esta situación que
puede ser muy común en la vida real puede implicar una vulneración de
la prohibición de la reformatio un peius, pues, si bien es cierto que no
se trata del tribunal superior quien altera los límites del controvertido,
no es menos cierto que esta contingencia que analizamos se produce
como resultado de la interposición del recurso por parte del acusado.
De aceptarse como posible que el tribunal pueda imponer una sanción
más severa que la acordada en el primer momento, haría que se pierda
la señalada tranquilidad del recurrente al momento de tomar la deci-
sión de impugnar el fallo que estime le ha resultado adverso. Esta razón
ha hecho que se postule la extensión de la prohibición de la reformatio
in peius al tribunal del reenvío.
Estas posiciones doctrinales encontraron pleno respaldo en la nueva
normativa procesal penal que rige actualmente en la mayoría de los
países de nuestro continente, que recogen la prohibición de la reformatio
in peius solo para el acusado y la hacen aplicable hasta la decisión en
el reenvío.
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Ahora bien, una vez que comienza el proceso se perfilan dos modelos
de impulso de las actuaciones, ya sea a cargo de las partes o del propio
órgano jurisdiccional, que nos permite identificar a los principios de
impulso procesal de oficio y dispositivo procesal.
1.1. Dispositivo procesal
Recuerden que habíamos dividido el tradicional principio dispositivo
en correspondencia con las facultades materiales o procesales que se
pudieran adoptar. El dispositivo procesal está asociado entonces a las
facultades de las partes para impulsar el proceso, o sea, a la existencia
de actuaciones cuya realización está subordinada a que las partes lo
soliciten, en una consecución de actos que llevan hasta que se dicta la
sentencia e, incluso, al establecimiento de los recursos y las actuaciones
que de ello puedan derivarse.
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LECTURAS RECOMENDADAS
Básica
Fernández Pereira, Julio A.: “Los principios del Derecho Procesal Penal”,
en AAVV: Temas para el estudio del Derecho Procesal Penal, prime-
ra parte, Editorial Félix Varela, La Habana, 2006.
Grillo Longoria, Rafael: Derecho Procesal Civil I (Capítulo X. Los principios
técnicos configurativos del proceso civil), Editorial Pueblo y Educa-
ción, La Habana, 1985.
Mendoza Díaz, Juan: “Principios del Proceso Penal”, en AAVV: Temas para
el estudio del Derecho Procesal Penal, primera parte, Editorial Félix
Varela, La Habana, 2006.
Prieto Morales, Aldo: Derecho Procesal Penal, I Parte, Ediciones ENSPES,
La Habana, 1982.
Para saber más
Alcalá-Zamora y Castillo, N.: Proceso, autocomposición y autodefensa,
Imprenta Universitaria, México, 1947.
Armenta Deu, Teresa: “La reforma del proceso penal: Principios irrenun-
ciables y opciones de política criminal”, en Revista del Poder Judi-
cial, No. 58, segundo trimestre 2000, versión digital, s/p.
Arzola Fernandez, J. L. y S. Martín García: “El acceso a la defensa en el
procedimiento penal cubano”, en Nuevas formas de resolución de
conflictos y el rol de abogado, Eudeta, Buenos Aires, 1998.
Barona Vilar, S.: Medidas cautelares penales. Nuevo Proceso Penal boli-
viano, Editorial El País, Santa Cruz de la Sierra, 2002.
Bentham, Jeremías: Tratado de las pruebas judiciales, Editorial Comares,
Granada, 2001.
Berzosa, Victoria: “Principios del Proceso”, en Revista Justicia 92, José
María Bosch, Barcelona, 1992.
Bodes Torres, Jorge: La detención y el aseguramiento del acusado en
Cuba, Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 1996.
Cafferata Nores, J.: Derecho Procesal Penal. Consensos y nuevas ideas,
Cámara de Diputados de la Nación, Buenos Aires, 1998.
Calamandrei, Piero: Demasiados abogados, Librería General de Victoriano
Suárez, Madrid, 1929.
__________: Introducción al estudio sistemático de las providencias cau-
telares (traducción de Santiago Sentis Melendo), Editorial Bibliote-
ca Argentina, Buenos Aires, 1945.
