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1. TEORÍA DE LA ACCIÓN.
El concepto de acción es el objeto de una valoración no la valoración misma que se hace en las
restantes categorías del delito.
-En la fase externa una vez propuesto el fin, seleccionado los medios y ponderados los efectos
concomitantes se pone en marcha el proceso causal dominado por la finalidad y procura
alcanzar la meta propuesta. La valoración penal puede recaer sobre cualquiera de estos
aspectos de la acción. Por tanto cuando se dice que la acción final es la base del Derecho
penal, no se quiere decir que sea sólo el fin de la acción. Por eso los tipos legales son los que
deciden qué partes o aspectos de la acción son o pueden ser penalmente relevantes
Efectivamente, cuando el legislador describe una conducta en el tipo penal (por ejemplo: «el
que mata a otro») no describe un simple proceso causal (también un rayo puede causar la
muerte de una persona), sino un proceso causal en la medida en que se deriva de la realización
de una acción final humana.
Lo que importa es, por tanto, que el legislador cuando describe o tipifica las acciones
prohibidas lo hace pensando en la acción, no como un simple proceso causal voluntario, sino
como un proceso causal regido por la voluntad dirigida a un fin (sea éste relevante, o lo sean
los medios elegidos para su realización, o los efectos concomitantes).
C) Ausencia de acción: Puesto que el Derecho penal sólo se ocupa de acciones voluntarias, no
habrá acción penalmente relevante cuando falte la voluntad. Sucede esto en tres grupos de
casos:
a) Fuerza irresistible → Es una condición de fuerza proveniente del exterior que actúa
materialmente sobre el agente. El agente opera como una masa mecánica. La fuerza
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ha de ser absoluta, sino el que la sufre puede resistirla o al menos tiene esa
posibilidad, no se excluye la acción.
La fuerza ha de provenir del exterior, de una tercera persona o incluso de fuerzas
naturales. La doctrina y jurisprudencia española ha considerado que los impulsos
irresistibles de origen interno (arrebatos, desesperación…) no pueden dar lugar a este
eximente porque se trata de actos en los que no está totalmente ausente la voluntad.
La fuerza irresistible carece de importancia en los delitos de acción pero es importante
en los de omisión.
b) Movimientos reflejos → Los movimientos reflejos, tales como las convulsiones
epilépticas, no constituyen acción, ya que el movimiento no está en estos casos
controlado por la voluntad. Distintos de los movimientos reflejos son los actos de
cortocircuito, relaciones impulsivas o explosivas en los que la voluntad participa
fugazmente, y no excluyen la acción. (Atracador nervioso aprieta el gatillo
instintivamente)
c) Estados de inconsciencia → También falta la acción en los estados de inconsciencia,
tales como el sueño, el sonambulismo, la embriaguez letárgica, etc. En estos casos los
actos que se realizan no dependen de la voluntad y, por consiguiente, no pueden
considerarse acciones penalmente relevantes.
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2. ACCIÓN Y RESULTADO.
No es lo mismo «el producir» que «lo producido». La distinción entre acción, como simple
manifestación de voluntad, y resultado, como consecuencia externa derivada de la
manifestación de voluntad, tiene gran importancia para el Derecho penal. Así, por ejemplo, el
legislador castiga en algunos casos la simple manifestación de voluntad, como sucede en el
delito de injurias (delitos de mera actividad); pero en otros sanciona, además, el resultado
derivado de ella, como sucede en el homicidio (delitos de resultado).
Por ejemplo, en los primeros (homicidio, daños, lesiones), el daño se puede causar también
por accidente, de ahí que sea en ellos especialmente importante determinar cuándo el daño
ha sido producido por una acción humana o, por el contrario, se debe a una fuerza natural más
allá de la incumbencia del Derecho penal. En cambio, los delitos de acciones dañosas (como la
injuria o la violación) no se producen por accidente y no plantean problemas de causalidad.
Existen además otras consecuencias que se derivan de la distinción entre acción y resultado.
Así, por ejemplo, puede que el resultado no se produzca y que la acción sólo sea punible a
título de tentativa. Pero la más importante consecuencia de esta distinción se da en los delitos
de resultado, en los que resulta necesario establecer cuándo el resultado ha sido causado por
una acción humana.
