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Acercamiento a la funcionalidad de los símbolos en la Regla de Ocha.

Autora: Lic. Yumei I.Morales Labañino.


Instituto Cubano de Antropología. Cuba.
yumeideisabel@yahoo.es
antropol@ceniai.inf.cu .

Los símbolos forman parte de la vida cotidiana del hombre, nuestras


existencias están plagadas con su presencia. Constituyen parte de la realidad y
funcionan desde el comienzo de la historia humana. En el universo físico e
intelectual de los seres humanos se transmite información en forma de símbolos.
Estos han jugado un papel en el tránsito entre la percepción visual y la palabra
escrita. Han jugado un papel en la definición e identificación de nuestros roles
como individuos y como miembros de un grupo. Ellos a su vez son percibidos y
desarrollados en un espacio considerado por muchos como un espacio
simbólico.

El universo religioso se encuentra lleno de símbolos que forman parte de


rituales, ceremonias, mitos y leyendas. El símbolo religioso ayuda al creyente a
una mejor asimilación del culto. Los símbolos religiosos son componentes del
pensamiento religioso. Influyen en la sensibilidad del creyente; regulando su
actitud ante la vida mas allá del contexto religioso.

Esta regulación, para nada está como un ente aparte en sus vidas, forma
parte de su cosmovisión y se integra junto con los conocimientos que pueden
adquirir en su educación. Tal es el caso de los médicos y científicos que unen su
saber académico con el religioso en su práctica diaria, y que al decir de ellos los
ayuda para una mejor comprensión del ser humano y del universo. El contacto
del creyente con dichos símbolos se realiza en el espacio cotidiano de su vida,
aunque para algunos esta se vuelve más intensa en el espacio religioso.
¿Qué es el símbolo?

Se podría resumir en una frase que encabeza un capitulo del libro de Ernest
Cassirer, Antropología filosófica: “Una clave en la naturaleza del hombre”; pero
este al estar tan presente en la vida de los seres humanos no puede ser
resumido de esa forma, por ser la existencia humana tan rica y compleja en sí y
con todo lo que se relaciona. El símbolo no escapa de esta complejidad, por lo
que a la hora de tratar de definir un concepto del mismo, se hace necesario
que primero se haga un recorrido por los momentos que lo constituyen (el
signo, la significación, y la representación) para poder llegar a su esencia.

El signo no es más que la representación de una cosa por otra, es tomar un


elemento para designar otro que tiene significado por un acuerdo social y son
específicos de una circunstancia determinada. Son capaces de cobrar una forma
visible para expresar una idea o un sistema de ideas. La significación se le
podría acuñar como hacedora de un sentido lógico para el signo; pero a su vez
constituye su complemento. En cuanto a la representación es vista como una
sustitución de la realidad por parte de una imagen o idea presentada de distinta
forma hacia el receptor.

Entonces, el símbolo vendría a ser el final del capítulo del conocimiento


relacionado con el signo, la significación y la representación al ser un elemento
que representa alguna cosa, sea directa o indirectamente1, pero el símbolo
también puede ser imagen, figura, o divisa con que materialmente, o de palabra,
se representa un concepto moral o intelectual, por alguna semejanza o
correspondencia que el entendimiento percibe entre este concepto y aquella
imagen2.

El símbolo no puede verse solo en singular, ya que puede estar compuesto de


un conjunto de imágenes o palabras que dan la impresión de ser un todo
integrador de una sola idea, aunque en realidad tenga intrínseco todo un
sistema y representa informaciones concretas en todas las culturas. Puede

1
Ferrater Mora. Diccionario de Filosofía .t4
2
Diccionario enciclopédico EDAF.
contener en sí distintos niveles de interpretación, puesto que un mismo símbolo
puede tener diferentes lecturas.

Su composición depende en gran medida de información objetiva y subjetiva,


ya que se toma de la realidad figurativa la imagen que se usará como símbolo; y
de la subjetividad del individuo depende su aprehensión en el pensamiento, al
ser esta la encargada de darle un valor; pero además de ser fáciles de
reconocer y de componerse de formas, tonos, colores y texturas, pueden ser
elementos visuales que no guarden ninguna similitud con el entorno natural y
no poseen ningún significado explícito, solo el que se les asigna. Cada sociedad
escoge sus símbolos según sus cánones culturales; su significado varía de una
a otra, aunque esto no significa que no se encuentren sujetos a cambios

El símbolo es tratado como una creación del hombre en las ciencias sociales,
ya que es considerado un componente en cierta forma regente de la vida social,
que ayuda a organizar y a guiar la existencia de un individuo en particular, y de
la sociedad en la que se desarrolla. Y a pesar de ser una producción suya,
puede llegar a dominar su vida y a orientar sus acciones, más que de forma
material de forma mítica: puede asignarle un carácter supraterrenal.