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258
CAPÍTULO VII.
I. El órgano jurisdiccional
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En el TSP existen seis salas de justicia, que son la Sala de los Delitos con-
tra la Seguridad del Estado, la Sala de lo Penal, la Sala de lo Civil y lo
Administrativo, la Sala de lo Económico, la Sala de lo Laboral y la Sala
de lo Militar. Esta distribución se replica, mutatis mutandi, al nivel de los
tribunales provinciales, excepto la Sala de lo Militar, que no existe al ni-
vel provincial. Al nivel municipal, si las exigencias del trabajo lo deman-
da, a partir de la población del municipio, pueden crearse secciones, las
que abarcan la materia penal, familiar, la civil y la laboral.
Al nivel del TSP las salas de justicia se integran indistintamente por tres
jueces profesionales y dos legos, o por dos jueces profesionales y un
lego. En los tribunales provinciales las salas de justicia se integran in-
distintamente por tres jueces profesionales y dos legos, o por un juez
profesional y dos legos. El Reglamento de la Ley es el que establece los
casos en que las salas se constituyen de forma ampliada o reducida, en
base a la naturaleza de los asuntos a conocer.
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Nos resulta imposible en este trabajo abarcar todos los ámbitos com-
petenciales previstos en la LPCALE, relativos a los procesos administra-
tivos, laboral y económico, por lo que abordaremos solo lo referente al
orden civil y familiar, así como la competencia en el plano penal.
3.1. La competencia en el orden civil y familiar
La competencia en estas materias es un verdadero quebradero de cabeza
para los juristas que se desempeñan en el campo de la litigación, pues,
cuando se enfrentan a un conflicto que tienen que enrumbar por la
vía procesal adecuada, deben dar respuesta a dos grandes interrogan-
tes: ¿qué tipo de proceso es el adecuado para tramitar la pretensión? y
¿cuál es el tribunal competente para conocerlo?
Son los criterios de competencia objetiva y territorial los que contribuyen
a delimitar en qué tribunal del orden judicial se debe presentar la de-
manda y, una vez definido el orden, en qué territorio es más factible
que transite la reclamación.
La competencia objetiva está determinada por la materia objeto de litis
(ratione materiae) o por el valor o cuantía de lo que se debate, a lo que
la LPCALE dedica los artículos 5, 6 y 7.
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El criterio relativo a la naturaleza del delito, más que una regla de com-
petencia clásica, es un criterio de reparto por especialización y está re-
ferido a los delitos previstos en el Titulo I del CP, cuyo conocimiento
se atribuye a las salas de los Delitos contra la Seguridad del Estado de
los tribunales provinciales, y un control de casación en el TSP. Aquí la
atribución no obedece a la cuantía de la sanción a imponer, pues el co-
nocimiento es exclusivo del nivel provincial, no existen en estos delitos
tribunales de conocimiento inferiores y superiores, ya que estos delitos
se juzgan en una instancia única.
3.2.4. La competencia por razón del territorio
Una vez analizada la competencia objetiva y funcional, el tercer criterio
de atribución de competencia es el territorial, que en el proceso penal
difiere sustancialmente de lo analizado en el proceso civil, pues en el
ámbito penal no opera para esta competencia la voluntad de las partes,
sino que tiene igual carácter preceptivo que la competencia objetiva.
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1. Concepto
La más lacónica e ilustrativa definición de parte corresponde a Chio-
venda, que luego la doctrina ha replicado: “es parte el que demanda
en nombre propio o en cuyo nombre se demanda, una actuación de
la ley, y aquel contra el cual esa actuación de la ley es demandada”. El
profesor Grillo Longoria la matizó con una definición que se impuso en
nuestra doctrina: “es parte la persona que pide en nombre propio o en
cuyo nombre se pide la tutela jurídica (actor), y la persona frente a la
cual se reclama la tutela (demandado)”.