En muchos casos ni siquiera surgen dudas acerca de la causalidad entre una acción y un
determinado resultado. Así, por ejemplo: A dispara tres tiros a B, quien se halla a un metro de
distancia de su agresor, hiriéndole en el hígado y en la cabeza, muriendo B casi
instantáneamente a consecuencia de las heridas. En este caso la inmediata sucesión temporal
entre la acción y el resultado y su relación directa no deja lugar a dudas sobre la relación causal
existente entre la acción y el resultado.
Sin embargo, no todas las relaciones son tan sencillas de resolver: pensemos que en el ejemplo
anterior A hiere a B y éste muere en un accidente de tráfico al ser trasladado al hospital para
ser atendido, por una infección sobrevenida a consecuencia de la herida o por un mal
tratamiento médico. Para resolver casos tan complicados se han elaborado tres teorías: la
teoría de la equivalencia de las condiciones, la teoría de la causación adecuada o de la
adecuación y la teoría de la causa jurídicamente relevante.
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hubiera podido prever que, en circunstancias corrientes, tal resultado podría
producirse. Pero previsible objetivamente lo es casi todo. Por eso la teoría de la
adecuación recurre a otro criterio limitador de la causalidad, el de la diligencia debida,
ya que si la acción se realiza con la diligencia debida, aunque sea previsible un
resultado, se mantiene en el ámbito de lo permitido jurídicamente y no se plantea
problema alguno,
Previsibilidad objetiva y diligencia debida son los dos criterios selectivos que sirven
para precisar cuándo una acción es adecuada para producir un resultado y por tanto,
es causa del mismo.
• Teoría de la causa jurídicamente relevante → Diferencia entre la determinación de la
causalidad (para la que utiliza la teoría de la equivalencia) y la cuestión de si una causa
es o no relevante para el Derecho penal.
El problema causal en el Derecho penal consiste en establecer en los casos más
complicados, los criterios para determinar los factores que puedan ser relevantes
desde el punto de vista jurídico.
Las teorías de la causalidad se han ido completando con criterios normativos
coincidentes en su mayor parte con los de la TEORÍA DE LA IMPUTACIÓN OBJETIVA,
aceptada parcialmente por todos.
Hoy en día existe unanimidad en la consideración de que no basta con que exista una relación
causal entre la conducta realizada y el resultado producido: la relación de causalidad es
requisito necesario, pero no suficiente para atribuir a un sujeto un resultado. En efecto, un
resultado sólo puede ser atribuido a un sujeto cuando a) la conducta del sujeto es causa del
resultado; y b) cuando el resultado puede ser imputado objetivamente a la conducta del
sujeto.
b) Y habrá imputación objetiva si se dan los siguientes tres requisitos (los cuales han de seguir
siempre este orden):
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le llevaba al hospital, el sujeto que le disparó no responderá del resultado muerte
(homicidio consumado) porque éste no ha sido la realización del riesgo creado con el
disparo, sino del que genera el tráfico automovilístico. Solo si se cumple este criterio
pasaríamos al siguiente.
3) Por último, el resultado producido debe estar comprendido en el ámbito de
protección de la norma (es decir, tiene que ser uno de los que la norma infringida
con la conducta realizada pretendía evitar) → Este criterio sirve para solucionar casos
en los que, aunque el autor ha creado o incrementado un riesgo que se transforma en
un resultado lesivo, éste no debe ser imputado al no haberse producido dentro del
ámbito de protección de la norma. Por ejemplo, no están en el ámbito de protección
de la norma los resultados causados por un riesgo consentido, como un accidente en
una carrera ilegal de coches.
• Una cosa es un riesgo consentido y otra el riesgo permitido; respecto a este último, se
habla de riesgo porque genera más beneficio que peligro (por ejemplo, se permite
volar aviones de más de 8 años). Éste no se ha de confundir con el riego consentido,
que se habla a nivel individual, se consiente un riesgo, no se puede hacer que otro sea
culpable de algo que la persona consentido, pues no se le puede atribuir el error (por
ejemplo, pedirle a alguien que te haga un tatuaje con un hierro ardiendo).