El símbolo puede ser un concepto polisémico, pero casi siempre va ligado al


individuo y la función que este le confiere como un mecanismo para reafirmarse
como tal en un grupo, al ser dependiente su significado del mundo objetivo y
subjetivo en el que se mueven las relaciones sociales del hombre. Es un
dispositivo cognoscitivo, que cumple la función de procesar objetos del
pensamiento que no se avienen a los modos habituales. Tiene la capacidad de
asimilar interpretaciones sobre la base de otras interpretaciones ya hechas.

Está ligado en su concepción a la historia de las religiones como una de las


primeras formas de explicación del mundo por el hombre y todo lo que lo rodea,
no por gusto Ernest Cassirer al hablar del hombre escribe que “en lugar de
definir al hombre como un animal racional lo definiremos como un animal
simbólico”3.

El hombre como animal simbólico, se apropia de la realidad a través de


sistemas de símbolos. La religión es una forma de aprehensión de la misma que
aunque esté llena de contradicciones no disminuye su valor ni entra en
desavenencias con el pensamiento filosófico, su desarrollo se realiza
mayormente en grupo por ser en grupo donde se desarrolla la mayor parte de la
existencia del hombre y es del grupo que nace la necesidad de una práctica
simbólica.

Tal es el caso de las religiones de origen africano, que tuvieron que disfrazar
a sus deidades y referirse a ellas de forma simbólica, para así poder mantener
las tradiciones traídas de su tierra, que eran perseguidas por la Iglesia Católica
al ser consideradas prácticas paganas.

Rosa Ma. De Lahaye le atribuye una cualidad de “fuerza socio histórica


colosal” al decir: “el símbolo es un haz de significaciones cargadas de
realidades concretas, de efectividad, que moviliza la totalidad del mundo
espiritual del hombre y abre todo su ser a la interpretación subjetiva, en un
movimiento infinito de lo desconocido, de lo expresado a lo inefable, en el que
se superponen y entrecruzan momentos racionales e irracionales”4. En las
sociedades tribales (no es regla general) el símbolo es una herramienta de
comunicación importante entre el practicante y el objeto de adoración, que se
presenta bajo distintas formas, preferentemente mitológicas.

El mito es considerado una forma de manifestación del símbolo en la religión,


su forma ideal de manifestarse es mediante el símbolo. En culturas no
occidentales, el mito constituye un elemento fundamental en la práctica religiosa.
La atmósfera numinosa que lo constituye se manifiesta a través de símbolos,
sus propios contenidos son simbólicos, representativos de la manifestación
religiosa del grupo de que se trate. Así, cuando vemos un caldero con diferentes

3
Cassire, Ernest. Antropología filosófica. Pág. 49.
4
De Lahaye, R.M. El complejo simbólico Yemaya.(Tesis de Maestría)inédita.
aditamentos referentes a la vida del monte, acompañado de sacrificios de
animales, se identifica con el Palo Monte, o si vemos un grupo de vasos con
agua y velas, se piensa en el espiritismo.

Los elementos en que se manifiesta la magia, el totemismo, el animismo, el


animatismo y el fetichismo constituyen una red simbólica donde se ve inmerso el
creyente. La subjetividad del practicante es conducida por el sacerdote de Ifá, en
el caso de la santería, para una aceptación del fenómeno religioso que se trata
de presentar de una forma asequible para una mayor comprensión.

La conservación de los símbolos, rodeados de un halo misterioso, depende


de la transmisión por vía oral. Poseen una mayor fuerza en las religiones
tribales, al carecer de un sistema estructurado y sistematizado del corpus
teológico, donde el núcleo lo ocupa el deseo de la conservación de su
manifestación religiosa. En las religiones con una mayor elaboración, su rol
radica en una simplificación del mensaje religioso.

El símbolo religioso, nos aventuramos a decir, es una manifestación de las


actitudes y formas de la vida religiosa, trasmisor de una realidad que no se
mantiene estática, y su eje radica en la subjetividad del creyente al ser este el
encargado de asimilar la información que le brinda el símbolo, por lo que su
interpretación no está exenta de variaciones en su contenido y la forma en que
la exteriorizan.