Estos conceptos, que son unánimemente aceptados por la doctrina para
el proceso civil, encuentran serías dificultades de aplicación en el pro-
ceso penal. La razón estriba en el correlato que existe en el proceso
civil entre los sujetos que intervienen en el proceso como partes con los
que lo son en la relación sustantiva. En el proceso civil se pueden dar
algunas excepciones de sujetos que no formen parte de la relación ma-
terial y entren en el proceso en cualidad de parte alegando un interés
legítimo, que son los denominados terceros intervinientes, pero la regla
es que se produzca una mutación de parte material en parte procesal.
Esta fórmula no es aplicable al proceso penal, donde no se reconoce la
existencia de una relación material producto del delito. En este ámbito
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2.3. La legitimación
La legitimación es una de las categorías procesales de mayor complejidad
teórica y práctica, pues detrás de la institución se esconden cuestiones
que deben ser vistas en la propia antesala del proceso y por ello algunos
la consideran una cuestión de forma, mientras que otros aspectos de la
legitimación no se develan hasta el momento final de la litis, lo que la
coloca en el grupo de las cuestiones de fondo. Esta diversidad de aná-
lisis, que conspira para lograr un concepto acabado de la legitimación,
hace que se nos presente como la policéfala Hidra de Lerna, pues cuando
pensamos que hemos cortado una de sus cabezas, nos resurgen multi-
plicadas; no en balde Gómez Orbaneja calificó en su tiempo al concepto
de legitimación como “uno de los más debatidos y, al mismo tiempo,
más confusos del Derecho Procesal”, y más recientemente el profesor
Montero Aroca, a quien se deben los análisis más enjundiosos sobre
este tema en la doctrina española, nombró a una de sus obras: “Intento
de aclarar un concepto que resulta más confuso cuando más se escribe
sobre él”.
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4. El imputado o acusado
La terminología para definir a la persona sobre la que recae el ejercicio
de la acción penal varía de un ordenamiento a otro. En nuestro caso
se usa la expresión genérica de acusado para identificarlo y esa es la
denominación que se le da desde el primer momento de la fase prepa-
ratoria (art. 160). Pueden serlo tanto personas naturales como perso-
nas jurídicas, condición esta última que se incorporó a nuestro sistema
jurídico en fecha posterior, pues originariamente eran solo las personas
naturales sobre las que se podía exigir responsabilidad (Decreto Ley
No. 175 de 1997).
Las personas jurídicas que pueden ser sujeto de imputación son siempre
no estatales, entre las que se encuentran las cooperativas, las sociedades
y asociaciones, las fundaciones y las empresas.
La calificación que nos parece más correcta es la que permite diferenciar
a la persona en correspondencia con el momento procesal en que se
encuentra el proceso penal, pues permite definir su estatus procesal
específico. En correspondencia con ello es imputado la persona a la que
se le atribuye participación en la comisión de un hecho delictivo por
cualquier acto de las autoridades a las que les reconocen facultades de
persecución penal; adquirirá la condición de acusado y, por tanto, la
de parte en el proceso, a partir del momento en que el fiscal formule
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LECTURAS RECOMENDADAS
Básica
Díaz Tenreiro, Carlos: “Consideraciones sobre el concepto de legitima-
ción”, en AAVV: Lecciones de Derecho Procesal Civil, Editorial Félix
Varela, La Habana, 2001.
Goite Pierre, Mayda y Juan Mendoza Díaz: “Los sujetosde la relación jurídi-
co procesal”, en AAVV: Temas para el estudio del Derecho Procesal
Penal, primera parte, Editorial Félix Varela,
La Habana, 2006.
Grillo Longoria, Rafael: Derecho Procesal Civil I (Capítulo XI. Los su-
jetos del proceso civil: El órgano jurisdiccional; Capítulo XII.
Los sujetos del proceso civil: Las partes), Editorial Pueblo y Educación,
La Habana, 1985.
Hernández Pérez, Carmen: “Los sujetos del proceso civil. El órgano jurisdic-
cional”, en AAVV: Lecciones de Derecho Procesal Civil, Editorial Félix
Varela, La Habana, 2001.
Mendoza Díaz, Juan: El Proceso Ordinario de Conocimiento. Actitudes del
Demandado, Editorial CIABO, La Habana, 2000.
Prieto Morales, Aldo: Derecho Procesal Penal, I Parte (Capítulo IV.