3. LA OMISIÓN.
El Derecho penal no sólo contiene normas prohibitivas sino también, aunque en menor
medida, normas imperativas que ordenan acciones cuya omisión puede producir efectos
socialmente nocivos. La infracción de estas normas imperativas es lo que constituye la esencia
de los delitos de omisión. Lo que el legislador castiga en éstos es la no realización de una
acción. Así, si la norma es prohibitiva, la conducta que la infrinja consistirá en una acción en
sentido estricto, en un hacer (norma prohibitiva: no matar; conducta que la infringe: matar);
pero si la norma es imperativa, la conducta que la infrinja consistirá en un no hacer la acción
que la norma ordena (norma imperativa: socorrer; conducta que la infringe: no socorrer).
No existe una omisión en sí, sino, siempre y en todo caso, la omisión de una acción
determinada. De aquí se desprende que el sujeto autor de la omisión debe de estar en
condiciones de poder realizar la acción; si no existe tal posibilidad de acción, por las razones
que sean, no puede hablarse de omisión: por ejemplo, un paralítico no puede omitir la
salvación de una persona que se está ahogando en el río. Omisión no es un simple no hacer
nada, sino no realizar una acción que el sujeto está en situación de poder hacer. La posibilidad
de acción es, por consiguiente, el elemento ontológico conceptual básico común tanto a la
acción, como a la omisión.
A.1) La acción esperada: La omisión penalmente relevante sólo puede ser, pues, la omisión de
una acción esperada. De todas las acciones posibles que un sujeto puede realizar, al
Ordenamiento jurídico-penal sólo le interesa aquélla que espera que el sujeto haga (auxiliar,
socorrer, impedir que se cometa un delito, etc.), porque le impone el deber de realizarla. El
delito omisivo consiste siempre en la omisión de una determinada acción que el sujeto tenía
obligación de realizar y que podía realizar. Por tanto, el delito de omisión es siempre,
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estructuralmente, un delito que consiste en la infracción de un deber, pero no de un deber
social o moral, sino de un deber jurídico.
El deber puede ser un deber genérico, que incumbe a cualquier persona por el hecho mismo
de la convivencia (ayudar a alguien en peligro), o un deber específico que sólo obliga a un
determinado círculo de personas (policías, bomberos, médicos, etc.). Pero, aun cuando exista
infracción de un deber, si la lesión del bien jurídico se produce por una acción habrá un delito
comisivo o activo, no uno de omisión.
• Como delitos de omisión pura o propia, en los que se castiga la simple infracción de
un deber de actuar. Estos delitos de omisión pura equivalen a los delitos de mera
actividad. Ejemplos: la omisión del deber de socorro, la omisión del deber de impedir
determinados delitos, incumplir el deber legal alimentario establecido en un convenio
judicial.
• Como delitos de omisión y resultado, en los que la omisión se vincula a un
determinado resultado, con el que debe estar conectado causalmente y con criterios
de imputación objetiva. Así, por ejemplo, se castiga la defraudación a la Hacienda
Pública por acción u omisión; o se castiga a quienes, por no controlar o vigilar
adecuadamente determinadas actividades relacionadas con residuos, causen daños
sustanciales a la calidad del aire, del suelo o de las aguas, o a animales o plantas.
• Como delitos de omisión impropia, o de comisión por omisión, en los que, al igual
que en el supuesto anterior, la omisión se conecta con un determinado resultado
prohibido, pero en el tipo legal concreto no se menciona expresamente la forma de
comisión omisiva, constituyendo, pues, un problema de interpretación dilucidar
cuándo la forma omisiva puede ser equiparada a la activa que sí se menciona
expresamente en la ley. Ejemplo: dejar morir de hambre a un niño recién nacido no
está expresamente tipificado en ninguno de los distintos delitos contra la vida; sin
embargo, todos admiten que dicha omisión debe ser equiparada a la acción de matar y
conectada causalmente y con criterios de imputación objetiva con el resultado muerte.
B.1) Omisión pura o propia: Lo que se describe en un delito de omisión pura o propia (delito
de mera inactividad) es una conducta consistente en la no realización de una acción esperada.