Al ser una vía por la cual se exteriorizan el pensar y sentir del hombre, ligado
a su producción espiritual, esta unido indisolublemente en su contenido a los
cambios efectuados en la sociedad donde este hombre se desarrolle. Por lo que
es muy común que estos símbolos cambien, se transformen y se adecuen a
diferentes épocas, llevando a la vez varios niveles de interpretación.

El símbolo como lenguaje mediante el cual se expresa la religión tiene un


fuerte componente esotérico (que oculta, que no se agota en las sugerencias
verbalizables) y por lo mismo no se encuentra ajeno a todo un sistema de
códigos expresados a través de ellos.
Los símbolos son el lenguaje por el que la religión llega hasta nosotros, por
ser esta un fenómeno que no es palpable desde el punto de vista físico, sino que
se mueve en la esfera de lo sobrenatural y lo trascendental. Para una mayor
comprensión de ella y su asimilación por parte de las personas, es que se
utilizan, su contenido es marcado por todo un sistema que, aunque parezca en
ocasiones sencillo, no lo es.

Estos sistemas de símbolos son elaborados en muchas ocasiones a partir de


imágenes, que dan punto de partida a un grupo de ideas, que dependen de la
interpretación, por lo que se encuentran subordinados a la subjetividad del
observador. Este observador al que nos referimos es el creyente, que por la
relación emotiva que establece con la religión a través de la fe, llega a
conclusiones que no coinciden con las del ojo entrenado del estudioso del tema,
que ve más lecturas que la inicial.

El símbolo en la Regla de Ocha.

La Regla de Ocha es una religión que en los últimos años ha ganado adeptos
y, con ello, una mayor atención hacia su conformación y el estudio de la misma.
La Santería (como también se le denomina) es producto del sincretismo entre la
religión traída por los esclavos denominados yorubas o lucumís y elementos de
catolicismo español traído por las castas populares que colonizaron a Cuba.

La Santería como producto cubano, con una marcada naturaleza


sociocultural y religiosa isleña, es un saber que se ha ido enriqueciendo a través
de sucesivas generaciones y la práctica cotidiana. Su mundo transcurre entre los
designios de los sistemas adivinatorios y la práctica individual del discurso de los
santeros. Esta practica tiene un marcado carácter utilitario, al centrar su
atención en la vida del “más acá”, y le permite al creyente la constante
posibilidad de una interacción con lo sagrado en forma de dialogo flexible, que
se adecua a diferentes situaciones.

La persistencia de esta práctica religiosa se debe en un mayor grado a su


alto componente emotivo y a su relación con la solución de los problemas de la
vida diaria; sin olvidar el culto a los antepasados, a los espíritus y deidades que
se mueve en el marco de la conciencia religiosa; así como la permanencia de
la oralidad, la funcionalidad de una lengua ritual, los tipos de ceremonias
(iniciación, jerarquización, funerarias, y de adivinación) y los motivos de
inserción en la práctica (miedo a la muerte y a las enfermedades; inseguridad;
soledad; deseo de felicidad, paz o amor).

Los practicantes en la Regla de Ocha se relacionan con los orichas a través


de símbolos, de objetos con una carga afectiva. En el caso del ángel de la
guardia, esta relación se torna más especial, pues el religioso se identifica en
muchos casos con el oricha del cual es hijo, así como la deidad católica
equivalente. Las formas del simbolismo religioso yoruba, así como las de otros
grupos provenientes de África, ha permitido la identificación con santos de la
religión católica que coinciden en características, atributos y colores
emblemáticos, sincretismo favorecido por las autoridades coloniales españolas
al permitir la agrupación de esclavos procedentes de una misma nación en
cofradías y cabildos bajo la advocación de un santo católico5.

Los atributos, herramientas, ofrendas y representaciones ejercen una


influencia en el creyente, en muchos casos hay un primer momento donde se
trasluce un reconocimiento del oricha o los orichas de que se esté hablando, y
del espacio de este; ya que cada deidad posee un lugar donde reina (sitio en el
que según los patakies vive). Coincidimos entonces con el criterio de la
profesora Rosa Maria De Lahaye Guerra cuando afirma:

“Entre cada uno de los objetos simbólicos existe una suerte de comunicación
y traspaso de sentido; al ser colocados en la cercanía del oricha, entre ellos se
teje una resonancia espiritual. Son objetos abiertos, incompletos, deudores de
los restantes. En ellos vive la deidad, porque cada uno de ellos la repite a su
manera. Y la repite a través del culto, en particular, del sacrificio, sin dudas una
de las formas mas activas en que el hombre se dirige a la divinidad”6.