Los sujetos de la relación jurídico-procesal), Ediciones ENSPES,
La Habana, 1982.
Rodríguez Fernández, Yumil et al.: Los Tribunales en Cuba. Pasado y actualidad,
Editorial ONBC, La Habana, 2013.
Para saber más
Almagro Nosete, José: “Las partes”, en AAVV: Derecho Procesal, Tomo I
(volumen I), quinta edición, Tirant lo Blanch, Valencia, 1990.
Bodes Torres, Jorge: Sistema de justicia y procedimiento penal en Cuba,
Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2001.
__________: “Los sujetos procesales y las partes en el proceso. El debate
penal”, en AAVV: Temas para el estudio del Derecho Procesal Penal,
primera parte, Editorial Félix Varela, La Habana, 2006.
Boutin, Gilberto: Derecho Internacional Privado, Edition Maitre Boutin,
tercera edición, Panamá, 2011.
Carnelutti, Francesco: Sistema de Derecho Procesal Civil, II, (Composición
del Proceso) (traducción de Alcalá-Zamora y Sentís Melendo), Uthea
Argentina, Buenos Aires, 1944, p. 25.
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CAPÍTULO VIII.
Silvio Rodríguez
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la teoría del Derecho Privado sobre los actos jurídicos, la doctrina incluye
también dentro de los requisitos de los sujetos a la voluntad, lo que es
un pleonasmo, pues para que sea acto procesal es lógico que sea un
acto volitivo. Carece de sentido en el plano procesal la dicotomía entre
la voluntad manifestada y la querida, que es básica para la validez de
los actos en el plano material; en el plano procesal prevalece totalmente
la voluntad declarada.
3.2. Objeto
En cuanto al objeto, el requisito está referido al contenido mismo de
lo que se persigue con el acto, o sea, sobre lo que recae la petición
de parte o la resolución jurisdiccional; de tal suerte que el acto debe ser
posible e idóneo. Es posible si física y materialmente es factible su reali-
zación, o sea, cuando el contenido del acto tiene posibilidades objetivas
de llevarse a efecto. Resulta un acto procesal imposible que un abogado
solicite al tribunal que se practique una prueba pericial usando un tipo
de microscopio que no exista en el país, para demostrar una tesis sobre
huellas dejadas por un roce entre vehículos que produjo daños.
3.3. Lugar
En lo respectivo al lugar la regla general es que los actos se realizan en
la sede del tribunal, pues es el órgano jurisdiccional el depositario de las
actuaciones procesales en las que los actos se realizan. Las actividades
que las partes realizan en sus respectivos despachos no se convierten en
verdaderos actos procesales hasta que son presentados ante el tribunal
que conoce del asunto.
Desde el punto de vista doctrinal no se puede identificar sede con lugar
donde está ubicado físicamente el local del tribunal. Sede es un con-
cepto más amplio, que comprende la localidad o población en la que
radica el órgano jurisdiccional (Ortells Ramos). Partiendo de lo anterior,
es factible que el tribunal se pueda constituir en un lugar distinto del
local físico donde radica, pero sigue estando dentro de su sede.
303
Existe una excepción a esta regla en la LPP que posibilita que el tribunal
pueda constituirse fuera del ámbito territorial de su competencia, a los
efectos de realizar el juicio oral, cuando el acusado esté imposibilitado,
debiendo notificar al tribunal del lugar esta determinación (art. 346.7).
3.4. Tiempo
De todas las exigencias que estamos analizando, el tiempo de los actos
es tal vez la más trascendente y la que mayor influye en la actuación de
las partes.
Todo proceso es una consecución de actos concatenados, razón por la
cual el aspecto temporal se presenta como la bitácora que marca el
rumbo para la obtención de la cosa juzgada. Tal es así que la celeridad
de los procesos, que no era tema de preocupación antaño, ocupa desde
hace mucho la atención del Derecho Procesal, partiendo de que una
administración de justicia tardía es un remedo burlón de la justicia.
El primero de los aspectos temporales es la definición del momento en
que es pertinente realizar un acto procesal, lo cual obliga a que las nor-
mas definan los días y las horas que resultan hábiles a tal fin, tema que
está suficientemente claro en ambos ordenamientos procesales:
LPP
ARTÍCULO 32. Todos los días y horas son hábiles para las actuacio-
nes de la fase preparatoria del proceso.