Esta forma de omisión consiste, por tanto, en no realizar una acción que se puede y se debe
realizar. Así, por ejemplo, en el delito de omisión del deber de socorro, el deber de socorrer
surge de la presencia de una situación típica (persona desamparada y en peligro manifiesto y
grave) que exige una intervención de socorro o auxilio. La no prestación de esa intervención
(no socorrer), posible y esperada, constituye una omisión penalmente relevante, a la que
posteriormente suelen añadirse otros elementos que delimitan el ámbito de exigencia (poder
hacerlo sin riesgo propio; que se le hubiera pedido intervención en forma directa y personal,
etc.).
B.2) Casos de omisión impropia o delitos de resultado en comisión por omisión: Dice el art. 11
CP: «Los delitos que consistan en la producción de un resultado sólo se entenderán cometidos
por omisión cuando la no evitación de este, al infringir un especial deber jurídico del autor,
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equivalga, según el sentido del texto de la Ley, a su causación. A tal efecto se equiparará la
omisión a la acción:
En primer lugar, se debe establecer la equivalencia entre omisión y causación activa, lo que
ocurrirá cuando la no evitación del resultado sea equivalente a su causación «según el sentido
del texto de la Ley». El delito realizado en comisión por omisión es un delito de resultado, por
lo que el resultado producido debe ser conectado causalmente e imputado objetivamente al
sujeto de la omisión.
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los delitos de resultado en comisión por omisión, sujeto activo no puede ser cualquier sujeto
que pueda evitar el resultado, sino sólo el que tenga un deber jurídico específico de evitarlo.
Es evidente que la madre o el padre del recién nacido tienen especial obligación de alimentarlo
para que no muera; o que el médico tiene obligación de atender al accidentado y procurar
salvarlo; o que el que maneja una sustancia explosiva tiene obligación de evitar que se
produzca una explosión o incendio, etc. No todo el mundo se trata igual, pues solo se castigan
a las personas que omiten ayudar a alguien si se tiene esa obligación especial, ya sea por un
precepto legal, por una relación contractual o por injerencia:
• Por Ley → Por ejemplo, los padres: una madre que no alimenta a su hijo, lo que causa
su muerte (se entenderá como si lo hubiese matado).
• Por contrato → Acción voluntaria de un cuidado, y dejó morir (por ejemplo, una niñera
o un médico).
• Por injerencia → Es mi propio comportamiento el que crea el riesgo (por ejemplo,
conduzco un camión de aceite en una curva, el cual se vierte y que provoca un
incendio).
Podemos decir que sólo aquellas personas que tienen una especial vinculación con el bien
jurídico protegido podrían ser consideradas garantes de la integridad de ese bien jurídico,
aunque no exista un precepto legal, contrato o actuar precedente concreto que fundamente
expresamente ese deber. En este sentido, cabría reducir las fuentes de la posición de garante a
dos grandes grupos, que analizamos seguidamente:
a) En virtud de una vinculación natural que se da, sobre todo, en el ámbito familiar entre los
cónyuges, entre padres e hijos, etc., y que impone obligaciones de alimentos, cuidados, etc.;
pero también se da en el ámbito de la convivencia de facto, relaciones de amistad, etc. El que
omite el cumplimiento de estos deberes responde de los resultados de su omisión, aunque su
posición de garante no se fundamente en un precepto legal directo, sino en la propia idea del
fin de protección de bienes jurídicos que tiene la norma pena.
En este grupo destaca sobre todo la idea del actuar precedente o de la injerencia. Por ejemplo,
con relación a la posesión de animales domésticos, manipulación de sustancias explosivas o
inflamables, etc. Quien con una acción ha creado el peligro inminente de un resultado, tiene la
obligación de impedir su producción. Así, por ejemplo, quien hace fuego en el bosque para
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calentarse o para preparar una comida tiene la obligación de procurar que el fuego no
degenere en el incendio del bosque, respondiendo del incendio en caso de que se produzca;
quien atropella con su automóvil a un peatón tiene la obligación de atenderlo o transportarlo a
un hospital y si no lo hace responderá del resultado muerte, si éste se produce. Igualmente,
quien tiene un perro agresivo tiene la obligación de controlarlo y de procurar que no ataque a
nadie.
Resumen de las clases de delitos (los que se encuentran al lado son los equivalentes, pero del
contrario):
ACCIONES OMISIONES
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o contractual de actuar.
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