5
Fernández Martínez, Mirta. El ashe esta en Cuba .Editorial José Martí.1998.pagina 45.
6
De Lahaye,R M. El complejo simbolico.Yemaya.(Tesis de Maestría) inédita..
En las festividades religiosas los símbolos tienen otra dimensión, cobran vida
en los cuerpos de los bailarines, en sus danzas, y su significado se hace visible
de una forma casi palpable para los religiosos que a través de los bailarines y los
posesos (caballos) se ponen en contacto de alguna manera física con los
orichas. Aunque muchos consideran este momento como el del contacto directo
entre el creyente y la deidad; este no solo se realiza en las festividades: en la
vida cotidiana del practicante todo lo que lo rodea adquiere un carácter simbólico
como elemento de tránsito entre él y la deidad.

El contenido de la religión yoruba históricamente se trasmitió por la tradición


oral7, presente en la memoria individual y colectiva de sus practicantes, y sus
raíces se encuentran bien arraigadas en el grupo. Es cierto que con el viaje
hacia América del pueblo yoruba se perdió algo de sus tradiciones religiosas;
pero muchas se mantuvieron por la carga simbólica de algunas palabras e
historias (como es el caso de los patakies) que son elemento importante a la
hora de la conformación del culto.

“El oricha es para el creyente fuente en muchos casos de vida y potencial


para continuar la propia lucha contra el medio, ya que en América las formas de
manifestaciones religiosas yorubas tienen un significado en cuanto su intención
es lograr un beneficio personal, en cuanto a bienestar material. (...) Cuando los
orichas ejercen su poder sobre los hombres no lo hacen por capricho o por
preferencias banales, ellos aplican sus sanciones con un alto concepto de los
valores éticos, morales y de convivencia social8.

La religión es un medio por el cual el practicante trata de hacer más llevadera


su vida (dado el caso de que esta manifestación religiosa se ocupa mayormente
de la vida del “más acá”), lo que le da un carácter utilitarista: “…la idea yoruba
del ser humano estriba en la condición de aspirar a una sabiduría de la
naturaleza y de lo social plena de una comedida y apacible actitud en sus

7
En la actualidad este contenido se transmite a través de las “libretas de santo”, e incluso aparece en la
literatura especializada dedicada al tema.
8
Arce Burguera, Arisel. El mundo de los orichas .Ediciones Unión.1999. pagina 2.
enfoques y praxis, con un sentido de búsqueda perenne de lo utilitario para
resolver los problemas de la vida cotidiana del grupo”9.

El panteón yoruba engloba alrededor de 401 orichas10 y en la Regla de Ocha


se adoran 20, que han sufrido modificaciones en su presentación como
deidades, en su apariencia externa y forma de comportamiento. Cada oricha
tiene su papel fundamental en el culto y en la vida de sus devotos, por lo que
presenta una significación simbólica dentro del cuerpo de la Santería. Estos se
dividen en dos grande grupos: deidades tutelares (son las que se asientan en la
cabeza del individuo) y secundarias (llamados santos de fundamento). En el
primer grupo encontramos a Obbatala, Chango, Yemaya y otros; y en el segundo
a santos como Obba, Alggayu, Yewa, etc. Todo oricha tiene su significación
simbólica para el creyente y dentro de la práctica religiosa.

Los orichas en sí constituyen símbolos, puesto que son una entidad


intermediaria entre el hombre y Olordumare (suprema divinidad). Son los
encargados de solucionar los problemas de la vida cotidiana y castigar las
acciones negativas de los hombres, mediante normas que están contenidas en
los oddun de Ifá, que sirven como sustento en la práctica de la religión y en el
sistema adivinatorio.

Los santeros de hoy y sus símbolos.

La conciencia religiosa de los devotos constituye un reflejo particular en la


conciencia social de las ascendencias etnoculturales de la identidad cubana de
hoy.

En la última década del siglo pasado, junto a la crisis económica que


protagonizó el día a día del cubano, se desarrollo paralelamente una crisis de
corte social y con ello un reavivamiento de la conciencia religiosa en la sociedad.
No es para nada objetivo de esta investigación hacer un análisis de ello, pero es

9
Aguilera Patton, Pedro Pablo. Religión y arte yorubas. Editorial Ciencias Sociales, 2004.pagina 13.
10
Este número fue dado por el sabio nigeriano Wande Abimbola en una conferencia en el primer congreso
yoruba celebrado en la Habana.
imprescindible su mención cuando se habla de la manifestación religiosa que
nos ocupa.