304
Para las demás actuaciones son hábiles todos los días excepto los
declarados no laborables por la Ley. Para las propias actuaciones
son hábiles las horas comprendidas entre las siete de la mañana y
las siete de la noche.
No obstante, los Tribunales pueden habilitar días y horas inhábiles
para dichas actuaciones cuando fuere pertinente.
LPCALE
ARTÍCULO 99. Son hábiles todos los días, excepto los domingos y
los demás declarados no laborables por la ley.
ARTÍCULO 100. Se entienden horas hábiles las comprendidas en-
tre las siete de la mañana y las siete de la noche.
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3.5. Forma
La forma es el cuerpo que adopta el acto procesal, o sea, la manera
en que se corporifica. El acto es una manifestación de voluntad, pero
esta puede tomar forma mediante la realización de actividades físicas
concretas, como puede ser la realización de un reconocimiento judicial,
o mediante una manifestación propiamente dicha, como puede ser la
demanda en el proceso civil, o las conclusiones provisionales en el pro-
ceso penal.
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Como es posible que alguno de los jueces mantenga una postura con-
traria a la de la mayoría, las leyes le franquean la posibilidad de exterio-
rizar su criterio a través de lo que se denomina voto particular (arts. 45
de la LPP y 128 de la LPCALE), otros ordenamientos lo denominan voto
disidente. El juez que se aparta de la mayoría, siguiendo su propio criterio,
debe exponer sus puntos de discordia por escrito. El voto particular es
un acto procesal disidente pero que tiene una influencia en el proceso,
pues, aunque en nuestras normas tienen un carácter reservado, en caso
de recurso se eleva al tribunal superior conjuntamente con las actuacio-
nes para que sea evaluado por el órgano de control. En otros tiempos
en que los votos disidentes eran del conocimiento público, determinadas
posturas de jueces del TSP eran estudiadas como referentes teóricos
a tener en cuenta por la doctrina científica.
Sin posibilidades de adentrarnos en el novedoso y apasionante mundo
de la argumentación jurídica, baste decir que las sentencias son la fuen-
te generatriz de los criterios jurisprudenciales; las del TSP conforman
la verdadera jurisprudencia y la de los tribunales provinciales se iden-
tifican como una especie de jurisprudencia menor, pero también con
un fuerte valor indicativo futuro para jueces y partes. En este marco
312
a) Notificación
Es el medio mediante el cual el tribunal pone en conocimiento de las
partes el contenido de una resolución judicial. La notificación es por lo
general un documento en el que se consigna el tipo de resolución que
se está informando a la parte, a fin de que sea firmado por quien la
recibe, como constancia de haberse impuesto de la información contenida.
Reviste singular importancia en el iter procesal, pues a partir de la fecha
de la notificación es que comienzan a computarse los plazos que la
ley establece para los distintos actos de las partes, tal y como dejamos
explicado cuando vimos el aspecto temporal de los actos procesales.
Es también un acto previo a otros actos de comunicación, pues, cuando
el tribunal requiere, lo hace mediante una notificación al respecto.
La notificación de las resoluciones judiciales está regulada en los
artículos 84 de la LPP y 160 de la LPCALE. En ambas normas se dispone
el mecanismo de la notificación personal de las resoluciones a las par-
tes o sus representantes, y se establece un mecanismo de excepción
para aquellos casos en que los destinatarios de la notificación no com-
parezcan al tribunal de forma regular a imponerse del contenido de
los asuntos, lo que se realiza mediante la publicación en un lugar que
los tribunales tienen destinado al efecto, que se conoce como tablilla
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La primera idea es que, si bien las nulidades abarcan a todos los ac-
tos procesales, el verdadero concepto de nulidad está referido a los
actos procesales del tribunal, pues de ella se deriva el efecto anulatorio
para los restantes actos realizados por las partes que estén vinculados
con él.
315
Antes de seguir avanzando hay que dejar claro que en materia procesal
las nulidades se relativizan, pues es muy difícil encontrar alguna causal
de nulidad que tenga la fortaleza de la nulidad absoluta propia del
Derecho Privado, esencialmente por dos razones: la primera es que la
mayoría de las nulidades son susceptibles de convalidación, pues la parte
a quien afecta puede consentirla, lo cual subsana el defecto; la segunda
razón es que, una vez dictada la sentencia, quedan convalidadas la gran
mayoría de las situaciones que pudieran provocar la nulidad y las pocas
que subsisten, recogidas como causales para la revisión, tienen también
una vocación de convalidación, esencialmente por los plazos que esta-
blecen las normas para promover el proceso de revisión. En material
civil el artículo 645 limita a cuatro años posteriores a la sentencia el
tiempo para poder interponer el proceso de revisión, lo que implica que
pasado ese tiempo se produce una preclusión perpetua sobre el tema y
se convalida cualquier circunstancia precedente, con la excepción muy
específica a que hace mención el propio artículo de que la causa que
motiva la revisión esté sujeta a una cuestión penal. En materia penal,
por su propia naturaleza, y por el interés del Estado en preservar los
derechos de los individuos, se suaviza el rigor del tiempo a favor del
sancionado, pudiendo establecerse la revisión en cualquier momento,
pero en el caso de que sea el fiscal el interesado, el artículo 457 le limita
a dos años la posibilidad de impugnar en revisión una sentencia abso-
lutoria o pretender una pena más severa, lo cual significa que pasado
ese tiempo se convalida cualquier motivo de nulidad que pueda haber
existido en el proceso.
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escrito sobre este tema, al que se le presta muy poca atención por nues-
tra doctrina.
En nuestro ordenamiento procesal penal se añora la presencia de me-
dios para combatir los medios de prueba ilícitos, lo cual es común en
numerosas legislaciones homólogas, en que al imputado se le ofrecen
diferentes medios para excluir del proceso aquellos medios probatorios
que se hubieran obtenido de forma irregular. En el artículo 166 de la
LPP se reputa nula cualquier declaración obtenida mediante violencia o
coacción, pero no describe las herramientas para hacerlo efectivo.
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LECTURAS RECOMENDADAS
Básica
Díaz Tenreiro, Carlos: “Los actos procesales”en AAVV: Lecciones de Derecho
Procesal Civil, Editorial Félix Varela, La Habana, 2001.
Grillo Longoria, Rafael: Derecho Procesal Civil I (Capítulo XII. Los actos
procesales), Editorial Pueblo y Educación, La Habana, 1985.
Podetti, Ramiro: Tratado de los actos procesales, Ediar, Buenos Aires,
1955.
Rivero García, Danilo: Temas permanentes del Derecho Procesal y el Derecho
Penal (Las nulidades en la práctica procesal penal en Cuba), Ediciones
ONBC, La Habana, 2010.
Para saber más
De Pina, Rafael con José Castillo Larrañaga: Instituciones de Derecho
Procesal Civil (Capítulo VI. Los hechos jurídicos procesales), Editorial
América, México, 1946.
Gozaíni, Osvaldo: Elementos de Derecho Procesal Civil (Capítulo XI. Actos
procesales), Ediar, Buenos Aires, 2005.
Hinojosa Segovia, Rafael y Julio Muerza Esparza: “Los actos”, en Derecho
Procesal Penal, Centro de Estudios Ramón Areces, Madrid, 2003.
Palacio, Lino Enrique: Manual de Derecho Procesal Civil (Capítulo XI y XII.
Actos procesales), decimosexta edición actualizada, Abeledo-Perrot,
Buenos Aires, 2001.
Moreno Catena, Victor: “Los actos procesales”, en AAVV: Derecho Procesal,
Tomo I (volumen I), quinta edición, Tirant lo Blanch, Valencia, 1990.
Morón, Manuel: La nulidad en el proceso civil español, Editorial AHR,
Barcelona, 1957.
Ortells Ramos, Manuel: “Los actos procesales”, en Derecho Jurisdiccional I,
parte general, Librería Bosch, Barcelona, 1989.
Rocco, Ugo: Derecho Procesal Civil (Capítulo XVII. Los actos procesales
de los órganos jurisdiccionales y en particular de la sentencia),
segunda edición, Porrúa, México, 1944.