A partir de ese momento ocurre un renacer de todas las religiones, y en


especial de las de origen africano, como la Regla de Ocha, por su carácter
utilitarista. Pero las carencias económicas obligaron a los practicantes a
modificar su exteriorización del culto, y con ello comenzó todo un proceso de
cambio que se extiende hasta nuestros días.

El porqué de este cambio se responde a través de las transformaciones que


ha sufrido la sociedad, que ha servido de sostén para el desarrollo de esta
religión. La sociedad cubana en los últimos años ha experimentado toda una
revolución social, con la adquisición y también pérdida de toda una serie de
pautas. Al ser el sujeto el autor de los cambios efectuados, se convierte en
depositario de los mismos, y a su vez se va construyendo él y su realidad (y
como parte de ella, a su concepción de la religión).

Producto de un conjunto de relaciones sociales en transformación, se han


sucedido un conjunto de variaciones y mutaciones en la religión, que la han
empujado a nuevas formas de adaptación11.

Estas nuevas formas de adaptación se observan en el caso de los patakies


que conforman la Santería, que recrean considerablemente los cambios que ha
sufrido la sociedad cubana. Las historias se cuentan de generación en
generación y cada una la adecua a su tiempo.

Existen criterios de que la religión es un asidero en los tiempos de crisis, que


podrían aplicarse en este caso; pues las creencias religiosas referidas a los
orichas transmiten diferentes significados y también innumerables valores,
independientemente de los derechos y deberes inherentes a los consagrados.

11
En el primer semestre del año 2004, se realizó un trabajo de campo, durante el cual se entrevistó un
total de 30 santeros en varios municipios de la capital. Se utilizo la técnica de snow boll (bola de nieve), en
la que cada santero daba recomendaciones para llegar al otro santero, que no por ello coincidía a la hora
de dar sus opiniones. De la muestra obtenida 14 eran hombres y 16 mujeres; 10 eran hijos de Yemaya, 3
de Chango, 3 de Obbatala, 4 de Ochun, 2 de Ellegua, 1 de Oggun, 2 de Oya y 4 sacerdotes de Ifá.
El culto a los orichas genera en el creyente una serie de valores éticos, pues
motiva la responsabilidad, la sinceridad, el amor y la dedicación hacia ellos.
Cada iniciado debe sinceridad, obediencia y amor a su santo.

Claro que están las personas que toman estas creencias para solucionar
únicamente problemas económicos, o como una proyección para realizar
acciones que desvían de una conducta honesta; así como la creciente
mercantilización del culto por parte de practicantes que en su deseo de lucrar
tergiversan el contenido religioso12.

Así, se observó la aparición de los llamados diplosanteros, que no seguían los


preceptos fundamentales de caridad, ayuda y fe, sino que buscaban que sus
ahijados o las personas que atendían desde el punto de vista religioso, tuvieran
una posición económica cómoda, con el fin de alcanzar el enriquecimiento a
través de la práctica religiosa.

También se observó un incremento de los iniciados, por representar una


expresión de determinado status social, debido al encarecimiento de los
elementos necesarios para la iniciación: los animales para sacrificar, por
ejemplo, sufrieron una fuerte subida en su costo, y también la ropa, por requerir
de requisitos, como el del color blanco.

Según el 50 por ciento de los santeros entrevistados, este fenómeno en los


últimos años ha mermado e incluso puede que desaparezca en un futuro
cercano, lo que atribuyen a que ahora los santeros estudian la religión incluso
antes de entrar en ella, y por ello conocen mejor y respetan la práctica y el
cuerpo teórico de la religión. Al decir de un entrevistado: “…Ahora los santeros y
babalawos estudian en la Universidad y son doctores y abogados, y muchos
defienden nuestra religión, ya no pueden decir que esta es una religión de
analfabetos”.

A pesar de ello se mantiene la noción de cambio, que se hace extensiva no


solo a los creyentes, sino a los no religiosos, muy relacionada específicamente

12
El trabajo de campo tuvo entre sus principales objetivos la evaluación de la mercantilización del culto.
con el incremento del número de sacerdotes de Ifá. Para la mirada de muchos,
este fenómeno es curioso en extremo, por la concepción de que estos
sacerdotes pertenecen a una casta dentro del culto que es la más cercana al
mundo de la sabiduría yoruba.