320
CAPÍTULO IX
EL PROCEDIMIENTO ARBITRAL*
*
La versión originaria de este trabajo fue elaborado de conjunto por Maelia Pérez
Silveira y por mí, y forma parte del libro El arbitraje interno e internacional en
Latinoamérica, editado por la Universidad Externado de Colombia en 2010, bajo la
dirección de los profesores españoles Silvia Barona Vilar y Carlos Esplugues Mota
y la profesora colombiana Adriana Zapata de Arbeláez, Capítulo X, Cuba, pp. 335-
369. Lo que aquí incorporamos tiene algunas matizaciones para acomodarlo a los
objetivos del libro y ajustarlo a los cambios legislativos que se han producido en el
país en este campo.
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1. Introducción
Cuando estudiamos la naturaleza jurídica del Derecho Procesal y abordamos
el arbitraje, evaluamos que es una institución que se mueve entre lo
privado y lo público, dicotomía que de forma irrepetible describe
Merchán Álvarez:
En la institución que estudiamos se aprecian simultáneamente caracte-
res diversos: unos propios del Derecho privado, derivados de su origen
contractual (pues como sabemos el arbitraje surge como conse-
cuencia de un acuerdo de voluntades), otros propios del Derecho
procesal, derivados de la existencia de una controversia, de la
resolución de la misma por un tercero imparcial, del procedimiento
y efectos de la resolución, que recuerdan a los efectos jurisdiccio-
nales: ¿Cuáles de esas características son las predominantes?, ¿las
jurídico-privadas y entonces lógico será pensar que nos encontra-
mos ante una institución del derecho de obligaciones?, ¿las proce-
sales y entonces nos hallamos fundamentalmente ante una figura
jurisdiccional? o ¿existe un equilibrio entre ambas característica?
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5. Régimen convencional
Siguiendo una cronología en orden a la incorporación del Estado cubano
en los textos internacionales que, de manera general o especial aluden
al arbitraje, vale mencionar al Código de Derecho Internacional Privado
o Código Bustamante, que en su artículo 432, se pronuncia respecto a la
ejecución de sentencias dictadas por tribunales extranjeros, especialmen-
te en su Capítulo I relativo a la materia civil, que regula el procedimiento
para la ejecución y los efectos de las sentencias extranjeras dictadas en
arbitraje o por amigables componedores.
Siguiendo el orden normativo de carácter convencional, Cuba se incor-
pora a la Convención de Nueva York de 1958, sobre reconocimiento y
ejecución de laudos arbitrales extranjeros. El 28 de mayo de 1968 en
sesión celebrada por el Consejo de Ministros de la República de Cuba se
acordó la incorporación de Cuba a la Convención emitiendo su decla-
ración mediante Proclama de fecha 3 de febrero de 1975, en la que se
expresa que:
La República de Cuba aplicará la presente convención al re-
conocimiento y la ejecución de las sentencias arbitrales ex-
tranjeras dictadas en el territorio de otro Estado contra-
tante. Respecto a las sentencias arbitrales dictadas en otros
Estados no contratantes aplicará la convención solamente en
la extensión que aquellos concedan un tratamiento recípro-
co establecido por mutuo acuerdo entre las partes; y además sólo
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7. Convenio arbitral
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9. Los árbitros
9.1. Número y nacionalidad de los árbitros
Como hemos expuesto reiteradamente, el arbitraje comercial inter-
nacional en Cuba es administrado por la Corte Cubana de Arbitraje
Comercial Internacional, que está integrada por 21 profesionales de
“reconocido prestigio y experiencia en las ciencias jurídicas, en la esfe-
ra de las relaciones comerciales internacionales y demás especialidades
necesarias para la solución de los litigios”, nombrados por el Presidente
de la Cámara de Comercio para un período de dos años, que puede ser
prorrogable.
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designe (art. 12.j); la práctica general es que las partes hagan la nominación
en sus escritos polémicos. A falta de acuerdo entre las partes sobre el
número de árbitros que deben integrar el panel arbitral, actuarán tres
(art. 2), con lo que se siguió la fórmula del artículo 10 de la Ley Modelo,
conforme a las sugerencias que en tal sentido había formulado la doc-
trina cubana precedente (Dávalos Fernández).
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11. Honorarios
Es tradición en el arbitraje que los árbitros reciben honorarios por su
labor, la que está en correspondencia con el monto económico de la
reclamación.
En el arbitraje que es administrado por instituciones, las partes deben
pagar determinadas cantidades, igualmente vinculadas al monto de la
reclamación, las que se denominan derechos de arbitraje, que se utilizan
para cubrir los gastos del arbitraje y pagar los honorarios de los árbi-
tros. Los gastos de arbitraje que deben cubrir la parte demandante al
momento de presentar el asunto y la demandada al momento de
contestar, están regulados en la Resolución No. 19/2007.
Desde la constitución en 1965, de la Corte de Arbitraje cubana, se
estableció como regla su carácter honorífico, por lo que sus árbitros no
reciben remuneración en razón de su labor; tradición que se reiteró en
todas las normas arbitrales y que se ratificó nuevamente en el artículo
5 de los Estatutos de la Corte, regulada en la Resolución 11 de 2007 del
Presidente de la Cámara de Comercio.
Las normas arbitrales cubanas no contienen una formulación relativa
a la responsabilidad de los árbitros y subsidiariamente de la entidad
administradora del arbitraje por los daños y perjuicios que causaren a
las partes por mala fe, temeridad o dolo. Ante situaciones de esta natu-
raleza habría que acudir a las normas generales del CC sobre indemni-
zación de daños y perjuicios provocados por actos ilícitos.
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Con el propósito de fijar los puntos esenciales sobre los que se con-
centraría la actuación del tribunal arbitral, la fórmula acogida por el
legislador ha sido establecer una comparecencia de las partes ante el
tribunal arbitral, a la que le denominó “audiencia preliminar” (art.
20), cuya convocatoria puede ser postergada, si el tribunal lo decide o
las partes lo solicitan. Su cometido es precisar el “objeto del proceso”,
categoría típica de la doctrina procesal judicial, cuya interpretación
en este supuesto se define como el contenido esencial de los puntos
controvertidos derivado de las alegaciones de las partes. En la Audiencia
Preliminar el tribunal arbitral podrá interesar de las partes que aporten
medios de pruebas adicionales a los que originalmente acompañaron a
la demanda y la contestación.
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LECTURAS RECOMENDADAS
Básica
Cobo Roura, Narciso: “Las nuevas Reglas de Procedimiento de la Cor-
te Cubana de Arbitraje Comercial en Cuba”, en Memorias del
II Congreso Internacional de Derecho Procesal (versión digital),
La Habana, abril 2009.
Dávalos Fernández, Rodolfo: Derecho internacional privado. Parte General,
Primera Parte, Facultad de Derecho de la Universidad de La Habana,
La Habana, 1992.
__________: Fronteras y Contratos (Derecho aplicable al contrato inter-
nacional), Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 2005.
__________: “El arbitraje comercial internacional en Cuba”, en Revista
de la Corte Española de Arbitraje, 2005, pp. 11-44.
Merchán Álvarez, Antonio: El arbitraje, estudio histórico jurídico, Utrera,
Sevilla, 1981.
Pérez Silveira, Maelia: “Aproximación al sistema de competencia
judicial internacional en Cuba”, en Revista elDial, Suplemento de
Derecho Internacional Privado y de la Integración, No. 24 de octubre
de 2006, www.eldial.com
Para saber más
Barona Vilar, Silvia, Carlos Esplugues Mota y Adriana Zapata De Arbeláez
(coordinadores): El arbitraje interno e internacional en Latinoamérica,
Universidad Externado de Colombia, Bogotá, 2010.
Burguet Rodríguez, René: Ley de la inversión extranjera en Cuba. Texto de
la Ley. Comentarios, Sangova S.A., Madrid, 1996.
Capatina, O.: Litigio Arbitral de Comercio Exterior, La Habana, 1985.
Dahl, H.: “El uso del Arbitraje en Cuba”, en Conferencia sobre Arbitraje
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Hernández Fernández, L.: “El arbitraje comercial internacional. Sus beneficios”,
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