Según los preceptos yorubas, el babalawo era una persona que nacía con las
aptitudes para este sacerdocio. Una vez iniciado, debía esperar el reglamentario
año de iyawo para luego ser introducido en el mundo de Ifá, y pasar un
entrenamiento de 10 años durantes los cuales debía aprender todo lo referente a
su labor, sin olvidar que durante su vida le correspondía mantener una conducta
íntegra.

En la actualidad entre las transformaciones que se han efectuado hay un


acortamiento de los periodos antes mencionados; así como una apertura en las
filas de Ifá; por lo que cabe preguntarse si hay un relajamiento en el símbolo que
representa el babalawo para la Regla de Ocha, y si llegará el momento en que
estos pierdan su estatus dentro del culto.

Unido a esto se encuentra un nuevo fenómeno, bastante controversial, que es


la iniciación de mujeres en el sacerdocio de Ifá. Tradicionalmente este ha sido un
mundo estrictamente masculino, la participación femenina se reducía a la figura
de la apeterbi (como asistente del babalawo), entonces, con esta incorporación,
se derrumban viejos tabúes en cuanto al papel de la mujer en la Santería. Existe
la posibilidad de que sea la expresión de una moda y que no trascienda, o de
que se incluya entre las innovaciones que se han venido dando en la religión.

Todo parece indicar que se avecinan transformaciones importantes para el


culto no solo en apariencia, sino también en su esencia, así como la aparición de
corrientes dentro de él, como las relacionadas con la búsqueda de una
institucionalización de la religión, o con la africanización de la Regla de Ocha.

Existe todo un movimiento de vuelta hacia lo africano dentro de la Regla de


Ocha, que a su vez busca con ello un soporte para su institucionalización. Con
ello olvidan que esta expresión religiosa es producto de las condiciones que se
fueron dando en el transcurso de los siglos desde la llegada del continente
africano del pueblo yoruba, y tuvo que evolucionar para poder sobrevivir en las
condiciones que les fueron impuestas.

La Santería tiene una institucionalidad tradicional, que le es dada por el


conjunto de actitudes y conductas legítimas en la forma de expresión de la
religiosidad por su comunidad de practicantes, que los caracteriza y ayudan a
hacer reconocibles a ellos y a su práctica dentro de la sociedad.

La Regla de Ocha es una religión propiamente cubana de origen


preponderantemente yoruba, sus deidades no pueden ser consideradas
enteramente como deidades africanas, sino como el resultado de un proceso de
transculturación, sin perder de vista que los orichas que la integran realizan
funciones muy similares a las de los humanos.

Como construcción cubana de matriz yoruba, y de una naturaleza


sociorreligiosa y cultural muy amplia, es posible su división en dos niveles
esenciales: uno de pauta ideal contenido en los sistemas adivinatorios y en la
disertación individual de los santeros; y el otro en el espacio concreto de la
experiencia del sujeto con sus ideas y su exteriorización de la práctica.

La Santería le brinda al sujeto la constante posibilidad de una interacción


dialogada y flexible con lo sagrado a nivel individual o en el entorno de la familia
ritual. Ejerce una influencia cierta sobre el individuo al estar en estrecha relación
con la recreación y reconstrucción del legado de sus mayores y de los orichas,
que al decir de muchos, favorece su enriquecimiento espiritual y consolida su fe.

Las creencias religiosas en torno a la Regla de Ocha (a pesar de los cambios


sufridos) promueven en sus practicantes un conjunto de valores y significaciones
que contribuyen a regular su conducta ante la vida y sus diferentes procesos.
Ayudan a condicionar de manera indirecta la imagen del mundo religioso y no
solo del religioso, sino de la sociedad en general y su conjunto de relaciones
sociales.
BIBLIOGRAFÍA
Aguilera Patton, Pedro. Religión y arte yorubas. Editorial Ciencias Sociales, La
Habana, 2004.
Arce Burguesa, Aricel y Ferrer, Armando. El mundo de lo orichas. Ediciones
Unión. 1999.
Fernández Martínez, Mirta M. y Porra Potts, Valentina. El ashé esta en Cuba.
Editorial José Martí. La Habana.1998.
Ferrater Mora, José. Diccionario de Filosofía. Tomo 4. Editorial Ariel, S.A.
Barcelona, 1994.

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